El Tic

Guy de Maupassant


Cuento


Los comensales entraban lentamente en la gran sala del hotel y se sentaban en sus sitios. Los criados empezaron a servir lentamente para dar tiempo a los que llegaban con retraso y no tener que traer de nuevo los platos; y los antiguos bañistas, los habituales, aquellos que llegaban antes de la época, miraban con interés la puerta cada vez que se abría con el deseo de ver aparecer nuevos rostros.

Esta es la gran distracción de las villas termales. Se espera la hora de la cena para inspeccionar las llegadas del día, para adivinar quienes son, lo que hacen, lo que piensan. Un deseo ronda nuestro espíritu, el deseo de los reencuentros agradables, de conocer gente amable, tal vez, de amores. En esta vida de codo con codo, de vecinos, los desconocidos, adquieren una importancia extrema. La curiosidad se pone en guardia, la simpatía en espera y la sociabilidad a trabajar.

Hay antipatías de una semana y amistades de un mes, se mira a la gente con ojos diferentes bajo la óptica especial del conocimiento de la villa termal. Se descubre a los hombres, súbitamente, en una conversación de una hora, por la tarde, después de cenar, bajo los árboles del parque donde borbotea el manantial curativo, una inteligencia superior y con méritos sorprendentes, y, un mes más tarde hemos olvidado completamente estos nuevos amigos, tan encantadores los primeros días.

Allí también se forman lazos duraderos y serios, más rápido que en cualquier otra parte. Uno se ve todo el día, nos conocemos muy aprisa, y entre el afecto que empieza se mezcla algo de dulzura y del abandono de viejas intimidades. Más tarde queda el recuerdo querido y enternecedor de las primeras horas del amistad, el recuerdo de las primeras conversaciones mediante las que se llega al descubrimiento del alma, de las primeras miradas que preguntan y responden a las cuestiones y pensamientos secretos que la boca todavía no ha pronunciado, el recuerdo de esta primera con

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Publicado el 19 de mayo de 2016 por Edu Robsy.
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