Libro gratis: Los Campesinos
de Honoré de Balzac

—Es mamá —dijo Tonsard poniéndose en pie—. Reconozco su chillido.

Y de repente, después de subir los descoyuntados peldaños del Grand-I-vert en un último esfuerzo, cuya energía sólo se halla en las piernas de un contrabandista, la vieja Tonsard cayó cuan larga era en el suelo de la taberna. El gran jergón de madera de su gavilla de leña hizo un terrible ruido al topar con el dintel de la puerta de entrada y desparramarse por el suelo. Todos saltaron para evitar el golpe. Las mesas, las sillas y las botellas alcanzadas por las ramas cayeron también con gran estrépito. El alboroto no hubiera sido tan grande si no se hubiese desplomado del techo de paja.

—¡Me muero! ¡El malvado me ha matado…!

Los gritos, la actitud y la carrera de la vieja quedaron perfectamente explicados por la aparición en el umbral de la puerta de un guarda vestido de verde, sombrero con presilla de plata, sable al cinto, bandolera de cuero con las armas de Montcornet y las de Troisville, el chaleco rojo de ordenanza y polainas de cuero que le subían hasta casi las rodillas.