El Socio

Joseph Conrad


Cuento


—¡Qué historia más estúpida! Los barqueros llevan años, aquí en Westport, contando esa mentira a los veraneantes. Algo tienen que contar para que pase el rato esa gente que se hace pasear en barca a chelín por barba y preguntan tonterías. ¿Hay algo más estúpido que hacer que le paseen a uno en barca frente a una playa? Es como tomar una limonada aguada cuando no se tiene sed. ¡No entiendo por qué lo hacen! Ni siquiera se marean.

Junto a su codo había un olvidado vaso de cerveza; el lugar era el pequeño y respetable salón de fumadores de un hotel pequeño y respetable y mi gusto por hacer amigos ocasionales era la razón por la que yo estaba, a hora tan tardía, sentado con él. Sus mejillas grandes, aplastadas y arrugadas estaban bien rasuradas; de su barbilla colgaba un mechón espeso y cuadrado de cabellos blancos; su balanceo acentuaba la profundidad de su voz; y su desprecio general hacia las actividades y moralidades de los seres humanos se expresaba en la gallarda colocación de su grande y suave sombrero de fieltro negro, de anchas alas, que jamás se quitaba.

Su apariencia era la de un antiguo aventurero, retirado después de muchas aventuras impías en los más oscuros rincones de la tierra; pero tenía mis razones para creer que nunca había salido de Inglaterra. De una observación fortuita que alguien dejó caer deduje que en su juventud había tenido algo que ver con barcos, pero con barcos anclados en los muelles. Tenía una fuerte personalidad. Fue esto lo primero que atrajo mi atención. Pero no era fácil de clasificar y antes del fin de semana me conformé con una vaga definición: «Un rufián viejo e imponente». Una tarde lluviosa, oprimido por un aburrimiento infinito, entré en la sala de fumadores. Estaba allí sentado en una inmovilidad absoluta, tan impresionante como la de un fakir. Me estaba preguntando cómo sería la vida de aquel hombre, su milieu, sus relaciones privadas, sus opi

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Publicado el 12 de febrero de 2018 por Edu Robsy.
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