Diálogo de la Lengua

Juan de Valdés


Diálogo


Personajes

MARCIO.
VALDÉS.
CORIOLANO.
PACHECO.

MARCIO.— Pues los mozos son idos a comer y nos han dejado solos, antes que venga alguno que nos estorbe, tornemos a hablar en lo que comencé a deciros esta mañana.

VALDÉS.— No me acuerdo de qué cosa queréis decir.

MARCIO.— ¿Cómo no? ¿No os acordáis que os dije cómo de aquello, en que habíamos platicado, me era venida a la memoria una honesta curiosidad, en la cual hace muchos días deseo platicar con vos?

VALDÉS.— Ya me acuerdo; no tenía cosa más olvidada.

MARCIO.— Pues nosotros, por obedeceros y serviros, habemos hablado esta mañana en lo que vos habéis querido y, muy cumplidamente, os habemos respondido a todo lo que nos habéis preguntado, cosa justa es que, siendo vos tan cortés y bien criado con todo el mundo, como todos dicen que sois, lo seáis también con nosotros, holgando que hablemos esta tarde en lo que más nos contentará, respondiéndonos y satisfaciéndonos a las preguntas que os proponemos, como nosotros habemos hecho a las que vos nos habéis propuesto.

VALDÉS.— Si no adornarais esta vuestra demanda con tanta retórica, liberalmente me ofreciera a obedeceros; ahora, viéndoos venir ataviado en vuestra demanda con tantas razones, sospechando me queréis meter en cualque cosa enojosa, no sé qué responderos si primero no me decís claramente qué es lo que queréis de mí.

MARCIO.— Lo primero que de vos queremos es que, sin querer saber más, nos prometáis ser obediente a lo que os demandaremos.

VALDÉS.— Confiando en vuestra discreción que no querréis de mí cosa que no sea razonable y honesta, os prometo ser obediente.

MARCIO.— No me contento con eso, y quiero que a todos tres nos deis vuestra fe que lo haréis así.

VALDÉS.— ¿A qué propósito me queréis obligar tan estrechamente? ¿Os habéis por ventura concertado todos tres para el mohíno? Ora sus, sea lo que fuere, digo que os doy mi fe que responderé como mejor supiere a todo lo que esta tarde me querréis preguntar. ¿Estáis contentos?

MARCIO.— Yo por mi parte estoy contentísimo.

CORIOLANO.— A mí harto me basta.

PACHECO.— Pues para mí no era menester más que la primera promesa.

VALDÉS.— Sus pues, comenzad a preguntar, que me tenéis confuso hasta saber qué misterios son estos que queréis entender de mí.

MARCIO.— ¿Misterios? ¡Y cómo, si bien supieseis!

VALDÉS.— Sea lo que fuere, acabad ya; por amor de Dios, decidlo.

MARCIO.— Soy contento. Bien os debéis acordar cómo, al tiempo que ahora ha dos años, partisteis de esta tierra para Roma, nos prometisteis a todos tres que conservaríais y entretendríais nuestra amistad, como habéis hecho, con vuestras continuas cartas. Ahora sabed que, después de vos ido, nosotros nos concertamos de esta manera, que cualquiera de nosotros que recibiese carta vuestra la comunicase con los otros, y esto habemos hecho siempre así, y con ello habemos tomado mucho descanso, pasatiempo y placer, porque con la lección refrescábamos en nuestros ánimos la memoria del amigo ausente, y con los chistes y donaires, de que continuamente vuestras cartas venían adornadas, teníamos de qué reír y con qué holgar y, notando con atención los primores y delicadezas que guardabais y usabais en vuestro escribir castellano, teníamos sobre qué hablar y contender, porque el señor Pacheco, como hombre nacido y criado en España, presumiendo saber la lengua tan bien como otro, y yo, como curioso de ella, deseando saberla así bien escribir como la sé hablar, y el señor Coriolano, como buen cortesano, queriendo del todo entenderla (porque, como veis, ya en Italia, así entre damas como entre caballeros, se tiene por gentileza y galanía saber hablar castellano), siempre hallábamos algo que notar en vuestras cartas, así en lo que pertenecía a la ortografía, como a los vocablos, como al estilo; y acontecía que, como llegábamos a topar algunas cosas que no habíamos visto usar a otros, a los cuales teníamos por tan bien hablados y bien entendidos en la lengua castellana cuanto a vos, muchas veces veníamos a contender reciamente cuando sobre unas cosas y cuando sobre otras, porque cada uno de nosotros o quería ser maestro o no quería ser discípulo. Ahora que os tenemos aquí, donde nos podéis dar razón de lo que así habemos notado en vuestra manera de escribir, os pedimos por merced nos satisfagáis buenamente a lo que os demandaremos: el señor Pacheco, como natural de la lengua, y el señor Coriolano, como novicio en ella, y yo, como curioso de ella.

VALDÉS.— Si me dijerais esto antes de comer, me pusierais en duda si lo decíais de verdad o no, pero, considerando que es después de comer, y creyendo que con mostraros hombre del palacio habéis querido celebrar vuestro convite, me resuelvo en no creeros nada de lo que decís, y digo que, si queréis saber algo de mí, debéis dejar los donaires por ahora, pues sabéis que si yo tomo la mano, ganaréis conmigo «lo que suele ganar un cosario con otro».

CORIOLANO.— Mejor manera de burlar me parece la vuestra, pues queriendo hacer del juego maña, pensáis libraros de la fe que nos habéis dado; y os engañáis, porque de ninguna manera os la soltaremos si primero no nos respondéis muy entera y cumplidamente a todo lo que os preguntaremos sobre la materia propuesta, en la cual se os ha dicho realmente lo que en vuestra ausencia pasaba y lo que queremos de vos.

VALDÉS.— ¿Queréis que os diga la verdad? Aun con todo eso pienso que me burláis.

PACHECO.— Si no queréis creer a ellos, creedme a mí, que todo lo que os dicen es la pura verdad.

VALDÉS.— Más quisiera que fuera la pura mentira, porque me parece cosa tan fuera de propósito esta que queréis, que apenas oso creeros.

MARCIO.— Me maravillo mucho que os parezca cosa tan extraña el hablar en la lengua que os es natural. Decidme: si las cartas de que os queremos demandar cuenta fueran latinas, ¿tuvierais por cosa fuera de propósito que os demandáramos cuenta de ellas?

VALDÉS.— No, que no la tuviera por tal.

MARCIO.— ¿Por qué?

VALDÉS.— Porque he aprendido la lengua latina por arte y libros, y la castellana por uso, de manera que de la latina podría dar cuenta por el arte y por los libros en que la aprendí, y de la castellana no, sino por el uso común de hablar, por donde tengo razón de juzgar por cosa fuera de propósito que me queráis demandar cuenta de lo que está fuera de toda cuenta.

MARCIO.— Si os demandásemos cuenta de lo que otros escriben de otra manera que vos, tendríais razón de excusaros, pero, demandándoosla de lo que vos escribís de otra manera que otros, con ninguna razón os podéis excusar.

VALDÉS.— Cuando bien lo que decís sea así, no dejaré de excusarme, porque me parece cosa fuera de propósito que queráis vosotros ahora que perdamos nuestro tiempo hablando en una cosa tan baja y plebeya como es punticos y primorcicos de lengua vulgar, cosa a mi ver tan ajena de vuestros ingenios y juicios que por vuestra honra no querría hablar en ella, cuando bien a mí me fuese muy sabrosa y apacible.

MARCIO.— Me pesa oíros decir eso. ¿Cómo? ¿Y os parece a vos que el Bembo perdió su tiempo en el libro que hizo sobre la lengua toscana?

VALDÉS.— No soy tan diestro en la lengua toscana que pueda juzgar si lo perdió o lo ganó; os sé decir que a muchos he oído decir que fue cosa inútil aquel su trabajo.

MARCIO.— Los mismos que dicen eso, os prometo se aprovechan muchas veces de esa que llaman cosa inútil, y hay muchos que son de contraria opinión, porque admiten y aprueban las razones que él da, por donde prueba que todos los hombres somos más obligados a ilustrar y enriquecer la lengua que nos es natural y que mamamos en las tetas de nuestras madres, que no la que nos es pegadiza y que aprendemos en libros. ¿No habéis leído lo que dice sobre esto?

VALDÉS.— Sí que lo he leído, pero no me parece todo uno.

MARCIO.— ¿Cómo no? ¿No tenéis por tan elegante y gentil la lengua castellana como la toscana?

VALDÉS.— Sí que la tengo, pero también la tengo por más vulgar, porque veo que la toscana está ilustrada y enriquecida por un Boccaccio y un Petrarca, los cuales, siendo buenos letrados, no solamente se preciaron de escribir buenas cosas, pero procuraron escribirlas con estilo muy propio y muy elegante; y, como sabéis, la lengua castellana nunca ha tenido quien escriba en ella con tanto cuidado y miramiento cuanto sería menester para que hombre, queriendo o dar cuenta de lo que escribe diferente de los otros, o reformar los abusos que hay hoy en ella, se pudiese aprovechar de su autoridad.

MARCIO.— Cuanto más conocéis eso, tanto más os deberíais avergonzar vosotros, que por vuestra negligencia hayáis dejado y dejéis perder una lengua tan noble, tan entera, tan gentil y tan abundante.

VALDÉS.— Vos tenéis mucha razón, pero eso no toca a mí.

MARCIO.— ¿Cómo no? ¿Vos no sois castellano?

VALDÉS.— Sí que lo soy.

MARCIO.— Pues ¿por qué esto no toca a vos?

VALDÉS.— Porque no soy tan letrado ni tan leído en cosas de ciencia cuanto otros castellanos que muy largamente podrían hacer lo que vos queréis.

MARCIO.— Pues ellos no lo hacen y a vos no os falta habilidad para poder hacer algo, no os deberíais excusar de ello, pues, cuando bien no hicieseis otra cosa que despertar a otros a hacerlo, haríais harto, cuanto más que aquí no os rogamos que escribáis, sino que habléis; y, como sabréis, palabras y plumas el viento las lleva.

PACHECO.— No os hagáis, por vuestra fe, tanto de rogar en una cosa que tan fácilmente podéis cumplir; cuanto más, habiéndola prometido y no teniendo causa justa con que excusaros, porque lo que decís de los autores que os faltan para defenderos no es bastante, pues sabéis que para la que llamáis ortografía y para los vocablos os podéis servir del autoridad del Vocabulario de Antonio de Librija y, para el estilo, de la del libro de Amadís de Gaula.

VALDÉS.— Sí, por cierto, muy grande es el autoridad de esos dos para hacer fundamento en ella, y muy bien debéis haber mirado el Vocabulario de Librija, pues decís eso.

PACHECO.— ¿Cómo? ¿No os contenta?

VALDÉS.— ¿Por qué queréis que me contente? ¿Vos no veis que, aunque Librija era muy docto en la lengua latina, que esto nadie se lo puede quitar, al fin no se puede negar que era andaluz, y no castellano, y que escribió aquel su Vocabulario con tan poco cuidado que parece haberlo escrito por burla? Si ya no queréis decir que hombres envidiosos, por afrentar al autor, han gastado el libro.

PACHECO.— En eso yo poco me entiendo. Pero ¿en qué lo veis?

VALDÉS.— En que, dejando aparte la ortografía, en la cual muchas veces peca en la declaración que hace de los vocablos castellanos, en los latinos se engaña tantas veces que sois forzado a creer una de dos cosas: o que no entendía la verdadera significación del latín (y esta es la que yo menos creo) o que no alcanzaba la del castellano, y esta podría ser, porque él era de Andalucía, donde la lengua no está muy pura.

PACHECO.— Apenas puedo creer eso que me decís, porque a hombres muy señalados en letras he oído decir todo lo contrario.

VALDÉS.— Si no lo queréis creer, id a mirarlo y hallaréis que por aldeano dicevicinus, por brio en costumbres, morositas; por cecear y ceceoso, balbutire y balbus; por loçano, lascivus; por malherir, deligere; por moço para mandados, amanuensis; por mote o motete, epigramma; por padrino de boda, paranymphus; por ración de palacio, sportula; por sabidor de lo suyo solamente, idiota; por villano, castellanus; y por rejalgar, aconitum. No os quiero decir más, porque sé que entendéis poco de la lengua latina y porque me parece bastan estos vocablos para que, si los entendéis, creáis que los hombres de letras que decís, no debían tener tantas como vos pensáis, o no lo debían haber mirado con tanta atención como yo, y para que veáis que no me puedo defender con el autoridad de Librija.

PACHECO.— Confieso que tenéis razón.

VALDÉS.— Es tanta que, si bien la entendieseis, soy cierto me tendríais antes por modesto en el notar poco, que por insolente en el reprehender mucho. Mas quiero que sepáis que aún hay otra cosa por que no estoy bien con Librija en aquel Vocabulario, y es esta: que parece que no tuvo intento a poner todos los vocablos españoles, como fuera razón que hiciera, sino solamente aquéllos para los cuales hallaba vocablos latinos o griegos que los declarasen.

PACHECO.— Basta lo dicho; yo estaba muy engañado.

VALDÉS.— Pues cuanto al autor de Amadis de Gaula, cuánta autoridad se le debe dar, podéis juzgar por esto que hallaréis, si miráis en ello: que en el estilo peca muchas veces con no sé qué frías afectaciones que le contentan, las cuales creo bien que o se usaban en el tiempo que él escribió, y en tal caso no sería digno de reprehensión, o que quiso acomodar su estilo al tiempo en que dice que aconteció su historia, y esto sería cosa muy fuera de propósito, porque él dice que aquella su historia aconteció poco después de la pasión de nuestro redentor; y la lengua en que él escribe no se habló en España hasta muchos años después. Esto mismo se puede decir de los vocablos. Cuanto a la ortografía, no digo nada, porque la culpa se puede atribuir a los impresores y no al autor del libro.

MARCIO.— Ora sus, no perdamos tiempo en esto. Si no tenéis libros en castellano con cuya autoridad nos podáis satisfacer a lo que de vuestras cartas os preguntaremos, a lo menos satisfacednos con las razones que os mueven a escribir algunas cosas de otra manera que los otros, porque puede ser que estas sean tales, que valgan tanto cuanto pudiera valer el autoridad de los libros; cuanto más que, a mi parecer, para muchas cosas os podréis servir del Quaderno de refranes castellanos, que me decís cogisteis entre amigos estando en Roma por ruego de ciertos gentiles hombres romanos.

PACHECO.— Muy bien habéis dicho, porque en aquellos refranes se ve muy bien la puridad de la lengua castellana.

CORIOLANO.— Antes que paséis adelante, es menester que sepa yo qué cosa son refranes.

VALDÉS.— Son proverbios o adagios.

CORIOLANO.— ¿Y tenéis libro impreso de ellos?

VALDÉS.— No de todos, pero, siendo muchacho, me acuerdo haber visto uno de algunos mal glosados.

CORIOLANO.— ¿Son como los latinos y griegos?

VALDÉS.— No tienen mucha conformidad con ellos, porque los castellanos son tomados de dichos vulgares, los más de ellos nacidos y criados entre viejas, tras del fuego hilando sus ruecas; y los griegos y latinos, como sabéis, son nacidos entre personas doctas y están celebrados en libros de mucha doctrina. Pero, para considerar la propiedad de la lengua castellana, lo mejor que los refranes tienen es ser nacidos en el vulgo.

PACHECO.— Yo os prometo, si no fuese cosa contraria a mi profesión, que me habría, algunos días ha, determinadamente puesto en hacer un libro en la lengua castellana, como uno que dice que Erasmo ha hecho en la latina, allegando todos los refranes que hallase y declarándolos lo menos mal que supiese, porque he pensado que en ello haría un señalado servicio a la lengua castellana.

VALDÉS.— También era Julio César de vuestra profesión, pero no tuvo por cosa contraria a ella con la pluma en la mano escribir de noche lo que con la lanza hacía de día, de manera que la profesión no os excusa. ¿No habéis oído decir que las letras no embotan la lanza?

PACHECO.— Vos decís muy bien, y yo lo conozco. Dadme a mí el sujeto que tuvo César, que escribía lo que él hacía y no lo que otros decían, y estonces veréis si tengo por deshonra escribir; pero, porque parece que escribir semejantes cosas a esta pertenece más a hombres de haldas que de armas, no me he querido poner en ello.

VALDÉS.— Pues aunque yo no hago profesión de soldado, pues tampoco soy hombre de haldas, pensad que no os tengo de consentir me moláis aquí preguntándome niñerías de la lengua. Por tanto me resuelvo con vosotros en esto, que, si os contentan las cosas que en mis cartas habéis notado, las toméis y las vendáis por vuestras, que para ello yo os doy licencia, y que, si os parecen mal, las dejéis estar, pues para mí harto me basta haber conocido por vuestras respuestas que habéis entendido lo que he querido decir en mis cartas.

MARCIO.— Porque lo que en vuestras cartas habemos notado es de calidad que ni lo podemos tomar por bueno, porque no todos lo aprobamos del todo, ni lo podemos desechar por malo, porque hay cosas que nos satisfacen y hay otras que no entendemos, es menester que en todo caso nos deis cuenta, no solamente de lo que habéis escrito, pero aun de lo que de ello depende o puede depender. Vuestra fe y palabra nos habéis dado y, aunque no queráis, la habéis de cumplir.

VALDÉS.— No se haría más en el monte de Torozos o, como acá decís, en el bosque de Bacano; y pues, como dicen en mi tierra, donde fuerza viene, derecho se pierde, yo me determino en obedeceros. Empezad a preguntar, que yo os responderé. Pero, ya que así lo queréis, será bien que todos tres os concertéis en el orden que queréis llevar en vuestras preguntas, porque no os confundáis en ellas. Hacedlo así, y entre tanto me saldré yo al jardín a tomar un poco de aire.

MARCIO.— Muy bien decís; en merced os lo tenemos. Andad con Dios, que presto os llamaremos.

PACHECO.— Pues habemos cogido y prendado a Valdés, aún no lo dejemos de ninguna manera sin que primero lo examinemos hasta el postrer pelo. Porque yo lo tengo por tal, que ninguna cosa escribe sin fundamento, y apostaría que tiene en sus papeles notadas algunas cosillas sobre esta materia de que le queremos hablar. Esto creo así, porque no vi en mi vida hombre más amigo de escribir. Siempre en su casa está hecho un San Juan Evangelista, la péñola en la mano, tanto que creo escribe de noche lo que hace de día, y de día, lo que ensueña de noche.

MARCIO.— Bien decís; y pues vos, que sois el más diestro en la lengua, sabréis mejor lo que conviene preguntar, a vos toca ordenarlo de manera que no nos confundamos.

PACHECO.— Antes yo me remito a cualquiera de vosotros que sois leídos, que yo más me entiendo de desordenar que de ordenar.

MARCIO.— Si os queréis gobernar por mí, haremos de esta manera: En la primera parte, le preguntaremos lo que sabe del origen o principio que han tenido, así la lengua castellana como las otras lenguas que hoy se hablan en España; en la segunda, lo que pertenece a la gramática; en la tercera, lo que le habemos notado en el escribir unas letras más que otras; en la cuarta, la causa que lo mueva a poner o quitar en algunos vocablos una sílaba; en la quinta, le pediremos nos diga por qué no usa de muchos vocablos que usan otros; en la sexta, le rogaremos nos avise de los primores que guarda cuanto al estilo; en la sétima, le demandaremos su parecer acerca de los libros que están escritos en castellano; al último haremos que nos diga su opinión sobre cuál lengua tiene por más conforme a la latina, la castellana o la toscana. De manera que lo primero será del origen de la lengua, lo segundo de la gramática, lo tercero de las letras (adonde entra la ortografía), lo cuarto de las sílabas, lo quinto de los vocablos, lo sexto del estilo, lo sétimo de los libros, lo último de la conformidad de las lenguas. ¿Os contenta esta manera de proceder?

PACHECO.— Es la mejor del mundo, con tal condición que la guardemos de tal manera que ninguno se pueda salir de ella.

CORIOLANO.— Yo deseo siempre prevenir por no ser prevenido, y así querría que pusiésemos escondido en algún lugar secreto un buen escribano, para que notase los puntos principales que aquí se dijesen, porque podría ser que con este principio engolosinásemos a Valdés de tal manera, que le hiciésemos componer cualque diálogo de lo que aquí platicaremos.

MARCIO.— Lo habéis pensado muy bien; hágase así: poned a meser Aurelio que, como sabéis, es entendido en entramas lenguas, y ordenadle lo que ha de hacer, mientras que yo voy a llamar a Valdés, que lo veo pasear muy pensativo. Pero mirad que mandéis que el casero esté a la puerta para que, si viniere alguno, sea quien fuere, diga que no estamos aquí, porque no nos estorben; y, porque los que vinieren lo crean y se vayan con Dios, mandad que los mozos se pasen a jugar hacia la parte de la mar, porque de otra manera no haríamos nada.

CORIOLANO.— Decís muy bien; presto será hecho.

VALDÉS.— Ora sus, vedme aquí más obediente que un fraile descalzo cuando es convidado para algún banquete.

MARCIO.— Soy cierto que la plática no puede andar sino bien, y, porque no perdamos tiempo, con licencia de estos señores quiero yo tomar la mano.

PACHECO.— Yo, por mi tanto, recibiré merced que vos hagáis todas las preguntas principales, de manera que nosotros dos andemos sobresalientes.

MARCIO.— Acepto la merced y, comenzando a preguntar, digo, señor Valdés, que lo primero que querría saber de vos es de dónde tuvieron origen y principio las lenguas que hoy se hablan en España, y principalmente la castellana, porque, pues habemos de hablar de ella, justo es que sepamos su nacimiento.

VALDÉS.— Muy larga me la levantáis; cuanto que esto más es querer saber historias que gramática, y, pues vosotros holgáis de esto, de muy buena gana os diré todo lo que acerca de ello he considerado. Estad atentos, porque sobre ello me digáis vuestros pareceres. Y, porque la lengua que hoy se habla en Castilla, de la cual vosotros queréis ser informados, tiene parte de la lengua que se usaba en España antes que los romanos la enseñoreasen, y tiene también alguna parte de la de los godos, que sucedieron a los romanos, y mucha de la de los moros, que reinaron muchos años, aunque la principal parte es de la lengua que introdujeron los romanos, que es la lengua latina, será bien que primero examinemos qué lengua era aquella antigua que se usaba en España antes que los romanos viniesen a ella.

Lo que por la mayor parte los que son curiosos de estas cosas tienen y creen, es que la lengua que hoy usan los vizcaínos es aquella antigua española. Esta opinión confirman con dos razones harto aparentes: la una es que, así como las armas de los romanos, cuando conquistaron la España, no pudieron pasar en aquella parte que llamamos Vizcaya, así tampoco pudo pasar la lengua al tiempo que, después de haberse hecho señores de España, quisieron que en toda ella se hablase la lengua romana. La otra razón es la disconformidad que tiene la lengua vizcaína con cualquiera de las otras lenguas que el día de hoy en España se usan, por donde se tiene casi por cierto que aquella nación conservó juntamente con la libertad su primera lengua. De esta misma opinión fui yo un tiempo, y creí que cierto fuese así, porque la una razón y la otra me contentaron; pero habiéndolo después considerado mejor, y habiendo leído un poco más adelante, soy venido en esta opinión: que la lengua que en España se hablaba antiguamente era así griega como la que ahora se habla es latina; quiero decir que, así como la lengua que hoy se habla en Castilla, aunque es mezclada de otras, la mayor y más principal parte que tiene es de la lengua latina, así la lengua que entonces se hablaba, aunque tenía mezcla de otras, la mayor y más principal parte de ella era de la lengua griega. En esta opinión he entrado por dos puertas. La una es leyendo a los historiadores, porque hallo que griegos fueron los que más platicaron en España, así con armas como con contrataciones, y ya sabéis que estas dos cosas son las que hacen alterar y aun mudar las lenguas; cuanto más que se lee que griegos vinieron a habitar en España, por donde es de creer que, no solamente guardaron su lengua, pero que la comunicaron con las otras naciones, las cuales, por ser, como es, rica y abundante, la debieron de aceptar. La otra puerta por donde soy entrado en esta opinión es la consideración de los vocablos castellanos, porque, cuando me pongo a pensar en ellos, hallo que muchos de los que no son latinos o arábigos, son griegos, los cuales creo sin falta quedasen de la lengua antigua, así como quedaron también algunas maneras de decir, porque, como sabéis, el que habla en lengua ajena siempre usa algunos vocablos de la suya propia, y algunas maneras de decir.

MARCIO.— Cosa nueva es para mí, no lo que toca a las historias, sino lo que decís que la lengua castellana tenga tanto de la griega, y, si no me lo tuvieseis a mal, no lo querría creer hasta ver primero cómo lo probáis.

VALDÉS.— Aunque el creer sea cortesía, yo huelgo que de esto que os he dicho no creáis más de lo que viereis.

MARCIO.— Aceptamos la licencia, y mirad que no os admitiremos los vocablos griegos que la lengua castellana ha tomado de la sagrada escritura, como sonescandalizar, atesorar, evangelio, apóstol, ni otros que son como anexos a estos, así como ciminterio y martilojo, ni tampoco los que parece sean de la medicina, comocristal, paroxismo, efímera, gargarismo, porque quiero que en sí muestren su antigüedad, porque de otra manera no valdrá nada vuestra razón.

VALDÉS.— Bien me podría servir de alguno de los que habéis dicho, pero no quiero sino dejarlos por no contender, y deciros algunos otros que, a mi ver, muestran ser antiguos así bien que bastan harto para que creáis que lo que digo es verdad. Estos son apeldar por huir, malatía por enfermedad, cillero por el lugar donde poner la harina, fantasía por presunción, gaçafatón por cosa mal dicha, tio, rávano, cara,carátula, cadira por silla; también creo que quedasen del griego trévedes y chimenea, y aun brasa y abrasar, porque brasso quiere decir hiervo, y açomar, masa, moço,mesta, cañada, barrio, cisne, pinjado, artesa, tramar, truhán, mandra, celemín,glotón, tragón y tragar. Hay también algunos que comienzan en pan, y tienen del griego, como son pantuflos, pandero, panfarrón, y otros muchos que debe haber en que yo no he mirado; hay también otros vocablos que, aunque tienen del latín, parecen claramente ser forjados a la significación de otros griegos que significan lo que ellos; de estos es dexemplar, que en algunas partes de España usan por disfamar; el cual vocablo creo yo sea forjado de esta manera: que, soliendo decir, como el griego diceparadigma que quiere decir exemplum, el español queriendo hablar latín, habló a su modo y dijo dexemplar; así como el francés, porque, hablando su lengua, por diceuida, cuando viene a hablar latín, no se contenta con decir ita, sino añade el da de su lengua y dice itada. Esto me parece que os debe bastar cuanto a los vocablos. Cuanto a las maneras de decir, si miráis en ello, hallaréis muy muchas.

MARCIO.— Ea, decid algunas.

VALDÉS.— Porque Luciano, de los autores griegos en que yo he leído, es el que más se allega al hablar ordinario, os daré de él los ejemplos.

MARCIO.— Más los quisiera de Demóstenes.

VALDÉS.— Y aun yo holgara de dároslos siquiera de Isócrates, pero contentaos con que os dé de lo que tengo. Cuando en castellano queremos decir que uno tiene bien de bivir, decimos que tiene buena passada; de esta misma manera, queriendo decir esto mismo, dice Luciano ce diarci ton poron; y en castellano, queriendo decirnuestra hazienda, o su hazienda, decimos lo nuestro o lo suyo: Quien da lo suyo antes de su muerte, merece que le den con un maço en la frente, adonde dice lo suyopor su hazienda; y Luciano, en la misma significación, dice ta imetera. También, si en castellano amenazamos a un moço o muchacho, queriendo decir que lo castigaremos, decimos: Pues si yo te empieço, y de la misma manera dice Luciano mu catirxato, que quiere decir: me empeçó. Por medio para confirmación de esta mi opinión, allende de lo dicho, puedo también alegar la conformidad de los artículos y otras cosas, si no os contentáis con lo alegado.

MARCIO.— Antes abasta harto lo que habéis dicho, y de verdad parece harto aparente y razonable esta vuestra opinión, y yo tanto de hoy más la tendré también por mía, y lo mismo creo que harán estos dos señores. Ahora, presuponiendo que es así como vos decís, que la lengua que en España se hablaba antes que los romanos, habiéndola enseñoreado, le introdujesen su lengua, era así griega como es latina la que ahora se habla, proseguid adelante.

VALDÉS.— La vida me habéis dado en no querer contender sobre esto, porque por no porfiar me dejara vencer, haciendo mi cuenta que más vale quedar por necio que ser tenido por porfiado. Pero mirad que, si alguno querrá decir que la lengua vizcaína es en España aún más antigua que la griega, yo tanto no curaré de contender sobre lo contrario, antes diré que sea mucho en buena hora así como lo dirá, con tanto que a mí me conceda el señor Pacheco lo que digo.

PACHECO.— No os concederé yo tan presto lo que habéis concluido, porque Gayo Lucio y los tres Cipiones, Claudio Nerón y Sempronio Graco, siendo romanos, latinos y griegos, no hablaran con turdetanos, celtiberos, o iberos y cántabros por intérpretes, si la lengua antigua de España fuera griega, ni los mercadantes de Fenicia habían necesidad de intérprete en el contratar de sus mercaderías con los antiguos de España, antes que cartagineses y romanos la combatiesen.

VALDÉS.— Basta que la lengua latina, como he dicho, desterró de España a la griega, la cual, así mezclada y algo corrompida, se platicó en España hasta la venida de los godos, los cuales, aunque no desterraron la lengua latina, todavía la corrompieron con la suya, de manera que ya la lengua latina tenía en España dos mezclas, una de la griega, según mi opinión, y otra de los godos. El uso de esta lengua así corrompida duró por toda España, según yo pienso, hasta que el rey don Rodrigo en el año de setecientos y diez y nueve, poco más o menos, desastradamente, la perdió cuando la conquistaron ciertos reyes moros que pasaron de África, con la venida de los cuales se comenzó a hablar en España la lengua arábiga, excepto en Asturias, en Vizcaya y Guipúzcoa, y en algunos lugares fuertes de Aragón y Cataluña, las cuales provincias los moros no pudieron sojuzgar, y así se salvaron muchas gentes de los cristianos, tomando por amparo y defensión la aspereza de las tierras, adonde, conservando su religión, su libertad y su lengua, estuvieron quedos hasta que en Asturias, adonde se recogió mayor número de gente, alzaron por rey de España al Infante don Pelayo, el cual con los suyos comenzó a pelear con los moros, y, ayudándoles Dios, iban ganando tierra con ellos, y así como los sucesores deste rey sucedían en el reino, así también sucedían en la guerra contra los moros, ganándoles cuándo una ciudad y cuándo otra, y cuándo un reino y cuándo otro. Esta conquista, como creo sabéis, duró hasta el año de mil y cuatrocientos y noventa y dos, en el cual año los Reyes Católicos, de gloriosa memoria, ganando el reino de Granada, echaron del todo la tiranía de los moros de toda España. En este medio tiempo no pudieron tanto conservar los españoles la pureza de su lengua, que no se mezclase con ella mucho de la arábiga, porque, aunque recobraban los reinos, las ciudades, villas y lugares, como todavía quedaban en ellas muchos moros por moradores, se quedaban con su lengua; y, habiendo durado en ella hasta que pocos años ha, el emperador les mandó se tornasen cristianos o se saliesen de España, conversando entre nosotros, nos han pegado muchos de sus vocablos. Esta breve historia os he contado, porque, para satisfaceros a lo que me preguntasteis, me pareció convenía así. Ahora, pues habéis visto cómo, de la lengua que en España se hablaba antes que conociese la de los romanos, tiene hoy la castellana algunos vocablos y algunas maneras de decir, es menester que entendáis cómo de la lengua arábiga ha tomado muchos vocablos; y habéis de saber que, aunque para muchas cosas de las que nombramos con vocablos arábigos tenemos vocablos latinos, el uso nos ha hecho tener por mejores los arábigos que los latinos; y de aquí es que decimos antes alhombra quetapete, y tenemos por mejor vocablo alcrevite que piedra sufre, azeite que olio, y, si mal no me engaño, hallaréis que para solas aquellas cosas que habemos tomado de los moros, no tenemos otros vocablos con que nombrarlas que los arábigos, que ellos mismos, con las mismas cosas, nos introdujeron; y, si queréis ir avisados, hallaréis que un al, que los moros tienen por artículo, el cual ellos ponen al principio de los más nombres que tienen, nosotros lo tenemos mezclado en algunos vocablos latinos, el cual es causa que no los conozcamos por nuestros. Pero, con todos estos embarazos y con todas estas mezclas, todavía la lengua latina es el principal fundamento de la castellana, de tal manera que, si a vuestra pregunta yo hubiera respondido que el origen de la lengua castellana es la latina, me pudiera haber excusado todo lo demás que he dicho; pero mitad que he querido ser liberal en esta parte, porque me consintáis ser escaso en las demás.

PACHECO.— Creo yo, según lo que conozco de vuestra condición, que, aunque os roguemos seáis escaso, seréis liberal, especialmente de esta mercancía en que con la liberalidad no se desmengua el caudal.

MARCIO.— No os ha respondido mal; y vos nos habéis muy bien satisfecho a nuestra pregunta, porque, así vuestra opinión acerca de la primera lengua, como acerca de la corrupción de la latina, parece no se puede negar; pero, pues tenemos ya que el fundamento de la lengua castellana es la latina, resta que nos digáis de dónde vino y tuvo principio que en España se hablasen las otras cuatro maneras de lenguas que hoy se hablan, como son la catalana, la valenciana, la portuguesa y la vizcaína.

VALDÉS.— Os diré no lo que sé de cierta ciencia, porque no sé nada de esta manera, sino lo que por conjeturas alcanzo, y lo que saco por discreción; por tanto me contento que vosotros a lo que dijere deis el crédito que quisierais; y con este presupuesto, digo que dos cosas suelen principalmente causar en una provincia diversidades de lenguas: la una es no estar toda debajo de un príncipe, rey o señor, de donde procede que tantas diferencias hay de lenguas, cuanta diversidad de señores; la otra es que, como siempre se pegan algo unas provincias comarcanas a otras, acontece que cada parte de una provincia, tomando algo de sus comarcanas, su poco a poco se va diferenciando de las otras, y esto no solamente en el hablar, pero aun también en el conversar y en las costumbres. España, como sabéis, ha estado debajo de muchos señores, y es así que —dejado a parte que aun hasta Castilla estuvo dividida, no ha muchos años—, que Cataluña era de un señor, al cual llamaban conde, y Aragón era de otro señor, al cual llamaban rey; los cuales dos señores vinieron a juntarse por casamientos, y después, por armas, conquistaron el reino de Valencia que era de moros; y, andando el tiempo, lo uno y lo otro vino a juntarse con Castilla; y los reinos de Granada y Navarra tenían también sus señoríos, aunque ya ahora, a su despecho, el uno y el otro están debajo de la corona de Castilla; y Portugal, como veis, aun ahora está apartada de la corona de España, teniendo como tiene rey de por sí. La cual diversidad de señoríos, pienso yo que en alguna manera haya causado la diferencia de las lenguas, bien que cualquiera de ellas se conforma más con la lengua castellana que con ninguna otra; porque, aunque cada una de ellas ha tomado de sus comarcanos, como Cataluña que ha tomado de Francia y de Italia, y Valencia, que ha tomado de Cataluña, todavía veréis que principalmente tiran al latín, que es, como tengo dicho, el fundamento de la lengua castellana, de la cual, porque os tengo dicho todo lo que sé y puedo decir, no curo de hablar más. De la vizcaína querría saberos decir algo, pero, como no la sé ni la entiendo, no tengo que decir de ella sino solamente esto: que, según he entendido de personas que la entienden, también a ella se le han pegado muchos vocablos latinos, los cuales no se conocen, así por lo que les han añadido, como por la manera con que los pronuncian. Esta lengua es tan ajena de todas las otras de España, que ni los naturales de ella son entendidos por ella poco ni mucho de los otros, ni los otros de ellos. La lengua catalana dice que era antiguamente lemosina, que es ahora lengua de oc; se ha apurado tomando mucho del latín, sino que no le toma los vocablos enteros; y tomando algo del francés puro, y también del castellano y del italiano. La valenciana es tan conforme a la catalana, que el que entiende la una entiende casi la otra, porque la principal diferencia consiste en la pronunciación que se llega más al castellano, y así es más inteligible al castellano que la catalana. La portuguesa tiene más del castellano que ninguna de las otras, tanto que la principal diferencia que a mi parecer se halla entre las dos lenguas es la pronunciación y la ortografía.

MARCIO.— Siendo esto que decís así, ¿cómo en Aragón y Navarra, habiendo sido casi siempre reinos de por sí, se habla la lengua castellana?

VALDÉS.— La causa de esto pienso que sea que, así como los cristianos que se recogieron en Asturias debajo del rey don Pelayo, ganando y conquistando a Castilla, conservaron su lengua, así también los que se recogieron en algunos lugares fuertes de los montes Pirineos y debajo del rey don Garci Jiménez, conquistando a Aragón y Navarra, conservaron su lengua; aunque creo que también lo haya causado la mucha comunicación que estas dos provincias han siempre tenido en Castilla. Y la causa por que, según yo pienso, en el Andalucía y en el reino de Murcia la vecindad de la mar no ha hecho lo que en las otras provincias, es que los castellanos conquistaron estas provincias en tiempo que ya ellos eran tantos que bastaban para introducir su lengua, y no tenían necesidad del comercio de otras naciones para las contrataciones que sustentan las provincias.

MARCIO.— Bien me satisfacen esas razones, y, cuanto a esto, con lo dicho nos contentamos, y así queremos que dejéis a parte las otras cuatro lenguas y nos digáis solamente lo que toca a la lengua castellana.

VALDÉS.— Si me habéis de preguntar de las diversidades que hay en el hablar castellano entre unas tierras y otras, será nunca acabar, porque como la lengua castellana se habla no solamente por toda Castilla, pero en el reino de Aragón, en el de Murcia con toda el Andalucía, y en Galicia, Asturias y Navarra, y esto aun hasta entre la gente vulgar, porque entre la gente noble tanto bien se habla en todo el resto de España, cada provincia tiene sus vocablos propios y sus maneras de decir, y es así que el aragonés tiene unos vocablos propios y unas propias maneras de decir, y el andaluz tiene otros y otras, y el navarro otros y otras, y aun hay otros y otras, en tierra de Campos, que llaman Castilla la Vieja, y otros y otras en el reino de Toledo. De manera que, como digo, nunca acabaríamos.

PACHECO.— No os queremos meter en ese labirinto; solamente, como a hombre criado en el reino de Toledo y en la corte de España, os preguntaremos de la lengua que se usa en la corte, y si alguna vez tocaremos algo de esas otras provincias, lo recibiréis en paciencia.

VALDÉS.— Mientras me mandarais acortar la materia y no alargarla, de buena voluntad os obedeceré.

MARCIO.— ¿Creéis que la lengua castellana tenga algunos vocablos de la hebrea?

VALDÉS.— Yo no me acuerdo sino de solo uno, el cual creo se le haya pegado de la religión; este es abad, de donde viene abadessa, abadía y abadengo.

CORIOLANO.— Este último vocablo es muy nuevo para mí; no paséis adelante sin decirme qué quiere decir abadengo.

VALDÉS.— Porque en la lengua castellana de real se dice realengo, lo que pertenece al rey, quisieron los clérigos, con su acostumbrada humildad, por parecer a los reyes, que de abad se llamase abadengo, lo que pertenece al abad o abadía.

PACHECO.— ¿Os parece a vos que fueron muy necios?

VALDÉS.— No me empacho con clérigos. También saco por costal o talega es hebreo, de donde lo ha tomado el castellano, así como casi todas las otras lenguas que han sucedido a la hebrea.

MARCIO.— ¿Ay algunos vocablos deducidos de la lengua italiana?

VALDÉS.— Pienso yo que jornal, jornalero y jornada han tomado principio delgiorno que decís acá en Italia; es verdad que también se lo puede atribuir así Cataluña.

PACHECO.— Verdaderamente creo sea así como decís; nunca había mirado en ello.

VALDÉS.— Bien creo que haya también algunos otros vocablos tan propios castellanos que, sin tener origen de ninguna otra lengua, con el tiempo han nacido en la provincia.

MARCIO.— Cuanto al origen de la lengua, basta harto saber lo que nos habéis dicho. Ahora querríamos saber de vos, en lo que pertenece a la gramática, qué conformidad tiene la lengua castellana con las otras lenguas de que ha tomado vocablos con que ataviarse y componerse.

VALDÉS.— Muy larga me la levantáis, si queréis meterme en reglas gramaticales; pero, porque no digáis que no os obedezco, diré lo que así de presto se me ofrecerá.

MARCIO.— Nosotros nos contentamos con eso.

VALDÉS.— Cuanto a la conformidad, digo que se conforma la lengua castellana con la griega en esto, que tiene, como ella, sus artículos.

PACHECO.— ¿A qué llamáis artículos?

VALDÉS.— A el, la y lo, los y las.

PACHECO.— Ya lo entiendo.

MARCIO.— ¿De qué manera usáis de estos artículos?

VALDÉS.— El ponemos con los nombres masculinos diciendo el hombre, y laponemos con los nombres femeninos diciendo la muger; y lo juntamos a los nombres neutros diciendo lo bueno, pero de este solamente tenemos singular, y no plural como de los otros, que tenemos los para masculino, diciendo los hombres, y las para femenino, diciendo las mugeres.

CORIOLANO.— ¿Y para los otros casos tenéis artículos?

VALDÉS.— Para el genitivo masculino tenemos del, diciendo del hombre, y para el femenino de la, diciendo de la muger. Aunque yo creo, así en el un género como en el otro, sobre el artículo del nominativo se añade un de, sino que en el masculino se pierde la e, y por no decir de el hombre, decimos del hombre.

PACHECO.— Sin duda creo que sea así.

VALDÉS.— Estos mismos artículos sirven para el ablativo, porque cuando decimos: Del lobo un pelo y esse de la frente, aquel del lobo está en ablativo. De la misma manera en el dativo y acusativo ponemos sobre el artículo del nominativo una a, sino que en el masculino perdemos la e, diciendo: Dixo el asno al mulo: harre allá, orejudo, adonde aquel al está por a el. En el femenino no se pierde nada, porque decimos Dixo la sartén a la caldera: tira allá, culnegra. De la misma manera hacemos en el artículo neutro que en femenino, porque así, poniendo un de sobre el artículo del nominativo, formamos el del genitivo y ablativo, y poniendo una aformamos el del dativo y acusativo, porque decimos de lo para genitivo y ablativo, y a lo para dativo y acusativo: De lo contado come el lobo, etc . Y así como en el singular decimos el, del y al en el género masculino, y la, de la y a la en el femenino, así en el plural en el masculino decimos los, de los y a los, y en el femenino las, de las y a las; el artículo neutro ya he dicho que no tiene plural.

MARCIO.— Harto basta lo dicho cuanto a la conformidad de los artículos; proseguid adelante.

VALDÉS.— Con la lengua hebrea se conforma la castellana en no variar los casos, porque en el singular tienen todos ellos una sola terminación y en el plural otra, así como bueno y buenos, hombre y hombres. Con la misma lengua se conforma en poner en muchos vocablos el acento en la última, y en usar algunas veces el número singular por el plural, y así dice mucha naranja, passa o higo, por muchas naranjas, pasas ohigos. Se conforma también en juntar el pronombre con el verbo, diciendo dadle ytomaráse, como parece por este refrán: Al ruín dadle un palmo, y tomaráse quatro. Con la lengua latina se conforma principalmente en algunas maneras de decir, y en otras, como habéis oído, se conforma con la griega. Se conforma también con el latín en el abc, aunque difieren en esto, que la lengua castellana tiene una j larga que vale porgi, y tiene una que nosotros llamamos cerilla, la cual hace que la c valga por z; tiene más una tilde que en muchas partes, puesta sobre la n, vale tanto como g.

PACHECO.— De manera que, según eso, podremos bien decir que el abc de la lengua castellana tiene tres letras más que el de la latina.

CORIOLANO.— Aun hasta en esto queréis ganar honra; sea mucho en buena hora.

VALDÉS.— Cuanto a la gramática, con deciros tres reglas generales que yo guardo, pensaré haber cumplido con vosotros, las cuales a mi ver son de alguna importancia para saber hablar y escribir bien y propiamente la lengua castellana.

PACHECO.— Conmigo tanto, y aun sin decir ninguna, cumpliríais.

MARCIO.— ¿Por qué?

PACHECO.— Porque nunca fui amigo de estas gramatiquerías.

MARCIO.— Y aun por esto es regla cierta que tanto aprueba uno cuanto alcanza a entender; vos no sois amigo de gramatiquerías, porque no sabéis nada de ellas, y, si supieseis algo, desearíais saber mucho, y así por ventura seríais amigo de ellas.

PACHECO.— Puede ser que sería así, no lo contradigo. Decid vos vuestras tres reglas; quizá, sabidas, aprobaré la gramática.

VALDÉS.— La primera regla es que miréis muy atentamente si el vocablo que queréis hablar o escribir es arábigo o latino, porque, conocido esto, luego atinaréis cómo lo habéis de pronunciar o escribir.

MARCIO.— Está bien, pero eso más pertenece para la ortografía y pronunciación que para la gramática.

VALDÉS.— Así es la verdad, yo os digo lo que se me ofrece; ponedlo vosotros en el lugar que quisieseis.

MARCIO.— Bien decís, pero sería menester que nos dieseis alguna regla, la cual nos enseñase hacer diferencia entre esos vocablos.

VALDÉS.— Cuanto que yo no os sabría dar más que una noticia confusa, la cual os servirá más para atinar que para acertar.

MARCIO.— Con esa nos contentaremos; decídnosla.

VALDÉS.— Cuanto a lo primero, presuponed que por la mayor parte todos los vocablos que viereis que no tienen alguna conformidad con los latinos y griegos son arábigos; en los cuales casi ordinariamente veréis h, x o z, porque estas tres letras son muy anexas a ellos, y de aquí procede que los vocablos que tienen f en el latín, convertidos en el castellano, la f se torna en h, y así de faba decimos hava; y aun por la misma causa en muchas partes de Castilla convierten la s latina en x, y por sastre dicenxastre; lo mismo hacen comúnmente convirtiendo la c latina en z, y así por faciuntdicen hazen; las cuales todas son pronunciaciones que tienen del arábigo, pero son tan recibidas en el castellano que, si no es en el sastre y otros como él, en los demás se tiene por mejor la pronunciación y escritura arábiga que la latina. Esto os he dicho porque, si viereis un vocablo con una de estas tres letras, no penséis luego que es arábigo hasta haber examinado si tiene esta mudanza de letras o no. Cuanto a lo demás, sabed que casi siempre son arábigos los vocablos que empiezan en al, como almohada,alhombra, almohaça, alhareme; y los que comienzan en az, como azaguán, azar,azagaya; y los que comienzan en col, como colcha, colgajo, cohecho; y los que comienzan en ça, como çaherir, çaquiçamí, çafio; y los que comienzan en ha, comohaxa, haragán, harón; y los que comienzan en cha—, chi—, cho—, chu—, como chapín,chinela, choça, chueca; y los que comienzan en en, como enhelgado, enhaziado,endechas; y los que comienzan en gua, como Guadalherza, Guadalquevir,Guadarrama; y estos por la mayor parte son nombres de ríos o de lugares; y los que comienzan en xa, xe, como xáquima, xerga. De los vocablos latinos enteros no es menester daros regla, pues sin ella vosotros los conoceréis, como también atinaréis en los corrompidos poniendo en ello un poco de diligencia y trabajo. Pero advertid que, así como en los vocablos arábigos no está bien al castellano aquel pronunciar con la garganta que los moros hacen, así, tampoco en los vocablos latinos no conviene pronunciar algunas cosas tan curiosamente como las pronunciáis los latinos; esto digo por la superstición con que algunos de vosotros, hablando castellano, pronunciáis la s.

MARCIO.— Digo que tenéis mucha razón, y que tengo este aviso por muy bueno, considerando que tampoco nosotros pronunciamos en el latín los vocablos que tenemos de la lengua griega y de la hebrea con aquella eficacia y vehemencia que los pronuncian los griegos y hebreos.

VALDÉS.— La segunda regla consiste en saber poner en cada vocablo su propio artículo; quiero decir, juntar con el nombre masculino y neutro sus propios artículos, y decir: El abad de donde canta, de allí yanta y Al ruín cuando lo mientan, luego viene, y juntar con el nombre femenino los artículos femeninos, diciendo así: La muger y la gallina por andar se pierde aína, y El polvo de la oveja alcohol es para el lobo; de manera que ni al nombre masculino pongáis artículo femenino, ni juntéis con el femenino artículo masculino.

MARCIO.— ¿En qué conoceremos nosotros, entre los vocablos, cuál es de un género y cuál de otro?

VALDÉS.— Esa regla no os la sabré yo dar, porque nunca me he parado a pensarla; bien es verdad que he notado esto: que, por la mayor parte, los vocablos latinos guardan en el castellano el mismo género que en el latín, y digo por la mayor parte, porque hay muchos que no lo guardan así, como son los nombres de árboles, que en latín son, como sabéis, casi todos femeninos, y en castellano son casi todos masculinos, y los de la fruta son los más femeninos; pero por lo más ordinario veréis que los nombres en castellano guardan el género que en el latín de esta manera: que los nombres acabados en a, serán femeninos, y así por el consiguiente.

MARCIO.— Pues ¿por qué no ponéis la por artículo a todos los nombres femeninos?

VALDÉS.— Sí, la ponemos a todos, sacando aquellos que comienzan en a, así como arca, ama, ala, con los cuales juntamos el, diciendo el arca, el ama, el ala. Esto hacemos por evitar el mal sonido que hacen dos aes juntas, y de verdad parece mejor decir El mal del milano, el ala quebrada y el papo sano, que no la ala.

MARCIO.— ¿No sería mejor, por no caer en el inconveniente que parece sea poner artículo masculino al nombre femenino, perder la a del artículo y decir l'arca, l'ama,l'ala?

VALDÉS.— No me parecería mal, si se usase, pero como no se usa, yo por mí no lo osaría decir ni escribir.

MARCIO.— Pero, ¿no os parecería mal adonde lo vieseis escrito?

VALDÉS.— No, de ninguna manera. Esto es cuanto a los vocablos que o son latinos o tienen alguna parte del latín; cuanto a los otros, no os sabría dar regla ninguna. El mismo cuidado que habéis de tener en poner bien el artículo del nominativo conviene que tengáis en poner el del genitivo y acusativo, estando sobre aviso de hablar siempre de esta manera: Del monte salle quien el monte quema y Del lobo un pelo y ése de la frente, y Lo que da el nieto al agüelo y Allegadora de la ceniza y derramadora de la harina.

CORIOLANO.— Me parece que os aprovecháis bien de vuestros refranes, o como los llamáis.

VALDÉS.— Me aprovecho de ellos tanto como decís, porque, habiéndoos de mostrar por un otro ejemplo lo que quiero decir, me parece sea más provechoso amostrároslo por estos refranes, porque oyéndolos los aprendáis, y porque más autoridad tiene un ejemplo de estos antiguos que un otro que yo podría componer.

CORIOLANO.— Bien está, pero yo no entiendo los más de ellos.

VALDÉS.— Abasta que entendáis el propósito para que los digo; la sentencia otro día la entenderéis.

CORIOLANO.— Acepto la promesa; y decidme si tenéis por cosa de mucha importancia la observancia de estos artículos.

VALDÉS.— Yo os diré de qué tanta, que en Castilla tenemos por averiguado que un extranjero, especialmente si no sabe latín, por maravilla sabe usar propiamente de ellos, tanto que hay muchos vizcaínos en Castilla que, después de haber estado en ella cuarenta o cincuenta años, y sabiendo del resto muy bien la lengua, muchas veces pecan en el uso de los artículos. Por tanto, os aconsejo que miréis muy bien en ello.

MARCIO.— Así lo haremos como lo decís, por obedeceros.

VALDÉS.— Hacedlo por lo que os cumple, que a mí poco me importa. Más me cumple acabar esta jornada de hoy, y por esto paso a la tercera regla. Esta es que en la pronunciación de los vocablos miréis bien en qué sílaba ponéis el acento, porque muchas veces el acento hace variar la significación del vocablo, como parece en este refrán que dice: Dure lo que durare, como cuchara de pan, adonde, si ponéis el acento en las últimas sílabas del dure y durare, no diréis nada, porque haréis al uno pretérito y al otro futuro; pero, si en el dure ponéis el acento en la u, y en el durare en la a, la sentencia estará buena; y, si diciendo Quien haze un cesto hará ciento, en elhaze ponéis el acento en la última haciéndolo imperativo, gastaréis la sentencia; y por el contrario, si diciendo Quien sufrió calló y vido lo que quiso, en el calló ponéis el acento en la a, haciéndolo presente, no diréis nada. Esto mismo acontece en otros muchos verbos, como en burlo y lloro, diciendo: Quien con su mayor burló, primero riyó y después lloró. Y por esta causa, cuando yo escribo alguna cosa con cuidado, en todos los vocablos que tienen el acento en la última, lo señalo con una rayuela. Bien sé que tendrán algunos esta por demasiada y superflua curiosidad, pero yo no me curo, porque la tengo por buena y necesaria.

MARCIO.— Luego ¿esta es la causa que os mueve a señalar los acentos como hacéis?

VALDÉS.— Esta misma.

MARCIO.— Pues yo os certifico que esta de los acentos es una de las principales cosas con que yo venía armado contra vos, y paréceme lo que sobre esto decís tan bien, que no puedo dejar de aprobarlo, aunque hasta aquí me parecía cosa bien demasiada.

VALDÉS.— Me huelgo de haberos satisfecho antes que me lo preguntaseis.

MARCIO.— ¿Y querríais que todos usasen este señalar de acentos en el escribir?

VALDÉS.— Sí querría, a lo menos los que escriben libros de importancia y los que escriben cartas familiares a personas que no son naturales de Castilla, porque a poca costa les enseñarían cómo han de leer lo que les escriben.

MARCIO.— ¿Tenéis alguna regla cierta para esto de los acentos?

VALDÉS.— Ninguna tengo que salga siempre verdadera; es bien verdad que por la mayor parte los verbos que tienen el acento en la última son terceras personas, o de pretérito, como amó, o de futuro, como enseñará.

MARCIO.— ¿Habéis notado alguna otra regla que pertenezca al acento?

VALDÉS.— Ninguna, porque ya sabéis que las lenguas vulgares de ninguna manera se pueden reducir a reglas de tal suerte que por ellas se puedan aprender; y siendo la castellana mezclada de tantas otras, podéis pensar si puede ninguno ser bastante a reducirla a reglas. Y porque me habéis preguntado de la gramática, y pertenece también a ella saber juntar el pronombre con el nombre, quiero que sepáis que la lengua castellana siempre quiere el pronombre delante del nombre, si no es cuando el nombre está en vocativo, que entonces el pronombre sigue al nombre, de manera que, hablando bien, habéis de decir mi señor y mi señora, mi padre y mi madre, cuando están en nominativo, pero si estos nombres están en vocativo, habéis de decir señor mío yseñora mía, padre mío y madre mía. Mas quiero sepáis que, si estando estos nombres en vocativo, ponéis el pronombre antes que el nombre, hacéis que la cortesía sea mucho menor, y de aquí es que hay muy gran diferencia de escribir a una dama señora mía o mi señora, porque, luego que de industria os apartáis del propio estilo de la lengua en que habláis o escribís, mostráis tener por inferior a la persona con quien habláis, o a quien escribís.

MARCIO.— ¿Tenéis que esa regla sea siempre verdadera?

VALDÉS.— Yo por tal la osaría vender; bien puede ser que tenga alguna excepción de que yo no me acuerde.

PACHECO.— Mirad cómo habláis, porque ecepción, pues yo no lo entiendo, no es vocablo puro castellano.

VALDÉS.— Tenéis razón, pero, pues me hacéis hablar en esta materia en que yo no he visto cómo otros castellanos han hablado, es menester que sufráis me aproveche de los vocablos que más a propósito me parecerán, obligándome yo a declararos los que no entendieseis; y así digo que tener excepción una regla es tener algunas cosas que salen de aquella orden que la regla pone.

PACHECO.— Ya lo entiendo, y soy contento de sufriros el uso de estos vocablos, pero con la condición que decís.

VALDÉS.— También pertenece a la gramática el saber juntar el pronombre con el verbo, en lo cual veo un cierto uso, no sé de dónde sea nacido, y es que muchos dicenponeldo y embialdo por decir ponedlo y embiadlo; porque el poned y embiad es el verbo, y el lo es el pronombre, no sé qué sea la causa por que lo mezclan de esta manera; yo, aunque todo se puede decir, sin condenar ni reprehender nada, todavía tengo por mejor que el verbo vaya por sí y el pronombre por sí, y por esto digo: Al moço malo, ponedle la mesa y embiadlo al mandado. La misma razón hay en decirayudarte a por ayudaráte; yo siempre digo: Ayúdate y ayudaráte Dios. Lo mismo essacarte a o sacaráte, como diciendo: Cría cuervo, y sacaráte el ojo.

PACHECO.— ¿Qué me daréis y diré que con lo que habéis dicho estoy ya un poco aficionado a la gramática y me va ya pareciendo bien?

VALDÉS.— ¿Qué? Lo que dicen las viejas en mi tierra: Un correverás y otro que te hallarás, por que veáis en cuánto tengo que os parezcan mal o bien.

PACHECO.— Vos me habéis respondido como yo merecía. Proseguid adelante.

VALDÉS.— No tengo más que proseguir, ni vosotros os podréis quejar que no os he dicho hartas gramatiquerías.

MARCIO.— No, que no nos quejamos de lo dicho; pero nos quejaremos si no nos decís más.

VALDÉS.— Quejaos cuanto quisiereis, que a mí no se me ofrece otra cosa que deciros.

MARCIO.— Según eso, no debéis haber leído el Arte de Gramática Castellanaque dice que compuso vuestro Antonio de Librija para las damas de la serenísima reina doña Isabel, de inmortal memoria.

VALDÉS.— Así es verdad, que no lo he leído.

MARCIO.— ¿Por qué?

VALDÉS.— Porque nunca pensé tener necesidad de él, y porque nunca lo he oído alabar; y en esto podéis ver cómo fue recibido y cómo era provechoso que, según entiendo, no fue imprimido más que una vez.

PACHECO.— No importa; basta lo dicho cuanto a lo que pertenece a la gramática; mejor haréis en demandar lo que pertenece al poner en los vocablos más unas letras que otras.

VALDÉS.— ¿De qué os reís?

MARCIO.— Me río de ver cuán contra vuestra voluntad os hacemos hablar en estas niñerías, y me huelgo de considerar la paciencia con que las tratáis.

VALDÉS.— Dejad hacer; que algún día también yo me reiré de vosotros, o mal me andarán las manos.

MARCIO.— A vuestro placer, siempre me precié de tomar fiado; ahora decidme por qué unas veces escribís a con h y otras sin ella

VALDÉS.— Por hacer diferencia de cuando es verbo a cuando es preposición; y así siempre que es verbo la escribo con h, y digo: Quien ha buen vezino, ha buen maitino, y también: Quien asnos ha perdido, cencerros se le antojan; y cuando es preposición la escribo sin h, diciendo: A buen callar llaman sancho, y también: A carne de lobo, salsa de perro, y: A perro viejo no cuzcuz. Pero muy mejor veréis la diferencia que hay en el escribir a sin h o con ella en este refrán: Quien lengua ha, a Roma va; y para que veáis mejor lo que importa escribir a con aspiración o sin ella, mirad este refrán que dice: Quien no aventura no gana, el cual algunos no entienden por hallar escrita la primera a del aventura con aspiración, porque piensan ser razón que quiere decir: quien no tiene ventura no gana; en lo cual ya vosotros veis el engaño que reciben.

PACHECO.— Eso está bien dicho, pero ¿cómo hará quien no sabe conocer cuándo es verbo o cuándo es preposición?

VALDÉS.— Si no sabe latín tendrá alguna dificultad, aunque no mucha, si tiene un poco de discreción; si sabe latín, no tendrá ninguna, porque él mismo se lo enseñará. Bien es verdad que hay algunos que, aunque saben latín, son tan descuidados en el escribir que ninguna diferencia hacen en escribir de una manera o de otra, y todavía es mi opinión que la ignorancia de la lengua latina, que los tiempos pasados ha habido en España, ha sido muy principal causa para la negligencia que habemos tenido en el escribir bien la lengua castellana.

MARCIO.— Sin falta debe ser así; mas he notado en vuestras cartas que, en algunos vocablos, unas veces ponéis a al principio, y otras no, diciendo cevadado yacevadado, sentado y asentado, donde y adonde, llegado y allegado, ruga yarruga, vezado y avezado, basta y abasta, etc .

VALDÉS.— Si habéis bien mirado en ello, hallaréis que pongo a cuando el vocablo que precede acaba en consonante, y no la pongo cuando acaba en vocal; y así escribiendo este refrán, pongo: Haz lo que tu amo te manda, y siéntate con él a la mesa y no y asiéntate; como también en este: El abad de donde canta, de allí yanta, y no de adonde; pero, si no precede vocal, veréis que siempre pongo la a, como aquí:¿Adónde irá el buey que no are?, y aquí: Allégate a los buenos y serás uno dellos.

PACHECO.— Mucha observancia es esa, y mucho cuidado es menester para guardarla.

VALDÉS.— Así es verdad; y aun por eso no os digo yo lo que otros hacen, sino lo que yo procuro guardar, deseando ilustrar y adornar mi lengua. El que no quisiere tomar este trabajo, déjelo estar, que no por eso se irá al infierno.

PACHECO.— Bien está, pero vos juzgaréis que el que no guarda lo que vos, no escribe bien castellano.

VALDÉS.— Cuanto a eso, yo sé bien lo que haré.

MARCIO.— A mí, tanto, no me suena bien una a que algunos de vosotros ponéis en ciertas partes, como será diciendo atan bueno; y, como dice vuestro Cancionero general: O qué dichos atan vanos Yo no sé cómo os suena a vos esto; sé que nunca os lo veo usar.

VALDÉS.— Pues eso os debe bastar por respuesta; y sabed que aquella a es superflua, y que en las coplas la ponen por henchir el verso los ruines trovadores.

MARCIO.— Bien me place eso. Pero ¿por qué escribís truxo, escribiendo otrostraxo?

VALDÉS.— Porque es, a mi ver, más suave la pronunciación, y porque así lo pronuncio desde que nací.

MARCIO.— ¿Vos no veis que viene de traxit latino?

VALDÉS.— Bien lo veo, pero yo, cuando escribo castellano, no curo de mirar cómo escribe el latín.

PACHECO.— En eso tenéis razón, porque yo siempre me acuerdo oír decir: Fue la negra al baño y truxo que contar un año, y no traxo.

MARCIO.— No oso admitiros este truxo.

VALDÉS.— ¿Por qué?

MARCIO.— Porque veo y siento que muchos cortesanos, caballeros y señores dicen y escriben traxo.

VALDÉS.— Por la misma razón que ellos escriben su traxo escribo yo mi truxo; vosotros tomad el que quisiereis.

MARCIO.— Está bien, así lo haremos. Pero decidme por qué vos escribís siempree donde muchos ponen a.

VALDÉS.— ¿En qué vocablos?

MARCIO.— En estos: decís rencor por rancor, renacuajo por ranacuajo, rebañopor rabaño.

VALDÉS.— A eso no os sabré dar otra razón sino que porque así me suena mejor y he mirado que así escriben en Castilla los que se precian de escribir bien.

MARCIO.— ¿Por qué en los vocablos que comienzan en s, unas veces ponéis e y otras no?, ¿lo hacéis por descuido o por observancia?

VALDÉS.— Antes esta es una de las cosas principales en que miro cuando escribo, porque ni apruebo por bueno lo que hacen los que, queriendo conformar la lengua castellana con la latina, en los semejantes vocablos quitan siempre la e donde la latina no la pone; ni tampoco lo que hacen los que siempre la ponen, porque tengo por mejor, para conservar la gentileza de mi lengua, hacer de esta manera: que si el vocablo que precede acaba en e, no la pongo en el que se sigue, y así digo: casa de sgremidores y no de esgremidores, y el socorro de Scalona y no de Escalona; y si el vocablo precedente no acaba en e, la pongo en el que se sigue, y así digo: De los escarmentados se levantan los arteros.

MARCIO.— Bien me satisface eso; y primor es digno de ser alabado. Pero ¿a qué propósito ponéis unas veces en esta, este, esto, e al principio, y otras no, aunque el vocablo precedente no acabe en e?

VALDÉS.— Yo os diré; porque, como sabéis, unas veces esta, este y esto son verbos y tienen una significación, y otras veces son pronombres demostrativos y tienen otra significación; me ha parecido, por no hacer tropezar al letor, poner la e cuando son pronombres, porque el acento está en ella, y quitarla cuando son verbos, porque, estando el acento en la última, si miráis en ello, la primera e casi no se pronuncia, aunque se escriba.

CORIOLANO.— Mostradnos eso por algunos ejemplos.

VALDÉS.— Soy contento. Si tengo de escribir: En salvo stá el que repica o:Quien bien stá, no se mude, no escribo está; pero si tengo de escribir: Si tras éste que ando, mato, tres me faltan para quatro, o: Si desta escapo y no muero, nunca más bodas al cielo, no escribo ste ni sta.

CORIOLANO.— Ya lo entiendo muy bien.

MARCIO.— A la fe que es gentil primor este; porque a mí, tanto, muchas veces me hace tropezar, leyendo, el no saber así de presto conocer si aquel esta es pronombre o verbo; especialmente que algunas veces vienen a caer dos juntos, de los cuales el uno es pronombre y el otro verbo, que os hacen desatinar, como aquí: Está esta tierra tan estragada.

PACHECO.— No os puedo decir sino que, aunque no lo he visto usar sino a vos, me parece bien, pero no me obligaría a guardarlo.

VALDÉS.— En eso vos haréis como quisiereis; abasta que os parezca bien.

MARCIO.— En algunos vocablos habemos mirado que muchos de vosotros ponéis idonde otros ponen e.

VALDÉS.— Decid algunos.

MARCIO.— Vanedad o vanidad, envernar o invernar, escrevir o escrivir,aleviar o aliviar, desfamar o disfamar, etc .

VALDÉS.— Si bien habéis mirado en ello, en todos esos pongo yo siempre i y no eporque me parece mejor, y porque siempre lo he usado así y veo que los más primos en el escribir hacen lo mismo. Los que hacen el contrario, por ventura es por descuido.

MARCIO.— Por descuido no puede ser, porque Librija en su Vocabulario los escribe con e.

VALDÉS.— No me aleguéis otra vez para la lengua castellana el autoridad de Librija andaluz, que me haréis perder la paciencia.

MARCIO.— Soy contento, pero tampoco vos no os atuféis porque hombre os diga lo que le hace dudar, pues al fin se conforma con lo que vos decís.

VALDÉS.— En eso tanto ninguna razón tenéis. Vos queréis que os sufra yo vuestras preguntas malas o buenas y no me queréis sufrir a mí mi cólera sin razón o con ella.

PACHECO.— Sea de esta manera; que vos nos sufráis a nosotros nuestras preguntas y que nosotros os suframos a vos vuestra cólera. ¿Sois contento?

VALDÉS.— Contentísimo; porque os hago saber que para mí no hay igual tormento que no poderme enojar o mostrar enojo por lo que oigo o veo que no es según mi fantasía.

MARCIO.— Bien es que nos declaréis vuestra condición; y pues así es, dejad hacer a mí. ¿Cuál es mejor decir, taxbique o texbique, fraila o freila, trasquilar otresquilar?

VALDÉS.— Yo, en esos vocablos y en los semejantes a ellos, por mejor tengo usar la a que la e, y, si habéis mirado en ello, siempre la uso; y creo cierto, hacen lo mismo los que escriben con cuidado.

MARCIO.— Pues Librija…

VALDÉS.— No haya más Librija, por vuestra vida.

MARCIO.— ¡Picasteis! Pues más de otras diez veces os haré picar de la misma manera.

VALDÉS.— Buen tiempo tenéis; pues algún día me vendréis a la melena.

CORIOLANO.— ¿Cómo es eso? ¿Qué quiere decir a la melena?

VALDÉS.— No me he obligado a declararos los vocablos que hablo, sino a daros cuenta de lo que escribo.

MARCIO.— Tiene razón; dejadme decir: ¿Por qué escribís salliré por saldré que escriben otros?

VALDÉS.— Porque viene de sallir.

MARCIO.— Ahora os quiero meter en un laberinto, de donde habréis menester para descabulliros otro que palabras. Tres maneras de íes tenéis en la lengua castellana: una pequeña, otra larga, y otra griega, de las cuales, si mal no me engaño, usáis indiferentemente, lo cual tengo por gran falta de vuestra lengua, si no me dais alguna razón para ello.

VALDÉS.— No habéis dicho mal en llamarlo laberinto, pero estad atentos, que pienso quedaréis satisfechos, porque os mostraré cómo cada i de estas tiene su lugar propio donde ninguna de las otras está bien; y porque la i pequeña es más general, quiero hacer de esta manera, que os diré de estas otras primero, y, visto lo que se puede saber de estas, tendréis por dicho lo de la pequeña.

PACHECO.— Decís muy bien.

VALDÉS.— Cuanto a la j larga, ya al principio os dije cómo suena al castellano lo que al toscano gi, de manera que estará bien en todos los lugares que hubiere de sonar como vuestra gi, y mal en los que hubiere de sonar de otra manera. Está bien en mejor,trabajo, jugar, jamás, naranja, y así en todos los vocablos que tienen este ja, jo, ju.

PACHECO.— ¿Y en los que tienen je?

VALDÉS.— En esos no.

PACHECO.— ¿Cómo no? ¿Queréis que escribamos gente de la manera que escribimos gerra?

VALDÉS.— No quiero yo tal, porque guerra lo habéis de escribir con u, y genteno.

PACHECO.— ¿De manera que queréis pronunciemos la g con la e siempre como en gente?

VALDÉS.— Sí que lo quiero, porque así es el deber.

PACHECO.— Hágase así. Pero ¿por qué vos algunas veces ponéis gi en lugar de jlarga?

VALDÉS.— Porque esas veces será escribiendo a algún italiano, por acomodarme a su lengua, por ser mejor entendido.

MARCIO.— No me parece bien que, por acomodaros a la lengua ajena, saquéis la vuestra de sus quicios.

VALDÉS.— Vos tenéis razón, cuando de tal manera la sacase de sus quicios o quiciales, que el natural de mi lengua no me entendiese; pero, si me entiende tanto escribiendo megior como mejor, no me parece que es sacar de quicios mi lengua, antes adornarla con el ajena, mostrando que es tan general que, no solamente es entendida de los naturales, pero aun de los extraños.

MARCIO.— Decís muy bien; pasemos adelante; ya nos habéis dicho de la i larga; decidnos ahora de la griega.

VALDÉS.— En esta hay mayor dificultad, pero habéis de saber que la y griega tiene dos lugares adonde necesariamente se pone, y donde ninguna de las otras estará bien, y uno donde se pone impropiamente. El uno de los dos es cuando la y es consonante; el otro cuando es conjunción. El impropio es cuando se pone en fin de la parte. En todos los otros lugares creedme que no está bien.

MARCIO.— Mostrándonos eso por ejemplos habréis cumplido enteramente vuestra promesa.

VALDÉS.— Largamente os lo mostraré. Siempre que la y es consonante, yo pongo la griega, como será en mayor, reyes, leyes, ayuno, yunque, yerro; algunas veces parece que esta y griega afea la escritura, como es en respondyó, proveyó, y otros de esta calidad, pero yo no me curo de la fealdad, teniendo intento a ayudar la buena pronunciación; y con el que querrá hacer de otra manera no contenderé. De esta mismay griega uso cuando ay es verbo y cuando es interjección, y no cuando es adverbio, porque entonces escribimos . Y cuando es adverbio, oy, y no cuando es verbo, porque entonces escribimos . También escribimos ya y yo, porque la y es consonante. Cuando es conjunción, ponemos también y griega, diciendo Cesar y Pompeyo, etc . Impropiamente se pone en fin de algunos vocablos, adonde es vocal, como en assy,casy y ally. En todas las otras partes yo pongo la i pequeña, sin faltar ninguna.

MARCIO.— Y en los vocablos que tomáis del latín y del griego que tienen la ygriega, como son mysterio y sylaba, ¿usáis la y griega?

VALDÉS.— No.

MARCIO.— ¿Por qué?

VALDÉS.— Por no obligar al que no sabe latín ni griego a que escriba como el que lo sabe, pues todos podemos escribir de una misma manera, poniendo misterio y sílaba(y aun de aquí quito una de las eles, porque el que no es latino no pronuncie las dos eles juntas), y también porque no quiero poner y griega sino cuando es consonante; y, cuando es consonante, no quiero poner la pequeña. Y si queréis ver lo que importa, considerad que ley con y griega es muy diferente significación de leí con i pequeña; lo mismo veréis en rey o reí.

MARCIO.— ¿Qué os parece de esta observación, por vuestra fe?

PACHECO.— Me parece tan bien que la tengo por la mejor que aquí ha dicho, puesto caso que las otras son muy buenas; yo por mí, tanto os confieso que no había mirado en tanto primor.

MARCIO.— ¿De aquí adelante pensáis guardar estas reglas?

PACHECO.— Sí, mientras me acordare de ellas; a lo menos las guardaré cuando escribiere cosa que haya de andar por manos de algunos; y aun querría corregir por ellas todo lo que hasta aquí he escrito.

MARCIO.— No vi en mi vida hombre de vuestra tierra que fuese dócile sino a vos.

PACHECO.— ¿Qué quiere decir dócile?

VALDÉS.— Dócile llaman los latinos al que es aparejado para tomar la doctrina que le dan, y es corregible.

PACHECO.— Mirad, señores, así como no todos los que traen hábitos y cugullas son frailes, así tampoco son todos porfiados los que son de mi tierra, porque hay de unos y de otros.

MARCIO.— Mientras que vos hablareis de esa manera, amigo seréis del señor Valdés; y dejando esto, que es perder tiempo, nos decid: ¿por qué en lugar del et latino e italiano ponéis unas veces y griega y otras e?

VALDÉS.— Solamente pongo e cuando el vocablo que se sigue comienza en i, como en lo que vos acabáis de decir ahora: latino e italiano.

PACHECO.— Es muy bien dicho y muy bien mirado, aunque es, en la verdad, recia cosa obligaros a tantas sutilezas sin necesidad.

VALDÉS.— Sí que es recia sin necesidad, pero con necesidad no es recia, y de necesidad tiene de observar todo esto el que quiere escribir bien y propiamente, y ninguna cosa voluntaria es dificultosa.

MARCIO.— Digo que tenéis razón en esto. Pero decidnos: ¿cuál tenéis por mejor,ospital o espital?

VALDÉS.— Ni el uno ni el otro tengo por buenos, porque veo que aunque la pobreza es de todos muy alabada, de todos es muy aborrecida y menospreciada.

MARCIO.— Dejaos de decir donaires; no os pregunto sino cuanto a lo que pertenece al vocablo.

VALDÉS.— Por mejor vocablo tengo ospital, y veréis que pocos dicen ni escribenespital.

MARCIO.— Pues Librija…

VALDÉS.— Tornaos ahí con vuestro Librija; ¿no os digo que lo dejéis estar?

MARCIO.— Ya habéis picado otra vez.

VALDÉS.— Andaos a decir donaires; y antes que paséis adelante, diré esto en disculpa de Librija, que por ventura escribe espital, porque en su tierra este vocablo quedó entero del griego vulgar, porque ellos dicen espital.

MARCIO.— En estos vocablos que diré, como son abundar o abondar, rufián orofián, ruído o roído, cubrir o cobrir, jaula o jaola, tullido o tollido, riguroso origoroso, ¿cuál tenéis por mejor, la u o la o?

VALDÉS.— En todos esos yo siempre escribo la u, porque la tengo por mejor; creo hacen así los más.

MARCIO.— ¿Tenéis por bueno lo que algunos hacen, especialmente escribiendo libro, poniendo una v que parece superflua, donde, por decir yo os diré, dicen yo vos diré, y dicen también porque vos hablen, por porque os hablen?

VALDÉS.— Si lo tuviese por bueno, lo usaría; pero por eso no lo uso, porque no lo tengo por tal; y esa tal v nunca la veréis usar a los que ahora escriben bien en prosa, bien que, a la verdad, yo creo que sea manera de hablar antigua.

MARCIO.— A la u y a la o nunca acabo de tomarles tino, porque unos mismos vocablos veo escritos unas veces con la una letra y otras con la otra. Acerca de esto deseo me digáis vuestro parecer.

VALDÉS.— Tenéis muy gran razón en lo que decís; pero habéis de notar que la mayor parte de este error nace de los vizcaínos, porque jamás aciertan cuándo han de poner la una letra o cuándo la otra; pecan también algunas veces los castellanos en el mismo pecado, pero pocas, y una de ellas es cuando la o es conjunción disyuntiva, poniendo u en lugar de la o, lo cual de ninguna manera me contenta; y si habéis mirado en ello, siempre escribo o, diciendo: O rico o pinjado, o muerto o descalabrado. Bien es verdad que, cuando el vocablo que se sigue comienza en o, yo uso u, diciendo:Esto u otro lo hará; pero, mientras puedo excusarme de que la necesidad me fuerce a poner u, me excuso, porque no me suena bien; y porque usamos de dos maneras de úes, una de dos piernas y otra casi redonda, habéis de saber que de estas yo no uso indiferentemente, antes tengo esta advertencia: que nunca pongo la u de dos piernas sino donde la u es vocal; en todas las otras partes casi siempre uso de la otra, y aun también a principio de parte, pero aquí más por ornamento de la escritura que por otra necesidad ninguna. Otra cosa observo; que si el vocablo comienza en u vocal, y después de la u se sigue e, yo pongo una h antes de la u, y así digo huevo, huerto, huesso, etc . Hay algunos que ponen g adonde yo pongo h, y dicen güevo, güerto, güesso; a mí oféndeme el sonido y por eso tengo por mejor la h.

MARCIO.— Está bien esto. Pero enseñadnos aquí cómo hacéis cuando queréis huir de que vengan en lo que escribís muchas vocales juntas, porque tengo este por gran primor en el escribir.

VALDÉS.— Esa es cosa que no se puede enseñar sino teniendo un libro castellano en la mano. ¿Tenéis aquí alguno?

MARCIO.— Pienso que no.

VALDÉS.— Pues acordaos, cuando lo tengáis, que yo os lo mostraré; ahora solamente os quiero decir que, huyendo yo cuanto me es posible de la conjunción de muchas vocales, cuando la necesidad forzosamente las trae, procuro ensolverlas, y así escribo de esta manera: En achaque de trama stâca nuestrâma, donde, poniendo todas las vocales, había de escribir está acá y nuestra ama, y de la misma manera: Ninguno no diga: destâgua no beveré, por de esta agua.

CORIOLANO.— Eso habéis vos tomado del griego, y aun del italiano.

VALDÉS.— La pronunciación ni la he tomado del uno ni del otro; la escritura sí; pero ¿no os parece a vos que es prudencia saberse hombre aprovechar de lo que oye, ve y estudia, siendo aquél el verdadero fruto del trabajo?

CORIOLANO.— No solamente tengo eso por prudencia, pero tendría el contrario por ignorancia.

MARCIO.— Veo en vuestras cartas que en algunos vocablos ponéis b adonde otros no la ponen, y decís cobdiciar, cobdo, dubdar, súbdito; querría saber por qué lo hacéis así.

VALDÉS.— Porque a mi ver los vocablos están más llenos y mejores con la b que sin ella, y porque toda mi vida los he escrito y pronunciado con b.

MARCIO.— Siempre que escribo algún vocablo que comience en c o en q, y después se siga u, estoy en duda si tengo de poner c o q, y mirando el Vocabulario de Librija, hallo que los escribe casi todos con c. Mirando vuestras cartas, hallo muchos más escritos con q que con c; deseamos nos digáis qué es lo que acerca de esto guardáis.

VALDÉS.— Ya os tengo dicho que no me aleguéis a Librija.

MARCIO.— Perdonadme por esta vez, que fue sin malicia.

VALDÉS.— Soy contento, y os digo que en esto no tengo regla ninguna que daros, salvo que, pareciéndome que conviene así, a todos los nombres que significan número, como quatro, quarenta, pongo q, y también a los pronombres, como qual; y de verdad son muy pocos los que me parece se deben escribir con c; pero todavía hay algunos, como cuchara, que decimos: Dure lo que durare, como cuchara de pan, y comocuero, que también decimos: Bolsa sin dinero, dígole cuero. Y si uno, siendo natural de la lengua, quisiere con diligencia mirar en ello, la misma pronunciación le enseñará cómo ha de escribir el vocablo, porque verá que los que se han de escribir con q, tienen la pronunciación más hueca que los que se han de escribir con c, los cuales la tienen mucho más blanda; sé que más vehemencia pongo yo cuando digo quaresma, que no cuando cuello.

PACHECO.— En eso no hay que dudar, sino que es así como decís.

MARCIO.— Un donaire muy grande he notado en vuestras cartas; que en algunos vocablos no os contentáis con la e ordinaria que los castellanos añadís en los vocablos que comienzan en s, sino ponéis otra añadidura con una d; de manera que, habiendo hecho de scabullir, escabullir, y de sperazar, esperezar, vos hacéis descabullir ydesperezar.

VALDÉS.— Mayor donaire es querer vos ser juez en la provincia donde no sabéis las leyes; ¿no habéis oído decir que cada gallo cante en su muladar?

MARCIO.— Sí que lo he oído decir, pero esto es tan claro que me parece poder hablar en ello como en cosa tan propia mía como vuestra.

VALDÉS.— Pues no os parezca, por vuestra vida; y sabed que la gentileza de la lengua castellana, entre las otras cosas, consiste en que los vocablos sean llenos y enteros, y por esto siempre me veréis escribir los vocablos con las más letras que puedo, si ya no son algunas letras que indiscretamente se han mezclado en algunos vocablos, de los cuales por ventura, antes que de aquí vamos, nos toparemos con algunos; pero esto no cabe en ninguno de los que habéis dicho ahora; ni tampoco soy de vuestra opinión en cuanto a las añadiduras que decís; antes pienso que el primero que comenzó a usar estos vocablos en la lengua castellana los usó así enteros como yo los escribo.

PACHECO.— Más os valiera callar, pues, yendo por la lana, habéis tornado trasquilado.

MARCIO.— Así es verdad que torno trasquilado, pero también llevo lana, pues he sabido lo que hasta ahora no sabía. Pero dejemos esto; ¿qué es la causa porque vos no ponéis una d entre dos aes como la ponen muchos, diciendo ad aquel, y así en otras partes?

VALDÉS.— Eso hacen solamente algunos aragoneses, lo cual, según parece, hacen por huir el mal sonido que causan dos aes juntas; pero, a mi ver, por huir de un inconveniente caen en dos: el uno es que dan a la lengua lo que no es suyo, y el otro que no alcanzan lo que pretenden, que es adobar el mal sonido, porque, si bien lo consideráis, peor suena decir ad aquel que a aquel.

MARCIO.— Digo que, si sólo por eso ponen la d, ellos a mi ver lo yerran, porque, allende de lo que vos habéis dicho, no tienen autoridad de ninguna otra lengua que haga una cosa semejante donde se puedan fundar; por tanto, de hoy más, yo les dejo su d, que allá se avengan con ella. Y vos decidnos por qué entre vosotros, unos ponéis algunas veces una d al fin de las segundas personas de los imperativos, y otros siempre la dejáis, escribiendo unas veces tomá, otras tomad; unas comprá, otras comprad; unascomé, otras comed.

VALDÉS.— A los que no la ponen querría que demandaseis por qué la dejan, que yo que la pongo, bien os diré la causa.

MARCIO.— Esa nos abasta a nosotros saber.

VALDÉS.— La pongo por dos respetos: el uno por henchir más el vocablo, y el otro por que haya diferencia entre el toma con el acento en la o, que es para cuando hablo con un muy inferior, a quien digo , y tomad con el acento en la a, que es para cuando hablo con un casi igual, a quien digo vos; lo mismo es en compra y comprad, en corre y corred, etc .

MARCIO.— Cuanto a esto, yo quedo bien satisfecho, y holgaría me satisficieseis también a lo que ahora os preguntaré; ¿qué es la causa por que vos escribís con h casi todos los vocablos que el latino escribe con f? Y sabed que lo que me hace estar más maravillado de esto, es ver que muchos castellanos los escriben con f.

VALDÉS.— Si os acordaseis bien de lo que habemos dicho, hallaríais que estáis respondido a eso; pero, pues tenéis mala memoria, torno a decir que de la pronunciación arábiga le viene a la castellana el convertir la f latina en h; de manera que, pues la pronunciación es con h, yo no sé por qué ha de ser la escritura con f, siendo fuera de propósito que en una lengua vulgar se pronuncie de una manera y escriba de otra; yo siempre he visto que usan la h los que se precian de escribir el castellano pura y castellanamente; los que ponen la f son los que, no siendo muy latinos, van trabajando de parecerlo.

MARCIO.— No me desplace lo que decís, pero veo también que en vocablos que no son latinos hacéis lo mismo.

VALDÉS.— Y en esos mucho mejor quiero guardar mi regla de escribir como pronuncio.

PACHECO.— No sé yo si osaríais vos decir eso en la Cancellería de Valladolid.

VALDÉS.— ¿Por qué no?

PACHECO.— Porque os apedrearían aquellos notarios y escribanos que piensan levantarse diez varas de medir sobre el vulgo, porque con saber tres maravedís de latín hacen lo que vos reprehendéis.

VALDÉS.— Por eso me guardaré yo bien de írselo a decir a ellos. Ni aun a vosotros no lo dijera, si no me hubierais importunado.

PACHECO.— ¿Por qué?

VALDÉS.— Porque es la más recia cosa del mundo dar reglas en donde cada plebeyo y vulgar piensa que puede ser maestro.

PACHECO.— Aunque sea fuera de propósito, os suplico me digáis a quién llamáis plebeyos y vulgares.

VALDÉS.— A todos los que son de bajo ingenio y poco juicio.

PACHECO.— ¿Y si son altos de linaje y ricos de renta?

VALDÉS.— Aunque sean cuan altos y cuan ricos quisieren, en mi opinión, serán plebeyos si no son altos de ingenio y ricos de juicio.

MARCIO.— Esa filosofía no la aprendisteis vos en Castilla.

VALDÉS.— Engañado estáis; antes, después qué vine en Italia, he olvidado mucha parte della.

MARCIO.— Será por culpa vuestra.

VALDÉS.— Si ha sido por culpa mía o no, no digo nada; basta que es así, que mucha parte de la que vos llamáis filosofía, que aprendí en España, he olvidado en Italia.

MARCIO.— Esa es cosa nueva para mí.

VALDÉS.— Pues, para mí, es tan vieja que me pesa.

MARCIO.— No quiero disputar con vos esto, pues tan bien me habéis satisfecho en lo que os he preguntado.

VALDÉS.— Me huelgo que os satisfaga, pero más quisiera satisfacer a Garcilaso de la Vega, con otros dos caballeros de la corte del Emperador que yo conozco.

MARCIO.— Si no se satisficieren cuando vieren alguna cosa donde estuviere guardada la regla que decís, ellos sabrán por qué; basta que nosotros quedamos satisfechos. Pero, ¿sabéis qué querría?

VALDÉS.— ¿Qué?

MARCIO.— Que en los vocablos que claramente tomáis del latín, los cuales se escriben con dos efes, no les quitaseis ninguna, de manera que dijeseis affetto y noafeto.

VALDÉS.— También lo querría yo, pero sería dificultoso de introducir, por la poca plática que hay de la lengua latina entre los más de nosotros.

MARCIO.— A lo menos, si no podéis hacer que lo usen los otros, usadlo vos.

VALDÉS.— Soy contento, yo lo haré así de aquí adelante.

MARCIO.— Está bien. Decidme ahora si resgate y rescate es todo uno.

VALDÉS.— Todo, y el propio es rescate.

MARCIO.— Pues ¿por qué algunos escriben resgate?

VALDÉS.— Por ventura por hacer el contrario de lo que el castellano hace en vuestro sgombrar, que, mudando la g en c y añadiendo su ordinaria e, dice escombrar.

CORIOLANO.— ¿Qué quiere decir escombrar en castellano?

VALDÉS.— Casi lo mismo que sgombrar en italiano.

CORIOLANO.— Según eso, hurtado nos habéis este vocablo.

MARCIO.— Sí, por cierto, hallado os habéis la gente que se anda a hurtar vocablos.

CORIOLANO.— Tenéis razón, no supe lo que me dije.

VALDÉS.— Siempre vosotros estáis armados de espada y capa, para herirnos cuando nos veis algo descubierto; pues ya sabéis que donde las dan, allí las toman.

MARCIO.— Lo sé muy bien, y en esto tanto no quiero contender con vos, con tanto que me digáis cuál tenéis por mejor; decir quige y quigera, o quise y quisiera, y cuál os contenta más, escribir vigitar o visitar, porque veo algunos, y aun de los cortesanos principales, usar más la g que la s.

VALDÉS.— Yo por muy mejor tengo la s, y creo que la g no la habéis oído usar a muchas personas discretas nacidas y criadas en el reino de Toledo o en la corte, si ya no fuese por descuido.

MARCIO.— En la verdad creo sea así, aunque no fuese sino porque el vigitar tiene a mi ver del villanesco. Ahora decidme: ¿cuál os contenta más, escribir rígase oríyase?

VALDÉS.— Yo por mejor tengo ríyase, con tanto que la primera i sea pequeña, porque es vocal, y la segunda sea griega, porque es consonante; la g yo no sé por qué se ha enjerido allí; siempre diré: Ande yo caliente y ríyase la gente.

MARCIO.— Bien me place esto. Y ahora que nombrasteis la g, me acuerdo que en los vocablos latinos, adonde después de la g se sigue n, unas veces veo que quitáis la g, y otras veo que la ponéis. ¿Por qué hacéis esto?

VALDÉS.— Cuando escribo alguna carta particular en castellano para algún italiano, pongo la g por la misma causa que en lugar de la j larga pongo gi; pero, cuando escribo para castellanos, y entre castellanos, siempre quito la g, y digo sinificar y nosignificar, manífico y no magnífico, dino y no digno; y digo que la quito porque no la pronuncio; porque la lengua castellana no conoce de ninguna manera aquella pronunciación de la g con la n; y lo veréis porque no dice segnor, sino señor, sirviéndose de la tilde donde vosotros os servís de la g. De manera que, cuando bien yo quisiese que el castellano pronunciase como vosotros el manífico y el sinifico, pondría en lugar de vuestra g nuestra tilde, como hago en iñorancia, y diría mañífico y siñifico. ¿Qué os parece de esto, señor?

PACHECO.— Me parece tan bien que no os lo oso alabar, porque no me tengáis por lisonjero.

MARCIO.— Si va a decir las verdades, os digo que tengo sospecha que vosotros os vais haciendo del ojo para que apruebe el uno lo que dice el otro. Hacedlo en buena hora, no me doy nada; y decidme a qué propósito hacéis tantos potajes de la h, que jamás puede la persona atinar adónde está bien o dónde está mal.

VALDÉS.— En eso tanto tenéis mucha razón, porque es así que unos la ponen adonde no es menester, y otros la quitan de donde está bien. La ponen algunos en hera,havía y han, y en otros de esta calidad, pero esto lo hacen los que se precian de latinos; yo, que querría más serlo que preciarme de ello, no pongo la h, porque leyendo no la pronuncio. Hallaréis también una h entre dos ees, como en leher, veher, pero de esto no curéis, porque es vicio de los aragoneses, lo cual no permite de ninguna manera la lengua castellana. Y otros la quitan, digo la h, de donde está bien, diciendo ostigar,inojos, uérfano, uésped, ueste, etc. , por hostigar, hinojos, huérfano, huésped,hueste; y haciendo esto caen en dos inconvenientes: el uno es que defraudan los vocablos de las letras que les pertenecen, y el otro que apenas se pueden pronunciar los vocablos de la manera que ellos los escriben. Hay otra cosa más, que, haciéndose enemigos de la h, ninguna diferencia hacen entre e cuando es conjunción, y he cuando es verbo, porque siempre la escriben sin h, en lo cual, como os he dicho del ha, yerran grandemente. Aun juegan más con la pobre h, poniendo algunas veces, como ya os he dicho, la g en su lugar, y así dicen güerta, güessa, güevo, por huerta, huessa, huevo, etc. , en los cuales todos yo siempre dejo estar la h, porque me ofende toda pronunciación adonde se juntan la g con la u, por el feo sonido que tiene.

PACHECO.— Así es verdad que el sonido es feo, pero como veis es más claro.

VALDÉS.— Séase cuan más claro vos quisiereis, que yo por mí nunca escribiré ni pronunciaré de otra manera que he hecho hasta aquí; y si queréis ver el amistad que la lengua castellana tiene con la h, acordaos que ya dos veces os he dicho que casi en todos los vocablos que tiene latinos, si comienzan en efe, convierte la f en h, diciendo por ferrum, hierro, cuando significa metal, como en este refrán: A fuerça de villano, hierro en medio, y en este: Cargado de hierro, cargado de miedo. Pero advertid que, cuando tomamos este vocablo que signifique error, no le escribimos con h, como aquí:Quien yerra y s'enmienda, a Dios se encomienda; y notad que la y ha de ser griega, porque es consonante. También decimos, por fava, hava: Da Dios havas a quien no tiene quixadas. Y aun la g latina convertimos algunas veces en h, diciendo hermanopor germano: Medio hermano, remiendo de mal paño.

PACHECO.— Aunque más digáis que nos hacemos del ojo, no callaré esto, que lo dicho de la h está muy bien considerado.

MARCIO.— ¿Cuál tenéis por mejor, decir árvol, o árvor?

VALDÉS.— Aunque árvor es más latino, tengo por mejor decir árvol.

MARCIO.— ¿Y cuál os contenta más, llanto o planto?

VALDÉS.— Por mejor tengo decir planto.

MARCIO.— Y entre salir y sallir ¿hacéis alguna diferencia?

VALDÉS.— No, cuanto a la significación, pero tengo por mejor decir: El mal vezino vee lo que entra y no lo que salle que no lo que sale. así como también me contenta más resollar que resolgar. Esta variación de letras en los vocablos creo sea nacida más presto por inadvertencia de los que hablan y escriben, variando cuando una letra o cuando otra, que no por industria.

MARCIO.— Verdaderamente creo sea así. Pero veamos ¿cuál tenéis por mejor decir levar o llevar?

VALDÉS.— Yo por mejor tengo decir llevar, aunque no fuese sino porque levartambién significa levantar.

CORIOLANO.— Uno de los tropiezos en que yo caigo cuando leo algunas cosas en castellano es el de las dos eles, porque como no las pronunciáis como nosotros, nunca acabo de caer en la pronunciación de ellas.

VALDÉS.— Con esto que os diré, si quisiereis estar sobre aviso cuando leéis, no tropezaréis jamás en este canto. Esto es que el castellano pronuncia siempre las dos eles como vosotros pronunciáis la g con l y con i, de manera que vosotros escribísgagliardo, y nosotros gallardo, y todos lo pronunciamos de una misma manera; y lo mismo acontece en los otros vocablos semejantes a este.

CORIOLANO.— Por esto dicen que más ven cuatro ojos que dos. Ya yo no tropezaré más en esto. Proseguid adelante.

MARCIO.— En los verbos compuestos con pronombre hay muchos que convierten una r en l, y por lo que vos decís dezirlo y hazerlo, ellos dicen dezillo y hazello. Decidnos acerca de esto lo que os parece.

VALDÉS.—

Lo uno y lo otro se puede decir; yo guardo siempre la r porque me contenta más. Es bien verdad que en metro muchas veces está bien el convertir la r en l por causa de la consonante, como veréis en esta pregunta que envió un caballero a otro, la cual dice así:


¿Quês la cosa que sin ella


más claramente la vemos


y si acaso la tenemos


no sabemos conocella?


Quanto ella es más perfeta


en aquel que la possee,


tanto a él es más secreta


y todo el mundo la vee.

Adonde, como veis, dijo conocella y no conocerla porque respondiese al ella.


MARCIO.— Antes que paséis adelante, decidnos qué cosa es ésa que tiene tantas contrariedades.

VALDÉS.— Si os la dijese, la sabríais.

MARCIO.— Y aun por saberla os lo preguntamos.

VALDÉS.— Pues quedaos ahora con ese deseo.

MARCIO.— Descortésmente lo hacéis. Lo sufrimos porque vos nos sufráis a nosotros nuestras importunas preguntas.

VALDÉS.— Como mandareis.

MARCIO.— ¿Qué parecer es el vuestro acerca del poner m o n antes de la p y de lab?

VALDÉS.— Por mi fe, en eso tanto nunca seré muy supersticioso. Bien sé que el latín quiere la m, y que a la verdad parece que está bien, pero, como no pronuncio sinon, huelgo ser descuidado en esto, y así, por cumplir con la una parte y con la otra, unas veces escribo m, y otras n; y así tanto me da escribir: Duro es el alcacer para çampoñas, como para çanpoñas, y de la misma manera escribo: A pan de quinze dias, hanbre de tres semanas, como hambre.

MARCIO.— Pero todavía tendréis por mejor la m que la n.

VALDÉS.— Así es verdad.

MARCIO.— Adonde vos escribís estonces, y assí, y desde, otros escribenentonces, ansí, y dende, mudando la s en n. ¿Tenéis alguna razón que os mueva a escribir s antes que n?

VALDÉS.— La principal razón que tengo es el uso de los que bien escriben; podría también aprovecharme del origen de los vocablos, pero no quiero entrar en estas gramatiquerías. Os baste saber que, a mi parecer, en los vocablos que habéis dicho está mejor la s que la n, la cual creo se ha metido allí por inadvertencia.

PACHECO.— Y aun yo soy de la misma opinión, aunque algún tiempo me pareció mejor decir entonces que estonces, pero ya me he desengañado.

MARCIO.— Dos vocablos hallo de los cuales vos, no sé por qué, quitáis una n, diciendo por invierno y lenxos, ivierno y lexos. ¿Lo hacéis por industria o por descuido?

VALDÉS.— El descuido creo yo que está en los que ponen la n sin propósito ninguno. Y esta es una de las letras que yo digo que por inadvertencia se han mezclado en algunos vocablos.

MARCIO.— Yo bien creo que sea así. Pero, siendo esfera vocablo griego, ¿por qué vos lo escribís con f y otros con p, escribiéndolo el griego con ph?

VALDÉS.— Los que lo escriben con p, darán cuenta de sí; yo lo escribo con f por conformar mi escritura con la pronunciación.

MARCIO.— ¿Y hacéis lo mismo en los otros nombres griegos que el latino escribe con ph, como son philosophía y phariseo?

VALDÉS.— Lo mismo, y por la misma razón.

MARCIO.— A algunos oigo pronunciar guerra y tierra, y así otros vocablos que se escriben con dos erres, como si se escribiesen con sola una, y muchas veces he dudado si lo hacen por primor o por ignorancia. ¿Qué me decís acerca de esto?

VALDÉS.— Que ni lo hacen por primor ni por ignorancia, sino por impedimento de sus propias lenguas, que no pueden pronunciar aquel sonido espeso que hacen las dos erres juntas.

MARCIO.— ¿Cuál tenéis por mejor decir querido o quesido?

VALDÉS.— Yo nunca jamás escribo quesido, sino querido, porque viene de querer.

MARCIO.— Bien me contenta. En muchos vocablos he mirado que escribís dos eses adonde otros se contentan con una, y una donde otros ponen dos. ¿Tenéis alguna regla para esto?

VALDÉS.— La regla más general que para ello tengo es doblarla en todos los nombres superlativos, como son boníssimo y prudentíssimo, y en todos los nombres que acaban en essa, como huessa, condessa, abadessa, y en los que acaban en esse, como interesse, en la cual terminación acaban muchas personas en los verbos, comohiziesse, truxesse, llevasse, etc. ; y en los que acaban en esso, como huesso, professo,traviesso; y, generalmente pongo dos eses cuando la pronunciación ha de ser espesa, y donde no lo es, pongo una sola.

MARCIO.— Bien me contentan estas reglas. Pero decidme: ¿haréis alguna diferencia entre asperar y esperar?

VALDÉS.— Yo sí, diciendo asperad en cosas ciertas, y esperad en cosas inciertas, como vosotros usáis de aspettar y sperar, y así digo: aspero que se haga hora de comer y digo: espero que este año no avrá guerra. Bien sé que pocos o ninguno guarda esta diferencia, pero a mí me ha parecido guardarla por dar mejor a entender lo que escribo.

PACHECO.— Yo tan nunca guardé esta diferencia, ni la he visto guardada.

MARCIO.— No os maravilléis, que ni aun en los dos vocablos italianos la guardan todos; es bien verdad que la guardan los que la entienden, y así me parecerá bien que en los dos vocablos españoles la guarden también los que la entienden, de manera que el que lee entienda qué ha de entender por esperar, qué por asperar, y qué por confiar; los cuales tres vocablos por el ordinario confunden los que escriben. Y pues esto está bien dicho, decidme: ¿cuál es mejor escribir cien sin t o cient con t?

VALDÉS.— Muchas veces he estado en duda cuál tomaría por mejor, y al fin me he determinado en escribir sin t, y decir: Un padre para cien hijos, y no cien hijos para un padre.

MARCIO.— Lo mismo que me prometisteis de hacer en las dos efes, quiero que me prometáis en los vocablos que el latín escribe con dos tees o con ct, como affetto,dotto, perfetto, respetto.

VALDÉS.— Esto es un poco más durillo, pero todavía, pues es bueno, no os lo quiero negar.

MARCIO.— Os lo tengo en merced. ¿Qué os parece de lo que muchos hacen en algunos vocablos, escribiéndolos unas veces con t y otras veces con d?

VALDÉS.— Me parece que hacen mal en no estar constantes en una misma manera de escribir. Pero decidme: ¿qué vocablos son esos?

MARCIO.— Son duro y turo; tresquilar y desquilar.

CORIOLANO.— ¿Qué decís? ¿vos no veis que turo y duro no son una misma cosa?

MARCIO.— ¿Cómo no?

CORIOLANO.— Porque, según a mí me han dicho, turo quiere decir duravit, yduro toman por escasso, hablando metafóricamente, porque del escasso no se saca más çumo que de una piedra.

VALDÉS.— En eso tanto más os engañáis vos, no haciendo diferencia entre duro, con el acento en la u, que significa, como habéis dicho, escasso, y así decimos: Más da el duro que el desnudo, y duró con el acento en la última, que significa durar. Porque veáis si hace al caso señalar los acentos.

CORIOLANO.— Yo confieso haberme engañado.

PACHECO.— Pues también se engaña el señor Marcio, creyendo que tresquilar ydesquilar tienen una misma significación.

MARCIO.— Pues si yo me engaño, desengañadme vos.

PACHECO.— Soy contento. Habéis de saber que trasquilar no se usa jamás sino para significar cortar los cabellos, y así parece por algunos refranes, como son este:Trasquílenme en concejo, y no lo sepan en mi casa, y este: Ir por lana y bolver trasquilado. Sabed más que desquilar solamente pertenece al ganado. De manera que, así como se engañaría el que no hiciese esta diferencia en el uso de este vocablo, así también os engañáis vos en decir que unos lo escriben con t y otros con d, pues veis que mudando las letras se muda la significación.

VALDÉS.— Bien os ha desengañado; se me antoja que estáis algo corrido.

MARCIO.— Tenéis razón; siempre me pesó ser vencido, especialmente de quien no tiene habilidad para vencer. Pero mirad que no quiero se pase entre renglones, el decirnos cuál tenéis por mejor, escribir turo o duro.

VALDÉS.— Cuando significan una misma cosa, por no hacer errar a quien lee, como ha errado el señor Coriolano, me parecería mejor decir turó, pero, porque en el más común hablar se dice duró, yo también escribo duró, señalando con una rayica el acento en la última.

MARCIO.— Está bien eso, pero ¿por qué vos en algunos vocablos, adonde muchos ponen s, ponéis x?

VALDÉS.— ¿Qué vocablos son esos?

MARCIO.— Son muchos, pero deciros he algunos: cascar o caxcar, cáscara ocáxcara, cascavel o caxcavel, ensalmo o enxalmo, sastre o xastre, sárcia o xarcia,siringa o xiringa, tasbique o taxbique.

VALDÉS.— Abastan harto los dichos; yo estoy al cabo de lo que queréis decir. Y si habéis mirado bien en ello, no escribo yo todos esos con x, como vos decís, porque en los nombres de esa calidad guardo siempre esta regla, que si veo que son tomados del latín, los escribo con s, y digo sastre y no xastre, ensalmar y no enxalmar, y siringa y no xiringa, y si me parece son tomados del arábigo, los escribo con x, y así digocaxcavel, cáxcara, taxbique, etc. , porque, como os he dicho, a los vocablos que o son arábigos o tienen parte de ello, es muy anexa la x.

MARCIO.— ¿De manera que podremos usar la s en los vocablos que viéremos tener origen del latín, y la x en los que nos pareciere tienen origen del arábigo?

VALDÉS.— Ya os digo que yo así lo hago; pienso que en hacer vosotros de la misma manera no erraréis.

MARCIO.— Pero de los nombres latinos encabezados en ex, como excelencia,experiencia, etc. , ¿no querréis que quitemos la x?

VALDÉS.— Yo siempre la quito, porque no la pronuncio, y pongo en su lugar s, que es muy anexa a la lengua castellana. Esto hago con perdón de la lengua latina, porque, cuando me pongo a escribir en castellano no es mi intento conformarme con el latín, sino explicar el concepto de mi ánimo de tal manera que, si fuere posible, cualquier persona que entienda el castellano alcance bien lo que quiero decir.

PACHECO.— Para deciros verdad, esto se me hace un poco durillo.

VALDÉS.— ¿Por qué?

PACHECO.— Porque yo no sé con qué autoridad queréis vos quitar del vocablo latino la x y poner en su lugar la s.

VALDÉS.— ¿Qué más autoridad queréis que el uso de la pronunciación? Sé que diciendo experiencia no pronunciáis la x de la manera que diciendo exemplo.

PACHECO.— Así es verdad, pero…

MARCIO.— Ese pero, si no os lo quisiereis comer, tragáoslo por ahora; que, pues a nosotros dos nos ha satisfecho, también vos os debéis contentar.

PACHECO.— Yo me contento.

CORIOLANO.— Pues yo no puedo sufrir que hagáis tanto hincapié en decir que no queréis escribir sino como pronunciáis.

VALDÉS.— ¿Por qué?

CORIOLANO.— Porque no lo hacéis siempre así.

VALDÉS.— ¿Adónde hago el contrario?

CORIOLANO.— Adonde escribís vuestra con r, y no siento que lo pronunciáis sino con s, diciendo vuessa.

VALDÉS.— Eso será cuando escribo el vra. abreviado, porque está en costumbre que el abreviatura se escriba con r; pero, si lo tengo de escribir por letras, no lo escribiré sino con s. Esto habéis de entender que es así por la mayor parte, pero no siempre; porque, si diciendo vra. m. , pronunciase el vra. con r, cualquier castellano que me oyese juzgaría que soy extranjero; pero no me juzgaría por tal, aunque, diciendovra. s., pronunciase en el vra la r. Es bien verdad que la pronunciación más ordinaria es sin r, como vos habéis muy bien notado.

MARCIO.— Yo nunca había mirado en eso, y como veía escrito vra. con r, creía que así se había de pronunciar. Y pues así es, de hoy más no pronunciaré sino con s; y me parece que hacéis mal en usar de abreviatura que hace tropezar.

VALDÉS.— Sí que hace tropezar, pero no a los naturales de la lengua; así como tampoco hace tropezar a los que saben latín el abreviatura que hacen escribiendo xpo. con p y con x, no pronunciándose la una letra ni la otra.

MARCIO.— Tenéis mucha razón. Y dejando esto, decidnos de dónde viene que algunos españoles en muchos vocablos, que por el ordinario escribís con z, ellos ni la pronuncian ni la escriben.

VALDÉS.— Ese es vicio particular de las lenguas de los tales, que no les sirven para aquella asperilla pronunciación de la z y ponen en su lugar la s y por hazer dicenhaser, y por razón, rasón, y por rezio, resio, etc . ¿No os parece que podría pasar adonde quiera por bachiller en romance, y ganar mi vida con estas bachillerías?

MARCIO.— Largamente.

CORIOLANO.— Aunque no queráis, me habéis de decir qué significa bachiller, y qué cosa son bachillerías.

VALDÉS.— Me maravillo de vos que no entendáis qué cosa es bachiller y bachillerías, que lo entienden, en buena fe, en mi tierra los niños que apenas saben andar.

CORIOLANO.— También en la mía los niños de teta entienden algunos vocablos que vos no entendéis.

VALDÉS.— Tenéis razón. Bachiller, en romance castellano, quiere decir lo quebaccalarius en latín.

CORIOLANO.— Ahora lo entiendo menos. Vos me queréis enseñar lo que no entiendo por lo que no sé.

VALDÉS.— Bachiller o bacalario es el primer título de ciencia que dan en las universidades de España a los que con el tiempo y el estudio hacen después licenciados, doctores y maestros; y porque estos presumen por el ordinario más que saben, cuando alguno hace muestras de saber, lo llamamos bachiller, y a las tales muestras llamamos bachillerías. ¿Lo entendéis?

CORIOLANO.— Ahora sí.

MARCIO.— Sirva esto por una manera de paréntesis, y pasemos a lo que hace al caso. Al principio dijisteis que la lengua castellana, de más del abc latino, tiene una jlarga, que vale lo que al toscano gi, y una cerilla que, puesta debajo de la c, la hace sonar casi como z; y una tilde que, puesta sobre la n, vale lo que al latino y toscano g. Querríamos que nos dijeseis lo que observáis acerca de estas letras o señales.

VALDÉS.— Cuanto a la j larga me parece haberos dicho todo lo que se puede decir.

PACHECO.— Así es verdad.

VALDÉS.— Cuanto a la cerilla, que es una señaleja que ponemos en algunos vocablos debajo de la c, digo que pienso pudo ser que la c con la cerilla antiguamente fuesen una z entera.

MARCIO.— Cuanto que eso, no os lo sufriré. ¿Queréis decir que el tiempo corta las letras como las peñas?

VALDÉS.— Donoso sois; no quiero decir que las corta el tiempo, sino que los hombres por descuido con el tiempo las cortan. Pero esto no importa; séase como se fuere. Lo que importa es decir que la cerilla se ha de poner cuando, juntándose la c cona, con o, y con u, el sonido ha de ser espeso, diciendo çapato, coraçón, açucar.

PACHECO.— Y cuando se junta con e y con i, para decir cecear y cimiento, ¿no se ha de poner la cerilla?

VALDÉS.— No, que no se ha de poner.

PACHECO.— ¿Por qué?

VALDÉS.— Porque con cerilla o sin ella, siempre pronunciáis esos vocablos, y los semejantes a ellos, de una misma manera; pues, pudiendoos ahorrar la cerilla, indiscreción sería ponerla.

PACHECO.— Tenéis muy gran razón; yo me la ahorraré de aquí adelante.

CORIOLANO.— ¿Cómo sabré yo cuándo tengo de poner esa cerilla, o como la llamáis, debajo de esas letras, y cuándo no?

VALDÉS.— La misma pronunciación os lo enseñará.

CORIOLANO.— De manera que para saber escribir bien ¿es menester saber primero pronunciar bien?

VALDÉS.— ¿Quién no lo sabe eso? La tilde generalmente sirve en el castellano del mismo oficio que en el latín, y particularmente, puesta sobre la n, vale lo que al latino y toscano la g cuando está cabo la n; y así, donde el latino escribe ignorantia, el castellano iñorancia, y donde el toscano escribe signor, el castellano pone señor.

PACHECO.— Porque no penséis que os lo sabéis vos todo, quiero yo también sutilizar mi parte y decir que la tilde no hace, o por mejor decir no debería hacer, más sobre la n que sobre cualquiera de las otras letras, porque así suple por n en esta como en cualquiera de las otras; pero, por evitar un frío sonido que al parecer hacen dos enes juntas, la una se convirtió en g, y se hizo aquella manera de sonido que sentís.

VALDÉS.— No me desplace eso.

PACHECO.— También creo que lo que ahora decimos mañas, con tilde, sea lo mismo que maneras, sino que la tilde los ha diferenciado, porque, como sabéis, cuando queremos escribir maneras abreviado, lo escribimos de la misma manera que mañas, y así creo que sea lo mismo decir: El que malas mañas ha tarde o nunca las perderá, que El que malas maneras ha, etc . De la misma manera creo haya acontecido en dañoy año, y en algunos otros, adonde primero valía la tilde lo que en el latín, diciendodañum y añum, y después habemos hecho que suene de otra manera, de suerte que la tilde, que servía antes por n o m, con el tiempo habemos hecho que sirva por g cuando la hallamos sobre la n. ¿Os parece que digo algo?

VALDÉS.— Me parece que, si honra se gana en estas pedanterías, os habéis hecho más honra con esto solo que habéis dicho que yo, con todo lo que he parlado; y por mí, os digo que nunca había mirado en esos primores.

PACHECO.— Ahora que veo os contentan a vos, empezaré a tenerlos por primores, que hasta aquí no osaba tenerlos por tales. Y porque veáis que soy hombre de tanta conciencia que no quiero vender la hacienda ajena por propia mía, sabed que esto no lo saqué de mi cabeza, sino que lo aprendí de un hombre que todos conocemos, cuyo nombre callaré por no lastimar a alguno.

VALDÉS.— Aunque me maravillaba que fuese aquel primor de vuestra cosecha, como os tengo por hombre de tanto ingenio que con él podéis suplir la falta de letras, todavía creí que fuese vuestro.

MARCIO.— Dejad estar esas vuestras ceremonias españolas para los que se comen las manos tras ellas; y decidnos de qué sirve la tilde sobre como y sobre muy.

VALDÉS.— Solamente se pone por ornamento de la escritura.

MARCIO.— ¿Y un rasguillo que ponéis delante la o?

VALDÉS.— De lo mismo.

MARCIO.— De manera que quien los dejase de poner no gastaría la sentencia.

VALDÉS.— No, de ninguna manera.

MARCIO.— Y unos rasguillos que vos ponéis sobre algunos vocablos, ¿sirven de lo mismo que los que se ponen en griego y en toscano?

VALDÉS.— De lo mismo, porque muestran al letor que falta de allí una vocal, la cual se quitó por el ayuntamiento de otra que seguía o precedía.

MARCIO.— ¿Por qué no ponen todos esos rasguillos?

VALDÉS.— Porque no todos ponen en el escribir correctamente el cuidado que sería razón.

MARCIO.— Y los que no los ponen, ¿dejan de escribir las letras que vos dejáis?

VALDÉS.— Ni las dejan todos, ni las dejan todas.

MARCIO.— Y los que las dejan, ¿señalan con aquel rasguillo las que dejan?

VALDÉS.— No todos.

MARCIO.— ¿Por qué?

VALDÉS.— Pienso que porque no miran en ello, como hacía yo antes que tuviese familiaridad con la lengua griega y con la italiana. Y, si os parece, será bien poner fin a estas inútiles pláticas.

MARCIO.— ¿Cómo inútiles?

VALDÉS.— Porque estas cosas son de las que entran por una oreja y se salen por otra.

MARCIO.— Muy engañado estáis si creéis esto, así como lo decís, porque os prometo me bastaría el ánimo a repetiros todo lo sustancial que aquí habéis dicho.

VALDÉS.— Y aun no haríais mucho, pues lo sustancial se podría escribir en la uña.

MARCIO.— Aunque lo decís así, yo sé bien que lo entendéis de otra manera.

VALDÉS.— Si no queréis creer lo que digo, creed lo que quisiereis y preguntad a vuestro placer.

MARCIO.— Decís muy bien, y así lo haremos. En vuestras cartas habemos notado que en algunos vocablos, donde otros ponen en, vos ponéis a.

VALDÉS.— Decid algunos.

MARCIO.— Otros dicen envergonçar, enhorcar, enriscar; vos ponéisavergonçar, ahorcar, arriscar.

VALDÉS.— No me acuerdo jamás haber visto escritos esos vocablos con en.

MARCIO.— Pues yo sí los he visto.

VALDÉS.— ¿Adónde?

MARCIO.— En Librija.

VALDÉS.— Ya tornáis a vuestro Librija. ¿No os tengo dicho que, como aquel hombre no era castellano, sino andaluz, hablaba y escribía como en Andalucía, y no como en Castilla?

MARCIO.— Ya me lo habéis dicho, y ya yo lo sé; pero también os tengo yo dicho a vos que os he de hacer picar en Librija más de diez veces.

VALDÉS.— Paciencia.

MARCIO.— También trocáis la en por de en este vocablo: encentar, y decísdecentar.

VALDÉS.— Eso hago porque me contenta más allí la de que la en, y por la misma causa no me contenta decir, como algunos, infamar ni difamar, porque me place mucho más escribir, como otros, disfamar.

MARCIO.— Cuanto que en eso bien nos conformaremos vos y yo. Pero decidme, ¿cuál tenéis por mejor, usar de la en o de la de? Quiero decir si en semejante parte que esta diréis: tiene razón de no contentarse, o: en no contentarse.

VALDÉS.— Muchas personas discretas veo que ponen la de, pero a mí más me contenta poner en, porque no me parece que el oficio de la de sea significar lo que allí quieren que signifique, y del de la en es tan propicio, que por justicia puede quitar de la posesión a la de.

MARCIO.— Esto está muy bien dicho; y antes que se me olvide, nos decid si esta sílaba des en principio de parte hace lo que el dis griego, el cual, como sabéis, por la mayor parte, hace que el vocablo con quien se junta muda la significación de bien en mal.

VALDÉS.— Muchas veces he mirado en ello, y hallo entre ellos muy gran conformidad, porque decimos amparar y desamparar: No haze Dios a quien desampara; también decimos esperar y desesperar: Quien espera, desespera; y de la misma manera amar y desamar: Quien bien ama, bien desama; y atar y desatar:Quien bien ata, desata. decimos también desgraciado, desvergonçado, desamorado,descuidado, y desordenado, etc. ; que todos ellos significan en mala parte.

MARCIO.— A la fe que es gentil observación esta, y que los vocablos son muy galanos. ¿Tenéis muchos de ellos?

VALDÉS.— Muchos.

MARCIO.— Unas veces siento decir prestar, y otras enprestar; ¿cuál tenéis por mejor?

VALDÉS.— Tengo por grosero el enprestar.

MARCIO.— ¿No veis que está más lleno?

VALDÉS.— Aunque esté.

MARCIO.— ¿Y cuál tenéis por mejor, decir mostrar o demostrar?

VALDÉS.— Tengo por grosería aquel de demasiado, y por eso digo mostrar.

MARCIO.— Y por la misma causa debéis de quitar un es de algunos vocablos, como son estropeçar y escomençar.

VALDÉS.— Así es la verdad que por la misma causa lo quito; y, porque no me tengáis por tan escaso que no os doy sino cuando me demandáis, os quiero avisar de esto: que el castellano casi siempre convierte en en el in latino, y así por invidia diceembidia; por incendere, encender; por incurvare, encorvar; por inimicus, enemigo, por infirmus, enfermo; por inserere, enxerir; y así en otros muchos. Y aún más quiero que sepáis que así como el in latino priva muchas veces, pero no siempre, así el encastellano priva muchas veces, pero no siempre. ¿Os ha contentado esto?

MARCIO.— Sí, y mucho. Y me contentare también si me decís si, cuando componéis un vocablo con re, es por acrecentar la significación o por otra cosa.

VALDÉS.— Unas veces acrecienta, como en reluzir, que significa más que luzir; es bien verdad que no todas veces se puede usar el reluzir, como en este refrán: Al buey maldito el pelo le luze, adonde no vendría bien decir reluze. Otras veces muda la significación, como en requebrar, que es otro que quebrar, y en traer que es otro queretraer; el cual vocablo unas veces significa lo que el italiano, en la cual significación he también oído usar de otro vocablo que yo no usaría, que es asacar, y otras veces lo usamos por escarnecer; creo que sea porque, así como el que retrae a uno, su intento es imitar su natural figura, así el que escarnece a otro parece que quiere imitar o sus palabras o sus meneos.

CORIOLANO.— No querría que os pasaseis así ligeramente por las sílabas. ¿A quién digo?

MARCIO.— Ya os entiendo, pero, como no hallo qué coger, me paso como por viña vendimiada, deseoso de entrar en el majuelo de los vocablos. Por tanto, si os atrevéis a ir conmigo empezaré a preguntaros.

VALDÉS.— Con vos no hay parte en el mundo adonde yo no ose entrar. Y cuanto a los vocablos, si bien os acordáis, ya he dicho todo lo que hay que decir.

MARCIO.— ¿Cuándo?

VALDÉS.— Cuando dije que la lengua castellana consiste principalmente en vocablos latinos, así enteros como corrompidos, y en vocablos arábigos o moriscos, y en algunos pocos griegos.

MARCIO.— Ya me acuerdo, pero más hay que decir y más diréis.

VALDÉS.— Lo que más os puedo decir es que, mirando en ello, hallo que por la mayor parte de los vocablos que la lengua castellana tiene de la latina, son de las cosas más usadas entre los hombres y más anexas a la vida humana; y que los que tiene de la lengua arábiga son de cosas extraordinarias o, a lo menos, no tan necesarias, y de cosas viles y plebeyas, los cuales vocablos tomamos de los moros con las mismas cosas que nombramos con ellos; y que los, que tenemos de la lengua griega, casi todos son pertenecientes a la religión o a la doctrina. Y si miráis bien en esto, creo lo hallaréis casi siempre verdadero.

MARCIO.— Abástanos, para creerlo, que vos lo digáis. Y porque, como sabéis, buena parte del saber bien hablar y escribir consiste en la gentileza y propiedad de los vocablos de que usamos; y porque también, según entiendo, en la lengua castellana hay muchos vocablos de los cuales algunos no se usan, porque con el tiempo se han envejecido…

CORIOLANO.— ¿Qué decís? ¿Los vocablos se envejecen?

MARCIO.— Sí que se envejecen; y si no me creéis a mí, preguntadlo a Horacio en su Arte Poética.

CORIOLANO.— Tenéis razón.

MARCIO.— … y porque otros vocablos no se usan por ser algo feos, en lugar de los cuales los hombres bien hablados han introducido otros, muy encargadamente os rogamos nos deis algunos avisos con que no erremos en esta parte.

VALDÉS.— En eso tanto no pienso obedeceros, pues sabéis que no me obligué sino a daros cuenta de mis cartas.

MARCIO.— También os obligasteis a satisfacernos en nuestras preguntas; y esto no os lo pedimos por obligación, sino por gentileza.

VALDÉS.— Vuestra cortesía me obliga más que mi promesa; por tanto habéis de saber que, cuando yo hablo o escribo, llevo cuidado de usar los mejores vocablos que hallo, dejando siempre los que no son tales. Así, no digo acucia, sino diligencia; no digo ál adonde tengo de decir otra cosa, aunque se dice: So el sayal ay ál, y En ál va el engaño. No asaz, sino harto. No adufre, sino pandero. No abonda, sino basta. Noayuso, sino abaxo. Ni tampoco digo, como algunos, ambos y ambas por entramos yentramas; porque, aunque al parecer se conforman más con el latín aquellos que estos, son estos más usados y han adquirido opinión de mejores vocablos. Aya y ayas portenga y tengas se decía antiguamente, y aún lo dicen ahora algunos, pero en muy pocas partes cuadra; se usan bien en dos refranes, de los cuales el uno dice: Bien aya quien a los suyos se parece; y el otro: Adonde quiera que vayas, de los tuyos ayas. Arriscarpor aventurar tengo por buen vocablo, aunque no lo usamos mucho; y así arriscarcomo a apriscar, que también me contenta, creo habemos desechado porque tienen del pastoril; a mí bien me contentan, y bien los usa el refrán pastoril que dice: Quien no arrisca no aprisca. Ahe, que quiere decir ecce, ya no se usa; no sé por qué lo habemos dejado, especialmente no teniendo otro que signifique lo que él. De venturas habemos hecho un muy galán vocablo, del que yo, por buen respeto, estoy muy enamorado, y esaventurar, del cual usa el refrán que dice: Quien no aventura, no gana; de aventurardecimos también aventurero al que va buscando la ventura, del cual vocablo están muy bien llenos nuestros libros mintrosos escritos en romance. Me pesa que no se useartero, porque, como veis, es buen vocablo y está usado entre los refranes; uno dice: A escaso señor, artero servidor; y otro: De los escarmentados se levantan los arteros. Me pesa también que hayamos dejado este: arregostar, pues un refrán dice:Arregostóse la vieja a los bredos, y ni dexó verdes ni secos. Aleve, alevoso yalevosía me parecen gentiles vocablos, y me maravillo que ahora ya los usamos poco.

MARCIO.— ¿Se usaban antiguamente?

VALDÉS.— Sí, mucho, y si os acordáis, lo habréis leído en algunos libros; y un refrán dice: A un traidor dos alevosos.

MARCIO.— ¿Qué significa alevoso?

VALDÉS.— Pienso sea lo mismo que traidor. Atender por esperar ya no se dice; se decía bien en tiempo pasado, como parece por este refrán: Quien tiempo tiene y tiempo atiende, tiempo viene que se arrepiente; en metro se usa bien atiende yatender, y no parece mal; en prosa yo no lo usaría.

MARCIO.— Y esos vocablos que vos no queréis usar, ¿los usan los otros?

VALDÉS.— Sí usan, pero no personas cortesanas, ni hombres bien hablados; lo podréis leer en muchas Farsas y comedias pastoriles que andan en metro castellano, y en algunos libros antiguos, pero no en los modernos.

MARCIO.— Eso basta. Y pues habéis comenzado, proseguid por su orden vuestros vocablos, sin esperar que os preguntemos.

VALDÉS.— Soy contento. No digo buelto, pudiendo decir turvio, puesto caso que el refrán diga: A río buelto, ganancia de pescadores. Tampoco digo barajar, pudiendo decir contender; se decía bien antiguamente, como parece por el refrán que dice: Cuando uno no quiere, dos no barajan. Tampoco digo cabero ni çaguero, porque están desterrados del bien hablar, y sirven en su lugar último y postrero. Mejor vocablo es cobrir que cobijar, aunque el refrán diga: Quien a buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija. Ya no decimos cuvil, aunque está autorizado con un sentido refrán que dice: A los años mil torna el agua a su cuvil. Esto mismo le ha acontecido a cohonder, por gastar o corromper, estando también él usado en aquel refrán que dice: Muchos maestros cohonden la novia. Cara por hazia usan algunos, pero yo no lo usaré jamás. Cada que, por siempre dicen algunos, pero no lo tengo por bueno. También habemos dejado cormano, por primo hermano, y si yo lo pudiese tornar en su posesión, lo tornaría, porque a mi parecer se le ha hecho mucho agravio, siendo tan gentil vocablo como es. En lugar de cuita decimos fatiga, y por lo que antes decíancocho ahora decimos cozido. Ca, por porque, ha recibido injuria del tiempo, siendo injustamente desechado, y tiene un no sé qué de antigüedad que me contenta. No catespor no busques, parece que usaban antiguamente, y así decían: Al buey viejo no le cates abrigo, y Haz bien y no cates a quien; también usaban de cata en una significación muy extraña, como parece por el refrán que dice: Barva a barva, vergüença se cata. Vocablo muy plebeyo es cadira por silla, y pienso que sea de los vocablos que quedaron de la lengua antigua, porque el griego vulgar dice candela en la misma significación. Costribar por trabajar, se usaba también, diciendo: Quien no come, no costriba; ya no se usa.

MARCIO.— Muy bien vais; proseguir adelante, que me dais la vida.

VALDÉS.— Nuestros pasados decían ducho, por vezado o acostumbrado, como parece por el refrán que dice: A quien de mucho mal es ducho, poco bien se le hace mucho; ahora ya parecería mal. No me place decir durmiente, por el que duerme mucho, como dice el refrán: Al raposo durmiente no le amanece la gallina en el vientre. Tampoco usaré en prosa lo que algunos usan en verso, diciendo dende por de ai, como parece en un cantarcillo que a mí me suena muy bien, que dice: La dama que no mata ni prende, tírala dende, y lo más. Algunos escriben desque, por cuando, diciendo desque vais, por decir quando vais, pero es mal hablar. Otros dicen mi dueño, por decir mi amo o mi señor, y aunque dueño sea buen vocablo para decir:Adonde no stá su dueño, allí está su duelo, y Dado de ruín, a su dueño parece, no es bueno para usarlo en aquella manera de hablar.

CORIOLANO.— Pues yo he oído decir ese mi dueño a un hombre que…

VALDÉS.— Ya sé por quién decís; dejadlo estar. Duelo y duelos están tenidos por feos vocablos, y por ellos usamos fatiga y fatigas, no embargante que un refranejo dice: Duelo ageno de pelo cuelga, y otro dice: Todos los duelos con pan son buenos. Por grosero hablar tengo decir, como algunos, engeño; yo uso ingenio. Nuestros pasados dicen que decían [… por… ]; ya no se usa. Por levantar se solía decir erguir, pero ya es desterrado del bien hablar, y lo usa solamente la gente baja; vosotros me parece que lo usáis y, si bien me acuerdo, lo he leído en vuestro Petrarca.

MARCIO.— Así es verdad.

PACHECO.— Algunas mujeres tienen por cosa deshonesta decir preñada y dicenembaçada.

VALDÉS.— Más me contenta decir embaraçado que embaçado, y más tardar queengorrar, y más partir que encentar, y más año que era.

CORIOLANO.— ¿Qué quiere decir era?

VALDÉS.— Solían decir, y aun ahora dicen algunos, la era del Señor, por el año del Señor. Mejor me parece decir falta que falla, y faltar que fallecer, aunque el refrán diga: Amigos y mulas fallecen a las duras. Y por mejor tengo confiança quefiuzia ni huzia. Gentil vocablo es feligrés y me contenta a mí tanto, que lo uso no solamente para significar los que son sujetos al cura de una parroquia, a los cuales llamamos feligreses, pero para significar también los que acuden al servicio de alguna dama, que también a estos llamo feligreses de la tal dama.

PACHECO.— Y aun tenéis mucha razón en ello.

VALDÉS.— Mejor vocablo es cuchillo que no gavinete, y mejor guardar quecondesar. Garrido por gallardo está desechado, aunque tiene de su parte un buen refrán que dice: Pan y vino anda camino, que no moço garrido. También casi habemos dado de mano a garçón por mancebo, no embargante que lo favorece el refrán que dice: Prendas de garçón dineros son. Gaván y balandrán habemos dejado muchos años ha. Vocablo es plebeyo galduda, por perdida, aunque se dice bien:Sardina que gato lleva, galduda va. Guisa solía tener dos significaciones: la una era que decíamos hombre de alta guisa por de alto linage; la otra que decíamos cavalgar a la guisa por lo que ahora decimos a la brida; ya no lo usamos en la una significación ni en la otra. Librija pone helgado por hombre de raros dientes; yo nunca lo he visto usado, y deseo se usase, porque, aunque parece vocablo arábigo, no me descontenta; y no teniendo otro que signifique lo que él, sería bien usarlo. Henchir parece feo y grosero vocablo, y algunas veces forzosamente lo uso por no tener otro que signifique lo que él, porque llenar no cuadra bien en todas partes; me conhorto con que lo usa el refrán que dice: De servidores leales se hinchen los ospitales. Hueste, por exércitousaban mucho antiguamente; ya no lo usamos sino en aquel refrán sentido que dice: ¡Si supiese la hueste lo que hace la hueste!. Humil, por humilde, se dice bien en verso, pero parecería muy mal en prosa. Lo mismo digo de honor, por honra. Aún queda en algunos decir hemencia por ansia. Hiniestra, por fenestra o ventana nunca lo vi, sino en Librija. Hito, por importuno, pocas veces se dice, pero hay un refrán que lo usa, diciendo: Romero hito saca çatico. Muchos dicen he aqui por véis aqui; yo no lo digo.

MARCIO.— En una copla, muy donosa a mi ver, he leído dos vocablos que no me suenan bien; no sé lo que vos juzgáis de ellos; los vocablos son halagüeña y çahareña.

VALDÉS.— Ea, decid la copla, si se os acuerda.

MARCIO.—

Como el Ave—María la sé de coro, y es hecha sobre aquel cantarcico sabroso que dice: La dama que no mata ni prende, tírala dende. La copla es esta:


Ha de ser tan a la mano,


tan blanda y tan halagüeña


la dama desde pequeña


que sepa caçar temprano,


y si su tiempo loçano


çahareña lo desprende,


tírala dende.


VALDÉS.— Vos sabéis más de las cosas españolas que yo; nunca había oído esa copla, y de veras que me contenta mucho en su arte, y también los dos vocablos me parecen bien, y los tendría por arábigos, sino que aquel halagüeña me huele un poco a latino; que del çahareña casi no dudo. Y prosiguiendo en mis vocablos, digo que porsangrar he oído muchas veces jassar, pero yo no lo diría. Yazer por estar hechado, no es mal vocablo, aunque el uso lo ha casi desamparado, y digo casi, porque ya no lo veo sino en epitafios de sepulturas.

MARCIO.— Y aún aquí en Nápoles hallaréis muchos epitafios de españoles que comienzan: Aquí iaze.

VALDÉS.— En España casi todos los antiguos comienzan así.

PACHECO.— ¿Queréis que os diga uno en una copla, el más celebrado que tenemos?; y servirá por paréntesis.

MARCIO.— Antes holgaremos mucho de ello.

PACHECO.—

Dice así:


Aquí iaze sepultado


un conde dino de fama,


un varón muy señalado


leal, devoto, esforçado,


don Perançurez se llama.


El qual sacó de Toledo,


de poder del rey pagano,


al rey que con pena y miedo


tuvo el braço rezio y quedo


al horadar de la mano.

¿Qué os parece?


MARCIO.— Muy bien, así Dios me salve. Hacedme merced de dármelo escrito.

VALDÉS.— Eso se hará después; ahora prosigamos como íbamos por los vocablos adelante.

MARCIO.— Sea así.

VALDÉS.— Por lo que algunos dicen inojos o hinojos, yo digo rodillas, no embargante que se puede decir el uno y el otro. Entre gente vulgar dicen yantar, en corte se dice comer; un refrán no malo usa yantar, diciendo: El abad de donde canta, de allí yanta. Luengo por largo, aunque lo usan pocos, yo lo uso de buena gana, y lo usa también el refrán que dice: De luengas vías, luengas mentiras. Lisiar dicen algunos por cortar, y es vocablo antiguo, corrompido, según pienso de laedere; y porque hay diferencia entre cortar y lisiar, porque cortar es general a muchas cosas, ylisiar solamente significa herir con hierro, no quisiera que lo hubiéramos dejado. Bien es verdad que lo usamos en otra significación; porque si vemos un caballo muy grueso decimos que está lisiado, y cuando queremos decir que uno quiere mucho una cosa decimos que está lisiado por ella; la significación me parece algo torcida, pero basta que así se usa. Ledo por alegre, se usa en verso, y así dice el bachiller de la Torre:Triste, ledo, tardo, presto; también dice el otro: Bive leda si podrás; en prosa no lo usan los que escriben bien. Lóbrego y lobregura por triste y tristeza, son vocablos muy vulgares; no se usan entre gente de corte. Loar, por alabar, es vocablo tolerable, y así decimos: Cierra tu puerta y loa tus vecinos. Maguera, por aunque poco a poco ha perdido su reputación; en el Cancionero general lo hallo usado de muchos en coplas de autoridad, como en aquella: Maguer que grave te sea; ahora ya no se usa. Algunos de missa hacen missar, verbo frecuentativo; yo no lo diría, aunque lo hallo en un refrán que dice: Bueno es missar y casa guardar. He oído contender a mujercillas sobre cuál es mejor vocablo, mecha o torcida; yo por mejor tengo mecha, y el refrán dice: Candil sin mecha, ¿qué aprovecha? Membrar, por acordar, usan los poetas, pero yo en prosa no lo usaría. Minglana, por granada, ya no se usa. Mentar, por nombrar ohazer mención, vamos ya desechando, no embargante que diga el refrán: El ruín, quando lo mientan, luego viene. Mientras, por entre tanto, querrían algunos desterrar, pero, porque me parece no tienen razón, si pudiese lo defendería.

CORIOLANO.— ¿Lo usan vuestros refranes?

VALDÉS.— Sí, que uno dice: Mientras descansas, maja essas granças.

CORIOLANO.— Pues usadlo vos sin temor, que yo os doy licencia.

VALDÉS.— Muchas gracias. Mejor vocablo es ninguno que nadie, aunque a nadiele da reputación aquel galanísimo dicho Quien a sí vence a nadie teme. Odre y odrerosolían decir por lo que ahora decimos cuero y botero; a mí, aunque soy mal mojón, bien me contenta el odre, porque no es equívoco como el cuero, pero no lo osaría usar;odrero sí, siquiera por amor de la profecía de Toledo, que dice: Soplará el odrero y levantaráse Toledo.

MARCIO.— Donosa profecía debe ser esa; por vuestra vida, que nos la declaréis.

VALDÉS.— Demás me estaba; si me detuviese en cada cosilla de estas, nunca acabaríamos. También vamos dejando omezillo por enemistad; yo todavía me atrevería a usarlo alguna vez, pero cuando cuadrase muy bien y no de otra manera.

MARCIO.— ¿Lo tenéis por arábigo o por latino?

VALDÉS.— Pienso sea corrompido de homicidio, omezillo. Al que, por haber muerto algún hombre anda, como dicen, a sombra de tejados, llaman en Asturiashomiziado; me parece gentil vocablo, corrompido de homicidiario. Popar, pordespreciar, me parece que usa un refrán que dice: Quien su enemigo popa, a sus manos muere; ahora ya no lo usamos en ninguna significación. Tampoco usamos puyarpor subir; lo usan bien los aldeanos; si tiene algún parentesco con vuestro pogia, vedlo vosotros. Pescuda y pescudar, por pregunta y preguntar, nunca me contentó. Platelpor plato, vocablo es para entre plebeyos, entre los cuales también se dice posar, porasentar; entre gente de corte no se usa. De aldeanos es decir poyal por vancal, creo que porque usan más poyos que vancos.

MARCIO.— ¿Qué diferencia hacéis entre potage, caldo y cozina? y os lo pregunto, porque he visto algunas veces que soldados prácticos se burlan de los nuevamente venidos de España, que nosotros llamamos bisoños, unas veces porque dicen cozina albrodo, y otras porque al mismo llaman potage.

VALDÉS.— Los que hablan bien nunca dicen cozina sino al lugar donde se guisa de comer, y por lo que los aldeanos dicen cozina ellos dicen caldo, que es lo que vosotros decís brodo; y potage llaman a lo que acá llamáis menestra. Algunos escuderos que viven en aldeas, no sabiendo hacer esta diferencia entre potage y caldo, por no conformarse con los aldeanos en decir cozina, sin guardar la diferencia dicen siemprepotage. Sabido esto, entenderéis la causa por qué los soldados prácticos burlaban de lacozina y del potage de los bisoños.

MARCIO.— Ya lo entiendo; decid adelante.

VALDÉS.— Puges, por higa usan algunos, pero por mejor se tiene higa, puesto que sea vergonzoso fruto.

CORIOLANO.— ¿En qué veis vos que es vergonzoso fruto?

VALDÉS.— En que por tal es habido y tenido; decid vos lo que quisiereis.

CORIOLANO.— Yo digo que no es más vergonzoso ni más desvergonzado de lo que la opinión del vulgo lo hace.

VALDÉS.— Pues yo digo que me dejéis acabar de concluir mi baile, pues me sacasteis a bailar.

CORIOLANO.— Soy contento.

VALDÉS.— Un quillotro decían antiguamente en Castilla por lo que acá decís un cotal; ya no se dice de ninguna manera.

MARCIO.— ¿Ha sucedido algún otro vocablo en su lugar?

VALDÉS.— Ninguno, ni es menester, porque aquel quillotro no servía sino de arrimadero para los que no sabían o no se acordaban del vocablo de la cosa que querrían decir. Rendir, por rentar, y riende, por renta, dicen algunos, pero mejor es rentar yrenta, porque también rendir significa venciendo forçar a alguno que se dé por vencido, y a este tal llamamos rendido. Raudo por rezio, es vocablo grosero, pocos lo usan. Raez, por fácil, está usado en algunas coplas antiguas, pero ya lo habemos desechado, aunque de raez hacemos rece, que vale tanto como fácil, y está celebrado en el refrán que dice: Huésped que se combida, rece es de hartar. Sandio, por loco, tengo que sea vocablo nacido y criado en Portugal; en Castilla no se usa ahora, no sé si en algún tiempo se usó. So, por debaxo, se usa algunas veces, diciendo: So la color stá el engaño, y So el sayal ay ál; se dice también: so la capa del cielo; pero, así como yo nunca digo sino debaxo, así no os aconsejo que digáis de otra manera. Sazón es buen vocablo, sabiéndolo bien usar, y es malo usándolo como algunos diciendo sazón será, por tiempo será; se usa bien diciendo a la sazón; de donde decimos sazonar ysazonado. Soez, por vil, he leído en algunos libros, pero no me contenta. Yo so, por yo soy, dicen algunos, pero, aunque se pueda decir en metro, no se dice bien en prosa.Sobrar, por sobrepujar, se sufre bien en metro, pero en prosa no, de ninguna manera.Sage, por cruel, he visto usar, pero yo no lo uso ni usaría, aunque al parecer muestra un poco de más crueldad el sage que el cruel, y debe ser derivado de sagax latino. Solaz, por placer o regocijo, no me place. Seruenda, por cosa tardía, nunca lo he oído ni leído sino en Librija, y por esto ni lo he usado ni lo usaría; no me parecería mal que se usase, pues no tenemos otro que signifique lo que él. Sayón, por verdugo, se usa mucho, pero es mejor vocablo verdugo. Algunos dicen saldrá por salirá; a mí más me contenta salirá, porque viene de salir. Suso, por arriba, se usó un tiempo, como parece por el refranejo que dice: Con mal anda el huso quando la barva no anda de suso, pero ya no lo usamos, especialmente en cosas graves y de autoridad. No sé qué se le antojó al que compuso el refrán que dice: Castígame mi madre, y yo trómposelas, y digo que no sé qué se le antojó, porque no sé qué quiso decir con aquel mal vocablotrómposelas. De buen talante, por de buena voluntad o de buena gana, dicen algunos, pero los mismos que lo dicen creo que no lo escribirían en este tiempo.Vegada, por vez, leo en algunos libros, y aún oigo decir a algunos; yo no lo diría ni lo escribiría. Se dice entre gente baja vezo, por costumbre, y vezado, por acostumbrado; un refrán dice: Vezo pon que vezo quites; y otro: No me pesa de mi hijo que enfermó, sino del mal vezo que tomó; es bien verdad que casi siempre vezo se toma en mala parte, aunque de vezo hacemos vezar por enseñar. El que compuso a Amadis de Gaula, huelga mucho de decir vaiais por vais; a mí no me contenta. Verter, porderramar, habemos ya dejado, a pesar del refranejo que dice: Agua vertida, no toda cogida. Unos dicen xáquima y cabestro, porque xáquima es lo que se pone en la cabeza. Zaque lo mismo es que odre o cuero de vino, y a uno que está borracho decimos que está hecho un zaque; también he oído en la Mancha de Aragón llamarzaques a unos cueros hechos en cierta manera, con que sacan agua de los pozos; vocablo es que se usa poco; yo no lo uso jamás. Ni vosotros podéis quejaros que no os he dicho mucho más de lo que me supierais.

MARCIO.— Vos tenéis razón, pero todavía queremos que, si os acordáis de algunos otros vocablos que no os contenten, nos lo digáis.

VALDÉS.— Si pensase mucho en ello, todavía me acordaría de otros, aunque, como no los uso, no los tengo en la memoria; y de los que os he dicho me he acordado por haberlos oído decir cuando caminaba por Castilla, porque en camino, andando por mesones, es forzado platicar con aldeanos y otras personas groseras. Pero en esto podéis considerar la riqueza de la lengua castellana; que tenemos en ella vocablos en que escoger como entre peras.

CORIOLANO.— Decís muy gran verdad.

MARCIO.— ¿Y de vocablos sincopados usáis algunas veces?

PACHECO.— ¿Qué quiere decir sincopados?

MARCIO.— Entresacados.

PACHECO.— Ahora lo entiendo menos.

MARCIO.— Cuando de en medio de algún vocablo se quita alguna letra o sílaba, decimos que el tal vocablo está sincopado; como si digo puson por pusieron, diré que aquel puson está sincopado. ¿Lo entendéis ahora?

PACHECO.— Largamente.

VALDÉS.— Respondiendo a lo que vos me preguntasteis, digo que en dos maneras principalmente usamos de vocablos sincopados. La una no la tengo por buena; esta es la que en cierta parte de España usa el vulgo, diciendo traxon, dijon, hizon por traxeron,dijeron, hizieron; y digo que no la tengo por buena, porque los que se precian de escribir bien, tienen esta manera de hablar por mala y reprobada, porque quieren que los vocablos se pronuncien y escriban enteros cuando el ayuntamiento de vocales no causa fealdad. La otra manera de vocablos sincopados es buena, y, por ser tal, la usamos todos, y decimos: Allá van leyes do quieren reyes, y también: Do quiera que vayas, de los tuyos ayas, en los cuales, si miráis, decimos do por adonde; decimos tambiénhi por hijo, diciendo hi de vezino por hijo de vezino, hi de puta, por hijo de puta, yhidalgo por hijo dalgo.

CORIOLANO.— ¿Qué quiere decir hijo dalgo?

VALDÉS.— A los que acá llamáis gentiles hombres, en Castilla llamamoshidalgos. De la misma manera sincopamos o cortamos algunos verbos cuando los juntamos con pronombres, como aquí: Haz mal y guarte, por guárdate. También decimos en cas del por en casa del.

PACHECO.— Esa síncopa no me acuerdo oírla jamás.

VALDÉS.— Luego, ¿no habéis oído el refrán que dice: En cas del bueno, el ruín tras fuego, ni el otro: En cas del hazino más manda la muger que el marido?

PACHECO.— Bien los había oído, pero no me acordaba de ellos.

VALDÉS.— También decimos de la ventana por desde la ventana, y esto así en prosa como en verso, porque se dice bien: De Parla van a Puñonrostro, por desde Parla. Desher por deshazer, hallaréis algunas veces en metro, pero guardaos no lo digáis hablando ni escribiendo en prosa, porque no se usa. También decimos diz quepor dizen, y no parece mal.

MARCIO.— Si no tenéis más que decir de los vocablos sincopados, decidnos si es muy abundante de vocablos equívocos la lengua castellana.

PACHECO.— ¿Qué entendéis por vocablos equívocos?

MARCIO.— Así llaman los latinos a los vocablos que tienen más de una significación, y pienso que vosotros no tenéis propio vocablo que signifique esto.

VALDÉS.— Así es verdad y, por tanto, yo uso siempre del latino que ya casi los más lo entienden; y respondiendoos a vos, digo que tenemos muy muchos vocablos equívocos; y más os digo que, aunque en otras lenguas sea defecto la equivocación de los vocablos, en la castellana es ornamento, porque con ellos se dicen muchas cosas ingeniosas, muy sutiles y galanas.

MARCIO.— Si os acordáis de algunas que sean tales como decís, nos haréis merced en decírnoslas.

VALDÉS.— De muy buena voluntad os diré las que me vinieren a la memoria, pero con condición que, porque estos cuentos son sabrosos muchas veces para el que los dice y desabridos para el que los oye, si me viereis embebecido en ellos, tengáis cuidado de despertarme.

PACHECO.— En eso tanto dejadme a mí el cargo.

VALDÉS.—

Correr, demás de su propia significación, que es currere, tiene otra, y es esta, que decimos que se corre uno cuando, burlando con él y motejándolo, se enoja. Esto mostró galanamente un caballero en una copla que hizo a otro caballero que, siendo él flaco, cabalgaba un caballo flaco, y era hombre que le pesaba que burlasen con él. La copla decía así:


Vuestro rocín, bien mirado,


por compás y por nivel,


os es tan pintiparado


en lo flaco y descarnado,


que él es vos, y vos sois él;


mas una cosa os socorre


en que no le parecéis:


que él de flaco no corre,


y vos de flaco os corréis.


MARCIO.— Tenéis razón de alabarla, que cierto tiene ingenio.

CORIOLANO.— Yo no entiendo bien aquel pintiparado.

VALDÉS.— No importa, otro día lo entenderéis. Ostia ya sabéis que es la que se consagra en el altar.

MARCIO.— Sí que lo sé.

VALDÉS.— También sabéis que hay ciertos pescados de mar que llaman ostias.

MARCIO.— Y eso también.

VALDÉS.—

Pues mirad ahora cuán gentilmente jugó de este vocablo en una copla don Antonio de Velasco; y fue así: Pasaba un día de ayuno por un lugar suyo, adonde él a la sazón estaba, un cierto comendador que había ido a Roma por dispensación para poder tener la encomienda y ser clérigo de misa, lo cual el comendador mayor, que se llamaba Hernando de Vega, contradecía; y no hallando en la venta qué comer, envió a la villa a don Antonio le enviase algún pescado. Don Antonio, que sabía muy bien la historia, entre dos platos grandes, luego a la hora le envió una copla que decía:


Ostias pudiera embiar


d'un pipote que hora llega,


pero pensará el de Vega


que eran para consagrar.


Vuessa merced no las coma,


de licencia y'os despido,


porque nunca dará Roma


lo que niega su marido.

Y habéis de notar que en aquel Roma está otro primor, que aludió a que la reina doña Isabel, que tenía las narices un poco romas, aunque mostraba favorecer al comendador, al fin no lo favorecería contra la voluntad del rey su marido.


MARCIO.— Yo os prometo que la copla me parece tan galana que no hay más que pedir, y muestra bien el ingenio del que la hizo; al fin no lo negamos que los españoles tenéis excelencia en semejantes cosas.

VALDÉS.— Y otras muchas solía yo saber de coro, las cuales he ya olvidado, y aún me maravillo cómo me han quedado estas en la memoria. Tocar es lo mismo quetangere y que pertinere, y significa también ataviarse la cabeça; creo que venga detoca, que es lo que dicen: Cabeça loca no sufre toca y La moça loca por la lista compra la toca. Ahora mirad cómo un fraile en tres palabras aludió sutilmente a las tres significaciones, y fue así que, demandándole una monja le diese una toca, él respondió: Quando toque a mí tocaros, con más que esso os serviré.

PACHECO.— ¡Oh hijo de puta y qué buen fraile! ¡Guijarrazo de villano y palo de sacristán!

VALDÉS.— ¡Cómo os alteráis en oyendo hablar de frailes! Como si no fuesen hombres como nosotros.

PACHECO.— Ya, ya, no curemos de más; pues vos defendéis a los frailes, yo quiero de hoy más defender la causa del rey de Francia contra el Emperador.

VALDÉS.—

Cuerda quiere decir prudente, y también lo que el latino dicefunis. De esta equivocación se aprovechó galanamente don Antonio de Velasco hablando del juego de la pelota, donde, como sabéis, se juega por encima de la cuerda, en una copla que hizo a don Diego de Bovadilla que hacía profesión de servir una dama, hija del señor de la casa donde se jugaba. La copla decía así:


Don Diego de Bovadilla


no se spante, aunque pierda;


siendo su amiga la cuerda,


ganar fuera maravilla.


El sabe tan bien servilla


y sacar tan mal de dentro,


que stá seguro Sarmiento.


MARCIO.— ¡Oh cómo perseveró diestramente en la metáfora! No vi mejor cosa en mi vida.

VALDÉS.— Lonja llama el español a algún cierto lugar diputado para pasear, y dice también lonja de tocino.

MARCIO.— Pues se hace mención de tocino, no puede ser malo el dicho.

VALDÉS.— Estaba una vez un mancebo paseándose delante la casa de una señora, adonde un caballero, por estar enamorado de la señora, se solía continuamente pasear; el cual, viendo allí al mancebo, le dijo: Gentilhombre, ¿no dejaréis estar mi lonja? El otro, queriendo hacer del palanciano, le respondió: ¿Cómo lonja? Sé que no es de tocino. El otro a la hora le replicó: Si de tocino fuese, segura estaría por vuestra parte.

MARCIO.— Eso fue jugar muy a la descubierta.

VALDÉS.— Fiel llamamos a un hombre de confianza, y llámase fiel en el que juegan las tijeras cuando cortáis con ellas. Mandando, pues, una vez un señor a un su criado en un lugar suyo que hiciese poner un fiel en unas tijeras que, cercenando una carta, se le habían desenfielado, le respondió de presto: «no halláis vos en todo el lugar un fiel para vuestra hacienda, y ¿queréis que lo halle yo para vuestras tijeras?»

MARCIO.— Este me parece más sutil.

VALDÉS.— No habéis de mirar sino a la alusión de los vocablos, que por esto os cuento estos, pudiendoos contar otros muy más primos y mejores.

MARCIO.— Así lo entendemos.

VALDÉS.— Yervas llamamos en Castilla a lo que acá llamáis tossico, y también a los pastos donde se apacientan los ganados, y así decimos: Yerva pace quien lo paga, y de yerba llamamos ervage y ervajar. Un escudero muy honrado, habiendo arrendado ciertas yerbas o pastos en su tierra y no teniendo con qué pagarlas, se ausentó de la tierra, y topándose acaso en el camino con un su vecino que de la feria de Medina del Campo se tornaba a su casa, le encargó mucho que, en llegando a la tierra, publicase que era muerto, «y si os preguntaren, dijo él, de qué morí, decid que de yerbas». Este mismo, viniendo un día muy en amaneciendo de velar en la iglesia, a la usanza de España, una prima suya, que era muy necia, preguntó al clérigo si venía de velar la prima o la modorra, donde metió tres vocablos equívocos harto propiamente.

MARCIO.— Muy bien los entiendo todos, y paréceme que lo dijo muy galana y sutilmente.

VALDÉS.— A lo que en latín llamáis vibex, en España llamamos cardenal, pienso que porque es cárdeno; también llamados cardenales a los reverendísimos que hace Su Santidad. Ahora sabed que, cuando el papa León crió los XXXI cardenales, un fraile en un sermón introdujo la iglesia que se quejaba a Dios que su marido la trataba mal, y le hizo que dijese: «y si no me queréis, Señor, creer, mirad los cardenales que me acaba de hacer».

MARCIO.— Cuanto que ese dicho, siempre tiene sazón.

VALDÉS.—

Falta sirve, como sabéis, para el juego de la pelota, también como para decir: Malo es Pasqual, mas nunca le falta mal. A estas dos significaciones aludió don Antonio de Velasco en una copla que, al mismo propósito de la otra, hizo a un caballero de la Casa de la Cuerda, que era tenido por poco sabio; la cual decía así:


El de la cuerda, a mi ver,


allí no ganará nada;


si no es falta de tomada,


será falta de saber;


tantas le vemos hazer,


y de ver que son sin cuento,


no vaya a cas de Sarmiento.


MARCIO.— Bien parece esa cosa del ingenio de don Antonio de Velasco.

VALDÉS.— Decimos pensar por cogitare, y también pensar por governar las bestias, de donde nació la simpleza del vizcaíno que, sirviendo a un escudero, porque tenía cargo de pensar el caballo, no lo quería ensillar; preguntado por qué, dijo que porque había oído un refrán que decía: Uno piensa el bayo y otro el que lo ensilla.

MARCIO.— Propia inteligencia de vizcaíno.

VALDÉS.— Porque sería nunca acabar si para cada vocablo equívoco os contase un contezuelo de estos, los quiero atajar, y decir que pecho es lo mismo que pectus, y es un certum quid que pagan al rey los que no son hidalgos, por donde los llamamos pecheros. Corredor es el que corre, y corredor es lo que acá decís loja, y también a lo que decís sensale. Moço y moça son nombres de servidumbre y son nombres de edad, de donde decimos mocedad y mocedades. Que sean nombres de servidumbre lo muestran los refranes que dicen: Guárdate de muger latina y de moça adivina, y A escudero pobre moço adivino, y Al moço malo, ponedle la mesa y embiadlo al mandado. Que sean nombres de edad, también se ve en este refrán: Moça, guárdate del moço cuando le salle el boço. También cuento es equívoco, porque decimos cuento de lanza y cuento de maravedís y cuento por novela. Tacha es lo mismo en castellano que en italiano, y tachas llamamos los clavicos que ponen en los cofres encorados.

MARCIO.— No me place tanto ensartar de vocablos; más quisiera que prosiguierais como habíais comenzado.

VALDÉS.— Dejadme, por vuestra vida, que otro día os cansaré contandoos estos contezuelos. Hacha llamamos a la que por otro nombre decimos antorcha, y hacha llamamos también a la segur. Servidor, allende de su propia significación, que es común a las tres lenguas de que platicamos, tiene otra deshonesta.

MARCIO.— No la digáis, que ya la sé.

VALDÉS.— De mancebo hacemos también manceba, que quiere decir mujer moza y quiere decir concubina. Otros hay a quien la semejanza solamente hace equívocos, así como capón, que por la semejanza hacemos que signifique lo que eunuco. Sobre lo cual se celebra un dicho de una dama que, habiendo después de viuda tomado otro marido, del cual no se podía aprovechar, por quitárselo de delante, le dio quinientos ducados con que se viniese en Italia. El dicho es este, que estando en un banquete alababan todos ciertos capones que allí se comían, y diciendo uno que valían caros, porque costaba un ducado cada uno, respondió la dama: ¿a eso llamáis caro?, pues yo compré uno por quinientos ducados y no gocé de él.

PACHECO.— Concluid con eso, por vuestra vida, porque tengamos tiempo para lo demás.

VALDÉS.— En merced os tengo que me hayáis atajado; y vos ved si tenéis más que preguntar.

MARCIO.— Pues no nos queréis decir más equívocos, porque me acuerdo, algunas veces oíros decir que deseáis introducir ciertos vocablos en la lengua castellana, antes que pasemos adelante, decidnos qué vocablos son estos.

VALDÉS.— De buena voluntad os diré todos los que me vendrán a la memoria. De la lengua griega deseo introducir estos que están medio usados: paradoxa, tiranizar,idiota, ortografía.

PACHECO.— Larga nos la levantaríais a los que no sabemos griego ni latín, si, por introducirnos nuevos vocablos, no pusieseis necesidad de aprenderlos.

VALDÉS.— Por vuestra vida, que me consintáis de usar de estos vocablos, pues, si bien miráis en ello, fácilmente los entenderéis.

PACHECO.— El tiranizar y la ortografía bien los entiendo, pero los otros no sé qué quieren decir.

VALDÉS.— Pues yo os lo diré ahora, y lo tendréis por dicho para siempre:paradoxa quiere decir cosa que viene sin pensarla; idiota significa hombre privado y sin letras. ¿Los entendéis?

PACHECO.— Sí, muy bien. Decid adelante.

VALDÉS.— De la lengua latina querría tomar estos vocablos: ambición, ecepción,dócil, superstición, obieto. Del cual vocablo usó bien el autor de Celestina: la vista a quien obiecto no se pone; y digo que lo usó bien, porque, queriendo decir aquella sentencia, no hallara vocablo castellano con que decirla, y así fue mejor usar de aquel vocablo latino que dejar de decir la sentencia; o para decirla había de buscar rodeo de palabras. Tomaría también decoro.

PACHECO.— ¿Qué quiere decir decoro?

VALDÉS.— Cuando queremos decir que uno se gobierna en su manera de vivir conforme al estado y condición que tiene, decimos que guarda el decoro. Es propio este vocablo de los representadores de las comedias, los cuales estonces se decía que guardaban bien el decoro, cuando guardaban lo que convenía a las personas que representaban.

PACHECO.— Bien lo entiendo. Decid adelante.

VALDÉS.— Querría más introducir paréntesis, insolencia, jubilar, temeridad,professión.

PACHECO.— ¿Qué decís? ¿professión no es castellano?

VALDÉS.— Sí que es castellano, pero se han alzado con él los frailes, y yo querría que lo usásemos como lo usan el latín y el toscano, diciendo: Juan haze professión de loco y Pedro haze professión de sabio. Persuadir y persuasión, estilo, y observar yobservación.

PACHECO.— Esos tres postreros quiero que me declaréis.

VALDÉS.— Estilo llamamos a la manera de decir buena o mala, áspera o dura;observar vale tanto como notar, sino que sirve para más cosas; lo mismo digo deobservación. Y porque me he visto en aprieto queriendo exprimir en castellano lo que significa obnoxius y abutere, los introduciría si me atreviese, pero son tan remotos del hablar castellano que de ninguna manera me atrevería a usarlos; holgaría bien que otros lo usasen por poderlos usar también yo. De la lengua italiana deseo poderme aprovechar para la lengua castellana de estos vocablos: facilitar, fantasía, en la significación que lo tomáis acá; aspirar, por tener ojo, como quien dice: Cada cardenal aspira al papado; dinar, entretener, discurrir y discurso, manejar ymanejo, deseñar y deseño, ingeniar por inventar con el ingenio, servitud, novela ynovelar, cómodo o incómodo, comodidad, solacio, martelo, porque no parece que es lo mismo que celos, pedante y assassinar.

CORIOLANO.— ¿Queréis que os diga la verdad? No me place que seáis tan liberal en acrecentar vocablos en vuestra lengua, mayormente si os podéis pasar sin ellos, como se han pasado vuestros antepasados hasta ahora. Y si queréis ver que tengo razón, acordaos cuán atentadamente y con cuánta modestia acrecienta Cicerón en la legua latina algunos vocablos, como son qualitas, visum que significa fantasía, ycomprehensibile, aunque sin ellos no podía exprimir bien el concepto de su ánimo en aquella materia de que hablaba, que es, si bien me acuerdo, en sus Questiones que llamaacadémicas.

VALDÉS.— Toda esa atención y toda esa modestia que decís tiene Cicerón con mucha razón cuando introduce en la lengua latina esos vocablos que él componía; pero, si bien os acordáis, cuando usa y se aprovecha de vocablos griegos en el mismo libro que vos habéis alegado, no cura de demandar perdón, antes él mismo se da licencia para usar de ellos, como veis que los usa, no solamente escritos con letras griegas, pero con latinas, como son asotus, idea, atomus, etc . De manera que, pues yo no compongo vocablos nuevos, sino me quiero aprovechar de los que hallo en las otras lenguas con las cuales la mía tiene alguna semejanza, no sé por qué no os ha de contentar.

MARCIO.— Os dice muy gran verdad, y vos, señor Pacheco, decidnos ¿qué sentís de estos vocablos añadidos?

PACHECO.— Que para todos ellos yo de muy buena gana daré mi voto, siempre que me será demandado, aunque algunos se me hacen durillos; pero, conociendo que con ellos se ilustra y enriquece mi lengua, todavía los admitiré y, usándolos mucho, poco a poco los ablandaré.

MARCIO.— Esto es verdad, que ninguna lengua hay en el mundo a la cual no estuviese bien que le fuesen añadidos algunos vocablos; pero el negocio está en saber si querríais introducir estos por ornamento de la lengua, o por necesidad que tenga de ellos.

VALDÉS.— Por lo uno y por lo otro.

CORIOLANO.— Pues os faltan vocablos con que exprimir los conceptos de vuestros ánimos, ¿por qué hacéis tantos fieros con esta vuestra lengua castellana?

VALDÉS.— Ni nos faltan vocablos con que exprimir los conceptos de nuestros ánimos, porque, si algunas cosas no las podemos explicar con una palabra, las explicamos con dos o tres como mejor podemos; ni tampoco hacemos fieros con nuestra lengua, aunque, si quisiésemos, podríamos salir con ellos, porque me bastaría el ánimo a daros dos vocablos castellanos, para los cuales vosotros no tenéis correspondientes, por uno que me dieseis toscano, para el cual yo no os diese otro castellano que le respondiese.

CORIOLANO.— Esa bravería española no la aprendisteis vos en San Pablo.

VALDÉS.— Abasta que la aprendí de San Pedro, y en Roma. Pues más quiero decir, porque veáis quién son los Chacones, que haré lo mismo con la lengua latina.

CORIOLANO.— Nunca os vi tan bravoso. Ea, quebradme el ojo con media docena de vocablos españoles que no tengan latinos que les correspondan.

VALDÉS.— No os quebraré el ojo, pero daros he sin más pensarlo dos docenas de ellos por media que me demandáis.

CORIOLANO.— Esos serán plebeyos.

VALDÉS.— No serán sino hidalgos, de las migajas del rey de Portugal. Y porque veáis si decir y hacer comen a mi mesa, empezad a contar: Aventurar, escaramuçar,escarpiar, madrugar, acuchillar, amagar, grangear, acaudalar, aislar, trasnochar,esquilmo, fulano, axuar, peonada, requiebro, desaguadero, retoçar, maherir,çaherir, trafagar, amanecer, jornada, ospitalero, carcelero, temprano, mesonero,postremería, desenhadamiento, desmayar, albricias, engolfar, escuderear,amortecer, sazonar, alcahuetar. ¿He dicho hartos?

MARCIO.— Habéis dicho tantos, que ya me pesaba haberos metido en la danza, viendoos tan embebecido en ella que me parecía que aun sin son bailaríais; pero os quiero desengañar, porque no os engriáis mucho pensando haber hecho una gran prueba de vuestra lengua; que de esa suerte de vocablos también os diré yo cuatro docenas de la lengua toscana.

CORIOLANO .— Y aun yo diré diez.

VALDÉS.— También diré yo ciento, si quiero entrar en los vocablos arábigos que son nombres de cosas, como guadamecil, almairaz, almirez, etc. ; pero esto no importa. Decid vosotros cuantos quisiereis, que a mí harto me basta haber cumplido con lo que prometí.

MARCIO.— No lo habéis cumplido tan enteramente como pensáis.

VALDÉS.— ¿Cómo no?

MARCIO.— Porque no a todos los vocablos que habéis dicho falta correspondiente latino.

VALDÉS.— Decidme cuáles lo tienen, que holgaré aprender esto de vos.

MARCIO.— ¿No os parece que lascivire exprime bien lo que el castellano diceretoçar?

VALDÉS.— No, que no me parece, porque puede uno lascivire sin segunda persona, y no retoçar.

MARCIO.— Tenéis razón en esto; pero, senectus y postrimería ¿no es todo uno?

VALDÉS.— No, porque senectus, que nosotros decimos vejez, es más general quepostrimería.

MARCIO.— Sea así, pero mesonero ¿no es lo que dice el latino pandochius?

VALDÉS.— Lo mismo, pero ¿vos no veis que ese vocablo no es latino, sino griego, y que así podéis tomar desmophilax por carcelero? Yo no os hablo sino de los vocablos que la lengua latina tiene propios suyos.

MARCIO.— Confieso que tenéis razón; pero, si habéis romanzado alguna cosa latina o italiana, bien creo habréis también hallado otros muchos vocablos allende de los que habéis dicho, que os han puesto en aprieto, queriendo exprimir enteramente en castellano lo que significan en latín o italiano.

VALDÉS.— Y aun porque cada lengua tiene sus vocablos propios, y sus propias maneras de decir, hay tanta dificultad en el traducir bien de una lengua en otra; lo cual yo no atribuyo a falta de la lengua en que se traduce, sino a la abundancia de aquella de que se traduce; y así unas cosas se dicen en una lengua bien que en otra no se pueden decir así bien, y en la misma otra, otras que se digan mejor que en ninguna.

CORIOLANO.— Eso está muy bien dicho y es así en la verdad.

VALDÉS.— Por esto es grande la temeridad de los que se ponen a traducir de una lengua en otra sin ser muy diestros en la una y en la otra.

MARCIO.— De esta manera pocas cosas se traducirían.

VALDÉS.— Así habría más personas que supiesen las lenguas necesarias, como son la latina, la griega y la hebrea, en las cuales está escrito todo cuanto bueno hay que pertenezca así a religión como a ciencia.

MARCIO.— Ora sus, atajemos esta materia y tornemos a la nuestra, otorgandoos primero estar bien dicho todo cuanto habéis hasta aquí propuesto.

VALDÉS.— Muchas gracias, y en pago de vuestra liberalidad, antes que salgamos de hablar en los vocablos, os quiero decir un aviso que yo tengo cuando escribo en castellano alguna letra a algún italiano.

PACHECO.— Ya lo habéis dicho; ¿no es lo de la j larga y lo de la tilde?

VALDÉS.— Vos sois como el ánsar de Cantipalo, que salió al lobo al camino. No, que no es eso.

PACHECO.— Pues perdonadme y decidnos lo que es.

VALDÉS.— Que voy siempre acomodando las palabras castellanas con las italianas, y las maneras de decir de la una lengua con las de la otra, de manera que sin apartarme del castellano sea mejor entendido del italiano.

PACHECO.— ¿De qué manera hacéis eso?

VALDÉS.— Yo os diré. Cuanto a las palabras, si tengo de decir: Honra sin provecho, sortija en el dedo, por sortija digo anillo; si puedo decir salario, no digoacostamiento.

MARCIO.— ¿Es lo mismo acostamiento que salario?

VALDÉS.— Lo mismo.

MARCIO.— Nunca oí ese vocablo.

VALDÉS.— ¿No? Luego no habéis oído una copla muy galana que un caballero envió a un gran señor de Castilla a propósito que le envió a rogar viviese con él, y le daría buen acostamiento.

MARCIO.— No la he oído y holgaré de oírla, porque, pues vos la alabáis y el sujeto parece bueno, no puede ser que ella no sea buena.

VALDÉS.—

La copla decía así:


Diez marcos tengo de oro


y de plata cien y ochenta,


buenas casas en que moro


y un largo cuento de renta,


diez escuderos de cuenta,


de linage bien contento,


de señor no acostamiento,


quês lo que más me contenta.


MARCIO.— ¡Cómo debiera ser ese honrado caballero, y de ingenio! Decidme, por vuestra vida, a qué propósito enviaba aquel gran señor, por rico que fuese, a requerir que viviese con él un caballero que tan cumplidamente tenía lo que había menester.

VALDÉS.— Yo os lo diré. Se acostumbra en Castilla que los grandes señores que quieren tener parte en las ciudades principales, que son del rey, procuren tener salariados, de los caballeros que viven en ellas, los más principales y valerosos, de los cuales se sirven así en las cosas que ocurren en las ciudades donde viven, como en acompañarse de ellos cuando sus personas van a la guerra y cuando van por alguna cosa señalada a la corte, dejándolos estar todo el otro tiempo en sus casas, y a lo que dan a estos tales llaman acostamiento.

MARCIO.— ¿Y tienen muchos de estos?

VALDÉS.— Sí, tenían antiguamente, pero ya ahora, que con la grandeza del Emperador no es en Castilla lo que solía, no curan tanto de estas grandezas.

MARCIO.— Y lo que gastaban en aquello, ¿en qué lo gastan ahora?

VALDÉS.— ¿En qué? Sabréis que cada uno tiene sus desaguaderos por donde se le va.

CORIOLANO.— ¿A qué llamáis desaguaderos?

VALDÉS.— Al juego, al vestir, al banquetear, que son tres cosas que con la venida de Su Majestad en España han crecido en tanta manera, que os prometo que se siente largamente por todas partes.

MARCIO.— No queremos saber nada de eso. Proseguid en vuestros vocablos, que hace más al propósito.

VALDÉS.— Soy contento, pero ya sabéis que estos paréntesis no son malos a ratos, como entre col y col lechuga. Si tengo de decir doliente, digo enfermo.

MARCIO.— ¿Son todos dos castellanos?

VALDÉS.— Todos dos están celebrados en los refranes; uno dice: Con lo que sana el hígado, enferma la bolsa, y el otro dice: Con lo que Pedro sana, Sancho adolece. Cuando tengo de decir: de cada parte, digo: de cada canto.

MARCIO.— ¿Y se puede decir así en castellano?

VALDÉS.— Así hallo en mis refranes, que dice uno: De cada canto, tres leguas de mal quebranto. Si puedo decir fenestra no digo ventana. Ni cumple cuando está bienconviene. Antes digo comprar que mercar. Antes letra que carta. Antes hinojos querodillas. Antes lecho que cama.

CORIOLANO.— ¿Lecho es español?

VALDÉS.— Preguntadlo al refranejo que dice: La pierna en el lecho y la mano en el pecho. Más presto diré malencónico que mohino.

MARCIO.— No me parece a mí que es lo mismo malencónico, que mohino; a lo menos no significa lo mismo el refrán que dice: Dos a dos y tres al mohino.

VALDÉS.— Antes, si bien miráis en ello, es lo mismo. Es bien verdad que tomamos algunas veces mohino por desgraciado o desdichado en el juego, y así decimos que uno está mohíno cuando pierde, y decimos que se amohína cuando toma alguna cosa por agüero, pero esto no impide que yo no pueda usar, en lugar del mohino, delmalencónico donde cuadrare bien.

MARCIO.— Tenéis razón. Proseguid adelante.

VALDÉS.— Antes digo planto que lloro, antes candela que vela, antes tapete quealhombra, antes abrasar que quemar, antes máxcara que carátula, antes cuello quepescueço, antes roña que sarna, antes presto que aína, antes segur que hacha, y antesantorcha que hacha; antes acostumbrar que soler. Antes digo de buena voluntad quede buen talante, y antes jardín que vergel, y antes favorecido que privado, y antesdemandar que pedir, y antes can que perro.

CORIOLANO.— Sé que can no es vocablo español.

VALDÉS.— Sí, es, porque un refrán dice: El can congosto a su amo vuelve el rostro, y otro: Quien bien quiere a Beltrán, bien quiere a su can. Antes diré mur queratón, pues tan bien es castellano lo uno como lo otro, porque dicen: Lo que as de dar al mur, dalo al gato, y también: Al mur que no sabe sino un agugero, presto lo toma el gato. Por deshonrar diré denostar, pues me lo permite el refrán que dice: Casa ospedada, comida y denostada, y el otro: Fuí a casa de mi vezina y denostéme, vine a mi casa y conhortéme. Por mañana diré cras, pues me da licencia el refranejo que dice: Oy por mí y cras por tí. Muro y adarve son una misma cosa, y así antes dirémuro que adarve.

CORIOLANO.— Bien, pero muro no creo sea puro castellano.

VALDÉS.— Yo sí, que un refrán dice: No pasa seguro quien corre por el muro. Cuanto a las maneras de decir, hago de esta arte. Si tengo de decir no quiero tener que dar ni que tomar con vos, digo: no me quiero empachar con vos. Y si tengo de decir:con la qual uve mucho plazer, digo: la qual me fué muy agradable. De la misma manera, queriendo decir: mañana me purgo, digo: mañana tomo medicina.

MARCIO.— No digáis más, pues lo dicho basta, y aun sobra, para entender lo que queréis decir. Y si queréis que alabemos vuestra prudencia con esto y que os tengamos en merced la honra que nos hacéis con ello, no nos desavendremos; con tal que nos digáis qué quieren decir ciertas palabrillas, que algunas personas en su hablar usan ordinariamente, las cuales ni se escriben, ni tampoco me acuerdo oíroslas decir jamás a vos.

VALDÉS.— ¿Qué suerte de palabras es esa? Decidme alguna de ellas.

MARCIO.— Aqueste, pues, así, no sé qué, etc .

VALDÉS.— ¿De qué manera habéis visto vos usar ese no sé qué?

MARCIO.— De muchas; pero donde me ha contentado es en una copla, compañera de la que os dije antes sobre halagüeña y çahareña.

VALDÉS.— Bien me acuerdo. Decid la copla.

MARCIO.—

La dama boquicerrada,


sorda y muda, no sé qué,


no sé para qué se fué


entre las otras criada.


La necia desamorada


que nada no da ni vende,


tírala dende.


VALDÉS.— ¿Adónde diablos habéis aprendido esas coplas?

MARCIO.— Qué sé yo. Entre vosotros.

VALDÉS.— Nunca las oí. ¿Sabéis más que las dos que habéis dicho?

MARCIO.— Sí, sé otra.

VALDÉS.— Decidla.

MARCIO.—

La dama que dama fuere


de las de dar y tomar,


solamente con mirar


ha de matar do quisiere,


matar y mostrar que muere.


Si desto no se l'entiende,


tírala dende.


VALDÉS.— En extremo me contentan. Ojalá hubiera hecho más el que hizo esas. Y tornando a nuestra materia, digo que el no sé qué es muy diferente de esas otras partecillas, porque el no sé qué tiene gracia, y muchas veces se dice a tiempo que significa mucho; pero esas otras partecillas son bordones de necios.

MARCIO.— ¿Qué llamáis bordones?

VALDÉS.— A esas palabrillas y otras tales que algunos toman a que arrimarse cuando, estando hablando, no les viene a la memoria el vocablo tan presto como sería menester. Y así unos hay que se arriman a ¿entendéisme? y os lo dicen muchas veces, sin haber cosa que importe entenderla o que sea menester mucha atención para alcanzarla; por donde conocéis que no os preguntan si los entendéis por duda que tengan de ello, sino porque, mientras os preguntan aquello les venga a la memoria lo otro. Otros hay que por la misma razón se arriman a no sé si m'entendéis, aunque conozcan claramente que son entendidos. Otros dicen: ¿estáis conmigo?, que vale tanto como ¿entendéisme? Otros se sirven de pues, y otros de tal, y los repiten tantas veces que os vienen en fastidio grandísimo. Muchos se sirven de aqueste, y se sirven más de él que de caballo de muchas sillas. Otros se aprovechan de así, y tras cada palabra os dan con él en los ojos. Otros se sirven de tomé y de tomamos, diciendo tomé y víneme, y tomamos y vinimos, y si les preguntáis qué es lo que tomaron, no os podrán decir con verdad sino que aquel vocablo no sirve sino para un malo y feo arrimo. Otros semejantes a estos creo que hay de que yo no me acuerdo. Si más queréis, por buen dinero.

MARCIO.— Sí que queremos más, pero no por buen dinero, sino de balde.

VALDÉS.— ¿Qué es lo que queréis?

MARCIO.— Que nos digáis lo que observáis y guardáis acerca del escribir, y hablar en vuestro romance castellano cuanto al estilo.

VALDÉS.— Para deciros la verdad, muy pocas cosas observo, porque el estilo que tengo me es natural, y sin afectación ninguna escribo como hablo; solamente tengo cuidado de usar de vocablos que signifiquen bien lo que quiero decir, y lo digo cuanto más llanamente me es posible, porque a mi parecer en ninguna lengua está bien el afectación. Cuanto al hacer diferencia en el alzar o abajar el estilo, según lo que escribo, o a quién escribo, guardo lo mismo que guardáis vosotros en el latín.

MARCIO.— Si acerca de esto hubieseis de aconsejar a alguno, ¿qué le diríais?

VALDÉS.— Le diría primeramente que guardase lo que al principio dije de los artículos, porque esto pertenece así para el hablar bien como para el escribir. Le avisaría más que no curase de un que superfluo que muchos ponen tan continuamente, que me obligaría quitar de algunas escrituras, de una hoja, media docena de queessuperfluos.

MARCIO.— Dadnos algunos ejemplos para que entendamos eso.

VALDÉS.— De refrán no se me ofrece ninguno que tenga este que demasiado, y creo lo causa la brevedad con que están escritos, pero, si miráis en lo que leéis, hallaréis ser verdad lo que os digo en partes semejantes que esta: creo que será bien hazer esto. Adonde aquel que está superfluo, porque diría mejor: creo será bien hazer esto.

MARCIO.— Bien me contenta eso, pero ¿qué señal tendremos para ver cuándo está superfluo y cuándo no?

VALDÉS.— La misma escritura, si la miráis con cuidado, os lo mostrará. Como también en un de que se pone demasiado y sin propósito ninguno, diciendo: no os he scrito, esperando de embiar, donde estaría mejor, sin aquel de, decir: esperando embiar. Y creedme que estas superfluidades no proceden sino del mucho descuido que tenemos en el escribir en romance.

MARCIO.— Bien creo eso, y bien me ha parecido esto otro; proseguid adelante.

VALDÉS.— También avisaría que conviene usar la composición del verbo con lo yla, los y las muy libremente, sin pensar decir por otra manera lo que se puede decir por aquella.

MARCIO.— ¿Cómo se hace esa composición?

VALDÉS.— Diciendo hablarlo y traerla, hablarlos y traerlas.

MARCIO.— ¿Qué queréis en esto, que no os entiendo?

VALDÉS.— Que se debe usar esta composición de la manera que digo, y no andar por las ramas como algunos, que por no hablar como los otros, dicen por ponerlos, los poner, y por traerlas, las traer, etcétera. Es bien verdad que lo uno y lo otro se puede seguramente usar, pero el decir ponerlos y traerlas a mi parecer es más llano y más puro, y aun más galano y más castellano. Se debe también huir toda manera de decir que tenga mal sonido, como es diciendo me he de perder, adonde, como veis, estaría mejor y más galanamente he de perderme; y de estas maneras de decir hallaréis muy muchas, si miráis un poco en ellas. Hablar o escribir de suerte que vuestra razón pueda tener dos entendimientos, en todas lenguas es muy gran falta del que habla o escribe.

CORIOLANO.— Eso mismo enseña Quintiliano.

VALDÉS.— Así es verdad. En este error caen especialmente los que quitan una aque se debe poner delante de algunos acusativos, y así, habiendo de decir: el varón prudente ama a la justicia, dicen ama la justicia, la cual manera de hablar, como veis, puede tener dos entendimientos; o que el varón prudente ame a la justicia, o que la justicia ame al varón prudente; porque sin la a parece que están todos dos nombres en un mismo caso. También es falta poner dos partes una cabe otra de tal manera que, juntándose la una con la otra, de todas dos se haga una, porque hacen desatinar al letor.

CORIOLANO.— Para entender bien eso, es menester que nos lo mostréis por algún ejemplo.

VALDÉS.— Por ejemplo os puede bastar esto, que si habéis de decir es bien, no digáis bien es, y de otra suerte si habéis de escribir es verdad, no digáis verdad es, y sies mal, no digáis mal es, porque no parezcan plurales. Otros muchos os podría señalar, pero, para entender lo que digo, harto bastan estos. Algunos ay que, por no poner a los casos sus propios artículos, hacen que a lo que escriben se puedan dar muchos entendimientos; por tanto el que quisiere escribir bien, debe siempre poner los artículos como tengo dicho, conviene a saber: el y la en el nominativo, del y de la en el genitivo, al y a la en el acusativo, y lo que es neutro; de manera que, si habéis de decir:Dijo la leche al vino: bien seais venido, amigo, miréis bien adónde ponéis la, y dóndeal. ¿Entendéis bien esto?

CORIOLANO.— Largamente.

VALDÉS.— Muchos hay que, porque saben o han oído decir que en la lengua latina dos negaciones afirman, pensando que hacen lo mismo en la castellana, huyendo de ellas, gastan algunas veces el estilo; porque, si han de decir: No diga ninguno: destâgua no beveré, dicen: No diga alguno. Esta, como veis, es grande inadvertencia; pues es así que no todas las lenguas tienen unas mismas propiedades, antes, porque cada una tiene las suyas propias, por eso se llaman propiedades; y así como el latino con dos negaciones afirma, así también el griego con dos negaciones niega más, y esto mismo tiene el castellano y aun el hebreo.

PACHECO.— Si eso es pecado, yo os prometo que he pecado en él muchas veces.

VALDÉS.— Pues sabed que lo es; por tanto guardaos de caer en él, y también de caer en otro que es a mi parecer aún más feo que este, y por esto creo que son más los que tropiezan en él; este es que no pongáis el verbo al fin de la cláusula cuando él de suyo no se cae, como hacen los que quieren imitar a los que escriben mal latín.

MARCIO.— Eso declaradnos un poco más.

VALDÉS.— Digo que os debéis guardar siempre de hablar, como algunos, de esta manera: Siempre te bien quise y nunca te bien hize, porque es muy mejor decir:Siempre te quise bien y nunca te hize bien.

CORIOLANO.— ¿Eso no es todo uno?

VALDÉS.— Sí, pero no le contentó al Conde de Ureña una vez aquella manera de hablar.

MARCIO.— Ea, contadnos eso.

VALDÉS.— Soy contento. Dicen que yendo de camino el Conde de Ureña, y llegando a un lugar mal proveído de bastimentos, mandó a un su mayordomo, que pocos días antes había recibido, que le tuviese…

MARCIO.— Así se hará; proseguid en decirnos lo que pertenece al estilo de vuestra lengua castellana.

VALDÉS.— Con deciros esto, pienso concluir este razonamiento desabrido: que todo el bien hablar castellano consiste en que digáis lo que queréis con las menos palabras que pudiereis, de tal manera que, explicando bien el concepto de vuestro ánimo, y dando a entender lo que queréis decir, de las palabras que pusiereis en una cláusula o razón no se pueda quitar ninguna sin ofender a la sentencia de ella o al encarecimiento o a la elegancia.

MARCIO.— Declaradnos más eso.

VALDÉS.— Que me place. Si quisieseis quitar algo de este refrán: Ama a quien no te ama, y responde a quien no te llama, con cualquier cosa que le faltase gastaríais la sentencia que tiene. Y si de este refrán: Quien guarda y condesa, dos veces pone mesa, donde lo mismo es guardar que condesar, quitaseis el uno de ellos, aunque no gastaríais la sentencia, quitaríais el encarecimiento que suelen hacer dos vocablos juntos que significan una misma cosa. De la misma manera, si de este refrán Qual la madre, tal la hija, y tal la manta que las cobija quitaseis el segundo tal, o de este:Del monte salle quien el monte quema quitaseis el segundo monte, aunque no gastaríais la sentencia, ni disminuiríais el encarecimiento, estragaríais de tal manera el estilo, que las cláusulas quedaban cojas.

MARCIO.— Muy bien me parece esto, pero decidme: ¿tenéis por buena manera esta de estos refranes, que parece van con no sé qué consonantes?

VALDÉS.— Sí que es buena por estas sentencillas así breves, pero siempre aconsejaría a quien quisiese hablar o escribir bien que se guardase de ella, porque, si no es en semejantes dichos breves, en lo demás es muy ajena del estilo castellano.

MARCIO.— Pues ¿cómo hay algunos que imprimen libros en este tiempo que usan esta manera de escribir?

VALDÉS.— Porque también hay algunos que imprimen libros en latín que usan otras obras muy ajenas del buen estilo de la lengua latina.

MARCIO.— Tenéis razón, y en efecto es así, que en todas las lenguas del mundo hay unos que escriben mejor, más propia y más galanamente que otros; y por esto los que quieren aprender una lengua de nuevo deberían mucho mirar en qué libros leen; porque siempre acontece que, así como, naturalmente, tales son nuestras costumbres, cuales son las de aquellos con quien conversamos y platicamos, de la misma manera tal es nuestro estilo, cuales son los libros en que leemos.

VALDÉS.— Decís muy gran verdad.

CORIOLANO.— Pues conocéis ser esto así, para que hayáis enteramente cumplido vuestra jornada, resta que nos digáis qué libros castellanos os parece podemos leer para hacer buen estilo, y también de cuáles tenéis por bien que nos guardemos.

VALDÉS.— Demanda es más dificultosa de lo que pensáis. Ya sabéis en qué laberinto se mete el que se pone a juzgar las obras ajenas.

CORIOLANO.— Vos decís verdad cuando lo que se dice es público, pero aquí estamos solos y todo puede pasar.

VALDÉS.— Con condición que no me deis por autor de lo que aquí sobre esto os diré, soy contento de deciros mi parecer acerca de los escritores. Ya sabéis que, así como los gustos de los hombres son diversos, así también lo son los juicios; de donde viene que muchas veces lo que uno aprueba condena otro, y lo que uno condena aprueba otro. Yo, que hago profesión de estar bien con todo el mundo, no querría sin propósito ofender a otros por complacer a vosotros.

MARCIO.— Seguramente podéis decir lo que quisiereis, que yo por todos tres prometo el secreto.

VALDÉS.— Confiando en esa promesa, digo que, como sabéis, entre lo que está escrito en lengua castellana principalmente hay tres suertes de escrituras, unas en metro, otras en prosa, compuestas de su primer nacimiento en lengua castellana, ahora sean falsas, ahora verdaderas; otras hay traducidas de otras lenguas, especialmente de la latina. El leer en metro no lo apruebo en castellano, ni en ninguna otra lengua, para los que son aprendices en ella.

MARCIO.— Mucho ha que yo soy de esa misma opinión.

VALDÉS.— Pero, porque digamos de todo, digo que, de los que han escrito en metro, dan todos comúnmente la palma a Juan de Mena, y, a mi parecer, aunque la merezca cuanto a la doctrina y alto estilo, yo no se la daría cuanto al decir propiamente ni cuanto al usar propios y naturales vocablos, porque, si no me engaño, se descuidó mucho en esta parte, a lo menos en aquellas su Trecientas, en donde, queriendo mostrarse docto, escribió tan oscuro, que no es entendido, y puso ciertos vocablos, unos que por groseros se deberían desechar y otros que, por muy latinos, no se dejan entender de todos, como son rostro jocundo, fondón del polo segundo, y cinge toda la sfera, que todo esto pone en una copla, lo cual a mi ver es más escribir mal latín que buen castellano. En las coplas de amores que están en el Cancionero general me contenta harto, adonde en la verdad es singularísimo. En el mismo Cancionero, hay algunas coplas que tienen buen estilo, como son las de Garci Sánchez de Badajoz y las del bachiller de la Torre y las de Guevara, aunque estas tengan mejor sentido que estilo, y las del marqués de Astorga. Y son mejores las de don Jorge Manrique, que comienzanRecuerde el alma dormida, las cuales, a mi juicio, son muy dinas de ser leídas y estimadas, así por la sentencia como por el estilo. Juan del Enzina escribió mucho, y así tiene de todo; lo que me contenta más es la farsa de Plácida y Vitoriano, que compuso en Roma. El estilo que tiene Torres Naharro en su Propaladia, aunque peca algo en las comedias, no guardando bien el decoro de las personas, me satisface mucho, porque es muy llano y sin afectación ninguna, mayormente en las comedias deCalamita y Aquilana, porque en las otras tiene de todo, y aun en estas hay algunas cosas que se podrían decir mejor, más casta, más clara y más llanamente.

MARCIO.— Decidnos alguna.

VALDÉS.—

En la Aquilana dice:


Pues ¿que's esto?


Tórnome loco tan presto


por amores d'una dama


que tarde niega su gesto


lo que promete su fama.

Adonde, si no me engaño, dijera mejor, más clara y más galanamente:


que trae scrito en su gesto


lo que publica su fama.


PACHECO.— Mejor dijera así; pero no se lo neguemos, que mucho ha ilustrado la lengua castellana.

VALDÉS.— No os negaré yo eso jamás, y tampoco quiero que me neguéis vos a mí que, así como escribía bien aquellas cosas bajas y plebeyas que pasaban entre gentes con quien él más ordinariamente trataba, así se pierde cuando quiere escribir lo que pasa entre gente noble y principal, lo cual se ve largamente en la comedia Aquilana; pero esto no hace al caso, pues aquí no hablamos sino de lo que pertenece a la lengua. Muchas otras cosas hay escritas en metro que se podrían alabar, pero así porque muchas de ellas no están impresas, como por no ser prolijo, os diré solamente esto, que aquella comedia o farsa que llaman de Fileno y Zambardo me contenta.

PACHECO.— Y de Yanguas, ¿qué os parece?

VALDÉS.— Que muestra bien ser latino.

PACHECO.— Eso basta, ya os entiendo.

MARCIO.— Deseo que nos dijeseis algunas señales por donde conociésemos cuáles son las buenas coplas y cuáles no.

VALDÉS.—

Por buenas tengo las que tienen buena y clara sentencia, buenos vocablos, acomodados a ella, buen estilo, sin superfluidad de palabras y sin que haya ni una sílaba superflua por causa del metro, ni un vocablo forzado por causa del consonante; y por malas tengo las que no son de esta manera; y mirad que digo buena y clara sentencia, porque hay algunas cosas trovadas que al parecer dicen algo, y si las queréis examinar bien, las hallaréis vacías de sentencia. Y porque veáis que esto es así, escuchad este villancico que al tiempo que yo partí de España reinaba entre los músicos, y mirad cómo hallaréis en él lo que digo:


Pues que os vi, merecí veros,


que si, señora, n'os viera,


nunca veros mereciera.


MARCIO.— Cuanto que a mí bien me contenta; no sé qué mal le halláis.

VALDÉS.— Con razón os contentara si el primero verso, que dice: Pues que os vi, merecí veros, dijera: Porque os vi merezco veros, pues, como veis, la sentencia estuviera clara y amorosa; pero, estando como está, yo no hallo que diga nada, antes me parece que contradice en los dos últimos versos lo que afirma en el primero. De esta suerte os podría decir otros muchos, los cuales nacen de personas que no van acomodando, como dije se debe hacer, las palabras a las cosas, sino las cosas a las palabras, y así no dicen lo que querrían, sino lo que quieren los vocablos que tienen.

PACHECO.— Por mi fe, que tenéis razón y que ahora caigo en ello.

VALDÉS.—

Pues las palabras o partecillas que se ponen solamente por henchir el verso o por hacer la consonancia, ya vosotros podéis ver cuán mal parecen. Y porque mejor lo entendáis, miradlo en esta canción que dice:


Destas aves su nación


es cantar con alegría,


y de vellas en prisión


siento yo grave pasión,


sin sentir nadie la mía.

Adonde muy impropiamente puso su nación, queriendo entender su natural condición, porque respondiese a prisión ypassión. Lo mismo veréis en esta canción:


Ninguno haga mudança


por mal que vea de sobra,


mas tenga tal esperança,


que lo que razón alcança


la vida todo lo cobra.

Adonde puso de sobra por sobrado o demasiado, solamente por la consonancia de cobra. Y siendo así que la gentileza del metro castellano consiste en que de tal manera sea metro que parezca prosa, y que lo que se escribe se dice como se diría en prosa, tengo por buenos muchos de los romances que están en el Cancionero general, porque en ellos me contenta aquel su hilo de decir que va continuado y llano, tanto que pienso que los llaman romances porque son muy castos en su romance. De las canciones me satisfacen pocas, porque en muchas veo no sé qué decir bajo y plebeyo y no nada conforme a lo que pertenece a la canción. Algunos motes hay buenos y bien glosados. En las invenciones hay que tomar y que dejar, y entre las preguntas hay muchas ingeniosas. Los villancicos, en su género, no son de desechar; pero advertid que si no hallareis guardadas las reglas que aquí os he dicho, ni aun en lo que os alabo, no os maravilléis, porque habéis de pensar que parte de la culpa tiene el tiempo, que no miraba las cosas tanto por el sutil como conviene, y parte tienen los impresores que en todo extremo son descuidados, no solamente en la ortografía, pero muchas veces en depravar lo que no entienden.


MARCIO.— Cuanto que eso, ya sabéis que también nos acontece en la lengua latina.

VALDÉS.— Lo dicho basta cuanto al metro. Cuanto a la prosa, digo que de los quehan romanzado he leído poco, porque, como entiendo el latín y el italiano, no curo de ir al romance. De eso poco que he leído me parece haber visto dos librillos que me contentan así en el estilo, el cual tengo por puro castellano, como en el exprimir muy gentilmente y por muy propios vocablos castellanos lo que hallaban escrito en latín. El uno de estos es Boecio de consolación, y porque hay dos traducciones, parad mientes que la que yo os alabo es una que tiene el metro en metro y la prosa en prosa, y está dirigido al conde de Ureña.

MARCIO.— ¿Cómo se llama el autor?

VALDÉS.— No me acuerdo, por mi fe; pero os sé decir que a mi ver era hombre de vivo ingenio y claro juicio.

PACHECO.— Decidme, por vuestra fe, aunque sea fuera de propósito, porque ha muchos días que lo deseo saber: ¿qué diferencia hacéis entre ingenio y juicio?

VALDÉS.— El ingenio halla qué decir, y el juicio escoge lo mejor de lo que el ingenio halla, y lo pone en el lugar que ha de estar; de manera que de las dos partes del orador, que son invención y disposición, que quiere decir ordenación, la primera se puede atribuir al ingenio y la segunda, al juicio.

PACHECO.— ¿Creéis que pueda haber alguno que tenga buen ingenio y sea falto de juicio; o tenga buen juicio y sea falto de ingenio?

VALDÉS.— Infinitos hay de esos; y aun de los que vos conocéis y platicáis cada día, os podría señalar algunos.

PACHECO.— ¿Cuál tenéis por mayor falta en un hombre, la del ingenio o la del juicio?

VALDÉS.— Si yo hubiese de escoger, más querría con mediano ingenio buen juicio, que con razonable juicio buen ingenio.

PACHECO.— ¿Por qué?

VALDÉS.— Porque hombres de grandes ingenios son los que se pierden en herejías y falsas opiniones por falta de juicio. No hay tal joya en el hombre como el buen juicio.

MARCIO.— Dejaos de eso, tornad a vuestros libros y decid cuál es el otro romanzado de latín que os contenta.

VALDÉS.— El Enquiridion de Erasmo que romanzó el Arcidiano del Alcor, que a mi parecer puede competir con el latino, cuanto al estilo.

MARCIO.— Si el estilo castellano no es mejor para castellano que el latino para latino, poco hizo el que lo romanzó.

VALDÉS.— No es posible que vosotros concedáis, que uno, que no sea italiano, tenga buen estilo en latín.

MARCIO.— ¿No habéis leído algún otro libro romanzado que os contente?

VALDÉS.— Si lo he leído, no me acuerdo.

MARCIO.— Pues he oído decir que el del Pelegrino y el del Cortesano están muy bien romanzados.

VALDÉS.— No los he leído, y creedme que tengo por mayor dificultad dar buen lustre a una obra traducida de otra cualquier lengua que sea en la castellana, que en otra lengua ninguna.

MARCIO.— ¿Por qué?

VALDÉS.— Porque, siendo así que la mayor parte de la gracia y gentileza de la lengua castellana consiste en hablar por metáforas, atándose el que traduce a no poner más de lo que halla escrito en la lengua de que traduce, tiene grandísima dificultad en dar al castellano la gracia y lustre que escribiendo de su cabeza le daría. Porque si uno traduce aquello de Terencio Idne estis auctores mihi? no queriendo apartarse de la letra, habrá de decir ¿De esto me sois autores? y así no se entenderá lo que el poeta quiso decir, pero, si, escribiendo de su cabeza, querrá decir aquella misma sentencia dirá: ¿Esto me aconsejáis a mí?, y es lo mismo que sintió el poeta, aunque se dice por otras palabras. Y de la misma manera, si otro querrá poner en romance aquello mismo de Terencio: O factum bene, beasti me, dice: ¡Oh cómo está hecho bien! me has hecho bien aventurado, no hablará el propio castellano, ni exprimirá tan bien lo que el poeta quiso decir como si, no curando de mirar a la palabra, sino al sentido, dice: Está lo mejor del mundo, me has dado la vida.

MARCIO.— Digo que me parece esa una cosa muy bien considerada y muy verdadera.

VALDÉS.— Me place que os contente.

PACHECO.— Pues yo me maravillo mucho de vos que digáis que de los libros romanzados os contentan solamente esos dos, habiendo tanta muchedumbre de ellos muy buenos, como son: devotos, las Epístolas y Evangelios del año, los Cartuxanos, las Epístolas de santa Catalina de Sena, san Juan de Clímaco, las Vidas de los Padresque compuso san Gerónimo, y otros muy muchos y muy buenos; y profanos, como Tito Livio, César, Valerio Máximo, Quinto Curcio, y otros de esta calidad.

VALDÉS.— Por ventura yo no alabo ninguno de esos porque no los he leído; por eso no os debéis maravillar, y haréis mejor en dejarme decir. Entre los que han escrito cosas de sus cabezas comúnmente se tiene por mejor estilo el del que escribió los cuatro libros de Amadis de Gaula; y pienso tienen razón, bien que en muchas partes va demasiadamente afectado, y en otras muy descuidado; unas veces alza el estilo al cielo, y otras lo abaja al suelo; pero al fin, así a los cuatro libros de Amadis, como a los dePalmerín y Primaleón, que por cierto respeto han ganado crédito conmigo, tendré y juzgaré siempre por mejores que esos otros Esplandián, Florisando, Lisuarte,Cavallero de la Cruz, y que a los otros no menos mentirosos que estos: Guarino mezquino, La linda Melosina, Reinaldos de Montalván, con La Trapisonda, yOliveros que es intitulado de Castilla, los cuales, demás de ser mentirosísimos, son tan mal compuestos, así por decir las mentiras muy desvergonzadas, como por tener el estilo desbaratado, que no hay buen estómago que los pueda leer.

MARCIO.— ¿Los habéis vos leído?

VALDÉS.— Sí que los he leído.

MARCIO.— ¿Todos?

VALDÉS.— Todos.

MARCIO.— ¿Cómo es posible?

VALDÉS.— Diez años, los mejores de mi vida, que gasté en palacios y cortes, no me empleé en ejercicio más virtuoso que en leer estas mentiras, en las cuales, tomaba tanto sabor, que me comía las manos tras ellas. Y mirad qué cosa es tener el gusto estragado, que si tomaba en la mano un libro de los romanzados en latín, que son de historiadores verdaderos, o a lo menos que son tenidos por tales, no podía acabar conmigo de leerlos.

MARCIO.— Esa es cosa tan natural que no nos maravillamos de ella.

PACHECO.— Mucho me maravillo de lo que decís de Amadis, porque siempre lo he oído poner en las nubes, y por tanto querría me mostraseis en él algunos vocablos de los que no os satisfacen, y algunos lugares adonde no os contenta el estilo, y algunas partes adonde os parece que peca en las cosas.

VALDÉS.— Larga me la levantáis.

PACHECO.— No es tan larga que no sea más largo el día de aquí a que sea hora de irnos a Nápoles.

VALDÉS.— Pues así lo queréis, sin salir de los dos primeros capítulos os mostraré todo lo que pedís. Cuanto a los vocablos, no me place que dice estando en aquel solaz, por estando en aquel placer o regozijo. Tampoco me contenta decir: quando vió ser sazón, por quando vió ser tiempo; mejor lo usa en otra parte, diciendo: a aquella sazón. Y muchos menos me satisface donde dice: en vos dexo toda mi hazienda, portodo lo que me toca. No me suena bien viniera por avía venido, ni passara por avía passado. ¿Tengo razón?

PACHECO.— No mucha.

VALDÉS.— ¿Por qué?

PACHECO.— Porque si esos vocablos se usaban en Castilla en el tiempo que él escribió, o, si ya que no se usasen estonces, se usaron en algún tiempo, el autor del libro tuvo más razón en usarlos, para acomodar su escritura a lo que en su tiempo se hablaba, o por querer mostrar el antigüedad de lo que escribía, que vos tenéis en reprehendérselos.

VALDÉS.— Y si quiero decir que no son imitables para este tiempo, ¿tendré razón?

PACHECO.— Sí que la tendréis, con tanto que no le reprehendáis que los haya usado en su historia.

VALDÉS.— Sea así, digo que él hizo bien en usarlos y que creo que en aquel tiempo parecía bien, y digo que vosotros haréis mejor en no usar de ninguna manera estos, ni otros que hay semejantes a ellos. En el estilo mismo no me contenta donde de industria pone el verbo a la fin de la cláusula, lo cual hace muchas veces, como aquí:tiene una puerta que a la huerta sale, por decir que sale a la huerta. Tampoco me place dejar las cláusulas eclipsadas, como hace en los tres versos primeros, adonde dice: el qual, siendo en la ley de verdad de mucha devoción y buenas maneras acompañado. Esse rey, etc . Adonde, o había de haber un era que respondiese alsiendo, o en lugar del siendo había de estar era. Me descontenta también mucho cuando pone una e que quiere que signifique más de su natural, que es ser conjunción copulativa, como cuando dice: este rey ovo dos hijas en una noble reina, su muger, e la mayor fué casada con, etc. , por de las quales la mayor; bien se entiende con la e, no porque signifique aquello, sino porque el uso de los que escriben descuidadamente ha hecho que signifique así, pero ya vos veis cuán mejor y más galanamente estuviera diciendo de las quales. Me parece también mal aquella manera de decir: si me vos prometéis por si vos me prometéis, y aquello: de lo no descubrir por de no descubrirlo. ¿Qué os parece de esto?

PACHECO.— Que lo habéis considerado bien, con tanto que haya siempre lugar la disculpa del antigüedad, la cual vos no le podéis negar de ninguna manera.

VALDÉS.— Antes huelgo de admitírsela en todo lo que se le pudiera admitir, y ojalá pudiera tener lugar en todo, pero en esto que diré no lleva medio.

PACHECO.— Decid.

VALDÉS.— Cuanto a las cosas, siendo esto así que los que escriben mentiras las deben escribir de suerte que se lleguen cuanto fuere posible a la verdad, de tal manera que puedan vender sus mentiras por verdades, nuestro autor de Amadis, unas veces por descuido y otras no sé por qué, dice cosas tan a la clara mentirosas, que de ninguna manera las podéis tener por verdaderas. Ignorancia es muy grande decir, como dice al principio del libro, que aquella historia que quiere escribir aconteció no muchos años después de la passión de nuestro redentor, siendo así que algunas de las provincias de que él en su libro hace mención y hace cristianas, se convirtieron a la fe muchos años después de la pasión. Descuido creo que sea el no guardar el decoro en los amores de Perión con Elisena, porque, no acordándose que a ella hace hija de rey, estando en casa de su padre, le da tanta libertad, y la hace tan deshonesta, que con la primera plática la primera noche se la trae a la cama. Se descuidó también en que, no acordándose que aquella cosa que cuenta era muy secreta y pasaba en casa del padre de la dama, hace que el rey Perión arroje en tierra el espada y el escudo luego que conoce a su señora, no mirando que, al ruido que harían, de razón habían de despertar los que dormían cerca, y venir a ver qué cosa era. También es descuido decir que el rey miraba la hermosura del cuerpo de Elisena con la lumbre de tres antorchas que estaban ardiendo en la cámara, no acordándose que había dicho que no había otra claridad en la cámara sino la que de la luna entraba por entre la puerta, y no mirando que no hay mujer, por deshonesta que sea, que la primera vez que se ve con un hombre, por mucho que lo quiera, se deje mirar de aquella manera. De la misma manera se descuida haciendo que el rey no eche menos el espada hasta la partida, habiéndosela hurtado diez días antes, porque no se acordó que lo hace caballero andante, al cual es tan aneja la espada como al escribano la pluma. Pues siendo esto así, ¿no os parece que, sin levantarle falso testimonio, se puede decir que peca en las cosas?

PACHECO.— En esto tanto vos tenéis razón de no admitir disculpa del tiempo.

MARCIO.— Ahora disculpémoslo con la disculpa ordinaria que dice: Quandoque bonus dormitat Homerus.

PACHECO.— La disculpa è magra; pero valga lo que valiere, que yo tanto, por lo que os he oído, vengo a creer lo que jamás me había podido persuadir, que, para saber ordenar un libro de estos fingidos, es menester más que ser letrado en romance.

VALDÉS.— Pues si discurriésemos por el libro adelante, os mostraría maravillas; pero por la víspera podéis sacar el disanto y por la muestra podréis juzgar de la color del paño. Esto he dicho contra mi voluntad, por satisfaceros a lo mucho que dijisteis os maravillabais de lo que me oíais decir del libro de Amadis, y no porque me huelgue de decir mal ni de reprender lo que otros hacen. Y vosotros, señores, pensad que, aunque he dicho esto de Amadis, también digo que tiene muchas y muy buenas cosas, y que es muy digno de ser leído de los que quieren aprender la lengua; pero entended que no todo lo que en él hallareis lo habéis de tener y usar por bueno.

MARCIO.— Así lo entendemos. Y decidnos si de los que han escrito las historias de los reyes de España, tenéis algunos que tengan buen estilo.

VALDÉS.— Para deciros verdad, ninguno de los que he visto me satisface tanto que osase alabároslo enteramente. Mosén Diego de Valera, el que escribió la Valeriana, es gran hablistán, y aunque al parecer lleva buena materia de decir, para mi gusto no me satisface y lo tengo por gran parabolano. Del mismo autor creo que sea parte de la corónica del rey don Juan, segundo de este nombre, en la cual, como hay diversos estilos, no puede hombre juzgar bien de toda la obra; pero, a mi ver, se puede leer para lo que pertenece a la lengua después de Amadis de Gaula, Palmerín y Primaleón.

PACHECO.— Me maravillo de vos que tratéis tan mal a Mosén Diego de Valera, siendo de vuestra tierra, y habiendo escrito muchas y muy buenas cosas en castellano; yo no sé por qué le llamáis hablistán y parabolano.

VALDÉS.— Que sea de mi tierra o no, esto me importa poco, pues, cuanto a mí, aquél es de mi tierra, cuyas virtudes y suficiencia me contentan, si bien sea nacido y criado en Polonia. Y habéis de saber que llamo hablistán a Mosén Diego, porque, por ser amigo de hablar, en lo que escribe pone algunas cosas fuera de propósito y que pudiera pasar sin ellas; y lo llamo parabolano porque, entre algunas verdades, os mezcla tantas cosas que nunca fueron, y os las quiere vender por averiguadas, que os hace dudar de las otras; como será decir que el conducto de agua que está en Segovia, que llamanPuente, fue hecho por Hispán, sobrino de Hércules, habiéndolo hecho los romanos, como consta por algunas letras que el día de hoy en ella se ven, y también que los de la Coruña, mirando en su espejo de la Torre, veían venir el armada de los Almónidas, y que, porque venía enramada, creyendo que fuese isla nuevamente descubierta, no se apercibieron para defenderse, y así fueron tomados. De estas cosas dice tantas, que con mucha razón lo he llamado parabolano; y si lo quisiese alguno disculpar, diciendo que estas cosas no las inventó él de su cabeza, sino las halló así escritas por otros, en tal caso, dejaré de llamarle parabolano y llamarlo he inconsiderado, pues es así que la prudencia del que escribe consiste en saber aprovecharse de lo que ha leído, de tal manera que tome lo que es de tomar y deje lo que es de dejar; y el que no hace esto muestra que tiene poco juicio, y, en mi opinión tanto, pierde todo el crédito.

PACHECO.— Abasta harto; por lo mío, llamadlo como quisiereis.

MARCIO.— ¿Qué decís de Celestina? Pues vos mucho su amigo soléis ser.

VALDÉS.— Celestina me contenta el ingenio del autor que la comenzó, y no tanto el del que la acabó; el juicio de todos dos me satisface mucho, porque exprimieron a mi ver muy bien y con mucha destreza las naturales condiciones de las personas que introdujeron en su tragicomedia, guardando el decoro de ellas desde el principio hasta la fin.

MARCIO.— ¿Cuáles personas os parecen que están mejor exprimidas?

VALDÉS.— La de Celestina está a mi ver perfectísima en todo cuanto pertenece a una fina alcahueta, y las de Sempronio y Pármeno; la de Calisto no está mal, y la de Melibea pudiera estar mejor.

MARCIO.— ¿Adónde?

VALDÉS.— Adonde se deja muy presto vencer, no solamente a amar, pero a gozar del deshonesto fruto del amor.

MARCIO.— Tenéis razón.

PACHECO.— Dejaos ahora, por vuestra vida, de hacer anatomía de la pobre Celestina; basta que la hicieron los mozos de Calisto. Decidnos qué os parece del estilo.

VALDÉS.— El estilo, en la verdad, va bien acomodado a las personas que hablan. Es verdad que peca en dos cosas, las cuales fácilmente se podrían remediar; y quien las remediase le haría gran honra. La una es el amontonar de vocablos algunas veces tan fuera de propósito como Magnificat a maitines; la otra es en que pone algunos vocablos tan latinos que no se entienden en el castellano, y en partes adonde podría poner propios castellanos, que los hay. Corregidas estas dos cosas en Celestina, soy de opinión que ningún libro hay escrito en castellano donde la lengua esté más natural, más propia ni más elegante.

MARCIO.— ¿Por qué vos no tomáis un poco de trabajo y hacéis eso?

VALDÉS.— De más estaba.

MARCIO.— Del libro de Questión de Amor, ¿qué os parece?

VALDÉS.— Muy bien la invención, y muy galanos los primores que hay en él; y lo que toca a la cuestión no está mal tratado por la una parte y por la otra. El estilo, en cuanto toca a la prosa, no es malo; pudiera bien ser mejor; en cuanto toca al metro, no me contenta.

MARCIO.— Y de Cárcel de amor, ¿qué me decís?

VALDÉS.— El estilo de ese me parece mejor; pero todos esos librillos, como están escritos sin el cuidado y miramiento necesario, tienen algunas faltas, por donde no se pueden alabar como alabaréis entre los griegos a Demóstenes, a Xenofón, a Isócrates, a Plutarco, a Luciano, y así a otros príncipes de la lengua, y en latín a Cicerón, a César, a Salustio, a Terencio, y así a otros que, como escribieron con cuidado, se ve en ellos la natural propiedad y puridad de la lengua. Y de estar los libros españoles escritos con descuido, viene que casi todos los vocablos que la lengua castellana tiene de la latina, unos están corrompidos, cuál más cuál menos; otros están mal usados; porque, como no han andado escritos de personas dotas y curiosas en lo que habían de decir, sino de mano en mano, o, por mejor decir, de boca en boca su poco a poco se han ido corrompiendo, de manera que hay ya muchos que no se dejan conocer de ninguna manera, y hay otros que con mucha dificultad y casi por rastro los sacáis, y hay otros que, aunque os parece conocerlos, no acabáis de caer en quién son, tanto están desfigurados. ¿Queréis que os diga una cosa que os parecerá extraña? Tengo por averiguado que si los vocablos que la lengua castellana tiene tomados de la latina los escribiese y pronunciase enteramente, apenas habría latino que no entendiese cualquier libro escrito en castellano, y apenas habría castellano que no entendiese lo más de cualquier libro latino. Pero la corrupción de los vocablos ha sido tanta y tan grande, que sólo por esto hay algunos que contra toda razón porfían que la lengua toscana tiene más de la latina que la castellana.

MARCIO.— Mucho me huelgo que, sin meteros en esta cuestión, vos de vuestra voluntad seáis entrado en ella, porque, deseando examinarla con vos, tenía temor que no querríais entrar en ella. Ahora, pues habéis comenzado, decidnos lo que acerca de esto sentís, y mirad no os dejéis cegar de la afición que tenéis a vuestra lengua, ni del deseo que tenéis de complacer a los italianos, por estar, como estáis, en Italia.

VALDÉS.— Tan seguros podéis estar de lo uno como de lo otro, porque jamás me sé aficionar tanto a una cosa que el afición me prive del uso de la razón; ni deseo jamás tanto complacer a otros que vaya contra mi principal profesión, que es decir libremente lo que siento de las cosas de que soy preguntado.

MARCIO.— Con ese presupuesto podéis comenzar a decir, y según lo que dijereis, así daremos crédito a vuestras palabras.

VALDÉS.— Eso mismo quiero yo. Y comenzando, digo que, habiendo considerado bien estas tres lenguas, conviene a saber, latina, toscana y castellana, hallo que la lengua toscana tiene muchos más vocablos enteros latinos que la castellana, y que la castellana tiene muchos más vocablos corrompidos del latín que la toscana. La primera parte de los vocablos enteros bien sé que, siendo en favor de vuestra lengua, me la concederéis.

MARCIO.— La concederemos, no porque es en favor de nuestra lengua, sino porque es la verdadera.

VALDÉS.— Sea como mandareis. Para confirmación de la segunda, que sé no me la querréis conceder si no la pruebo, digo esto que, si me ponéis en las manos un libro castellano, os mostraré cómo los más de los vocablos o son del todo latinos, o son corrompidos, o se pueden poner latinos adonde habrá algunos que no lo sean; y digo los más, porque todavía, como os he dicho, hay algunos los cuales de ninguna manera podemos excusar, mayormente en las partes pequeñas, como son adverbios, conjunciones y artículos.

MARCIO.— No basta que digáis ser así, sino que mostréis cómo en efecto es así.

VALDÉS.— Soy contento, y porque tenemos ya averiguado que lo más puro castellano que tenemos son los refranes, en ellos mismos os lo quiero mostrar. Uno dice: Esse es rey, el que no vee rey, en el cual el latín, tomando palabra por palabra, dirá: Ipse est rex qui non videt regem. Otro dice: Malo verná que bueno me hará, y de la misma manera, el latín dirá: Malus veniet qui bonum me faciet. Otro dice: Oy por mí y cras por tí, y el latín: Hodie pro me et cras pro te. Otro dice: Malo es errar y peor es perseverar, y el latín: Malum est errare et peius perseverare. El latín bien veo que es, como dicen, de cocina, pero todavía se entiende. ¿Qué os parece?

MARCIO.— Que es casi lo mismo.

VALDÉS.— Pues así os podría mostrar trescientos de estos; y porque mejor os satisfagáis en esta parte, tomad algunos versos latinos y mirad cómo, palabra por palabra, os los mostraré casi todos castellanos.

MARCIO.— Tomo el principio del Arte poética, de Horacio.

VALDÉS.—

Bien está.


Humano capiti cervicem pictor equinam


iungere si velit et varias inducere plumas


MARCIO.— Abastan esos.

VALDÉS.— Ahora escuchadlos, palabra por palabra: Humana cabeça cerviz pintor de yegua ayuntar si querrá y varias poner plumas.

CORIOLANO.— Para mí es esa una muy cerrada algarabía.

VALDÉS.— Tenéis razón, porque va dicho palabra por palabra, pero con las mismas palabras, poniendo cada una de ellas en su lugar, lo entenderéis.

CORIOLANO.— Ea, ponedlas.

VALDÉS.— Si a una cabeça humana querrá un pintor ayuntar una cerviz de yegua y ponerle varias plumas, etc . ¿Lo entendéis ahora?

CORIOLANO.— Sí, y muy bien.

VALDÉS.— Pues vos también creo que veis cómo en estos dos versos no halláis vocablo ninguno que no lo conozcáis casi por latino, si no es el querrá.

MARCIO.— Decís muy gran verdad, y no se puede decir sino que es esta una prueba harto bastante; y por ella y por lo demás veo que tenéis razón en lo que decís de los vocablos corrompidos.

VALDÉS.— Pues, si bien lo supieseis, yo os prometo que lo diríais más de verdad, porque hallaríais algunos vocablos que ni por pensamiento parecen latinos, y son latinísimos, y si queréis os diré algunos.

MARCIO.— Antes nos haréis grandísima merced.

VALDÉS.— Ogaño, ¿quién pensará que haya sido latino?

MARCIO.— Nadie.

VALDÉS.— Pues convertid la g en c y ponedle su aspiración que perdió, y haréishoc anno, que significa lo mismo que ogaño. Esto mismo hallaréis en ahora; convertid la g en c y aspirad la a y la o, y diréis hac hora, que es la misma significación que ahora.

MARCIO.— Digo que tenéis mucha razón.

VALDÉS.— De la misma manera hallaréis otros muchos que están de tal manera enmascarados, que no basta a conocerlos sino quien es muy curioso en la una lengua y en la otra. Otros hay que, como van atapados y no enmascarados, son más fácilmente conocidos, como son agua por aqua, leño por lignum, tabla por tabula, lecho porlectus; y de verbos, hacer por facere, traer por trahere, pedir por petere, etc. , que sería nunca acabar. Hay también otros vocablos en los cuales no solamente habemos mudado letras, pero habemos también alterado la significación, y así de fabuladecimos habla, de donde viene hablar, y de indurare decimos endurar, que significa guardar como escaso, y así lo usa el refrán que dice: Ni al gastador que gastar ni al endurador que endurar. También de finis, decimos finado por muerto, y de forumdecimos fuero, del cual vocablo usamos de la manera que veis en el refrán que dice: No por el huevo, sino por el fuero. Decimos también de mora, morar, que quiere decirhabitare, como parece por el refrán que dice: Quien cabo mal vezino mora, horas canta y horas llora. De la misma manera, de tangere habemos hecho tañer, y así decimos: Quien las sabe, las tañe. Usamos también civil en contraria significación que lo usa el latín, diciendo en un refrán: Caséme con la cevil por el florín, adondecevil está por vil y baja. Lo mismo hacen algunos con regular, del cual, como sabéis, en latín usan por gloria, y ellos en castellano usan por vituperio. Pero al fin, en una significación o en otra, para mi intento basta esto; que claramente se conocen todos estos vocablos por latinos. Ahora, si en la lengua toscana se pueden hacer las dos experiencias de los vocablos que yo he hecho en la castellana, y si se puede mostrar la corrupción de vocablos que yo os he mostrado, lo dejo considerar a vosotros, que sabéis más que yo de ella; a mí tanto, me parece que no lo haréis de ninguna manera.

MARCIO.— Cuanto que a mí, no me bastaría el ánimo.

CORIOLANO.— Ni a mí tampoco. Bien es verdad que podría ser que, pensando un poco en ello, pudiese hacer algo.

VALDÉS.— Pues yo os dejo pensar hasta de hoy en ocho días que, placiendo a Dios, nos tornaremos a juntar aquí y concluiremos esta contienda. Ahora ya es hora de ir a Nápoles. Haced que nos den nuestras cabalgaduras y vámonos con Dios, que a mí tanto, cara me ha costado la comida; podré decir que ha sido pan con dolor.

MARCIO.— No consiento que digáis eso, pues veis que, aunque lo que aquí habemos platicado ha sido desabrido para vos, ha sido provechoso para nosotros. Y aún, si yo pensara no enojaros, yo os prometo que hubiera puesto algún escribano en secreto que notara los puntos que aquí habéis dicho, porque no fío tanto en mi memoria que pienso me tengo de acordar de todos.

VALDÉS.— Vuestro daño si no lo hicisteis; ¿qué culpa os tengo yo?

MARCIO.— Sí tenéis, y muy grande, que os hicisteis al principio tanto de rogar que, temiendo lo tendríais por mal, no osé hacer lo que quería.

VALDÉS.— Esa fue muy gran cortedad. ¿Por qué lo había de tener por mal?

MARCIO.— Porque os tengo por tan delicado, que de cada mosquito que os pasa por delante la cara, si no va a vuestra voluntad, os ofendéis.

VALDÉS.— En eso tanto tenéis razón; que demasiadamente soy amigo de que las cosas se hagan como yo quiero, y demasiadamente me ofendo cuando una persona que yo quiero bien hace o dice alguna cosa que no me contente, y soy tan libre, que luego le digo a la clara mi parecer. Esta tacha me han de sufrir mis amigos.

MARCIO.— Mejor sería que, pues conocéis ser tacha, la dejaseis.

VALDÉS.— Mejor, pero ¿vos no sabéis que mudar costumbres es a par de muerte?

MARCIO.— Lo sé muy bien, pero diferencia ha de haber de hombres a hombres. Donosa cosa es que queráis vos que vuestros amigos os sufran una cosa que vos mismo tenéis por tacha, no queriendo vos sufrirles a ellos las que no tienen por tachas.

VALDÉS.— En decir que ha de haber diferencias de hombres a hombres vos decís muy bien, pero eso otro habéis considerado mal, porque por eso es mi tacha más sufridera que las de los otros, porque la conozco, y por tanto hay esperanza que me corregiré un día u otro; y por eso son las de los otros menos sufrideras que la mía, porque no las conocen, y por tanto no se pueden enmendar, y así yo no haría oficio de amigo si no les dijese lo que me parece mal. Pero esto importa poco; vámonos, que es tarde.

MARCIO.— Esperaos un poco, que aún os queda la cola por desollar.

VALDÉS.— ¿Qué queréis decir con eso?

MARCIO.— Que os habemos tomado a mano, haciendo por buen estilo que tengáis por bien que hayamos hecho lo que temíamos os diera mucho enojo.

VALDÉS.— ¿Qué cosa?

MARCIO.— Ahora lo veréis. Aurelio, daca lo que has escrito. Veis aquí anotado todo lo que habéis dicho, y yo tengo por tal al escribano que ha sabido bien lo que ha escrito.

VALDÉS.— Con la bendición de Dios, yo huelgo de ello, pero con tanto que lo tengáis para vosotros y no lo traigáis de mano en mano, porque ya veis el inconveniente.

MARCIO.— Antes porque veo el provecho, y no el inconveniente, pienso darlo a todos los que lo querrán, y aun, si me pareciere, lo haré imprimir.

VALDÉS.— ¡Esa sería una gentil cosa! No creo que vos caeréis en esa indiscreción.

PACHECO.— Dejémonos de andar por las ramas, mejor será decirle claro lo que hace al caso. Yo conozco al señor Valdés, y sé de él que se huelga que se le demande a la clara lo que sus amigos quieren de él. Habéis de saber que lo que todos os pedimos por merced es que, tomando esto que está anotado de lo que aquí habemos hablado, lo pongáis todo por buena orden y en buen estilo castellano; que estos señores os dan licencia que les hagáis hablar en castellano, aunque ellos hayan hablado en italiano.

MARCIO.— Antes se lo rogamos cuan encarecidamente podemos. Y, si os parecerá, podréis hacer la primera parte de la obra de lo que platicamos esta mañana, y la segunda de lo de esta tarde.

VALDÉS.— ¿Esto me teníais guardado por fruta de postre? Íos con Dios.

MARCIO.— No nos iremos, ni vos os iréis de aquí, si primero no nos prometéis que haréis esto que os rogamos.

PACHECO.— No os hagáis de rogar, por vuestra vida, pues sabemos que no son otras vuestras misas, sino ocuparos en cosas semejantes; y sabemos también que, si de buena tinta os queréis poner en ello, lo haréis de manera que os hagáis honra a vos y a nosotros, y al lugar adonde habemos estado.

VALDÉS.— Esta cosa, como veis, es de mucha consideración; dejadme pensar bien en ella, y si me pareciere cosa hacedera, y si viere que puedo salir con ella razonablemente, yo os prometo de hacerla.

MARCIO.— Con esto nos contentamos, y yo, en nombre de los tres, acepto la promesa, y os convido desde ahora para de hoy en ocho días, porque el señor Coriolano pueda decir lo que, después de haber bien pensado, hallará acerca de la conformidad de la lengua toscana con la latina. Una cosa me queda que demandar; prometedme todos de no negármela, toque a quien tocare.

VALDÉS.— Yo por mi parte lo prometo, pues ya no puede ser más negro el cuervo que sus alas.

PACHECO.— También yo lo prometo por la mía.

CORIOLANO.— Pues de mí ya sabéis que tanto tenéis cuanto queréis.

MARCIO.— Mi demanda es esta: que el señor Pacheco nos prometa aquí de hacer, en los refranes españoles, lo que dice ha estado muchas veces por hacer.

PACHECO.— Por no estar a contender, soy contento de prometerlo, pero para cuando tuviere el lugar y aparejo que conviene.

VALDÉS.— Que será nunca; pero, sea cuando fuere, ¿qué se me da a mí? Más me importa esto. ¿Oyes? dame el caballo. Camine quien más pudiere, que yo ni estorbaré al que me fuere adelante, ni esperaré al que se quedare atrás.


Publicado el 21 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.
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