La Condesa de Tende

Madame de La Fayette


Cuento


La señorita de Strozzi, hija del mariscal y pariente cercana de Catherine de Médicis, se desposó el primer año de la regencia de esta reina con el conde de Tende, de la casa de Saboya, rico, bien constituido, el cortesano que vivía con mayor esplendor, y más propio a hacerse estimar que amar. No obstante, su esposa lo amó en un primer momento con pasión; era muy joven; él no la consideró sino como a una niña, y muy pronto estuvo enamorado de otra. La condesa de Tende, viva y de temperamento italiano, se puso celosa; no tenía reposo ni se lo daba a su marido; él evitó su presencia y dejó de vivir con ella como un hombre vive con su mujer.

Pronto la belleza de la condesa se incrementó; mostró mucha inteligencia; el mundo la miró con admiración; se ocupó más de sí misma y se curó insensiblemente de los celos y de su pasión. Se hizo íntima amiga de la princesa de Neufchâtel, joven, bella y viuda del príncipe del mismo nombre que, al morir, le había dejado el título que la convertía en el partido más elevado y brillante de la corte.

El caballero de Navarre, descendiente de los antiguos soberanos de este reino, era por entonces también joven, bello, lleno de inteligencia y de elevación, aunque la Fortuna no le había dado más bien que el de su cuna. Puso los ojos en la princesa de Neufchâtel, de la que conocía la inteligencia, como en una persona capaz de un afecto violento e indicada para hacer la fortuna de un hombre como él. Con este fin, se relacionó con ella sin estar enamorado y atrajo su interés: se sintió orgulloso de lograrlo, pero se encontró aún muy alejado del éxito total al que aspiraba. Su propósito era ignorado por todo el mundo; sólo uno de sus amigos había recibido la confidencia y este amigo era también íntimo amigo del conde de Tende, por lo que hizo que el caballero de Navarre consintiera en confiar su secreto al conde, con la idea de que él le obligaría a servirle ante la princes

Fin del extracto del texto

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.
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