El Cerco de Numancia

Miguel de Cervantes Saavedra


Teatro, Clásico



FIGURAS SIGUIENTES:

CIPIÓN, romano.
IUGURTA, romano.
Gayo MARIO, romano.
QUINTO FABIO, romano.
CUATRO SOLDADOS ROMANOS.
DOS NUMANTINOS, EMBAJADORES.
TEÓGENES, numantino.
CARAVINO, numantino.
CUATRO GOBERNADORES NUMANTINOS.
MARANDRO, numantino.
DOS SACERDOTES NUMANTINOS.
UN HOMBRE NUMANTINO.
Un Demonio.
CUATRO MUJERES DE NUMANCIA.
LIRA, doncella.
DOS CIUDADANOS NUMANTINOS.
UNA MUJER DE NUMANCIA.
UN HIJO SUYO.
Otro hijo de aquélla.
UNA MUJER DE NUMANCIA.
UN SOLDADO NUMANTINO.
GUERRA.
ENFERMEDAD.
HAMBRE.
VARIATO, muchacho, que es el
  que se arroja de la torre.
UN NUMANTINO.
ERMILIO, soldado romano.

JORNADA PRIMERA

Entra CIPIÓN, y IUGURTA y MARIO y un alarde de soldados armados a lo antiguo, sin arcabuces, y CIPIÓN se sube sobre una peña que estará allí, y dice:

CIP.     En el fiero ademán, en los lozanos
       Marciales aderezos y vistosos,
       Bien os conozco, amigos, por romanos:
       Romanos, digo, fuertes y animosos;
       Mas en las blancas y delicadas manos,
       Y en las teces de rostros tan lustrosos,
       Allá en Bretaña parecéis criados,
       Y de padres flamencos engendrados.
       El general discuido vuestro, amigos,
       El no mirar por lo que tanto os toca,
       Levanta los caídos enemigos,
       Que vuestro esfuerzo y opinión apoca.
       Desta ciudad los muros son testigos,
       Que aun hoy está cual bien fundada roca,
       De vuestras perezosas fuerzas vanas,
       Que sólo el nombre tienen de romanas.
       ¿Paréceos, hijos, que es gentil hazaña
       Que tiemble del romano nombre el mundo,
       Y que vosotros solos en España
       Le aniquiléis y echéis en el profundo?
       ¿Qué flojedad es ésta tan extraña?
       ¿Qué flojedad? Si yo mal no me fundo,
       Es flojedad nacida de pereza,
       Enemiga mortal de fortaleza.
       ¿Pensáis que sólo atierra la muralla
       El almete y la acerada punta,
       Y que sólo atropella la batalla
       La multitud de gentes y armas junta?
       Si esfuerzo de cordura no señala
       Que todo lo previene y lo barrunta,
       Poco aprovechan muchos escuadrones,
       Y menos infinitas municiones.
       Si a militar concierto se reduce
       Cualque pequeño ejército que sea,
       Veréis que como sol claro reluce,
       Y alcanza las victorias que desea;
       Pero si a flojedad él se conduce,
       Aunque abreviado el mundo en él se vea,
       En un momento quedará deshecho
       Por más reglada mano y fuerte pecho.
       Avergonzaos, varones esforzados,
       Porque, a nuestro pesar, con arrogancia,
       Tan pocos españoles, y encerrados,
       Defiendan este nido de Numancia.
       Deciséis años son, y más, pasados,
       Que mantienen la guerra y la ganancia
       De haber vencido con feroces manos
       Millares de millares de romanos.
       No me huela el soldado otros olores
       Que el olor de la pez y de resina,
       Ni por golosidad de los sabores
       Traiga siempre aparato de cocina:
       Que el que usa en la guerra estos primores,
       Muy mal podrá sufrir la cota fina;
       No quiero otro primor ni otra fragancia,
       En tanto que español viva en Numancia.
       En blandas camas, entre juego y vino,
       Hállase mal el trabajoso Marte;
       Otro aparejo busca, otro camino;
       Otros brazos levantan su estandarte;
       Cada cual se fabrica su destino;
       No tiene allí fortuna alguna parte;
       La pereza fortuna baja cría;
       La diligencia, imperio y monarquía.
       Estoy con todo esto tan seguro
       De que al fin mostraréis que sois romanos,
       Que tengo en nada el defendido muro
       Destos rebeldes bárbaros hispanos,
       Y así, os prometo por mi diestra y juro
       Que, si igualáis al ánimo las manos,
       Que las mías se alarguen en pagaros,
       Y mi lengua también en alabaros.

Míranse los soldados unos a otros, y hacen señas a uno dellos, que se llama GAYO MARIO, que responda por todos, y dice:

GAYO.    Si con atentos ojos has mirado,
       Inclito general, en los semblantes
       Que a tus breves razones han mostrado
       Los que tienes agora circunstantes,
       Cuál habrás visto sin color, turbado,
       Y cuál con ella, indicios bien bastantes
       De que el temor y la vergüenza a una
       Nos aflige, molesta e importuna:
       Vergüenza, de mirar ser reducidos
       A término tan bajo por su culpa,
       Que viendo ser por ti reprehendidos,
       No saben a esa falta hacer disculpa;
       Temor, de tantos yerros cometidos;
       Y la torpe pereza que los culpa
       Los tiene de tal modo, que se holgaran
       Antes morir que en esto se hallaran.
       Pero el lugar y tiempo que los queda
       Para mostrar alguna recompensa,
       Es causa que con menos fuerza puedan
       Fatigarte el rigor de tal ofensa.
       De hoy más, con presta voluntad y leda,
       El más mínimo déstos cuida y piensa
       De ofrecer sin revés a tu servicio
       La hacienda, vida, honra en sacrificio.
       Admite, pues, de sus intentos sanos
       Al justo ofrecimiento, señor mío,
       Y considera al fin que son romanos,
       En quien nunca faltó del todo brío.
       Vosotros levantad las diestras manos,
       En señal que aprobáis el voto mío.
S.1.°   Todo lo que habéis dicho confirmamos.
S.2.° Y lo juramos todos.
TODOS.                 Sí juramos.
CIP.     Pues, arrimado a tal ofrecimiento,
       Crece ya desde hoy mi confianza,
       Creciendo en vuestros pechos ardimiento,
       Y del viejo vivir nuestra mudanza.
       Vuestras promesas no se lleve el viento;
       Hacerlas verdaderas con la lanza;
       Que las mías saldrán tan verdaderas,
       Cuanto fuere el valor de vuestras veras.
S.1.°   Dos numantinos con seguro vienen
       A darte, Cipión, una embajada.
CIP.   ¿Por qué no llegan ya? ¿En qué se detienen?
SOL.   Esperan que licencia les sea dada.
CIP.   Si son embajadores, ya la tienen.
SOL.   Embajadores son.
CIP.                 Daldes entrada.

Entran dos numantinos, embajadores.

N.1.°    Si nos das, gran señor, grata licencia,
       Decirte he la embajada que traemos;
       Do estamos, o ante sola tu presencia,
       Todo a lo que venimos te diremos.
CIP.   Decid; que adonde quiera doy audiencia.
N.1.°  Pues con ese seguro que tenemos,
       De tu real grandeza concedido,
       Daré principio a lo que soy venido.
       Numancia, de quien yo soy ciudadano,
       Inclito general, a ti me envía,
       Como al más fuerte capitán romano
       Que ha cubierto la noche y visto el día,
       A pedirte, señor, la amiga mano,
       En señal de que cesa la porfía
       Tan trabada y cruel de tantos años,
       Que ha causado sus propios y tus daños.
       Dice que nunca de la ley y fueros
       Del Senado romano se apartara,
       Si el insufrible mando y desafueros
       De un cónsul y otro no le fatigara.
       Ellos con duros estatutos fieros,
       Y con su extraña condición avara,
       Pusieron tan gran yugo a nuestros cuellos,
       Que forzados salimos del y dellos,
       Y, en todo el largo tiempo que ha durado
       Entrambas partes la contienda, es cierto
       Que ningún general hemos hallado
       Con quien poder tratar algún concierto.
       Empero agora, que ha querido el hado
       Reducir nuestra nave a tan buen puerto,
       Las velas de la gavia recogemos,
       Y a cualquiera partido nos ponemos.
       No imagines que temor nos lleva
       A pedirte las paces con instancia,
       Pues la larga experiencia ha dado prueba
       Del poder valeroso de Numancia.
       Tu virtud y valor es quien nos ceba,
       Y nos declara, que será ganancia
       Mayor que cuantas desear podemos
       Si por señor y amigo te tenemos.
       A esto ha sido la venida nuestra.
       Respóndenos, señor, lo que te place.
CIP.   ¡Tarde de arrepentidos dais la muestra!
       Poco vuestra amistad me satisface.
       De nuevo ejercitad la fuerte diestra,
       Que quiero ver lo que la mía hace;
       Quizá que ha puesto en ella la ventura
       La gloria nuestra y vuestra sepoltura.
       A desvergüenza de tan largos años,
       Es poca recompensa pedir paces.
       Seguid la guerra y renovad los daños.
       Salgan de nuevo las valientes haces.
N.1.°  La falsa confianza mil engaños
       Consigo trae; advierte lo que haces,
       Señor, que esa arrogancia que nos muestras,
       Remunera el valor en nuestras diestras;
       Y pues niegas la paz que con buen celo
       Te ha sido por nosotros demandada,
       De hoy más la causa nuestra con el cielo
       Quedará por mejor calificada,
       Y antes que pises de Numancia el suelo,
       Probarás dó se extiende la indignada
       Fuerza de aquel que, siéndote enemigo,
       Quiere ser tu vasallo y fiel amigo.
CIP.     ¿Tenéis más que decir?
N.                           No: mas tenemos
       Que hacer, pues tú, señor, ansí lo quieres,
       Sin querer la amistad que te ofrecemos,
       Correspondiendo mal de ser quien eres.
       Pero entonces verás lo que podremos
       Cuando nos muestres tú lo que pudieres;
       Que es una cosa razonar de paces,
       Y otra romper por las armadas haces.
CIP.     Verdad decís; y ansí, para mostraros
       Si sé tratar en paz y hablar en guerra,
       No os quiero por amigos aceptaros,
       Ni lo seré jamás de vuestra tierra.
       Y con esto podéis luego tornaros.
N.     ¿Que en esto tu querer, señor, se encierra?
CIP.   Ya te he dicho que sí.
N.2.°                      Pues, ¡sus!, al hecho;
       Que guerra ama el numantino pecho.

JORNADA SEGUNDA

Salen TEÓGENES y CARAVINO, con otros tres numantinos, gobernadores de Numancia, y siéntanse.

TEÓG.    Paréceme, varones esforzados,
       Que en nuestros daños con rigor influyen
       Los tristes signos y contrarios hados,
       Pues nuestra fuerza humana desminuyen.
       Tiénennos los romanos encerrados,
       Y con cobardes manos nos destruyen.
       Ni con matar muriendo no hay vengarnos,
       Ni podemos sin alas escaparnos.
       Mirá si imagináis algún remedio
       Para salir de tanta desventura,
       Porque este largo y trabajoso asedio
       Sólo promete presta sepoltura.
       El ancho foso nos estorba el medio
       De probar con las armas la ventura,
       Aunque a veces valientes, fuertes brazos,
       Rompen mil contrapuestos embarazos.
CAR.     ¡A Júpiter pluguiera soberano
       Que nuestra juventud sola se viera
       Con todo el cruel ejército romano
       Adonde el brazo rodear pudiera,
       Que allí al valor de la española mano
       La misma muerte poco estorbo hiciera
       Para dejar de abrir franco camino
       A la salud del pueblo numantino!
       Mas pues en tales términos nos vemos,
       Que estamos como damas encerrados,
       Hagamos todo cuanto hacer podemos
       Para mostrar los ánimos osados:
       A nuestros enemigos convidemos
       A singular batalla; que, cansados
       Deste cerco tan largo, ser podría
       Quisiesen acabarle por tal vía.
       Y cuando este remedio no suceda
       A la justa medida del deseo,
       Otro camino de intentar nos queda,
       Aunque más trabajoso a lo que creo:
       Este foso y muralla que nos veda
       El paso al enemigo que allí veo,
       En un tropel de noche le rompamos,
       Y por ayuda a los amigos vamos.
N.1.°    O sea por el foso, o por la muerte,
       De abrir tenemos paso a nuestra vida;
       Que es dolor insufrible el de la muerte,
       Si llega cuando más vive la vida.
       Remedio a las miserias es la muerte,
       Si se acrecientan ellas con la vida,
       Y suele tanto más ser excelente
       Cuando se muere más honradamente.
N.2.°    Esta insufrible hambre macilenta,
       Que tanto nos persigue y nos rodea,
       Hace que en vuestro parecer consienta,
       Puesto que temerario y duro sea;
       Muriendo, excusaremos tanta afrenta;
       Y quien morir de hambre no desea,
       Arrójese conmigo al foso, y haga
       Camino su remedio con la daga.
N.3.°    Primero que vengáis al trance duro
       Desta resolución que habéis tomado,
       Paréceme ser bien que desde el muro
       Nuestro fiero enemigo sea avisado,
       Diciéndole que dé campo seguro
       A un numantino y a otro su soldado,
       Y que la muerte de uno sea sentencia
       Que acabe nuestra antigua diferencia.
       Son los romanos tan soberbia gente,
       Que luego aceptarán este partido;
       Y si lo aceptan, creo firmemente
       Que nuestro amargo daño ha fenecido,
       Pues está un numantino aquí presente,
       Cuyo valor me tiene persuadido
       Que él solo contra tres de los romanos
       Quitará la victoria de las manos.
       Para morir, jamás le falta tiempo
       Al que quiere morir desesperado.
       Siempre seremos a sazón y a tiempo
       Para mostrar muriendo el pecho osado;
       Mas, porque no se pase en balde el tiempo,
       Mira si os cuadra lo que he demandado,
       Y, si no os parece, dad un modo
       Que mejor venga y que convenga a todo.
TEÓG.    Yo desde aquí me ofrezco, si os parece
       Que puede de mi esfuerzo algo fiarse,
       De salir a esta duda que se ofrece,
       Si por ventura viene a efectuarse.
CAR.   Más honra tu valor claro merece;
       Bien pueden de tu esfuerzo confiarse
       Más difíciles cosas, y aun mayores,
       Por ser el que es mejor de los mejores.
       Y pues tú ocupas el lugar primero
       De la honra y valor con causa justa,
       Yo, que en todo me cuento por postrero,
       Quiero ser el heraldo de esta justa.
N.1.°  Pues yo con todo el pueblo me prefiero
       Hacer de lo que Júpiter más gusta,
       Que son los sacrificios y oblaciones,
       Si van con enmendados corazones.
N.2.°    Vámonos, y con presta diligencia
       Hagamos cuanto aquí propuesto habernos.
       Antes que la pestífera dolencia
       De la hambre nos ponga en los extremos.
       Si tiene el cielo dada la sentencia
       De que en este rigor fiero acabemos,
       Revóquela, si acaso lo merece
       La presta enmienda que Numancia ofrece.

Vanse.

Salen dos numantinos vestidos como sacerdotes antiguos, y han de traer asido de los cuernos en medio un carnero grande, coronado de oliva y otras flores, y un paje con una fuente de plata y una toalla, y otro con un jarro de agua, y otros dos con dos jarros de vino, y otro con otra fuente de plata con un poco de incienso, y otros con fuego y leña, y otro que ponga una mesa con un tapete donde se ponga todo lo que hubiere en la comedia, en hábitos de numantinos; y luego los sacerdotes, dejando el uno el carnero de la mano, diga, y han de entrar TEÓGENES y muchos numantinos.

S.1.°    Señales ciertas de dolores ciertos
       Se me han presentado en el camino,
       Y los canos cabellos tengo yertos.
S.2.°    Si acaso yo no soy mal adivino,
       Nunca con bien saldremos de esta impresa.
       ¡Ay, desdichado pueblo numantino!
S.1.°    Hagamos nuestro oficio con la priesa
       Que nos incitan los agüeros tristes.
       Poned, amigos, hacia aquí esa mesa.
S.2.°    El vino, incienso y agua que trujistes
       Poneldo encima, y apartaos afuera,
       Y arrepentíos de cuanto mal hicistes;
       Que la oblación mejor y la primera
       Que se ha de ofrecer al alto cielo
       Es el alma limpia y voluntad sincera.
S.1.°    El fuego no le hagáis vos en el suelo,
       Que aquí viene brasero para ello,
       Que así lo pide el religioso celo.
S.2.°    Lavaos las manos y limpiaos el cuello.
       Dad acá el agua: ¿el fuego no se enciende?
N.     No hay quien pueda, señores, encendello.
S.2.°    ¡Oh Júpiter! ¿Qué es esto que pretende
       De hacer en nuestro daño el hado esquivo?
       ¿Cómo el fuego en la tea no se enciende?
N.       Ya parece, señor, que está algo vivo.
S.2.°  Quítate afuera. ¡Oh flaca llama escura,
       Que dolor en mirarte tal recibo!
       ¿No miras cómo el humo se apresura
       A caminar al lado de Poniente,
       Y la amarilla llama, mal segura,
       Sus puntas encamina hacia el Oriente?
       ¡Desdichada señal, señal notoria
       Que nuestro mal y daño está patente!
S.1.°    Aunque lleven romanos la victoria
       De nuestra muerte, en humo ha de tornarse
       Y en llamas vivas nuestra muerte y gloria.
S.2.°    Pues debe con el vino ruciarse
       El sacro fuego, dad acá ese vino,
       Y el incienso también que ha de quemarse.

Rocía el fuego con el vino a la redonda, y luego pone el incienso en el fuego, y dice:

         Al bien del triste pueblo numantino
       Endereza, ¡oh gran Júpiter!, la fuerza
       Propicia, del contrario amargo sino.
       Ansí como este ardiente fuego fuerza
       A que en humo se vaya el sacro incienso,
       Así se haga al enemigo fuerza
       Para que en humo, eterno padre inmenso,
       Todo su bien, toda su gloria vaya,
       Ansí como tú puedes y yo pienso;
       Tengan los cielos su poder a raya,
       Ansí como esta víctima tenemos,
       Y, lo que ella ha de haber, él también haya.
S.1.°    Mal responde el agüero; mal podremos
       Ofrecer esperanza al pueblo triste,
       Para salir del mal que poseemos.

Hácese ruido debajo del tablado con un barril lleno de piedras, y dispárese un cohete volador.

S.2.°    ¿No oyes un ruido, amigo? Di, ¿no viste
       El rayo ardiente que pasó volando?
       Presagio verdadero de esto fuiste.
S.1.°    Turbado estoy; de miedo estoy temblando.
       ¡Oh qué señales!, a lo que yo veo,
       ¡Qué amargo fin están pronosticando!
       ¿No ves un escuadrón airado y feo?
       ¿Vees unas águilas feas que pelean
       Con otras aves en marcial rodeo?
S.2.°    Sólo su esfuerzo y su rigor emplean
       En encerrar las aves en un cabo,
       Y con astucia y arte las rodean.
S.1.°    Tal señal vitupero y no la alabo,
       ¿Aguilas imperiales vencedoras?
       ¡Tú verás de Numancia presto el cabo!
S.2.°    Aguilas, de gran mal anunciadoras,
       Partíos, que ya el agüero vuestro entiendo,
       Ya en efecto contadas son las horas.
S.1.°    Con todo, el sacrificio hacer pretendo
       De esta inocente víctima, guardada
       Para pagar el dios del gesto horrendo.
S.2.°    ¡Oh gran Plutón, a quien por suerte dada
       Le fué la habitación del reino oscuro
       Y el mando en la infernal triste morada!
       Atapa la profunda escura boca
       Por do salen las tres fieras hermanas
       A hacernos el daño que nos toca,
       Y sian de dañarnos tan livianas
       Sus intenciones, que las lleve el viento,
       Como se lleva el pelo de estas lanas.

Quita algunos pelos del carnero y échalos al aire.

S.1.°   Y ansí como te baño y ensangriento
       Este cuchillo en esta sangre pura,
       Con alma limpia y limpio pensamiento,
       Ansí la tierra de Numancia dura
       Se bañe con la sangre de romanos,
       Y aun los sirva también de sepoltura.

Sale por el hueco del tablado un DEMONIO hasta el medio cuerpo, y ha de arrebatar el carnero y volverse a disparar el fuego y todos los sacrificios.

S.2.°   Mas ¿quién me ha arrebatado de las manos
       La víctima? ¿Qué es esto, dioses santos?
       ¿Qué prodigios son estos tan insanos?
       No os han enternecido ya los llantos
       Deste pueblo lloroso y afligido,
       Ni la arpada voz de aquestos cantos;
       Antes creo que se han endurecido,
       Cual pueden inferir en las señales
       Tan fieras como aquí han acontecido.
       Nuestros vivos remedios son mortales;
       Toda nuestra pereza es diligencia,
       Y los bienes ajenos, nuestros males.
NUM.     En fin, dado han los cielos la sentencia
       De nuestro fin amargo y miserable.
       No nos quiere valer ya su clemencia;
       Lloremos, pues es fin tan lamentable,
       Nuestra desdicha; que la edad postrera
       Dél y de nuestras fuerzas siempre hable.

JORNADA TERCERA

Salen CIPIÓN, IUGURTA, y MARIO, romanos.

CIP.     En forma estoy contento en mirar cómo
       Corresponde a mi gusto la ventura,
       Y esta libre nación soberbia domo
       Sin fuerzas, solamente con cordura.
       En viendo la ocasión, luego la tomo,
       Porque sé cuánto corre y se apresura,
       Y si se pasa; en cosas de la guerra,
       El crédito consume y vida atierra.
       Juzgaba de ésa el loco desvarío
       Tener los enemigos encerrados,
       Y que era mengua del romano brío
       No vencellos con modos más usados.
       Bien sé que lo habrán dicho; mas yo fío
       Que, los que fueren plácticos soldados
       Dirán que es de tener en mayor cuenta
       La victoria que menos ensangrienta.
       ¿Qué gloria puede haber más levantada,
       En las cosas de guerra que aquí digo,
       Que, sin quitar de su lugar la espada,
       Vencer y sujetar al enemigo?
       Que, cuando la victoria es granjeada
       Con la sangre vertida del amigo,
       El gusto mengua que causar pudiera
       La que sin sangre tal ganada fuera.

Tocan una trompeta del muro de Numancia.

IUG.     Oye, señor, que de Numancia suena
       El son de una trompeta, y me aseguro
       Que decirte, algo desde allá se ordena,
       Pues el salir acá lo estorba el muro.
       Caravino se ha puesto en una almena,
       Y una señal ha hecho de seguro:
       Lleguémonos más cerca.
CIP.                       Ea, lleguemos.
       No más: que desde aquí lo entenderemos.

Pónese CARAVINO en la muralla, con una bandera o lanza en la mano, y dice:

CAR.     ¡Romanos!; ¡Ah, romanos! ¿Puede acaso
       Ser de vosotros esta voz oída?
MAR.   Puesto que más abajas, y hables paso,
       De cualquier tu razón será entendida.
CAR.   Decid al general que alargue el paso
       Al foso, porque viene dirigida
       a él una embajada.
CIP.                   Dila presto,
       que yo soy Cipión.
CAR.                   Escucha el resto.
       Dice Numancia, general prudente,
       Que consideres bien que ha muchos años
       Que entre la nuestra y tu romana gente
       Duran los males de la guerra extraños,
       Y que, por evitar que no se aumente
       La dura pestilencia destos daños,
       Quiere, si tú quisieres, acaballa
       Con una breve y singular batalla.
       Un soldado se ofrece de los nuestros
       A combatir cerrado en estacada
       Con cualquiera esforzado de los vuestros,
       Para acabar contienda tan trabada;
       Y al que los hados fueren tan siniestros,
       Que allí le dejen sin la vida amada,
       Si fuere d nuestro, darémoste la tierra;
       Si el tuyo fuere, acábese la guerra:
       Y por seguridad deste concierto,
       daremos a tu gusto las rehenes.
       Bien sé que en él vendrás, porque estás cierto
       De los soldados que a tu cargo tienes,
       Y sabes que el menor, a campo abierto,
       Hará sudar el pecho, rostro y sienes
       Al más aventajado de Numancia;
       Ansí que está segura tu ganancia.
       Porque a la ejecución se venga luego,
       Respóndeme, señor, si estás en ello.
CIP.   Donaire es lo que dices, risa y juego,
       Y loco el que piensa de hacello.
       Usad el medio del humilde ruego,
       Si queréis que se escape vuestro cuello
       De probar el rigor y filos diestros
       Del romano cuchillo y brazos nuestros.
       La fiera que en la jaula está encerrada
       Por su selvatoquez y fuerza dura,
       Si puede allí con mano ser domada,
       Y con el tiempo y medios de cordura,
       Quien la dejase libre y desatada
       Daría grandes muestras de locura.
       Bestias sois, y, por tales, encerradas
       Os tengo donde habéis de ser domadas.
       Mía será Numancia a pesar vuestro,
       Sin que me cueste un mínimo soldado,
       Y el que tenéis vosotros por más diestro,
       Rompa por ese foso trincheado;
       Y si en esto os parece que yo muestro
       Un poco mi valor acobardado,
       El viento lleve agora esta vergüenza,
       Y vuélvala la fama cuando venza.

Vanse CIPIÓN y los suyos, y dice CARAVINO.

CAR.     ¿No escuchas más, cobarde? ¿Ya te ascondes?
       ¿Enfádate la igual justa batalla?
       Mal con tu nombradía correspondes;
       Mal podrás de este modo sustentalla;
       En fin, como cobarde me respondes.
       Cobardes sois, romanos, vil canalla,
       Con vuestra muchedumbre confiados,
       Y no en los diestros brazos levantados.
       En formado escuadrón, o manga suelta
       En la campaña rasa, do no pueda
       Estorbar la mortal fiera revuelta
       El ancho foso y muro que la veda,
       Será bien que, sin dar el pie la vuelta?
       Y sin tener jamás la espada queda,
       Ese ejército mucho bravo vuestro
       Se viera con el poco flaco nuestro;
       Mas, como siempre estáis acostumbrados
       A vencer con ventajas y con mañas,
       Estos conciertos, en valor fundados,
       No los admiten bien vuestras marañas;
       Liebres en pieles fieras disfrazados,
       Load y engrandeced vuestras hazañas,
       Que espero en el gran Júpiter dejaros
       Sujetos a Numancia y a sus fueros.

Vase, y torna a salir fuera con TEÓGENES, y CARAVINO, y MARANDRO, y otros.

TEÓG.    En términos nos tiene nuestra suerte,
       Dulces amigos, que sería ventura
       De acabar nuestros daños con la muerte;
       El desafío no ha importado un cero;
       ¿De intentar qué me queda? No lo siento,
       Uno es aceptar el fin postrero.
       Esta noche se muestre el ardimiento
       Del numantino acelerado pecho,
       Y póngase por obra nuestro intento.
       El enemigo muro sea deshecho;
       Salgamos a morir a la campaña,
       Y no como cobardes en estrecho.
       Bien sé que sólo sirve esta hazaña
       De que a nuestro morir se mude el modo,
       Que con ella la muerte se acompaña.
CAR.     Con este parecer yo me acomodo;
       Morir quiero rompiendo el fuerte muro,
       Y deshacello por mi mano todo;
       Mas tienen una cosa mal siguro:
       Que, si nuestras mujeres saben esto,
       De que no haremos nada os aseguro.
       Cuando otra vez tuvimos presupuesto
       De huírnos y dejallas, cada uno
       Fiado en su caballo y vuelo presto,
       Ellas, que el trato a ellas importuno
       Supieron, al momento nos robaron
       Los frenos, sin dejarnos sólo uno.
       Entonces el huír nos estorbaron,
       Y ansí lo harán agora fácilmente,
       Si las lágrimas muestran que mostraron.
MAR.     Nuestro disinio a todas es patente,
       Todas lo saben ya, y no queda alguna
       Que no se queje dello amargamente,
       Y dicen que, en la buena o ruin fortuna,
       Quieren en vida o muerte acompañaros,
       Aunque su compañía os sea importuna.

Entran cuatro mujeres de Numancia, cada una con un niño en brazos y otros de las manos, y LIRA, doncella.

         Veislas aquí do vienen a rogaros
       No las dejéis en tantos embarazos;
       Aunque seáis de acero han de ablandaros;
       Los tiernos hijos vuestros en los brazos
       Las tristes traen: ¿no veis con qué señales
       De amor les dan los últimos abrazos?
M.1.ª     ¿Qué pensáis, varones claros?
       ¿Revolvéis aún todavía
       En la triste fantasía
       De dejarnos y ausentaros?
       ¿Y a los libres hijos vuestros
       Queréis esclavos dejallos?
       ¿No será mejor ahogallos
       Con los propios brazos vuestros?
       No apresuréis el camino
       Al morir, porque su estambre
       Cuidado tiene la hambre
       De cercenarla contino.
M.3.ª     Hijos de estas tristes madres,
       ¿Qué es esto? ¿Cómo no habláis
       Y con lágrimas rogáis
       Que no os dejen vuestros padres?
       Baste que la hambre insana
       Os acaben con dolor,
       Sin esperar el rigor
       De la aspereza romana.
       Decildes que os engendraron
       Libres, y libres nacistes,
       Y que vuestras madres tristes
       También libres os criaron.
       Decildes que, pues la suerte
       Nuestra va tan decaída,
       Que, como os dieron la vida,
       Ansí mismo os den la muerte;
       ¡Oh muros de esta ciudad!
       Si podéis hablar, decid,
       Y mil veces repetid:
       "¡Numantinos, libertad
       Los templos, las casas vuestras
       Levantadas en concordia!
       Hoy piden misericordia
       Hijos y mujeres vuestras.
       Ablandad, caros varones,
       Esos pechos diamantinos,
       Y mostrad, cual numantinos,
       Amorosos corazones;
       Que no por romper el muro
       Se remedia un mal tamaño;
       Antes en ello está el daño
       Más propincuo y más seguro."
LIRA.    También las tristes doncellas
       Ponen en vuestra defensa
       El remedio de su ofensa
       Y el alivio a sus querellas.
       Desesperación notoria
       Es ésta que hacer queréis,
       Adonde sólo hallaréis
       Breve muerte y larga gloria.
       Mas ya que salga mejor
       Que yo pienso esta hazaña,
       ¿Qué ciudad hay en España
       Que quiera daros favor?
       Mi pobre ingenio os advierte
       Que si hacéis esta salida,
       Al enemigo dais vida
       Y a toda Numancia muerte.
       De vuestro acuerdo gentil
       Los romanos burlarán;
       Pero, decidme: ¿qué harán
       Tres mil con ochenta mil?
       Aunque tuviesen abiertos
       Los muros y su defensa,
       Seríades con ofensa
       Mal vengados y bien muertos.
       Mejor es que la ventura
       O el daño que el cielo ordena,
       O nos salve o nos condena
       Dé la vida o sepoltura.
TEÓG.    Limpiad los ojos húmidos del llanto,
       Mujeres tiernas, y tené entendido
       Que vuestra angustia la sentimos tanto,
       Que responde al amor nuestro subido.
       Ora crezca el dolor, ora el quebranto
       Sea por nuestro bien disminuído,
       Jamás en muerte o vida os dejaremos;
       Antes en muerte y vida os serviremos.
       Pensábamos salir al foso, ciertos
       Antes de allí morir que de escaparnos,
       Pues fuera quedar vivos aunque muertos,
       Si muriendo pudiéramos vengarnos;
       Mas, pues nuestros disinios descubiertos
       Han sido, y es locura aventurarnos,
       Amados y hijos y mujeres nuestras,
       Nuestras vidas serán de hoy más las vuestras.
       Sólo se ha de mirar que el enemigo
       No alcance de nosotros triunfo o gloria;
       Antes ha de servir él de testigo
       Que aprueben y determinen la historia;
       Y si todos venís en lo que digo,
       Mil siglos durará nuestra memoria,
       Y es que no quede cosa aquí en Numancia
       De do el contrario pueda hacer ganancia.
       En medio de la plaza se haga un fuego,
       En cuya ardiente llama licenciosa
       Nuestras riquezas todas se echen luego,
       Desde la pobre a la más rica cosa;
       Y esto podréis tener a dulce juego,
       Cuando os declare la intención honrosa
       Que se ha de efectuar después que sea
       Abrasada cualquier rica presea.
       Y para entretener por algún hora
       La hambre que ya roe nuestros huesos,
       Haréis descuartizar luego a la hora
       Esos tristes romanos que están presos.
       Y sin del chico al grande hacer mejora,
       Repártase entre todos, que con esos
       Será nuestra comida celebrada
       Por España, cruel, necesitada.
CAR.     Amigos, ¿qué os parece? ¿Estáis en esto?
       Digo que a mí me tiene satisfecho,
       Y que a la ejecución se venga presto
       De un tan extraño y tan honroso hecho.
TEÓG.  Pues yo de mi intención os diré el resto:
       Después que sea lo que digo hecho,
       Vamos a ser ministros todos luego
       De encender el ardiente y rico fuego.
M.1.ª    Nosotras desde aquí ya comenzamos
       A dar con voluntad nuestros arreos,
       Y a las vuestras las vidas entregamos
       Como se han entregado los deseos.
LIRA.  Pues caminemos presto; vamos, vamos,
       Y abrásense en un punto los trofeos
       Que pudieran hacer ricas las manos,
       Y aun hartar la codicia de romanos.

Vanse todos, y salen dos NUMANTINOS.

N.1.°    ¡Derrama, dulce hermano, por los ojos
       El alma en llanto amargo convertida!
       ¡Venga la muerte y lleve los despojos
       De nuestra miserable y triste vida!
N.2.°  Bien poco durarán estos enojos;
       Que ya la muerte viene apercebida
       Para llevar en presto y breve vuelo
       A cuantos pisan de Numancia el suelo.
       En la plaza mayor ya levantada
       Queda un ardiente y cudiciosa hoguera,
       Que de nuestras riquezas menistrada,
       Sus llamas suben a la cuarta esfera.
       Allí, con triste priesa acelerada
       Y con mortal y tímida carrera,
       Acuden todos, como santa ofrenda,
       A sustentar las llamas con su hacienda.
       Allí la perla del rosado Oriente,
       Y el oro en mil vasijas fabricado,
       Y el diamante y rubí más excelente,
       Y la estimada púrpura y brocado,
       En medio del rigor fogoso ardiente
       De la encendida llama se ha arrojado:
       Despojos que pudieran los romanos
       Hinchir los senos y ocupar las manos.

Aquí salen con cargas de ropa por una parte y éntranse, por otra.

       Vuelve al triste espectáculo la vista;
       Verás con cuánta priesa y cuánta gana
       Toda Numancia en numerosa vista
       Aguija a sustentar la llama insana;
       Y no con verde leño o seca arista,
       No con materia al consumir liviana,
       Sino con sus haciendas mal gozadas,
       Pues se guardaron para ser quemadas.
N.1.°    Si con esto acabara nuestro daño,
       Pudiéramos llevallo con paciencia;
       Mas, ¡ay!, que se ha de dar, si no me engaño,
       De que muramos todos cruel sentencia.
       ¡Primero que el rigor bárbaro extraño
       Muestre en nuestras gargantas su inclemencia,
       Verdugos de nosotros nuestras manos
       Serán, y no los pérfidos romanos!
       Han ordenado que no quede alguna
       Mujer, niño ni viejo con la vida,
       Pues al fin la cruel hambre importuna
       Con más fiero rigor es su homicida.

Sale una mujer con una criatura en los brazos y otra de la mano, y ropa para echar en el fuego.

MADR.    ¡Oh duro vivir molesto!
       ¡Terrible y triste agonía!
HIJO.  Madre, ¿por ventura, habría
       Quien nos diese pan por esto?
MADR.    ¿Pan, hijo? ¡Ni aun otra cosa
       Que semeje de comer!
HIJO.  Pues ¿tengo de fenecer
       De dura hambre rabiosa?
       ¡Con poco pan que me deis,
       Madre, no os pediré más!
MADR.  Hijo, ¡qué pena me das!
HIJO.  ¿Por qué, madre, no queréis?
MADR.    Sí quiero; mas ¿qué haré,
       Que no sé donde buscallo?
HIJO.  Bien podréis, madre, comprallo;
       Si no, yo lo compraré.
       Mas, por quitarme de afán,
       Si alguno conmigo topa,
       Le daré toda esta ropa
       Por un pedazo de pan.
MADR.    ¿Qué mamas, triste criatura?
       ¿No sientes que, a mi despecho,
       Sacas ya del flaco pecho,
       Por leche, la sangre pura?
       Lleva la carne a pedazos,
       Y procura de hartarte,
       Que no pueden ya llevarte
       Mis flacos, cansados brazos.
       Hijos, mi dulce alegría,
       ¿Con qué os podré sustentar,
       Si apenas tengo qué os dar
       De la propia sangre mía?
       ¡Oh hambre terrible y fuerte,
       Cómo me acabas la vida!
       ¡Oh guerra, sólo venida
       Para causarme la muerte!
HIJO.    ¡Madre mía, que me fino!
       Aguijemos. ¿A dó vamos,
       Que parece que alargamos
       La hambre con el camino?
MADR.    Hijo, cerca está la plaza
       Adonde echaremos luego
       En mitad del vivo fuego
       El peso que te embaraza.

JORNADA CUARTA

Tocan al arma con gran priesa, y a este rumor sale CIPIÓN, y IUGURTA, y MARIO, alborotados.

CIP.     ¿ Qué es esto, capitanes? ¿Quién nos toca
       Al arma en tal sazón? ¿Es, por ventura,
       Alguna gente desmandada y loca
       Que viene a demandar su sepoltura?
       Mas no sea algún motín el que provoca
       Tocar al arma en recia coyuntura:
       Que tan seguro estoy del enemigo,
       Que tengo más temor al que es amigo.

Sale QUINTO FABIO con el espada desnuda, y dice:

QUIN.    Sosiega el pecho, general prudente,
       Que ya de esta arma la ocación se sabe,
       Puesto que ha sido a costa de tu gente,
       De aquel en quien más brío o fuerza cabe.
       Dos numantinos con soberbia frente,
       Cuyo valor será razón se alabe,
       Saltando el ancho foso y la muralla,
       Han movido a tu campo cruel batalla.
       A las primeras guardas envistieron,
       Y en medio de mil lanzas se arrojaron,
       Y con tal furia y rabia arremetieron,
       Que libre paso al campo les dejaron.
       Las tiendas de Fabricio acometieron,
       Y allí su fuerza y su valor mostraron
       De modo, que en un punto seis soldados
       Fueron de agudas puntas traspasados.
       Con presta diligencia discurriendo
       Iban de tienda en tienda, hasta que hallaron
       Un poco de bizcocho, el cual cogieron;
       El paso, y no el furor, atrás tornaron.
       El uno de ellos se escapó huyendo;
nbsp;      Al otro mil espadas le acabaron,
       Por donde infiero que la hambre ha sido
       Quien les dió atrevimiento tan subido.
CIP.     Si, estando deshambridos y encerrados,
       Muestran tan demasiado atrevimiento,
       ¿Qué hicieran siendo libres y enterados
       En sus fuerzas primeras y ardimiento?
       ¡Indómitos! ¡Al fin seréis domados,
       Porque contra el furor vuestro violento
       Se tiene de poner la industria nuestra,
       Que de domar soberbios es maestra!

Vanse todos.

Sale una mujer, armada con una lanza en la mano y un escudo, que significa la GUERRA, y trae consigo la ENFERMEDAD y la HAMBRE: la ENFERMEDAD arrimada a una muleta y rodeada de paños la cabeza, con una máscara amarilla; y la HAMBRE saldrá con un desnudillo de muerte, y encima, una ropa de bocací amarilla y una máscara descolorida.

GUERR.   Hambre, Enfermedad, ejecutores
       De mis terribles mandos y severos,
       De vidas y salud consumidores,
       Con quien no vale ruego, mando o fieros,
       Pues ya de mi intención sois sabidores,
       No hay para qué de nuevo encareceros
       De cuánto gusto me será y contento
       Que luego, luego, hagáis mi mandamiento.
       La fuerza incontrastable de los hados,
       Cuyos efectos nunca salen vanos,
       Me fuerzan que de mí sean ayudados
       Estos sagaces mílites romanos.
       Ellos serán un tiempo levantados,
       Y abatidos también estos hispanos;
       Pero tiempo vendrá en que yo me mude,
       Y dañe al alto y al pequeño ayude;
       Que yo, que soy la poderosa Guerra,
       De tantas madres desterrada en vano,
       Aunque quien me maldice a veces yerra,
       Pues no sabe el valor de esta mi mano,
       Sé bien que en todo el orbe de la tierra,
       Seré llevada del valor hispano
       En la dulce ocasión que estén reinando
       Un Carlos, y un Filipo, y un Fernando.
ENF.     Si ya la Hambre, nuestra amiga querida.
       No hubiera tomado con instancia
       A su cargo de ser fiera homicida
       De todos cuantos viven en Numancia,
       Fuera de mí tu voluntad cumplida,
       De modo que se viera la ganancia
       Fácil y rica que el romano hubiera,
       Harto mejor de aquello que se espera.
       Mas ella, en cuanto su poder alcanza,
       Ya tiene tal el pueblo numantino,
       Que de esperar alguna buena andanza,
       Le ha tomado las sendas y el camino;
       Mas del furor la rigurosa lanza,
       La influencia del contrario sino,
       Le trata con tan áspera violencia,
       Que no es menester hambre ni dolencia.
       El Furor y la Rabia, tus secuaces,
       Han tomado en su pecho tal asiento,
       Que, cual si fuese de romanas haces,
       Cada cual de esa sangre está sediento.
       Muertos, incendios, iras son sus paces;
       En el morir han puesto su contento,
       Y, por quitar el triunfo a los romanos,
       Ellos mesmos se matan con sus manos.
HAMBR.   Volved los ojos, y veréis ardiendo
       De la ciudad los encumbrados techos.
       Escuchad los suspiros que saliendo
       Van de mil tristes, lastimados pechos.
       Oíd la voz y lamentable estruendo
       De bellas damas a quien, ya deshechos
       Los tiernos miembros de ceniza y fuego,
       No valen padre, amigo, amor ni ruego.
       Cual salen las ovejas descuidadas,
       Siendo del fiero lobo acometidas,
       Andar aquí y allí descarriadas,
       Con temor de perder las simples vidas,
       Tal niños y mujeres desdichadas,
       Viendo ya las espadas homicidas,
       Andan de calle en calle, ¡oh hado insano!,
       Su cierta muerte dilatando en vano.
       No hay plaza, no hay rincón, no hay calle o casa
       Que de sangre y de muertos no esté llena;
       El hierro mata, el duro fuego abrasa,
       Y el rigor ferocísimo condena.
       Presto veréis que por el suelo tasa
       Hasta la más subida y alta almena,
       Y las casas y templos más preciados
       En polvo y en cenizas son tornados.
       Venid; veréis que en los amados cuellos
       De tiernos hijos y mujer querida,
       Teogenes afila agora y prueba en ellos
       De su espada cruel corte homicida,
       Y cómo ya, después de muertos ellos,
       Estima en poco la cansada vida,
       Buscando de morir un modo extraño,
       Que causó en el suyo más de un daño.
GUERR.   Vamos, pues, y ninguno se descuide
       De ejecutar por eso aquí su fuerza,
       Y a lo que digo sólo atienda y cuide,
       Sin que de mi intención un punto tuerza.

Vanse, y sale TEÓGENES con dos espadas desnudas y ensangrentadas las manos.

TEÓG.    Sangre de mis entrañas derramada,
       Pues sois aquella de los hijos míos;
       Mano, contra ti mesma acelerada,
       Llena de honrosos y crueles bríos;
       Fortuna, en daño mío conjurada;
       Cielos, de justa piedad vacíos:
       Ofrecedme en tan dura, amarga suerte,
       Alguna honrosa, aunque cercana muerte.
       Valientes numantinos, haced cuenta
       Que yo soy algún pérfido romano,
       Y vengad en mi pecho vuestra afrenta,
       Ensangrentando en él espada y mano.
       Una de estas espadas os presenta
       Mi airada furia y mi dolor insano;
       Que, muriendo en batalla, no se siente
       Tanto el rigor del último accidente.

Vase, y sale CIPIÓN, y IUGURTA, y QUINTO FABIO, y MARIO, y ERMILIO y otros soldados romanos.

CIP.     Si no me engaña el pensamiento mío,
       O salen mentirosas las señales
       Que habéis visto en Numancia, del estruendo
       Y lamentable son, y ardiente llama,
       Sin duda alguna que recelo y temo
       Que el bárbaro furor del enemigo
       Contra su propio pecho no se vuelva.
       Ya no parece gente en la muralla,
       Ni suenan las usadas centinelas;
       Todo está en calma y en silencio puesto,
       Como si en paz tranquila y sosegada
       Estuviesen los fieros numantinos.
MAR.   Presto podrás salir de aquesa duda,
       Porque, si tú lo quieres, yo me ofrezco
       De subir sobre el muro, aunque me ponga
       Al riguroso trance que se ofrece,
       Sólo por ver aquello que en Numancia
       Hacen nuestros soberbios enemigos.
CIP.   Arrima, pues, ¡oh Mario!, alguna escala
       A la muralla, y haz lo que prometes.
MAR.   Id por la escala luego, y vos, Ermilio,
       Haced que mi rodela se me traiga,
       Y la celada blanca de las plumas;
       Que a fe que tengo de perder la vida
       O sacar de esta duda al campo todo.
ERM.   Ves aquí la rodela y la celada;
       La escala vesla allí: la trajo Limpio.
MAR.   Encomiéndame a Júpiter inmenso,
       Que yo voy a cumplir lo prometido.
IUG.   Alza más la rodela, Mario,
       Encoge el cuerpo, y encubre la cabeza.
       ¡Animo, que ya llegas a lo alto!
       ¿Qué ves?
MAR.            !Oh santos dioses! Y ¿ qué es esto?
IUG.   ¿De qué te admiras?
MAR.                      De mirar de sangre
       Un rojo lago, y de ver mil cuerpos
       Tendidos por las calles de Numancia,
       De mil agudas puntas traspasados.
CIP.   ¿Qué? ¿No hay ninguno vivo?
MAR.                           ¡Ni por pienso!
       A lo menos, ninguno se me ofrece
       En todo cuanto alcanzo con la vista.
CIP.   Salta, pues, dentro, y mira por tu vida.

Salta MARIO en la ciudad. Síguele Iugurta y al poco rato torna a salir el primero por la muralla, y dice:

MAR.   En balde, ilustre general prudente,
       Han sido nuestras fuerzas ocupadas.
       En balde te has mostrado diligente,
       Pues en humo y en viento son tornadas
       Las ciertas esperanzas de victoria,
       De tu industria contino aseguradas.
       En lamentable fin la triste historia
       De la ciudad invicta de Numancia
       Merece ser eterna en la memoria;
       Sacado han de su pérdida ganancia;
       Quitádote han el triunfo de las manos,
       Muriendo con magnánima constancia;
       Nuestros disinios han salido vanos,
       Pues ha podido más su honroso intento
       Que toda la potencia de romanos.
       El fatigado pueblo en fin violento
       Acaba la miseria de su vida,
       Dando triste remate al largo cuento.
       Numancia está en un lago convertida,
       De roja sangre y de mil cuerpos llena,
       De quien fué su rigor propio homicida.
       De la pesada y sin igual cadena
       Dura de esclavitud se han escapado
       Con presta audacia, de temor ajena.
       En medio de la plaza levantado
       Está un ardiente fuego temeroso,
       De sus cuerpos y haciendas sustentado.
       Al tiempo llegué a verlo, que el furioso
       Teogenes, valiente numantino,
       De fenecer su vida deseoso,
       Maldiciendo su corto amargo sino,
       En medio se arrojaba de la llama,
       Lleno de temerario desatino,
       Y al arrojarse dijo: "Clara fama,
       Ocupa aquí tus lenguas y tus ojos
       En esta hazaña, que a contar te llama.
       ¡Venid, romanos, ya por los despojos
       Desta ciudad, en polvo y humo vueltos,
       Y sus flores y frutos en abrojos!"
       De allí, con pies y pensamientos sueltos,
       Gran parte de la tierra he rodeado,
       Por las calles y pasos más revueltos,
       Y un solo numantino no he hallado
       Que poderte traer vivo siquiera,
       Para que fueras dél bien informado
       Por qué ocasión, de qué suerte o manera
       Acometieron tan grave desvarío,
       Apresurando la mortal carrera.
CIP.     ¿Estaba, por ventura, el pecho mío
       De bárbara arrogancia y muertes lleno,
       Y de piedad justísima vacío?
       ¿Es de mi condición, por dicha, ajeno
       Usar benignidad con el rendido,
       Como conviene al vencedor que es bueno?
       ¡Mal, por cierto, tenían conocido
       El valor en Numancia de mi pecho,
       Para vencer y perdonar nacido!
QUIN.    Iugurta te hará más satisfecho,
       Señor, de aquello que saber deseas,
       Que vesle vuelve lleno de despecho.

Asómase IUGURTA a la muralla.

IUG.     Prudente general, en vano empleas
       Más aquí tu valor. Vuelve a otra parte
       La industria singular de que te arreas.
       No hay en Numancia cosa en que ocuparte.
       Todos son muertos, y sólo uno creo
       Que queda vivo para el trunfo darte,
       Allí en aquella torre, según veo.
       Yo vi denantes un muchacho; estaba
       Turbado en vista y de gentil arreo.
CIP.     Si eso fuese verdad, eso bastaba
       Para trunfar en Roma de Numancia,
       Que es lo que más agora deseaba.
       Lleguémonos allá, y haced instancia
       Como el muchacho venga aquestas manos
       Vivo, que es lo que agora es de importancia.

Dice VARIATO, muchacho, desde la torre:

VAR.     ¿Dónde venís, o qué buscáis, romanos?
       Si en Numancia queréis entrar por fuerte,
       Haréislo sin contraste, a pasos llanos;
       Pero mi lengua desde aquí os advierte
       Que yo las llaves mal guardadas tengo
       Desta ciudad, de quien trunfó la muerte.
CIP.     Por ésas, joven, deseoso vengo,
       Y más de que tú hagas insperiencia,
       Si en este pecho piedad sostengo.
VAR.     ¡Tarde, cruel, ofreces tu clemencia,
       Pues no hay con quien usarla: que yo quiero
       Pasar por el rigor de la sentencia
       Que con suceso amargo y lastimero
       De nuestros padres y patria tan querida
       Causó el último fin terrible y fiero!
QUIN.    Dime: ¿tienes, por suerte, aborrecida,
       Ciego de un temerario desvarío,
       Tu floreciente edad y tierna vida?
CIP.     Tiempla, pequeño joven, templa el brío;
       Sujeta el valor tuyo, que es pequeño,
       Al mayor de mi honroso poderío;
       Que desde aquí te doy la fee y empeño
       Mi palabra, que solo de ti seas
       Tú mismo el propio, el conocido dueño;
       Y que de ricas joyas y preseas
       Vivas lo que vivieres abastado,
       Como yo podré darte y tú deseas,
       Si a mí te entregas y te das de grado.
VAR.     Todo el furor de cuantos ya son muertos
       En este pueblo y en polvo reducido,
       Todo el huir los pactos y conciertos,
       Ni el dar a sujeción jamás oído,
       Sus iras, sus rancores descubiertos,
       Está en mi pecho solamente unido.
       Yo heredé de Numancia todo el brío;
       Ved, si pensáis vencerme, es desvarío.
       Patria querida, pueblo desdichado,
       No temas, ni imagines que admire
       De lo que debo ser de ti engendrado,
       Ni que promesa o miedo me retire,
       Ora me falte el suelo, el cielo, el hado,
       Ora vencerme todo el mundo aspire;
       Que imposible será que yo no haga
       A tu valor la merecida paga.
       Que si a esconderme aquí me trujo el miedo
       De la cercana y espantosa muerte,
       Ella me sacará con más denuedo,
       Con el deseo de seguir tu suerte;
       De vil temor pasado, como puedo,
       Será la enmienda agora osada y fuerte,
       Y el temor de mi edad tierna, inocente
       Pagaré con morir osadamente.
       Yo os aseguro, ¡oh fuertes ciudadanos!,
       Que no falte por mí la intención vuestra
       De que no triunfen pérfidos romanos,
       Si ya no fuere de ceniza nuestra.
       Saldrán conmigo sus intentos vanos,
       Ora levanten contra mí su diestra,
       O me aseguren con promesa incierta
       A vida y a regalos ancha puerta.
       Tened, romanos, sosegad el brío,
       Y no os canséis en asaltar el muro;
       Con que fuera mayor el poderío
       Vuestro, de no vencerme estad seguro.
       Pero muéstrese ya el intento mío,
       Y si ha sido el amor perfecto y puro
       Que yo tuve a mi patria tan querida,
       Asegúrelo luego esta caída.

Arrójase el muchacho de la torre, y dice CIPIÓN:

CIP.     ¡Oh! ¡Nunca vi tan memorable hazaña!
       ¡Niño de anciano y valeroso pecho,
       Que, no sólo a Numancia, mas a España
       Has adquirido gloria en este hecho!
       Con tal vida y virtud heroica, extraña,
       Queda muerto y perdido mi derecho.
       Tú con esta caída levantaste
       Tu fama, y mis victorias derribaste.
       Que fuera viva y en su ser Numancia,
       Sólo porque vivieras me holgara;
       Tú solo me has llevado la ganancia
       Desta larga contienda, ilustre y rara;
       Lleva, pues, niño, lleva la ganancia
       Y la gloria que el cielo te prepara,
       Por haber, derribándote, vencido
       Al que, subiendo, queda más caído.

Publicado el 19 de abril de 2016 por Edu Robsy.
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