En la Corte del Dragón

Robert Chambers


Cuento


Oh, Tú que en tu corazón te quemas por los que se queman
En el infierno, cuyos fuegos alientas a tu vez;
¿Cuánto cundirá el grito "Tened piedad de ellos, Dios"?
¡Vaya! ¿Quién eres tú para enseñar y Él para aprender?

En la iglesia de St. Barnabé las vísperas habían terminado; el clérigo abandonó el altar; los pequeños niños del coro atravesaron el presbiterio y ocuparon su sitio en el banco. Un suizo de rico uniforme avanzó por el pasillo del sur haciendo resonar su bastón cada cuatro pasos sobre el suelo de piedras; tras él venía ese elocuente predicador y buen hombre que es Monseigneur C.

Mi asiento se encontraba cerca de la baranda del presbiterio. Me volví hacia el extremo oeste de la iglesia. Los demás entre el altar y el pálpito se volvieron también. Hubo algún arrastrar de pies y crujir de telas mientras la congregación se acomodó nuevamente; el predicador subió al pálpito y el órgano se acalló.

Siempre me había parecido sumamente interesante la música del órgano en St. Barnabé. Erudita y científica, era demasiado para mis escasos conocimientos, pero expresaba una vívida inteligencia, si bien fría. Además, poseía la francesa cualidad del gusto. El gusto reinaba supremo, autocontrolado, digno y reticente.

Hoy sin embargo, desde el primer acorde, había sentido un cambio para peor, un cambio siniestro. Durante las vísperas había sido principalmente el órgano del presbiterio el que había apoyado el hermoso coro, pero de vez en cuando, de modo del todo caprichoso, segán parecía, desde la galería del Oeste donde se encontraba el gran órgano, una mano pesada había irrumpido en la iglesia alterando la serena paz de esas diáfanas voces. Era algo más que aspereza y disonancia y delataba no poca habilidad. Mientras irrumpía una y otra vez, recordé lo que mis libros de arquitectura decían acerca de la antigua costumbre de consagrar el coro

Fin del extracto del texto

Publicado el 3 de enero de 2017 por Edu Robsy.
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