Libro gratis: Adriana Zumarán
de Carlos Alberto Leumann


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Adriana Zumarán

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Fragmento de «Adriana Zumarán»

—Sí, Juanita Sánchez, otra amiga de Charito, la habrás oído discutir sobre Debussy.

—Imagínate mientras tanto, continuó Julio sin atender la interrupción de Muñoz, a una de esas muchachas que guardan oculto el secreto de su alma. La vida le da un esposo al azar; su misma pasividad ha contribuido para que ella lo acepte sin llamar a juicio sus dulces imaginaciones; es un hombre a quien cobra luego el afecto natural que le inspiran los otros miembros de su familia. La va trabajando el hábito, se olvida de sí misma, se resigna inconscientemente a la trivial realidad que el destino le depara. Sus necesidades espirituales son tan hondas como su incapacidad para resistir el ambiente que la rodea. Pesa sobre ella el fatalismo ancestral. Renuncia, sin comprender nada a ciencia cierta, a la vida del amor que sin embargo seguirá murmurando en su corazón; y va viniendo así el olvido sobre su mundo interior apasionado. Ya el amor llega a tomar para ella una forma solamente ideal, cosa de la fantasía, romanticismo, sueño de poetas. Lee todavía con delirio a los escritores ardientes, y en las novelas simpatiza sin vacilar con las heroínas culpables; pero generalmente rehuye la sola suposición de una relación ilícita en la vida misma. Para esta resignada y piadosa criatura, el pecado es un fantasma sombrío que la asusta. Es preciso que concurran circunstancias singularmente favorables para que de pronto lo arrostre. Pero entonces también acepta la tragedia. Figúrate a una de esas jóvenes señoras en la paz de su hogar. La rubia cabeza de un niño se aduerme sobre su seno; se diría otra Virgen con otro niño Jesús. El aire que en derredor de ella se respira parece impregnado de virtud. Un velo de religiosa castidad cubre la hermosura lánguida de su cara. Su sencilla actitud es una oración. Pero hay sobre los párpados recaídos tanta sombra, es tan puro el óvalo de su rostro, que de pronto experimentas un sobresalto: es el miedo de profanar con un deseo, acaso principio de una pasión tan profunda como imposible, la religiosidad del santuario. Y te apartas, huyes de aquella presencia como el ladrón sacrílego sobrecogido en la iglesia por la expresión de las imágenes que le miran desde sus nichos. Y más tarde piensas: "Si la hubiese conocido cuando ella tenía quince años, si hubiéramos entonces hablado en una familiar confianza, ¿habría ahora ese recato de matrona sobre sus ojos, esa absoluta indiferencia para cualquier motivo de conversación que implicara siquiera la tímida curiosidad de su secretos íntimos, de los sueños que halagan sus horas solitarias?"


180 págs. / 5 horas, 15 minutos.
199 visitas.
Publicado el 11 de agosto de 2017 por Edu Robsy.


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