Libro gratis: La Tercera Persona
de Henry James

—Él nos dirá —dijo Amy Frush— si hay algo en ellos.

—¿Aunque sea algo —sugirió Susan— que pueda no gustarnos?

—Bueno, en eso precisamente estoy pensando —replicó la señorita Amy con su informalidad habitual—. Si hay algo que no tengamos que saber…

—¿Sólo hay que decirle que no nos lo diga? Oh, claro —dijo la dócil señorita Susan.

Ella misma se encargó de hacerle esta advertencia cuando, a invitación de nuestras amigas, el señor Patten fue a tomar el té y a discutir el asunto; la señorita Amy se sentó a su lado sin elevar protesta, pero se prometió decididamente a sí misma que, por muy indeseable que fuese lo que hubiere por conocer, ella se lo sacaría en privado a su mentor. Concebía ya la esperanza de que hubiese algo demasiado malo para que lo supiera su prima —demasiado malo para que lo supiera nadie en realidad—, y de que pudiese quedar entre ellos del modo más conveniente. El señor Patten, a la vista de los papeles, exclamó, quizá con una pizca de ambigüedad, y de un modo en absoluto clerical: