Textos por orden alfabético inverso de E.T.A. Hoffmann

Mostrando 1 a 10 de 18 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: E.T.A. Hoffmann


12

Sor Monika

E.T.A. Hoffmann


Novela corta


Primera parte


Concedo voluntatem!

Esta es una de las naves de Cupido… ¡desplegad más velas! ¡Más! Al ataque… ¡los cañones ante los agujeros! ¡Fuego!

Pistol en Las alegres comadres de Windsor de Shakespeare
 

La hermana Monika cuenta la vida de su madre y de su padre a las amigas reunidas, pero especialmente a la hermana Annunciata Veronika, excondesa de R.

Pocas de vosotras, queridas hermanas, conocéis a mi familia; mi padre, en cambio, era muy bien conocido por sus camaradas, que con él y Laudon habían participado en la Guerra de los Siete Años y habían infligido más de una derrota a Federico el Grande.

En una noble residencia para viudas cerca de Troppau, en uno de los paisajes más agradables del Oppa, pasó mi madre los primeros años de su primavera; y la pasó con aquellos cálidos sentimientos de la existencia que no siempre comienza con el ¡coeur palpite!, pero que acostumbra terminar con el ¡haussez les mains!

Su madre había conocido el mundo y lo había gozado, había dejado en él su temperamento, llevándose su amor a la soledad para la formación de su Louise.

Esta Louise es mi madre. Fue educada sin prejuicios, y sin prejuicios vivió y actuó.

A los más seductores atractivos del cuerpo unía una gracia sin igual, un savoir faire sin reservas ni hipocresía.

El capellán Wohlgemuth, llamado hermano Gerhard, a quien mi madre apreciaba mucho, se encargó, como preceptor, de la formación de la virginal flor. Era un hombre joven y apuesto, de treinta años, y su encantadora discípula necesitaba grandes esfuerzos, por la noche, en su solitaria cama, para que sus dedos calmaran el fuego que la encantadora locuacidad del mentor había encendido en su pecho todavía inmaduro.


Información texto

Protegido por copyright
105 págs. / 3 horas, 4 minutos / 155 visitas.

Publicado el 30 de enero de 2018 por Edu Robsy.

Mademoiselle de Scudéry

E.T.A. Hoffmann


Novela corta


En la calle de Saint Honoré se levantaba la casita en que vivía Magdalena de Scudéry, conocida por sus versos llenos de donaire y por la consideración que mereció de Luis XIV y de la Maintenon.

Ya avanzada la noche —en el otoño de 1680— se oyeron en la puerta recios y vehementes golpes que resonaron en todo el vestíbulo. Bautista, que en el reducido tren de casa de la señorita ejercía a la vez de cocinero, criado y portero, había ido al campo con permiso de su ama para asistir a la boda de una hermana, de manera que la única que velaba en la casa aquella noche era la Martiniére, la camarera de la señorita. Oyó las repetidas llamadas, y se le ocurrió en seguida que, ausente Bautista, quedaba en la casa con la señorita sin auxilio ninguno. Se agolpaban en su mente los casos de violencia, de asalto de morada, los robos y los homicidios que en aquel entonces sufría París, y dio por cierto que algún grupo de perturbadores, enterados de las circunstancias de la casa, era el que alborotaba y esperaban solamente que la puerta se abriera para llevar a cabo algún intento perverso contra su dueña. Temblorosa, atemorizada y maldiciendo a Bautista, a su hermana y a la boda, se quedó quieta en su habitación, mientras continuaban resonando los golpes dados a la puerta, y en medio de ellos le pareció oír llamar una voz:

—¡Abrid! ¡Os lo pido por Cristo! ¡Abrid!

Con creciente temor se apresuró la Martiniére a coger el candelabro, con la vela encendida y se precipitó al vestíbulo. La voz del que llamaba se hizo más inteligible:

—¡Por el amor de Cristo, abridme!

—Es evidente que un bandolero no habla de este modo —pensó la Martiniére—. Es tal vez una persona que busca refugio en la casa de mi señorita, a quien sabe inclinada a hacer buenas obras. Pero seamos precavidas.


Información texto

Protegido por copyright
77 págs. / 2 horas, 15 minutos / 103 visitas.

Publicado el 11 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Los Elixires del Diablo

E.T.A. Hoffmann


Novela


Prólogo del editor

Gustoso te guiaría, benévolo lector, hasta aquel oscuro plátano bajo el que, por vez primera, leí la extraña historia del hermano Medardo. Entonces te sentarías a mi lado en el mismo banco de piedra, que queda medio oculto entre matas fragantes y flores multicolores; dirigirías, como yo, tu mirada nostálgica hacia las montañas azules, que se escalonan, formando maravillosas configuraciones, tras el soleado valle que se extiende ante nosotros, al final de la alameda. Al volverte descubrirías, a una distancia escasa de veinte pasos, un edificio gótico, cuyo portal se halla profusamente adornado con estatuas.

A través de las oscuras ramas de los plátanos te contemplan las imágenes de los santos con ojos claros y vívidos: son pinturas al fresco que resplandecen en los amplios muros. Un sol rojo incandescente permanece sobre las montañas, el viento del atardecer comienza a soplar, todo adquiere vida y movimiento. Voces extraordinarias surgen, susurrantes y rumorosas, entre los árboles y la maleza, dando la impresión, debido a sus tonos ascendentes, de tornarse en cánticos y música de órgano, así al menos resuena desde la lejanía. Hombres de semblante serio, ataviados con hábitos de pliegues holgados, pasean silenciosos por la arboleda del jardín con la mirada piadosa dirigida hacia lo alto. ¿Han cobrado vida las imágenes de santos y bajado de sus elevados pedestales? El misterioso escalofrío de las prodigiosas tradiciones y leyendas, que allí están representadas, te llena de estremecimiento. Todo parece como si ocurriera realmente ante tus ojos y creerías en ello de buen grado. En este estado de ánimo leerías la historia de Medardo y quizá estarías dispuesto a tomar las visiones del monje por algo más que el juego anárquico de una imaginación exaltada.


Información texto

Protegido por copyright
355 págs. / 10 horas, 21 minutos / 1.418 visitas.

Publicado el 1 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

La Puerta Tapiada

E.T.A. Hoffmann


Cuento


I

En las orillas solitarias de un lago del Norte se ven todavía las ruinas de una antigua finca que lleva el nombre de R… Unos áridos brezales la rodean por entero; cierran el horizonte por uno de sus lados las aguas tranquilas y profundas, y por el otro un bosque de pinos que cuentan siglos remeda en medio de la niebla unos brazos negros de espectros. Un cielo siempre enlutado cobija como únicos moradores unos pájaros de fúnebre aspecto. A un cuarto de hora del camino, cambia de pronto la decoración: surge una aldea risueña en medio de unos prados salpicados de flores; y en un extremo de esta aldea, no lejos de la mancha verde de un bosque de alisos los vecinos señalan al viajero los cimientos de un castillo que uno de los señores de R… proyectaba levantar en aquel oasis la naturaleza pródiga. Quizá poco dispuesto a compartir con los mochuelos el caserón familiar, el barón Roderich de R… no se preocupó de continuar la construcción de la mansión de recreo comenzada por sus antecesores. Se había limitado a llevar a cabo alguna reparación en los puntos más castigados, para encastillarse en la antigua finca con un grupo de servidores, no menos taciturnos que él, y mataba el tiempo recorriendo a caballo las orillas del lago; raramente se le veía en la aldea de sus vasallos, de manera que su nombre había pasado a ser una especie de «coco» para asustar a los chicos. Había mandado disponer por encima de la atalaya, una especie de azotea provista con todo el instrumental de astronomía conocido hasta aquella fecha, y allí se pasaba a veces días y noches enteros, en compañía de un intendente, que compartía todas sus extravagancias.

En la comarca le atribuían extensos conocimientos en artes mágicas, y algunos llegaban a afirmar que le habían expulsado de Curlandia por haberse permitido sin reboso tener relaciones ilícitas con el espíritu maligno.


Información texto

Protegido por copyright
53 págs. / 1 hora, 34 minutos / 128 visitas.

Publicado el 11 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

La Curación

E.T.A. Hoffmann


Cuento


Me dirigí a la parte más remota y silvestre del bosque, donde me encontré con aquel árbol singular de ramas medio resecas, medio verdes, y follaje pintoresco, para retratarlo fielmente en mi cuaderno de pintura. Ya había preparado la carpeta y afilado el lápiz y colocado en la postura apropiada para dibujar, cuando un magnífico coche atravesó crujiendo el espeso matorral. Los caballos se abrían camino paso a paso, con esfuerzo, a través de la salvaje maleza y, en efecto, parecía una idea extravagante de los viajeros querer atravesar campo a través aquel bosque surcado por cien agradables caminos.

Finalmente, cuando los caballos parecían no poder avanzar ni retroceder, el coche se detuvo —se abrió la portezuela y descendió de él un hombre joven, pulcramente vestido de negro, a quien reconocí, al salir de la espesa maleza, como al joven doctor O…

Miró atentamente a su alrededor y daba la impresión de querer convencerse de que no hubiese nadie en las cercanías. Me pareció como si su ser tuviese algo especialmente temeroso, como si su mirada fuese extraña, trastornada e inestable. Ahora me avergüenzo de mi necedad; el inquietante estremecimiento de un crimen cualquiera, del que en aquel momento consideré capaz al buen e inofensivo doctor O…, me invadió, y me figuré con orgullo deslizándome aquí bajo los frondosos árboles, junto con mi libro de dibujo lleno de esbozos fallidos, como la Némesis vengadora se desliza en la oscuridad.


Información texto

Protegido por copyright
9 págs. / 17 minutos / 93 visitas.

Publicado el 8 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

La Atalaya del Primo

E.T.A. Hoffmann


Cuento


A mi pobre primo le ha tocado la misma suerte que al famoso Scarron. Como éste, mi primo ha perdido por completo el uso de sus pies a causa de una pertinaz enfermedad y precisa impelerse de la cama a un sillón cargado de cojines y del sillón a la cama con la ayuda de unas firmes muletas y del brazo vigoroso de un huraño inválido de guerra, que hace a su gusto de enfermero. Pero mi primo presenta aún otra similitud con aquel francés, un peculiar sentido del humor cuya forma se aparta de la vía habitual del ingenio francés, y que se verifica en la literatura francesa pese a la escasez de la producción de aquél. Como Scarron, mi primo escribe obras literarias; como Scarron, está dotado de un talante especulativo y practica a su manera una burla fantástica. Pero para mayor gloria del escritor alemán, ha de decirse que él nunca consideró necesario aliñar sus pequeños platos picantes con «asa fétida» para estimular el paladar de sus lectores alemanes, que no la toleran bien. Le es suficiente con la noble especia que, a la vez que estimula, reconforta. A la gente le gusta leer lo que escribe; debe de ser bueno y divertido, yo no entiendo de eso. En cambio me deleitaba la conversación de mi primo y me parecía más agradable escucharlo que leerlo. Pero precisamente esta pasión irrefrenable por la literatura causó a mi primo una negra desgracia; la más grave enfermedad no sería capaz de detener el veloz giro de la rueda de la fantasía, que gira siempre en su interior generando más y más cosas nuevas. Así llegamos a que me narraba muchas historias amenas que él, a pesar de los múltiples dolores que sufría, inventaba. Pero el malvado demonio de la enfermedad había cortado el camino que tenía que seguir la idea para aparecer reflejada sobre el papel. Tan pronto como mi primo quería escribir algo, no sólo sus dedos le negaban el servicio, sino que la idea misma moría y se desvanecía.


Información texto

Protegido por copyright
31 págs. / 55 minutos / 73 visitas.

Publicado el 8 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Historia de Fantasmas

E.T.A. Hoffmann


Cuento


Cipriano se puso de pie y empezó a pasear, según costumbre, siempre que su ser estaba embargado por algo muy importante y trataba de expresarse ordenadamente, y recorrió la habitación de un extremo a otro.

Los amigos se sonrieron en silencio. Se podía leer en sus miradas: «¡Qué cosas tan fantásticas vamos a oír!» Cipriano se sentó y empezó así:

—Ya saben que hace algún tiempo, después de la última campaña, me hallaba en las posesiones del Coronel de P… El Coronel era un hombre alegre y jovial, así como su esposa era la tranquilidad y la ingenuidad en persona.

Mientras yo permanecía allí, el hijo se encontraba en la armada, de modo que la familia se componía del matrimonio, de dos hijas y de una francesa que desempeñaba el cargo de una especie de gobernanta, no obstante estar las jóvenes fuera de la edad de ser gobernadas. La mayor era tan alegre y tan viva que rayaba en el desenfreno, no carente de espíritu; pero apenas podía dar cinco pasos sin danzar tres contradanzas, así como en la conversación saltaba de un tema a otro, infatigable en su actividad. Yo mismo presencié cómo en el espacio de diez minutos hizo punto… leyó…, cantó…, bailó, y que en un momento lloró por el pobre primo que había quedado en el campo de batalla y aún con lágrimas en los ojos prorrumpió en una sonora carcajada, cuando la francesa echó sin querer la dosis de rapé en el hocico del faldero, que al punto comenzó a estornudar, y la vieja a lamentarse: «Ah, che fatalità! Ah carino, poverino!» Acostumbraba a hablar al susodicho faldero sólo en italiano, pues era oriundo de Padua.


Información texto

Protegido por copyright
6 págs. / 11 minutos / 190 visitas.

Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Violín de Cremona

E.T.A. Hoffmann


Cuento


I

El consejero Crespel era el tipo más original que pueda darse, hasta tal punto, que cuando llegué á H... con el intento de pasar algunos días allí, todo el vecindario hablaba de él, habiendo llegado entonces al apogeo de sus extravagancias.

Como sabio jurisconsulto y experto diplomático, había adquirido Crespel notable consideración, de tal modo que el príncipe reinante de un pequeño Estado de Alemania, bastante poderoso, valióse de él para redactar una memoria que debía dirigirse á la corte imperial, respecto á cierto territorio sobre el cual creía tener legítimas pretensiones; y tan propicio fué el resultado, que un día que Crespel se lamentaba de no encontrar una habitación á su gusto, el príncipe, deseoso de recompensarle, se encargó de costearle una casa, cuya construcción dirigiría el consejero por sí solo; y como además el príncipe le ofreciese comprarle el terreno que mejor le pluguiera, Crespel le dispensó de lo último, indicando que en ningún sitio mejor que en un delicioso jardín que poseía junto á las puertas de la ciudad, podría levantarse el edificio.

Empezó, pues, comprando todos los materiales necesarios, los hizo trasportar allí, y desde entonces era de verle á todas horas con un vestido especial, construído también según sus principios particulares, apagar la cal, pasar la arena por la criba, y arreglar los ladrillos en simétricos montones, para lo cual no había consultado con ningún arquitecto, ni había trazado plan alguno.


Leer / Descargar texto

Dominio público
25 págs. / 44 minutos / 72 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

El Tonelero de Nuremberg

E.T.A. Hoffmann


Cuento


I

A principios de mayo del año 1580, el honorable gremio de toneleros de la ciudad libre de Nuremberg se reunía, según costumbre, para celebrar su fiesta anual. Poco antes de esta solemnidad había pasado a mejor vida el síndico de la corporación, y era preciso elegir un sucesor. Por unanimidad recayó la elección en maese Martín.

No había otro tan conocedor del oficio como él. Los toneles salidos de sus manos eran, a la par que sólidos, finamente acabados; y no tenía rival para montar una bodega según las reglas gremiales. Prosperaba de día en día su reputación, y cada vez eran más numerosos sus clientes entre la gente rica y distinguida; gracias al éxito que le favoreció en todas sus empresas, gozaba de una fortuna considerable para un hombre de su clase. Al hacerse pública la elección de maese Martín, el consejero Paumgartner, que presidía la asamblea, se puso en pie.

—Vuestra elección —dijo—, mis queridos amigos, es acertadísima. A nadie podía ser conferida tan merecidamente esta dignidad. Maese Martín goza del aprecio de todos, y los que le conocen dan testimonio de su destreza en la profesión. A pesar de sus riquezas, ha conservado los hábitos y el gusto del trabajo, y su conducta en todo es un modelo digno de elogio. Saludemos, pues, a nuestro querido maese Martín y felicitémosle por haber merecido la elección unánime, que es honra y galardón de toda una vida de honradez y de laboriosidad.

Terminado su discurso, el consejero Paumgartner dio unos pasos con los brazos abiertos hacia el recipiendario. Pero maese Martín, levantándose por pura cortesía y con gran dificultad a causa de su corpulencia y obesidad, devolvió sin más ceremonias la reverencia al Consejero, y se dejó caer de nuevo en el sillón, importándole poco al parecer los abrazos fraternales del señor Jacobus Paumgartner.


Información texto

Protegido por copyright
61 págs. / 1 hora, 47 minutos / 250 visitas.

Publicado el 11 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

El Mayorazgo

E.T.A. Hoffmann


Novela corta


A orillas del Báltico se encuentra la casa solariega de la noble familia von R., conocida como mansión R. El paisaje es inhóspito y yermo; apenas brota la hierba entre las inmensas arenas movedizas, y en lugar del jardín que suele adornar las casas señoriales, se concentra junto a las desnudas murallas del lado que mira a tierra un mísero pinar cuyo eterno y sombrío luto desprecia las galas y colores de la primavera y en el que en lugar del júbilo feliz de los pajarillos que despiertan al nuevo deseo de vivir, tan sólo retumba el lúgubre graznido de los cuervos, el grito chillón de las gaviotas que anuncian las tormentas. A un cuarto de hora de aquí la naturaleza se transforma repentinamente. Como por arte de magia nos vemos transportados a un mundo de campos floridos y de tierras y prados fértiles. Divisamos el pueblo, grande y rico, con la espaciosa vivienda del inspector. Al otro extremo de un agradable bosquecillo de álamos pueden verse los cimientos de un gran palacio que uno de los antiguos propietarios tenía pensado construir. Sus sucesores, instalados en sus propiedades en Curland, abandonaron la construcción, e incluso el barón Roderich von R. si bien fijó su residencia en la casa de sus padres no quiso seguir construyendo ya que a su naturaleza huraña y sombría le convenía mejor la estancia en la vieja y solitaria mansión. Hizo reparar el edificio en ruinas de la mejor manera y se encerró en él con un mayordomo melancólico y unos pocos criados. Rara vez se le veía por el pueblo. En cambio paseaba y cabalgaba a menudo por la playa. Desde la distancia parecía que hablara a las olas y escuchara con atención los bramidos y borboteos del oleaje, como si percibiera la respuesta o la voz del espíritu del mar.


Información texto

Protegido por copyright
95 págs. / 2 horas, 47 minutos / 73 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2018 por Edu Robsy.

12