La historia nos había mantenido alrededor del fuego lo
suficientemente expectantes, pero fuera del innecesario comentario de
que era horripilante, como debía serlo por fuerza todo relato que se
narrara en vísperas de navidad en una casa antigua, no recuerdo que
produjera comentario alguno aparte del que hizo alguien para poner de
relieve que era el único caso que conocía en que la visión la hubiese
tenido un niño.
Se trataba, debo mencionarlo, de una aparición que tuvo lugar en una
casa tan antigua como aquella en que nos reuníamos: una aparición
monstruosa a un niño que dormía en una habitación con su madre, a quien
despertó aquél presa del terror; pero al despertarla no se desvaneció su
miedo, pues también la madre había tenido la misma visión que atemorizó
al niño. Aquella observación provocó una respuesta de Douglas —no de
inmediato, sino más tarde, en el curso de la velada—, una respuesta que
tuvo las interesantes consecuencias que voy a reseñar. Alguien relató
luego una historia, no especialmente brillante, que él, según pude darme
cuenta, no escuchó. Eso me hizo sospechar que tenía algo que mostrarnos
y que lo único que debíamos hacer era esperar. Y, en efecto, esperamos
hasta dos noches después; pero ya en esa misma sesión, antes de
despedirnos, nos anticipó algo de lo que tenía en la mente.
—Estoy absolutamente de acuerdo en lo tocante al fantasma del que
habla Griffin, o lo que haya sido, el cual, por aparecerse primero al
niño, muestra una característica especial. Pero no es el primer caso que
conozco en que se involucre a un niño. Si el niño produce el efecto de
otra vuelta de tuerca, ¿qué me dirían ustedes de dos niños?
—Por supuesto —exclamó alguien—, diríamos que dos niños significan
dos vueltas. Y también diríamos que nos gustaría saber más sobre ellos.
Información texto 'Otra Vuelta de Tuerca'