PRÓLOGO
Dios, con virtud de toda bondad, grandeza, eternidad,
poder, sabiduría y voluntad, comienza este
Libro de maravillas
En tristeza y pesadumbre se hallaba un hombre en
extraña tierra. Mucho se maravillaba de las gentes de este mundo, de
cuán poco conocían y amaban a Dios, que ha creado este mundo y lo ha
dado a los hombres con gran nobleza y bondad, para ser de ellos muy
amado y conocido. Lloraba y se lamentaba este hombre de que Dios tenga
en este mundo tan pocos amadores, servidores y loadores. Y para que Dios
sea conocido, amado y servido, hace este Libro de maravillas, el
cual divide en diez partes, a saber: Dios, Ángeles, Cielo, Elementos,
Plantas, Metales, Animales, Hombre, Paraíso, Infierno.
Aquel hombre tenía un hijo a quien mucho amaba, llamado Félix, y le habló de esta suerte:
—Hijo amado, casi muertas están sabiduría, caridad y devoción;
apenas hay hombre alguno que haga aquello para lo que ha sido creado. No
existe hoy el fervor y la devoción que haber solía en tiempos de los
apóstoles y de los mártires, que para conocer y amar a Dios pasaban
trabajos y morían. Maravilla ha de serte la ausencia de caridad y
devoción. Ve por el mundo, y maravíllate de los hombres, porque cesan de
amar y conocer a Dios. Que el conocimiento y amor de Dios sean tu vida
toda; llora la flaqueza de los hombres que a Dios ignoran y desaman.
Obediente fue Félix a su padre, de quien se despidió con su
licencia y la bendición de Dios. Y, con la doctrina adquirida de su
padre, recorría bosques, montes y llanos, desiertos y poblados, veía a
príncipes y caballeros, iba por castillos y ciudades; y maravillábase de
las maravillas que hay en el mundo; y preguntaba lo que no entendía, y
enseñaba lo que sabía; y en trabajo y peligros se ponía para que a Dios
se hiciera reverencia y honor.
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