La Eva Futura

Villiers de L'Isle Adam


Novela


Libro I: Edison
I. Menlo Park
II. Phonograph’s Papa
III. Las lamentaciones de Edison
IV. Sowana
V. Resumen del soliloquio
VI. Ruidos misteriosos
VII. Un despacho
VIII. El soñador palpa un objeto de ensueño
IX. Ojeada retrospectiva
X. Fotografías de la historia del mundo
XI. Lord Ewald
XII. Alicia
XIII. Sombra
XIV. De cómo la forma hace cambiar el fondo
XV. Análisis
XVI. Hipótesis
XVII. Disección
XVIII. Confrontación
XIX. Amonestaciones
Libro II: El pacto
I. Magia blanca
II. Medidas de precaución
III. Aparición
IV. Preliminares de un prodigio
V. Estupor
VI. ¡Escelsior!
VII. ¡De prisa van los sabios!
VIII. Compás de espera
IX. Chanzas ambiguas
X. Cosi fan tutte
XI. Palabras caballerosas
XII. ¡Viajeros para el Ideal: transbordo!
Libro III: El Edén bajo la tierra
I. Facilis descensus averui
II. Encantamiento
III. El canto de las aves
IV. Dios
V. Electricidad
Libro IIV: El secretp
I. Miss Evelyn Habal
II. Aspectos alarmantes de los caprichos
III. La sombra del manzanillo
IV. Danza macabra
V. Exhumación
VI. Honni soit qui mal y pense
VII. Maravilla
Libro V: Hadaly
I. Primera aparición de la máquina en la humanidad
II. Nada nuevo bajo el sol
III. La facultad de andar
IV. El eterno femenino
V. El equilibrio
VI. Sobrecogimiento
VII. Nigra sum, sed formosa
VIII. La carne
IX. La boca de rosas y los dientes de perlas
X. Efluvios corporales
XI. Urania
XII. Los ojos del alma
XIII. Los ojos físicos
XIV. La cabellera
XV. La epidermis
XVI. Llega la hora
Libro VI: Y la sombra se hizo
I. Cenando con el brujo
II. Sugestión
III. Importunidades de la gloria
IV. En una tarde de eclipse
V. La Androesfinge
VI. Figuras en la noche
VII. Lucha con el ángel
VIII. La auxiliante
IX. Reacción
X. Hechicera
XiI Idilio nocturno
XII. Penseroso
XIII. Explicaciones rápidas
XIV. El adiós
XV. Fatum

Libro I: Edison

I. Menlo Park


Parecía el jardín una bella hembra tendida, que dormitara voluptuosamente, cerrados los párpados a los cielos abiertos. Las praderas del azul celeste se hermanaban en un círculo amojonado por las flores de luz. Los iris y las gemas de rocío pendientes de las hojas cerúleas, eran estrellas pestañeantes que abrasaban el ámbito nocturno.

GILES FLETCHER
 

A veinticinco leguas de Nueva-York, en el núcleo de un haz de hilos eléctricos, surge una casa envuelta por meditabundos jardines solitarios. Mira la fachada, la uniformidad del césped, rota por las avenidas enarenadas que llevan a un pabellón aislado. Es el número 1 de Menlo-Park. Allí vive Tomás Alva Edison, el hombre que ha hecho cautivo al eco.

Tiene éste unos cuarenta y dos años. Su fisonomía recordaba, hace poco aún, la de un francés ilustre: Gustavo Doré. Era el rostro del artista traducido en un rostro de sabio. ¡Aptitudes análogas, aplicaciones diferentes! ¿A qué edad se parecieron del todo? Quizás nunca. Las fotografías de ambos, fundidas en el estereoscopio, despiertan la impresión de que ciertas efigies de razas superiores no se realizan más que en cierto cuño de fisonomías perdidas en la Humanidad.

Confrontado con las viejas estampas, el rostro de Edison ofrece la viva reproducción de la siracusana medalla de Arquímedes. A las cinco de una tarde de estos últimos otoños, el maravilloso inventor, el mago del oído, (casi sordo, como un Beethoven de la ciencia, que ha sabido crearse el minúsculo instrumento que, no sólo acaba con la sordera, sino que desnuda y agudiza el sentido auditivo), el gran Edison estaba solo en lo hondo de su laboratorio personal, allí, en el pabellón arrancado del castillo.

Aquella tarde el ingeniero había licenciado a sus cinco acólitos, a sus jefes de taller, obreros fieles, eruditos y hábiles, a quienes

Fin del extracto del texto

Publicado el 11 de enero de 2018 por Edu Robsy.
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