Libro gratis: El Cantor Errante
de Abraham Valdelomar


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El Cantor Errante

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Fragmento de «El Cantor Errante»

A medida que Chasca avanzaba, lo envolvía sin quererlo, esa música evocadora, inconsciente; evocaba el indio guerrero sus pasados dolores y sus lejanas y tristes alegrías esfumadas ya; veía pasar sus años de niño, jugando en los moldes de tierra junto al arroyo que humedecía la heredad; veía desfilar con sus padres a sus amigos niños, luego su ingreso en la Escuela de las Armas, su viaje en los ejércitos del Cuntisuyu y con el noble Huayna-Cápac, sus hazañas guerreras, sus títulos, dados por el Inca, de general del Imperio, sus amores muertos, sus riquezas amontonadas, sus mujeres olvidadas o muertas y sus setenta raymis noblemente llevados y respetados en el Imperio. El nunca se había acordado de su vida pasada. Tenía el presentimiento del futuro, mas ahora ese sonido de flauta lejana, en una noche de sacrificio a la Luna, en medio de un campo silencioso y grande, le hacían pensar y le obsesionaban.

¿Era su alma, dispuesta al dolor, que se impresionaba con un cantar de guerra? ¿Era un gran artista capaz de hacerlo sentir y provocar esas sensaciones?... A ser lo último, éste sólo podría ser Llakatan Manay, el flautista cuyas notas hacían enfermar el alma. Pero él no estaba en el Imperio y quizá si ni en el mundo; mas ¿quién si no él, podría hacer sonar una flauta como ahora sonaba?... La quena se había detenido y la Luna estaba ahora en nubarrones opacos y siniestros. Chasca adivinaba el camino entre las peñas y saltaba hábilmente; pero, al llegar al río, divisó sobre unos peñones de la parte más alta una figura humana. Se acercó a unos veinte pasos, y cuando observaba desde los arbustos y las hojas silvestres, la luna, cayendo de lleno sobre el hombre, lo iluminó como una lluvia de plata, cayó sobre su desgreñada cabellera, se escurrió sobre las telas de sus hombros, hizo líneas de sombra en los pliegues del vestido deshecho y proyectó su cuerpo sobre la enorme peña. El hombre miraba a la profundidad del río que se extendía a sus pies como un enorme chorro de plata; mas, al ver la luz, volvió a llevar a sus labios la flauta, rasgaron los carrizos el silencio de la noche, y las notas doloridas fueron posándose sobre las cosas, mientras, abajo, el río seguía despeñándose, bajo la luz silente de la luna. El desconocido dejó oír su canción:


4 págs. / 7 minutos.
240 visitas.
Publicado el 1 de mayo de 2020 por Edu Robsy.


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