Más que novela, se trata más bien de una crónica poemática, buena parte de la cual está escrita de manera epistolar. Se intercalan disertaciones artístico-filosóficas y poemas en verso. En el plano estilístico, la búsqueda de un refinamiento en el lenguaje artístico (esteticismo), la musicalidad de su prosa y el marcado decadentismo de influencia dannunziana (relacionado con una carga negativa en el ambiente y en la vida interior de los personajes), son sus principales características.
Publicada en Lima, en doce entregas de la revista Variedades, entre el 24 de junio y el 16 de septiembre de 1911, esta obra afirmó el éxito de Valdelomar como prosista, hasta entonces conocido como dibujante y cronista periodístico.
El narrador de la historia empieza compartiendo un recuerdo que le mantiene inquieto: cierta tarde que paseaba por el centro de la ciudad de Lima observa entrar en una tienda de perfumes a una mujer rubia vestida de un ceñido traje de terciopelo negro, a la que cree conocer, sin recordar de dónde. No logra acercársela, pues la mujer se retira apresuradamente, pero averigua su dirección y le envía un regalo y su tarjeta.
Abajo, en relieve, danzan los hombres. En la ronda eterna, cogidos de
las manos, van los curacas, llenos de pompa y majestad, nobles y
poderosos, y, siguiendo la danza, los plebeyos, los viejos y los niños,
los grandes y los miserables; todos llevan sus flautas y sus quenas, sus
joyas, sus plumas y sus armas. Y en la cara musculosa y riente de la
buena madre que cita con el tambor, la boca tiene un gesto
indescifrable, una risa bondadosa y serena, pero, en cambio, sus ojos
están vacíos. ¡Ojos de calavera y cuerpo de viviente, ojos sin vida y
cuerpo musculoso y triunfal!
La idea de la muerte colocada sobre la vida misma. Entre los incas la
muerte no es cesación sino actividad, cambio de lugar; y esta muerte
incaica no tiene la guadaña que corta, que mata, que hace verter sangre,
sino el tambor que aterra, que señala una hora, que recuerda una cita. Y
cita sonriendo, con su graciosa, amable y amada sonrisa. Esta apacible
sonrisa de la muerte incaica me hace amar a la muerte que, con su
cabecita inclinada, sin pompa y sin grandeza, parece decir, humilde y
cariñosa:
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Publicado el 8 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.
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