El Biftec de Oso

Alejandro Dumas


Cuento


Llegué a la casa de Postas de Martigny hacia las cuatro de la tarde.

Cuando entré, los viajeros estaban ya sentados a la mesa; eché una ojeada rápida e inquieta sobre los comensales; todas las sillas estaban unidas y todas estaban ocupadas. ¡No tenía sitio!...

Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo; me volví para buscar a mi hostelero. Estaba detrás de mí. Encontré en su cara una expresión mefistofélica. Se sonreía.

—¿Y yo? —le dije—, ¿y yo, desgraciado?

—Mirad —me dijo, indicándome con el dedo una mesita aparte; ahí tenéis vuestro sitio; un hombre como usted no debe comer con todas esas gentes.

—¡Oh ¡El buen hombre! ¡Yo que había sospechado de él!... Estaba maravillosamente servida mi mesita. Cuatro fuentes formaban el primer servicio y en medio estaba un biftec, con un aspecto como para avergonzar a un biftec inglés... Mi hostelero vio que él absorbía toda mi atención. Se inclinó misteriosamente a mi oído:

—No habrá otro semejante en todo el mundo —me dijo.

—¿De qué es, pues, ese biftec?

—¡Un filete de oso! ¡Nada menos que eso!

Yo hubiera preferido que me dejase creer que era un filete de vaca. Miré maquinalmente aquel manjar tan alabado, que me recordaba a esos desgraciados animales que de pequeño yo había visto, rugiendo, llenos de barro, con una cadena colgada de la nariz y un hombre sujetando el extremo de la cadena, bailar pesadamente a caballo sobre un bastón. Oía el ruido sordo del tambor sobre el cual golpeaba el hombre, el sonido agudo del octavín que tocaba, y todo ese recuerdo no me daba una simpatía muy decoradora por la carne tan elogiada que tenía ante mis ojos. Había puesto el biftec en mi plato y había sentido, por el modo triunfal con que mi tenedor se había plantado en él, que al menos era tierno. Sin embargo, seguía vacilando, le volvía y revolvía por sus dorados lados, cuando mi hostelero, que me

Fin del extracto del texto

Publicado el 23 de junio de 2016 por Edu Robsy.
Leído 22 veces.