La Diosa de los Ojos Verdes

Alejandro Larrubiera


Cuento


I
II
III

I

¡Ay de aquellos que no
posean una flor de la diosa
de los ojos verdes!...


Era el amanecer de un día del mes de las flores y del amor y con esto se ha dicho Mayo; la aurora desvanecía las sombras en que se encontraba cubierto el bosque, cuyos árboles, que en la noche parecían medroso batallón de gigantes que murmuraban una pavorosa é ininteligible plegaria, mostrábanse á la rosada luz del amanecer en toda su lozanía, poblados de hojas y de canciones; al pie de uno de estos árboles había un pastor.

Dormía, y su sueño debía de ser tan alegre como la aurora de aquel día; en su rostro dibujábase una sonrisa. ¿Quién sabe si el amor, el interés ó alguna de esas locas ambiciones del espíritu satisfarían á éste en la quimérica realidad del sueño?...

Los rayos del sol naciente vinieron á despertar al que dormía, quien, refregándose los ojos, miró en torno suyo, y al verse así á solas, al pie de un árbol, hizo un gesto de asombro.

—¡Todo mentira! —balbuceó con acento de amargura.

Y poniéndose en pie, echó á andar internándose en el laberinto del bosque; andaba el pastor á paso tardo, la cabeza inclinada al pecho, caídos los brazos: como anda quien se ve bajo la pesadumbre de grave preocupación.

—¡Sería yo tan feliz— pensaba en voz alta, poco cuidadoso de que los pájaros interrumpieran sus cantos para escucharle— si tuviese como el amo una casa, un huerto y un millar de ovejas! Con todo esto podría atreverme á hablar á Marcela, la hija del alcalde... ¡Y sería dichoso, dichosísimo: como cambiaría por rey ni príncipe alguno, porque el que se case con Marcela puede decir que se casa con la propia felicidad!

Y moviendo tristemente la cabeza continuó:

—¡Pero yo no soy ese!... ¡No podré serlo nunca!... Soy sólo Pedrín el pastor, y mi vida se ha de pasar apacentando los rebaños de los otros, de los ricos... ¡Yo siempre seré pobre!...

—Aquí llegaba Pedrín en sus lamentables reflexiones, cuando se detuvo en su marcha entre confuso y maravillado, con los ojos muy abiertos.

Motivo había para que experimentase parecidas turbaciones.

II

Una mujer de peregrina belleza, envuelto su cuerpo en flotante túnica, de verdosa tonalidad, coronada con flores tempranas su gentil cabeza, y trayendo en la mano un ramillete de las mismas flores, presentóse ante el pastor, y con voz dulce é insinuante le preguntó:

—¿Por qué te asombras de mi presencia?...

Y amorosa, fijó sus ojos, que parecían dos esmeraldas heridas por el sol, en el rostro de Pedrín, que al verse así mirado experimentó un consuelo inefable: calmáronse como por encanto las congojas que nublaban su espíritu, y ya sereno, se atrevió á preguntar á su vez:

—¿Y quién eres tú, la mujer más hermosa de cuantas he visto en la tierra?...

—Una deidad á quien el fanatismo encerró en una caja terrorífica, de la cual salí para consuelo de los hombres: mis hermanos son el Sueño y la Muerte...

Y al observar que sus palabras arrancaban un estremecimiento á Pedrín, le advirtió:

Pero no temas: el Sueño da treguas á los males y la Muerte los termina... y ahora, que sabes quien soy, ¿tienes confianza en mí?...

—¡La tengo! —afirmó con viveza el mozo.

—Pues entonces, escucha: todos los deseos de los hombres, todas sus ansiedades, son otros tantos caminos por los que marcha la voluntad hasta encontrar el objeto ó fin que motiva su viaje. Vuestra alma es eterno viajero perdido en el Sahara de la ilusión.

Por efecto del espejismo, cree ver oasis, y al cerciorarse de su yerro, si desmaya, muere; si continúa, acaso encuentre un deleitoso refugio... Sé tú perseverante en el camino que te traza tu noble deseo: que jamás se apodere de ti el desaliento... Y si acaso en algún punto de tu vida lo sintieras, toma esta flor (y la diosa arrancó una del ramo que traía en la mano y se la entregó á Pedrín). Consérvala siempre y vivirás feliz.

Dicho esto, entróse en el bosque, mientras que el pastor —no muy repuesto aun de su asombro— contemplaba la flor que le entregara la diosa de los ojos verdes.

III

Ya los años han encanecido los cabellos de Pedrín, é indudablemente acertó en su juventud al afirmar que el que se casara con Marcela se casaba con la propia felicidad.

¡Ningún marido más venturoso que el pastor!

Para gozar de esta ventara, ¡cuán rudo y tenaz el empeño en conquistarla!... Ya triunfador, para conservarla, siguió luchando contra todas las vicisitudes inherentes á la vida. No desmayó nunca ni le abatió el infortunio: la vista de la flor que le entregó la hermana del Sueño y de la Muerte centuplicaba la energía en la lucha por los ideales de su existencia.


* * *


Comprendía Pedrín que era llegada su última hora, y no obstante, con sus manos calenturientas apretaba la flor á la cual debía su ventara: la apretaba en la firme creencia de que le infundiría fuerzas para luchar con lo invencible.

Una noche, la última que el espíritu había de permanecer encerrado en la mísera cárcel corporal, Pedrín exclamó con acento que pintaba su angustioso estado de ánimo.

—¡Dios mío, si pudiera yo ver á la que me entregó esta flor maravillosa!...

Al acabar de pronunciar estas palabras, presentósele la deidad tal como él la conoció en el bosque.

Y sentándose al borde del lecho y tomando una de las manos de Pedrín le dijo:

—Es ya hora de que mi hermana la Muerte dé sosiego perdurable á tus ambiciones y deseos... Durante tu vida te he sostenido y alentado en cuanto intentaste realizar... Ahora esa flor que retienes en tu mano sólo ha de servirte para hacer más feliz tu tránsito al mundo de la bienaventuranza eterna.

Pedrín, al oír esto, suspiró, y mirando con ojos extraviados á su interlocutora, repuso:

—Perdona esta curiosidad de última hora: ¿quien eres tú que tanto bien me has hecho en mi peregrinación por este valle de lágrimas?...

—¡Fíjate bien en mis ojos: ellos te dirán mi nombre!

—¡La Esperanza!—exclamó Pedrín apretando convulsivamente entre sus manos las de la diosa de los ojos verdes.


Publicado el 22 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.
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