Descargar ePub «Los Trabajos del Infatigable Creador Pío Cid», de Ángel Ganivet

Novela


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  Novela.
503 págs. / 14 horas, 40 minutos / 495 KB.
25 de junio de 2022.


Fragmento de Los Trabajos del Infatigable Creador Pío Cid

El buen Cándido Vargas, que sentía por él un afecto fraternal, me refirió algunos detalles que me confirmaron la falsedad de estas historias y opiniones, a las que yo nunca di crédito, porque desde el principio había adivinado en Pío Cid cierto mar de fondo debajo de la quietud y serenidad de su espíritu resignado. Notábase en él un menosprecio profundo de sus semejantes, aun de los que más estimaba, que no era orgullo ni presunción, al modo que muestran estos sentimientos los hombres que se creen superiores, sino que era expresión de un poder misterioso, semejante al que los dioses paganos mostraban en sus tratos con las criaturas: mezcla de energía y de abandono, de bondad y de perversión, de seriedad y de burla. Entre las mil imágenes de que se valía para expresar este poder oculto, que indudablemente ejercía sobre cuantos trataba, la más graciosa y extraña era la de cortar el hilo de nuestros discursos soplándonos en la frente. Decía él humorísticamente que los hombres le producían el mismo efecto que grandes orzas o tinajas llenas de aceite, en las que navegaran, lanzando sus rayos mortecinos, mariposas diminutas como las que usamos de noche para semialumbrar nuestras alcobas. Tan triste y ridículo sería ver asomar por la boca de aquellos panzudos depósitos una luz desmirriada y relampagueante, como lo es adivinar en la parte superior de nuestro complicado y grosero organismo el miserable y angustioso chisporroteo del presuntuoso pensamiento humano. Por esto Pío Cid, que era poco aficionado a las luminarias, y que para tener poca luz prefería estar a obscuras, se incomodaba cuando alguno de sus amigos, caldeado por el sacro fuego de la elocuencia, pretendía hacer alarde de su saber en períodos arrebatados y altisonantes, imitados de los tribunos, oradores parlamentarios, habladores académicos y demás gentuza (esta era su frase) que desde hace un siglo se dedica a encubrir con su insustancial palabrería la ignorancia sencilla y candorosa de nuestra nación; y no sólo se incomodaba, sino que a veces se sonreía diabólicamente y se levantaba, y acercándose de repente al orador, le soplaba, como antes dije, en la frente, y lo apagaba con la misma facilidad con que se apaga un candil. ¿Sugestión? ¿Diablura? No sé lo que había en el fondo de esta maniobra, de que yo mismo fui víctima algunas veces; lo que sí atestiguo es que los oradores nos quedábamos como si nos hubieran extraído el cerebro, sin poder pensar ni articular una palabra más, ni tener siquiera conciencia de nuestro estado, basta que algunos minutos después comenzábamos a lucir de nuevo, poco a poco, como si el calor disgregado por todo el organismo se concentrara lentamente dentro del cráneo y empezara a levantar llama.


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