El Incendio

Pieza en dos actos

Antón Chéjov


Teatro



Acto primero

Sesión en el concejo

El Alcalde (Rascándose la oreja y mascando.):
Propongo a los señores presentes que escuchen al jefe de los bomberos, Sima Vavolovitch, quien, en el asunto de que se trata, es más entendido que yo. El nos dará las explicaciones necesarias y nosotros decidiremos.

El jefe de los bomberos:
Yo lo comprendo de este modo... (Se suena con un gran pañuelo a cuadros.) Los diez mil rublos asignados a los bomberos representan acaso mucho dinero... (Se limpia el sudor de la calva.) Pero esto es sólo en apariencia. Esto no es dinero. Esto es una ilusión; esto es aire... Indudablemente, con diez mil rublos se puede mantener un destacamento de bomberos; pero la cosa hará reír. Ustedes saben la importancia vital, la enorme importancia que tiene la torre vigía de los bomberos. Esto se lo afirmarán todos los sabios. Pues bien; para expresarme categóricamente, diré que nuestra torre no vale nada, ¡nada! Es demasiado baja. Junto a ella, todas las casas son más altas. Ocultan la torre. Si los bomberos no descubren un incendio, no es suya la culpa. En cuanto a los caballos y a los barriles... (Se desabrocha el chaleco, suspira y prosigue su discurso.)

Los concejales (Unánimemente.):
Que el presupuesto sea aumentado en mil rublos.

(El alcalde interrumpe la sesión por algunos minutos para expulsar de la sala de la audiencia a un reportero.)

El jefe de bomberos:
Muy bien. ¿Ustedes convienen, pues, en que la torre sea alargada en dos metros? Muy bien. Pero hay que fijarse que en este asunto andan mezclados los intereses del Gobierno y del país todo, y que si un maestro de obras lo toma por su cuenta, no pensará en los intereses del Estado, sino en los suyos propios. En cambio, si emprendemos el trabajo por nosotros mismos, sin apresuramiento, la cosa vendrá a costarnos... (Levanta los ojos hacia el techo, como calculando.) Los ladrillos, a quince rublos el millar; el transporte, en los vehículos de los bomberos... Además, cincuenta vigas de a 12 metros...

Los concejales (Interrumpiéndole.):
Que la construcción se encargue a Simeón Vavilovitch, a quien serán entregados desde luego 1.523 rublos 44 copecs.

La esposa del jefe de los bomberos (Sentada entre el público, cuchichea con su vecina.):
No me explico por qué mi Senia se compromete a esto. ¡Con su precaria salud ocuparse de construcciones!... ¡Qué divertido! ¡Qué gusto en pasar todo el día insultando a los obreros! Ello le reportará una ganancia de 500 rublos acaso; más perderá por 1.000 rublos de salud. Su buen corazón le pierde.

El jefe de bomberos:
Hablemos ahora del personal. Yo, como principal interesado, puedo decir... (Turbándose.) que ello me es igual... Soy hombre de edad, de salud delicada; de un día a otro podré morirme. El médico me advirtió que tengo una dureza en los intestinos. Como no me cuide, una vena es capaz de romperse, y deberé morir, de sopetón, sin recibir los últimos Sacramentos... (Murmullos en el público: Una muerte de perro.)

El jefe de bomberos:
No lo digo por mí. He vivido bastante. Nada necesito. Me extraña solamente, y hasta me siento ofendido. (Hace con la mano un gesto de desesperación.) Trabaja uno honradamente por su sueldo, sin aprovecharse en lo más mínimo, sin descansar ni de noche ni de día, sin cuidar de su salud, y... después de todo, ¿para qué?... ¿Para qué me afano? ¿Cuáles son mis ventajas? No lo digo por mí, repito; lo digo en general... Otro no viviría con un sueldo semejante... A un borrachín cualquiera le cuadraría ese salario. Un hombre honrado e inteligente, antes se dejaría morir de hambre que trabajar por tan poco dinero y andar en líos con caballos y bomberos. (Se encoge de hombros.) ¿Cuál es mi beneficio? Si en el extranjero conocieran nuestro modo de proceder, ¡bien nos pondrían los periódicos! En Europa, por ejemplo en París, en cada calle hay una torre para señalar el fuego, y a los jefes de bomberos les dan cada año una gratificación igual al sueldo entero. Así se puede servir.

Los concejales:
Que se entregue a Simeón Vavilovitch, a título de recompensa por sus muchos años de servicio, 200 rublos.

La esposa del jefe de bomberos (A su vecina.):
Me alegro de que no haya necesitado pedirlo. ¡Qué listo es! Anteayer, en casa del párroco, jugando a la brisca, perdimos 100 rublos, y ahora lo sentimos tanto... (Bostezando.) No sabe usted cuánto lo sentimos... Ya es hora de ir a casa a tomar el te.

Acto segundo

Escena junto a la torre.

El guarda (Desde lo alto de la torre, pitando hacia abajo.):
¡Oye, tú! ¡Hay fuego en el almacén de maderas! ¡Toca alarma!

Otro guarda (Desde abajo.):
¿Y no te has enterado hasta este momento? Hace más de media hora que la gente corre. Mucho has tardado en apercibirte de ello... (Pensativo.) Que lo pongan arriba, que lo pongan abajo, para un tonto todo viene a ser igual. (Toca la campana de alarma.)

(Tres minutos después, el jefe de bomberos, en paños menores y medio dormido, asómase a la ventana de su casa, la cual está enfrente de la torre.)

El jefe de bomberos:
¿Dónde es el fuego, Dionisio?

El guarda de abajo (Cuadrándose y haciendo el saludo militar.):
En el depósito de maderas, señor.

El jefe de bomberos (Meneando la cabeza.):
¡Todo sea por Dios! Con esta sequedad y el viento que reina... ¡Que Dios los guarde a esos pobres! ¡Qué desgraciados son!... Oye, Dionisio, que los bomberos enganchen y acudan tranquilamente al lugar del siniestro... Yo iré allá dentro de un ratito... mientras que me visto y tomo el te...

El guarda de abajo:
El caso es que no hay nadie; todos se han ido. Unicamente Andrés se encuentra aquí.

El jefe de bomberos (Como asustado.):
¡Canallas! ¿Dónde están?

El guarda de abajo:
Macario ha echado unas medias suelas a las botas del diácono y ha ido a entregarlas. A Miguel, usted mismo le encargó que fuera al mercado a vender la avena de los caballos... Yegor se marchó con el carro de los bomberos al otro lado del río en busca de la cuñada del sargento. Kikita está borracho...

El jefe de bomberos:
¿Y Alexis?

El guarda de abajo:
Alexis, en el río, a coger cangrejos. Usted mismo se lo mandó, porque espera usted convidados.

El jefe de bomberos (Con desdén.):
¿Cómo puede uno servir teniendo a sus órdenes gentecilla semejante? Hombres sin cultura, groseros, borrachos. Si lo supieran en el extranjero ¿qué se diría de nosotros? En París, por ejemplo, los bomberos corren de continuo por la calle, aplastando a los transeúntes. Que haya o no fuego, han de correr siempre. Mientras que aquí, arde el almacén de maderas, ocasionando un desastre inmenso, y nadie se encuentra en su puesto. ¡Que el diablo se los trague! ¡Cuán lejos estamos de Europa! (Vuelve el rostro hacia dentro de la habitación y habla en tono cariñoso.) Máchinka, prepara mi uniforme.


Publicado el 27 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.
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