La Vuelta de la Batalla

Leyenda

Antonio Afán de Ribera


Cuento, leyenda



I

Conversando con mi amigo Ricardo Santa Cruz, que, como yo, es aficionado a recorrer extraños lugares en busca de recuerdos y noticias de los pasados tiempos, sobre la tradición con que se empeñan en adornar la conocida casa de los Mascarones1, en el Albaicín, convinimos en que no existe dato ni fundamento propio para que aquellas desaliñadas e informes esculturas de mal labrada piedra y de época no lejana, con que el restaurador del edificio quiso adornarla, semejen otra cosa que una afición a ver agua en sitios donde tanto escasea, pues ese líquido es el que por imitación se desprende, hasta en los segundos pisos, de la descomunal boca de aquellas cariátides.

Mas, como al buen investigador nada debe escaparse, y mi amigo lo es, noticióme, que si bien las berroqueñas2 mal podían decir a la imaginación, dentro de uno de los corrales de —110— lo que en lejanas edades sería agradable huerto morisco, existía un objeto digno de verse, acreedor a conocer su origen.

Efectivamente, escudriñando rincones, hallé una especie de bóveda ruinosa, que forma parte de un techo destruido, en cuyo fondo, pintadas al fresco, se descubren figuras de caballos y jinetes en ademán de combatir, y a lo lejos, en lo más elevado, multitud de cuervos que, cruzando el espacio con sus negras alas, indican presagiar un horrible festín en el que han de satisfacerse. Por los trajes y arreos de la soldadesca3, parece indicarse el suceso que perpetuar se quiso, como ocurrido en la época del rey Felipe IV, pero sin otros datos ni antecedentes positivos.

Por fin, tras de penosas averiguaciones, he aquí lo que refiere la crónica sobre la pintura aludida, muy próxima a desaparecer.




II

Un artífice famoso, pintor y escultor a un tiempo4, a quien atribuyen ser el autor de la preciosa imagen del arcángel San Miguel, vivía por aquellos años en la casa mencionada, —111— adorando en un hijo que dedicó a la noble carrera de las armas.

Parece ser que en el ejercicio de su profesión murió en un combate, y fue tal la impresión que causó en el desventurado padre la noticia de la desgracia, que perdió el juicio.

Era su manía principal el creerse que fue devorado el cuerpo de su hijo por las aves carnívoras, a las que en todos sitios se figuraba encontrar. Separado del mundo y esquivando el trato con las gentes, se encerró en el más solitario aposento, y allí reproducía en las paredes los episodios que su enferma imaginación le sugería.

No quedó rincón donde no pintara la figura de un espantoso grajo, y aun en el cuadro que todavía puede examinarse se ven infinidad de aquellos volátiles, cubriendo las nubes que se destacan en el fondo.


Publicado el 1 de febrero de 2023 por Edu Robsy.
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