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De todo hubo en su estancia en ella. Las promesas, en contacto con la realidad, redujéronse a su justo término. Tina Rosalba viajaba por Suiza y los demás volvieron a ofrecer, aunque dando largas al asunto. Verían… Había que esperar ocasión propicia… Cuando viniese don Diego, el revistero taurino que estaba en Sevilla… Decidiose por la espera. Su candor campesino no acertaba a descifrar toda la indiferencia que la diplomática amabilidad encubría. Creyó a todas aquellas gentes poseídas del mismo entusiasmo del primer momento y resignose a aguardar la coyuntura invocada. En aquellos largos días de alto se aburría. No conocía a nadie; los encopetados caballeros que tratara en la dehesa tenían otras cosas que hacer que acompañar a «un maleta», y la gran ciudad, alegre, llena de bullicio, se abría como un desierto para él. Entonces tropezó con Rosita.
Bajita, vivaracha, simpática, sin ser una hermosura, era prodigio de gracia; su cuerpo, menudo, frágil, vibraba al ritmo de sus meneos sandungueros, llenos por el descoco de las hijas del viejo Madrid. Sabía pisar fuerte y andar con suave contoneo de caderas, que dejaba entrever los pies menudos, irreprochablemente calzados, y sabía reír con frescas risas, lanzando una burla al rostro del descuidado transeúnte y subrayar con una donosura sus observaciones callejeras. En su carita encuadrada de negros cabellos, acusadores en su artificio de la experta mano de la Aniceta, la peinadora de «moda», lucían los ojos grandes, negros y alegres, y se tendía la boquita roja en un gesto mimoso de niña consentida.
51 págs. / 1 hora, 30 minutos.
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Publicado el 18 de junio de 2018 por Edu Robsy.
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