Descargar ePub «San Sebastián, Coso Taurino», de Antonio de Hoyos y Vinent

Cuento


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  Cuento.
38 págs. / 1 hora, 7 minutos / 220 KB.
17 de junio de 2018.


Fragmento de San Sebastián, Coso Taurino

Eloísa Roldán de Cienfuegos era cubana. Según Julito Calabrés, había llegado a la metrópoli empaquetada en un cajón con un letrero que decía: «¡frágil!» Tenía un alma de niña y un desconocimiento absoluto del mundo. Su infancia y primera juventud transcurrieron, allá en el moderno paraíso, entre los bosquecillos de palmeras del «Ingenio» paterno. Huérfana desde muy niña, abandonada por su padre, que sólo pensaba en acrecentar sus millones en perpetua fiebre de especulaciones, habíase criado al cuidado de Niña Pancha, una mulata que fue su nodriza y que se miraba en ella. Un día había estallado la guerra, una cosa terrible que no sabía para qué era, ni de qué servía, pero que debía de ser algo muy malo que quemaba «Ingenios», asolaba campos y asesinaba hombres, y su padre la cogió y se la trajo a Europa. Al principio languideció de pena, y de nostalgia; en los grandes hoteles de París y Londres, mientras, acurrucada junto al fuego, tiritaba envuelta en costosas pieles, soñaba con las tardes del trópico cuando, semidesnuda, bajo las gasas de su traje, se adormecía al monótono sonsonete de las canciones que entonaban las negras, y era una sensación de lánguida dulzura, de bienestar infinito la que sentía. Pero pronto su juventud se sobrepuso; su alma salvaje tuvo como un deslumbramiento ante la magnificencia de las civilizaciones occidentales, y lanzose con entusiasmo en el ciego torbellino de la vida parisiense. Primero fueron las tiendas; los modistos, que resucitaban los fastuosos esplendores de Bizancio o las frívolas elegancias de la corte de Versalles; los joyeros, que imitaban los collares de los radjas de Oriente o fabricaban con prodigios de arte tiaras capaces de emular la de los viejos sátrapas; las sombrereras, que robaban a las aves sus plumajes y a la Naturaleza su secreto para fabricar las flores, y todos los días llegaban al hotel emisarios que traían fantásticas preseas para la cubanita. Después fue la literatura el refugio de los extraños deseos que torturaban su alma. Y leyó, leyó mucho, sin orden ni concierto; historias truculentas de robos y asesinatos, libros románticos, versos decadentes y novelas malsanas en que almas y cuerpos se torturan en inverosímiles aberraciones. Sué, Bécquer, Zorrilla, Espronceda, Pérez Escrich, Gastón Leroux, Rollinat, Moreas, Verlaine, Rodenbach, Poé, Oscar Wilde, Lorrain, Rachilde fueron pasando por sus manos o imprimiendo una huella en su espíritu, moldeable como la cera.


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