Tradición popular vizcaína
I
Eleve los Dos mundos á tantos compatriotas míos como residen en la América latina con el pensamiento y el corazón en los valles nativos; una de las mil tradiciones que he recogido en estos amados valles, y llévela desnuda de toda gala retórica, pues me falta tiempo para suplir con tales galas su desnudez originaria.
II
Al Oeste del valle donde tienen asiento los concejos de Galdames y Sopuerta, arrancan dos montañas paralelas en dirección al valle de Arcentales, separadas por una honda y estrecha cañada, por cuyo fondo se precipita un bullicioso riachuelo cuyas riberas pueblan frondosas arboledas y minas de ferrerías y aceñas.
Casi al comedio de esta cañada en la ribera izquierda, blanquea la aldeita de Labarrieta, con sus doce ó catorce casas rodeadas de heredades, viñedos y árboles frutales, con su iglesita de Santa Cruz y su ermita de Santa Lucía, que tapa la boca y sirve como de portería á una singular caverna, allá arriba en la ladera de la montaña.
Sirviendo como de estribación á la montaña, meridional ó del lado opuesto y asomándose por espacio de media legua á la hondonada, sigue la dirección de ésta un cordón de blancas rocas calcáreas, que elevándose cada vez mas, terminan frente á la aldeita, con elevación tal, que causa vértigo el asomarse á ellas por el campo del Oval, nombre que lleva la planicie ó meseta que en aquel punto las domina.
Aquella parte de la cordillera pétrea, se llama la Peña de la Miel, porque es frecuente ver destilar por ella la miel de los tártanos ó panales que labran las abejas en sus grutas y concavidades.
Para terminar este preliminar, acaso excesivamente prolijo, añadiré que desde el Campo del Oval ó sea desde encima de la Peña de la Miel, se descubre por entre las dos montañas, allá en el lejano valle de Arcentales, una iglesia que tiene la advocación de San Miguel de Linares.
Allá hacia los tiempos en que mi bisabuela materna fué víctima de uno de los afluentes que baja por Labarrieta, había en Labaluga, feligresía de Sopuerta, un tal Juan Pablo de Reveñiga, conocido con el nombre de Cata-ovales que le habían dado en su mocedad, con motivo de haber sido perseguido de la justicia como catador ó castrador fraudulento de colmenas, que allí abundaban antiguamente más que ahora, y se llaman ovales por su forma cilíndrica, como construídas de troncos de árboles inorcos ó naturalmente huecos, que era la única forma que tenían hasta que construyéndolas también con tablas, se les dió la cuadrada que ahora alterna con la cilíndrica ú oval.
III
Juan Pablo tomó una hermosa mañana su piricacho ó cesto, una soga y una hoz, y trasponiendo por el portillo de Latrabe, iniciación de la cordillera opuesta a la que tiene por estribación las rocas calcáreas que terminan en la Peña de la Miel, descendió á la hondonada, vadeó el río por el puente de Lacilla, trepó por los castañares de Sopeña, atravesó la cordillera pétrea por el hondo y angosto portillo de la Talada, salió al campo del Oval y se dispuso á la arriesgada y difícil operación de llenar el cesto de tártanos de los que las abejas monchinas ó silvestres elaboraban en las grietas de la peña.
Ató un extremo de la soga al tronco de una encina achaparrada que arraigaba en el borde de la peña, sujetó á su cintura el cesto con el ceñidor ó faja, afianzó á su cuerpo por bajo los sobacos el otro extremo de la soga, colocó la hoz dentro del cesto y después de asomarse al borde de la peña y sonreir de codiciosa alegría viendo algunos dorados panales rebasar de las grietas donde habían sido elaborados, se decidió á descender á ellos; pero al santiguarse como invocando la protección divina en tan arriesgado descenso que no dejaba de infundirle temor á que contribuían hasta los bramidos del río, que allá abajo crecía rápidamente con el deshielo de la nieve en las excelsas cumbres del Colisa, dirigió la vista hacia Arcentales y descubriendo el alto campanario de la iglesia de San Miguel de Linares, se arrodilló, se descubrió la cabeza y exclamó, extendiendo los brazos en actitud de súplica:
¡Glorioso San Miguel,
para ti la cera
para mi la miel!
Hecha esta promesa que disipó su temor por completo, emprendió
con mucha serenidad el descenso por el primer término de aquel espantoso
abismo, asiéndose con ambas manos á la soga y se detuvo en un pequeño
saliente de la roca donde logró fijar ambos pies, repitiendo sin cesar:
¡Glorioso San Miguel.
para ti la cera
para mi la miel!
Manejándose como el Santo le dió á entender y aguantando
heróicamente los picotazos de las abejas indignadas del audaz latrocinio
de que eran víctimas, corta que corta y engancha que engancha los
tártanos con la hoz, llenó de ellos el piricacho, y reiterando su
promesa al glorioso San Miguel emprendió el ascenso y le terminó con la
mayor felicidad, salvo los picotazos de las abejas que habían puesto su
cara, como un tomate.
Una vez sobre la peña con su rica cosecha de miel y cera, Cata-ovales se puso á contemplarla con delicia y de esta deliciosa contemplación salió dirigiendo la vista hacia Arcentales y exclamando:
¡Glorioso San Miguel,
para ti la cera
para mí la miel!
IV
Cata-ovales con su piricacho de tártanos al hombro, descendió por los castañares de Sopeña al puente de Lacilla, y antes de emprender la subida al portillo de Latrabe, se detuvo sobre el puente para descansar y contemplar el río que iba cada vez más crecido con motivo de seguir verificándose un rápido deshielo en las elevadas alturas de Colisa, que dominan Arcentales.
El puente de Lacilla era de madera, y tenía barandas de lo mismo. En una de las barandas apoyó Cata-ovales el pericacho sujetándole con una mano y restregándose con la otra los picotazos de las abejas que aún le escocían como sinapismos de fuego.
Estando en esto, una de las abejas que quedaban entre los tártanos le clavó el resped ó aguijón en la mano con que se frotaba la cara, y llevando Juan Pablo maquinalmente la mano con que sujetaba el piricacho, éste fue á parar al río con todo su contenido.
Al verle desaparecer en la turbia y furiosa corriente, no tuvo límites la desesperación de Juan Pablo, que volviéndose hacia Arcentales exclamó:
¡Glorioso San Miguel,
para el diablo la cera,
para el diablo la miel!
—¡Y también para el diablo
el alma de Juan Pablo!
contestó á aquella desesperada é irónica exclamación otra
misteriosísima que parecía venir de hacia Arcentales, repercutiendo río
abajo por las sombrías arboledas, hasta alcanzar la horrisonancia del
trueno al llegar al puente de Lacilla, que en aquel instante, derribado y
arrastrado por una montaña de agua con el desdichado Cata-ovales, cuyos
huesos se encontraron algún tiempo después, tres leguas más abajo, en
la playa de Pobeña, como los de mi bisabuelo materno, con la única
diferencia de que los de mi bisabuelo estaban blancos como la nieve y
los de Cata-ovales negros como el carbón.