Notábase en el cielo, desde que habían cambiado las estaciones del 
año, una cosa extraordinaria y que nadie acertaba á explicarse; y era 
que San Martín, San Andrés, Santo Tomás, San Antón, San Sebastián, San 
Vicente Mártir, Santa Águeda, Santa Juliana, el Angel de la Guarda, el 
patriarca San José; en fin, todos los santos y santas que tenían templo ó
 altar especial en Vizcaya, y en este concepto habían firmado la 
consabida exposición, andaban tristes y disgustados, y con frecuencia se
 les oía murmurar por lo bajo, particularmente el día de su fiesta: 
«¡Esto es un escándalo! ¡Esto no puede seguir así!»
Y digo que nadie acertaba á explicarse esta tristeza, este 
desasosiego, este disgusto, estas exclamaciones de indignación de 
aquellos bienaventurados, porque todos el día de su fiesta eran, 
obsequiadísimos por el pueblo vizcaíno que dejaba muy atrás cu estos 
obsequios á los que tributaba en otros tiempos á San Antonio, á San 
Juan, á San Pedro, á Santa Lucía, á la Magdalena, á Santiago, á Santa 
Ana, á la Asunción de la Virgen, á San Roque, á San Bartololomé, á San 
Antolín, á San Cosme y San Damián, á San Miguel Arcángel, en fin, á 
tantos y tantos santos y santas, como en Vizcaya se festejan de Mayo á 
Octubre. Con decir esto está dicho que el bello ideal de San Blas y sus 
gloriosos compañeros de exposición al Señor se había realizado con 
creces.
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