El Tío Interés

Antonio de Trueba


Cuento



I

Hace ya muchos años, caminaba yo en una galera de Medina del Campo a Valladolid, y entre los viajeros que me acompañaban, iba una mujer que se quejaba amargamente de que no se le había hecho justicia en un pleito que estaba a punto de resolverse en segunda instancia en la Audiencia de Valladolid, donde temía que tampoco se le hiciera justicia.

Con tal motivo o tal pretesto, se dijeron allí perrerías de los tribunales, y el que más benévolamente los juzgó fue un señor cura de aldea que se limitó a decir que los jueces tienen ojos y no ven.

Yo quise tomar la defensa de la justicia, porque esta señora de vidas y haciendas es muy respetable; pero fuese que el auditorio estuviese poco dispuesto a dejarse convencer, o fuese que la santidad de la causa que yo defendía no diese la suficiente elocuencia a mi palabra, de suyo poco persuasiva, es lo cierto que tuve que callarme porque creí que mis compañeros de viaje me comían vivo.

—¿No saben Vds. lo del tío Interés? preguntó un labrador gordo, alegrote, malicioso y decidor, que era de los que más parte habían tomado en la disputa, animado sin duda por las frecuentes caricias que tras un «¿Ustedes gustan?» hacía a una enorme bota que asomaba la gaita en sus alforjas.

—No señor, le contestamos todos.

Y yo, que doy a las narraciones y cuentos populares la importancia que se les da en todos los países cultos donde se las recoge, imprime y estudia como documentos preciosos para conocer la historia y el espíritu popular, uní mis ruegos a los de mis compañeros para que el labrador contase lo del tío Interés, que, en efecto, nos contó sustancialmente en estos términos:

II

«En un pueblo de Castilla, cuyo nombre no viene a cuento, vivían tres sugetos muy conocidos por la singularidad de su carácter que bastarán a dar a conocer los apodos con que eran conocidos y uno de los rasgos más característicos que se atribuía a cada uno de ellos.

Del tío Interés se contaba que cuando el sastre le tomaba medida para hacerle ropa, se encogía conteniendo el aliento para que se necesitase menos tela.

Del tío Justicia se aseguraba que, siendo alcalde del pueblo, se prendió a sí mismo y se tuvo una porción de días en el cepo.

Y, por último, del tío Buenafé se decía que a las sociedades de crédito se le daba.

III

El tío Interés, el tío Justicia y el tío Buenafé se encontraron un día en la calle y trabaron conversación.

—¿Cómo va, tío Interés, cómo va con estos tiempos?

—¿Cómo quiere Vd. que me vaya, tío Justicia, sin ganar un cuarto con las bárbaras cosechas que hay todos estos años?

—¿Qué, las buenas cosechas le perjudican a usted?

—¡No me han de perjudicar, hombre! Cuando las cosechas eran malas tenía uno a porrillo labradores a quienes prestar dinero al ciento por ciento de interés; pero desde que son buenas, ni sin interés hay quien tome un cuarto.

—Hombre, me alegro de que le suceda a usted eso, porque es justo que los labradores cojan el fruto de su trabajo, y es una picardía que los usureros como Vd. engorden con su sudor.

—Soy de la misma opinión que Vd., tío Justicia, dijo el tío Buenafé.

—¡Vayan Vds. donde se fue mi dinero con sus escrúpulos de monja! exclamó el tío Interés muy quemado.

—Tío Interés, no se enfade Vd., hombre, dijo el tío Justicia, que en este mundo todos debemos desear el bien de los más y sentir el mal de los menos.

—Y además, añadió el tío Buenafé, cuando Dios da para Vicente, da para el vecino de enfrente. ¿Cómo Vd., que estudia con el enemigo malo para sacar partido de todo, no ha encontrado medio de sacarle de las buenas cosechas que hay estos años?

—Ya le he encontrado; pero para eso se necesita más capital que el que yo tengo.

—Esplíquese Vd., que quizá le podamos ayudar el tío Justicia y yo, pues gracias a Dios nos quedan algunos miles de reales de lo que heredamos de nuestros padres, aunque hemos perdido mucho, el tío Justicia por no querer pasar por cosas injustas y yo por fiarme de pícaros.

—Pues el medio que yo encuentro de sacar partido de las buenas cosechas que hay estos años consiste en dedicarse a comprar granos en Castilla, donde abundan, y venderlos en Andalucía, donde escasean. ¿Qué le parece a Vd. la idea, tío Justicia?

—Hombre, me parece buena y como tal la acepto con tal que procedamos con rectitud.

—¿Y a Vd., tío Buenafé?

—Digo lo que el tío Justicia: la idea me parece buena y me conformo con ella siempre que la buena fe sea la base de nuestra especulación.

IV

El tío Interés, el tío Justicia y el tío Buenafé se asociaron para comerciar en trigos. Las bases de la sociedad fueron las siguientes:

1.ª El capital había de ser de 60.000 reales, poniendo cada socio 20.000.

2.ª Cada socio había de tener un distrito fijo en Castilla para la compra de trigos y otro también fijo en Andalucía para la venta, a cuyo efecto se dividía a Castilla en tres distritos y a Andalucía en otros tres.

Y 3.ª Al cumplirse el año, los tres socios se habían de reunir en Madrid y repartirse por partes iguales los fondos que resultase tener la sociedad, hubiese disminuido el capital o hubiese aumentado.

Constituida así la sociedad, cada socio tiró por su lado y.....manos a la obra, a comprar barato y vender caro, que es el sencillísimo problema a cuya resolución se concretan los cálculos del comercio.

V

Espiraba el año y el tío Interés, el tío Justicia y el tío Buenafé tomaron el camino de Madrid para repartirse por iguales partes los fondos de la sociedad y dar esta por disuelta.

El tío Interés llegó el primero, ansioso de ver a cuánto ascendía su parte de ganancias, que creía fuese grande, suponiendo que sus consocios las habían realizado aún mayores que las suyas, a pesar de que las suyas eran grandes, cosa que no le parecía al tío Interés, que en materia de ganancias todo lo tenía por poco.

Impaciente al ver que sus consocios no llegaban, determinó salirles al encuentro. En las llanuras de la Mancha encontró al tío Justicia y le hizo dos preguntas.

—¿Qué tales son las ganancias de Vd.?

—Hombre, regulares.

—¿Y dónde queda el tío Buenafé?

—Muy atrás debe quedar aún.

El tío Interés siguió su camino hasta dar con el tío Buenafé.

Encontróle a la banda de allá de Despeñaperros y se apresuró a preguntarle qué tal venía de ganancias.

—Malísimamente, contestó el tío Buenafé. Por fiarme de todo el mundo y proceder como Dios manda, no solo no he realizado ganancia alguna, por más que me he matado a trabajar, sino que he perdido la mayor parte del capital que he manejado.

El tío Interés se puso hecho un toro al oír esto; pero aparentó tranquilizarse y emprendió la vuelta con el tío Buenafé.

Conforme caminaba, el tío Interés decía para sí:

—Con arreglo a lo convenido, en Madrid haremos un montón del dinero que llevamos los tres socios, y lo repartiremos por partes iguales; de modo que la misma cantidad me tocará a mí, que he duplicado la parte de capital que he manejado que a este estúpido de tío Buenafé que, lejos de ganar, ha perdido. Esto no puede quedar así.

Y faltándole del todo la paciencia con estas amargas reflexiones, al pasar por el despeñadero, que da nombre a aquella cordillera, porque es donde en tiempo de los moros se despeñaban voluntariamente los que no creían en Dios (calificados muy propiamente de perros por los mismos moros), cogió por la embragadura al pobre tío Buenafé, y después de arrancarle la mermada bolsa, ¡cataplum! le lanzó al precipicio, donde se hizo pedazos.

VI

El tío Interés llegó a Madrid y se dirigió a la posada donde esperaba a sus consocios el tío Justicia.

—¿Qué, viene Vd. solo? le preguntó éste admirado de ver que no llegaba con él el tío Buenafé. ¿Y el tío Buenafé, dónde queda?

—El tío Buenafé, no sólo no ha ganado nada, sino que ha perdido la mitad de los fondos que ha manejado, y como con razón se le cae la cara de vergüenza por su mala suerte, o, mejor dicho, por su tontería, me ha dado el poco dinero que traía y dice que renuncia su parte y ni aun quiere presentarse delante de nosotros. Conque, ea, vamos a reunir todos los fondos y a repartirlos entre los dos, que así nos tocará más.

—Eso no lo consiento yo, exclamó muy incomodado el tío Justicia. Al tío Buenafé, haya perdido o haya ganado, le corresponde igual cantidad que a cada uno de nosotros.

—Hombre, no sea Vd. tonto.....

—¡Hombre, no sea Vd. injusto!

Que si ha de ser, que si no ha de ser, en éstas y las otras, el tío Interés, que buscaba medio de quedarse con todo, sacó con mucho disimulo la navaja y le tiró al tío Justicia un navajazo que le echó un ojo fuera.

El tío Justicia echó a correr, y viendo que el tío Interés le perseguía navaja en mano, le arrojó la bolsa, y a esto debió su salvación, pues el tío Interés se bajó a cogerla, y así pudo escapar el pobre tío Justicia.»

VII

Al llegar aquí el labrador, sacó la bota y le dio un beso tan prolongado, que no pude menos de preguntarle impaciente:

—¿Y qué ha sido del tío Interés y del tío Justicia?

—Hace pocos días pasé por su pueblo, y acordándome de ellos, hice esa misma pregunta a una mujer que estaba lavando ropa en un arroyo.

—El tío Interés, me contestó, bien rico y gordo está, mal año para él. En cuanto al tío Justicia, alcalde del pueblo es ahora.

—¿Pero está bueno?

—Le falta, con perdón de Vd., el ojo derecho.

Y queriendo sonsacar a aquella buena mujer lo que se opinaba en el pueblo del crimen de Despeñaperros.

—¿No hay en este pueblo, la pregunté, un sugeto llamado por mal nombre el tío Buenafé?

—Buenafé... contestó procurando recordar, Buenafé... ¡ah! ya no existe.

Calló el labrador y callamos todos por un instante, y el señor cura interrumpió al fin el silencio diciendo:

—Ese cuento prueba que si el pueblo pagano tenía símbolos y mitos para representar sus vicios y sus virtudes, también el cristiano pueblo español los tiene, y muy discretos y significativos.


Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.
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