Lengua-larga

Antonio de Trueba


Cuento



Cuento popular recogido en Vizcaya

I

Cuando Cristo y los Apóstoles andaban por el mundo, había en una ciudad de Galilea un hombre á quien el noventa y cinco por ciento de los que le habían oído tenían por un portento de elocuencia, y llamaban Lengua divina, indignándose de que los cinco por ciento restantes le llamasen Lengua-larga, teniéndole por un portento de charlatanería.

Aquel hombre tenía tan robusto el pulmón, y la lengua tan suelta, y la palabra tan sonora? y el gesto tan expresivo, que en verdad era necesario darlo todo al concepto, y poco mas que al sonido, para no sentirse arrebatado de entusiasmo al o á ríe.

Lengua-divina debía ser muy feliz, porque gustaba del aura popular, y ésta le arrullaba lo que no es decible. Aplausos y vítores que, apenas despegaba los labios, rayaban en frenesí; admiración y respeto siempre y en todas partes; dinero que á manos llenas le daban la ciudad y los particulares porque pusiera á servicio su elocuencia, todo esto debía bastar para que Lengua-divina fuese muy feliz, y sin embargo, Lengua-divina era muy desgraciado, porque el pesar no le dejaba instante de sosiego, despierto ni dormido.

Este pesar era el de que el tesoro de su palabra se desvaneciera y perdiera en el aire conforme saliera de su boca.

—Señor—decía—¿no es gran lástima que sólo los que me oyen gocen de mi palabra, que, sin pecar de inmodesto, puedo calificar de admirable y sublime, porque de esto y áun de divina la califica la voz del pueblo, que es voz de Dios? Si mi palabra, en vez de desvanecerse y perderse en el aire conforme sale de mí boca, sin dar tiempo á los que la escuchan para gozar de ella, adquiriese perpetuidad, por ejemplo, quedando escrita en los objetos materiales que me rodeasen, todos y en todo tiempo podrían saborearla, y mi gloria sería infinita áun después de mi muerte.

De esta misma manera opinaba y de este mismo pesar participaba el noventa y cinco por ciento de las gentes que habían oído hablar á Lengua-divina.

A cualquiera de las gentes de nuestro tiempo que lea esta maravillosa historia, conservada por espacio de diecinueve siglos en la memoria del pueblo, y por primera vez reducida á escritura por mí, le ocurrirá que Lengua-divina y sus admiradores podían haberse ahorrado aquel pesar llevando constantemente á su Lengua-divina un taquígrafo de los que ya entonces florecían en Roma, para que tomase nota de cuanto el Cicerón galileo chistase ó mistase; pero yo debo advertir á las gentes á quien ocurra esto, que en la ciudad donde florecía Lengua-divina no se tenía noticia de que en Roma, ni en Atenas, ni en ninguna parte del universo, hubiese quien cogiese al vuelo y sujetase del rabo la palabra humana.

II

Caminando Cristo y los Apóstoles por Galilea, se dirigieron á la ciudad donde florecía Lengua-divina; y sabedor éste de ello, pensó que la ocasión era de perlas para recabar del Divino Maestro un milagro que diese á su palabra la perpetuidad de que carecía y ansiaban el mismo Lengua-divina y sus admiradores; porque va allí habían llegado nuevas de que el Nazareno daba vida á los muertos, habla á los mudos y vista á los ciegos, milagro mucho más morrocotudo que el de dar perpetuidad á la palabra humana por medio de un signo típico que ya estaba inventado, aunque tenía el gran defecto de no alcanzar á la palabra ni áun con ayuda de galgos.

Reuniéronse los ediles, nombre que se daba allí á los señores de justicia, porque allí, como en todas parten, gustaban las gentes de hablar en griego para mayor claridad; reuniéronse los ediles, á repito, cuando supieron que Cristo y los Apóstoles se acercaban, y acordaron unánimes, salir á saludar en nombre de la ciudad á los que iban anunciando la buena nueva, y acordaron más todavía, y también por unanimidad, acordaron suplicar á Lengua-divina que se encargase de saludar á los recién venidos en nombre de la ciudad.

Lengua-divina aceptó el encargo después de hacerse rogar mucho con razones de modestia, aunque las pocas gentes que le llamaban Lengua-larga en lugar de llamarle Lengua-divina como las demás, anduvieron en habladurías diciendo que al reunirse los ediles, el acuerdo de que la ciudad saludase á Cristo y los Apóstoles, y el de que esta salutación fuese por medio de Lengua-divina, todo había sido obra de éste, que se alampaba por tener ocasión aunque fuese traída por los cabellos, de menear la sin hueso y recabar de los tontos, aplausos y algo que sonase mejor aún que los aplausos, porque es de saber que Lengua-divina, como estaba persuadido de que su palabra era oro, quería que le produjese.

Los ediles, llevando delante á Lengua-divina y detrás á la ciudad entera, salieron al encuentro de Cristo y los Apóstoles.

Lengua-divina dirigió la palabra al Divino Maestro y sus discípulos, y entonces sucedió una cosa, sólo esperada del cinco por ciento de sus conciudadanos: que su discurso, al paso que fué acogido por la muchedumbre con frenéticos aplausos, por Cristo y los Apóstoles fué acogido con profunda tristeza.

Era costumbre del Divino Maestro conceder á todo el que á él ó á sus discípulos mostrase buena voluntad, alguna gracia, y Lengua-divina, que no ignoraba esta costumbre, extrañó que Cristo no se apresurase á responder á su discurso, diciéndole que le pidiese la gracia que fuese más de su gusto.

Era Judas Iscariote el único de los Apóstoles á quien Lengua-divina había tratado un poco con el motivo que diré en pocas palabras: Hallándose casualmente Lengua-divina en Jerusalén cuando Cristo emprendió á latigazos con los mercaderes que lucraban en el templo, convino con Judas Iscariote en que éste recibiría un tanto por ciento del lucro de un mercader amigo de Lengua-divina, si conseguía de Cristo licencia (que, por supuesto, no consiguió) para que aquel mercader volviese á lucrar en el sitio de donde había sido arrojado á latigazos.

Lengua-divina se acercó á Judas Iscariote, y untándole la mano con disimulo, le pidió que intercediese con el Maestro para que le concediese la gracia de costumbre.

Judas Iscariote intercedió, y el Maestro dijo á Lengua-divina que le pidiese una gracia, y él vería si era tal que pudiese cedérsela, y Lengua-divina le pidió la de que todo lo que él hablase, en lugar de desvanecerse y perderse en el aire con forme salía de su boca, quedase escrito en los objetos materiales que estuviesen más á mano.

Concedida por Cristo esta gracia, bendíjola el más anciano de los Apóstoles, que era Pedro, y desde entonces se dijo: «A quien Cristo se la dé, San Pedro se la bendiga».

III

De blancas que eran las paredes de la ciudad de Galilea, donde Lengua-divina florecía, se iban tornando abigarradas con el prodigio de quedar escrita en ellas instantánea y sobrenaturalmente toda palabra que salía de boca de Lengua-divina.

Pero este prodigio, tan ansiado de Lengua-divina y sus admiradores, tenía cada vez más desesperado á Lengua-divina.

Plasta los maestros de gramática que antes más se entusiasmaban con la oratoria de Lengua-divina, ponían á éste como chupa de dómine cuando se paraban á leer y analizar sus oraciones, reproducidas en las paredes de la ciudad con fidelidad pasmosa, porque decían que á cada paso saltaba de ellas un solecismo que tumbaba patas arriba..

Lo mismo hacían los retóricos que antes más admiraban á Lengua-divina; porque examinando sus oraciones gráficas, sólo encontraban en ellas palabras hueras y tropos ridículos.

Los teólogos que más de corazón daban antes á Lengua-divina este nombre, ponían el grito en el cielo contra el orador apenas leían en las paredes sus discursos, porque encontraban éstos llenos de herejías dogmáticas.

Los historiógrafos que antes, oyendo á Lengua-divina, creían que éste echaba la pata á ellos y áun á todos los padres de la Historia, se quedaban pasmados é indignados al leer las excursiones de Lengua-divina al campo de la historia, porque en aquellas excursiones no encontraban más que desatinos cronológicos, audaces citas falsas y necias, falsificaciones de hechos y caracteres históricos, y, por consecuencia, ponían á Lengua-divina como ropa de pascua.

Los profesores mas consumados en las ciencias naturales, que antes aplaudían á rabiar á Lengua-divina, ponían á éste como hoja de perejil, diciendo que era un pedazo de alcornoque, porque ni siquiera distinguía el berro del ana-pelo, ni el oro del oropel.

Y, por último, cada día daba á Lengua-divina un sofoco, ó un garrotazo, ó una bofetada de cuello vuelto, alguno de los que más se entusiasmaban oyéndole hablar, al examinar sus discursos, reproducidos en las paredes, porque encontraban en ellos insolentes alusiones personales en que no habían caído y no tenían paciencia para tolerar.

De aquí resultaba que el pobre Lengua-divina no podía ya chistar ni mistar, porque era atroz la prevención que contra él iba generalizándose en aquel pueblo que antes se quedaba boquiabierto cuando le oía, aunque lo que dijera fuese cosa parecida á lo que dijo aquella novia que, invitada por los que asistían á la comida de boda á que dijese algo digno de su talento y gracia, dijo: »Pues digo que cuerten pan». Ya, aunque saliera de su boca una divinidad, el pueblo creía que había salido un rebuzno, y lo? dicterios más atroces, y los silbidos, y las pedradas, y los tomatazos perseguían á toda hora y en toda parte al pobre Lengua-divina.

Entonces el pobre Lengua-divina, lleno de desesperación y de vergüenza, abandonó la ciudad donde residía y se fué por Galilea en busca de Cristo y los Apóstoles, que continuaban por allí anunciando á los pueblos la Buena Nueva; y conforme caminaba iba soliloquiando y provocando las censuras y áun los garrotazos y las bofetadas de cuello vuelto de las gentes que encontraba al paso y leían sus soliloquios estampados en las paredes de las heredades y las casas.

Al fin llegó á un pueblo donde se habían detenido á pernoctar Cristo y los Apóstoles, y se dirigió á la casa donde éstos posaban.

A la puerta encontró á su amigo Judas Iscariote, y como le contase lo que le pasaba, Judas Iscariote le aconsejó que se ahorcase de un saúco.

Considerando Lengua-divina que la cosa 110 era para tanto, y sí sólo para pedir al Maestro por todos los santos del cielo, que le retirase la gracia que le había concedido, porque no le hacía gracia ninguna, untó la mano á Judas Iscariote para que le proporcionase una audiencia con el Maestro, y obtuvo esta audiencia y formuló al Maestro su petición.

—Lo que tú pediste como gracia—le con testó el Divino Maestro—castigo fué que quise imponer á tu soberbia y vanidad, en vez de condenarte á la mudez, como fué mi primera intención al escucharte. Yo te concedo la nueva gracia que me pides. Ama en lo sucesivo la humildad y la modestia, y te serán perdonadas todas tus faltas; que al que haya amado mucho, mucho le será perdonado.

IV

La historia de Lengua-divina, que el pueblo de quien la he recogido me suplicó, con razón, no redujese á escritura, temeroso de que á él y á mí nos suceda algo parecido á lo de Lengua-divina, tiene un tristísimo epílogo.

Tornado Lengua-divina á la ciudad de Galilea donde ordinariamente moraba, quedóse más pobre que las ratas, porque cuanto poseía gastó en albañiles, pintores y picapedreros, que procurasen borrar sus discursos estampados maravillosamente y en cantidad pasmosa en paredes, techos y muebles de las casas; y lo gastó inútilmente, porque aquellos discursos eran tan indelebles, que mano humana no alcanzaba á borrarlos.

Ya las palabras que salían de su boca se desvanecían y morían en el aire al salir; pero las que habían salido antes perseveraban estampadas en todo objeto material, donde el pueblo las leía y comentaba para vergüenza y descrédito del que las había pronunciado.

Lengua-divina, en vez de seguir el consejo del Divino Maestro, de amar la humildad y la modestia, sintióse más vano y soberbio que nunca; y esperando recobrar con su elocuencia el aura popular, tornó á hablar hasta por los codos; pero toda palabra que salía de su boca era acogida con dicterios y silbidos, y pedradas, y tomatazos, por el ciento por ciento de sus conciudadanos, cuya totalidad había trocado su nombre de Lengua-divina por el de Lengua-larga, que en mis queridas Encartaciones de Vizcaya se hubiera traducido por el de lengüetero.

Entonces, recordando en su desesperación el consejo que le había dado su amigo Judas Iscariote, abandonó la ciudad y se ahorcó del primer saúco que encontró á mano.


Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.
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