Libro gratis: Arte Arcaico
de Armando Palacio Valdés


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Arte Arcaico


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Fragmento de «Arte Arcaico»

Figurémonos por un momento que los espíritus libres vencen en toda la línea. Queda absolutamente demostrado (de un modo indudable para todos los hombres, grandes y pequeños) que los llamados valores superiores, el Ser infinito y eterno, el bien y la verdad, son puros fantasmas, un síntoma de la vida declinante; el amor, la compasión, el sacrificio por los otros, enfermedades cerebrales que aparecen cuando los instintos sanos se debilitan. ¿Qué cantarán ya los poetas? ¿Dónde están los himnos, los dramas y las novelas? Excluída la lucha interior, la lucha del mundo moral, la tierra ofrecería un aspecto tan siniestro como monótono. Obrando sólo la voluntad de vivir o la voluntad de dominar, no pudiendo considerarse como cosas serias ni el amor, ni la lealtad, ni la abnegación, la trama de la vida, tan rica y hermosa, quedaría reducida a una serie de peripecias de orden material engendradas por la diferencia de fuerza.

Trasladémonos con la imaginación a esos tiempos amenos de la transmutación de valores. Ya no hay Dios, ni alma, ni compasión, ni moral, ni nada. No hay más que superhombres. Supongamos que éstos conservan todavía la antigualla del teatro (en algo se han de divertir). No sé a punto fijo si predomina el género grande o el chico, pero hay un género predominante. El cual, como acontece casi siempre, comienza a aburrir a los espíritus difíciles. Entonces a un truchimán teatral se le ocurre la feliz idea de exhumar (arreglándola, por supuesto) una obra de dos mil años de antigüedad, El rey Lear, de un tal Shakespeare. Los espectadores encuentran un poco burda, pero graciosa, la escena en que Lear reparte el reino entre sus hijas, y la aplauden. Es original la locura de aquel hombre, que desea ser amado a todo trance. Los caracteres de Goneril y de Regania, desembarazándose más tarde del loco de su padre, les parecen nobles, aunque vulgares. Cordelia es un personaje estúpido, que sirve, no obstante, para realzar la nobleza de sus hermanas. Pero la obra no tarda en aburrirles. La locura del rey se hace pesada. Sus imprecaciones a los elementos desencadenados hacen reir un momento, mas concluyen por fatigar. El auditorio se distrae; luego tose. Los reventadores taconean. Sin embargo, hay algo que logra interesarles. La escena en que Regania y Cornuailles arrancan los ojos al anciano Gloncester les cautiva. ¡Bravo!, ¡bravo! Jamás se ha expresado con más vigor la sagrada voluntad de potencia. El final les parece igualmente noble y grandioso. Todos aquellos asesinatos y envenenamientos son del mejor gusto moderno. Pero queda destruída su fuerza por la última escena, cuando Lear entra con su hija muerta entre los brazos. Un loco y una idiota no son personajes para cerrar dignamente el drama. Luego, aquel duque de Albania, personaje de extremada debilidad, apunta ideas de moralidad tan anticuadas, que no pueden menos de repugnar al noble auditorio. El rey Lear no tuvo un éxito lisonjero, pero se hizo seiscientas cincuenta y nueve veces. Cubrió los gastos y proporcionó algún dinero al arreglador, quien, por consejo de la crítica, suprimió la escena final.


2 págs. / 4 minutos.
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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.


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