Enviar a Pocketbook «El Señorito Octavio», de Armando Palacio Valdés

Novela


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  Novela.
209 págs. / 6 horas, 6 minutos / 328 KB.
21 de septiembre de 2017.


Fragmento de El Señorito Octavio

—Lo difícil, mamá, no es despertar, es levantarse—dijo el joven con profunda filosofía.

—Ya lo comprendo; pero hay que hacer algo por sí, hombre. Claro está que si uno se abandona al sueño, nunca se levantará cuando necesita ni tendrá tiempo para nada. Tú duermes mucho, hijo: eso no puede sentarte bien. Pienso que tu padre tiene razón cuando dice que tus ojeras provienen de eso.

—¿Quién los ha visto cruzar por la plaza?

—La señora Rafaela, que vino á traerme unas medias que ya más de dos meses le tenía encargadas—¡ay qué pesada es esa mujer!—me dijo que había visto á Pedro el del Palacio salir á caballo, como á cosa de las ocho, por la carretera arriba. Á las nueve, poco más ó menos, llegó un carruaje con dos caballos, que paró enfrente de la casa de D. Marcelino. Al parecer, D. Marcelino estaba á la puerta de la tienda, y cuando llegó el carruaje él mismo paró los caballos. Dentro venía el señor conde, la señora condesa y en el pescante dos criados de uniforme. D. Marcelino se empeñó en que se apeasen para descansar un poco y tomar algún refresco, pero el señor conde se negó completamente, y D.ª Feliciana entonces salió con una bandeja de dulces y unas copas de Jerez á la calle. El señor conde no quiso probar nada: la señora condesa tomó una rosquilla de Santa Clara, y pidió después un vaso de agua. Estando en esto llegó otro carruaje, donde venían los niños con una señora rubia muy guapa, que traía sombrero también al igual de la señora condesa. Los niños, como es natural, comieron algunos dulces, pero la señora rubia, ni por uno ni por otro fué posible que probase siquiera una almendra.


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