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Novela.
200 págs. / 5 horas, 51 minutos / 376 KB.
24 de febrero de 2018.
Holmes sentíase poseído del gozo sin egoísmo del verdadero artista en las obras que le salían perfectas, del mismo modo que se entristecía profundamente cuando quedaba por debajo del alto nivel al que aspiraba. Aún seguía gorgoriteando suavemente por su éxito, cuando Billy abrió de par en par la puerta, haciendo pasar al inspector McDonald, de Scotland Yard.
Esto ocurría a finales del decenio ochenta y tantos, cuando Alee McDonald tenía que andar aún mucho para alcanzar la celebridad nacional de que actualmente goza. Era un miembro joven, pero merecedor de confianza del detectivismo oficial, que se había distinguido en varios casos que le habían sido encomendados. Su figura alta y huesuda delataba fuerza física excepcional, mientras que su cráneo voluminoso y sus ojos hundidos y brillantes proclamaban, con no menor claridad, la viva inteligencia que se proyectaba desde detrás de sus pobladas cejas. Era hombre callado y exacto, obstinado y con fuerte acento del norte de Escocia. Por dos veces le había ayudado ya Holmes en su carrera para conseguir el éxito, considerándose él mismo premiado con el gozo intelectual del problema. Por esta razón sentía el escocés un afecto y un respeto profundos hacia su colega aficionado, y se los demostraba con su franqueza en acudir a Holmes en las dificultades. Los hombres mediocres no reconocen a nadie por encima dé ellos, pero los de talento reconocen en seguida al hombre genial. McDonald tenía talento suficiente como profesional para comprender que no existía humillación alguna en buscar la ayuda de quien era ya una personalidad única en Europa, tanto por su talento como por su experiencia. Holmes no era hombre inclinado a la amistad, pero era tolerante con el grandullón escocés, y sonrió al verlo.
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