En el Olivar del Tardío

Arturo Reyes


Cuento


I
II
III

I

Veinte años acababa de cumplir Toval, el Puchi, un chaval airoso y fuerte como un pino, cuando una mañana fría y luminosa en que el sol doraba las cumbres, en que el cielo despojábase, á sus besos, de sus brumas matutinales; en que piaban melancólicamente las alondras entre los riscos del monte; en que el laurel rosa lucía sus tintas más carmesíes en las risueñas cañadas donde destrenzábanse los arroyos en raudales cristalinos; en que los gallos se retaban de corral á corral con arrogantes cacareos; mañana en que se adornaba la vida con sus más bellos atavíos, cogió Toval, ya engalanado con flamante pantalón de pana, rojo ceñidor, entre marsellés y chaqueta de paño burdo, amplio pañuelo de seda blanco á guisa de corbata, sombrero de rondeña estirpe y recios zapatones de vaqueta; cogió Toval—repetimos—la reluciente vizcaína, los bordados bolsones de la pólvora y los plomos, y salió del lagar, tan alegre al parecer, como el día, y tan ágil como un corzo.

—Que no vengas mu tarde, Tovalico—le gritó su madre asomándose á la puerta de la casa.

—No tenga usté cuidiao, que estaré aquí á sol poniente.

—Que no eches por los Jerrizales—le gritó de nuevo aquélla, que no se apartó del umbral del edificio hasta ver perderse á lo lejos á su gallardo retoño.

Cuando la vieja penetró de nuevo en el lagar, su marido, ceñudo y con la mirada torva, entreteníase en contemplar el alegre chisporroteo de la leña húmeda, sentado junto al fuego que brillaba bajo la gran chimenea, sobre cuyo amplísimo alero parecían entonar los limpios peroles un canto á la condición hacendosa de su dueña.

—¿Qué tiées, Juan?—preguntó á éste su mujer, posando en él con interrogadora expresión sus ojillos obscuros y maliciosos.

—¿Qué quiés que tenga? Que Tovalico me tié con el sosiego sirviendo al rey; que me va dando el mozo mu mala espina; que no es verdá la alegría que lleva en la cara; que ese ha nació con una picara condición con la que va á conseguir que me vistan la mortaja.

—¡Pícara condición mi Toval! Pos si tiée un corazón que no le coge en el pecho.

—No te diré yo que no tiée grande er corazón; pero tamién tiée grandes las ambiciones, y aluego, que su trato con ese condenao Pepe el Tano me lo está poniendo de uña contra to lo que Dios manda.

—Eso es que te lo parece á ti poique tú tiées menos seso que un mosquito; poique lo que el Tano platica es el Evangelio, y si no, ¿qué es lo que preica el Tano? Que tos semos hijos de Dios, que no es justo que unos se coman la miés y otros la paja, y que el que crió las gallinas no dijo: Pa unos las yemas, y pa otros las claras, y pa otros los cascarones.

—Lo que está jaciendo ese hombre es sembrar cisaña á estajo; poique lo primero que sa menester pa ser preicaor es saber preicar y saber á quién se le preica; poique yo sería el primero en dalle la razón si el Tano en lugar de icir lo que ice, ijiera: Sa menester que mos rejuntemos tos los probes y que mos jagamos una piña tos pa que los ricos no mos gocen, pa que si ellos llevan á sus cubriles como diez, mosotros llevemos como cinco; sa menester...

Y no pudo el señor Juan continuar su peroración, que fue interrumpida por la llegada del tío Capacho, el barbero del partido, el cual exclamó, deteniendo frente á la puerta el paso de su vieja y humilde cabalgadura:

—¡A la paz é Dios, caballero!

—¡Hola! ¿Cómo tan tempranico por aquí, tío Capacho?

—Pus porque he tenío un mal amanecer, poique al pasar por frente al olivar del Tardío me di de cara con...

Y el tío Capacho, después de echar una ojeada escrutadora al interior del edificio, continuó:

—Pos me di de cara con Joseíto el Canales.

—Pos ya lleva dos días alreor del Jerrizal ese mal bicho, y ya debía agüecar el ala, no sea cosa que le vayan á desfigurar el perfil los del tricornio.

—Pos á los del tricornio tamién me los he trompezao yo en la trocha de los Claveles. Por cierto que se me figura que van despistaos por mó de que Petaca, el ventero, les ha dicho que el mozo pasó antier como con rumbo á la sierra.

—¿Y qué será lo que busca por esta linde el Canales?

—Pos, sigún me dió á entender, está aguardando á uno á quien, sigún parece, ha engatusao; por cierto que al pasar por Majanevá he visto á Tovalico que diba como con rumbo al lagar del Perezoso, y milagrito será que el muchacho no se trompiece con esa güena presona.

El señor Juan se puso pálido; y

—¿Dice usté que va mi Tovalico como con rumbo al lagar del Perezoso?—preguntó con voz trémula al barbero.

—Sí; pero manque se trompiece con el Canales no hay cudiao; que eran dambos, cuando aun no pensaba el otro en tirarse al mal vivir, más amigos que gañanes.

Algo sombrío y profundamente angustioso se retrató en el semblante del señor Juan, el cual, tras un momento de meditación, se dirigió hacia uno de los extremos de la cocina.

—¿Aónde vas tú?—le preguntó su mujer al verlo echarse al hombro el enmohecido retaco.

—Ahí más allaílla—le repuso el viejo con voz sorda; y después, dirigiéndose al barbero, continuó:

—Jasta la vista, amigo, que voy á llegarme al rastrojal y á dalle un vistasillo al sembrao.

Y el tío Juan salió del lagar tan ágil como si no sintiera el peso abrumador de sus muchas Navidades.

II

Toval, el Puchi, iba ensimismado y sombrío; la proposición del bandolero había encontrado en él un eco simpático; él no había nacido para soportar aquella vida miserable y abrumadora que parecía pesarle sobre el corazón como una mole de plomo; de lanzarse con aquél al «camino», pronto su nombre con el de Canales sería repetido entre aclamaciones y vítores por los hombres más de pelo en pecho de los contornos; las hembras más famosas por su garbo y por su hermosura tendrían á gala el ocupar una hornacina en su corazón; sus padres no tendrían que mojar la tierra con el sudor de su frente; en lo sucesivo, con lo que él arrancara al poderoso, sería el bienhechor de los más necesitados; podría lucir siempre sus hechuras juveniles sobre los más fogosos caballos; no quitarse ni para dormir el rico marsellés de terciopelo, con alamares de plata, ni el lujoso ceñidor de seda, ni la rica botonadura de brillantes, y ante él temblarían los hombres y suspirarían las mujeres, y un día, no muy lejano seguramente, tornaría al buen vivir con la faltriquera bien repleta y con la frente orlada de sangrientos é inmarcesibles laureles.

Toval dejó escapar un profundo suspiro y empezó á trepar por una escabrosa ladera, para escalar la cual, no obstante su destreza, tuvo que aferrarse á las salientes de las rocas y á los matujos que en ella lucían sus intensísimos verdores.

Al dominar el repecho, tropezóse con el tío Zorzales que, sentado sobre una de las desigualdades del monte, entreteníase en tejer un sombrero de palma, no sin de vez en cuando llamar al orden á alguna que otra de las cabras que ramoneaban acá y acullá bordeando el precipicio.

—Hola, zagal—exclamó el viejo al ver al mozo;—¿aónde vas tan depriesa, que has tenío que jacer cuasi títeres por esa malita trocha?

—Es que me pareció sentir piñonear por encima del barranco—repúsole Toval con voz ligeramente turbada.

—Hoy por aquí el que piñonea es un mal pájaro, y lo mejor que tú jaces es dirte lo más lejos que pueas dirte del olivar del Tardío.

—¿Y qué es lo que pasa hoy en el olivar del Tardío?

—Pos sigún paece, anda por él lanceando un alma perra, al que cuasi van pisándole los talones los del correaje amarillo.

—Er Canales, ¿verdá?—preguntó al viejo con voz inquieta el muchacho.

—El Canales, que se ha cargao este amanecer una faena que está pidiendo á voces que le rellenen jasta el tuétano de plomo; suponte tú que el mu charrán cogió dormío ó cuasi dormío al señor Pepe, el Tomizas, y cuasi dormío lo despachó no más que por robarle tres ochavos que el probe llevaba metíos en la faltriquera.

Toval se puso pálido y

—Eso no puée ser, hombre, el Canales no es un asesino—exclamó mirando con expresión incrédula al Zorzales.

—Tan verdá es lo que yo te estoy iciendo, como es verdá que crucificaron á Cristo en el Gólgota; y eso que ha jecho ese lobo no tiée perdón de Dios ni de naide; asesinar por robar á un probe que se buscaba la vía aguantando terrales y aguaceros, á un probe que deja sin más techumbre que la de arriba un puñao de volantones, eso está pidiendo á voces que lo jagan veinticuatro partes y lo pongan en veinticuatro caminos.

El Puchi inclinó la cabeza sin contestar al viejo, que continuó con voz llena de indignación y de ira:

—Yo te lo igo con er corazón en la mano; yo no soy capaz de juzgalle á un avión en la pluma; yo munchas veces he poío dirme de la lengua y jacerle un desavío á muchísimos caballistas, pero nunca le jice mal á ninguno de ellos, poique los caballistas que yo conocí en mi moceá eran hombres cabales, pa los que estaban sagrás las jembras y los niños y los probes; que pa robar á los ricos cuasi se quitaban el sombrero; que en jamá de los jamaces jacían una perrería; que cuando tenían que matar, mataban, pero solamente cuando tenían que defender la presona, pero lo que ha jecho el Canales... vamos, hombre, que na más de pensallo me jierve la encarná, y lo que yo te igo es que yo, que nunca elaté á naide, si hoy me preguntaran á mí por ese mozo, no sé lo que yo le diría al que á mí me lo preguntara.

Y el viejo enmudeció, mientras el muchacho permanecía silencioso y meditabundo.

—¿Y dice usté que le andan á los arcanses los que le persiguen?—exclamó Toval tras algunos momentos de silencio mirando con expresión interrogadora al anciano.

—Cuasi en las manos lo tenían—repúsole éste—pero arguien los debió despistar, y al mismo tiempo debieron tamién avisalle al mozo, poique jace mú poquito que yo lo vide de lejos tirar jacia el Tajo de las Palomas, tan y mientras los otros seguían como con rumbo hacia el Matorral del Pedrero.

—Entonces, ¿poique me aconseja usté que no jeche jada el olivar del Tardío?

—Poique algo debe traer ese alma condená por esos lugares; poique toa la mañana se la ha pasao rondándolo como si juese una mocita morena.

—¿Y dice usté que usté lo vio jechar jacia el Tajo de las Palomas?

—Jacia el Tajo de las Palomas, aonde bien poía jacer Dios que se resfalara y se agarrara á un esparto.

Cuando el Puchi se separó del tío Zorzales pintábase en su rostro una angustiosa incertidumbre; lo hecho por el Canales con el señor Pepe, había llenado su pecho de tan profunda indignación, que sentíase arrepentido de sus temerarios propósitos.

Dispuesto á desistir de lo que prometiera al Canales, juzgó un deber avisar á éste el peligro que corría, y decidido á hacerlo, apenas se hubo alejado del pastor lo bastante para no ser visto por él, penetró en una abrupta cañada, y un cuarto de hora más tarde llevábase dos dedos á la boca, en medio del Olivar, y dejaba escapar un resonante silbido.

Sólo le respondió al Puchi el rumor del viento entre las ramas, y transcurridos que hubieron algunos minutos, se dirigió, terciándose de nuevo la escopeta al hombro, hacia donde minutos antes había visto dirigirse el pastor á Joseíto el Canales.

III

La mañana reía en los alcores; cruzaban como dardos nítidos las palomas el cristalino ambiente; cegaban el cielo con su radiante azul, con sus rayos de oro el sol, y los caseríos con el blancor de sus bien encalados muros; de vez en cuando se sentía piñonear allá entre los breñales las de los brodequines grana; un leñador asestaba golpe tras golpe con implacable monotonía en un tronco ya caduco; un zagal que cruzaba ágil por una trocha, entonaba una copla de quejumbroso ritmo; un viejo descendía de lo más alto del monte como agobiado por el peso de varios olorosos haces de tomillo; el Puchi, sentado en el poyo adosado á la fachada de su vivienda, contemplaba con huraña expresión un gallo que delante de él, con el iris en la pluma, parecía regañar á sus numerosas consortes con su sordo cacareo.

—¿En qué piensas, Toval?—preguntó á éste su madre poniéndole una mano sobre el hombro.

—¡En qué quiées que piense!; en quién será el que mató ayer á Pepe el Canales cuando diba á meterse en el Olivar del Tardío!

—¡Cualisquiera lo averigua!—exclamó la vieja con voz algo turbada;—arguno á quien le querría dar la esazón y que anduvo vivo y le contestó con un plomazo en el pecho.

—Eso tuvo que ser, poique los civiles no han sío; la pareja estaba en el lagar del Solsona, sigún me ha dicho el tío Zorzales, que sintió el escopetazo.

La vieja se encogió de hombros y cada vez más llena de turbaciones murmuró:

—Tamién lo oyó tu padre, que había dio á darle un vistazo á la jaza del Quejigo.

El Puchi posó en su madre una mirada indefinible, inclinó sobre el pecho la cabeza meditabundo y sombrío, y mientras aquélla penetraba de nuevo en el interior de la casa, él continuó mirando con huraña expresión el gallo, que con el iris en la pluma parecía regañar á sus numerosas consortes con su sordo cacareo.


Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.
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