Apuntes para un Verdadero Teatro Menorquín

Arturo Robsy


Teatro



«Nadie es libre, excepto Zeus». Esquilo


Acotación
.— El escenario deberá tener fantásticas medidas para que en él puedan evolucionar los 50.000 actores que representarán el papel de menorquines. Los espectadores pueden ser menos numerosos; bastarán uno o dos, a ser posible estudiosos de los misterios humanos. Por eso, si se tiene que representar en un local convencional, se aconseja que los actores trabajen en el patio de butacas, en las plateas, en los palcos y en el gallinero, y que el público se siente en el escenario.

El decorado, si el futuro director lo cree preciso, puede imitar el campo o la ciudad, el mar o la montaña, el bosque o la llanura (Els Plans, por ejemplo), las taulas o el Seguro de Enfermedad... Bastará con que se manifieste claramente que la acción sucede en Menorca. Para ello será imprescindible que un cartel indique:


"EN VENTA. Al contado o a plazos. Facilidades".


Los espectadores comprenderán.

Título de la obra: ¡A ver qué porras pasa!

Dramatis personae: cuarenta y nueve mil ochocientas veinticuatro personas y pico.

Lugar: Menorca

Época: la actual y todas las demás.

Cuadro primero

Se levanta el telón. El Coro de Donas, en el mercado. El Coro de Comerciantes en el mismo lugar. El Coro de las Leyes Transgredidas, al fondo, escondido, para llorar en privado.

Dona 1.— No sé avont anirá a rebotir tot açó.

Dona 2.— Ho veus? Dicen que el pollo va a subir.

Dona 3.— Y la carne de ternera...

Descontento.— De ternero, señora. De ternero granadito que se llama vacuno menor. Las terneras no se matan.

Dona 4.— También subirán las patatas.

Dona 5.— Y las naranjas.

Dona 6.— Y los embutidos y el jamón.

Dona 7.— Y los huevos.

Dona 8.— Y la leche.

Dona 9.— Y el pan.

Dona 10.— Y otra vez la gasolina, por supuesto.


* * *


Un señor en la televisión
.— Vivimos en una sociedad que despilfarra los bienes.

Un señor en el periódico.— Vivimos en una sociedad que escatima lo esencial.

Descontento.— ¿En qué quedamos? ¿Se despilfarra o se escatima?


* * *


Dona 1.— En primer, açò...

(Interviene el Coro de los Tenderos).

Tendero 1.— Es que el Tráfico de Empresas...

Tendero 2.— Es que los impuestos...

Tendero 3.— Es que las contribuciones...

Tendero 4.— Es que los mayoristas...

Tendero 5.— Es que los portes...

Tendero 6.— Es que los intermediarios...

Dona 1.— Sí, claro.

Dona 2.— ¡Qué tiempos!

Dona 3.— ¡Y Rogelio trabaja de sol a sol!

Descontento.— No me entero de nada, diablos. Sólo sé que cada vez sale más caro mantenerse con vida; comida, vivienda, ropa, cazado... ¡Diablos!

(El Coro de las Leyes Transgredidas termina de llorar y avisa)

Ley 1.— ¿Sabe usted que cada artículo expuesto ha de tener el precio bien a la vista?

Ley 2.— ¿Sabe usted que en cada paquete del artículo que le envuelven (garbanzos, bacalao, patatas...) ha de figurar el precio que le cobran por ello, a no ser que le hagan toda la cuenta con una máquina registradora?

Ley 3.— ¿Sabe usted que los productos fabricados o almacenados antes de una subida de precios han de ser vendidos al precio antiguo?

Dona 1.— ¿Es eso verdad?

Dona 2.— Pues a mí me han vendido leche del mes pasado al precio de hoy, y ayer fue la subida.

Dona 3.— Pues yo vivo al lado de una gasolinera. Puedo jurar que, desde el día doce a las doce de la noche (que fue cuando se autorizó la subida) hasta las ocho de la mañana en que fui a llenar el depósito, no habían recibido gasolina nueva en ningún camión de la Campsa. Y, sin embargo, me cobrar la nueva tarifa.

Tendero 1.— A veces es que a nosotros no nos dicen todas las leyes que hay que cumplir.

Descontento.— Uno por otro, la casa sin barrer.

Cuadro segundo

Uno.— ¡Vaya paisaje bonito!

Uno de más allá.— Ahí se podría ganar dinero a espuertas.

Otro.— ¿Sí? ¿Pues a qué esperamos?

Uno de más allá.— Lo primero es comprar el suelo.

Uno.— No vale mucho. Es pura piedra y no sirve para el cultivo.

Otro.— Pues mejor, ¿no?

(Los albañiles entran por el foro y empiezan a construir palomares)

Uno.— Nos ha costado cien millones.

Otro.— Vendiéndolo a millón por solar...

Uno de más allá.— Nos saldrán mil millones. No está mal, ¿eh?

Uno.— Somos muy listos.

Contratista (que guiña un ojo al público).— Yo lo soy más.

(Entra el vendedor de material y el contratista se acerca a él, lejos de los propietarios).

Vendedor.— ¿Qué le pongo hoy?

Contratista.— Mil bloques de diez pesetas.

Vendedor.— (Aparte) ¡Je! Se los doy de siete y listo.

(El contratista vuelve, cargado, hasta donde están los dueños)

Uno.— ¿Qué tal material es éste?

Contratista.— El mejor del mercado. Miren, miren: bloques de cinco duros.

Otro.— A veces creo que comulgamos con piedras de molino.

Contratista.— (Alarga la mano al oír que suena una sirena) ¿Me pagan el jornal de mis hombres?

Uno.— ¿Cuánto ganan?

Contratista.— Ciento diez pesetas la hora. (Cobra y se acerca a los albañiles). ¡Ea, el jornal! Sesenta pesetas hora, ¿dónde ganaríais más?

Albañiles (después de guardarse el sobre).— Se cree muy listo el maestro, pero nosotros le ganamos. Solo trabajamos media hora y él nos la paga completa: uno no se va a romper la espalda por cuatro perras.

Comprador de solar (entra con un plano en la mano y busca con los ojos el lugar más bello).— Me han dicho que ustedes venden solares a muy buen precio.

Uno.— Claro, claro: venga y elija.

Comprador.— Quiero éste: ¿cuánto vale?

Otro.— Solamente un millón. Tiene que edificarlo en un plazo máximo de tres años.

Comprador.— Muy bien. Me interesa. (Aparte, al público) Se creen muy listos, pero dentro de un año venderé este solar por tres millones y no tendré necesidad de edificarlo... ¡Ja! Hay que entender el negocio.

Abogado.— (Entra y se pone a hablar con los dueños) Esto que hacen ustedes no es legal.

Uno.— ¿Por qué?

Abogado.— Porque no han presentado ningún plan al Ministerio.

Otro.— ¿Sólo por eso?

Abogado.— Y porque estos eran terrenos protegidos. Y porque no tienen suficiente agua para la población que se albergará aquí. Y...

Uno de más allá.— ¿Y qué podemos hacer?

Abogado.— Si me contratan y me dan un tanto por ciento yo se lo diré.

Otro.— De acuerdo. Trato hecho. (Se estrechan las manos sonriendo y luego se las frotan con satisfacción).

(Pasan los meses y crecen los edificios. En eso llega uno de vacaciones y quiere alquilar un apartamento).

El de vacaciones.— ¿Cuánto deberé pagarle al mes?

El que alquila.— Hay muebles y electrodomésticos. La electricidad y el agua me las cobran a mí...

El de vacaciones.— ¿Cuánto, por favor?

El que alquila.— Cincuenta mil... Este es uno de los mejores sitios de la isla.

El de vacaciones.— ¿Cincuenta mil pesetas? Es caro, pero... (Paga y vive allí un mes a costa de otros once de trabajo dios-sabe-dónde).

Narrador.— Usted, señor normal, oficinista, obrero, profesional, es quien paga los platos rotos. Y los paga aunque invierta su dinero en inmobiliarias.

Cuadro tercero

Forastero.— ¿Me hace usted el favor? Busco trabajo...

Señor.— ¿De dónde viene usted?

Forastero.— De Cuenca (o de Ciudad Real o de Cáceres... así hasta completar el número de provincias españolas).

Señor.— ¿Ha trabajado antes en eso?

Forastero.— Un poco, sí, señor.

Señor.— ¿Ha estudiado en Maestría?

Forastero.— No, señor.

Señor.— Bueno: tengo un sitio. Serán treinta pesetas a la hora. Luego, al terminar la jornada, se pueden hacer horas extras. ¿Le va bien?

Forastero.— Sí, señor. Gracias.


* * *


Un tipo en televisión.— Las zonas más ricas absorben mano de obra de las que lo son menos. Así, como en los vasos comunicantes, se tiene al equilibrio social y económico de todo el país.

Locutor.— ¿Y no será un equilibrio clasista, casi racista?

Un tipo en la televisión.— No. Claro que no. El único valor a que se atiende al contratar a una persona es el de su rendimiento.


* * *


Forastero
.— (A su mujer) María, ¿sabes cómo nos llaman?

Mujer.— No.

Forastero.— ¡Charnegos! Eso es lo que somos.

Mujer.— ¿Y qué? Tú trabaja y déjales que digan.

Forastero.— Es que un hombre...

(Así pasan unas cuantas semanas y el Forastero hace los trabajos más pesado y hasta los más peligrosos. Las medidas de seguridad son mínimas y se corta un dedo. Él tiene suerte y trabaja asegurado, no como otros compañeros, de modo que le pagan la cura. Vuelve a la faena y, como el peligro subsiste, se lo explica al patrón).

Patrón.— Ahora estoy muy mal de dinero. El mes que viene haré lo que me dices.

Forastero.— Bueno. Claro. Lo comprendo.

(Y pasan tres meses).

Patrón.— Las cosas no van mejor. Habrá que esperar antes de comprar nada innecesario.

Forastero.— Ya he perdido un dedo. Para mí era muy necesario, ¿no? No quiero trabajar de esta forma. Es peligroso.

Patrón.— Pues te vas.

Forastero.— Sí, a Sindicatos.

(Y, como secuela de la denuncia, un inspector va a la empresa, lo comprueba todo y le coloca una multa al patrón. El patrón paga. El forastero no tiene cara suficiente para seguir trabajando allí, porque sabe que no le quieres, y buenamente se despide).

Mujer.— ¿Has encontrado ya trabajo?

Forastero.— Aún no, María.

Mujer.— Pues llevas así dos meses. Lo que te pagan en Sindicatos no alcanza para nada.

Forastero.— Es que el patrón ha corrido la voz y todo el mundo sabe lo que hice. Por eso no me dan faena, porque tienen miedo de que les vuelva a denunciar.

Mujer.— Alguno habrá que lo tenga en orden.

Forastero.— Alguno habrá, pero no le encuentro.

Mujer.— Debiste haberte callado.

Forastero.— Ya, pero eran mis dedos. ¿Es que a ti tampoco te importan mis dedos?

Cuadro cuarto

Narrador.— Pero no sólo de pan vive el hombre, y la economía no es más que uno de los mil aspectos de la vida. Lo más importante de una sociedad es su capacidad para atender —en todo o en parte— a las necesidades de sus miembros. De todos sus miembros, entendámonos.

Una madre.— Mi hijo se ha quedado sin escuela este año.

Otra.— Pues mi hija, no.

Una madre.— Pero da las clases metida en la cárcel. ¿Es que la cárcel sólo es mala para los bandidos y no para los niños?

Un estudiante.— He terminado el bachillerato. Quiero seguir estudiando, pero no puedo pagarme la estancia en la Península. ¿Qué hago?

Otro.— No seas tonto. Búscate un buen empleo y olvídate de los libros.

Un estudiante.— Sí, pero, ¿y mi cultura?

Un artista.— No nos falta calidad, pero sí ambiente. Mucho de lo que se hace en la Península es peor que lo que hacemos aquí, tan callandito.

Otro.— Me han dicho que al Ateneo de Mahón no le han dado permiso para dos o tres conferencias.

Otro más.— ¿Y qué me decís de lo del Retablo del Flautista?

Otro aún.— ¡Puñetas, sí! Nos hace falta ambiente.

Un señor.— Pues, a mí, lo único que me fastidia es el ruido. Hasta en tu casa oyes a los coches y a los camiones y a las motos. Sólo hay silencio a las cinco de la mañana, si no es verano, y, como a esa hora ya estás dormido...

Otro señor.— Pues ahora lo de la caza se ha puesto bueno: no hay casi adonde ir y, además, si vas tienes que pagar impuestos, creo.

Otro aún.— ¿Y de la pesca? Si eres un aficionado, no puedes pescar con redes. ¿Por qué? Para proteger a los profesionales. Y yo estoy de acuerdo con esto, pero, ¿no se les protegería más impidiendo que las industrias contaminen el mar? Tanta planta atómica, tanto petróleo y tanta basura...

Otro más.— ¡Chis! ¿Sabéis lo que os digo? Pues que no nos podemos quejar. Me han dicho que en Francia...

Uno.— El progreso...

El autor (que sale a saludar al público).— Disculpad los defectos de esta humilde obra. Es difícil hacer teatro donde tantos hacen comedia.


Telón.


Publicado en el Diario Menorca el 19 de marzo de 1974.


Publicado el 25 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.
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