Aquel que Era Patriota y No Entendía ni Torta

Arturo Robsy


Cuento


«Vale más dominar un mercado que disponer de una fábrica». Guglielmo Tagliacarne.


—¿Cuándo hemos estado mejor que ahora? —me decía aquel que era patriota y no entendía ni torta.

—Nunca.

—¡Ajá! —exclamaba satisfecho—. ¿Y cuándo hemos tenido tanta riqueza?

—Nunca fueron tan ricos los ricos y los pobres.

—¿Cómo? Un pobre de nuestros días vive mil veces mejor que Creso o Midas.

—Desde luego: ni Creso ni Midas se paseaban en autobús o pagaban el recibo de la luz.

Mi conocido, el falso patriota, se hincha como un balón y me mira sonriente, consciente de haberme demostrado ya las ventajas de nuestro tiempo. Compone con las manos un gesto de "¿se-puede-pedir-mas?" y me convida a tabaco.

—Los jóvenes —me dice con paternal confianza— no habéis conocido malos tiempos. No, no me refiero a la guerra...

(¡Menos mal! —pienso— ¡Menos mal!)

—Con hambre los problemas son mayores. Nada hay peor que un padre de familia que no tiene trabajo, porque no lo hay. Vosotros ya habéis vivido en la época de la abundancia y no recordáis las cartillas de racionamiento que tuvisteis de pequeños.

—No hay nada de malo en eso.

—Claro que no; claro que no —se repite para darme a entender que simpatiza con los jóvenes—. Yo creo en la juventud.

(¡Ay! Lo dice igual que cuando afirma creer en Dios, en el Mercado Común y en la Resurrección de la Carne. Nada hay peor que un hombre que cree en demasiadas cosas y no tiene tiempo para comprender ninguna).

—Sois —explica— nobles, abnegados, románticos. Os bullen las ilusiones y estáis dispuestos a sacrificaros por una buena causa. Idealistas: eso es.

(Continúa, pues, acumulando tópicos).

—Entonces...

—Nada... Salvo que, como no habéis conocido otros tiempos, os es muy fácil criticar a la ligera.

Esta vez me impaciento y me pongo a hacer preguntas necesarias:

—¿Son estos nuestros tiempos, verdad?

—De todos. Son de todos.

—Sí, pero al menos, son los únicos que nosotros conocemos.

—Eso sí.

—Entonces, ¿por qué no hemos de mejorarlos? ¿Por qué decir que en tiempos de Pedro el Cruel la gente trabajaba de sol a sol y malamente, cuando todavía nosotros no lo hacemos en óptimas condiciones?

—Exageras.

Nos hallamos en busca de argumentos decidios que zanjen definitivamente la discusión a nuestro favor y aquel, que era patriota y no entendía ni torta, los encuentra primero.

—Mira: hoy en día ya no hay diferencias sociales. Antes los pobres lo eran de solemnidad, y ahora hasta tienen televisor y, si me apuras, también coche o moto. Antes iban desharrapados y llenos de zurcidos, y ahora casi no se les distingue en la calle y todos usan trajes los domingos. ¿Te parece poco?

—Sí, poco.

Me contempla como si, de pronto, hubiera descubierto que el curioso animalito que iba a acariciar en el campo fuese una serpiente de cascabel.

—Ahora —continúa— nada le falta al que está dispuesto a trabajar.

—Nada, menos el tiempo.

—Cobra buenos salarios.

—Que le quita por otro lado la misma clase de gente que le hace pringar.

—Y come mejor, tiene más salud y vive más feliz.

—A costa de alquilar su vida.

—¿Y los negros? —me dice de repente, satisfecho porque acaba de encontrar otro paradigma del progreso—. En España les tratamos muy bien y les dejamos ir a nuestros cines y a nuestros hoteles. Y hasta los gitanos viven como señoritos, que ya es.

—Sólo que habla usted de ellos como si fueran cosas.

Medita durante un rato y, por fin, me pone la mano en el hombro:

—Pero, vamos a ver: ¿qué es lo que tú quieres? Los salarios son altos y...

—Quiero —digo muy despacio— que usted y los que son como usted comprendan que el hombre trabaja para vivir y que no vive para trabajar; que se enteren de que dentro de un hombre hay ilusiones y necesidades y zonas donde el alma duele cuando se la pincha; que nadie lleva en la cabeza un libro mayor con el debe y el haber por toda meta. Quiero decir que sólo los morbosos son capaces de enamorarse de una máquina o un objeto y cifrar en él su felicidad, porque la posesión de muchas cosas retarda o evita la posesión de uno mismo, que sería, en otras palabras, la única solución para empezar a estar en paz con el universo.

El mal patriota bucea en mis ojos. Trata de verme por ellos algunas ideas heréticas.

—Oye —me dice muy seriamente— ¿tú eres comunista?

(En otras circunstancias, me hubiera echado a reír, pero no ahora).

—No, señor. Ni demócrata, ni nada acabado en "ista" o "crata" que usted mencione.

Suspira... En estos momentos me compadece intensamente y sufre por los males que, con gente como yo en la calle, se avecinan.

—¡La juventud! —exclama—. Cuando te cases y tengas una familia te harás más formal; te vendrá el sentido común. La patria necesita esfuerzos, tesón, sacrificios, y tú no me pareces dispuesto a ellos todavía.

(Y, en su boca, se ensucia la palabra "patria". Realmente hay una epidemia de fanatismo y puede que la televisión tenga buena parte de la culpa).

—La patria —sigue— nos obliga a todos. Hemos de hacerla mayor, más rica, más importante.

—La patria —digo— es algo más que una superautomática, un aerosol, un coche y cuarenta duros para entromparse el sábado.

—¡Vaya! —exclama.

—¿Qué sería de usted si Guzmán el Bueno hubiera pensado que se estaba tan ricamente en Tarifa, con los moros al lado y la gente dispuesta a degollarle los hijos?

—No tiene nada que ver.

—No, ¿eh? Pues yo decido que no me gusta correr peligro de suerte al andar por la calle, ni cuando viajo por carretera y estoy a merced de cualquier automovilista salvaje. Y decido que cuando la gente se pregunta, ante un accidente, quién llevaba la razón, si el hombre o la máquina, algo muy grande se ha roto en su cabeza: la idea de lo que el hombre es (pero los hombres, claro, no se compran en el mercado, únicamente se alquilan). Y decido que un tercio de nuestra vida (ocho horas, señor, ocho) es demasiado precio para utilizar lo que se nos dio gratis: la vida misma. Y que no deseo estar atrapado en la trampa mortal del superconsumo; ni ver como se acaba impunemente con la naturaleza; ni comprobar como algunos fabricantes desaprensivos nos envenenan por dinero; ni...

Me detiene con un ademán:

—Hijo —dice—; hay casos excepcionales. En el mundo siempre ha habido gente así; y contra ellos luchamos todos.

—Y más que se luchará si queremos sobrevivir.

—Otras cosas que has dicho son las servidumbres de la riqueza. Se produce tanto para que la gente viva mejor y para que el país gane. Consumir es una forma como otra cualquiera de hacer patria.

—¿Patria de quién?

—No te entiendo.

Y aquí viene lo bueno. Cansado ya, decidí terminar con la charla:

—¿Qué clase de coche usa?

—Un Renault.

—Francés —digo secamente, y sonrío—. ¿De qué es su traje?

—De poliéster.

—Una patente extranjera. Royalties —digo—. ¿Y su jersey?

—De fibra acrílica.

—Más royalties —murmuro—. ¿Y su reloj?

—Un Citizen.

—Japonés, claro —siento pena, pero sigo—. ¿Y su nevera?

—Westinghouse.

—Americana. ¿Y los neumáticos de su coche?

—Pirelli.

—Italianos. ¿Y su tocadiscos?

—Philips.

—Holandés. ¿Y su bolígrafo?

—Bic.

—Francés.

—¿Qué usa su mujer para lavar y abrillantar el suelo?

—No sé... Glo-có, me parece.

—Americano. ¿Bebe Nescafé?

—Sí, claro. Es más cómodo.

—Suizo. ¿Y Coca-Cola?

—Sí.

—Americana. Hasta hay una marca de patatas fritas de una empresa americana. ¿Qué detergente usa su mujer?

Me detiene y suspira, pero yo todavía deseo decir algo más:

—Y muchas veces usted mismo va adrede a restaurantes extranjeros, sólo por lo chic que esto le puede parecer. Y se aloja en hoteles de pertenecen a compañías internacionales, y viaja con agencias extranjeras y compra fincas a través de inmobiliarias de la misma índole y bebe en bares turísticos cuyos dueños son de cualquier parte menos de aquí...

—Sí, sí... —se rasca pensativo—. Tal vez España no sea solamente esto. Tal vez España no sea una estadística. Tal vez nosotros aún estemos a tiempo.

—¿De qué?

—De ser españoles. Afortunadamente este país no es un coche, ni unos pantalones, ni un reloj... En este país hay hombres y hay, también, otra forma de hacer España en beneficio de todos.

Medita un poco más:

—¡Ea! Vamos a ser patriotas a tu modo.

—¿Sí?

—Sí. Camarero: ¡dos riojas!

(Dos riojas, ea. Dos riojas, pero aún queda mucha gente que vende y consume a España y, por lo tanto, a nosotros).


Publicado en el Diario Menorca el 30 de octubre de 1973.


Publicado el 26 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.
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