El Esclavo

Arturo Robsy


Cuento


Cuando aquel hombre llegó parecía asustado de veras. Todos nosotros teníamos pintada la alegría en el rostro, por eso lo mustio de su expresión adquirió un tono grave y burlesco por la comparación. Todo era extraño en él menos los ojos. Estos brillaban a intervalos, eso sí, pero contraponían una santa gota de calma a la nota crispada de su cara.

Dos de nosotros, que jugaban enfrascados a los naipes, completaron la ilusión exclamando algo sobre una jugada.

Luego todos callamos.

Don Martín advirtiendo el raro efecto que nos había causado su insólita aparición, vino hasta la mesa y se sentó aparentando una perfecta normalidad. Durante unos segundo se oyeron los ruidos del silencio y después fueron reanudándose las conversaciones, primero con graves todos, que fueron tornándose en las timbradas voces de todos conocíamos.

Entonces, sólo entonces, don Martín habló:

—¿Qué les ha sucedido cuando me han visto entrar? Parecía como si algo les hubiese detenido la lengua.—se detuvo y sacó rápidamente un espejito que reflejó su imagen. Sonrió. —Comprendo ahora que mi figura no acabe de ser del todo natural. Sin embargo, ¿es eso bastante para hacer callar a toda la tertulia?

Nadie contestó. Notábamos como si efectivamente "algo" nos impusiera su presencia. Callamos. ¿Qué otra cosa podíamos hacer?

—¿No comprenden? —continuó transfigurado Don Martín— ¡Tienen que ayudarme! Es necesario que ustedes me convenzan de la realidad de lo que vivimos en estos momentos. Es necesario que yo pueda separar el sueño y el mundo, y el mundo de mí mismo.

En efecto no comprendíamos aquello. Sólo dedujimos que Don Martín estaba terriblemente excitado, casi al borde de una crisis nerviosa.

—Veo que nada parecen querer hacer por mí —dijo con amargura—. Día tras día nos reunimos, charlamos, nos distraemos... pero se rompe la monotonía y nadie reacciona. Yo mismo no reacciono.

—Quisiéramos — aventuré— saber lo que pasa. De esta manera nuestra ayuda sería eficaz y certera.

Me miró con aquellos ojos desconcertantes y pareció sostener una lucha gigantesca en su interior. "Quería y no quería", me dije. Por un momento temí que no continuaran su charla, pero al fin conocimos por sus manos que estaba dispuesto a hablar. Lo que dijo todavía no lo hemos comprendido...

—Voy a contarles algo sorprendente. Les pido que no me interrumpan ni adopten posturas escépticas. Todo es absolutamente cierto.

"Esta tarde me vi obligado a hacer una autopsia. ¡Poca cosa! Tantas veces he abierto los cadáveres y escudriñado su interior, que aquello apenas sí merecía mi atención."

"Pero en el hombre que estaba sin vida ante mí se notaba una cosa extraña. Era fuerte, joven, y su cara conservaba una sonrisa que no pude borrar manipulando en sus músculos... ¡En fin! Que se notaba la presencia del cadáver. No era, ni mucho menos, como tantos otros despojos humanos que tuve que destrozar. Con lo que oservé debí haber tenido bastante, pero con el escalpelo en la mano, a pesar de que me iba invadiendo un ligero temor, una ligera angustia, me sentí vivo y caliente, le noté a él frío, y se lo clavé. Era mi deber."

"La muerte se había producido no sé cómo. Todo lo tenía bien, salvo el cerebro en el que no encontré ni una gota de sangre, pese a que sus arterias estaban en un perfecto estado. Cosí aquellas hoorribles heridas y corrí a lavarme."

"Unos minutos después, cuando volví a pasar delante de aquel ser, un contacto de algo blando y suave sobre mi cara me hizo parpadear. Parecía casi una brusa muy espesa, pero allí no había corriente de aire. Y aquello que al principio me rozó el rostro, me fue envolviendo como un guante envuelve una mano."

"No hará falta decir, señores, el momento que pasé. No sabía nada. Sólo aquella persistente sensación era real. Me sacudí, como sacudiendo el polvo, pero fue inútil".

"Entonces comprendí lo que me pasaba. No sé a ciencia cierta si lo descubrí yo, o bien me lo comunicó eso. El caso es, amigos, que yo, por primera vez en la vida del hombre, había encontrado el alma".

Guardamos reverente silencio. ¡Era tan impresionante oir pronunciar aquellas palabras con semejante acento...!

"El alma era aquello que me había rozado como la brisa y luego envuelto como un guante. No pensé ni por un momento en lo horroroso e inhumano del asunto. Me sentía feliz. Era un nuevo triunfo de la medicina, y, además, siempre había anhelado esa clase de conocimientos. Me embriagué en mis propios sueños y palpé mentalmente el alma que estaba en mis manos. La recorrí y conocí por ella todo cuanto fue aquel hombre. Conocí que había muerto por pura voluntad de su espíritu. ¡Era un juguete maravilloso para mí! Luego sus ideas empezaron a penetrarme. Al mirarme en la luna de un escaparate me vi a mí mismo con aquella fiereza y sonrisa que viera en el cadáver, y entonces me asusté. Me asusté porque estaba dominado. ¡Tarde lo comprendí! Ya me tiene convencido, y no sé de qué me tiene convencido. Me domina, pero yo hago lo que quiero."

"Es un torbellino que gira en mí, y me marea. Por eso, señores, quise su ayuda, pero ya no. Sé perfectamente que nada de lo que ustedes hagan me curará, y además, no deseo curarme. Gracias. Y, ahora, adiós."

Se levantó y sostuvo una a una nuestras atónitas miradas. Sonrió y nos dió miedo.

Le dejamos partir y aquella noche fue una pesadilla continua.

Nunca más volvimos a ver a Don Martín.


Publicado el 15 de julio de 2018 por Edu Robsy.
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