El Hombre que No Hacía Sombra

Arturo Robsy


Cuento


El sol es un astro enteramente neutral, al menos, eso dicen los astrónomos: todo lo más tiene unas ridículas manchitas y períodos de turbulencia cada once años: nada que le pueda comprometer. Los griegos, sin embargo, pensaban de otra modo: Apolo, que conducía el carro del sol, también lanzaba las flechas de la peste y, en ocasiones, se enfadaba como un demonio y era de temer. Los griegos era un pueblo observador. No diré que tuvieran razón, no, pero sí ojo clínico y talento para explicar las cosas en lugar de hacerse telescopios. Cerebros de primer orden estos griegos.

Mi experiencia es más reducida. Yo viene al mundo con un pan debajo del brazo, pero, una vez que me lo hube terminado, tuve que espabilarme para continuar en la brecha. Verán: la humanidad es variopinta (como dice un poeta que rima Francia con fragancia) y tú cuando naces, es como si te sometieras a un sorteo. O, al revés, quienes acuden a la rifa son tus padres. Naces rubio y las cosas van bien; naces moreno o alto o delgado o fornido, o listo o matemático, o atleta, o guapo y tampoco tienes que preguntarte: las cosas siguen bien. Pero también hay otros aspectos y puedes emerger cojo, o tuerto, o enano, o místico, o poeta, o jorobado, o estrábico, o zoquete, o ambiguo, y, entonces, da lo mismo que te preocupes o no: las cosas van pésimas y no tienen solución. ¿Comprenden el juguete? Son asuntos de la Naturaleza y la Naturaleza es sabia. Nosotros, no, ya que no conseguimos entenderla. En todo caso, los perfectos aman la perfección. Y los imperfectos también si les dejan los otros. Los griegos, los espartanos, vuelven a ser ejemplo por aquel viejo asunto del Taigeto, por donde despeñan a todo quisque que no nacía en perfecto estado de revista.

Yo, afortunadamente, ni soy cojo, ni poeta, ni zoquete; poseo una dentadura envidiable y una vista tan penetrante como las agujas de los practicantes. Pero no soy perfecto, no: me falta algo esencial y esta carencia me provoca animadversión de los demás mortales. La cosa es sencilla: tengo de todo (hasta vergüenza), de todo, menos sombra.

Ya saben: se dice "qué mala sombra tiene el tío", o "qué buena sombra", pero esto, créame, es un eufemismo para los que no la tenemos de ninguna clase. Nos ponemos al sol y podemos hacer cualquier cosa, hasta achicharrarnos, cualquier cosa menos sombra. Supongo que de antepasados nuestros han nacido las leyendas de los vampiros y de los fantasmas.

Nada más erróneo. Yo soy real, de carne y hueso hasta que se demuestre lo contrario. Generalmente el que hace esta demostración es el forense que certifica nuestra defunción, pero esto no viene al caso. Tengo sangre en las venas. Soy átomos, lo cual ya es decir demasiado. Pero no tengo sombra. Tampoco la he perdido.

¿Y por qué? Vayan ustedes a saber. Quizá el flechero Apolo me la tiene jurada. Quizá mi estirpe es de otra galaxia. Quizá se debe a que tengo una especial longitud de onda; el caso es que, ni con el sol, hago una mala sombrita en el suelo o las paredes.

¿Les parece divertido? Prueben ustedes a ir a una leprosería a enseñar sus carnes sanas y ya verán la cara que ponen los enfermos. Prueben a ensalzar el placer de la música entre un grupo de sordos y observar su reacción. Hablen a los ciegos de las maravillas de la pintura universal, y esperen. Escriban un bello poema rodeados de analfabetos y miren sus caras (y sus puños). Comenten la teoría de la relatividad en un círculo de abaceros. Expliquen historia en un congreso de anarquistas, o alaben a Nietzsche entre los marxistas-leninistas. Son curiosas y educativas experiencias que ensanchan los horizontes del espíritu. Pero, amigos, no hay nada peor que ser diferente a los demás. La gente tiene el agradable hábito de referirse a los otros por sus defectos: el Cojo tal; el Tuerto tal; el Asno tal... Así es como funciona la psicología, conque hay motivos para echarse a temblar si te presentas sin sombra ante la opinión pública.

Sin sombra, tanto puedes ser un conspirador a la usanza de Espronceda, como un pervertido semejante al marqué de Sade. No importa nada sino que no eres de fiar. La sombra consolida, define los contornos, da la medida de tu humanidad y, sin ella, no puedes esperar más que la desconfianza de tus vecinos. Además, ¿qué me dicen del pudor? Sin sombra andas desnudo por la vida, avergonzado, y es que la sombra es un velo mágico: disimula arrugas; encubre ojos fatigados; esconde brillos vergonzosos en los codos y en los fondillos de los pantalones; aumenta tu estatura; te embellece, en suma. Pues bien: todo eso me falta a mí.

Pero hay más: imaginen que están con una mujer hermosa. Imaginen que cae el otoño de los árboles, junto con las hojas, y que el tiempo se hace lento y lánguido, propicio para las caminatas y los besos en la penumbra. Hagan un esfuerzo más: están paseando por la vereda de un parque. El sol se hunde definitivamente. Ahora está al mismo nivel del horizonte y las sombras de los árboles se alargan al infinito. Ustedes, enlazados con la mujer, hablan de lo futuro y se detienen para besarla; y, entonces, ella da un grito de sorpresa y mira el camino poblado de largas sombras. "Y la tuya" —pregunta. ¿Hay mayor vergüenza? Además, la mujer lo dice como si carecer de sombra fuera estar en la más ruin de las miserias.

Meterse a vagabundo, para huir de la sociedad, de nada vale. Bien pronto andarían por ahí los graciosos comentando que eras tan pobre que habías empeñado hasta tu sombra. Las otras profesiones, tampoco. ¿Se fiarían ustedes de un empleado suyo que no tuviese sombra? ¿Se pondrían en manos de un médico así? ¿Confiarían sus secretos a un abogado de este calibre? ¿Le comprarían un coche a un individuo sin sombra? Es muy posible que no. Y ustedes, señoritas, ¿se casarían con un tipo semejante?

Ya se lo dije al principio: al primer golpe de vista parece divertido esto de no tener sombra, pero, después, cuando se estudian los pros y los contras, es como para echarse a temblar.

¿Y entonces? No puedes trabajar ni echarte a los caminos. Eres muy poco espectacular para exhibirte en un circo, de manera que estás condenado a la escasez, o al hambre, que es peor, o a la miseria, que ésa sí que muerde.

¿Y a quién le debo esto? Al padre sol. Sí, ya sé que él es, según los astrónomos, un astro neutral. Pero los astrónomos no tienen ni zorra idea de estos asuntos. El sol me ha tomado ojeriza y me anda buscando las vueltas. No sé por qué. No lo imagino. Tal vez me vio y dijo: "mira: con éste me voy a entretener", y, ¡hala!, a estar sin sombra. Y conste que sombra no se le niega a nadie, ni al más repulsivo de los gusanos. Otra de las cosas que me convencen de que el sol me tiene manía son los eclipses. Siempre que hay uno parcial yo estoy, por casualidad, en el lugar donde no será visible; y lo mismo sucede con los totales.

La noche, que realmente sería deliciosa para mí, me ha hecho traición. En ella, si ella fuera decente, disimularía mi defecto, pero con tanto urbanismo y tanto desarrollo, hoy por hoy todas las calles tienen unas farolas enormes, luminosísimas, blancas. Ya no hay noche y, por lo tanto, ya no hay paz para mí.

Ahora ya me he resignado. Algunos familiares, por riguroso turno, me han alimentado y vestido. Y yo, medito. Sueño en eclipses eternos. Es más: sueño en aquello de "las tinieblas exteriores donde todo es llanto y crujir de dientes". Soy religioso. Muy religioso. Todos los desgraciados lo son tarde o temprano, pero, vive Dios que me gustaría condenarme. Lo del llanto y crujir de dientes me tiene sin cuidado, que a eso se acostumbra uno aprisa. Con todos mis respetos, no soportaría un paraíso luminoso para que los otros bienaventurados descubrieran mi defecto y me tomasen a chacota por toda la eternidad. Luz he tenido bastante en mi vida, de modo que ahora pido las tinieblas y, repito, al llanto y al crujir de dientes ya me he habituado andando por esas calles de Dios.

Si algún físico lee esto, sé que dirá: "es imposible; tal fenómeno jamás ha existido". Yo, modestamente, le recordaría también que era imposible para San Agustín que la Tierra fuese redonda y que girara en torno al Sol (y ser santo es más que ser físico, por mucho que progrese la ciencia). Le recordaría —continúo— que para Hipócrates era tan imposible el trasplante de corazón como para nosotros la velocidad de la luz. Y que para Descartes el cálculo diferencial hubiera sido una chaladura. Puestos los ejemplos, pregunto: ¿es imposible de veras mi caso? ¿Qué se sabe, en realidad, de la luz y sus misterios? ¿Es una onda electromagnética? ¿Qué hay de los fotones? ¿Es energía o materia? Y, si esto no les convence, supongo que hasta Santo Tomás se conformaría ante un hecho irreversible.

Ahora, últimamente, mi situación ha mejorado, pero no lo suficiente. Aún así, algunas personas caritativas me han tomado a su cuidado y tienen la delicadeza de no mirar tras de mí, e insisten, sólo para consolar, en que sí hago sombra. Buena gente.

Pero, ¿saben?, mi problema es único y, por lo tanto, sin solución. Todo el mundo trabaja para atajar el cáncer y el infarto, porque los cancerosos son muchos, y más los cardíacos, y, entonces, pues sí que es negocio. Pero yo no. ¿Qué se ganaría curando una dolencia de la que sólo existe un caso? Nada. De acuerdo en que esto es inmoral, pero la inmoralidad suele ser más razonable y lógica que la justicia.

Por eso —repito— me conformo y me paseo muy despacio por el jardín, mirando el sol de frente y odiándole. Sí, le odio por lo que ha hecho conmigo. También, cuando me siento en el banco de al lado del surtidorcillo, suelo recordar a los dorios, tipos sin escrúpulos que fueron a Esparta y dieron a luz hombres tan duros como Licurgo, y, entonces, echo de menos el Taigeto, por donde me hubieran despeñado de tener la suerte de nacer en ese tiempo. ¿Imaginan la de cosas que me hubiera ahorrado?


Nota de la Dirección: en el caso de que estas líneas vean la luz por un motivo u otro, es deber de conciencia advertir al lector de que la presente historia fue escrita en el Manicomio Provincial por uno de nuestros "clientes". En nuestra jerga, un paranoico con claros síntomas de manía persecutoria.


Publicado en el Diario Menorca el 27 de diciembre de 1972.


Publicado el 9 de octubre de 2020 por Edu Robsy.
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