Al lector:
El día de hoy, dieciocho de julio, tiene un "especial relieve", para utilizar el lenguaje periodístico. Por eso quisiera dejar por ahora las historias de cada uno y escribir la del progreso o, al menos, la de su momento.
Al lector que continúe la lectura:
Las cosas que paso a relatar sucedieron en un pueblecito con visos de ciudad, en uno de esos lugares que siempre han sido propicios a la siesta estival o al juego callejero de los niños bajo la mirada paciente del perro vagabundo.
En tales sitios veinte años pueden significar lo mismo que veinte meses y, en verdad, cuando la paz dura es indiferente el tiempo. Sin embargo, algo había cambiado en el pueblo: la Remedios, la del Renco, parió trillizos; se hizo, además, una desviación para la carretera de segundo orden que antes atravesaba la calle Mayor, y se abrió una explotación municipal de maderas que a todos daba beneficios por más que el descreído del herrero se empeñase en decir que "todo se lo quedaba, como de costumbre, el Ayuntamiento".
Y, en esto, llevaba su parte de razón, que ningún dinero vieron los vecinos, pero, en cambio, se encontraron con la Plaza Grande embaldosada, con una traída de aguas (que más eran claro que otra cosa), con Teléfonos y con un Teleclub que arruinó al Paco, el que, una vez a la semana, se traía una película de la cercana ciudad y la proyectaba en su almacén de grano.
También, hasta hoy, sucedieron otras cosas dignas de mención: el hijo del Tobías, el carnicero, se fue a hacer la mili a África, y Segismundo regresó de "Tulús" (léase Toulouse) de la Francia, con el oficio de fontanero bien aprendido de once años, de manera que, enseguida, se puso a remendar tuberías y a taponar los incorregibles grifos.
Esta es una bucólica estampa en la opinión de algunos; según otros, es simplemente, el retrato de un ataúd colectivo, de una fosa donde todos morían del mismo mal: Aburrimiento Insoportable y Prolongado.
Don Cosme, el boticario, abundaba en esta opinión, y no era de los acomodaticios que consiguen su tertulia con el maestro, el alcalde, el cura y el médico, sino de las cabezas planas que se obstinan en vivir a su aire, y, sobre todo, en no dejar a los demás en paz. Sí, porque el segundo oficio de Don Cosme (concejal electro) era el de protestón titulado de la localidad, e incordio de primera categoría.
Cazaba, y maldecía alternativamente contra la mixomatosis y el moquillo.
Bebía vino, y renegaba de la pésima calidad del agua con que lo "elaboraban".
Bebía agua, y gritaba contra la maldita lejía que llevaba encima aquella pócima.
Y los pueblerinos, al escucharle, se daban silenciosamente con el codo para murmurar después: "¡Este Don Cosme...!" "Las cosas que tiene Don Cosme...". Con lo cual queda demostrado que nadie, ni el perro vagabundo de mirada ecléctica, le prestaba atención.
Sin embargo, un día estalló el escándalo o, al menos, un simulacro de él. El vecindario en pleno había asistido a la gesta del "Eagle" al posarse en la luna y, aunque no quedó muy convencido, la cosa causó sensación. Ahora bien, cuando fueron tres las veces en que los hombres se subieron a la luna, las dudas desaparecieron y el pueblo, por boca de sus principales, manifestó su franca admiración.
—Es el progreso —decía uno.
—Los sabios —afirmaba otro— son cada vez más sabios.
Un tercero, Don Cosme, daba la nota disonante:
—El progreso y una porra: mientras la gente se muera de hambre...
Y es que, aún para estar equivocado, es preciso tener las ideas muy claras.
Luego el alcalde, un hombre jovial y con una inusitada capacidad para las ilusiones, lanzó a rodar su mejor idea:
—¿Por qué no hacemos un monumento al Progreso?
Todos —o casi todos— le aplaudieron entusiasmados y, de esta forma, se llegó a la más tempestuosa de las reuniones del Pleno del Ayuntamiento, donde cada cual quería dar su opinión, y, algunos incluso bocetos del futuro monumento.
Se pensaba en astronautas o en figuras alegóricas a base de engranajes alados y bellas y desnudas muchachas; y ya parecía como si sólo faltase llamar al escultor y pagarle buenos dineros por la chapuza.
Pero hubo un disidente, el eterno Don Cosme, boticario pródigo en berrinches y en malos humores, que se levantó e impuso silencio para preguntar —inmediatamente después—, que qué les había dado el progreso a ellos, salvo —naturalmente— ese instrumento de tortura llamado "televisor".
Y, así, cada uno fue explicando sus definitivos puntos de vista sobre tan delicada cuestión.
—Hoy en día, dijo un viejales sordo y miope, estás enterado de todo lo que sucede gracias a la radio y a la televisión. Antes no sabíamos nada, éramos unos paletos, y...
El médico intervino y habló, ¿cómo no?, de las sulfamidas, de los antibióticos, del D.D.T., de las avanzadas técnicas quirúrgicas (¡Trasplantes de corazón!) y de la prolongación de la madurez y de la vida.
El maestro afirmó que la educación había progresado, que los niños tenían más interés por todo y que ya quedaban muy pocos analfabetos trotando por esos campos.
—Los libros —dijo— son mejores y también los profesores jóvenes, o, al menos, tienen más psicología.
El cura defendió decididamente su postura: los hombres y las mujeres eran, hoy en día, más responsables, más conscientes de su deber ante Dios y ante sus semejantes. Cierto que se cometían algunos desmanes por exceso de liberta, pero ¿acaso no creó Dios libre al ser humano?
Los demás fueron llamando la atención del público sobre la aviación, los rápidos transportes, los gigantescos barcos (200.000 tm), la energía atómica, el aprovechamiento racional de los cultivos y de las cuencas fluviales, la mecanización del campo, las presas... incluso alguien nombró el turismo y "las guapas mozas que nos vienen cada año". Era el Segismundo, el fontanero que, por su trabajo, iba a menudo a la ciudad y se quedaba embelesado contemplando tanto pantaloncito corto y tanto muslo al aire.
Sin embargo, Don Cosme, el carril Don Cosme, no se dejaba convencer, antes al contrario, arrugaba más y más el entrecejo y proyectaba sus fruncidos labios hacia adelante: era tan obstinado como un buey. Y, al final, se disparó:
—Yo os diré lo que el progreso significa: ¡La contaminación! El aire se acaba y el agua también, y las plantas y la tierra, todo por esta manía de producir más y más cosas que nadie necesita de verdad. Y luego están las faringitis crónicas de tanto fumar, beber o respirar el maldito polvo de las industrias. Y los cánceres. Y el infarto de miocardio, que es el que más mata, gracias a que ya no sabemos ni vivir y acabamos con nuestro corazón.
Y, además, ¿quién es el que hoy en día no tiene una enfermedad de estómago o intestinos? La alimentación ha dejado de ser lo que era y comemos muchas porquerías: por eso nuestra dentadura es peor y se pudre fácilmente. ¿Y qué me decís de la bronquitis? ¿Y de los nervios desquiciados? ¿Y de las drogas? ¿Y de la creciente violencia en el mundo? ¿Y de la crisis de la familia? ¿Y de...?"
Todavía habló un rato más y supo elegir las mejores palabras para poner los pelos de punta a los que le escuchaban. Al fin, el médico le interrumpió.
—¿Qué es, entonces, lo que nos espera?
—La catástrofe. —dijo el boticario como un oráculo— Dentro de un par de siglos no habrá hombre ni nada en la tierra.
Y, luego, hizo su extraña petición:
—Propongo que, si se hace el monumento al Progreso, se levanten igualmente alegorías al Cáncer, al Hambre, a la Guerra, a la Delincuencia, a la Toxicomanía y a las demás cosas que antes he citado.
El alcalde, en vista del cariz que tomaba el asunto, se retiró a deliberar con dos o o tres de los más allegados. Don Cosme les había asustado pero, fuesen las cosas del color que fueran, ellos, los habitantes de aquel pueblecito, nada podían hacer por remediarlas. Y sin embargo, seguía existiendo el hecho evidente de que el Progreso estaba allí, en forma de automóvil, de teléfono, de libro, de maestro, de viajes, de luz, de máquinas, de inteligencia... Por fin, dictaminaron con frase lapidaria:
—Don Cosme es un cenizo.
Y, en efecto, poco tiempo después de construyó el tan discutido Monumento al Progreso. Y, en cuanto lo que Cosme dijo, tuvieron buen cuidado de utilizarlo para el bien de la comunidad. El Alcalde, en un bando, lo explicaba a la población:
—...y considerados los riesgos de enfermedades de toda clase que el Progreso puede reportarnos, esta Comisión acuerda montar otra farmacia a expensas del municipio, para prevenir cuantos peligros nos acechan. Dicha plaza de farmacéutico quedará a....
Don Cosme, claro, no pudo encajar la pulla. Dijo, simplemente, que "hoy en día la gente no tenía ya vergüenza".
Cosas, sin duda, del Progreso.
Nota:
Con el programa espacial se han conseguido las comunicaciones instantáneas con todo el globo. Y, a través de los satélites, se llega a una mayor predicción y vigilancia del tiempo, evitando así que ciclones y maremotos causen más víctimas. También gracias a estos satélites, se confía en difundir programas educativos en los países más subdesarrollados, para ensañar a la población a mejorar sus precarias condiciones de vida.