Episodios Nacionales

Arturo Robsy


Cuento, crónica


Prologuito


Dicen algunos que soy muy observador. Mentira. Las cosas que veo es que están muy ahí, al alcance de cualquier ojo por miope o astigmático que sea, y, aún así, muchas se me pasan por alto, porque soy muy distraído y, entonces, me las tienen que contar para que pueda, por fin, olvidarlas cómodamente.

Otras, en cambio, no se me van de la cabeza y, cuando las comento, resulta que, a lo mejor, son falsas, lo cual es muy bueno para un tipo que se dedica a contar historias.

No soy metódico tampoco, pero, por juego, me molesto en llevar un par de ficheros y un cuaderno donde apunto y clasifico los pintoresquismos con los que me doy de bruces.

Tenía que titular de alguna forma este trabajito supletorio, que hago, generalmente, cuando paseo con la novia o me voy de picos pardos por las tabernas (que de todo hay en la viña del Señor). Y he aquí que le he puesto "Episodios Nacionales", porque contiene las bravas aventuras que todavía hoy se pueden correr en mi tierra, que, salvo excepciones, dignas del mayor respeto, es también la suya, lector.

Y, después de todo este prologuito, pasemos a las duras realidades, no sin advertir que algunas de ellas pueden ser falsas, bien porque me las contaron ya falsificadas, bien porque yo no resistí la tentación.


1.º— Tengo en mis manos un precioso panfleto verde que anuncia las fiestas de Alcaufar, esa cala incomparable que todavía no ha sido falsificada convenientemente. Quienes lo redactaron tenían un buen sentido del humor, un excelente sentido, que yo les agradezco. Así, anunciaban con simpatía:


"Grandes Fiestas en ALCAUFAR-CITY, 73."


Y, a continuación, las memorables fechas de la celebración, el repique general de campanas (o "campana", porque ustedes deben conocer por fuerza la ermita de Alcaufar), los juegos infantiles, la Gran Verbena, la Gran Hoguera, con Iluminación de la costa, fuegos artificiales y traca.

Continuaba con la impepinable misa (a Dios lo que es de Dios), el popular pasacalles, la "Fabulosa" GINKAMA (que, por cierto, he visto esta palabra escrita de las siguientes formas en los últimos años: Jynkama, Chinkama y Gymkhama), la cucaña, de honda raigambre menorquina, una suelta de patos (que debió ser divertidísima) y competiciones de todo tipo, sin olvidar el encuentro de fútbol entre el C.D. Alcaufar y el C.D. S'Algar, que ignoro si serán o no rivales por el aquello de la proximidad y la competencia.

Terminaban las fiestas con solemnes disparos de morteretes. Todo muy bien. Agradable y de buen gusto. Sentí no acudir, sobre todo por aquello de la "suelta de patos" y sonreí con el finísimo humor que respiraba por todo el programa: incluso ante la recomendación de que, en esas fiestas, la gente se emborrachara con Gin Beltrán en lugar de con cualquier otro de menos garantía y efectividad.

Muy bien, sí, pero, con letra pequeña, al lado del anuncio de una rifa, decía el programa escuetamente:


SE REPARTIRÁ MUCHO PEY


Pasé mucho rato considerando la palabreja y hasta consulté diccionarios importantes. Nada. Tuve que quedarme con la intriga. ¿Es el Pey un pastel? ¿Es un plato típico que no figura en De Re Cibaria? ¿Un combinado de efectos explosivos? ¿Una contraseña para los iniciados?

Solo por esto el Programa de las Grandes Fiestas de ALCAUFAR-CITY pasó a mi museo particular y, al final, catalogué el PEY en el capítulo aquel de las xibecas, las cucas (pel de cuca) y las "tafonas".


2.º—Ahora, con el final del verano atrás ya, y las tormentas y los vientos encima se habla mucho de las escuelas. Personalmente ni tengo hijos a los que enviar, ni recuerdo bien las de mi época, de las que salí más que satisfecho y con las medidas bien colmadas.

Digo, sin embargo, que el asunto de las plazas va de mal en peor. Digo que muchos maestros se ven forzados a trabajar en malas condiciones; que un colegio imparte sus clases en tres locales distintos y separados entre sí; que, en otro, hasta han habilitado una antigua celda carcelaria como aula; que algunos educadores no tienen sitio donde ponerse a educar (que es lo suyo, ¿no?) y que otros educan sin tener los estudios que el Padrecito Estado considera necesarios para extender el correspondiente diploma.

Y debo reconocer que es mucho oír, aún teniendo en cuenta todo lo que se me olvida. ¡Ah! Una cosa se me iba: el correspondiente Episodio:

Me dicen —a título de anécdota— que una madre, el primer día de clases, envió a sus dos hijos al colegio. Uno de ellos se quedó y el otro regresó porque tres de las aulas no estaban todavía en condiciones de habitabilidad.

Y así pasó un día y otro. Y al tercero, la madre dejó que el niño se fuera de excursión con unos familiares para aprovechar el tiempo. Pero fue entonces cuando las tres aulas quedaron en condiciones y empezaron las clases para los niños de la edad de su hijo.

La buena mujer llegó al colegio y explicó al maestro que su niño no asistiría aquel primer día porque estaba fuera de la ciudad. Contestación aproximada del maestro:

—Nos faltan plazas. Los que estén aquí la tendrán y lo que no, se quedarán sin ella.

Es decir que sobran niños por todas partes y falta buena educación en alguna que otra que bien lo necesita. Tranquilícense, porque el niño tuvo su lugar cerca de la inefable cultura.

En cualquier caso, es demasiado oír, sobre todo cuando las malas lenguas dicen que existe una ligera desproporción entre los gastos suntuarios (puertos y así) y los funcionales (escuelas y "lo otro"; pero lo otro no se puede decir aquí para que estropear el período).


3.º—Correos es un organismo que cuenta con todas mis simpatías, a pesar de que diariamente tengo que recoger mis cartas en la escalera y planchar mensualmente la revista "Poesía Española", que me llega excesivamente arrugada.

En Mahón correos cuenta con una habitacioncita aparte, a la que se llega por otra calle después de bajar unas escaleras. Hay en esa habitación una mesa con patas altísimas y los casilleros de los apartados postales, además de dos ventanillas que son una sola, porque la otra solamente la he visto abierta una vez.

Bien, pues por esa dichosa ventanilla (que son dos) uno recoge las cartas que le envían a la lista de correos y retira los paquetes postales y los certificados. En la madera que rodea las ventanillas existen sabrosas intervenciones de los no muy pulcros usuarios. Una de ellas afirma:

"Mara macho, yo, salero,

y para ...X..., el cartero."

Otra se extiende en amenas consideraciones anatómicas que giran en torno de la mujer, y, otras más, comentan eufóricamente el desmesurado tamaño de ciertos órganos del autor... En fin: se trata de la clásica floresta española, más propia de mingitorios de tabernas, meaderos públicos y monumentos megalíticos (donde el talento de estos artistas de un minuto alcanza proporciones épicas).

Pero todo esto, con ser lamentable, sugiere una pregunta: ¿cómo es posible que en un lugar así, frente a un funcionario, los improvisados poetas puedan expresar su genio? Misterios de la quinta dimensión porque, según mi experiencia, no hay tiempo para escribir ocho, doce, dieciséis sílabas desde que se entrega el papelito hasta que se firma el registro. O, tal vez, sí, y los escritos son una forma que tienen los usuarios apresurados de expresar su angustia.


4.º—La Explanada de Mahón es todavía una bella plaza. No importa que se hayan cepillado los viejos setos, ni que el césped que sembraron en su lugar crezca desmedrado y a trozos.

Es delicioso pasear por ella a la hora del atardecer, sentarse en uno de sus bancos metálicos a mirar cómo alborotan los niños, o comerse un polo: hay dos kioskos donde comprarlos y en los dos son excelentes.

También se agradece, cuando pega el sol de plano, el fresco de la fuente que, esta vez, no tiene sapo ni más adorno que la inefable agua. Lo que ya no es tan de agradecer es un señor con gorra de plato (con franja verde), que se pasea por allí con un palo en la mano y mira a los que se paran delante de la fuente como si fueran criminales en potencia.

A uno le entra un no sé qué de angustia y otro qué sé yo de ira, porque la culpabilidad que el buen hombre le supone a veces llega a fastidiar bastante.

Este ciudadano, con su palo bien a mano y visible, tiene la costumbre de dar vueltas a la fuente por el lado del bordillo que la rodea, de manera que el mirón, no tiene más remedio que apartarse cada vez que el señor del palo se empeña en pasar. Porque él, por supuesto, es un mandado y no lo hace.

Pero no acaba aquí la misión de este respetable súbdito. Tras la fuente se ha construido una pequeña glorieta con bancos donde acuden en ocasiones jóvenes parejas de extranjeros (rubio él, rubia ella, entrambos rubios), novios e incluso matrimonios no muy hastiados.

Entonces el Hombre del Palo se aproxima sin quitarles los ojos de encima, o les vigila desde corta distancia, lo cual crea en estos usuarios de bancos públicos una incomodidad que se manifiesta en su más o menos precipitada fuga.

Sólo así el Hombre del Palo queda satisfecho y suspira, porque, seguramente, se había pasado todo el tiempo temiendo por la fuente. Y tiene razón, claro, porque yo mismo he visto como algún viajante extranjero se subía al césped para remojarse las manos o para que le sacaran una foto.

Y es el fútbol, que nos tiene acostumbrados a ver campos donde el césped no sólo se pisa, sino que se patea a conciencia y sin ninguna consideración. Así pues, es justo que haya un hombre que impida semejantes abusos.

Lo que ya no es tanto es que que dicho Ciudadano se ponga a gritar y a agitar el paso cada vez que otro no menos honrado ciudadano pisa el bordillo para descansar así más cómodamente la pierna. Y no lo es porque enfrente, en el paseo, existe otro bordillo, igualmente pegado al césped, donde se sientan con general satisfacción, incluso el mencionado señor de gorra de plato y palo.

Y tampoco es justo que, en ocasiones, otro vigilante refuerce al ya citado; sin palo él, pero con un pito que para el corazón del que comete la falta y del que pasaba por allí, ajeno por completo a estos asuntos de alta jardinería. Moraleja: respetadla, pero tened consideración con los pobres bípedos implumes.


y 5.º—También debo referirme aquí a la Explanada que, entre nosotros, es un saco de sorpresas, empezando por el paso cebra, que todos respetan porque es de ladrillo, mientras que a seis metros (centímetro más o menos) hay otro que, por estar pintado, es insalvable la mayor parte de las veces.

Pero los pasos cebra son una historia de ámbito nacional con la que no me atrevo. Quiero hablarles de unos curiosos artefactos que, en número de dos, reposan en los parterres de la Explanada, en el césped, sobre un podio de cemento, y a un palmo del bordillo donde la gente se sienta y los niños se ponen de pié.

Estos chismes son metálicos, están pintados de azul grisáceo y tienen en su centro un rectángulo blanco donde se ve un rayo rojo que alcance a un pobre hombre cojo también. La cosa no deja lugar a dudas: aquello mata o puede llegar a hacerlo, porque, si no, ¿a santo de qué el rayito y el hombre achicharrado?

Los niños corretean sobre ese bordillo, que se construyó especialmente con un voladizo para que la gente se sentara en él. ¿Qué pasa? ¿Es que no hay solución mejor para la carencia de plazas escolares que los transformadores? En fin: los niños no protestan y algo debe querer decir esto. Ya veremos más adelante.


Nota: en el párrafo segundo digo "lo otro, que no se puede decir aquí". Me refería a los urinarios públicos, que, por muy cómicos que parezcan, son a veces utilísimos. Sobre todo si a uno no le da la gana de gastarse diez pesetas en un bar.


Publicado en el Diario Menorca el 25 de septiembre de 1973.


Publicado el 28 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.
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