Historias Desconocidas (en Todo o en Parte)

Arturo Robsy


Cuento



La fecha de la Creación y otras

James Usher, arzobispo de Armagh (Irlanda), llevado de la fatuidad de los sabios estableció en 1650 que la creación del mundo tuvo lugar en el año 4.004. Su contemporáneo, el doctor John Lightfoot, vicecanciller de la Universidad de Cambridge, dio un paso más y sostuvo que "el hombre fue creado por la Trinidad el día 23 de octubre del año 4.004, a las nueve de la mañana".

Yo mismo poseo un curioso libro:

ANEW
Geographical, Historical and Commercial
GRAMMAR
and
present state of several
KINGDOMS OF THE WORLD

de William Guthrie, Esq. Editado en Londres por Edward and Charles Dilly en MDCCLXXXIX (1779).

En las tablas cronológicas del final de volumen se lee:

—4004. Creación del Mundo y de Adán y Eva.

—4003. Nacimiento de Caín, el primero que nació de hombre y mujer.

—2348. El mundo es destruido por el Diluvio, que continuó 377 días.

—2247. La Torre de Babel: Dios confunde las lenguas de sus constructores.

—1897. Las ciudades de Sodoma y Gomorra son destruidas por sus pecados.

—1822. Memnón, el egipcio, inventa las letras.

—1198. El rapto de Helena por París.

Y en 1193 la guerra de Troya.

Una historia de fantasmas en la Antigüedad

Apuleyo, en el capítulo que ya no suele aparecer en las modernas ediciones de sus Metamorfosis por considerarse apócrifo, explica de la siguiente forma lo que le contó un galo supersticioso, que juraba haber sido el protagonista de la aventura:

Este galo, comerciante de vinos en los alrededores de Lutecia (actual París), afirmaba que, a mediodía, hora muy poco propicia para los espíritus, se dirigió de su casa al almacén donde guardaba sus mercancías.

Nada más atravesar el umbral del patio notó que el lugar le era desconocido, por más que se hallaba seguro de haber entrado en su almacén. Donde estuvieron antes el empedrado, el pozal y unos odres inútiles, ahora se extendía una especie de páramo negro, cubierto en parte por rayas amarillas que se perdían en la distancia.

El suelo oscuro no era de piedra ni de tierra ni de nada parecido. Desprendía un olor fuerte y era elástico al tacto. Afirmaba el galo que, dada su sorpresa y su confusión, comprobó varias veces cada uno de estos detalles hasta que otros prodigios aún le admiraron más por considerarlos negocios de brujería.

Caminó por aquel páramo un poco desorientado. A ambos lados podía observar campos de cultivo y árboles conocidos; y, cerca de él, una gran casa semejante a aquellas que en Roma habitan las clases humildes, pero de más de veinte pisos.

—Alta como la Peña Tarpeya, y el Teigeto juntos —fueron sus palabras—; con las ventanas cubiertas de cristal y extraños gallardetes en la terraza.

Juraba, así mismo, que pudo contemplar a varios habitantes del lugar, brujos sin duda, o frutos de su mente enferma. Llevaban cortos los cabellos y las barba afeitada a la usanza romana y vestían extrañas calzas y pantalones como los antiguos galos, pero no de cuero, sino de tela.

Vio, además, coches sin caballos que corrían estruendosamente por el negro páramo y pájaros metálicos enormes que atravesaban el cielo en medio de espantosos rugidos. Lleno de pavor se arrodilló e invocó a Teutates, el Dios Galo de los viajes, y, entonces, por la merced de su oración, se encontró de rodillas en el patio de su almacén.

Como prueba de esta extraordinaria aventura el galo mostraba un raro objeto de porcelana que escondía en su interior un alma metálica y estaba ennegrecido por el fuego y por la grasa; en su superficie se leían algunas letras latinas sin sentido. Lo recogió del suelo un momento antes de invocar a Teutates, puesto que uno de los extraños brujos lo dejó caer al verle.

Lo cierto es que a nadie se le alcanza qué extraño artífice ha podido fabricarlo con tanto esmero y perfección.

Ahora recojo una nota aparecida en el París Jour del 17 de diciembre pasado:

"Alarma en los alrededores de Orly. Ha sido un fantasma. La aparición sucedió a plena luz del día en las cercanías de un edificio de viviendas para el personal civil del Aeropuerto de Orly. Varias personas afirman haber visto la figura semitrasparente de un hombre con extrañas vestiduras y el pelo cogido en una trenza. Llegó a las inmediaciones de la casa andando por la carretera. Parecía despavorido, como un alma en pena. Luego, se arrodilló y gritó ¡Teutates! un momento antes de desaparecer. Como dato curioso, parece ser que se llevó en la mano una bujía de automóvil que uno de los espectadores dejó caer en aquellos momentos".

Y yo me pregunto: ¿quiénes eran las fantasmas y quiénes los vivos en esta aventura?

Petronio y los hombres-lobo (o licántropos)

Seguramente es Petronio el escritor romano que mejor ha descrito la vida y las costumbres de su época. Su Satiricón, aparte de su valor documental, ha tenido y tiene el encanto del libro subido de tono, verde, lúbrico y deshonesto. He aquí por qué no suele faltar en las bibliotecas de los hombres maduros. Pero en Petronio también se encuentran extraños relatos como éste de un hombre-lobo de los tiempos de Neŕon. Lean:

Era yo todavía esclavo y vivíamos en la callejuela donde está actualmente la casa de Gavilla, cuando, por voluntad de los dioses, me convertí en el amante de la mujer de Terencio el tabernero. Seguramente la habréis conocido: se llamaba Melisa la Tarentina y era una preciosidad. Podéis creerme si os digo que no estaba enamorado de ella principalmente a causa de su bonito cuerpo o del placer que me proporcionaba el yogar con ella, sino, sobre todo, por sus excelentes cualidades. Nada de lo que pedí me lo negó jamás, de suerte que si ganaba un as, la mitad era para mí. Fiaba al cuidado de la joven mis ahorros y nunca mi confianza se vio defraudada. Su marido murió en la alquería que ambos poseían, y entonces anduve de cabeza tratando de hallar el medio de ir a reunirme con ella. En tiempo de prueba es cuando se conoce a los amigos.

Habiendo ido mi amo a Capua a vender algunos géneros, aproveché la ocasión para persuadir a un huésped que teníamos de que me acompaña a un lugar que distaba cinco millas. Era un soldado más terne que el diablo. Nos pusimos en camino a eso del canto del gallo, alumbrados por la luna que brillaba de tal modo que parecía pleno día. Como al llegar a un paraje cubierto de tumbas advirtiera que mi compañero se dirigía a las estelas, tomé asiento al tiempo que canturreaba y empecé a contar los monumentos. Al cabo de poco rato me volví hacia mi acompañante y le vi desnudarse y dejar la ropa a la vera del camino. Notaba yo en la boca un sabor a carroña y permanecía inmóvil como un cadáver. Acto seguido observé que se orinaba alrededor de sus vestidos; mi pasmo subió de punto al reparar que se había transformado en lobo. No creáis que estoy bromeando; por mucho dinero que me ofreciese, no podría mentir. Así que, como os venía diciendo, desde que se convirtió en lobo, comenzó a aullar y echó a correr en dirección al bosque. No sabía yo primero donde me encontraba; luego me acerqué donde dejara su ropa, para recogerla, pero se había trasmutado en piedra. Si alguien ha sido alguna vez presa de un miedo cerval... No obstante, saqué mi espada y, más muerto que vivo, fui hendiendo las sobras con ella hasta que llegué a la alquería de mi amada. Entré en la casa como un espectro y poco me faltó para que feneciera; el sudor se me deslizaba piernas abajo y tenía los ojos hundidos y vidriosos como los de un cadáver. Costó gran trabajo hacerme volver en mí. Melisa se sorprendió de que hubiese estado vagando hasta tan tarde y me dijo:

—Si hubieras venido antes al menos habrías podido echarnos una mano; ha entrado un lobo en el aprisco y ha degollado todos los corderos como si fuera un carnicero. Sin embargo, mal habrá debido de irle, ya que uno de nuestros amigos le atravesó el pescuezo con un lanzazo.

Cuando oí aquello, imposible me fue pegar el ojo, de modo que, apenas se hizo de día, salí precipitadamente hacia casa de mi amo Cayo, donde había de presentarme como posadero despojado por los ladrones. Al pasar por el paraje en que los vestidos quedaron convertidos en piedra, solo vi allí una gran mancha de sangre. Pero al entrar en casa, encontré al soldado en la cama, enfermo como un buey, y un médico estaba curándole la gorja. Comprendí, entonces, que era un duende y, a partir de aquel día, no habría podido comer un pedazo de pan en su compañía, aunque me hubiese el matado. Piense cada cual lo que quiera respecto al caso, pero, si miento, que vuestros genios tutelares desahoguen en mí su cólera.

El espíritu perdido del mundo

En el Rig-Vada (cap. VIII, edición de Paul Gervais, El Havre, 1770), el sabio hindú Ahdrianayath habla del Espíritu Perdido del Mundo. La colección de los Vedas es varios siglos anterior al nacimiento de Buda y, por supuesto, al de Jesucristo. Adrianayath dice lo siguiente (téngase en cuenta que se trata de una traducción deficiente de una deficiente traducción). Adrianayath era llamado también Gritsamada y fue raptado por los Asuras cuando cumplía un sacrificio.

Dígnese Varuna y el Sabio Mitra sostener la verdad de cuanto os cuento. En el Año del Toro los Dioses decidieron anegar la tierra y, con ella, a todas las criaturas que les habían decepcionado con sus costumbres y su impiedad. Por su justicia los dioses consideraron oportuno dejar con vida a los mejores de los hombres y de los animales, según Indra, el que detuvo y dio libertad a las aguas abundantes, ordenó. Y, así, los Espíritus fueron enviados a proteger a los elegidos.

Sucedió el diluvio por voluntad de Indra y Varuna y durante cuarenta tiempos las aguas barrieron la superficie de los continentes y el rayo cabalgó los cielos de Oriente a Occidente. Y, cuando hubo concluido el castigo, los dioses volvieron a llamar a su lado a los Espíritus: así se comprobó que uno faltaba.

Era el Espíritu del Mundo, el encargado de velar por la razón y la coherencia de todos los sucesos.

—Se le han quebrado las alas —dijeron los dioses— y el Espíritu Perdido ha quedado atrapado para siempre en la Tierra.

Y, a continuación, transcribo parte de la carta que José Miguel Montgolfier escribió a Jean Leduc, amigo del primer hombre que fue capaz de remontarse en el cielo de un modo efectivo. Esta carta figura, con otras muchas, en el tomo II de "Correspondances", editado en 1790 por Herve Lebrun en París:

...y debo confesarte que sufrí una curiosa alucinación, causada, quizá, por el enrarecimiento del aire o por el vértigo de la altura. De cualquier modo que fuera, he de resaltarte que en las dos ascensiones anteriores no tuve ningún percance de este tipo, aunque bien es verdad que tampoco me elevé como en esta ocasión.

Soy, sin duda, el primer hombre que ha levantado los pies del suelo y vive para contarlo... pero ya te hablaré más tarde de la impresión que volar produce en el ser humano, porque antes es preciso que te explique en qué consistió mi pasmo:

Cuando no distinguía ya a los hombres de los demás accidentes que forman la superficie de la tierra y el viento del Oeste me arrastraba fácilmente hacia levante, comprobé que alguien se removía bajo las lonas del rincón de la barquilla. Supuse al momento que se trataría de algún joven y aventurero caballero deseoso de ganar notoriedad, pero cuando le pude contemplar a mi sabor tuve que olvidarlo.

Era un hombre alto y apuesto, con la piel de natural oscura, no quemada por el sol y la intemperie. Tenía una amable sonrisa y una lenta manera de hablar, muy dulce, que recordaba el acento de algunos extranjeros.

le rogué que me explicara su presencia en mi barquilla y él se limitó a decirme que era cuestión esencial para su persona acompañarme en aquella ascensión, pues llevaba muchos siglos, milenios, esperando semejante oportunidad. Luego me informó de ser una especie de preso cósmico y me dijo muchas palabras bárbaras, seguramente orientales.

Me desvanecí al fin y, al reponerme, el desconocido no estaba allí. Pensé al principio que se habría arrojado al espacio... Luego comprendí que fui víctima de una alucinación y que, seguramente, había estado desmayado durante todo el episodio que te refiero.

Aun siendo una pesadilla, el recuerdo de los sucedido no dejó de preocuparme durante los primeros tres o cuatro días que siguieron a la aventura...

Poco después del suceso, estallaba la Revolución Francesa.

La vieja Biblia anglicana

Poseo una vieja Biblia anglicana editada en Edimburgo, encargada por el rey, por Mark and Charles Kerr, impresores de su Majestad (His Majesty's Printers) en 1795, y dedicada al Muy Grande y Poderoso Príncipe James, por la gracia de Dios, rey de Gran Bretaña, Francia e Irlanda.

En esta biblia, según se hacía antiguamente, están escritos a manos algunos datos de los que fueron sus dueños:


Pertenece a James Broddie. 1799: ha muerto Jorge Washington.

Thomas Broddie, nacido el siete de agosto de 1799.

John Broddie, nacido el 14 de febrero de 1801.

Charles Broddie, nacido el 21 de septiembre de 1802.

He hallado la entrada a los infiernos y voy a cegarla. Thomas, que ya tiene doce años me acompañará. Se trata de un extraño paraje en la isla de Manhattan, donde se escuchan ruidos y estrépitos. El Señor me guíe.

Mi esposo, en compañía de Thomas, ha desaparecido. Llevamos tres días buscándoles sin resultado.

Han pasado ya dos semanas. No quedan esperanzas. Dame conformidad, Señor. Susan Brodie. 1810.

Del New York Times del 3 de marzo de 1951:

"James Broddie compareció hoy ante el tribunal donde los doctores Mills y Stephen han demostrado su incapacidad mental. Tanto James como su hijo Thomas entraron clandestinamente en el país, ya que no disponen de documentación y ambos afirman carecer de ella por haber nacido en el siglo XVIII. James, además, cree encontrarse en el infierno y trata al Juez y a los Jurados de diablos. Será internado en el Hospital del Estado de Nueva York para disminuidos mentales".

En 1968, un joven de 24 años, Thomas Broddie, sin familia, figuraba en la lista de bajas de una operación de bombardeo sobre el Vietnam del Norte. Un compañero rescatado tiempo después, declaró a unos periodistas del Herald Tribune:

"Broddie era el artillero. Se trataba de un tiempo muy reservado, que siempre hablaba como un personaje de alguna película de la guerra de la Independencia. Su padre, según me dijo el piloto, había muerto loco".

En la última página de la vieja Biblia Anglicana está escrito:

Susan Broddie murió el 12 de abril de 1824 con la esperanza de reunirse en una vida mejor con su marido James y su hijo Thomas, desparecidos hace tanto tiempo.

¡Y cuánto más habrá tenido que esperar la buena mujer!


Publicado en Diario Menorca el martes, 12 de marzo de 1974.


Publicado el 1 de septiembre de 2019 por Edu Robsy.
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