La Gente del Buen Hambre

Antilibro de esperanza

Arturo Robsy


Novela corta



Prólogo

"La Vida Es Así" —extraña máxima que todos ignoran.

Inicios

Aún a riesgo de revelar primicias, nos acercamos a Arturo Artur con la esperanza de arrancarle un par de opiniones. Antes, debemos puntualizar que, desde hace pocos días, está vivienda a la orilla del mar. Si tuviésemos algo de malos poetas, casi diríamos:


"Cansado de reír,
cansado de ser posibilidad siendo presente,
estoy muy solitario.
Estoy muy solitario
y piso llamas al pisar el hielo."


Pero astutamente, nos callamos, porque no somos poetas mediocres. Comenzamos con él:

"¿Qué opinas de todo esto, Arturo?"

"¿Os referís al paisaje?"

"No, claro; pensábamos en tu libro. ¿Qué representa para ti?"

"Trabajo. Antes de que alguien se ponga a imaginar y saque palabras como "Ilusión", "Esperanza", "Realizarse" y "Testimonio", quiero decir que mi libro es trabajo, que me ha costado mucho y que, calculando a precio de saldo (30 pesetas la hora), la obra vale unas veintisiete mil."

"¿No crees que esto es un poco... materialista? ¿No te parece que el arte...?"

Nos interrumpe iracundo: seguramente posee ideas claras al respecto.

"¡Alto ahí! La gente vende su alma y nadie tiene el menor reparo en decir: soy abogado y gano tanto al mes. Soy médico y cobro tanto otro. (Y, por ejemplo, se trata de vender justicia y salud). Yo, entonces, tengo el derecho a decir: soy escritor y pierdo... equis."

"Veintisiete mil pesetas."

"¿Lo creéis? Pierdo más; hasta mi posición social. ¿Qué como? ¿Con qué me visto? Además, ¿no corro peligro de ser clasificado, para siempre, como vago y desocupado?"

Preferimos dejar el tema, que resulta doloroso para Arturo Artur.

"Háblanos de tu libro."

"¿Queréis que os diga que es muy bueno o muy malo? En los dos casos tendríais oportunidad para ponerme verde. No, dejémoslo. Sobre "La Gente del Buen Hambre" hay tres cosas solamente:

a) Me ha costado trabajo.

b) Es mío.

c) Está expuesto a cualquier crítica."

"Pero —continuamos— los demás tendrán opiniones sobre él."

"Las tendrían si lo hubiesen leído. ¡Cómo me gustaría que un erudito gritase que "La Gente del Buen Hambre" no vale el papel en que ha sido escrito!"

"¿Entonces?"

Hace un gesto de cansancio y se pone a fumar. Todo ha terminado para él.

"Entonces —concluye— es que tiene una extraña peste: es un Libro Inédito."

Presentación

(Los lectores, sin correr ningún riesgo, pueden empezar aquí.)


La GENTE DEL BUEN HAMBRE cuenta la historia de un escritor que quiere serlo y de algunas otras personas inteligentes que no están dispuestas a convivir con él.

ARTURO ARTUR.— Joven Novelista, hasta ahora inédito, que obtuvo poco éxito como estudiante primero y como marinero después, sin que haga falta hablar aquí de otra serie de acontecimientos en los que no estuvo a la altura.

En estos momentos es un escritor sin triunfo alguno que justifique su título y se consuela imaginando (con error) que todos los literatos fueron desconocidos alguna vez.

FERRO.— Una Revistilla con la que Arturo Artur estuvo ligado.

MÓNICA.— Musa y amor imposible del joven, que le ayuda a sentirse despreciable.

LA RUBIA.— Un mito amable.

DINO.— Un amigo de la infancia.

RAFAEL.— Jefe y compañero de la ocasión en la que Arturo se puso a trabajar.

ALBERTO.— Un ser muy complejo.

QUICO.— Compañero de orgías y locuras.

MIGUEL.— Un caballero.

Y un buen número de Enemigos e Intrusos surtidos, que irán desfilando, poco a poco, por las páginas.

La acción empieza cuando Arturo Artur ha concluido su libro y, cándido, espera verlo impreso y encuadernado dentro de poco.

Primera parte

Como ya sabe el lector, desde hace algunos días el novelista Arturo Artur se encuentra a la orilla del mar. Seguramente esta afirmación lleve a error. La "Orilla del Mar" nos recuerda, por desgracia, deliciosas fincas con césped y columpios en el jardín; playas moteadas de coral o invadidas por bellas nórdicas. Pensamos, generalmente, en sangrientas puestas de sol y en amaneceres lánguidos, ofrecidos al placer y a la sensualidad.

Allí, justamente, imaginamos el retiro del escritor, que busca la inspiración,la paz para su "elevado trabajo espiritual" o, simplemente, el descanso tras la fatiga de crear su último libro.

Y no es así: seguramente algunos novelistas consiguen eso: vivir como en un cuento, pero Arturo Artur no está entre ellos porque todavía no ha editado su "Primer Libro".

La "Orilla del Mar" de Arturo está frente a los muelles, en la zona más ruidosa de los andenes comerciales de un puerto de cuarta categoría, donde el tráfico es reducido y desquiciado.

En la casa de Arturo huele a pescado cuando llegan los pesqueros. A resina cuando son los madereros los que atracan. A aceite con los petroleros y, en general, a diablos durante las veinticuatro horas.

Las grúas para la estiba, lo mismo que los demás artilugios de carga, utilizan motores incisivos que tienen su ruido en el aire constantemente.

Por cuanto queda dicho, se comprenderá fácilmente que, para vivir en esas condiciones, hace falta un cerebro sólidamente construido. Las cadenas se arrastran de continuo sobre el hormigón del muelle y las sirenas aúllan a cada instante. Si por la noche llega un carguero, todo son motores, gritos y altavoces... En fin: es preciso hacer constar que la mente de Artur no es todo lo compacta que debiera y que, desde que se instaló, la absorbe una migraña pertinaz.

En cuanto a los motivos que provocaron su traslado, existen diversas versiones. Quizá la más admisible es el dinero. No se trata solamente de hacer economías, sino de que "no puede" vivir en otro sitio porque no tiene con qué.

Su nueva casa no es tal. Es un viejo almacén con dos salas. Si se mira a lo alto, se ve pasar la luz del sol por entre las junturas de las tejas, apoyadas directamente sobre las vigas...

Contemplando esto, que, si no es miseria, se le parece mucho, la gente se pregunta: ¿por qué lo acepta? ¿Por qué no se busca un trabajo mejor remunerado?

Bien: por vocación. Arturo no es un bohemio ni un hippie, ni un clochard, sino un hombre empeñado en tener fe en lo futuro y en desconfiar de su presente y de sí mismo. Arturo quisiera, como tantos, una mansión de veinte habitaciones, con calefacción central y biblioteca, pero, si para ello es necesario ser un escribiente o un comerciante (él no emplearías esas dos palabras, por cierto), prefiere ser rematadamente pobre.

En otras palabras: Arturo Artur es un fanático que desea vivir de la literatura y ser, si es preciso, desgraciado y hambriento a cambio de ocho lineas en todos los manuales de literatura para estudiantes de bachillerato. Él mismo dice que, de haber nacido unos siglos atrás, hubiera sido Caballero Andante en Inglaterra, Trovador en Provenza o Jefe de Leprosos en la Selva Negra.

Madrid, Santander... Fueron varios... Unos más cómodos que otros, pero siempre con olor a lápices despuntados y a multitud. Bien: la camaradería era un mito; una moneda de cambio susceptible de explotación. La disciplina... una bella tomadura de pelo, sobre todo en los momentos en que "tal celador" abandonaba su guardia para ir a la taberna, o "tal otro" regresaba a las tantas con la nariz y las manos coloradas.

Vinieron luego los tiempos de las pensiones. Ser estudiante, según Arturo, constituía una grata aventura. Según la sociedad, un privilegio y una responsabilidad con todos. Había pues, como hizo, que conjugar las ideas y ser depravado y libertino un par de días, mientras que el resto de la semana se consagraba a los libros. Esta precaución hizo que, a menudo, llegar al fin de mes sin tener que sugerir a la patrona que "ya le pagaría cuando le llegara el giro."

Las pensiones eran lugares alegres. Podían estar sucias u oscuras, o tener las baldosas sueltas o las camas crujientes, pero siempre había chispa en ellas, ventura, el atractivo de una vida libérrima donde no era necesario ni justificar gastos ni notificar horas de llegada.

Ser disipado no es ser un mal muchacho o, al menos, así opinaban por entonces ciertos sectores del barrio de Argüelles y, desde luego, todo el mundo en el "Quinto Toro", donde se toma el vino con ricas cortezas fritas. Aquel tiempo merecía ser vivido, y a paso de carga, mientras que la pensión, en sí, no significaba nada. Solamente un lugar donde guardar los libros; solamente un lugar donde obsequiarse con una ducha de pascuas a ramos.

Pero todo se acaba y Arturo Artur también quedó fuera de combate y con mal sabor de boca: resultó que en ningún aula estaba su vocación y en ninguna boca la verdad que deseaba oír. También era que estaba solo y que le faltaba el valor para seguir juergueándose... un cansancio, en fin, demasiado extenso para que él mismo se lo explicara.

Después, su próxima vivienda fue aquella casa de sus padres, que "ya olía". Cuando uno vive en un lugar, cuando uno lo ama, no se entera de ese tufillo a gente o a muebles y pintura, tan diferente que hay en los lugares que se visitan. Sí, su casa ya no ERA LA SUYA, sino la de sus padres y él, de un modo u otro, hacía el oficio de intruso.

Tuvo también el ciclo cerrado de las tiendas de campaña para vivir sobre una manta o un saco de dormir, pero un camping no es un domicilio, ni se puede estar en él indefinidamente. En este sentido, cuando alternaba el campo con la ciudad, el servicio militar fue una liberación.

Como marinero, se enclaustró en las grandes naves, en los sollados rebosantes de literas donde todos vestían igual y hablaban igual. Cada dos tacos, una palabra; cada dos palabras, ¡vaya usted a saber! Y, por las noches, hasta fue agradable el olor agrio de los pises sudados en las botas, las piel tirante, y el vapor de tantas respiraciones evaporando los últimos vinos de la jornada.

Se podía estar así: tenía su propia dirección y su nombre en clave: 1058, marinero de brigada curtido en la instrucción, los baldeos, y aquel mirar petulante que desenfundaban al pasear por la ciudad y comprobar que las muchachas les ignoraban olímpicamente.

Pero la "mili" no era eterna y de nuevo volvió a su ciudad, a su familia siempre dispuesta a recordar al chico que aprobó la reválida. Era justa esta actitud, como lo demás, pero a él, después del cuerpo, le había crecido el alma y no le cabía en una habitación.

No era, tampoco, cuestión de libertad, sino de conciencia, porque el posesivo se le había vuelto imperioso y le amenazaba: MI casa, MIS libros, MI cama... todo esto tenía que salir de él, tenía que establecerse, ya que, de lo contrario, sería niño hasta caerse muerto.

Conocemos la solución: después de unos miserables trabajos y después de haber tomado mucho vino a solas, Arturo se encontraba en el puerto, cerca de las grúas y de los tractores, con las sirenas (¿ululantes?) metidas en los oídos, pero con la felicidad del amo y la seguridad de ser rey en aquel almacén viejo.

De momento las incomodidades no eran importantes. Era joven y eso, según el vulgo, permitía comer latas y dormir incómodo; sentarse en el suelo para escuchar los conciertos por la radio y martirizarse las posaderas en un taburete tosco.

Además, nadie le impedía sentirse orgulloso, en virtud de lo cual había decidido dar una fiesta a sus amigos y reafirmar, así, su firme vocación de "Lirio del Campo", como empeñaba en llamar a una serie de fenómenos que le llevaban de calle. (¿Expresión vulgar?)

La fiesta, naturalmente, no iba a ser fastuosa: se limitarían a vaciar unas cuantas latas de chipirones, anchoas y aceitunas mientras despachaban varias botellas de rioja de segunda. Ellos, todos, gente de poco pelaje, camaradas que soñaban lo suyo o decían sandeces para olvidarse de que, al día siguiente, tenían que volver a la esclavitud de la oficina e, incluso, a la máquina.

Ha sido una noche tranquila y sin problemas, puesto que no han querido hablar de su trabajo. Se han conformado con una conversación erudita y culta. Alberto, por ejemplo, ha citado a Caryl Hengrave:


"The old we knew is crumbling in decay,
the new gives pain.
"


Y, casi al final, Arturo se ha sentido trasportado por el alcohol y el bienestar de SU domicilio. Seguramente, por la mañana, ninguno de ellos podrá levantarse a tiempo, y vendrán ciertos dolores de cabeza sin que sean mal recibidos.

En fin: después de tanto tiempo Arturo Artur tiene ya su casa y espera el éxito con más confianza. Los jóvenes novelistas deben mirar lo futuro con una confianza igual a su cultura y a su experiencia. Sobre este asunto, Arturo, para confirmarlo, tiene grabado en la pared lo siguiente:


Co = C + E + I.


En otras palabras: el Índice de confianza es igual a la suma de Cultura, más Experiencia, más Inteligencia.

Guía del lector

ARTURO ARTUR, que acaba de trasladarse al Andén de Levante, cumpliendo así su ilusión de vivir solo, ha dado una fiesta a la que han acudido:


RAFAEL, su antiguo jefe y amigo.

DINO, camarada de la infancia.

ALBERTO, un tipo sobre el que hay mucho que decir.

MIGUEL, un caballero, y

QUICO, su compañero de Orgías;


para celebrar, al mismo tiempo que su independencia, el hecho de que


LA GENTE DEL BUEN HAMBRE, su libro, ha quedado terminado y listo para ser enviado a una editorial.


Arturo Artur resume su situación

 

Activo
Distintos pagos del diario "La Isla"..... 1.000 ptas.
Atrasos Servicio Campamentos Juveniles... 1.300 ptas.
Venta de tres cuadros.................... 2.500 ptas.
Cobros de la Editorial Mirlo Blanco...... 4.000 ptas.
-----------------------------------------------------
TOTAL.................................... 8.800 ptas.

 



Editorial Mirlo Blanco
Vía Layetana 90-92
Barcelona


Barcelona, 2 de Diciembre


Sr. D. Arturo Artur.
Andén de Levante, 14
Mahón - Baleares.


Muy señor nuestro:


Adjunto cheque por valor de cuatro mil (4.000) pesetas, y aprovecho la ocasión para comunicarle lo siguiente:

Que contamos actualmente con un exceso de originales para nuestras colecciones del Oeste, lo que no nos permite, hasta nuevo aviso, aceptar más.

Los dos de su propiedad que obran en nuestro poder no le serán abonados hasta que la situación mejore.


Quedo affmo de usted, s.s.


Fdo. A.Centeno.

P.D. Si lo desea podemos remitirle sus dos originales.

 



Talón Serie L.Nº 4,690,415. Por pesetas 4.000
BANCO HISPANO AMERICANO
Sucursal Urbana. Barcelona.
Sírvase pagar al portador, con cargo a mi cuenta corriente
pesetas CUATRO MIL
Barcelona, a 1 de diciembre de 1971.
Por Editorial Mirlo Blanco.
Fdo. A. Centeno.

 



CASA REYNA
Comestibles-Ultramarinos
Mercado, 12.
Mahón - Baleares


Sr. D. Arturo Artur.
Andén de Levante, 14.
Mahón.


Mahón, 2,12.


Apreciado señor:


Me permito recordarle que obra en nuestro poder cierta cuenta que, debido a una distracción suya, no ha sido satisfecha todavía.

El total asciende a 1.650 pesetas que usted puede hacernos efectivas personándose en nuestro domicilio social o remitiéndonos un cheque.

Aprovecho la ocasión para testimoniarle mi mejor amistad.


Fdo. Joaquín Reyna.

 



Muebles Moncho
Tresillos-Dormitorios-Comedores
Plaza Descanso, 2. Mahón.


Sr. D. Arturo Artur.
Andén de Levante, 14.
Mahón.


Muy señor nuestro:


"Habiendo" pasado nuestro cobrador por su domicilio en varias ocasiones, hemos tenido la mala suerte de no encontrarle.

Por ello le ruego que satisfaga en nuestras oficinas o por correo la pequeña cuenta que tiene con nosotros. Como recordará, se trata de un colchón y una cama turca, cuyo importe global asciende a tres mil (3.000) pesetas.


Quedando de Vd. affmos y s.s.


Fdo. Ricardo Pons

P.D. nuestro horario es de 9 a 13 y de 15 a 19 horas.

 



Diario Matutino
Plata, 2.
Palma de Mallorca.


Sr. D. Arturo Artur.
Andén de Levante, 14.
Mahón Menorca.


Palma, 2, 12.


Muy señor nuestro:


Por imponderables, nuestros suplementos dominicales están ya sobrecargados. En consecuencia, le devolvemos su cuento "Acá, Allá", tomando buena nota de él.

Más adelante, cuanto sea necesaria una colaboración de este tipo, pensaremos en usted.


Fdo. Antonio Poza.

(de puño y letra de Arturo) ¡Sin comentarios!

Por la mañana

Arturo Artur ha ido a la Redacción de "La Isla", diario en el que ejerce de crítico literario por una exigua retribución.

Se trata de un periódico de pocas posibilidades situado, desde hace años, entre la quiebra o el cierre, sin que se decida, todavía, por ninguna de las dos soluciones.

Arturo Lee y Critica, pero es sabido que tal sección de un periódico jamás se lee. El director, hombre bueno pero con talento comercial, conoce esta circunstancia, por lo que sólo se publica una colaboración de Arturo por semana, incluida en la "Página Literaria", donde una cuadrilla de poetastros hacen, temporalmente, gargarismos acerca del mar, el bello cielo y los paisajes entre brumas.

Arturo empezó hace un par de años sus trabajos en "La Isla", consciente de que sus conciudadanos leen poco. Creyó que su labor podría ser una cruzada en pro de la literatura, pero la gente no suele aficionarse a autores tan poco conocidos como:

Teniente Coronel Óscar G. Estes. "El Pequeño Johnny"

Carl Jacobi. "La Cometa"

y, en consecuencia, sigue cosechando fracaso tras fracaso.

Cuando él, antes de su servicio militar, era jefe de redacción de la revista Ferro, las cosas eran distintas: trabajaba para un público seleccionado y de gustos afines; era normal que quien compraba Ferro fuera en busca de literatura: narraciones, poemas, impresiones de viaje, críticas... Entonces sabía que era leído, pero, ahora...

En aquella época, si no recordaba mal, Mónica estaba en sus brazos y él tenía un buen motivo para crear y esperar algo importante de lo futuro. Mónica, la pequeña y bella Mónica; se sentía incapaz de calcular cuando se conocieron; durante la secundaria, desde luego, pero ¿dónde? Era un pequeño baile (eso, sí) entre amigos y estuvieron juntos todo el tiempo. Después, él la había acompañado hasta su casa y así empezaron.

En otra ocasión, se dieron las manos y, más tarde, el primer beso: muy hermoso, muy de recordar. Eran los buenos años, no interrumpidos todavía por los estudios en Madrid, los vicios o, simplemente, el aburrimiento de dos personas que se conocen en cada detalle.

¡Ay! Mónica, como los demás, estaba convencida de que escribir es una de las siete chaladuras más peligrosas de la tierra y, mientras sonreía por un lado, por el otro no hacía más que pensar en convencer a Arturo para un trabajo menos espiritual pero más positivo.

Así son las mujeres y Mónica, para no llamarnos a engaño, era una mujer.

Escribir y fracasar; fracasar y escribir. Son igualdades francamente reversibles, como casarse y cansarse o cansarse y casarse; lo uno lleva a lo otro y viceversa. Y, además, en el caso de Arturo había que luchar contra su firme vocación de Lirio del Campo.

Pensaba en todo esto, firmemente decidido a no dejarse entristecer, mientras hacía antesala para ver al director que, de momento, estaba en plena discusión con un individuo del mundillo de la publicidad.

Cuando Mónica —seguía Arturo— estuvo obligado a llevar una más o menos social: bailes, reuniones, exposiciones, y, ahora, desde luego, lo añoraba. Estaban juntos, sí, y la soledad no era tan desagradable, pero, ¿puede un hombre casarse cuando sólo de pascuas a ramos gana mil pesetas? No, y, en cambio, la carrera de la mujer es el matrimonio (como han dicho centenares de tipos) y Mónica no tenía por qué esperar veinte años más hasta que él, Arturo Artur, se hiciera famoso y estabilizara sus ingresos.

En fin, que se sentía mal ahora sin Mónica; que estaba cansado, ya, de jugar a tener talento o de soñar, por las buenas, en cosas hermosas como un nombre para la posteridad.

Y, sin embargo, Mónica.

Como decía Shelley:


"No God, No Heaven, no Earth in the void world
the wide, grey, lampless, deep unpeopled world...
"


Y el director.

"¡Ah! ¿Es usted, Artur? ¿Qué se le ofrece?"

"Verá, Don Carlos, resulta que esta semana... —era una cuestión violenta—... esta semana no se ha publicado mi crítica, y yo..."

"Comprendo, Artur. Mire: es una sección de poco interés. Ya sé, ya sé —se apresuró el director— que hay gente que la lee, pero es una minoría. El deporte..."

"Entonces, ¿quiere decir que lo terminamos?"

"No, hombre, pero lo publicaremos más espaciado. Mientras tanto, usted puede..."

Arturo comprendía a la perfección: le estaban dando la patada; pero él necesitaba ese dinero. Necesitaba vivir, comer, pagar la casa y comprarse, cada año, un par de zapatos.

"Habrá —dijo— una solución. Puedo hacerle crónicas de actualidad o comentarios sobre la situación internacional. Incluso le dibujaría el chiste diario: me doy bastante maña con eso."

Don Carlos le miró: Artur era un buen pollo al que desplumar. Trabajaba como tres y cobraba por medio; pero él ya tenía dibujantes y comentaristas y...

"¿Qué tal se le dan los deportes?"

"No sé; nunca he estado muy relacionado con ellos, pero..."

"Trato hecho: todos los domingos vaya usted al fútbol y al baloncesto; no se pierda el tenis ni el atletismo y, luego, escriba sobre ello. Por cada cosa le pagaré doscientas. ¿Le parece bien?"

Arturo asintió. Sería, pues, un cronista deportivo, y... no quería pensar en aquella traición, pero lo prefería antes que terminar en una oficina. Realmente sería picapedrero primero que chupatintas. Esta era una decisión tomada hacía ya muchos años.

¡Picapedrero! Cualquier cosa es buena para evitar vender la poca alma que le quedaba.

 



CASA REYNA (borrador)
Mercado, 21
Mahón


Mahón, 4, diciembre.


Muy señor mío:


Creo que, realmente, debo disculparme por mi distracción. No recordaba en absoluto esa pequeña cuenta que tengo con ustedes, ya que

 



CASA REYNA
Mercado, 21
Mahón


Mahón, 4, diciembre


Muy señor mío:


Adjunto cheque por favor de 1.050 pesetas. Ha sido una distracción por mi parte olvidar esta pequeña factura. Aprovecho la ocasión para darles las gracias por el aviso.


Arturo Artur

 



MUEBLES MONCHO
Plzª Descanso, 2


Mahón, 4, diciembre


Muy señor mío:


Creí que el pago de la cama turca y el colchón sería a plazos. Me ha sorprendido comprobar que usted lo había olvidado. Sin embargo le remito cheque por valor de 1.500 pesetas.

Las otras 1.500 se las pagaré a principio de año, ya que en estos momentos debo hacer frente a muchos gastos imprevistos.


Afectuosamente,


Arturo Artur.

 



FERNANDO CANTALAPIEDRA ASÓ
Medicina Interna
Consulta: lunes, miércoles y viernes, de 4 a 6.


Querido Arturo:


Te remito los análisis que me acaban de llegar del laboratorio. No veo nada malo en ellos.

Tu alergia me está resultando un poco extraña, de forma que sigue llevando una vida moderada (dentro de lo que cabe) y elimina los pescados y los embutidos de tu régimen. En cuanto a tu hígado, está perfectamente: tienes suerte.


Fernando.

 


 

- Pruebas hepáticas
 Kumkel.....8........
 Mac Logan..6........
 Gross..Vegetativo...

- Recuento y fórmula
 Leucocitos por mm3     8.400
 Hematíes    "   "  4.626.000
 Neutrófilos cayados        8
 Neutrófilos segmentados   45
 Linfocitos                42
 Monocitos                  3

- Velocidad de sedimentación globular
 1ª Hora.........5
 2ª Hora........14

Índice de Katz: 6

Grupo sanguíneo: 0
Factor RH: positivo

 



Fernando Cantalapiedra Asó
Medicina Interna
Consulta: lunes, miércoles y viernes, de 4 a 6.

 

  Sandostén + Calcium Sandoz
 Efervescentes  ----------------- 2 al día
 Ampollas 10 cc. ---------------- 1 al día.
 Neo Synalar, crema ------------- 1 tubo
 Fenergán, crema (alternando) --- 1 tubo
 D-O-I-K., efervescentes -------- 1 caja
 Tanderil, grageas ------------— 1 comprimido diario
 Inciomon, polvos ------------—- 1 caja
 Antistina --------------------— 1 gragea diaria

Casos urgentes:
 Urbasón Soluble, 20 ------------ 1 caja - 3cc

Fernando Cantalapiedra

 


TASSO, TORQUATO. Ficha bibliográfica.
La Gerusalemme Liberata
Edicione Stereotipa
Paris. Hector Bossange. Quai Voltaire, nº 11
Imprimarie de Lacheverdiere, rue du Colombier, nº 30
1820


Este libro sugiere cosas vulgares:

¿Qué ha sido de los huesos de Torquato?

¿Cómo fue y cómo vivió, en 1820, Hector Bossange, desconocido de todos. ¿Cachigordo? ¿Calvi? ¿Amó? ¿Fué amado?... ¿Cómo y por qué murió?

¿El Quai Voltaire que yo conocí en el sesenta y nueve, era parecido en algo al Quai Voltaire de Hector Bossange?

También hay una frase del poeta:


"La vérgine tra'l vulgo usci soletta."


Esto cuadra muy bien con las vírgenes antiguas: recatadas, celosas de su doncellez, saliendo tras la gente, pero sin participar en su algazara.

La vergina usci soletta... ¡Pobre virgencita cuyo principal trabajo era siempre continuar siendo "vergine"!

Últimamente, como contrapunto, he conocido a muchas vírgenes rabiosas, borrachas o blasfemas: es cosa de los tiempos y del subconsciente sublevado, que no existió hasta Freud y, en España, hasta hace unos pocos años.

Nuestras vírgenes van a las boîtes y, todas las mañanas, pasean solas en busca de unas medias, un vestido o unos zapatos rebajados. Bebe, se reúnen con amigos y cantan en las tabernas. Leen libros peligrosos y ojean revistas pornográficas, y, sin embargo, siguen siendo vírgenes en la mayoría de los casos, mal que les pese.

Y es que el siglo XX ha hecho, con ayuda de las iglesias, una curiosa distinción entre la virginidad física y la mental; una distinción que permite, generalmente, vivir más cómodamente a todos, pero que se pagará en facturas al siquiatra y en habitaciones de casas de salud.

"La vergine tra'l vulgo uscí soletta...". Torquato Tasso hubiera escrito hoy versos tan importantes como los de La Gerusalemme y, desde luego, más picantes.

 



Arturo Artur
Andén de Levante, 14
Mahón.


Mahón, 4, Diciembre.


Apreciados señores:


Obra en mi poder el anuncio que ustedes han hecho publicar en el Diario La Isla, solicitando un individuo para un trabajo "indefinido".

Su ofrecimiento, para los tiempos que corren, es casi un cuento de hadas: promoción asegurada; agradable ambiente de trabajo; equipo competente, etcétera... pero, ¿para qué? Esto no es hacer publicidad, ni siquiera relaciones públicas y, desde luego, parecen haber olvidado que un hombre necesita saber con quien y por qué va a trabajar.

El hecho de ser una "empresa comercial" es equívoco, aunque hace entrar en sospechas sobre la cualidad del trabajo: ¿no será que buscan ustedes una especie de vendedor a domicilio? Desde luego, no parece existir ningún motivo para que yo les escriba diciendo estas cosas y así es, pero tampoco había ninguno para que ustedes asaltaran mi lectura del periódico con su anuncio. Pienso que el "Derecho a Réplica" de la nueva Ley de Prensa e Imprenta, también ha de ser aplicable en publicidad, porque, además, soy Publicitario de la Escuela Oficial de Publicidad.

Mi carta, pues, y perdonen las molestias, no es para aspirar a su puesto de trabajo, sino para advertirles, honradamente, de que existen muchos estilos (y todos muy buenos) de hacer publicidad, pero no precisamente el que Vds. han utilizado, Importante y Desconocida Empresa Comercial.

Ni fotografía ni curriculum vitae; sólo rogarles que me disculpen por haberles hecho perder su precioso tiempo.

De todos modos, aprovecho para quedar a su disposición.


Arturo Artur.

 


Recorte de periódico:


IMPORTANTE EMPRESA COMERCIAL
Busca joven, de 23 a 30 años, servicio militar cumplido, con ambición y deseos de promocionar.
SE EXIGE: bachillerato elemental, carnet de conducir y nociones de idiomas.
SE OFRECE: promoción asegurada; agradable ambiente; equipo competente, sueldo elevado, ascenso a los dos años.
Escribir enviando currículum a la redacción de este periódico.

 


 

  1.630    9.300
+ 1.500  - 3.130
----—-  ----—-
 3.130    4.170


Solo me quedan 4.170 pesetas.

 



L.O.C.M.
Inmobiliaria
Calle Ave María, 7
Mahón. Baleares.


Mahón, 2, 12.


Apreciado señor Artur:


Pasamos a recordarle que no nos ha ingresado todavía su mensualidad. Para evitar que nuestro cobrador tenga que desplazarse, le rogamos que nos remita cheque por valor de 1.800 pesetas.


Muy agradecidos, quedamos de usted affmos y s.s.


Por L.O.C.M. Inmobiliaria.
Fdo. Julio Gutiérrez.


Acotación al margen: pagar mil ochocientas pesetas por un pequeño y destartalado almacén me parece una confirmación a mis teorías sobre la justicia distributiva. "Piensa mal y acertarás". ¡Bah! "¡Roba mucho y acertarás!"

 



Marinero de Brigada F.472.
Antonio Sánchez. Dotación.
Cuartel de Instrucción de Marinería.
Cartagena, Murcia.


Mahón, 4, diciembre.


¿Qué te cuentas, viejo mulo?

Pensaba tener noticias tuyas y, sin embargo, soy yo quien vuelve a escribir.

Supongo que ahora te darán el permiso de Navidades y podrás divertirte de un modo menos salvaje.

A mí las cosas no me van del todo bien; mi trabajo es de los que no sorprenden: siempre estamos en la inopia.

Tony: ¿sigues bebiendo de aquel modo tan bestial? Un día tendrás un disgusto en el Cuartel; vale más que te andes con ojo porque un oficial no te admitirá como excusa que "te sentías solitario".

Mis asuntos con la ex-novia no se han arreglado tampoco, aunque espero que algún día vuelvan por sus fueros.

¡Ah! Recuerdos a las cartageneras.


Arturo.


P.D. ¿Conservas mi dirección? Es que he cambiando: Andén de Levante, 14, Mahón. Ya ves: el mar me sigue tirando. Besos.

Archivo

"La ramplonería tiene raíces demográficas; es un efecto del movimiento de población." —Unamuno. Soledad.

"Que se te reproche tu silencio antes que tus palabras." —Shakespeare. A buen fin no hay mal principio.

"El que ama locamente desplace a Dios." —(¿?) Arcipreste de Talavera. Corbacho.

"¿Y el alma, no es tanto menos alterada y turbada por los accidentes exteriores, cuanto es más sabia y más enérgica?" —Platón. La República o El Estado.

Curiosidad: Acémila viene del árabe zêmile: mula. Joan Corominas. Diccionario Etiomológico.

"Nadie se hace reo de castigo porque pague mal por mal." —Sófocles. Edipo en Colona.

(Es reconfortante ver que no todos son unos pacatos. Salvo, naturalmente, el Arcipreste) (¿se me nota el sarcasmo?)

De los recuerdos

Una vez, durante su primera juventud, Arturo Artur tuvo la intención de ser ordenado. Su ilusión era ser implacable, inflexible, pero Arturo, como tantos, comprendió al fin que su naturaleza no estaba para bromas y que, de un modo u otro, tenía que desahogarse.

Arturo es un sentimental. Si le obligásemos a hacer el test de caracterología de La Senne, fijándonos en los tres factores, Emotividad, Actividad, Primariedad, averiguaríamos, sin sorpresa, que él es un E.A.P., es decir: un emotivo-activo-primario, situación horrible que recibe el nombre de COLÉRICO. Un colérico extravertido, inconstante y superficial. Inteligente, sí, pero vago, también.

Así pues, cuando Arturo comprendió que la vida no le había dotado para ser rígido, despiadado y ordenancista, emprendió su larga carrera de disparates. De ser un bloque de acero, libre de pasiones, pasó a convertirse en un jovenzuelo disipado, unas veces feliz en su inconsciencia y, otras, desgraciado sin esperar a tener motivos (lo cual es loable: el desgraciado de veras resulta insoportable.)

Sus primeras armas en este campo las hizo allá, en un pueblecito llamado Fornells, donde existía un bar muy peculiar, "El Dolmen" que, aunque su nombre indique lo contrario, no era arcaico ni conservador.

Allí se daban cita multitud de especímenes humanos a cuál más interesante: teníamos a los barbudos nórdicos y a los barbudos americanos; los lampiños alemanes y los lampiños ingleses. Los existencialistas sajones y los existencialistas escoceses... Todos, desde luego, hermanados por un vínculo común: el Arte.

Una vez Arturo (que ya se había hecho dibujante) junto con otros dos o tres lampiños y barbudos, pintó la calzada de toda una calle: motivos florales y geométricos abundaban con profusión de los colores calientes: amarillos, acres, rojos...

Este fue un hermoso disparadero para el muchacho. Los inviernos los pasaba Artur encerrado en un internado, obligado a reprimir todo lo primitivo de su alma, pero los veranos, esos, le pertenecían.

A los catorce años pintó su primer cuadro: un impresionista que hubiera aterrorizado a Renoir y, más, a Manet. A los quince, sus tres primeras y deliciosas amantes, muchachas jóvenes y expertas que se divertían con los sofocos de Artur.

A los dieciséis era un consumado libertino, sólo amargado por no haber nacido en la Francia del siglo dieciocho.

Pero lo que quizá hace prevalecer los recuerdos es el amor en el que se piensa incluso ahora, cuando se ve agobiado por las facturas y en trance de perder sus últimos ingresos.

Su diario, del que vamos a sacar unos párrafos, no es el de un libertino, aunque tiene —eso sí— parte del cansancio que caracteriza a estos personajes:


Diario íntimo de Arturo Artur


5, Diciembre.

Es preciso reconocerlo: para escribir hay que tener una historia y saber qué se pretende con ella. Hacer literatura no es llenar el papel de anárofas, perífrasis o etopeyas, sino de realidades y, para esto, hay que tener ideas.

Hoy no he querido escribir porque sólo hubiera salido un hombre vulgar sobre las páginas; yo mismo, quizá, y, desde luego, mis túneles oscuros son los de los demás, y mis problemas, también, como la existencia misma.

Creo firmemente que sólo hay cuatro o cinco formas de vida y, por lo tanto, cuatro o cinco formas de reaccionar ante las circunstancias. Todo lo que se haga o se imagine está repetido ya por los millones de hombres que viven y sienten aquí abajo.

Dejando esto aparte:

No puedo seguir el resto de mi vida escribiendo crónicas deportivas o negándome a trabajar de un modo concreto.

La gente dice que cursé para algo mis estudios; otros, que con mi profesión puedo ganar mucho. Y yo, sin embargo, me conformo con vender algún maldito cuadro, decorar la casa de un amigo, o hacer que me pague una miseria por un cuento o un artículo, en concepto de "colaborador".

Este debe ser un gran problema: si la juventud está en crisis, ¿tenemos los jóvenes que pasar por ella? La vocacional, desde luego, todos la padecemos: está ahí, existe, y causa sus estragos. Pero, ¿y luego?

Pare, el amigo de Madrid, se ha ido a Suecia con una chica que conoció el verano pasado: ni se ha molestado en terminar la carrera; y se ha ido sin saber qué le espera allí. Otros, por las buenas, se hacen hippies y abandonan la sociedad para vivir en otra sociedad: la suya. Yo, por mi parte, me iría a un bosque a malvivir hasta el final, pero resulta que me han educado gentes de ciudad, que soy un burgués y los de mi clase necesitamos elogios, sonrisas, mujer y dinero.

Soy incapaz, siempre lo he sido, de ganar dinero: me avergüenza hacerlo, como me avergüenza hablar mal. Por lo tanto ha surgido la obsesión: ser escritor. Me gusta escribir (aunque no quiero pensar seriamente si tengo o no talento). La literatura es una profesión incolora, como un añadido que te sale: "¿Qué eres?"—"Escritor"—"Sí, claro, pero ¿y además?"—"Ah, bueno: periodista, abogado, médico..."

Esto será como el café-café: hay clases y subtipos. escritor-abogado, escritor-médico, escritor-militar y escritor-escritor, rara avis que tiene a desaparecer por múltiples razones.

Por lo tanto yo, escritor-escritor, inofensivo Lirio del Campo, por si fuera poco, voy a tener que renunciar a todo lo que cuenta: la mujer, la amiga, el hogar, los hijos, los rápidos automóviles o, simplemente, salir a cenar fuera una noche.

Este es el sino del escritor-escritor y de nada sirve hablar de la aristocracia de la literatura o de la gloria de figurar, un siglo después, en las antologías que mastican a regañadientes los niños del bachillerato.

Sí; estoy convencido: el escritor sirve para una cosa definida: para que, una vez muerto, la gente diga su nombre de pasada y demuestre su cultura. Es, pues, un artículo de lujo del que no se quiere conocer su proceso de fabricación; es decir, el silencio, la soledad, la burla, la decepción y, en último caso, la miseria.

Sobre esto Mónica podría dar lecciones. Ella ha sabido, por propia experiencia, lo que significa ser la prometida de un escritor-escritor.

Ha tenido que estar expuesta a los cambios de humor de un individuo egoísta (los escritores lo son en virtud de un egoísmo degenerado y abstracto), silencioso, que tan pronto se emborracha como aparece golpeado porque una noche se ha ido a visitar los "barrios bajos".

Ella se ha encontrado desamparada, sin comprensión posible y, en consecuencia, ha sido incomprensiva. Ella ha tenido que llorar y tolerar plantones y ceños foscos sin motivo; ironías, sarcasmos y, quizá sobre todo, un retintín de desprecio hacia su condición de mujer, porque, vamos a ver: ¿qué es la mujer para un escritor-escritor?

Una ficha más del juego; la pieza que puede desencadenar el desenlace feliz o trágico. Un catalizador, en suma, y, como mucho, el objeto bello que sirve de disculpa a los poemas. ¿Qué más? Tal vez poco.

Mónica lo sabe.

Mónica tuvo en mí al estudiante excéntrico que parece interesante, que mira con las cejas apretadas; algo misterioso, algo inteligente... y las muchachas jóvenes tienen los conceptos estructurados sobre sus lecturas: Lajos Zilahy, Pearl S. Buck, Morris West, Mika Walari y el bello Werther.

Pero cuando ese estudiante fue hombre y siguió haciendo gala de irresponsabilidad, viviendo desordenadamente y no ofreciendo más que un futuro borrascoso, Mónica se encontró bloqueada. Me quería, sí, pero, ¿yo a ella? Deseaba un hogar y unos hijos, pero no una cabaña y un bosque húmedo.

El escritor, yo,no era vago, pero odiaba un trabajo mecánico. Barajamos palabras como realizarse, crear, inmortalidad, orgullo, y yo, Arturo, no quería admitir que "crear" es tener hijos y "realizarse", vivir como dios manda o el mundo desea.

En fin: Mónica lo sabe; por eso hace meses que nos hemos separado irremediablemente. Ella lo ha pasado muy mal pero yo...

Quiero decir que yo sigo enamorado, y justamente esta es la razón por la que no he querido escribir hoy.

Por la mañana

Dino ha abierto la puerta y se le ha quedado mirando con el cigarrillo en los labios.

"¿Se puede compenetrar?"

Arturo, de espaldas, ocupado en las últimas pinceladas de un cuadro, avisa:

"Sólo queda coñac y algo de ginebra; debajo del sofá, me parece."

Esto es molesto: él no pretende ser un bohemio ni un inconformista, pero, de momento, su manera de vivir crea el parecido; también, los sueños de gloria y la espera larga en que está comprometido.

"¿Y el trabajo?"

Dino se ríe silenciosamente.

"¿Desde cuándo se va a trabajar en un día hermoso?"

Es una razón; una razón que debiera grabarse a fuego en todas las calles: primero, vivir, y, luego, tal vez..."

Dino continúa:

"¿Has enviado ya el libro?"

"No."

"Muy lacónico. Quizá has madrugado. En fin: ¿por qué no?"

"Tengo miedo, Dino. ¿Y si luego resulta que es malo? ¿Y si no tengo el talento necesario?"

"Siempre te quedará la solución de pensar que el ignorante es el editor, o que el aspecto comercial pesa más que el artístico. Hay mil formas para consolarse y todas son buenas."

Se ríe: si algo preside su amistad, es esa misma afición a tomarse el pelo, a reírse de ellos, cosa que, además, sirva de justificación, ante las burlas de los demás.

"¿Qué harás hoy?"

"Pintar."

"Lástima: nos han invitado a un guateque."

"Se dice "party", Dino."

"A un party —se corrige el otro—. Imagínatelo: hacemos la entrada triunfal embutidos en nuestros trajes nuevos. Expectación. Las muchachas vuelven sus ojos hasta la puerta y se ruborizan. Los chicos palidecen de envidia y, mientras, avanzamos y avanzamos. Luego, en un rincón, descubres a La Rubia y, treinta segundos después, estás bailando con ella. Yo..."

Arturo le tira un cojín.

"La Rubia, La Rubia... Ya te he dicho que es un símbolo. Ella es mi juventud, mis recuerdos... ¿comprendes?"

"No, y mucho me temo que ella tampoco se conformará, a menos que tú seas de los que besan y pellizcan los símbolos."

Antes, para que esto tenga sentido, hemos de explicar el fenómeno de La Rubia. Está bautizada así y, entre otras cosas, no tiene nombre. Arturo, al menos, no lo conoce y juega muchos días a imaginárselo.

La mira el paso decidido o el balanceo inexperto de sus caderas y dice: Magda. Así se llama. En otro momento, se fija en los ojos de porcelana y en la nariz, que recuerda a un felino, y dice: Isabel.

No sabe nada. Ella es su reducto de romanticismo, una muchacha que cruza por la calle, que anda, sin comprender todavía cuánto vale su juventud despreocupada.

Es su tónico: una figura que le hace sonreír sin intentarlo y que le recuerda la propia adolescencia, las miradas furtivas o la primera vez que una niña le entregó, de noche, sus manos.

La Rubia: Dino y él suelen hablar a menudo de ella y le buscan parecido con las muchachas de su primer juventud: es un recurso, una huida a lo pasado por la que vuelven a tener quince años y un bozo incipiente.

Los amigos saben esta debilidad suya y asegurarla que la comprenden: es magnífico disponer de una piedra de toque para desencadenar los recuerdos buenos. Por eso todos la han espiado durante años: vieron como asomaba su naricilla colorada a las calles y como su pelo largo se tornaba corto y su cuerpo se iba llenando. Un día descubrieron que los ojos le empezaban a brillar. Otro, los incipientes pechos y ese inequívoco aire de melancolía que trae la pubertad. Después, los andares, las caderas, la cintura, los tobillos.

Gozaron de verla de color rosa al principio del verano y establecieron qué prendas le sentaban mejor.

Luego, desgraciadamente, crecerá y ocultará su primer beso a la sombra de un portal. Más tarde, la mirada se le tornará sombría y será menos descuidada, y entonces el remanso de Arturo se habrá terminado.

Dino y él han pensado lo mismo y, por unos instantes, la Rubia ha estado presente allí, a su lado, con su sonrisa fuerte y clara. Es penoso para ellos ser tan jóvenes y sentirse tan viejos al mismo tiempo.

Dino pregunta a Arturo:

"¿Qué hay de tus amores?"

Silencio.

"¿Por qué no...?"

"¡Porque no, ea!"

Estos temas íntimos irritan a su amigo y nadie sabe el motivo. Simplemente el hecho de amar le resulta insoportable porque Dino, por más que lo disimule, supo perder la inocencia muchos años antes.

 



Mahón, 5, Diciembre. (borrador)


Editorial Mirlo Blanco.
Vía Layetana, 90-92
Barcelona


Apreciados señores:


Adjunto les remito un ejemplar de mi libro inédito La Gente del Buen Hambre. No se trata de una novela del espacio del tipo que ustedes acostumbran a recibir de mí, sino de un trabajo considerable que deseo someter a su atención.

Su Colección Siglo Veinte sería

 



Mahón, 5, Diciembre.

Editorial Mirlo Blanco.
Vía Layetana, 90-92
Barcelona


Apreciados señores:


Adjunto les remito un ejemplar de mi libro inédito La Gente del Buen Hambre.

Deseo someter a su atención esta novela en espera de que ustedes puedan incluirla en su Colección Siglo Veinte, destinada a literatura de más categoría que la que hasta ahora han venido comprándome.


Aguardando sus noticias, quedo de Vds. Affmo. s.s.


Arturo Artur


Andén de Levante, 14.
Mahón. Baleares.

 



Mahón, 5, diciembre.


Inmobiliaria LOCM
Ave María, 7.


Apreciado Sr. Gutiérrez:


Ha hecho usted bien en recordarme el pequeño asunto del recibo. Dado mi trabajo, no suelo parar mucho en mi casa, por lo que no me extraña que su cobrador no diese conmigo.

Le adjunto cheque por 1.800 pesetas y le ruego que, en adelante, envíe su recibo los días cinco de cada mes.


Agradecido de antemano:


Arturo Artur

Cuaderno de notas

Plan Ambicioso:

Descripción de mi biotopo. Encontrar la vuelta de mi ciudad, de mis amigos, de mis amores, de mí mismo.


Plan Estúpido:

¿Qué conseguiré? A veces tengo la impresión de que escribo solamente para la posteridad y esto es peligroso: pienso más en el mundo que será cuando yo haya muerto, que en el mundo que es cuando yo no vivo.


Plan Majadero:

¿A quién le importan tus problemas? Diez puntos. Pero, aún así, voy a ir tomando notas sobre el asunto.

"Cuando yo nací..." —no sirve.

"Remontándome al principio de mis recuerdos." —no sirve.

Empezar y terminar son momentos duros en la historia de un escritor.


Tercer intento:

Un minuto para meditar

 

**********************
  MINUTO
     (60 segundos)
**********************


El equivalente celular del organismo es, en la sociedad, la familia; mi familia, en este caso, a través de la que yo participo de mi patria. (Ver manuales de sociología)

Por ella y en ella aprendí el idioma, las costumbres y los caracteres de mis iguales, pero resulta que toda esa escala de valores lleva siglos tambaleándose gracias a los filósofos. (Ver Newcomb)

También resulta que yo no debo haber sido un hijo normal; ni siquiera bueno. Por lo visto soy un rebelde que no entiende nada y no comprendo qué privilegios de más puede tener un señor obeso y con molestias en el estómago, que un joven con la cabeza a pájaros. Quizá la diferencia esté, justamente, entre la cabeza y el estómago. (Ver Moore)

Un axioma se me ocurre: "Mientras comas lo que quieras y en la cantidad que gustes; mientras bebas a más y mejor; mientras, después de cenar, puedas, tranquilamente, ponerte a leer en lugar de tomar tus polvos digestivos y tus grageas, mientras esto sea así, no serás un hombre responsable." (Consultar E. Fromm y H.P. David)

Y, también: "hombre responsable es el que tiene que tomarse bicarbonato tres veces al día."

Estas son bellas enseñanzas que la familia me ha suministrado. Naturalmente, hay otras, como amar a los animales y utilizar el cubierto de pescado.

Entre mis padres hubo siempre un poso de cultura que hizo, gracias a Dios, que desde los seis años estuviera familiarizado con palabras como "duodeno", "pámpano" y "filatelia". Muy temprano, también, le metí el diente al francés (j'en profitai pour abandonner mes ilusions d'enfant bien élèvé) y soporté extrañas consideraciones sobre El Quijote, La Patria y La Virtud.

En fin: salí de caza en algunas ocasiones y, en otras, estuve en un par o tres de internados.

Conocimientos inmemorables son, para mí, la época de la siembra del trigo, la calidad de tubérculo de patatas y boniatos (para siempre ligados a Don José, tuberculoso desahuciado) y el hecho de que "alluda" se escribiese con y griega.

A cambio, aprendí a ir a misa los domingos y estudié lo que mi familia opinó. Después, así, de pronto, se me ocurrió ser yo y ser "Lirio del Campo". Este ha sido siempre el gran misterio familiar. Mis abuelos sospechan que se debe a alguna regresión de la especie y mis padres acuden a la moderna psicología para explicarse un hecho tan viejo como el mundo: naces o no naces.

Y, si naces, vives o no.

Y, si vives, eres o no.

Y, si eres, escribes o no.

(Yo diría: escribes o mueres, pero es demasiado fuerte.)

En los últimos tiempos de vivir con mis padres descubrió un cuaderno: APUNTE SOBRE EL LIBRO "EL NIÑO REBELDE", del doctor Nosecuántos. En él, dicho ilustre médico descubre los secretos de los genes y la herencia, y viene a decir que si el niño es un vaina, seguirá vaina a pesar de todo el cariño del mundo.

Esto, en su tiempo (hará dieciocho años), debió de causar mucha pena a mis padres. Y es lo que yo digo: no hay nada como la confianza para que una familia viva unida y feliz; como la confianza, y no tener un hijo escritor-escritor.


Releído. ¿Cuál es la originalidad?

Fallas, Arturo.

¿Desde cuando puede hacerse un retrato basándose en las acciones de los demás? El juego ha sido éste: Fulanito no es alto; Fulanito no es tonto; Fulanito no es guapo; Fulanito no es médico; Fulanito no es negro... Pero, ¿cómo es, de verdad, Fulanito?

Intrigante problema.


Otra cosa interesante: TEORÍAS PARA LOS POLÍTICOS FUTUROS.

(Responsable, la Empresa anunciadora)

"A fin de aumentar la satisfacción general que causan los días soleados, pagar un "Impuesto de Sol" o "Impuesto de Uso y Disfrute del Clima, La Primavera y Similares."

Impuesto, también, por vivir en un lugar "Tan Diferente" y "Lujoso" (un lujo a su alcance) como España: pocos tienen este privilegio, como el de morir de amor.

Nuevo impuesto a las personas gordas: por utilizar más "espacio vital", por entorpecer la circulación en las aceras y, por último, desgastar el pavimento...

Nota: para decir al aristotélico de Don Miguel:

"Aplicando métodos válidos, resultados válidos. ¡Error! Un metro son 100 centímetros, pero, ¿en qué dirección? Una hora son sesenta minutos, pero ¿cuándo? Además: a la verdad se llega por casualidad, por falsedad o por delirio."

(Prohibida su reproducción.)

Copyright 1971. Artur, Editores, Mahón.
C.-1971 Colección Esquema.
Andén de Levante, 14. Mahón. Depósito Legal Z.48.216-1971.
Primera Edición.

En confianza: yo mastico sueños.

Venganza en Nuevo Méjico

Cap. I


En la desolada llanura habían quedado solos. Uno, al abrigo de una roca amarillenta, Cris Talbot, sonreía cruelmente. Su vida de pistolero errante la había encallecido el corazón y a nada ni a nadie temía.

El otro era John Preston, un joven de estatura más que normal y de pelo ensortijado. Si se preguntaba por él a cualquier mujer del estado, se limitaba a poner los ojos en blanco y a suspirar lánguidamente. Johny era un conquistador, pero los motivos que le tenían atrapado en el lano eran muy otros: su venganza.

Los dos hombres se contemplaban sin decidirse a hacer uso de las armas: ambos eran peligrosos y lo sabían; sin embargo, debían resolverse. En medio, en "tierra de nadie", aguardaba un caballo: un único caballo para los dos y la ciudad más próxima estaba a veinticinco millas.

—¡Talbot! —gritó John— Podemos llegar a un acuerdo.

El pistolero sonrió: no deseaba medirse con Johny, pero tampoco darse un paseo de veinticinco millas.

—¿Qué propones, Preston? ¿Partirnos el caballo en dos, como Salomón con los niños?

—No —sonó la voz del joven—. Lo compartiremos y...


NO ME GUSTA NO ME GUSTA NO ME GUSTA NO ME GUSTA NO ME GUSTA NO ME GUSTA NO ME GUSTA


REPETICIÓN = REPETICIÓN

Venganza en Nuevo Méjico

Cap. I


Cris Talbot, el famoso pistolero, descabalgó y con la bota empujó el cuerpo que yacía en el suelo. No acababa de explicarse la presencia de aquel hombre en pleno descampado, a veinticinco millas del pueblo más cercano.

Inmediatamente reconoció al caído: se trataba de John Preston, un muchacho al que conoció tiempo atrás, en una de sus correrías por El Paso.

"Seguramente le han asaltado —pensó, y le incorporó para hacerle beber un poco de agua, trea difícil, pues John Preston era un hombre fornido, todo músculo y huesos.

Éste abrió los ojos y le reconoció al instante:

—Cris —dijo con voz desfallecida.

—¿Qué te ha pasado, chico? ¿Bandidos?

John negó con la cabeza:

—¿Ha sido Smill?

—¿Smill? —eso era imposible. Smill era un carroñero, un asesino de poco pelaje que jamás tomaba una decisión si alguien no le pagaba por el trabajo.

—¿Por qué?

Johny se recuperaba rápidamente y una lucecita de odio se le iba encendiendo en los ojos.


Nota marginal.—Promedio: dos folios por hora. Significan siete días de trabajo antes de terminar la novela. Recordad enviar a Editorial Sobermejo por precio habitual.

Por la tarde

La fiesta era entretenida como todas las de su estilo. Bastantes chicas muy jóvenes iban y venían por el salón haciendo ondular sus cuerpos sin experiencia y sonriendo a los muchachos que, pasado el primer momento de expectación, dedicaban gran parte de su atención a la sangría y a los canapés.

En el rincón, un tocadiscos repetía la misma canción lenta, apta para que los vergonzosos bailasen un poco antes de empezar con la música agitada.

Y, en medio, Dino y Arturo contemplando los sucesos con aire divertido. El escritor, por deformación profesional, era un ágil observador, cosa que justificaba fácilmente: escribir siempre partiendo de la imaginación, fatiga y, además, suena a falso: es preciso, de vez en cuando, tomar historias verdaderas y trabajar sobre ellas.

Un consejo que él había seguido repetidamente. Lo cierto es que la mayor parte de sus "libros serios" (inéditos) habían salido de la propia memoria: descripciones de bases y de diálogos amorosos, el alcohólico que zurraba a su mujer dos veces por semana (los lunes, porque estaba de mal humor, y los sábados para celebrar la víspera), el accidente de un coche conducido por un borrado, la orgía en la Luna llena...

Sin embargo, estaba fatigado de sondear en sus recuerdos, fatigado de salir a escena, siempre el mismo, siempre con los mismos problemas. Reír, comer, amar, vivir, morir, las banalidades aburridas e insípidas con que se rellenan los libros vacíos de contenido. Esto fue así hasta que escribió "La Gente del Buen Hambre". Allí quiso rebelarse contra la costumbre, aunque ésta significara la necesidad de alimentarse y descansar, o la obligación de envejecer: "A cada minuto —le dijo a Dino— mueren cien hombres. Seis mil en una hora... Morir, pues, es un acto vulgar, casi soez. No me interesa."

Ambos necesitaban convencerse de esto, como, también, de que un futuro aguardaba o que la historia no termina detrás de un no de mujer.

El argumento era bueno y lo explotaron de continuo: amar... cada tres segundos hay diez orgasmos y, al menos, un par de nacimientos. Sufrir, hablar, reír... todo pasó por el tamiz hasta que el mundo quedó libre de "vulgaridades". Solo entonces descubrieron que no existía nada más. Crecer, reproducirse, actuar, la química del metabolismo, ¿y luego? El absurdo.

Por eso iniciaron el camino inverso: dar un nuevo valor a todo cuando fue despojado de él. Así empezaron sus nuevas teorías, las que negaban la realidad en favor de lo insólito.

"Hay muchas cosas todavía que pensar sobre el hombre y la mujer y no, precisamente, que sean estúpidos o poco consecuentes en sus actos, sino que hay mucha, casi demasiada coherencia en esa forma de estupidez que les arrastra."

El mismo Dino, inspirado por Arturo, llegó a formular también valientes teorías que ambos guardaron muy bien para sí: los demás, la gente, siempre estuvieron mal dispuestos hacia los innovadores: si alguien fue a la hoguera a pesar de advertir la circulación de la sangre, si alguien tuvo que exclamar "eppur, si muove!"; si alguien soportó burlas por afirmar la esfericidad de la tierra, ¿qué sería de ellos, que no se llamaban Servet, ni Galileo, ni Colón?

"Pensar que somos buenos o malos... fórmulas para engañarnos, ya que no queremos recordar, ante todo, que el hombre suele ser más de lo que su capacidad le permite." (o la de los demás, que le juzgan)

Y esto es lo que en aquel momento tenían en la cabeza: el guateque, el party, los motivos de su presencia allí.

Arrellanados en un sofá, iniciaron el juego de siempre:

Aquella chica, la de oscuro, que ahora bebía un cuba-libre hablando con su acompañante. ¿Estaban enamorados? Posiblemente. Se dirían cosas tiernas y alguna picardía y aprovecharían, de regreso, lo oscuro de un portal para besarse y llegar a su casa con el corazón desbocado.

El muchacho del aire triste, apoyado en la puerta:

Era tímido, sin duda, e ignoraba el peligro que corría. Primero, mal de amores; después, el refinado y excitante consuelo de la botella y, de este modo, sin apenas enterarse, cumpliría los treinta siendo un alcohólico solitario y fracasado.

Dino le tocó el pié; un divertido motivo para dar la alarma: Mónica acababa de llegar acompañada por un tipo grotesco. Mónica, una mujer inteligente, junto a un hombre que parecía un chimpancé.

Mónica, sí, la que fue su prometida, la que le besó, la que tuvo para él frases de amor y de caricias. Podrían abrazarse los dos y decirse: "¿recuerdas?". Indudablemente se echarían a reír en este caso. Ella, él, no eran los mismos, jamás lo fueron, aún cuando pretendieron, durante cierto tiempo, convencerse de lo contrario: así vino el fracaso total.

"Ama bien y no te fijes" —solía murmurar Arturo mientras Mónica se sonrojaba —"Ama bien y olvida todo."

Un consejo, por cierto, que la muchacha aparentaba seguir ahora, del brazo del chimpancé, mientras sonreía, sonreía, sonreía hasta que sus ojos se trabaron con los de Arturo y vaciló y se quedó muda.

"Date cuenta —explicó éste a Dino— de cómo la vergüenza sobrevive al amor."

Ambos rieron.

"¿Y crees que es vergüenza por ciertos aspectos de tipo sexual? ¡Ni lo sueñes! Su remordimiento es a causa de las palabras que dijo y las cosas que pensó; es a causa de que un día estuvo equivocada."

Pero habían llegado demasiado lejos, como siempre sucede con las historias de amor: ahora ya no les quedaban ganas de diversión ni ímpetus para el baile.

"¿Bebemos?"

Otra solución. Conducta de emergencia cuando el mundo se hacía excesivamente voluminoso; al cabo de diez o doces copas la nostalgia se vendría abajo estrepitosamente y, a la mañana siguiente, despertarían en sus camas si saber cómo habían llegado a ellas.

¡Ay, qué leñe!

"Sigues enamorado todavía, ¿verdad?"

"¿Y por qué no?"

Arturo no tenía interés en negarlo: eran muchos años de costumbres con aquella muchacha; muchas alegrías, muchas discusiones.

"Claro que sí —repitió- pero ya no me casaría con ella."

¡Pobre Mónica! Con los vasos en alto se volvieron a contemplar: Arturo no se casaría y ella estaba condenada a figurar en la lista de fracasos.

"Dino: a cuatro patas nuestro carácter quedaría mejor explicado."

Guía del lector

ARTURO ARTUR, novel y prometedor escritor, se ha mudado de casa y ha celebrado el término de su gran libro "La Gente del Buen Hambre", con

DINO, un amigo de la infancia, y

RAFAEL, antiguo compañero y jefe suyo, y

ALBERTO, un ser muy complejo. También acudieron

MIGUEL, un caballero, y

QUICO, el camarada de las orgías y locuras.

Don CARLOS, el director del periódico La Isla, le ha comprometido para actuar de cronista deportivo y Arturo se ha visto obligado a aceptar ya que su dinero, al pagar las facturas, se ha quedado en nada.

El mismo día que envió su libro a la Editorial Mirlo Blanco, asistió a un guateque donde encontró a

MÓNICA, su ex-prometida, llegando a la conclusión de que el amor, como ciertos insectos, nace y muere en cuestión de horas.

A partir de este momento, el lector puede volver la página para enterarse detalladamente de las...

Orgías y Locuras

Quico y Arturo tienen la misma edad y hasta algunos pensamientos parecidos que les han unido a lo largo de sus aventuras nocturnas.

Beber y amar —lo saben bien— acostumbran a dejar extensas lagunas en la memoria por lo que muchos de los episodios de esta época han caído en el olvido. Sin embargo, Arturo ha formado con los supervivientes una relación de la que sacamos algunos datos.

El título dice así: orgías y locuras.

Nota al margen: "¿Por qué diablos pongo el título antes de saber lo que voy a escribir?"


Locura y orgía número uno, opus 742, para noctámbulos.


"Porque ustedes, los latinos..." —repite aquel hombre moreno y menudo mientras Quico y yo apuramos otra copa en silencio.

Lleva así toda la noche, empeñado, quizá, en poner una pizca de luz en nuestros estúpidos cerebros mediterráneos.

"Ustedes, los latinos." "Como los latinos piensan..."

Y así, lentamente, al mismo paso que su voz monótona, nos viene a nosotros el hastío y, después, la inmensa rabia hacia este inglés bajito que se declara antirracista mientras establece sutiles diferencias: ustedes están de un lado de la barrera, son latinos; yo, del otro: soy sajón. (y muchos sustantivos feos acaban en -ón.)

Quico, un poco ebrio, hace extraños razonamientos y recuerda a nuestro anfitrión que su lenguaje está plagado de términos grecorromanos (subordinate, price, art —dice— circle, money...) y que sus antepasados (q.e.p.d.) eran tan primates como los de Cayo Julio César.

El inglés endereza las orejas sumamente alarmado: nosotros, los extranjeros, no somos gentes de fiar y, cuando discutimos, recurrimos a los golpes bajos y olvidamos las más elementales reglas de la educación...

"Su idioma de ustedes —nos advierte— es una lengua subdesarrollada: la palabra y la tecnología están unidas y, por lo tanto, en manos de ingleses y americanos."

Quico y yo aprovechamos la pausa de una nueva libación y nos miramos molestos: como broma, la conversación se pasa de la raya y, como insulto, deja de tener gracia.

"Ustedes, los latinos —continúa— tienen violentas reacciones... Su self-control escaso, dado que sus fórmulas sociales son, también, deficientes. Cuando se vive en medio de un respeto general, basado en la libertad y en la educación, como en Inglaterra, el hombre no es una amenaza para su vecino y..."

Y aquel individuo minúsculo y cetrino sigue hablando de civilzación y cultura (términos muy distintos), y de igualdad y de supremacía...

Por fin, Quico no resiste y le da una bofetada. Yo, sin más comentarios, le imito, mientras el inglés, horrorizado, nos mira sin comprender nada.

Repetimos los golpes y derribamos algunas botellas por el puro placer de romper y destruir. Quico, además, quiere prender fuego a la casa, pero se lo impido llamándole la atención sobre unas sillas de estilo colonial que pronto son descuartizadas.

"¿Por qué? ¿Por qué?" —grita el inglés, que teme por su integridad.

Quico le escupe en la ropa y yo, antes de salir, le aclaró el misterio:

"Sepa usted —le digo— que esta es la primera vez que nos comportamos como vikingos."

Y es cierto: un romano de los tiempos de Vitelio jamás se hubiese molestado en ello.


Locura y orgía nº cinco, opus 747, en sí menor.


El odio tiene muy mala fama entre las gentes civilizadas desde hace un buen puñado de siglos. Imagino que, a fuerza de leer lo malo que es y los perjuicios que causa en el alma, los hombres huyen de él y lo representan como el mayor de los pecados.

Sin embargo, una vez que se hace la experiencia del odio nos encontramos en un mundo aparte, distinto del anterio, sí, pero con igual cantidad de virtudes y defectos. Gracias a ello, gracias al odio, seguimos, después, con fuerzas para amar de nuevo.

Cada noche de Luna Llena Quico y yo solemos ir a las viejas ruinas, a los talayots desconchados y a las taulas en precario equilibrio, a cantar nuestras "Canciones de Plenilunio", versos que yo he parido entre alcohol y tabaco.

(¡Aeoh, aeoh! ¡Buena caza, compañeros! ¡Buena caza!...)

Llegábamos al pié de las piedras grises cargados con alimentos y gran cantidad de cerveza, y nos entregábamos a un banquete ritual, durante el que bebíamos y comíamos más de lo que cualquier estómago, normalmente constituido, resiste. Luego, con el torpor del alcohol y el cansancio de los gritos, nos metíamos en cualquier habitáculo pétreo y dormíamos hasta el anochecer siguiente. Éramos (y estábamos satisfechos de ello) los "Hermanos de la Piedra Antigua", herederos del reciente Cro-magnon y de los mitos druídicos de las hojas verdes, el muérdago y las cacerías.

En la ocasión a que me refiero, hicimos un cambio en el programa: si antes la soledad nos pareció una aliada, ahora nos pesaba a lo largo de toda una noche, por lo que aquella vez nos llevamos a dos simpáticas muchachas, de más allá del mar, ansiosas de vivir una experiencia nueva: sentirse como trogloditas ebrias amadas por machos ebrios y posesivos.

Por entonces Mónica todavía formaba parte de mis costumbres, si bien yo notaba como la indiferencia me alejaba de ella: estábamos, si cabe, acostumbrados a amarnos y, por lo tanto, muy lejos de sentir la pasión arrebatadora de los primeros tiempos.

Teníamos ya —como cualquier matrimonio— nuestros besos rituales y nuestras conversaciones de costumbre. Si nos acariciábamos, era para justificar nuestra compañía y no por necesidad alguna de comunicarnos. Las palabras... En fin: cada uno utiliza expresiones típicas que, al principio, causan en el otro una agradable impresión pero, después de largas repeticiones, se nos antojan desprovistas de sentido y nos aburren.

Esta era mi situación con Mónica cuando llegó el Plenilunio y Quico me habló de llevar mujeres a nuestras noches de canto desesperado.

"Si lo resisten" —dije; y, en efecto, tenía mis dudas, porque Quico y yo llegábamos a lamentables extremos, de forma que no era raro que llorásemos a dúo o que corriésemos por la oscuridad cayéndonos mil veces e hiriéndonos, sin que la sangre y el dolor nos parecieran importantes.

"De esta manera —razonábamos— nos aseguramos salud espiritual para todo un mes."

Pero lo cierto es que, en aquellas ocasiones, echábamos fuera nuestra animalidad y nos comportábamos como verdaderos salvajes. La higiene mental a la que antes me referí, nos interesaba bien poco.

Y esa noche, con las chicas, sucedió de igual modo, pero las risas locas de las mujeres me plantearon otro paisaje: las ruinas dejaron de ser hermosas y quedaron profanadas por nuestra burda imitación de los tiempos míticos. Nuestras mismas canciones fueron absurdas pues no tenían motivo ni razón cuando mi compañera olía a agua de colonia o dejaba brilla el oro de sus pendientes: allí, ante la taula, estaba nuestro mundo presente con sus industrias y sus defectos; era inútil pretender cambiarlas por aquel otro, desaparecido milenios antes.

¿Y Mónica? Ella era, precisamente, la civilización blasfema que rompía el encanto de la Piedra Antigua. Ella era, además, el abandono, la fórmula del amor falso que dice que no hace, que promete y no cumple, que desea y no entrega.

"Te amo" —me decía, pero jamás hubiera llegado hasta las ruinas a beber cerveza conmigo; jamás se interesaría por lo que yo sintiera entre aquellas reliquias.

Y tuve mi experiencia de odio. Supe que ella, u otra igual, me arrebataría los sueños y las ilusiones de siempre; que el último vestigio de mi infancia se iría tan pronto como ella me diera un hijo. Y la odié como a un verdugo, porque Mónica no era otra cosa que mi destino de hombre vulgar cuya única desgracia es no serlo completamente.

"Me voy."

Sí: así, en mitad de la noche, dejé a mi pareja y me despedí de Quico. En vano quisieron detenerme, porque aquellas piedras nada valían ya y, sin embargo, yo tenía un nuevo motivo: quería regresar junto a Mónica y romper la monotonía del amor; llevar nuestras relaciones por el camino del odio; odio renovador que nos conduciría aún más lejos que el amor. Odio, al fin, que al día siguiente quedó de manifiesto:

"¿Me quieres?"

"Sí" —ella respondía, aún, con la indiferencia de siempre.

"¿Y si yo te hubiera engañado ayer mismo?"

¡Ay! Observé entonces como su rostro tomaba una insólita expresión: ¡por fin algo distinto! Y (¡qué tontería!) me sentí feliz.


Locura y orgía nº siete, opus 749. Nocturno.


El coche dio la vuelta de campana y Quico seguía riéndose sin que nada le detuviera. Cada nueva carcajada era más estridente que la anterior y más dolorosa.

"¿Qué te sucede?"

Pero él reía sin parar, tendido como estaba en la cuneta y con una herida en la rodilla.

"¿Te duele?"

No le dolía. No tenía importancia y, aún de tenerla, ¿qué más le daba, con la cantidad de alcohol que llevaba en el cuerpo?"

"Ha sido —dijo— una noche perfecta."

Yo, con un arañazo sobre la ceja, distaba mucho de opinar lo mismo. Además, nuestra situación era crítica en mitad de la noche, con el coche destrozado y muchos kilómetros separándonos de la primera cama.

"¡No te rías!" —exclamé irritado, pero, evidentemente, Quico veía el panorama desde otro lugar, desde un sitio extraordinariamente cómico a juzgar por sus carcajadas.

"Dame un cigarrillo."

¿Qué clase de accidentados éramos? Riendo, fumando, sin comprender, caídos sobre la carretera y sintiéndonos cómodos en ella.

"Esto —continuó Quico— es lo mejor que me ha sucedido."

Poco a poco se explicó:

"¿Recuerdas lo primero que hicimos?"

"Sí, claro: dos copas en una tasca y, luego, un paseo por los muelles."

"¿Y después?"

Unos cuantos kilómetros cantando marchas aprendidas en los campamentos juveniles, cuando éramos niños. Más tarde, en una boîte, las muchachas que nos sonrieron y con las que bebimos. No, aquella vez ni mediaron besos: fue una conversación con dos lindas catalanas.

"¿Sobre qué?"

"El pecado; recuerdo que yo decía que pecar era pretender lo imposible. Pecar era ir hacia la verdad, y ser santo, dejar que la verdad te invadiera."

"¿Qué más?"

Lo ignoraba; aquellas chicas resultaron muy aburridas, muy doctorales, con ideas aprendidas sabe dios en qué manual.

Quico, todavía tumbado, me lo recordó riendo:

"Hubo más: la posesión."

No, no había sido esto. Simplemente (en la décima copa de coñac) se habló de la angustia, del hombre solitario al que nada pertenece, de la inutilidad de una vida que le arrebatan mil interferencias cada hora.

Quico seguía con sus grandes carcajadas.

"¿Te das cuenta?"

No, en absoluto. Al contrario: todos nos habíamos burlado de estas ideas y opinábamos que el hombre es demasiado compacto para estar desligado de sí mismo, demasiado completo para que la vida no dependa de su exclusiva voluntad. Además, ¿qué sentido tenía aquello ahora, cuando habíamos volcado y estábamos lejos de nuestras casas?

"¿Y aún lo preguntas? ¿Todavía —dijo— no has pensado que has estado a punto de perder la vida? ¡Ni siquiera se te había ocurrido!"

Y se reía.

Quico se reía de mí con bastante razón.


Locura y orgía nº diez, opus 752. Rapsodia


Estábamos en el Hospital: de algún modo habíamos llegado allí, aunque renuncia a imaginar cómo. Quico, a mi lado, respiraba agitadamente y yo notaba en su aliento un fuerte olor a cerveza agria.

Era una oscura sala común, donde más de cincuenta enfermos dormían con sus característicos ruidos de gente vieja: ronquidos, suspiros, carraspeos, eructos... Y, frente a nosotros, una única cama permanecía iluminada y, en ella, otro anciano se agitaba y gemía, pero no era a causa del sueño. De una mirada comprendí que aquel hombre agonizaba y ya debía saberlo puesto que no me sorprendí.

A ambos lados, un par de mujeres le velaban, y una monja iba y venía; le tocaba y murmuraba: "todavía, no; todavía, no". Así pues, estábamos asistiendo a una agonía vulgar, donde hay siempre gente que espera la muerte de otro con hastío y gente que recibe la propia sin poderse rebelar.

La monja llegó de nuevo y le subió el embozo hasta los sobacos. Después, como última caridad, colocó entre las manos engarfiadas un crucifijo y susurró otra vez: "todavía, no; todavía, no". Otra de las mujeres comentó que su suegro fue mucho más rápido: se nos marchó en un momento; y había un tono de reproche en su voz: lo dijo como recriminando al hombre que se moría tan despacio que le estropeaba la noche.

Quico, a mi lado, me tocó en el brazo:

"¿Qué te parece?"

"Vámonos" —contesté.

"¡Ah, no! Eso sí que no. Hay que aprovechar cualquier oportunidad; tal vez consiga salvarle."

"¿Salvarle? ¿Quién?"

"Yo, por supuesto."

¿Qué nueva teoría se le habría metido a Quico en la cabeza? Comprendí al fin: jugaba a ser Dios, a ser omnipotente. La presencia de la muerte le enervaba y le hacía sentirse centro de la creación. Nadie moriría sin su permiso, y, si aquel hombre continuaba respirando, era tan sólo porque él, Quico, lo quería así.

Una experiencia razonable, incluso importante, de no necesitar para ella de la muerte de un semejante.

"Déjalo" —murmuré.

Pero él ya no hizo caso y clavó sus ojos en el cuerpo que yacía desmadejado sobre la cama. No sé durante cuánto tiempo estuvimos así, él, taladrando al enfermo y yo, tratando de olvidar el ambiente tétrico que me rodeaba. A intervalos me iba dando informaciones:

"Es —decía— un coágulo en la aorta."

"Mantengo el corazón todavía."

"Creo que, si me esfuerzo, puedo arreglar esto."

"Acabo de llegar a la carótida. Todo va bien."

¡Con qué inconsciencia viajaba por el organismo del otro!

"Tiene ideas extrañas el tipo este" —continuaba Quico.

"Está pensando en su infancia; por lo visto tenía una hermana."

Y yo, mientras, me asombraba de esta muerte concebida como espectáculo y de las singulares frases de las mujeres allí reunidas. Una, por ejemplo, se quejaba de los precios actuales de las setas. La monja, con calma, repetía como siempre: "todavía, no; todavía, no". Y la respiración del moribundo atronaba inútilmente la sala donde otros cincuenta tipos dormían en la seguridad de que su fin sería muy semejante a este.

¿Y nosotros? ¿Por qué se nos permitía asistir a esto? La muerte —pensé— debiera ser algo privado; una ceremonia a solas, donde nadie viese nuestro último fracaso, donde nadie llorase o comentase el precio de las setas; donde pudiésemos dejar un recuerdo limpio, sin visiones de jadeos y estremecimientos.

En eso, el hombre se estiró y pareció dar un par de saltos. Rugió y quedó en silencio. Después, otro esfuerzo desesperado y el fin.

"¿Y ahora?" —dije a Quico.

Éste sonrió.

"Me cansé de mantenerle. Por un momento dejé de pensar en él."

¡Qué extraño placer éste de Quico! Él, inocente y limpio, acaba, sin embargo, de matar a un hombre.


Anexo a las orgías y locuras: los intrusos


A menudo Quico y yo nos acercamos a los antros de perdición, donde pobres hombres miran a pobres mujeres y, entre todos, se consuelan de no tener un céntimo.

En nuestras excursiones conocemos de todo: el tipo mal encarado, con cuentas con la ley, el ratero, el retrasado mental, el analfabeto... Y se parecen a las ambiciones: vivir como sea, pero de Otro Modo. Ser otros o, al menos, creerse mejores.

Comer, gozar, aspiraciones sencillas que se les escapan entre las copas y las ilusiones truncadas. Saben ellos y nosotros que un hombre con veinte mil pesetas al mes puede ser más virtuoso que otro con cuatro mil, aún haciendo lo mismo.

Allí están jóvenes albañiles que "no pueden casarse". Les falta dinero y educación. Ellos amarían, ¿cómo no?, a una mujer refinada y longilínea, pero, ¿y ella? Aquí está el por qué su amor tiene que ser a plazo fijo: una vez por semana y con desconocidas.

Encontramos, entre tantos, a los cornudos, que se emborrachan porque su mujer se divierte. A los que tienen hijos de origen dudoso. A los que tienen familia numerosa y la bolsa exhausta. A los alcohólicos impenitentes, a los redomados mentirosos que una vez venden un reloj y otra duermen al raso.

Uno nos ha dicho que está propuesto para el premio Nobel de Química, ¡y es mozo en los almacenes de unos laboratorios! como otros amigos se han preocupado de aclarar. Más allá, un mocetón comenta en broma que "ahora trabaja de arquitecto": sí, porque los albañiles también tienen su corazoncito.

Hay quien reniega de su estrella: "yo fui médico", dice un hombre viejo, borracho y calvo. ¡Ah! Sus recuerdos están en cuando, siendo soldado, fue destinado al botiquín de su regimiento.

Y Quico y yo bebemos a su salud. A menudo ellos invitan porque, quizá, la generosidad cuesta menos cuando los bolsillos están semivacíos. Hay otros estudiantes, muy jóvenes, con acné: han ido allí a olvidar una pena; la chica que hasta ahora les besaba, prefiere besar a otro.

Es un bonito lujo el de sentirse "miserable" y "despreciado" durante unas horas. No hay, después, nada que hacer, porque no pensamos igual. Yo no puedo explicarles lo que siento y ellos no pueden confesarme su ruina.

Uno, cuando le he corregido, advirtiéndole que Mesina está en el sur de Italia y no en el norte de Francia, me ha mirado con ojos furiosos.

"Yo le digo a usted —ha respondido lleno de un hermoso valor— que en el norte de Francia hay otra Mesina."

En efecto: era cuestión de dignidad y, además, a nadie va a perjudicar la nueva Mesina. Lo comprendo mejor que ellos mismos.

Por eso jamás corregiré a nadie. Prefiero pasar por ignorante a poder hacer daño semejante.

¿En qué consiste tener vocación de lirio del campo?

Arturo Artur, reciente autor del libro inédito "La Gente del Buen Hambre", nos habla de su vocación de escritor-escritor y de las demás cosas que emponzoñan su vida.

Unas frases de San Mateo (VI, 26-29) me han llamado siempre la atención y de ellas he sacado el nombre de mi especial vocación de escritor:

"Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen graneros; y vuestro Padre Celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?"

"Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerar los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero yo os digo que ni aún Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos."

Lirio del Campo, voluntaria soledad y obligado ostracismo en mitad de un mundo cuyo orgullo está en la superproducción... Pero, ¿es esto lo que significa ser cristiano?

Ahora bien, os propongo una experiencia: abandonad la oficina estrecha, el despacho lujoso, el talle de luz blanca; mirad a vuestra mujer con ojos sinceros y explicadle que el arte es alimento divino y que la belleza es presencia inútil y sagrada; empuñad un bolígrafo y confesad llanamente las alegrías y las penas; contad las historias de los hombres y sus hijos y decir que aún existen, como el amor o las nostalgias; gritad bien claro que poesía es algo más que letra impresa; descubrir la almas y obligad a que el mundo las compare; romped los engorrosos documentos y cambiad de nombre: donde hasta ahora dijo "Abogado", "Oficial de Segunda", "Administrativo", "Estudiante", poned un simple "Escritor" y enfrentáos a los demás.

Buscad en vuestros bolsillos alguna moneda y en vuestros amigos, comprensión. Tocáos el corazón a menudo y sed eficaces con las palabras que os sugiera el ayuno. Esperad el reconocimiento póstumo o la posibilidad de vivir con el trabajo que amáis.

Seréis, entonces, Lirios del Campo: lirios desnutridos y harapientos fiados al timón de la esperanza; lirios mortecinos e incoloros, buenos para la burla y el desprecio, pero lirios a fin de cuentas, sobre los que sólo será posible decir una cosa: han perdido el juicio.

Bien: yo soy Lirio y he aquí que todavía podría encontrar un trabajo bueno en un confortable despacho y ganar dinero y tener una familia instalada en una bonita casa, y, sin embargo, me sostengo sobre la punta misma de mi bolígrafo y confío al borde de la desesperanza y me envanezco (¡Dios mío!) de tener un don.

Pero —¡Cuidado!— ser Lirio del Campo compromete y obliga desesperadamente. ¿Os asustaréis de doce horas seguidas de trabajo? ¿Temeréis pasar dos días en vela? ¿Renunciaréis, por las buenas, a la televisión?

Todos los caminos son peligrosos, y más éste, al final del cual, seguramente, sólo os espera la decepción. Eso sí: vuestros nietos encontrarán, en el lugar más polvoriento del desván, miles de folios amorosamente empaquetados y leerán vuestras palabras convencidos de que fuisteis grandes hombres, convencidos hasta que piensen por sí sólos; después, el olvido absoluto.

Sin embargo, suponer el mejor de los casos: habéis sido lirios del campo y vuestros trajes han estado rozados en los codos y en el fondillo del pantalón, pero, a vuestros cuarenta y tantos años, os sonríe la fortuna y alguien os otorga la fama, que no la inmortalidad. El mundo se vuelve distinto, quizá poblado de sonrisas, quizá repleto de los fantasmas familiares de vuestras ilusiones. Por un instante, volvéis la vista atrás y... ¿Qué os ha costado esta satisfacción? La juventud, el desprecio, tal vez el renunciar al matrimonio o al bienestar. Desesperadamente os volvéis a lo futuro, pero, ¿qué os queda? Un cuerpo fatigado y las esperanzas realizadas: ya no sabéis, pues, qué más hacer. Y escribís, pero ahora es la inercia la que manda y domina: antes lo hicisteis porque así lo deseabais; ahora porque "no hay otro remedio".

Así terminan los Lirios del Campo. Así, con la posibilidad de que un biógrafo tardío comente: "fue un hombre desgraciado; tuvo una vida extraordinariamente profunda." Sí, pero, ¿justifica algo esto? Hay que exponerse para llegar al fondo de la cuestión.

¿Alguien se siente tentado por la fama?

Contestad: imagino vuestro silencio y lo comparto; y, aún así, yo voy a ser Lirio del Campo.

Arturo Artur a sus desemejantes

(Estate atento, Rafael: esto puede convertirse en la revolución social del siglo.)


Manifiesto suicida


(¡Atento, Rafael!)

Yo, Arturo Artur, consciente del riesgo de convertir la originalidad en un arma peligrosa para el hombre, declaro inaugurada la República del Silencio.

(¿Qué te parece?)

(¿No tienes nada mejor en qué pensar?)

La citada República establece que:

a) El hombre, como animal pensante, es un estrepitoso fracaso.

b) Pero, dado que es el único experimento conocido de la naturaleza, se le ha de conceder un margen de confianza.

c) Este margen tendrá forma de "ayuda a la Inteligencia"

d) Cuyos motivos son, simplemente, evitar males mayores.

Por ello, y en la fecha que abajo se cita, se procede a:

1º.- Reforma del calendario, implantándose el día de 32 horas, distribuidas en 24 de vigilia y 8 de reposo.

2º.-La semana de cinco días y dos horas libres.

3º.-El año de 24 meses.

Motivos: suponemos que un exceso de trabajo contribuirá a soterrar las costumbres de cazador nómada que perviven en el hombre y...

(¿Quieres dejarlo ya, Arturo?)

(Tienes que oír lo mejor)

(Oye, Arturo: ¿por qué no cuentas las cosas de cada día en lugar de hacer manifiestos suicidas?)

(Dices lo que todos. Pero, veamos: ¿cuáles son esas cosas de cada día?)

(No sé exactamente, pero el mundo hace siglos que vive de la misma forma y todos, quieran que no, se conforman y hasta alguno se siente a gusto.)

(No viven, creen hacerlo, pero, en el fondo, tienen la sensación de que algo les toma el pelo.)

(No estoy de acuerdo. Lo habitual, lo cotidiano, tiene una enorme poesía. Lo vulgar es poético: un niño que se toca los labios con la lengua delante de su caramelo; una muchacha que se ruboriza; el beso de dos ancianos...)

(Yo te diré cuáles son las cosas de cada día: a las ocho (o a las siete o a las seis) suena el despertados. El dormitorio huele mal, a aire viciado de digestiones. La boca tiene mal sabor. Te levantas y orinas. Prendes un cigarrillo mientras te afeitas y oyes como la mujer trastea en la cocina. Te tomas el café con lecha y te vas a la oficina (a la fábrica, al taller, al despacho, a la obra...). Sudas, te cansas; oyes conversaciones que no te importan y dices sí muchas veces. En un minuto libre, piensas en tu edad y te asustas. En otro, te hurgas la nariz. Más tarde...)

(Ya basta, ¿no?)

(Como quieras. Pero yo prefiero mi imaginación a la vida de costumbre, y no me preguntes por qué. Aunque todo sea falso, es mejor que saberte atrapado para siempre.)

(¿Dónde tienes tu isla desierta?)

(¿Crees de veras que, si cada hombre tuviese su isla existiría alguna ciudad? Los sociólogos han inventado muchos mitos; el más importante, el de la comunicación. Fíjate: el hombre se asoció, bajo unos determinadas circunstancias, para obtener beneficios. Y ahora, cuando siente peligrar lo íntimo, no puede aislarse. Somos prisioneros de...)

(¿Entiendes lo que dices?)

(No, pero lo siento, Rafael.)

(¿Sabes lo que dice el loco, el alcohólico, el pederasta, el impotente, el fracasado? El mal no está en mí; el mal está en el mundo.)

(¿Sabes lo que dice el Lirio del Campo? ¡Gracias a dios que somos muchos a repartirnos los errores!)

 


Presupuesto

(borrador)

Nota marginal: todos los hombres tienen capacidad para digerir, pero sólo algunos lo consiguen.

 

Tomates..........  20
Pan..............  15
Leche............  20
Huevos...........  60
Detergente.......  20
Atún.............  12
Garbanzos........  30
---------------------
Total............ 177 ptas.

 



Rousseau M. Ficha bibliográfica

Ouvres choisies de M. Rousseau
Nouvell Edition
A Paris,
Chez
Desaint et Saillant, rue S. Jean de Beauvais;
Briasson, rue S. Jacques.
Leprieur, ru S. Jacques.
MDCCXLIV (1744)
Avec Approbation et privilége du Roy (nótese que no es Roi)

Mala literatura pero es, quizás, el libro más antiguo que ha caído en mis manos. Cuando pienso que estas páginas tienen doscientos veinte años de existencia, algo pasa por mi interior y tiemblo.

 



Arturo Artur
Andén de Levante, 14


Mahón, 10 Diciembre.


Sr. D. Carlos Ortiz.
Director del Diario La Isla.


Apreciado Don Carlos:


Con la presente, le remito una crónica detallada del partido de fútbol celebrado entre C.D. Menorca y el C.F. Alayor. Asímismo, otro trabajo sobre los torneos de baloncesto en juego (haciendo referencia al baloncesto femenino).

Le ruego encarecidamente que, cuando precisa una nueva crítica literaria, me lo comunique con el debido tiempo.


Aprovecho la ocasión para quedar de Vd. affmo...


Arturo Artur

 



Mahón, 8 de diciembre.


Sr. D. Arturo Artur
Andén de Levante, 14.


Querido Arturo:


Necesito verte. Te espero en la plaza de la Miranda el domingo por la tarde, sobre las siete.


Mónica.

 



Anotar como fórmulas literarias:

 

El tren !!!!!C;
       o-o-o

Pagaron O + O + O + O + O monedas

Una soledad así: .............................
                          .                 .
                                   .
                          .                 .
						   ...................

Lecturas

(Nota marginal: las bonitas frases tiene mucho que ver con la mentira. Las frases feas y descuidadas, son falsas. La mejor forma de no faltar a la verdad está en mi poder: dejar el folio en blanco. ¿Cómo resultaría una novela con sólo el título? El lector podría imaginar lo demás a su gusto: quedaría mil veces más satisfecho.)


Lo que va de ayer a hoy:

"Me parece natural amar a los que se creen buenos y aborrecer a los que se creen malos." —La República. Platón.

"Yo amo lo que es capaz de proporcionarme tormento." —Arte de Amar. Ovidio.

"Sin amor no se pudiera ni aún el mundo conservar." —Fuenteovejuna. Lope.

"El más poderoso hechizo para ser amado es amar." —El Héroe. Baltasar Gracián.

"L'amour est un tyran qui n'epargne personne." —El Cid. Corneille.

"En la misma llama del amor vive una especie de pábilo o pavesa que acaba por debilitarla." —Hamlet. Shakespeare.

"La mujer quiere creer que el amor lo puede todo; esta es su superstición." —Nietzsche.

"El amor es el más egoísta de los sentimientos y, por consiguiente, el menos generoso cuando se siente herido." —Nietzsche.

"Ser amado significa ser preferido a los demás, es decir: ser considerado y adorado como criatura privilegiada." —El Libro Negro. Papini.

"El amor, que debería ser ensimismamiento, no es más que el sueño de dos egoístas solitarios." —Libro Negro. Papini.

"¡Oh, qué amor tan callado el de la muerte!" —Bécquer.


Sin comentarios. (¿Por qué me habrá citado Mónica?)

Las notas

Lonja humana: llegué a un extraño lugar que nada tenía que ver con mi fantasía: se trataba de una aglomeración de edificios por entre los que discurría una multitud de individuos en plena faena de truque.

Los había altos, hermosos, dueños de un cuerpo fuerte y sano; también estaban allí los desamparados, los rencos, los jorobados, los necios y todos se contemplaban entre sí con rencor parecido a la envidia.

"¿Qué tendrá éste —decían unos a otros— que yo no tenga? ¿Acaso no somos todos iguales?"

Un predicador, con un libro sagrado en la mano, hablaba del amor y de la caridad y explicaba los misterios del padre único y de la fraternidad del género humano.

Más cerca, un tullido recriminaba a un atleta:

"Orgulloso —le decía— Belcebú quiere perder tu alma y por eso te tienta con la belleza. Pero, ¿acaso la fuerza del hombre está en su cuerpo? ¡No mil veces! Es el espíritu el que nos gobierna. Haz penitencia. Haz penitencia por ser hermoso."

Las frases era iguales: "Haz penitencia por ser tuerto", decía el ciego. "Haz penitencia por ser inteligente", decía el necio. "Haz penitencia por ser manco", decía el paralítico. Y todos, asustados unos con otros, gemían y no acertaban a encontrar una solución para su desventura; sólo, quizá, el consuelo del frailuco que repetía con voz cansada: "amar a vuestros semejantes".

Pero, Señor, ¿dónde estaban los semejantes de aquellos desgraciados?

Todas las tribus del hombre estaban allí representadas y todas las posturas y todos los lamentos: se trataba, tan sólo, de encontrar a alguien más infeliz para sentirse, entonces, importante y trascendente. Pero no tardé en descubrir otro singular detalle: los precios.

Cada uno de aquellos individuos tenía su valor propio que, sin cesar, aumentaba y les llenaba de orgullo. "Yo —decía un anciano a otro menos viejo— valgo más, puesto que soy un hombre de ochenta." El siguiente, se enfrentaba con alguien aún más joven: "Yo —decía exultando— valgo más que tú, puesto que soy un hombre cincuenta." Y los había, también, de cuarenta, treinta y veinte; y, en el fondo de una callejuela, un grupo de niños sucios lloraba a lágrima viva: "¿Qué valemos nosotros? —preguntaban— ¿Qué somos nosotros?", pero nadie reparaba en ellos.

Por fin empezó la verdadera transacción y todos quedaron en silencio para atender mejor al negocio: un grupo de bellas mujeres había subido al estrado y, desde allí, pregonaban las condiciones a los futuros compradores. He de hacer constar que, con las mujeres, sucedía lo contrario que con los hombres, y valía más una de veinte que una de treinta y, por supuesto, más que cualquiera de ochenta, ya que ellas no necesitan experiencia, sino carnes suaves y olorosas.

"Yo —decía una— tengo veintirés años. Durante este tiempo apenas si he hablado con desconocidos y, desde luego, ningún hombre ha llegado a mi intimidad o me ha besado —exhibía aquí un puñado de certificados médicos—. Desconozco lo que es el mundo y soy tan cándida como la que más. ¡Ah! ¡Y fijáos en mi cuerpo! Soy hermosa, ¿no? Tengo los muslos largos y redondos y el pecho levantado sin necesidad de artificios. Ved qué brillo tiene mi pelo y daos cuenta de su tonalidad. ¿Y mis ojos? ¿Qué podéis decir de mis ojos? Son profundos, alegres, vivos... En consecuencia..."

"¿Cuánto pides? —preguntaba un joven estudiante que necesitaba, probablemente, amor desde años atrás."

Pero la mujer apenas sí le prestó atención.

"¿Qué eres tú? —dijo con el desprecio en la mirada."

"Estudio —suspiró el estudiante.— Todos coinciden en que me aguarda un gran porvenir y..."

"Yo no vivo del aire."

Sucesivamente los demás fueron haciendo sus ofertas y la mujer, atenta, las calibraba, las comparaba y desechaba las peores en un hábil trabajo de selección para el que se había preparado durante sus veintitrés años.

Por fin, un hombre de treinta y cinco (ya con bastante valor) mostró varios documentos y dinero. Tenía, todavía, un cuerpo sano y bien proporcionado aunque su respiración ya no era tan buena como en su primera juventud.

"Y no tengo vicio alguno" —remachaba.

La mujer todavía dudó un poco, esperando una mejor proposición, que no llegó. Así pues, aquel sería el precio: un hombre de treinta y cinco, sólidamente insertado en la vida, con sus dosis de vulgaridad y su dosis de importancia.

"Vayamos a otro lugar —dijo— y firmaremos el contrato. A partir de ahora te perteneceré. Por supuesto, si deseas antes un reconocimiento médico..."

Pero ya otra hablaba desde el estrado y pregonaba su mercancía: "yo tengo veinte años. Durante este tiempo, apenas sí he hablado con desconocidos y..."

Aquella lonja, si he de ser sincero, me fatigaba. Llegué a pensar que sólo tenía un nombre: el estómago; y un apellido: el miedo. Sin embargo, sé que las cosas no son tan sencillas como aparecen. Y es una lástima.

El frailuco (última voz) repetía: "amar a vuestros semejantes. Amadlos."

Por la tarde

La plaza de la Miranda es un mirador rocoso colgado sobre el puerto, alcanzado de lleno por el trajín del mercado y la terminal de los autobuses. Cuando anochece encuentra una parte de silencio y se llena de gentes curiosas que van a contemplar las faenas marineras o, simplemente, a ver el ocaso sobre el mar. Luego, en la oscuridad, suena el turno de los novios, que han encontrado allí un lugar privilegiado para los besos y las caricias más o menos furtivas.

El mismo Arturo, en otras épocas, fue cliente asiduo de la Miranda y se sentó, muy a menudo, en compañía de Mónica. Eran buenos momentos en los que, según el humor del día, se miraban las estrellas o los añosos árboles, o se hablaba de lo futuro: una casita blanca, llena de gruesas alfombras, y sin ningún espejo. En una habitación, la cama para el amor y no para el descanso y, en otra, la cuna, aguardando la llegada de algún niño sonrosado y bello.

Ambos se protegían con estas ilusiones y se aseguraban del mutuo amor. ¿Puede, acaso, un hombre hablar de una casita blanca y no ser sincero? ¿Puede una mujer escucharlo y dejarse besar sin estar realmente enamorada? Entonces parecía que era una sola la respuesta pero ahora, cuando Arturo vuelve a pisar la Miranda, y recuerda, siente que aquella seguridad se hizo pedazos mucho tiempo atrás y que hoy es todo posible.

Es posible, incluso, que Mónica no acuda a la cita. Es posible que se trata de una mascarada inútil donde ellos no sepan qué decirse. En cualquier caso, no es el amor quien les reúne aquí, sino, tal vez, su propio fracaso como individuos, o la soledad de no tener a quien quejarse.

El crepúsculo se cierra definitivamente cuando Mónica llega y le sonríe débilmente; en efecto: la conversación no va a nacer fácilmente ni va a ser altisonante. Mónica está avergonzada. Mónica tiene miedo; el de todas las mujeres que ignoran lo que el hombre va a decir y, simplemente, lo imaginan.

"Hola."

"Hola."

Y, ahora, ¿qué más? El día, o la belleza de la noche, son temas demasiado socorridos. Tampoco es aconsejable hablar de los viejos tiempos puesto que están llenos de recuerdos ingratos. Preguntar por la familia, quieras que no, sería una estupidez.

"¿Querías verme?" —dice Arturo, consciente de que hace una pregunta absurda.

"Sí."

Y, de nuevo, el silencio. Se diría que están avergonzados de los sentimientos que un día tuvieron el uno por el otro. Cuando se ha confesado cariño a otra persona, todo encuentro posterior significa repulsión, puesto que las declaraciones son debilidades humanas.

"¿Me puedes decir qué te pasa?" —pregunta Arturo desabrido.

Y Mónica, inexplicablemente, se pone a llorar. No es, con mucho, un llanto desesperado; ni siquiera es triste. Se trata, tan sólo, de una salida a la situación, de un compás de espera para romper el hielo del encuentro.

"Ven, siéntate. Y, por favor, no llores."

Y así, el uno junto al otro, como en los viejos tiempos, llega la hora de las explicaciones. En suma: ¿qué es lo que Mónica desea? No lo sabe bien. Sí, sí, tiene una razón para todo esto, pero no acierta a decirla. Ella estaba sola, y eso significa no tener a nadie con quien hablar, y encerrarse más y más en los círculos de la memoria hasta que la casa se hace insoportable y los libros que uno se empeña en leer, y las personas que se acercan peligrosamente a nuestra intimidad.

Arturo comprende: él vive así desde hace mucho y ya no esperaba salir de ello. Uno se acostumbra, por más que Mónica no quiere entenderlo ahora. Uno acaba por no desear más que silencio y, quizá, unas cuantas palabras dichas en un bar o un par de gritos en la mitad de la noche. Si razonas, ¿dime para qué precisas compañía? Nosotros, ¿sabes?, tenemos la costumbre de herirnos a menudo: es algo que no nos es posible evitar y, en ese caso, ¿qué más da la amistad que el odio?

Mónica calla un instante. ¿Descubre a un Arturo distinto o es el mismo que conoció siempre? En todo caso, es un Arturo cansado, abatido, que difícilmente le procurará consuelo. Ellos se han amado, ¿lo recuerda él? Y quizá se aman todavía. Ella, pro su parte, no ha roto con lo pasado, y, sin querer, sueña y añora hasta comprender que su vida no está muy lejos de la de Arturo. En fin: ¿podrían las cosas volver a empezar? ¿Existe alguna esperanza para su noviazgo?

"Era esto" —exclama Arturo y no sabe exactamente si el tono con que lo pronuncia.— "¡Era esto!"

Ella le mira asustada: es la primera vez que se declara: la primera vez que toma una iniciativa. En las otras rupturas que hubo, siempre fue Arturo el primero en acercarse y el primero en buscar una fórmula para el arrepentimiento, mientras que ahora es ella, Mónica, la que cede y la que implora y Arturo el que duda y se hace de rogar.

"Déjame pensarlo, Mónica."

"¿Es que no me quieres?"

Una absurda pregunta que requiere una contestación del mismo calibre. Sí, la quiere, no es amor, precisamente, lo que falta. El otro día se han visto en un guateque y los dos sintieron la pena de estar separados, en otras manos. Pero hay más: el amor, Mónica, nada justifica. El amor no es una válida y es forzoso pensar más allá del beso o de la noche en la cama, y comprobar si realmente se soportan; si realmente ella, Mónica, aceptará el modo de vivir de Arturo y Arturo, el carácter de Mónica.

"Sí, sí: todo eso es posible. Amor significa tener voluntad de hacerlo."

("He aquí una de las frases que aprendió de mí")

Aún hay más, Mónica: mi trabajo y mi dinero. Arturo, ella lo sabe, es un Lirio del Campo y es imposible obligarle a una actividad ordenada. Él, de antemano, lo confiesa: no existen las oficinas, ni las clases particulares, ni las recepciones de los hoteles, ni los puestos de Public Relations de las inmobiliarias. Únicamente es importante ser Lirio del Campo para un Lirio del Campo y llegar a convertirse en escritor-escritor. ¿Acepta esto Mónica?

"Sí, te quiero. Eres tan distinto."

Aún hay más, Mónica: tu vida, como la mía, ha estado basada en el lujo, en la multitud de cosas superfluas a las que nos acostumbramos de pequeños, como los cosméticos, el tabaco, las excursiones, determinadas comidas... Habrá que prescindir de mucho y vivir como espartanos.

Todo se acepta en estos momentos; incluso los besos renacen con mayor intensidad. Sin embargo, hay una diferencia substancial: para Arturo lo dicho significa SU vida, la que DESEA, puesto que, de lo contrario, buscaría otra distinta. Para Mónica, es VIVIR MAL, algo que acepta sólo a cambio del amor, pero que no puede compartir de ningún modo, y Arturo sabe bien esto, como sabe también que todo acabará en fracaso, como las otras veces.

Sin embargo...

Aún hay más, Mónica: amar es poseer en cuerpo y alma y ella sólo ofrece parte del cuerpo y nada del alma. Arturo quiere sus pensamientos; quiere que Mónica diga constantemente la verdad y no se asuste ante esa otra intimidad de las ideas que, a sus ojos, es mucho más incasta que la de los sentidos. Quiere, en fin, todo cuanto Mónica es y significa. Por lo tanto, deberán vivir juntos y luego, un día, cuando sea más fácil la seguridad, se casarán. Hasta entonces, Mónica...

"¿Amantes?" —dice.

Y no se horroriza. Claro es que la situación tiene sus inconvenientes. Está, también, la cuestión social: sus padres, sus amigos, la gente en general, ¿qué dirán? Sin duda muchas cosas y todas muy malas, y ella se avergonzará. Pero no es para tanto: puede hacerlo.

"Otra cosa más, Mónica: ¿crees en mí?"

"Confío en ti."

¡Ah, no! No es lo mismo. Creer es saber; confiar es esperar. Ella debe creer que Arturo hace estoy vive así porque es lo mejor, y porque él mismo lo necesita; y ella decide que una mentira más no cambiará el mundo. Con un extraño acento de seguridad repite:

"Creo en ti, Arturo."

Y Arturo, perro viejo, capta enseguida lo que hay de falso en la contestación. "¡Qué melodrama por tan poco! Somos todo lo estúpidos que nuestra inteligencia nos permite ser."

"Mañana" —dice él.

"Mañana" —dice ella.

Se despiden con un beso más. Son ya los dos los que desconfían del amor. Son ya los dos los que, en solitario, se repiten:

"Sólo es un remedio."

"Sólo es un remedio."

Las diez y por teléfono

"¿Papá?"

"¿Qué quieres a estas horas?"

"Te he llamado porque..."

"Quieres dinero, ¿no?"

"Sí. Mira: una mujer va a vivir conmigo y, ya sabes."

"¿Quién es ella?"

"Mónica."

"Eres un animal salvaje. ¿Te das cuenta de lo que haces?"

"Perfectamente, papá."

"Eso es hacer una mala jugada a la chica. ¿No te parece que ya has dado bastante guerra sin necesidad de tener amantes?"

"Nos casaremos, papá. Ahora lo que quiero es que, cada mes, me envíes cierta cantidad."

"¿Cuánto?"

"Cinco mil."

"¡Ni lo sueñes! No sé si lo ves como yo, pero ¿te parece normal que un hijo pida cinco mil pesetas a su padre para poder tener una amante? Además, la vas a hacer una desgraciada y eso no te lo permitiré."

"Papá: con o sin tu dinero, sucederá lo mismo."

"Te gusta hacer daño, ¿verdad?"

"Sí."

"Piensa en tu pobre madre y en la familia de Mónica."

"Ya lo hago. ¿Y qué más?"

"Si las quieres, respétala. Sé casto con ella."

"¿Y del dinero?"

"No."

"¿Por qué?"

"Porque no. No quiero tener nada de qué arrepentirme."

"Y, por lo visto, ya te pesa haberme echado al mundo. Estoy seguro de que temes el Juicio Final solamente por eso. Dame el dinero y prometo que te dejaré en paz."

"No. Arturo, por favor, reflexiona..."

"Arturo, por favor, reflexiona... ¡Ya está bien de burlas, papá. Por mí, os podéis ir todos al cuerno."

"¿Arturo? ¿Arturo?"

Datos

(para los lectores que han llegado tarde y se han perdido el principio)


ARTURO ARTUR, joven escritor-escritor y Lirio del Campo, se ha convertido en cronista deportivo por obra del director del diario La Isla,

D. CARLOS ORTIZ, hombre bueno, que ha descubierto que el muchacho puede trabajar por poco dinero. De esta manera, Arturo Artur, obsesionado por la literatura, ha enviado su último libro

"La Gente del Buen Hambre", a una editorial,

MIRLO BLANCO, S.A., con la que ha tenido relaciones a cuenta de ciertas novelas del oeste editadas bajo pseudónimo. Con

DINO, un amigo de la infancia, ha asistido a un guateque de gente más joven que él y allí ha visto, después de largo tiempo de olvido, a

MÓNICA, muchacha que fue su prometida, acompañada por un tipo con aspecto de chimpancé. Unos días más tarde ha recibido una carta de la muchacha fijando una entrevista; en ella han acordado convertirse en amantes, pero ambos desconfían de su propia capacidad para esto.

Entretanto, Arturo Artur sigue tomando sus habituales notas y buscando nuevos sistemas para ganar dinero sin dejar de ser Lirio del Campo.

A medianoche

Dino y él sentados en el bar.

Dino y él, bebiendo como de costumbre y, como de costumbre, manteniendo silencios extensos.

Dino y él, empeñándose en dar una razón a cada cosa que sucede.

"¿Estás de acuerdo?" —Arturo tiene la esperanza de que Dino opine como él.

"No. Creo que Mónica no tiene ninguna culpa."

He aquí que, antes, se han contado sus penas y Arturo le ha explicado la última entrevista en la Miranda. El amor, antes, de los quince a los dieciocho años, pudo ser algo sublime, una cosa excepcional, pero ahora existen demasiadas experiencias turísticas, excesivas lecturas, innumerables decepciones, para que Dino o Arturo puedan sentirse limpios y puros.

Los bellos sueños acaban avergonzando o, simplemente, olvidándose y, por ejemplo, ellos jamás hablarían de aquel primer amor, desconocido casi, o de aquella niña (¿con trenzas? ¿con melena? ¿cómo?) que les miraba a escondidas en el patio y con la que, en clase, se pasaban billetes llenos de palabras mal escritas. Este amor, el de la niña (¿con trenzas? ¿con melena? ¿cómo?) o el del primer beso, era algo incompleto, un excremento de la personalidad que se iba construyendo en ellos, puesto que los hombres —todos lo saben— no aman así, sino que involucran en ello todo el cuerpo y todas las hormonas. Quizá lo hacen así para tener siempre una excusa de sus calamidades y de sus miserias, y es inútil que luego se invoquen ideales como la perpetuación de la especie o el cuidado de los hijos: en el fondo está (¿subyace?) la misma universal miseria.

Dino y Arturo lo comprenden así. Dino y Arturo, sin embargo, no buscan disculpas. Quizá nadie se ha sentido tan desesperado como Dino ante un amor plenamente satisfecho. Quizá nadie se ha encontrado tan desconcertado como Arturo frente a una mujer que le quería. Y es que ninguno de ellos se entrega ni lo ha pretendido jamás. Y es, también, que las cosas no siempre tienen únicamente dos caras, ni los hombres.

Y así está todo cuando Dino repite de nuevo:

"No. Creo que Mónica no tiene ninguna culpa."

Y acierta. En sus actos, en los de todo el mundo, hay una especie de venganza oculta, de querer cargar a los demás con los males propios; pero, el hecho de comprenderlo así, no obliga a ser coherente.

He aquí que Arturo tiene una mala vida (la que desea y la que merece). ¿Por qué no compartirla con otro? ¿Por qué no extender el mal hasta que sólo el mal exista? Mónica puede, sin duda, ser responsable de algunas penas de Arturo, pero no de todas. Arturo, puede ser causa de algunas decepciones de Mónica, pero no exclusivamente. ¿Por qué, entonces, unirse? Nada hay de común; nada se parece a los dulces sueños de antaño, ni nada recuerda el primer beso o la primera novia (¿con trenzas? ¿con melena? ¿cómo?). Ellos, Dino y Arturo, tratan desesperadamente de creer que eso, precisamente esa mezcla de dolor y absurdo, es el amor que les brinda su condición de adultos, pero no lo consiguen.

"No. Creo que Mónica no tiene ninguna culpa."

Y, sin embargo, igual podrían decir que las tiene todas; que cualquier cosa sucede a causa de Mónica; que amanece por Mónica o que llueve por Mónica. Que Mónica es el principio y el fin del Universo o que, por Mónica, un día el sol empezó a alumbrar y otro, Max Plank enuncio la teoría cuántica.

"¿Qué hay de malo?" —pregunta, al fin, Arturo.

"¿Malo? Nada. Pero las mujeres no son lo mismo —Dino adopta su mejor aire de filósofo—. Y ella no podrá vivir como tú."

"Ya lo veo. Hay dos caminos. (¡Camarero! ¡Otras dos cervezas!"

(No: yo ahora prefiero un moscatel.)

"Hay dos caminos —continúa-. O ella vive así y se aguanta; o yo dejo de ser Lirio del Campo y me meto a oficinista."

Hay otro: olvídate de Mónica."

Es curioso: los dos al mismo tiempo han comprendido que no hay opción: en cualquiera de los tres casos alguien sale perjudicado.

"Esto es una cochinada —murmura Arturo sin especificar si se refiere a la cerveza, al lugar o a las perspectivas de futuro—. Pido ser piedra en mi próxima reencarnación."

Se han puesto en el disparadero: desean decir unas cuantas majaderías para librarse de la tensión. ¿Qué importa que sean cosas estúpidas? Lo verdaderamente necesario es no pensar mucho en la verdad o en la mentira, o en lo que les sucederá dentro de un día, dentro de un año.

"Reencarnarse —continúa Arturo— es tarea difícil: imagino que habrá que rellenar miles de solicitudes y buscarse un enchufe. ¿Y para qué? Regresas y es como si leyeras un libro muy conocido: te aburres. Quizá ahora ya estemos reencarnados, porque hastío no es precisamente lo que nos falta."

"Yo creo —interviene Dino— que es mejor lo del infierno. Todo el mundo quiere ir al cielo y aspira a ser santo, que es muy difícil. Yo, al contrario, deseo convertirme en un pecador aceptable y que mi meta sea el infierno por por propia voluntad. Hasta ahora la gente va allí por accidente y no porque se lo haya propuesto. Yo, en cambio..."

Pero la conversación languidece, como cuando los que hablan no tienen qué decirse; y así es: tampoco los absurdos les ayudas a descansar. Se sienten demasiado a solas con sus problemas; demasiado únicos para no creerse vulgares y, en consecuencia, prefieren beber.

"Te envidio, Arturo" —confiesa Dino.

(¡Camarero! ¡Una cerveza y un moscatel!)

(No: yo ahora prefiero cerveza.)

Arturo se encoge de hombros: es cosa común eso de la envidia.

"Mal que bien, tú tienes tu vida —continúa Dino— y trabajas con ella. Eres un Lirio del Campo razonable y no silvestre, como yo. Además ahora, con Mónica, vas a vivir una aventura, mientras que yo sólo voy a soñarla. Está mal lo que haces, lo sé, peor, al menos, haces algo: eres un Lirio activo, carnívoro casi, y yo, un Lirio silvestre y pasivo."

Se interrumpe y se miran divertidos: Arturo ríe por lo bajo y tamborilea en su vaso de cerveza.

"Te vendo a Mónica —dice."

Dino ríe también.

"¡Si te oyera! —luego reencuentra el humor de su amigo— ¿Me harías un buen precio?"

"Sí, a plazos. Sin condiciones."

"¿Cuánto?"

"Tu vida."

Hay algo satánico en Arturo al decir esto. Casi huele a azufre —piensa Dino. Pero se estremece: quizá la vida se revela absurda, pero irreflexivamente apetitosa; dársela a alguien, aunque sea al mejor amigo, es peligroso, mortal de necesidad. Y, además, sabe que Arturo esta vez ha hablado en serio; quiere, en realidad, su vida; quiere cambiar —lo comprende— sus experiencias y sus pensamientos; deshacerse de la vieja piel, como las serpientes, y vivir a costa de otro, de las penas de otro, de las alegrías de otro. Él mismo lo confirma:

"Estoy aburrido de ser Arturo. De ser el mismo Arturo siempre y de los métodos con que lo consigo."

"No hay trato" —dice Dino, intentando una sonrisa.

"Sonreír es un difícil arte si no se tienen ganas, Dino. Escucha —Arturo hasta parece exaltado—: tu vida por una aventura. Enamórate de Mónica, conquístala; ámala en mi propia casa y cuéntame luego todo; explícame tus sensaciones y tus ideas... es el precio."

"Huele a azufre —repito Dino en voz alta."

Es muy cruel lo que Arturo propone. Pretende suministrarle una experiencia para alimentarse, después, de ella; para ser un vampiro de las emociones: una cosa sucia, tan terrible como la proposición de un homosexual.

"Vale más —dice— que Mónica no se entere."

Arturo comprende. Sabe bien qué mecanismos ha tocado en el interior de Dino y también sabe que nadie, nadie en absoluto, comerciará con su intimidad sagrada.

"¡Si Fausto lo hubiese sabido...!" —murmura.

Vende el alma. Vende el cuerpo. Vende, incluso, un sentimiento falso, porque hasta el alma, hasta el cuerpo, hasta los sentimientos son química pura, artificios cómodos con los que disfrazarnos. Pero lo que somos, lo que sabemos de nosotros, el conocimiento profundo (¿oscuro?) de cada acto brinda en nuestro interior, eso, no saldrá jamás a la luz; eso no lo venderemos, porque es más que todo y horroriza tanto el tenerlo como el dárselo a otro.

"Dino —dice— ¿Y si yo...?"

"Y si tú, ¿qué?"

"Una tontería: ¿y si yo estuviese muerto?"

"Pero estás vivo —Dino odia estas conversaciones."

"Sí, lo sé. Pero, ¿y si todo esto no fuese más que una muerte? ¿Una muerte consciente? Los aminoácidos definen la vida, pero, ¿cómo se explica la muerte?"

"Estás cansado."

Arturo se encoge de hombros:

"Estoy borracho. ¿sabes? para mí sería un desengaño llegar a tener éxito."

"Estás borracho."

"Plenamente."

A la misma hora —lo supieron después— Mónica leía su Biblia y lloraba de rabia:

"Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y serán los dos una una sola carne. De manera que no son dos, sino una sola carne." (S. Marcos X, v. 7 y 8)

¿Por qué? ¡Ah! ¡Porque Dios los hizo varón y hembra! ¿Es esto razonable? —se preguntaba Mónica— ¿Es razonable ser varón o hembra y abandonarse constantemente?

La respuesta —luego la supo— la dio Arturo cuando se despedía de Dino:

"Si no fuéramos así —dijo— ¿habría realmente otra forma de ser? Entre paramecio y hombre, hay todavía una diferencia. Mañana me dolerá la cabeza: apuesto a que una ameba es incapaz de semejante hazaña."

Notas

(esto lo escribo en la madrugada del día 10 de diciembre del año de gracia de 1971.)


He estado con Dino hasta ahora y quisiera preguntarme sobre él. Creo que tengo la costumbre de aceptar la imagen falsa de los espejos o solamente lo que el témpano (¿iceberg?) me enseña: nunca lo que esconde.

Dino, por ejemplo.

¿Qué se de él? Lo que ha querido decirme y nada más. ¿Puedo describirle? Probablemente, pero a través de su comportamiento, no en lo profundo. Preguntar qué es una persona (en lugar de quién es) es un absurdo, uno más de los tantos que existen esta noche.

¿Qué es Dino? Átomos, sin duda.

¿Quién es Dino? ¿Ah? Una persona, sí, de la cual no sé ni su fórmula ni su ecuación. ¿Cómo piensa? No conozco su método. ¿Qué piensa? Lo ignoro; en todo caso sólo puedo afirmar que no piensa lo mismo que yo. Es decir que de mi amigo más cercano (como de cualquier desconocido) únicamente puedo sacar una conclusión: nuestra diferencia. Él es él y yo soy yo, y así estarán las cosas siempre, por más que la psicología avance: nunca sabré qué es ser otro. (A propósito de esto: Dino y yo hemos charlado hoy: pretendí hacerme con su verdad y él lo notó demasiado aprisa).

Volvamos a Dino: es un muchacho alto, chapado a la antigua, con un mentón huidizo y una nariz sólida y afilada. Silencioso. Buen animal de costumbres. Inteligente.

¿Qué más? Sin ir más lejos en este asunto se me presenta como muy difícil; sin embargo voy a recurrir a la analogía y escribir como Dino y yo reaccionamos ante el mismo hecho.

Primero, naturalmente, los


Supuestos


¿Qué retrata mejor a un hombre?

- Una mujer

- Una juerga

- Sus costumbres

- Sus ideas

- Su muerte


Supuesto número uno. La mujer.


Una mujer ama a un hombre y se acaba de declarar a él (para que la cosa sea más grotesca). El hombre, que lo ignoraba, se ve en el trance de reaccionar activamente, aunque no está enamorado de ella.


Caso A.-Arturo.

Sonrió despacio y tocó sus manos. La muchacha, avergonzada de su audacia, procuraba mantener un aire sereno.

"¿Me quieres?" —dijo a sabiendas de la estupidez que cometía. Ella afirmó con la cabeza.

"¿Qué harías por mí?" —continuó Arturo.


Caso D.-Dino.

Miró, asustado, a su alrededor: sus manos se habían vuelto inútiles y no encontraba lugar donde ponerlas; al final, las entrelazó y se volvió hacia la muchacha:

"Yo... —dijo, y calló repentinamente. Se le antojaba un despropósito continuar con la comedia: ella, él, la gente... todos parecían sonreírle y burlarse. Ella, él, las cosas que suceden sin razón y que, sin razón, acaban.

Ella, demasiado serena, le observaba en silencio.

"Yo —repitió— no sé... Dime: ¿qué puedo hacer por ti?"


Caso A.-Arturo.

Luego, al despedirse, se besaron. Arturo estaba furioso porque "las mujeres son iguales". Ella le había hablado de amor; ella le deseaba, y, sin embargo, sólo aceptó unas caricias en sus pechos. Nada más. No había querido meterse en la cama con él y, ahora, en el portal, se besaban.

Arturo, furioso, necesitaba algo más que esto, por ejemplo, una despedida dolorosa, algo trágico que dejar en la memoria de la muchacha.

"Veo —dijo— que no me amas: eres una caprichosa."

La otra se sobresaltó: hasta ahora creía ser correspondida y, sin embargo...

"Claro que te quiero."

"Lo has demostrado muy bien."

Ella pensó en las escenas anteriores y tuvo un sofoco. Arturo debería comprender que hay cosas que no se hacen así como así. Guardó silencio y él continuó:

"Espero que no me vuelvas a molestar."

"Pero, Arturo, yo..."

"Mira: seamos francos. Un hombre puede hacer dos cosas con una mujer: o desnudarla o dejarla ir."

Ella bajó la cabeza: lloraba y no sabía por qué.

"De modo —dijo Arturo— que ahora te puede desnudar tu padre si le place."

Y se fue.


Caso D.-Dino.

Se miraron, un poco tristes, en mitad de la oscuridad. Realmente Dino sentía no ser algo más para aquella muchacha. Su hubiese podido amarla por lo menos.

Sin embargo, no era así y prefirió dejar las cosas en claro.

"Quisiera -había dicho antes- que fuéramos amigos, que nos viésemos. Es muy halagador que me ames, pero..."

Y ahora se despedían. Ella, la muchacha, no sería su amiga (bien lo sabía él) pero tampoco una novia falsa: a veces la honradez de los sentimientos limpia un poco la suciedad de los sentidos.

Ella dijo: "eres muy bueno".

Y él: "lo siento."

Luego ella la besó.

"Gracias."

Dino se quedó frente al portal pensando muy despacio.

Quizá esto sea muy exagerado por mi parte, pero, en el fondo, son así las cosas y hoy no quiero engañarme: Dino es mejor que yo, está mejor dotado para la vida. No quiero decir que sea bueno y yo malo, ni mucho menos, sino que vivir requiere más inocencia.


Supuesto número dos. Sus costumbres.


Caso A.-Arturo

Entró en la casa y tiró la carpeta sobre un sofá. Se sentía cansado: treinta y cinco horas sin dormir, metido en el absurdo de la creación literaria. ¡Ay! Estuvo en vena, encontró la idea única, la especial, aquella que decía: "un hombre llegó para no marcharse..."

"Quizá —se dijo— una taza de té fuera lo adecuado."

Regresaba, ahora, de la biblioteca, donde estuvo tomando unos datos. Antes, treinta y tantas horas, dos mil minutos, sentado en un sillón, en casa, escribiendo: las colillas permanecían en el suelo todavía, junto a un plato con restos de café.

"Y ahora, ¿qué? Ya no puedo escribir más y todavía... ¡oh, peste!"

Tomó el cuaderno de notas y escribió:

"Sólo cierta clase de tontos son capaces de pensar mal de los otros y, cuando es así el mundo, ¡qué terrible maldición ver más lejos o más cerca que ellos!"

Se tendió en la cama. Fumó y volvió a levantarse de un salto. De un manotazo apartó los papelotes de su escritorio y empezó de nuevo:


El penúltimo sueño. Cuentos.


"No sabía por qué se había despertado en aquellas condiciones; imaginaba que sobrevivir a..."


Caso D.-Dino

"Vamos, vamos —apremiaba la madre—; se te hace tarde."

Dino contempló el panorama callejero. Temprano o tarde las casas seguirían en su lugar y el sol y la luz también. En cuanto a los que le esperaban... bien: podrían, sin duda, hacerlo un poco más sin quedar desesperados.

Hoy, jueves, le tocaba, exactamente, pasar por el parque antes de llegar al trabajo y, además, estaba la cuestión del café.

"Ya está hecho" —dijo su madre.

Pero Dino volvió a llenar la cafetera y se puso a esperar. Era inútil explicar a su madre que el café le gustaba recién hecho; ni antes, ni después: todas las mañanas y todas las tardes era así, y él no iba a cambiar su vida por un asunto de minutos.

Lo bebió y subió al desván.

"¿Y ahora?" —preguntó su madre.

Parecía mentira que no se acostumbrase todavía. Sabía ella muy bien que, tras el café, Dino se fumaba un cigarrillo allá arriba, entre los viejos libros amontonados, envejeciendo él mismo durante unos instantes, para rejuvenecer en el acto.

Luego, despacio, bajó las escaleras y tomó su llave, colocada en el lugar de costumbre, y, como siempre, al abrir la puerta sonrió: he aquí un nuevo día.

"Veamos —iba diciendo—. Hoy, jueves, pasaré por el parque."

Y tenía sus razones.


Conclusión general.


¿Quién es Dino? Un amigo.

¿Quién soy yo? No voy a cometer el error de ponerlo por escrito. Me basta con intuirlo.


Nota marginal:

Sé que cuando relea esto seré otro nuevo, y sé, también, que añoraré no haber escrito aquí mi descripción. Pero prefiero no dejar constancia y ahorrarme el disgusto de hacer una historia de mis ideas. Estas cosas siempre terminan en decepción: o se sufre porque hemos empeorado, o se avergüenza uno por los estúpidos que fuimos. A lo que se ve, lo importante es quejarse.

Por la mañana

Editorial Mirlo Blanco, S.A.
Via Layetana, 90-92.
Barcelona.


Barcelona, 9-12-71


Sr. D. Arturo Artur.
Andén de Levante, 14.
Mahón.


Muy señor nuestro:


Nos damos por enterados del envío de su libro "La Gente del Buen Hambre". Nada podemos comunicarle al respecto mientras nuestros asesores literarios no formulen su opinión.

Tenga usted por seguro que le mantendremos informado. En el entretanto, aprovecho para quedar affmo. de V.d.


Fdo. por la Editorial Mirlo Blanco

A. Centeno.

 



Diario La Isla
Redacción y Talleres
San Anselmo, 33.


Mahón, 11-12-71.


Sr. D. Arturo Artur
Andén de Levante, 14.


Apreciado Artur:


Sus crónicas han acabado de convencerme de su gran capacidad como cronista deportivo. Si compra el diario, las puede leer en la décima página.

Sin embargo, me permito recomendarle que sea menos lírico ya que, en algunos momentos, resulta improcedente. Por este motivo hemos debido recortarle un par de frases.

En fin: ya sabe usted que puede pasar a cobrar por nuestra Redacción esta misma tarde (son 350 ptas.)

Espero una nueva colaboración para el próximo domingo.


Queda de usted affmo.


Carlos Ortiz.
Director de La Isla.

 



Tarjeta Navideña


Deseo que pases, en compañía de tu familia, unas muy felices fiestas de Navidad y Próspero Año Nuevo.


Lucía.


Nota: esta Lucía es una borrica. El "género epistolar" no está en su línea.

 



Sr. D. Arturo Artur.


Melilla, 4.12.71.


Apreciado amigo:


Espero que el recibo de la presente te encuentre bien de salud en compañía de tus padres yo también gracias a Dios.

Aquí no lo pasamos muy bien porque no salimos mucho. Como tú sabes África no es lo mismo que Mahón y, además, ser soldado no es lo mismo.

El ancho es bueno pero las chicas ni nos miran. Yo ya tengo muchas ganas de regresar y me dice un compañero que aquí nos iremos en Febrero pero yo ya no lo creo.

Hay un chaval en el regimiento que dice que te conoce, que él estuvo en Madrid y que estabas con él y que él estudiaba contigo y que tú y él ibais a un bar a comer y que te envía muchos recuerdos. Se llama Antonio y es de Jaén.

Ya te contaré más cosas en otra carta. Se despide de ti tu amigo que lo es


Jorge Gómez Planas.

(rubricado)

 



VOSGIEN
Nouveau Dictionnaire universel et portatif
de Géographie Moderne
Entièrement refondu; rédigé par M. Danville.
Deuxiéme Édition. Paris.
Thieriot, Libraire. Rue Parée. Saint-André-des-Arcs, nº 13. 1835.


He aquí un curioso diccionario geográfico que pretende dar "la descriptión exacte et détaillée des Empires, Royaumes, Villes, Bourgs, Villages, qui couvrent les parties terrestres du Globe". Como curiosidad, anoto tres o cuatro lugares.


Marbella: petite ville du Royaume de Grenade, 6.000 hab.

Palamos: forte ville d'Espagne, en Catalogne, avec un bon port sur la Mediterranée, unes bonne citadelle, un môle de 500 pieds de longueur; á SL.S.E. de Gironne, 19 E.N. de Barcelonne.

Palma: ville capital de l'ille de Majorque, au fond d'un bonne rade, a 25 L.O. de Mahón.

Mahon (port): ville marit. du S. de l'ille de Minorque, bon port á l'abri de toutes sortes de vents. Ville riche et commerçant. Consulat de France. Fondée par Magon, général carthaginois; á 60 L. S.E. de Barcelonne, 20 E. de Majorque. Aux espagnols.

Madrid (extracto): capital du royaume d'Espagne, dans la Nouvelle Castille, presque au centre du royaume, bâtie sur plusieur collines peu élevées, au milieu d'une vaste plane. Prés du Mançanares, que l'on passe sur un pont magnifique, quoique cette riviére soit souvent à sec. L'air y est pur est rés sain, meis trés vif e pernicieu aux personnes d'un santé faible. "56.000 hab. Patrie de Lope de Vega gran poéte dramatique.


Sin comentarios: cualquiera puede aprovechar esto para hablar del desarrollo; yo, simplemente, recordaría lo del "air pur et trés sain".

Por la mañana

Mónica ha llegado con una maleta y una sonrisa de zozobra. Imagina que la situación ha resultado violenta para los dos, pero no dudo que bien pronto estaremos acostumbrados a esto.

Mientras escribo estas notas, ella ha terminado de arreglar su ropa y ahora pasa revista a mi almacén, a mi pobre casa, tratando de aparecer ilusionada, pero se le nota el esfuerzo.

(Desde la cocina.-¡Qué sucio lo tienes, Arturo! ¡Nunca has sabido arreglarte por tu cuenta!)

Pienso que, entre ella y yo, existen muchos conocimientos. La prueba que intentamos es, simplemente, comprobar si somos capaces de tolerarnos mutuamente en nuestros defectos, y no estoy tan seguro de ello, no lo estoy.

Mónica es una muchacha amable; tuve que enseñarla a besar en otros tiempo y, posteriormente, a comprender a los demás: se deja llevar demasiado deprisa por primeras impresiones. Entre estoy y el enamoramiento, casi toda la gente le cae mal y un escritor-escritor necesita una compañía distinta a los gruñidos.

También es hermosa —eso ya lo he dicho—. Cuando íbamos a nadar a las playas se ponía un bikini muy ajustado y era una delicia verla deslizarse entre los rizos del mar. Buceábamos juntos y, por debajo del agua, nos observábamos y tratábamos de arrancar todos los secretos de nuestra anatomía. Después, con esa confianza del noviazgo largo, ella se sacaba las espinillas mientras yo tomaba el sol tumbado sobre la arena.

Imagino que todo eso ha terminado definitivamente, porque se amantes significa algo más que una sonrisa o que unas caricias en un portal oscuro. Nos sobrevendrá un sentimiento de culpabilidad, una vergüenza parecida a la de Adán y Eva después de la caída, y hasta nuestros pensamientos se volverán un poco más sucios de lo habitual.

(Desde el cuarto de baño.-"Hoy mismo hay que salir y comprar un desodorante, Arturo, y un espejo, porque éste está lleno de desconchados.")

Mónica me quiere con la fuerza de la costumbre. La pasión es algo que dejamos atrás y que sustituimos con el tiempo y con los hábitos: son muchos años de vernos, de sabernos como compañía, para prescindir de ellos. Me asombra que esté dispuesto a casarme con ello, como me asombra que Mónica acepte. Imaginábamos, desde los quince años, un amor arrebatador y fulgurante, y, sin embargo, entre nosotros sólo existe una afición, una confianza... La gente contrae matrimonio, pero no preguntéis sus motivos: os exponéis a recibir una mala contestación o a aguarles la fiesta.

(A mi lado.-(me revuelve el pelo y lee lo que he escrito) "¡Siempre igual! ¡Ni hoy puedes olvidarte de tu bolígrafo! A veces quisiera saber que ves en las hojas de papel en blanco. Imagino que ése es tu gran amor, mientras que yo sólo soy un complemento.")

Y Mónica acierta. Mónica ha definido la neurosis del escritor-escritor de una forma inconsciente. Lo que ignora es que esa neurosis también cuenta en su vida y que será la que, a la larga, la hará feliz o desgraciada.

Hacer una descripción psicológica con ella, sería un trabajo superior a mis fuerzas. Recuerdo, por ejemplo, el día que me llamó "infantil" por pretender besarla, mientras ella, muy "madura", se sonrojaba. Y poco tiempo después, como yo obedeciere la sugerencia, me dijo que "era triste que yo no demostrase un poco más de amor por ella"; que era desapasionado y, por lo tanto, aburrido.

Son cosas que suceden en todos los noviazgos, pero apuesto a que no con tanta frecuencia como en el mío.

(Desde el dormitorio.-"La cama es muy pequeña, Arturo —le dice con una sinceridad inocentona y sencilla.-Aquí no vamos a caber los dos.")

Y decido que ya es hora de explicárselo todo, de decir que el hombre necesita otras cosas además de una mujer en la cama: por ejemplo, compañía, intimidad, aliento. Ese placer de vernos somnolientos y en pijama todas las mañanas, o de apoderarse de su cintura mientras ella prepara el café con leche.

Mónica, con los ojos muy abiertos, me escucha y acaba por sonreír. Imagina, sin duda, que algo no marcha en mi cabeza, pero, por otro lado, mi idea es atractiva o, al menos, nueva y llena de excitantes promesas.

"Vamos a ser unos amantes de salón y de calle, no de dormitorio."

Ella, Mónica, seguirá siendo mi novia, pero a mi lado, juntos, que es como las personas acaban de conocerse. Amar, además de contacto, requiere tiempo: por eso ella vivirá en mi casa, no porque yo no sepa hacer frente solo a mis problemas sexuales.

"No me interpretes mal, Mónica —añado—. Hay mucho tipo tonto que va diciendo que "cuando amas a tu novia, la respetas o, simplemente, no la deseas con urgencia." Estos son mitos para que los adolescentes combatan sus pecados, pero no realidades con las que alimentar un pensamiento."

Nos abrazamos durante un rato. De pronto, el sacrificio que Mónica creía realizar se ha desvanecido y quede el agradecimiento, las ganas, en fin, de colaborar en el experimento.

"¡Eh, eh, mocita! —digo riendo entonces—. No vayas a creer que no deseo acostarme contigo, así que no me provoques."

Y Mónica no me obedece. A Mónica fui yo quien le enseñó a besar.

Por la mañana (más tarde)

Mónica hizo la lista de las cosas necesarias y Arturo, con harto dolor, se dispuso a gastar los pocos dineros que le quedaban en el bolsillo.


"Desodorante."
"Una sartén."
"Un espejo."
"Estropajos metálicos."
"Jabón líquido."


Además, claro, la comida: unas legumbres, carne, fruta, queso y embutidos. También, la leche, el pan y los huevos. Un kilo de patatas, dos cabezas de ajos. Medio de cebollas y medio de tomates. ¡Alimentos para un regimiento!

Arturo decidió permitir tanto lujo —por tratarse del primer día; luego, por la noche, discutirían la cuestión del presupuesto y, si era necesario, se pondrían los dos a dieta, con lo que su respectiva salud y su respectiva cintura se lo agradecerían.

Ya arriba, en la ciudad vieja, Arturo recuerda a sus amigos, a Dino, a Rafael, a Quico, a Miguel, y decide dar una fiesta para celebrar el pacto que acaba de firmar con Mónica: tomarán algunas tapas y galletas y beberán vino y cerveza, nada de licor para evitar que Mónica se escandalice en su primer día de aventuras.

El mercado es aburrido, como siempre, lleno de mujeres gordas que hacen cola y de hombres gordos que despachan y que vocean. En algún puesto una mujer se queda afónica y contempla tristemente cómo la clientela desaparece: allí se vende por el ruido, por el jaleo y por la molestia. Las señoras no compran en un lugar donde sean las primeras y no tengan que guardar cola; esto, de algún modo, les parece un mal presagio que procuran evitar.

(Mire, mire qué tomates tan estupendos tengo.

Patatas rojas, patatas rojas de la tierra.)

Hay melones, melones llamados de "todo el año", que aquí no se venden a cata y cala: el comprador los huele, se hace cargo de su perfume y pregunta al vendedor que cómo son. Éste responde como un rayo:

"Muy buenos. En casa nos hemos quedado con una docena. A los niños, sobre todo, les gustan mucho."

Y no miente, aunque todo el mundo sabe que los niños no distinguen un pepino de un melón, y prefieren las ciruelas verdes y los plátanos pasados. Al final se hace el negocio y, ¡a vocear de nuevo!

Cuando Mónica supo el proyecto de Arturo, lo de la fiesta, no se atrevió a oponerse y el hecho de que fuese en su honor no le ocultó las verdaderas intenciones de su enamorado: reunir, como en los viejos tiempos, a los amigos que luego pasaban el rato diciendo tonterías y bebiendo como arrieros.

"¿Te molesta? —dijo Arturo— Podemos aplazarlo si quieres. Hoy es el primer día y..." —dejó sin terminar la frase.

Mónica estuvo encantada. Sería lo mejor. Ver a todos, enfrentárseles y dejar aclarada su situación. En cuanto a Arturo, no era ni mejor ni peor del que ella recordaba. Dulce, amable de momento; no tardarían en surgir los primeros roces y luego, un día, él se emborracharía y todo se iría a pique si ella no tomaba una decisión.

Conocía, también, la teoría de los Lirios del Campo y no pretendía discutirla. Arturo, como joven, tenía el derecho a ser todo lo irresponsable que su cuerpo y su dinero le permitiese; por eso necesitaba las responsabilidades que Mónica le iría facilitando poco a poco: primero, ella misma y el mantenimiento de la casa. El matrimonio después, y los hijos, de forma que, dentro de unos años, los lirios habrían desaparecido de la cabeza de Arturo y él se ganaría la vida decentemente ejerciendo su profesión.

Mónica, pues, sonreía satisfecha.

En la calle

Rafael les saludó con la mano y se les acercó:

"Enhorabuena" —dijo.

"Muchas gracias —contestó Arturo satisfecho— ¿Cómo te has enterado de que Mónica y yo volvemos a ser novios?"

Rafael rió de buena gana.

"¡Doble enhorabuena entonces!" —exclamó.

"¿Qué dices, chalado?" —Arturo quedó confundido un instante, el que Rafael aprovechó para poner las cosas en claro.

"Veo —dijo— que no te has enterado. El "Observador" publica uno de tus cuentos; te lo han seleccionado para el concurso."

Arturo, naturalmente, olvidó a Mónica y pensó en las letras de molde de su nombre: Arturo Artur, joven escritor de las Baleares, que...

Ciertamente su amor tampoco era la literatura, ni su ambición, la genialidad. Lo único que pretendía eran diez líneas en todas las antologías de literatura universal; la inmortalidad en forma de letras de imprenta.

"Otros —pensó— recurren a la religión, pero yo soy demasiado materialista para eso."

Podría poner en la puerta de su casa una placa de latón bien grabada con el siguiente texto:


Arturo Artur
Taller de Literatura


O bien:


Arturo Artur
Obrero


O, mejor aún:


Arturo Artur
Vanidoso


"¡Hay que celebrarlo, Rafael! —exclamó— ¡Te espero en casa a las ocho! Avisa a los demás y, si puedes, traete algún bebestible."

Y seguía pensando en su cuento y en el Diario Observador, y en su suerte loca, aunque decidió que al fin se reconocían sus méritos. ¿Acaso no escribía él con toda corrección? ¿No eran sus temas atrevidos y llenos de sugerencias?

Era la primera vez que publicaba en la prensa nacional, en la prensa importante, con tiradas elevadísimas y, por más que su inteligencia le decía que aquello nada significaba, él lo volvía acontecimiento a escala ciudadana. ¿Quién en Mahón lo ignoraría? ¿Quien dejaría de admirarle o envidiarle? Era, sin duda, un pequeño y eficaz espaldarazo, semejante a una inyección de adrenalina. Así pues...

La voz de Mónica le sacó de sus meditaciones: era ligeramente sarcástica e hizo arrugar la nariz al infatuado Arturo:

"Creí —decía la muchacha— que la fiesta era en mi honor."

Notas

Los grandes hombres y su huella


Supongo que los grandes hombres han dejado heridas en el tiempo que, al cicatrizar, forzaron el callo de la memoria, aquello por lo que se les recuerda. Leyendo, he comprobado que la mayoría de escritores —incluso los buenos— citan siempre las mismas frases.

He aquí un esbozo de diccionario de "Frases tópicas de hombres célebres" que, quizá, un día continúe.


Eugenio d'Ors.—... un madrigal de urgencia.

Shakespeare.—... Ser o no ser...

Cervantes.—... En un lugar de la Mancha... (y, también, "si tú das en pedir, yo daré en no dar, y así...")

Ortega.—Yo y mi circunstancia.

Zorrilla.—Yo a los palacios subí...

Rubén (Darío).—...Juventud, divino tesoro...

Nietzsche.—Así hablaba Zaratustra...

Russell.—-... los crímenes de guerra.

San Mateo, San Marcos, San Lucas, San Juan.— En aquel tiempo...

Duguesclin.—Ni quito ni pongo rey, pero...

Enrique III (Inglaterra).—¡Mi reino por un caballo!

Homero.—La Aurora, de rosados dedos...

Cicerón.—...O, tempora! O, mores!

Calderón (de la Barca).—¡Ay, mísero de mí! ¡Ay, infelice!

Bernardo del Carpio.—Mala la hubisteis, franceses, en esa de...

Napoléon.—Desde lo alto de estas pirámides, cuarenta...

Hitler.—Deustchland über alles!

Méndez Núñez.—Más vale honra sin barcos que...

Unamuno.—¡Que inventen ellos!

Machado.—Caminante, no hay camino...

Felipe II.—No mandé mis barcos a luchar contra los elementos...

César.—Tu quoque, fili mi?

Enrique III (Francia).—París bien vale una misa.

Galileo.—Eppur, si muove!

Sócrates.—Sólo sé que no sé nada.

Quevedo.—Poderoso caballero es Don Dinero.

El Cid.—¡Dios que buen vasallo si...!

Los Reyes Católicos.—Tanto monta, monta tanto...

Churchill.—Nunca tan pocos hicieron tanto por...

Luis XIV.—El Estado soy yo.

Luis XV.—Después de mí, el diluvio.

Fray Luis.—Qué descansada vida, la del que huye...


No está mal, como ensayo, aunque, posiblemente, podría completarse.

Para mi autobiografía

"Sólo hay una forma de nacer y sí muchas de morir: este despropósito inclina peligrosamente la balanza hacia la nada."

Postulado.—Nací en un pueblo pequeño y vivo en una pequeña ciudad.


Pregunta: ¿Cómo influye la sociedad en el desarrollo de un escritor-escritor?

Sólo sé que, cuando me preguntan qué hago y respondo que "trabajar", viene enseguida la réplica: ¿en dónde? ¿en una oficina? ¡Dios mío! ¿Es que los hombres como yo tenemos que acabar forzosamente en uno de esos siniestros antros?


Locuras de juventud.—¿Quién no ha hecho la guerra? Yo fui un soldado heroico herido en las batallas más famosas de mi tiempo. El médico me cosió una vez la ceja y otra la barbilla. La posguerra era así, y nosotros, los niños, teníamos un singular completo belicista. Además, mi padre me había dicho claramente: "tú, sacude antes de que te den."


Amor.—Y cuando descubrí el amor adopté las formas y costumbres de un sauce llorón: languidecí. No se trataba ya de la niña que dice que le gustas y te mira desde lejos, o de la otra que acepta jugar a los médicos contigo, sino de la vergüenza de pasarse el tiempo pidiendo perdón por ser como eres y sufrir el miedo al desprecio. Quedarse sin palabras y enrojecer, ambas, sensaciones repugnantes, son el peor remedio para las personalidades que se desarrollan y, además, yo seguía con ganas de "jugar a los médicos" pero mucho más en serio, y, en cambio, las muchachas había perdido todo interés por estas diversiones.

Tuve, como tantos, un primer beso, que no se me ha olvidado. Y, es curioso que viviendo en el Mediterráneo, en Menorca, fuese a recibirlo en el Ebro, en Zaragoza, detrás de la Basílica del Pilar, sobre la oscura balaustrada que los novios aprovechan para sus escarceos amorosos. Fue impresionante: había un centenar de parejas haciendo lo mismo que la muchacha y yo, y, desde entonces, he sentido cierta repulsión hacia los actos obligados a que nos compromete la naturaleza.


Fracasos: muchos.


Éxitos.—Cargados en la cuenta del olvido: un par de conquistas; un par de alabanzas; un par de matrículas de honor; un par de momentos inefables para la sensualidad desatada. Por pares vinieron y se fueron. El último, el cuento que hoy se me ha publicado.


Odios.—Ninguno. Me avergüenza, sí, pero, por la misma razón de tener una elemental tara para el amor completo, tengo una elemental tara para el odio completo. No deseo daño para un semejante, aunque soy muy capaz de soñar en venganzas colectivas.


Familia: todos bien, ¿y ustedes?


Última hora.—Mónica se preocupa. No soy un sentimental; no quiero meterme demasiado hondo en mi alma, pero Mónica es un peligro y yo soy egoísta. Mónica, también, no merece una vida de Lirio del Campo: sus culpas son débiles y las expiará mejor casándose con un chupatintas.


 

Fiesta

10 botellas de cola...........200 ptas.
3 botellas de naranjada.......60 ptas.
2 botellas de ron............300 ptas.
2 botellas de gin............250 ptas.
1 botella de coñac............90 ptas.
4 latas anchoas...............70 ptas.
4 latas almejas..............100 ptas.
4 latas mejillones............80 ptas.
  galletas....................30 ptas.
  patatas fritas..............50 ptas.
  canapés....................100 ptas.
---------------------------------------
  TOTAL....................1.330 ptas.


Conclusión: escribir cuentos y tener amantes sale caro si no lo guardas en secreto.

 



Joyería Gutiérrez

 

Objeto              Cantidad      Ptas.
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Collar de piritas   Uno          1.200


Recibí de Don Arturo Artur la cantidad de pesetas (1.200) mil doscientas.


Fdo. José Gutiérrez


Joyería Gutiérrez - Objetos para regalo
Angel, 102. Mahón.


Nota al margen: no sé todavía si éste es un regalo de amor o de compromiso. En todo caso, será siempre difícil de descubrir.

Notas

¿Que la vida es incomprensible? ¡Falso! Es, al contrario, demasiado fácil de entender, demasiado sencilla. Yo, por ejemplo, hoy estoy infatuado; Mónica, asustada; mis amigos, satisfechos no tanto por mí éxito como por la reunión de esta noche y la posibilidad de beber en compañía. ¿Hay algo más fácil que esto?

Cuando Mónica y yo nos conocimos, el mundo era todavía difícil: sospechábamos que, tras cada gesto o cada palabra, había un cosmos que se nos ocultaba y, por eso, desconfiábamos y nos temíamos. Ahora nos pasa al revés: sabemos hasta qué punto estamos vacíos, y somos verídicos cuando decimos una tontería, y esto es mil veces más terrorífico; esto, precisamente, mata el amor y el interés.

A la hora de comer Mónica vigilaba mis movimientos, comprobaba que era el mismo, dueño de idénticos gestos que hace un año. El cambio —si lo había habido— estaba en ella, en sus ojos y en su pensamiento, que ya no veían lo mismo que antes.

¿Qué hacen dos futuros amantes después de comer? Reconozco que, sobre esto, se ha escrito demasiado, como reconozco, también, que nuestra postura es muy violenta: hemos llegado a ella "de común acuerdo", lo que significa que no ha sido una resolución espontánea; y, por lo tanto, nada tenemos que decirnos. Mónica, por ejemplo, piensa en la noche que se va acercando y, aun cuando le he prometido que dormiremos separados, los resultados serán los mismos, y la gente dirá las cosas feas que acostumbra. Yo, por ejemplo, no pienso ya en el amor como esta mañana. Resulta que un cuento, publicado en un periódico importante, tiene más valor que una mujer, porque satisface mi vocación, la artificial, lo que soy por propia voluntad: escritor, y no lo que soy por obligación: hombre.

Curioso: es más placentero satisfacer lo periférico, lo añadido, que lo profundo. Es más placentero triunfar como escritor que como amante, quizá porque también es más desconocido y eventual.

Y, después de comer, ¿qué es lo que se hace? ¿Dormir la siesta? Antes, limpiaba los platos y los ordenaba cuidadosamente, pero hoy Mónica se me ha adelantado y, después, nos hemos quedado mudos. Podíamos, desde luego, besarnos o volver a hablar de nuestros recuerdos, o soñar en lo futuro, en un hogar más confortable, en unos hijos... Pero he aquí que yo he sentido ganas de escribir y Mónica no supo detenerme. La he abandonado, la he cambiado por mi mesita y mi bolígrafo y aquí estoy. Detrás de mí, lee cada una de estas palabras, e ignoro lo que sucede en su interior, pero imagino que no le gustan.

Me besa en la nuca. Se marcha... Creo que los dos tenemos una forma muy extraña de entender la felicidad. También creo que Mónica no me necesita para nada: simplemente, le falta valor para enamorarse de nuevo, para encontrar otro hombre que tenga sus mismas aspiraciones. Y, entretanto, seguimos así, eternamente conocidos y eternamente suspicaces.

En la fiesta de esta tarde nos olvidaremos de estos problemas y yo volveré a escuchar los deliciosos halagos que me emborrachan más que el vino, pero, después, seremos los de siempre, los que se miran sin encontrarse en el otro, y esta será una señal más de que nuestro amor, el de Mónica, si no ha muerto, agoniza lentamente.

¡La sabiduría necia de ls cosas imposibles!

Informe número 6

para el lector que llega a los últimos compases de la sinfonía del Buen Hambre.


ARTURO ARTUR, joven escritor-escritor y Lirio del Campo, acaba de enterarse de un pequeño éxito gracias a

RAFAEL, su amigo y antiguo jefe, en el momento en que iba a dar una fiesta para celebrar que

MÓNICA, su ex-prometida, va a convertirse en su amante. Descubre, también, que Mónica y él no se aman lo suficiente y decide olvidar el asunto.

Otros personajes que colaborar en la narración, son:

QUICO, compañero de orgías y locuras.

DINO, amigo de la infancia.

ALBERTO, un tipo sobre el que hay mucho que decir.

MIGUEL, un caballero.

La RUBITA, una hermosa ilusión de Arturo Artur, y

La Gente del Buen Hambre, su famoso libro, recientemente enviado a la editorial Mirlo Blanco, S.A.


Arturo Artur resume así su situación:


Pérdidas + Deudas + Gastos = TODO

Ganancias + Ingresos + Capital = NADA.


Y Arturo gusta de tener razón.

Para un gran capítulo

"Cono nada es cada palabra
Cuando el mundo es nuestro sin secretos."


Me dirijo a los sociólogos.-

Parece ser que la aventura sociológica está dedicada, como nunca, a la búsqueda de las características esenciales de nuestra civilización. Bien: yo he dado con una de ellas; yo he descubierto la Sociedad del "¿Cree?".

"¿Cree usted que el futuro?" "¿Crees usted que el atlético?" "¿Cree usted que la televisión¿" Al ciudadano se le exigen diariamente muchos "actos de fe" semejantes. Es lógico entonces que, al hablar de creencias en Dios, la imagen resulta algo pálida, como creer en tal actor o en tal deportista.


Me dirijo a los escritores.-

Un escritor es, bien mirado, un profesional más, sobre el que se basa toda una poderosa industria (editoriales, teatro, cine, televisión, música ligera, publicidad, prensa diaria...) y, por lo tanto, necesita de un "equipo", como el pintor de telas y caballetes y el albañil, de paletas, cemento y cal.

La absurda idea de que un escritor tiene bastante con su cerebro y un bolígrafo de dos duros, es errónea, puesto que, hasta ahora, no conozco a ningún escritor que se haya hecho famoso sólo por su imaginación o su buen estilo: un libro, señores, vale tanto como la inteligencia y la cultura de su autor; y la cultura es un bien de consumo que cuesta dinero y que se adquiere, cada día, en los establecimientos del ramo.

Dado que el escritor necesita múltiples accesorios materiales, paso a citar unos cuantos a guisa de ejemplo:

-Una mesa
-Una máquina de escribir
-Una librería completa
-Diccionario de la Real Academia
-Diccionario enciclopédico (al menos 10 tomos)
-Enciclopedias universales (al menos 20 tomos)
-Un escritorio con escribanía (¿?)
-500 o 1.000 folios al mes
-Bolígrafos y plumas estilográficas
-Ficheros y cuadernos
-Comida

La desgracia de Lope es que se recuerden sus obras pero no sus calamidades. La de Cervantes, aunque más conocido, es la misma; incluso algunos cínicos afirman que, sin haber ido a la cárcel, jamás hubiese escrito el Quijote.

El escritor está siempre en equilibrio inestable respecto a su sociedad: es esto, precisamente, lo que le lleva a la literatura y, de ella, no saldrá jamás vivo: muerto sí; muerto se abandona con facilidad: basta con que el futuro antólogo no le tenga simpatía.

Pretendía hacer un gran capítulo hablando de los escritores y resulta que tengo muy poco que decir sobre ellos, salvo, quizá, los aspectos negativos del oficio:

1º.-Es una anti-profesión.
2º.-No existen escuelas de escritores-escritores.
3º.-No existen puestos de trabajo para escritores-escritores.
4º.-No hay un sindicato de escritores.
5º.-La profesionalidad, el "saber hacer", es secundario en un escritor: nadie le pagará un suelo fijo, sino a tanto la pieza.
6º.-Están al margen de la Seguridad Social.

Un escritor, a finales de 1971, cuando tanto se habla de la cultura y de la educación, sigue siendo un paria, y lo será en tanto en cuanto el hombre no tome conciencia de que es imprescindible para él el ocio, es decir: alimentar su espíritu (o lo que tenga en su lugar).

Hasta entonces, bueno es que el vulgo siga creyendo que con un pedazo de papel y un lápiz se escribe un libro: de este modo el escritor se promociona socialmente, se hace proletario.

Un escritor, una generación, un Siglo de Oro, no se improvisa, no nace espontáneamente. Es preciso, antes, que exista una conciencia, un vehículo, y, luego, unas herramientas con las que trabajar, unas verdaderas máquinas intelectuales en la sociedad. Ahora bien: el problema es siempre el mismo: ¿para quién escribir? ¿sobre qué?

Además, un escritor-escritor, un Lirio del Campo, no debe tener complicaciones amorosas y, para mí, aún existe Mónica; cierto que estoy en la encrucijada, justo en el lugar de la elección primordial: Mónica o mi vocación; y es algo que debo resolver enseguida, antes de que sea irreparable todo este asunto y yo me encuentre, sin saber cómo, instalado en un bonito despacho.

Por la tarde

Han arreglado las dos salas de la casa de Arturo y han dispuesto los diferentes platitos con los canapés y las demás golosinas; algunos, ante la escasez de vasos, beberán en taza, pero esta es una de las diversiones de este tipo de reuniones.

Poco después empezarán a llegar los primeros y, hasta entonces, Mónica y Arturo se han sentado muy juntos a escuchar música. A ella le gusta Bach; a él, Mozart, de manera que han puesto las Danzas Polotvsianas del Príncipe Igor, de Bordin, y cada cual juega, en silencio, a imaginar esos míticos bailes; la una, con cosacos, el otro, con odaliscas.

Pero lo elemental de la situación es el silencio que media entre ellos; un silencio donde, a veces, sus manos se buscan y se detienen a mitad de camino, en duda, con irresolución, que es, de por sí, un fracaso.

Por fin, Mónica se reclina sobre Arturo y llora. No es preciso explicar por qué. Todo está claro: se quieren, pero no hay futuro para ellos, no lo hay puesto que sus ilusiones chocan y se contradicen. Mónica jamás viviría como Arturo pretende. Arturo jamás aceptaría un trabajo esencialmente rutinario.

Y saben que las despedidas tiene este carácter negro. No es el amor quien muere, sino las conveniencias. No es el cariño el que cambia, sino los riesgos, y cuando uno deja de tener dieciséis años comprende que el matrimonio dura mucho, demasiado para sacrificar la vida soñada y deseada a unos sentimientos adquiridos deprisa y corriendo.

Mónica, por ejemplo, siempre estará a tiempo de ser madre. Arturo será padre alguna vez. Sus hijos no serán los mismos, claro, y es una lástima, pero nada esencial se habrá perdido y Mónica tendrá su pisito, su lavaplatos y su utilitario, y Arturo el nombre de una calle cuando se muera.

He aquí todo cuanto callan, los motivos, en suma, del llanto de Mónica, que sabe que se hunde el amor definitivamente bajo sus pies. Y, lo peor, es que, para comprobarlo, ha tenido antes que provocar un gran disgusto familiar.

Arturo podría, en este momento, consolarla, fijar, si cabe, un plazo más largo para su entendimiento, pero comprende también que es inútil, que aquella va a ser la última noche de sus relaciones, y no desea pensar en lo futuro, ni imaginarse de padre y jefe de familia. Es cierto que le atrae el matrimonio, pero en esto no hay ninguna sensualidad: ha llegado a la edad en que los jóvenes envidian los hijos de los demás y creen que un niño es la solución de gran parte de las angustias acumuladas hasta entonces. Ha llegado a la edad en que quiere ser padre por comodidad y egoísmo, pero no de los hijos de Mónica.

Recuerda, pues, lo que días antes le dijo a Dino: "la quiero, pero ya no me casaría con ella". Era —y es— una definición correcta de sus sentimientos.

Mónica tiene ya los ojos hinchados y llora por inercia, porque se siente bien así y porque esto evita tener la memoria fija en otras cosas. Mónica, en realidad, está cansada del amor y sus problemas, cansada, en suma, de haber conocido a Arturo y de haber vivido pendiente de su propia soledad. "En adelante —se dice— va a ser muy difícil que yo me preocupe por las cosas. Será lo que tenga que ser, y así estará bien."

Arturo la interrumpe: ha sacado del bolsillo el estuche del collar de piritas que compró en la joyería Gutiérrez: sabe que Mónica distraerá con él su atención y dejará, al menos, de llorar. Él desea tener una noche pacífica y feliz, una noche para celebrar el éxito nacional de su cuento, sin que una mujer histérica le interrumpa.

"Toma" —dice bruscamente.

Arturo nunca supo hacer regalos; no es cortés ni tiene intención de serlo: sólo quiere comprar la tranquilidad de su conciencia y la posibilidad de una tarde agradable.

"Pensaba dártelo después —añade—. Te quiero mucho."

Con esto tácitamente reconocen los dos que todo se da por concluido, y, lo curioso es que se sienten aliviados, y se besan llenos de agradecimiento. De una forma u otra ambos han recuperado una libertad que les era necesaria; ahora saben lo que es amor, lo que es sentir en la carne el espíritu del compañero, y no les interesa.

Más tarde, cuando lleguen los invitados, Arturo dirá a Don Miguel (un caballero, ¿recuerdan?) en un aparte, que el hombre de nuestros tiempos ha perdido su capacidad para el amor, y que toda entrega es imposible aún con la mitad del alma disponible. Sólo que, como ejemplos antiguos y modernos, pondrá a Abelardo y Eloísa por un lado y el materialismo por otro, dando por descontado que los Lirios del Campo sí saben.

Y, sin embargo...

Pero antes de que esto suceda, Arturo y Mónica se vuelven a besar y se acarician, y, luego, suena el timbre: es Dino que, contrariamente a sus costumbres, se presenta con media hora de adelanto. ¿Que es lo que sucede?

La historia de Dino

Viene agitado; su cuerpo largo y delgado lo parece aún más merced a los extraños gestos que utiliza. También, ¿cómo no? la boca le huele a licor fuerte, es decir que Dino se ha puesto en marcha, que Dino, por alguna desconocida razón, ha pasado a la acción yu está congestionado de adrenalina.

Calla, sin embargo. Son veintitrés años de costumbre y de silencio, de soledad y de pequeñas manías, y, por eso, nada dice aún cuando está deseando contar lo que le ha sucedido.

Mónica, sonriendo, murmura que tiene que hacer en la cocina y deja solos a los dos jóvenes. Mónica no es un prodigio de inteligencia pero opera por analogía y sabe muy bien que sus amigas sólo hablan cuando están en confianza, de modo que prefiere que Dino y Arturo se despachen a gusto.

"Empieza de una vez, Dino."

"¿El qué?" —Dino se hace el cándido pero, por fin, no aguanta más y su historia es como un estallido. Arturo, después, pone en orden las diferentes partes y deduce:

A).-Que Dino estaba y está enamorado, como él siempre sospechó.
B).-Que ayer, cuando se despidieron, fue a ver a su amor.
C).-Que fué a ella porque sentía envidia de Arturo.
D).-Que la muchacha no dijo ni que sí ni que no. Y
E).-Que hoy la había vuelto a ver.

"Pero, ¿cómo fué?"

"No lo sé. La encontré en la calle."

Y en la calle la encontró. Ellos dos no se conocían más que de vista, lo suficiente para que el corazón de Dino estuviese, ya, conquistado por los encantos de la muchacha. Y, como aquella noche había visto a Arturo casi feliz, con la seguridad de un amor cercano, sintió la necesidad de procurarse él algo semejante. Era, además, la gran ocasión: había bebido y se sentía valiente, sin rastro de aquella timidez tan invencible que le atenazaba las mandíbulas y no le dejaba decir palabra.

"¿Y qué hiciste, Dino?"

¡Ah! Dino, con su habitual falta de tacto, le preguntó la edad. Al llegar a ese punto descubrió que sólo era capaz de balbucir y que las piernas le temblaban. Hubiera sido un fracaso si la situación fuese menos cómica para la mujer: el caso es que le escuchó y que le dio conversación. Y, cuando Dino volvía a hacerse con el control de sí mismo, ella se despidió.

"¿Qué piensas?"

Dino tampoco lo sabía. Amar era, por demás, misterioso y profundo, un terreno inexplorado hasta la fecha y sólo podía dejarse guiar por las experiencias ajenas. De cualquier forma, él necesitaba a una mujer cercana, necesitaba un cuerpo en el que apoyarse y el que tocar como si fuera una dimensión distinta de sí mismo, y era urgente, de manera que había metido prisa a "su amorcito".

"Eso —añadió— fue esta mañana."

"La encontré de nuevo y..."

"¿Y qué?"

"¿Qué tienes de beber?"

Dino ha vuelto a su habitual mutismo. Sólo eso: "¿qué tienes de beber?". Se supone que todo ha sido un fracaso aunque él no ha dicho nada en ese sentido. Si fuera de otro modo, si la mujer le correspondiera, ¿querría emborracharse? Tal vez sí.

Al rato, añade:

"Creo que soy feliz."

Y, luego, lo explica:

"Al menos me he quitado un peso de encima: ya no podía vivir con tanta incertidumbre. Ahora sé, al menos, que tengo que buscar a otra."

Lo dice con indiferencia que parece real.

Y, sin embargo, cuando llegan los demás invitados, él ya ha vaciado cuatro vasos con toda tranquilidad.

Por la noche

Se han reunido todos de nuevo, como cuando inauguraron la casa y celebraron la culminación de "La Gente del Buen Hambre". Quico, Rafael, Don Miguel, Alberto, Dino... Arturo, en el centro, va y viene invitando a picar golosinas y a beber la fresca sangría que va caldeando el ambiente.

Mónica, a su lado, sonríe indiferente a lo que sucede y habla con unos y con otros. Alberto, ese ser muy complejo, ha traído también a otra mujer y muy pronto las dos han formado rancho aparte para discutir dios sabe qué trascendentales cosas.

Quico, entre dos vasos, se burla de Arturo y le llama fatuo:

"No creo —dice— que un cuento justifique tanto follón."

En efecto, nadie lo cree; ni siquiera Arturo, pero merece la pena olvidar este detalle en beneficio de la diversión.

Don Miguel, más ceremonioso, comenta que escribir no es lo mismo que otra cosa: "es preciso —opina— que el escritor tenga confianza y, para eso, sus amigos han de animarle constantemente: es su deber."

Rafael, por su parte, está enfadado; es, sin duda, un neurótico y por eso los pequeños detalles le afectan con demasiada facilidad. Se trata —¿cómo no?— de su trabajo y de sus jefes: hay —según él— muchas formas de vivir, pero la peor de ellas es estar a las órdenes de un estúpido.

Alberto se ríe y deja ver una mirada maligna:

"Para vivir, haz como yo: una muchacha guapa, el coche y cada noche a un lugar distinto."

Pero éste no es el problema: Rafa tiene su propia casa y, en ella, a una amante delicada y suave. Lo que sucede es que no sabe gozar de estos privilegios, ni se encuentra a gusto jamás con lo que tiene.

"El negro resalta más que el blanco" —avisa de mal talante.

Quico —riendo— pone a un Wagner desorbitado en el tocadiscos y se acerca hasta Arturo:

"¿Te acuerdas de aquella vez que escuchamos a Wagner en mitad de una playa?"

Sí, los dos recuerdan bien: fue al terminar una fiesta parecida a esta y Wagner había tenido un motivo para estar presente: ilustrar una cabalgada por la arena, a cuatro patas, y abrazar, después a dos muchachas divertidas.


* * *


Dino, solitario, continúa bebiendo cuando Arturo se sienta a su lado. Hace unos minutos que han puesto música de baile y la mujer que Alberto ha traído y Mónica evolucionan con Quico y Rafael respectivamente.

"¿Por qué esa cara, muchacho?"

Dino, con un gesto, señala a la muchacha desconocida.

"¿La ves? Pues es ella."

"¿Ella?"

"La de anoche."

Arturo se sonríe y prefiere desaparecer de aquellas latitudes: Dino está celoso. Dino se siente despreciado y, por lo tanto, Dino será un funeral durante el resto de la jornada.


* * *

Rafael repite, por enésima vez, la historia de su enfado:

"Y hasta hoy no se le ha ocurrido avisarme. De esta forma, yo no tengo tiempo de hacer nada."

Don Miguel asiente comprensivo.

"Luego —continúa Rafael— las cosas salen como salen, y alguien tiene que cargar con las culpas."

Y, a continuación, Don Miguel le dice que aquello le recuerda una historia que le sucedió allá por el 48 en las Islas Chafarinas, y que...


* * *


Mónica bebe a pequeños buches su sangría y mira interrogadora a Quico. Este dice su idea:

"Creo que debes dejar de preocuparte por Arturo. Él tiene su mundo particular y me temo que tú no cabes en él."

A Mónica le entran ganas de reír. Ella, realmente, nunca se ha preocupado por Arturo, sino por sí misma, y es ahora, cuando han decidido acabar con todo, cuando intuye la existencia de algo más profundo.

"Estamos muy acostumbrados el uno al otro" —dice.

"El ser humano se habitúa pronto a cualquier cosa."

Sí, sí, es cierto. De todos modos, Mónica no quisiera irse así, sin comprender todavía que dosis de amor le queda en el cuerpo.

"Arturo —añade Quico— tiene una sola ilusión y no eres tú, sino sus libros."


* * *

"He leído tu cuento y me ha gustado —dice Alberto a la ligera—. De todos modos, te queda aún mucho camino por recorrer."

Alberto es así, le gusta desanimar a sus semejantes para ver su reacción, pero Arturo ya le conoce y se limita a mirar, por encima de él, hacia el techo.

"Cuando tú seas un buen crítico literario —contesta con aire divertido— será señal de que han pasado tres o cuatro siglos."


* * *


La muchacha desconocida se acerca a Dino y sonríe por lo bajo.

"No imaginaba que estarías aquí" —dice.

Dino da un respingo:

"¿Alberto es tu novio?"

"No."

"¿Tu amante?"

La muchacha se ríe esta vez.

"Eso pretende, al menos."

Dino se encoge de hombros: tiene la sensación de haber estado fabricando tormentas con nubes de algodón. A él, ¿qué mas le da una cosa que otra? De todos modos, insiste:

"¿No has cambiado de opinión? ¿No te gustaría salir conmigo a menudo?"

La mujer le mira de hito en hito y, después, le quita el vaso de la mano:

"No he visto a nadie tan cabezota como tú." —dice.

Y Dino se siente feliz e ingrávido.


* * *


Arturo y Mónica están bailando una vieja canción, de los tiempos en que los problemas era distintos. Una cancioncita ramplona que, sin embargo, a ellos se les quedó amablemente cogida en la memoria.

De la cintura, se miran los ojos desde muy cerca y se tratan de imaginar de otro modo.

"¿Quieres que me vaya esta noche?" —dice Mónica.

Y a Arturo le fastidia tanta desfachatez: es ella la que desea irse, y, sin embargo, quiere salvaguardar sus recuerdos obligándole a confesar.

"¿Qué podemos hacer, Mónica?" —contesta sin comprometerse.

Es cierto: ¿qué pueden hacer? Ella baja la cabeza: en estos momentos está realmente triste.

"Somos —dice— un par de egoístas."

Sí, egoístas, pero los sacrificios inútiles les dan pánico. Y permanecer juntos, amarse, sería un sacrificio inútil, abocado al fracaso desde un principio.


* * *


Alberto abre la boca con la risa vinosa y necia, y da unos golpecitos sobre el chaleco de Arturo.

"Hazme caso —dice—: trabajar de escritor no te llevará más que a la miseria. En el departamento de marketing de mi empresa necesitan a un individuo como tú."

Mónica, a su lado, abre mucho los ojos y escucha con atención: quizá no todo esté perdido; quizá Arturo sea capaz de reflexionar y abandonar esa vida absurda y sin satisfacciones. Arturo, por su parte, mira de reojo a la mujer y comprende que ahora, con una palabra (¡sí!) puede solucionar dos destinos, una felicidad, lo que sea. Mónica —de ese modo— sería su mujer y él no tendría que buscar otra. Sin embargo, está cansado; demasiado cansado para tomarse la vida en serio o para creer que todo lo anterior no ha existido: él y Mónica están perdidos por mucho dinero que lleguen a ganar. Se les murió la confianza y, a parte, no han sabido jamás entregarse.

No: Arturo ahora prefiere pensar en la Rubita, en ese oasis cándido que le recuerda su no muy lejana adolescencia. De este modo, todavía puede confiar en una pasión dulce y salvadora, y creer que el mundo mismo trae soluciones a los problemas que plantea.

Mira a Mónica otra vez, y casi se enfada: ¿qué pretende la mujer? ¿Hacerle renunciar a su propia persona?

"No —dice—. Prefiero ser escritor-escritor. Y más después del cuento que me ha publicado El Observador."

Mónica tiene ganas de abofetearle.


* * *


Dino aprieta la mano de la muchacha desconocida y sonríe como puede:

"¿De verdad te gusta Alberto?"

"Yo no he dicho eso."

¿Y qué más da que lo haya dicho o no? ¿No está, acaso, con él? Dino siente de nuevo la punzada de los celos y este malestar le empuja a ser decidido.

"Sal conmigo —insiste—. Verás cómo te diviertes."

Y, al momento, se arrepiente de esto. ¿Con qué cuenta él? ¿Cuál es su sueldo?

¡Ah! Las cosas van siempre mal cuando el dinero anda por medio.

Ella, la que es desconocida para nosotros, se ríe.

"¿Tanto te intereso?"

Dino comprende, ya, que es una coqueta, una estupidilla que se divierte con necedades y, sin embargo, él, un Lirio del Campo Silvestre, reconoce que está enamorado definitivamente e inclina la cabeza.

"Sí —dice— No sé qué hacer para convencerte."

Pero ella no necesita demostraciones: está enterada, desde muchos años antes, de su belleza.


* * *


Quico va circulando con una bandeja llena de nuevas bebidas:

"Cubalibre —resopla— ¡Hay cubalibre! —y se ría como si estuviese haciendo un buen chiste."

Luego, al oído de Arturo:

"Dino está colado por esa individua."

Y al de Dino:

"A ver si miras menos y bebes más."

Y al de la desconocida:

"Dale fuerte. Le tienes en el bote: ¡apriétale bien las clavijas!"

Y en el de Alberto:

"Dino te acaba de birlar la chica."

Cumplida su misión, se sienta a contemplar apaciblemente los resultados de la embajada.


* * *


Alberto se ríe sin ganas y comenta con Don Miguel:

"Las mujeres son todas unas zorras."

Y en sus ojos aparece la mirada turbia e irreal que, a veces, hace temer por su pensamiento.

"Las mujeres... ¡ah! —suspira Don Miguel."

Dino, sobre el sofá, sonríe tristemente mientras la desconocida le habla.

"Están deseando casarse —afirma Alberto— y yo no soy de esos."

Don Miguel hace memoria:

"Esto me recuerda una cosa que me pasó en Pontevedra. Verás..."


* * *


Mónica y Arturo han salido a la oscuridad de la calle, donde es más fácil despedirse. El equipaje de la muchacha se queda en casa y Arturo ya se lo enviará en otra ocasión.

"Siento mucho que esto sea así." —dice Arturo.

Mónica, a cambio, calla y se deja abrazar: es, pues, la última vez que lo hacen, el final completo de un círculo cerrado y esto es penoso aún cuando ambos se despiden con el corazón alegre: no han cometido un error. Así es: no se han equivocado y, para ello, han sido temporalmente desgraciados.

"Tú prefieres tus libros" —dice con sarcasmo Mónica.

Y Arturo se da cuenta de que su postura es ridícula, de que, en efecto, está cambiando una vida real yu llena de oportunidades, por la más espantosa soledad y el más absurdo silencio. Por eso aprieta fuertemente el cuerpo de la mujer contra el suyo. Desearla, entonces, amarla, ser capaz de recibir y entregar, pero no puede: una vez que atraviesa la barrera de lo sensual, se encuentra en la nada.

"Soy —piensa— un amante de putas. Soy un cretino."

Sus amores, no cabe duda, son fugaces, de una noche o de una semana, y esto, cuando sea viejo, será un gran problema. Pero, por el momento, tiene veinticinco años y es feliz así, escritor-escritor y Lirio del Campo, de forma que besa los labios abiertos de la muchacha y explora sus pechos.

"Pudimos..." —dice y se interrumpe. He aquí en lo que quedan todas las historias: en un "pudimos" nostálgico o airado, peri siempre vano.

"Pudimos" —afirma.

Y palpa aquella carne que se le escapa, aquel cuerpo que fue como suyo y que se va, ahora, en busca de otras manos menos inteligentes y extravagantes. No puede, ni aún con un esfuerzo, imaginarse que esta es la última vez que abraza a Mónica, que está, pues, ante un hecho irreversible.

"Después de esto será imposible volverse atrás."

Mónica piensa lo mismo, pero ninguno de los dos quiere demostrar la tristeza que le causa la despedida y, así, con un beso más violento, se separan definitivamente.

Cuando Arturo entra de nuevo en la casa es, ya, incapaz de comprender a sus amigos: han perdido el interés y decide que le aburren. Sobre el inseparable cuadernito escribe sus últimas impresiones:

"Cuando no sabemos qué hacer, nos enamoramos; cuando perdemos el amor, no sabemos qué hacer."

Y, luego, añade de viva voz:

"Ahora sólo me queda el bolígrafo."

Dos días después

(13-12-71)


Dino, por la mañana, recoge a la muchacha desconocida en la cafetería de moda. Ella es una cretina que le saca de quicio en ocasiones y que juega con su belleza.

Desde el día de la fiesta se han visto con regularidad y Dino se da por definitivamente enamorado. Ahora ha terminado con su soledad y con su mutismo, y tiene, también, otro cuerpo que tocar y en que fijarse.

Pero, ¿merece la pena? Lo duda, y prefiere no pensar seriamente en ello. Hoy, por ejemplo, llueve, y él y la mujer van a quedar aislados en el interior de uno de los bares. allí hablarán y, cuando no mire el camarero, se darán un beso. Apretarán fuertemente sus manos y...

Además, Dino ya no es un Lirio del Campo: en el departamento de marketing de la empresa de Alberto necesitaban un hombre y Dino tiene ya ese empleo, un sueldo seguro y una esclavitud entre el horario y los jefes. Sin embargo, a cambio, la muchacha está con él. Y dice muy satisfecho:

Esto es la F-E-L-I-C-I-D-A-D.


* * *


Alberto conduce su coche con otra chica al lado.

"¿De qué te ríes?" —dice ella.

De nada o, quizá, de la fiesta de la otra noche, cuando Dino y la mujer parecieron enamorarse. Él, lejos de enfadarse por eso, se tomó la venganza y ofreció a Dino el puesto de trabajo.

"Conociendo a Dino —suspira— ésta es la mejor forma de hacerle infeliz. Veremos qué le sucede cuando, después de ocho horas de oficina, la otra le hable de sus vestiditos o de amor. No acabará bien para ellos esta aventura."


* * *


Rafael, en su despacho, se fuma tranquilamente un cigarrillo: no está su jefe y él se encuentra de un excelente humor.

Además, del quince al uno tiene vacaciones, que aprovechará para desprenderse de la amante e ir a pasar unos días en su casa, con los padres.

También, si no recuerda mal, en su ciudad hay una muchacha medio enamorada de él... Lo porvenir, pues, se presenta como agradable.


* * *


Mónica habla con Don Miguel de sus experiencias.

"Arturo —dice el caballero— es muy buen chico, pero no te convenía. Necesitas a alguien más consciente, con más responsabilidad para llevar un hogar."

Mónica, indiferente, asiente y bebe de su zumo de frutas hasta que llega un joven, amigo de Don Miguel, y son presentados.

"He aquí —se dice Mónica— mi primera oportunidad."

Sin embargo, no puede evitar las comparaciones:

"Arturo era más alto."

"Arturo tenía los ojos más bonitos."

"Arturo era menos sonriente."

Y Mónica sabe que esto será así durante mucho tiempo. Pero, después de todo, ¿por qué renunciar a cosas semejantes?


* * *


Arturo se toca la mandíbula y sonríe feliz. Tiene tres buenos motivos para hacerlo: ayer vendió un cuadro, un bodegón moderno, a un tipo chalado que cree que coleccionar telas de artistas jóvenes es un gran negocio. Fueron tres mil pesetas, que significan poder hacerse una buena cena el día de Nochebuena.

Y hoy, ha recibido una carta y un telegrama:


Diario Matutino
Plata, 2.
Palma de Mallorca.


Sr. D. Arturo Artur.
Andén de Levante, 14
Mahón-Menorca.


Palma, 10-12-71.


Muy señor nuestro:


La creación de una nueva sección semanal nos ha hecho recordarle: se trata de una sección de narraciones en la que usted puede colaborar. Envíenos su cuento "Acá, allá", y, posteriormente, uno cada semana.

Recibirá mil pesetas por original, sin otro compromiso que enviar sus trabajos antes del martes de cada semana.


En el entretanto, quedo de usted affmo.


Fdo. Antonio Poza

 



TELEGRAMA


"GENTE DEL BUEN HAMBRE ACEPTADO stop EDICION AL 10% DERECHOS DE AUTOR stop TELEGRAFIE ENVIANDO CONFORMIDAD stop CENTENO"


Arturo, pues, no cabe en sí de gozo: he aquí que, por fin, va a publicar su primer libro para restregárselo a todos los que hasta entonces no creyeron en su talento.

Recuerda las novelas anteriores, las que nadie quiso, y sonría con desenfado: ser escritor-escritor es así, arriesgado, pero tiene, también, sus grandes compensaciones. Ésta, por ejemplo:


LA GENTE DEL BUEN HAMBRE
por ARTURO ARTURO

Copyright by Editorial Mirlo Blanco, S.A., 1972
Depósito legal nº 1721-1972
Barcelona


Éste es el primer escalón.

¿Quién piensa en los amigos?

¿Quién piensa en Mónica?

Lo que ahora urge es escribir otro nuevo libro; por ejemplo, LOS SUBDESARROLLADOS DEL AMOR. Y, hasta entonces, silencio: no existe nada maś.

Guía del lector

MÓNICA, ex-prometida de ARTURO ARTUR, se casó, cinco meses después, con el joven que DON MIGUEL le presentó, y ahora espera un hijo en una casita cómoda y repleta de electrodomésticos.

DINO, amigo de la infancia de Arturo, dejó, al fin, su nuevo empleo y la muchacha desconocida no quiso avenirse a razones: "un hombre sin porvenir —dijo— no es un hombre". Y Dino acabó por creerlo así.

QUICO se ha ido a Londres.

MIGUEL, el caballero, menea la cabeza tristemente cuando ve a

ALBERTO, un ser muy complejo que, últimamente, ha contraído una "enfermedad vergonzosa" y

Arturo Artur pasea por la ciudad con el cuerpo erguido y sonriendo despectivamente a sus vecinos. Alimenta su neurosis con unas tarjetas que dicen:


Arturo Artur
Escritor
Andén de Levante, 14. Mahón.


Lo que guarda en silencio es que su obra, "La Gente del Buen Hambre", se vende muy mal.

Ahora, concluido el relato, el lector puede cerrar el libro y olvidarse de que existen tipos tan vulgares como estos.


Publicado el 15 de julio de 2022 por Edu Robsy.
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