Largas Vacaciones

Arturo Robsy


Cuento


— Santo Padre — dijo mi hijo, que ha aprendido a seguir mi humor primaveral y festivo — ¿Por qué no me cuentas un cuento de los tuyos?

"De los míos" quiere decir un cuento desconocido, un cuento nuevo y, a ser posible, enredado; de ésos que solemos inventar los padres cuando tenemos tiempo o cuando seguimos conservando el alma deslumbrada y mágica de los niños.

— Érase una vez... — empecé sin hacer más comentarios.

— Ése ya me lo sé. — me interrumpió el niño — Hay cuentos que empiezan con "Érase una vez" y otros con "Esto era", y hasta he leído uno que dice "Tenéis que saber que...". Yo quiero un cuento moderno.

— Pues a mí me gustan los antiguos, con lobos y caperucitas y ogros y gigantes y princesas. ¿Te he contado alguna vez lo que me pasó el primer día de Primavera?

Dijo que no el chico, así que puse en marcha el motor de la fantasía y, poco a poco, fui soltando el embrague:

— El mundo no es exactamente como parece. Ya sabes que todas las cosas están formadas por átomos que bailan, por ejemplo, y tú no las ves así. Pues lo mismo pasa con la Primavera.

Verás: en la Primavera el aire empieza a hacerse tibio y cuando te da en la cara parece que te roce un pañuelo de seda. Además, se llena todo de flores: hay flores complicadas, difíciles, yo diría que hasta orgullosas, como las rosas, que serían flores de postín. También hay flores modestas, calladas y buenas chicas, como las margaritas, que no tienen perfume, pero sirven, por ejemplo, para que los enamorados les arranquen los pétalos blancos diciendo: "sí me quiere; no me quiere".

Luego hay flores malas, difíciles, que parece que estén enfadadas y miran mal a todo el mundo, como las de los cardos, que son de mucho cuidado. Y también hay flores pobres, pequeñitas, humildes, yo diría que tímidas y vergonzosas, como las violetas. Y otras que ni siquiera tienen nombre, que crecen escondidas en algún rincón del campo. Nadie las riega; nadie sabe cómo se llaman y nadie se para a olerlas, pero allí están ellas de todas formas, y no son flores tristes, porque saben que, sin ellas, los campos no nos darían esa sensación de alegría cuando vamos de excursión.

Mi hijo es botánico aficionado, así es que tuvo algo que decir:

— Hay plantas que no dan flores y están por todo el campo. Además todas las flores tienen nombre. Todas, todas, tienen un nombre puesto en tu libro.

— Pero esos nombres son muy feos y no les gustan a las flores. — le respondí rápidamente. — ¿A quién le puede gustar que le llamen liliácea, papilionacia, solanácea o, simplemente, borraginácea, que suena a insulto?

El chaval meditó y no tuvo más remedio que estar de acuerdo: las cosas bonitas han de tener bonitos nombres y, por ejemplo, si a la playa la llamásemos "garrapata", no sería de ningún modo justo.

— Tú sabes, — seguí — que la primavera empeiza el 21 de Marzo, pero estoy seguro de que no has pensado en todo el trabajo que da el 21 de Marzo, ni siquiera en lo que significa.

— Significa que empieza el buen tiempo. — me respondió el niño, pragmático — Y, aunque llueva y haga viento, no importa, porque sabes que viene el buen tiempo en seguida y que, luego, terminará el colegio y llegarán las vacaciones.

— Pues, precisamente, de las vacaciones quiero hablarte, porque no sólo los niños y los Santos Padres tenemos derecho a descansar, ¿sabes?

— También las niñas y las madres — dijo mi hijo, que piensa rápido. — En cambio los perros descansan siempre: todo lo más les llevan a cazar los domingos y eso es poco trabajo. Y los gatos no hacen otra cosa que dormir de día y maullar de noche, paseándose por las paredes. Y los pájaros todo el tiempo están volando y cantando, los tíos... Los únicos que trabajamos somos los niños y los hombres.

— Eso es ahora, pero no siempre fue así. Verás: cuando Dios hizo el mundo, hizo a los animales libres de hacer sus asuntos a su aire: los leones están echados todo el día y, de vez en cuando, rugen. A las jiradas les gusta comer hojas de los árboles, y eso es todo lo que hacen con sus cuellos larguísimos. Las vacas dan leche: comen siempre y mugen cuando están llenas ya, para que se la saquen y puedan hacer más todavía.

— Es que el mundo está bien organizado.

— Naturalmente, pero lo que yo te quería decir es que los animales hacen ahora poco más o menos lo que hacían cuando Dios les creó. A los perros les encanta ladrar y levantar la pata en las esquinas. Los peces siempre están nadando: se puede decir que nadan desde el principio del mundo y eso es señal de que les gusta así. Pero al Hombre, que tu dices que es el único que trabaja, Dios le hizo al principio para que estuviera siempre de vacaciones.

— El Buen Dios puso a Adán y a Eva en un Jardín maravilloso, lleno de árboles y flores. Si hacia sol, se ponían a la sombra. Si tenían hambre, cogían fruta. Si tenían pereza, se echaban a la bartola. No había entonces trabajo. No se habían inventado las tiendas ni las fábricas. Ni siquiera sabían lo que es el dinero, de manera que se vestían con hojas verdes y grandotas, se alimentaban de los frutos y se adornaban con las flores más bonitas.

— El resto del tiempo — seguí — charlaban de esto y de lo otro Adán y Eva. Jugaban. Veían a los animales y les ponían los nombres.

— Bien feos que se inventaron algunos — dijo entonces mi hijo — Rinoceronte, hipopótamo, sapo...

— Pero hay otros muy bonitos: caballo, león, jabalí, pantera, urogallo... ¿Suenan bien? Pues ése era el trabajo que hacían. También bautizaban a las flores: clavel... hace falta estar muy inspirado para llamar a esa flor claver. Y rosa y jazmín, y alhelí y lirio...

— ¿Y qué pasó, Santo Padre?

— Muchas cosas, diligente hijo: Adán y Eva empezaron a aburrirse, a pensar que podrían aprneder más si se dedicaban a otra cosa.

— Pero, de trabajar, nada.

— No había escuelas, enano, de manera que, ¿quién podía enseñarles cosas útiles y educación y la tabla de multiplicar? Ni campos de deporte para jugar. Por otro lado, como Adán y Eva sólo eran dos, ¿para qué tomarse tantas molestias? Dios les había hecho para estar siempre de vacaciones, casi igual que los animales, pero resultaba que para que los hombres y las bestias vivieran sin dar ni golpe, las plantas y los árboles tenían que trabajar constantemente.

— ¿Todos eran vegetarianos? ¿También los tigres?

— Todos. — dije, porque tampoco es cosa de andarse con remulgos en un cuento. — Los leopardos, los leones y todos esos se conformaban con hierba y alguna manzana. Luego, cuando se enfadaron, fue cuando empezaron a morder y a dar zarpazos.

— Un enfado muy largo.

— A ver, hijo. Resultó que los árboles, las plantas todas, hasta las briznas de hierba, llegaron a estar cansadísimos. Entonces no había estaciones: hacía siempre buen tiempo, como ahora en Primavera, y era para que las plantas pudieran trabajar todo el año.

Asi que empezaron a murmurar y a quejarse: Adán y Eva y los animales — decían — se pasan el tiempo lindamente, comen lo que quieren, juegan y hasta duermen la siesta. Nosotros, en cambio, desde que sale el sol, venga a fabricar manzanas y naranjas, peras y algarrobas; venga a crecer y crecer la hierba. ¿Es justo esto?

Un manzano que estaba en el centro del Jardín o Paraíso Terrenal, fue el que lo acabó de estropear. Se quedó dormido (dormido como un tronco) y no se despertó a tiempo para su trabajo, así que cuando Eva llegó y cogió una manzana descubrió que estaba verde.

— Adám, ven aquí y muerde esta manzana.

— ¡Puaf! — dijo Adán — Está verde. Este árbol es un perezoso que no madura las frutas.

— De eso, nada. — dijo el árbol — Ha sido un descuido. Además, si me he dormido, ha sido porque estaba cansado de tanto trabajar, y no como vosotors, que no dais golpe.

— Eres un sinvergüenza — le dijeron Adán y Eva a la vez — ¿Con quién te crees que estás hablando?

Y así siguieron, cada vez presumiendo más de ser unos vagos; cada vez más vanidosos y soberbios, hasta que el Buen Dios tuvo que intervenir:

— No está bien que regañéis al árbol.

— No está bien — dijo el árbol — que las plantas tengamos que hacer todo el trabajo del mundo.

— Tienes razón — le respondió Dios — Yo hice a los hombres de una forma porque quise, y ahora ellos creen que tienen derecho a exigir a todo el mundo. De manera que voy a castigarlos haciendo justicia.

Se volvió al manzano aquel y a todas las otras plantas y les dijo:

— Desde hoy, de los doce meses que tiene el año, trabajaréis seis y los otros descansaréis.

Y, luego, les dijo a Adán y a Eva:

— Y vosotros, si queréis comer mientras los árboles descansan, tendréis que apañároslas y trabajar de lo lindo. Tendréis que cavar el suelo y haceros vuestra ropa; construiros vuestras csas y enseñar a vuestros hijos, y todo lo que se os ocurra para perder el tiempo, porque vosotros habéis sido soberbios, y eso tien su castigo.

— ¿Y por eso yo voy a la escuela?

— Por eso, sí, y porque, cuanto más se sabe, mejor se comprende todo. Pero también por eso hay primavera. En el otoño, el 21 de septiembre, las plantas se van de vacaciones. Se duermen. Algunas hasta se descargan del peso incómodo de las hojas. Luego, el día antes de la primavera, los enanos de los bosques, las hadas y todos esos mágicos prodigios que existen, tienen que trabajar de firme, sembrar y regar, para que el 21 de Marzo todo empiece a ponerse verde. Y así es como nacen en poco tiempo las flores que, después de las vacaciones, están descansadas y pueden ser así de hermosas, tal y como las vemos en el campo.

— Ya ves — terminé — cómo ahora hay una Primavera preciosa a causa de que Adán y Eva se portaron mal con un viejo manzano y Dios fue justo y permitió que todas las plantas descansaran unos meses al año.

Mi hijo me miró dubitativo:

— Pero los enanos, las hadas y esos personajes no existen, ¿verdad?

— No exactamente: son más pequeños aún, pero son mágicos. Fíjate: la vida, la rosa más roja, el clavel más carnal, el árbol más gigante, se comprimen, se reducen y se guardan en algo tan pequeño como una semilla: las semillas son mis duendes; las semillas son la magia que hace florecer la primavera; un arte que el hombre no tiene; un misterio que cada año nos devuelve el mundo tal y como era el Paraíso Terrenal; tal y como salió de las manos de Dios en los tiempos más remotos.

— ¿Y los animales?

— Los animales, a causa de las vacaciones de las plantas, empezaron a pasar hambre y se enfadaron. Desde entonces muerden, y dan zarpazos, cornadas y coces.

— A fin de cuentas son animales, ¿no? — dijo mi hijo.

— Sí, claro, pero no crear que a ellos la primavera tampoco les importa. Ellos sonríen a su modo. Ellos también reviven.

Y, entonces, muy en silencio, llevé a mi hijo a una caja de cartón lejana y, allí, sonriendo, le enseñé tres gatitos apretados contra el vientre de su madre. Los ojos amarillos de la gata negra eran, sin duda, como soles vivos.

El niño miró todo aquello, comprendiendo que cada cosa, si se mira con cariño, puede ser perfectamente hermosa.

— Al empezar el cuento me dijiste que ibas a contar lo que te pasó el primer día de Primavera, Papá, y no lo has hecho. ¿Qué fue?

Miré a los gatitos y miré a mi hijo, porque la primavera me hace comprender que es alegre envejecer si a tu alrededor todo crece. Luego le respondí:

— El primer día de Primavera pensé en mi hijo. En tí, que irás más allá llevando la mágica semilla.

Sabía muy bien lo que hacía Dios cuando empezó todo este asunto.


Publicado el 12 de abril de 2017 por Edu Robsy.
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