Noctambulario de un Filósofo Pequeño

Arturo Robsy


Cuento


(Nótese que Azorín habló del "Pequeño Filósofo", pero que jamás hizo mención a los filósofos pequeños).


Martes, 25. La libre competencia

Si me viese en la necesidad de resumir el último siglo en un hecho esencial, no pensaría seguramente en las dos guerras europeas, ni en la española, ni en la bomba atómica, ni en Albertí (que sí es un "hecho esencial"). Simplemente contestaría: la Competencia.

Antes —y me refiero a un antes que no he vivido— no estábamos civilizados, ya que no conocíamos el cepillo de dientes, y suponíamos que el comprador, por el sólo hecho de pagar, tenía derecho a elegir calidad y a cerciorarse de la misma antes de soltar las macarias. ¿Verdad que es cómico?

El fabricante, el vendedor que no ofrecía calidad, ya podía ir encomendándose a Santa Bárbara y, en todo caso, haciendo las maletas para una instructiva y fructífera emigración a la Argentina o a Argel.

La gran lucha de los últimos cien años ha sido ésa, la de la Libre Competencia; la de arrebatar al consumidor sus caprichos y enseñarle a comprar lo que debe y no lo que quiere. A lo sumo, a enseñarle a querer los productos que el fabricante tiene en el mercado.

Muchos de mis lectores recordarán a aquellos magníficos viejos que se ataban los machos antes de hacer una compra y miraban y remiraban el artículo, le daban vueltas en la mano, preguntaban todas sus características al dependiente y, en la mayoría de los casos, exigían una demostración práctica.

¡Qué vergüenza si nosotros, en 1973, hiciéramos lo mismo! Hasta es posible que nos echaran del comercio y nos llamasen agarrados. Porque hoy es de buen tono entrar, coger la cosa a por la que vamos sin sacarla del embalaje de la fábrica y pagarla religiosamente.

No importa que, luego, la "cosa" en cuestión salga defectuosa o no sea de nuestro gusto: esto es la Libre Competencia.

Y, aquí, recuerdo a una señorita que me estaba vendiendo una máquina de fotografiar. Era una de esas que sólo puede utilizar los carretes de la marca Kodak, que vienen en un complicado estuche de plástico.

—¿Cómo se carga? —le pregunté.

Y ella me lo explicó con ademanes y palabras, pero sin hacer la demostración práctica que yo deseaba. Se lo recordé y le pedí que cargase la máquina en mi presencia, a lo que me respondió:

—¿Se la va a quedar?

Y es que, como los dichosos carretes vienen en un sobrecito hermético, no deseaba romperlo sin tener la seguridad de que yo lo compraría.

Una vez que dije que sí, desempaquetó el carrete, cargó la máquina y me dio toda clase de detalles. Sin embargo, semejante demostración me había costado mil quinientas pesetas. ¡La Libre Competencia!

Tiempo llegará lector amigo, en que se nos obligue a comprar con los ojos vendados y con una aguja en la mano, en aquel juego infantil que consiste en ponerle "la cola al burro".

Tiempo llegará, sufrido lector, en que el consumidor se verá en la obligación de cerrar los sábados y los domingos —como hacen hoy en día los fabricantes y los vendedores— y hasta a determinadas horas: de una y media a cinco, y de ocho de la tarde en adelante...

Mientras tanto, toque lo que compra: compruébelo, discútalo y, al final, déjelo en la tienda si no le satisface. Se venderá igual, no se preocupe.

¿Sabe? Se ponen muchas multas a productos de baja calidad que pagan alegremente sus fabricantes porque ya los han vendido. Y estos productos no se recogen del mercado y ahí se quedan hasta que usted o yo los compramos.

La Libre Competencia consiste en nuestra falta de preparación y en nuestra incompetencia como compradores.


Miércoles, 25. Crónica del Tercer Mundo

Es de noche; apunto de prisa y corriendo algunas cosas oídas por la tarde:


—¿Sabes por qué se llama noche a la Noche?

—No, ¿por qué?

—Porque no "che" ve nada...


Una frase que he dicho sin pensar, llevado por la inspiración del momento, y que deseo conservar en este cuaderno:


—No hay cosa más inexacta que la vida: quizá por eso es la menos falsa.

Chiste:


El mayordomo de librea acude a abrir la puerta de su señor sordo, y sonría con respeto mientras le dice:

—¿De dónde viene hoy el cornudo del marqués?

—¡De comprarme un aparato para la sordera, hijo de barragana!


Mi abuela me ha contado otro de monjas, deliciosamente "camp":


Una novicia oye por la ventana el adjetivo puñetero y pregunta por su significación a la superiora:

—¿Qué quiere decir, Reverenda Madre?

—¿Puñetero? ¡Nada! Es un catarro.

Días después llega el obispo de visita y se suena constantemente entre estornudo y estornudo.

—¡Vaya, Su Ilustrísima! (esto era antes) —le dice la novicia—. Tiene usted un buen puñetero.


La televisión, entre nada y nada, habla a veces del tercer mundo y dice de él que está compuesto de hombres negros y hombres amarillos que viven mal, muy mal, y mueren peor todavía.

Encuentro entre nosotros un Tercer Mundo de hombres blancos, y aún un Cuarto y Quinto. Y, antes de que se me vayan de la cabeza, voy a citar algunos ejemplos vivos hoy en las Grandes Ciudades Españolas: Moros, revendedores de billetes de metro, toros y fútbol, barquilleros, limpiabotas, abrecoches, vigilantes de estacionamientos, cerilleros de los lavabos, tullidos que venden tabaco y pipas a la puerta de los cines; prostitutas, chulos, maricas, ancianos de asilo, vagabundos, gitanos, fotógrafos ambulantes...

No nos conviene, no, numerar los mundos si somos hombres que pretendemos dormir con la conciencia tranquila. Que en pleno milagro económico sobreviva gente así demuestra nuestra clemencia y nuestra generosidad; que exista esta gente, en cambio, demuestra únicamente nuestra impiedad, nuestra falta de respeto al hombre.


Jueves, 27. Los Múltiples Mundos y Neruda

En el Bar, hoy por la noche, la gente jugaba al dominó con la voz gruesa, bebía a sorbitos su última copichuela y escuchaba la monotonía del televisor.

Bajo el aparato, con un periódico en las manos, dormía un anciano. La cabeza calva, oscura, le caía sobre el pecho, desamparada y sola. Las manos, dulcemente apoyadas entre las ingles, le temblaban a intervalos.

El curioso, al mirar, poco más podría haber visto: tal vez una curiosa cucaracha asomándose por el rincón de la derecha; quizá el abandonado vasito de sifón en la cercana mesa...

Había pasado yo la tarde en el campo dibujando demonios y duendes con tizas de colores sobre papel de estraza, y tenía la cabeza caliente y la sangre gruesa: por eso vi como alrededor del viejo, el Universo se iba poblando de nubes y estrellas de vientos trasparentes, de locas gaviotas que reían entre sus sueños de niños alegres de jóvenes mujeres de otra época; de diablos sonrientes y sarcásticos, de queridos muertos...

En el bar nadie veía esta singular atmósfera. En el bar se jugaba al dominó, se escuchaba el televisor y se bebían las últimas copichuelas. El mundo de los viejos queda tan lejos que sólo en ocasiones se nos aparece cuando un anciano dormita con la cabeza abatida, y es, por un momento, todo lo que hemos de ser nosotros andando el tiempo...

En casa ya, leo un párrafo de Neruda, el Gran Poeta que se nos ha muerto:


"Pregunté a cada cosa
si tenía algo más,
algo más que la estructura
y así supe que nada era vacío"


Nada vacío, Neruda: ahí estás tú demostrando que la muere no es una frontera; ahí estás recitándome esta noche, para mí en exclusiva, tus palabras eternas desde las estrellas.


"Pregunté a cada cosa..."


Cada cosa, Neruda, nos responde. Tú mismo nos contestas todavía. La voz, Neruda, no se la lleva la muerte: no es de carne la voz; no se corrompe.

Y Neruda me dice por lo bajo, desde el libro inmenso:


"Quiero tocar con otro tacto
el mundo
los cuerpos,
las campanas,
las raíces,
nacer
en otros dedos,
crecer en otras uñas..."


Viernes, 28. De Las Ilusiones.

He regalado las obras de un Poeta a un hombre viejo que, a los ochenta años, tiene aún muchas cosas que buscar, porque la vida no consiste, a veces, en sobrevivir, sino en sobrevivirse.

Siempre estamos a tiempo para la muerte; casi nunca para la vida, porque, seamos francos: ¿alguien puede definirla? Generalmente la vida es lo primero que tenemos y lo último que se nos arrebata. Pero hay algo más: importa mucho hacerse un alma confortable para cuando la muerte nos circunscriba a ella eternamente.

Una vez un condenado que escapó del infierno durante unas horas, confesó a su amigo que aún vivía:

—Si los hombres supiesen lo que es la muerte, en lugar de acumular dinero guardarían todas las ilusiones que su alma pudiera contener: ése es un capital que no se pierde nunca.

Y, con esto, me viene a la memoria la historia de un señor que, poco antes de su muerte, se lavó del todo el alma, y le quedó tan encogida y chiquitita que luego no se la quisieron en ninguna parte y él mismo se convirtió en nada.


Sábado, 29. Las Noches desde mi ventana

Abro la ventana a medianoche. Poco a poco han ido desapareciendo los ruidos de los hombres; las casas se han cerrado por dentro y en la calle sólo mandaban por este orden, los gatos enamorados, los serenos y los soñadores.

Desde mi ventana veo el mundo desierto. Tiene brillos negros el asfalto mojado. Oigo, al fondo, las campanadas de un reloj: doce.

Un hombre encorvado sale de noche. Trae vacilante el paso mientras las luces apagadas les envuelven en la oscuridad brillante.

El hombre se acerca a los anuncios que hay pegados en la pared y toma de ellos lo que necesita gracias a un especial milagro de cada noche. ¿Tiene hambre? Pues busca un cartel donde se anuncie un restaurante y saca de él, caliente y bueno, el plato de arroz que antes dibujó el artista: y se lo come.

¿Le apetece una vuelta en coche? Otro anuncio exhibe automóviles y él solo tiene que elegir el que más le guste, y montarlo, acelerar y perderse en la noche. Toma de los carteles los licores caros que están pintados; se viste con las fotos de los modelos de una sastrería y, en general, disfruta por la noche de cuanto le faltó durante el día.

—¡Eh! —le grito—. ¿Qué hace usted? ¿Qué pasa?

—La noche me pertenece —responde—. Soy el dueño de la noche. Por la mañana me siento a ver pasar a los hombres ricos y bien alimentados y me digo para mis adentros: tengo lo mismo gratis por la noche. Basta con esperar.

Dios ha hecho que, de noche, hombres como yo volvamos realidad lo irrealizable.


Domingo, 30. Las eternas Poluciones

El basurero de Mahón, huele. Varios hombres, en la Tele, en la radio, en la Prensa, nos explican lo que es la polución, y el basurero de Mahón huele a chamusquina.

He pasado de día por la carretera de Ciudadela, y lo he olido claramente: arde incesantemente; consume nuestros desperdicios tan bien envueltos en plástico y lleva de humo toda una recta de la carretera.

De noche, al regresar, los faros revelaban una especie de niebla: el humo todavía y, más lejos, se veía el resplandor del fuego constante.

He aquí —me he dicho— de lo que viven los hombres que hablan de la polución: si ella no existiera, si, por ejemplo, en Mahón no quemáramos continuamente las basuras y enturbiáramos el aire, ¿de qué hablarían ellos?

Viven de nosotros estos hombres mientras nos repiten que vamos a morir de nosotros mismos, que vamos a morir de nuestra mugre.

Un chiste que recuerdo ahora:


—Mamá, dame pan.

—No, hijo, que te lo comes.


Y otro más:


El avión que cae y la azafata que da las últimas instrucciones:

—Vamos a efectuar un aterrizaje de emergencia —dice con su sonrisa hermética—. Quítense los mecheros, los relojes y los demás instrumentos metálicos que lleven. Abróchense los cinturones de seguridad; pongan en posición vertical el respaldo de sus asientos. Apoyen la cabeza entre las rodillas y protéjansela con los brazos. Y aprieten fuertemente el carné de identidad entre los diente para facilitar la identificación de los cadáveres.


Y una observación que se me ocurre a raíz de haber visto trabajar a un hombre enfermo:

La maldita igualdad entre ser y servir. Se habla de recuperar a los enfermos y accidentados. Se habla de readaptación y hasta de rehabilitación (cuando existe un verbo adecuado: curar, que se emplea muy poco), rehabilitación para que vuelvan a ser útiles a la sociedad.

El hombre sirve y cuando deja de hacerlo ya no es hombre del todo. "El hombre —pienso en esta noche que casi guarda silencio—, el hombre no ha nacido para ser utilizado ni explotado, ni para otra cosa que vivir en paz todo lo que pueda.

He aquí por qué creo en el derecho de la vida y por qué no creo en el deber de vivir.


Lunes, 1. Una adivinanza

Un mes se acaba y otro empieza. Hoy parece que estemos más en otoño; hoy comprendemos gracias al calendario, que hemos dejado atrás otro verano.

Los muy jóvenes no piensan en ello, porque imaginan que hay más veranos que longanizas, pero, a lo sumo, solamente vivirán ochenta más. Y ochenta es un número tan bajo.. Dos cifras, apenas, nada en este mundo de la inflación.

Los muy viejos no reparan tampoco en este otoño, y recuerdan los anteriores, porque así les parece que se aferran más a la vida que ya se le has pasado.

Y, en suma, el otoño llega y nadie repara del todo en él. El filósofo pequeño, sin embargo, lo siente en la sangre y formula su última pregunta:

¿Qué palabra se le ocurre, lector, que rime con "otoño"?

¡Esa es! La misma, la misma que a mí.

Pues eso: ¡otoño...! (o bien, ¡...! con el otoño).

Buenas noches.


Publicado en el Diario Menorca el 2 de octubre de 1973.


Publicado el 17 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.
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