Primeras Crónicas Populares del Viejo Buda

Arturo Robsy


Cuento



Buda ha sido, sin duda, uno de los cinco hombres que más han influido en el Pensamiento Universal. Yo, como el doscientos por cien de los españoles, al pensar en Buda imaginaba estatuas con enormes brazos debajo del vientre, piedras con la pátina de la edad, exóticos nombres como Yokohama... Pero la resonancia de Buda fue tal que el pueblo —su pueblo— se le apoderó de la figura para transplantarla a una mitología del más puro sabor popular.

Martin Hoenülher tradujo al bávaro una pequeña colección de Máximas de Buda oídas a los nativos (mientras comían con curry) durante su viaje a La India en 1837. He tomado nota de algunas de ellas, porque el lector menorquín merece sonreír un poco y meditar otro poco ante estas perlas de sabiduría popular, tan parecidas algunas a nuestro refranero.

Retrato de Buda

Era un viejecito —no un hombre viejo— miope, profundamente alegre, con el vicio de inclinar la cabeza para escuchar (quizá a causa de una sordera no confesada), el de tomarse seriamente las cosas serias y el de sonreír por encima de todo. Pasó la vida recorriendo el mundo, hablando lo imprescindible y meditando. Al contrario que muchos pensadores occidentales, él no encontró amargura en el poso de las cosas, ni se inclinó por la crítica acerba.

—Vivir, como morir —dijo en los últimos golpes de la agonía— sólo tiene un inconveniente: la espera.

Anduvo muchos caminos Buda. Se adentró en mil nuevas fronteras y su ingenio (mucho más castizo de lo que el lector pueda imaginar) quedó ahí, a la vista de todos, dando definitiva y precisa fe de cómo se puede ser santo sin pasar por tonto.

(¡Ah, estos hindúes! Si un día se comen las vacas no sabrán qué hacer con tanto cuerno).

Primera serie

(Máximas Cortas. By Martin Hoenzülher. Edición en bávaro de 1838)

(Reinaba Chundraguptha)


Un hombre desventurado vino hasta el Maestro:

—Buda: ¿qué he de hacer para que las mujeres me amen?

Y Buda sonreía:

—Ser hombre con todas tus fuerzas.

(Reinaba Chundraguptha)


Un sacerdote de falsos dioses se arrojó a sus pies.

—Buda: ¿qué me pasa que no puedo creen en Dios?

—Que crees en otra cosa, hijo.

(Reinaba Avanamiki)


Un pobre hombre llegó al maestro desolado:

—Si yo tengo un vecino que busca a mi mujer y que me niega los favores más fáciles, ¿qué tengo que hacer?

—Mudarte de casa.

(Reinaba Chundraguptha)


Un hombre que creía haber recibido graves ofensas llegó hasta Buda para pedir consejo:

—Buda: ¿cómo he de llamar a mi enemigo?

—Con sus mismas palabras.

—¿Y si él no dice nada?

—Entonces no me lo has contado bien: eres tú su enemigo.

(Reinaba Chundraguptha)


Un hombre de edad, que pasara toda la vida concentrándose en sus estudios, quiso conocer la señal de su sabiduría:

—Buda —dijo—: ¿cómo sabré si soy sabio?

—Cuando no tengas que preguntárselo a nadie.

(Reinaba Avanamiki)


Buda se pasaba por todos los caminos bendiciendo las cosas bellas del mundo y de los hombres.

—Buda: ¿por qué siempre bendices las cosas buenas y hermosas?

—Un día bendije a un perro y me mordió.

(Reinaba Chertinán)


Buda bebió del agua de la fuente y encontrándola con sabor a lodo la maldijo para que se secara.

La fuente continuó manando y el Buda dejó de maldecir para siempre porque así fue como aprendió la lección de la humildad.

(Reinaba Avanamiki)


Le preguntaron al Buda unos discípulos místicos y profundos:

—Buda, ¿para quién es el cielo?

—Para quien no lo escala.

(Reinaba Chertinán)


Un mendigo de los caminos rozó el manto del Buda esperando consuelo. El Buda le escuchó en paz:

—Buda: si soy pobre y estoy hambriento, ¿cómo haré para ser feliz?

—Te comerás tu pobreza.

—¿Y si no me basta?

—Cómete, entonces, la de los demás.

10ª

(Reinaba Chundraguptha)


Un gran pecador que sufría por ello vino hasta el Buda para encontrar la paz:

—Buda —dijo—: he pecado.

—¿Lo crees sinceramente?

—Sí.

—Pues en eso ya tienes tu castigo.

Segunda serie

Respuestas del viejo Buda

11ª

(Reinaba Avanamiki)


El hombre más rico de la comarca que el Buda atravesaba vino hasta él, deseoso de que los discípulos y el maestro admirasen su poder y su absoluta libertad:

—Buda —dijo—: yo soy un hombre libre.

—¿Sí? —preguntó inocentemente el Maestro—. Alcánzame aquella estrella, por favor.

—No puedo volar, Buda...

—¡Ah, vamos! Eres libre: ¿quién te ata a esta tierra?

12ª

(Reinaba Chundraguptha)


El hombre más fuerte del mundo se llegó a donde Buda. Era bueno, pero vanidoso a causa de su cuerpo:

—Buda: soy el más fuerte.

—Hijo, me alegro: quisiera que cargases con algo que a mí me fatiga.

Y Buda se acercó al oído de aquel hombre fuerte y le dijo la interminable lista de los pecados humanos que él había conocido durante su vida...

—¿Querrás llevármelos, hijo?

Y el hombre más fuerte del mundo no pudo.

13ª

(Reinaba Chundraguptha)


Buda tiene una respuesta para todo —decía la gente. Y vino un mercader astuto que deseaba confundir al Buda y, con el prestigio logrado, vender sus mejores mercancías:

—Buda: ¿cuántas son las estrellas del cielo?

—Una —dijo Buda.

El mercader reía y le señalaba una multitud.

—Buda: ¿cuántas son las aves del cielo?

—Una.

—Buda: ¿cuántas son las gotas del rocío?

—Una.

—Buda —dijo el mercader riendo—, ¿cuántos son los locos de esta tierra?

—Dos —dijo Buda. Y se retiró a meditar porque ya era viejo.

14ª

(Reinaba Chertinán)


Un hombre que acababa de ser padre y deseaba lo mejor para su hijo vino a Buda:

—Buda: tengo un hijo y quiero educarle bien. ¿Qué debo hacer?

—Ten otro hijo.

15ª

(Reinaba Avanamiki)


Buda caminaba descalzo y unos hombres piadosos le ofrecieron unos zapatos.

—¿Por qué debo separarme de la tierra? —dijo el Buda.

—Para estar más cómodo.

—Y cuando muera, ¿me enterraréis en un zapato?

16ª

(Reinaba Avanamiki)


Buda escaló el más alto monte, desde el que se divisaba todo el mundo, con sus reinos y sus palacios y sus ríos y sus mares. Cuando descendió le preguntaron sus discípulos:

—Dinos lo que has visto.

—Nieve.

Todos insistieron:

—¿Cómo son las otras tierras?

—De tierra.

—¿Cómo es el mundo?

—Como el esfuerzo de subir al monte —dijo Buda—. Como la decepción de verlo.

17ª

(Reinaba Chertinán)


Buda llegó a la fuente: venía sediento de caminar por los caminos de la tierra y casi cegado por la luz del sol canicular. En la fuente había unos pastores.

—Aquí no hay sitio —le dijeron—. Ve donde abreva el ganado.

Y el Buda fue y bebió y se lavó mientras los pastores se reían a grandes voces. Se iba ya cuando uno de ellos le gritó:

—¿Qué te han dicho las bestias, Buda?

—Me han dicho: aquí no hay sitio. Ve adonde el ganado abreva.

18ª

(Reinaba Chundraguptha)


Una vulpeja (mujer de malas costumbres) le dijo entre veras y bromas al Buda una noche en que el vino había corrido demasiado:

—¿Qué es e amor, Buda?

—Todo cuanto desconoces —dijo Buda. Y, apiadado, añadió:— y todo cuanto desconocían los hombres que te trataron sin nunca mostrártelo.

19ª

(Reinaba Chundraguptha)


Al Buda le regalaron un enorme pastel y se lo comió entero, sin invitar a sus discípulos.

Cuando hubo terminado les dijo:

—¿Deseabais parte del pastel?

—Sí, Maestro.

—¿Es un pecado la gula?

—Sí, Maestro.

—Alegráos pues de que Buda pecó para manteneros limpios.

20ª

(Reinaba Chundragupta)


Un pintor hizo el retrato del Buda y fue a enseñárselo. El viejo lo miró por todas partes y preguntó al fin:

—¿Quién es éste?

—Tú, Maestro.

—Ah... Por un momento me pareció Buda.

Tercera serie

(De la humildad)

21ª

(Reinaba Avanamiki)


Buda pescaba y arrojaba los peces al mar.

—¿Por qué no guardas alguno? —le dijeron.

—No pesco. Solamente enseño a los peces. Luego vendrá el pescador, cuyos niños tienen hambre, y los peces, creyendo que nada va a pasarles, tragarán sin miedo sus anzuelos.

22ª

(Reinaba Chartinán)


Un día el Buda tuvo hambre y tomó un higo del camino. Un hombre le salió al paso entonces:

—¿Qué haces, Buda?

—Robo un higo —dijo.

—¿Robar? El camino es de todos. A todos pertenece el higo.

—Pero es coger algo de todos que de uno solo. Por eso digo que robo el higo.

23ª

(Reinaba Avanamiki)


Un ángel bajó a ver a Buda.

—Buda: eres un hombre santo. Dime una cosa que apetezcas.

—Ser santo.

El ángel se fue y volvió a los tres días:

—Buda: eres un hombre sabio. Dime una cosa que te apetezca.

—Ser sabio.

El ángel se fue y volvió a los tres días:

—Buda: eres un hombre feliz. Dime una cosa que te apetezca.

—Ser Buda.

24ª

(Reinaba Avanamiki)


Un día robaron la bolsa que el Buda había dejado sobre la roca. Y él, al día siguiente, puso otra. Y, después, otra. Y otra más. Al décimo día vino un hombre con las diez bolsas: era el ladrón.

—Buda —dijo—. Me da vergüenza robar a un ser tan inocente. Toma las diez bolsas.

Y Buda sonreía...

—¿A quién hubieses robado si no hubieras encontrado mi bolsa cada día?

—A otro cualquiera, claro.

—Luego hemos perdido a diez nuevos desgraciados y hemos ganado a un viejo ladrón honrado.

Y Buda sonreía y sonreía.

25ª

(Reinaba Chundraguptha)


—Buda: mi hijo huyó de casa.

—¿Qué le habías hecho tú?

—¡Nada!

—Por eso ha huido.

Uno que lo oía quiso burlarse y se acercó al viejo Maestro:

—Buda: también mi hijo huyó de casa.

—¿Qué le hiciste?

—Le amé. Le eduqué. Le enseñé los caminos entre el bien y el mal. Le dirigí hacia Dios según su conveniencia. Le di honestos caprichos y dinero, cuando lo quiso, para los deshonestos. No tenía queja de nada y era tan libre como un pájaro.

Buda meditó:

—Entonces, hijo mío, la culpa es de tu casa.

26ª

Le preguntaron un día:

—Buda, todas esas historias tuyas que andan de boca en boca, ¿son ciertas? Él lo pensó y contestó riendo:

—Pudieran serlo, pero son la obra de un amigo mío, un mozo rufián al que en Menorca llaman Arturo Robsy.


Publicado en el Diario Menorca el 22 de mayo de 1973.


Publicado el 11 de julio de 2021 por Edu Robsy.
Leído 7 veces.