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Estaba todavía entretenido con estos cálculos cuando el alba —de rosados dedos, notó el espíritu liberado— alargó la mano por occidente y empezó a distribuir los colores.
Tras el alba, muy de cerca, llegó una camioneta de albañiles. Se detuvieron e inspeccionaron el lugar de autos, como se bautizó después. No tocaron el cadáver: eran partidarios de otros métodos:
—Oiga. —decían a la envoltura de Tony, que ya no funcionaba.
—¿Está usted bien?
Luego se acercaron un poco más, con las manos lejos. Cuchicheaban, posiblemente por temor a ser oídos por el muerto.
—Yo creo —resumió uno— que ha cascado. Y hace horas.
—Pues te quedas aquí. Cuando lleguemos a un teléfono, llamamos a la guardia civil y ellos se harán cargo.
—¿Y a una ambulancia, no? A mí no me gustaría que me vieran así, tirado.
Llegó primero la ambulancia, pero los conductores, tras llamarle como los albañiles, se pusieron a aguardar mientras hablaban de sus cosas con el obrero de retén.
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Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.
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