Radio "La Mar"

Papeles de Trapisonda

Arturo Robsy


Cuento



Ni mentir ni dejar que mientan

Emisiones electorales de la famosa Radio La Mar. Vote después de haber reído.

Experimento sociológico sobre la negación de la realidad. Papeles de Trapisonda.

Estas historias de Radio La Mar, puro diálogo e impuro despropósito, se basan en dos hechos fundamentales:

El Primero, que la Constitución nos reconoce el derecho a recibir información veraz y, por lo tanto, prohíbe que se nos mienta como método. Nada dice la engolada «Ley de Leyes» sobre intenciones que puedan ser excusa para la mentira; o sea que desear ganar unas Elecciones o vender un perfume, no justifican el intento de engañarnos. Pero nos engañan todos los días desde todos los medios, porque la modernidad es cosa de propaganda y es fundamental que el dominado siga satisfecho con su situación. Además, no hay juez Garzón que se atreva con los mentirosos: no es tan valiente. Libertad de Expresión, sí. Pero no libertad de mentira.

El Segundo, que no hay cosa más inútil que una que esté partida, y los Partidos son y aspiran a ser trozos de sociedad, fragmentos de convivencia. Es necesario vigilar y limitar el Poder, pero con leyes y no con grupos particulares, si puede expresarse así.

De ahí se crea, en esta ficción disparatada, el Partido Entero, que quizá busca la unidad de lo fundamental, pero no de lo accesorio. Por ejemplo, nadie se arremolina porque el euro sea la unidad en lo dinerario: el dinero, aunque necesario, es el accesorio de los acesorios.

Por eso —si sigue leyendo— verá que el ficticio Partido Entero, puesto en la necesidad de ofrecer un programa electoral, lo resuma en “No mentir ni permitir que otros mientan”.

Cortísimo y legal. A su fundador no le quedan dudas: «Si no hay mentira —razonaría de ser real y no invento— sólo habrá verdad. Si hay verdad, habrá justicia. Y, con justicia, tendremos libertad.»

Claro que esto es demasiado razonable y exacto para tener éxito. A la gente le suelen gustar las explicaciones más complicadas, cuando no enmarañadas. Los ambiciosos lo saben: cuanto más increíble es una mentira, más se la creen.

Hay otra solución: que un Cuerpo Incorruptible —o sea, muy bien pagado y colegiado— aplique a cada candidato, a cada diputado, senador, ministro, presidente de algo, y a cada militante de partidos, el suero de la verdad. ¿Vas a hablar a las masas, tío? Pues pon el brazo aquí. A continuación, un jeringazo de pentotal o escopolamina. O un cóctel de ambos.

Bien reiríamos al ver las cosas que se les escapaban por esas boquitas.

Parta su coche por la mitad

Nacimiento del Partido Entero.

—Mire usted: parta su coche por la mitad y tendrá dos coches.

—Nos hallamos —dijo el locutor— entrevistando a Carlos Florit...

—O Florido

—A Carlos Florit, o Florido, fundador del Partido Entero. ¿No le parece que exagera en la contradicción entre partido y entero?

—Por eso le decía que partiera en dos su coche. O en tres.

—No funcionaría.

—¿Quiere decir que se le saldría el relleno?

—Con nosotros —el locutor volvió al guión—, don Carlos Florit, o Florido, dando muestras en directo de su humor. Fundador del Partido Entero (P.E.), debemos preguntarle: ¿Es un proyecto de partido único?

—Su coche sí es único: uno sólo. Pero si lo parte no tendrá dos coches. Ni siquiera uno.

—¿Rechaza, entonces, la acusación que le han hecho los candidatos de los otros partidos?

—¿Eso de que me escarbo la nariz en público o lo de tener almorranas?

—No, don Carlos. Además le han acusado de que su P.E. quiere ser único.

—¿Es que hay más P.E.? Copiones. Envidiosos. Pero lo que me interesa es su coche. ¿Qué? ¿Lo partimos?

—Ya le he dicho, don Carlos, que no funcionaría partido.

—¿Porque se le saldría el relleno?

El presentador disimuló un bufido como de gato. Le habían dicho “Está chupado”: no tenía más que dejarle con la cosa de la libertad. Suponían todos que no le gustaba y que metería la pata, o sea, el zapato del 45 que gastaba.

—Sí —confesó al fin—, se le saldría el relleno. Pero estamos aquí para que nos hable de su oferta electoral.

—Primero, el coche. Luego, locuta usted sobre lo que más gracia tenga. Un coche partido no funcionaría. Como aquel que dice, quedaría algo deprimido. A usted mismo, si le dividieran, le acecharía la depresión. Y funcionaría mal.

—Oh, Dios Mío.

—Eso va después. Lo que quiero es preguntarle si un coche, que siempre es algo tonto, no funciona partido, ¿qué le hace pensar que la Sociedad, o sea, la neurona de España, sí andará partida, como si nada? Y ahora llegamos a su “Dios Mío”: ¿Él le ha dicho estas cosas? ¿Es asunto de fe eso de la partición que no hace perder el relleno, o sea, como con los infusorios o las amebas?

—Con nosotros don Carlos Florit.

—O Florido

—Florit o Florido, fundador del Partido Entero: el sorprendente P.E.

—¿Sorprendente? Más lo sería que le cortaran la cabeza y siguiera perorando, porque usted “perora”, ¿verdad? También peroro yo y puedo asegurar que no daña la salud.

—Don Carlos; si recuerda, estamos aquí para que usted nos cuente su programa electoral

—¿Entero o partido?

El presentador, por motivos de su cargo, iba presentando los colores del amanecer y un zumbido en el páncreas:

—¿Es cierto que usted quiere volver a la obsoleta costumbre del partido único?

—No lo sé. ¿Qué quiere que le diga? A usted le sorprende que haya un Partido Entero, pero le parece normal que el Partido Comunista, por ejemplo, quiera agarrar lo de todos para ser justo, que equivaldría a ser injusto con todos.

—¿Será el P.E. un Partido Único?

—Único en su género, mon amí. ¿Sabe algo de inglés? ¿Sí? Pues “my friend”. Por cierto que tampoco le extraña que el P.P. agarre todo para dárselo a las Sociedades Anónimas. Cuanto más dinero ganen ellas, más libres seremos todos: esa es la teoría. ¿A que sí?

—Vemos, señoras y señores, que don Carlos Florit —miró la cara del neopolítico y se apresuró:—, o Florido, no quiere responder al peliagudo asunto del partido único.

—¿Hay partidos con pelo? ¿Algo así como el Fox Terrier de pelo duro? No olvide que en verano conviene esquilar a esa clase de animales.

—Ni tampoco desea exponer su programa electoral.

—¡Alto ahí! Nuestro programa electoral es ganar. ¿El de los otros no?

Suspiró el locutor: imaginaba que habían vuelto al camino «políticamente corregido»:

—Sí. Supongamos que su Partido Entero gana las elecciones.

—¿Cree que no?

—No creo nada, hombre.

—Mal asunto. ¿Ni siquiera cree un poquito en el euro?

—Sí.

—¿Y en el dólar?

—También. Y le concedo que su P.E. puede ganar. Supongamos que lo consigue y, entonces, ¿qué harán con el poder?

—Ah, ya: el programa electoral es lo que se hará con el poder. ¿Y qué le tenemos que hacer al Poder, buen políglota? Creo que hay unos que quieren llenarlo de policías y otros ponerle a fabricar estatutos. También me han dicho, pero no puedo creerlo, que un grupo quiere que los chicos no estudien.

—Hablábamos de SU programa, don Carlos.

—Tetas erguidas y ojos azules es MI programa.

—¿Y el del P.E.? —el presentador humeaba claramente.

—Es usted tozudo. Pero, ea. ¿A que nadie dice ya “ea”? Le pongo el programa del P.E. en lenguaje llano, fácil: «Al pan, pan. Y al vino, vino.»

—Pero eso es un refrán. —baló el presentador.

—¿No puede haber un refrán que haga de programa? Porque el P.E. tiene alguno más, como «en boca de mentiroso, lo cierto se hace dudoso.» El mundo, mi buen locutor, es así de raro: partes algo, lo divides en dos o más trozos y es malo, porque normalmente te lo has cargado. Pero ya le dije que eso no pasa ni con la sociedad ni con los paramecios, ni con las puntas de una estrella de mar.

—Pero la libertad consiste en que haya muchos partidos. Hombre de Dios y que cada uno proponga una solución.

—En el mejor de los casos sólo una de esas soluciones será verdadera, ¿eh? No parece que pueda haber dos verdades distintas sobre lo mismo. Pero nosotros, el Partido Entero, no decimos cuánto pesará la moneda o valdrá el minuto de teléfono. ¿Qué más nos da? Nuestro programa, que ya he expresado en parábola, o refrán, ocupa dos palabras. ¿Las digo? No son mágicas, pero hacen su efecto.

—Dígalas. —invitó el locutor, ya sin interés.

—Pues este es nuestro programa: «No mentiremos» Tiene un corolario: “Ni callaremos la verdad”, o sea, que ahora debiera ponerme a hablar de la verruga que le está saliendo en la frente. De pensar será.

—¿Eso es todo?

—No, hombre, no: Al que pillemos mintiendo lo sanaremos, o sea, lo partiremos en dos trozos: pura política clásica y pura libertad. A fin de cuentas son las mentiras las que provocan las guerras, ¿verdad? Dígame: ¿es cierto que los otros partidos siempre mienten en sus promesas electorales...? Es que puede haber quien nos vote para tomarse un desquite.

Quedan pocas verdades. Una de ellas es que el hombre importa. Otra, que las mentiras, siempre y más en elecciones, son gran trampa: nos piden que decidamos sobre lo que nos han ocultado. O sea, nos piden imposibles.

Estas historias de Florit o Florido irán apareciendo periódicamente en esta página de la Red de la Universidad de Trapisonda.

El misterioso caso de la patata barata

En el forcejeo político o gana el que tiene más medios y dinero, o el que tiene más imaginación. Por suerte para el pobre, el rico partido político suele carecer de ella (se la prohíben). En beneficio del tópico multicentenario que, desde Kant, hace del pensamiento un producto. No conozco (levante la mano quien sí) a ningún marxista o liberal que sea imaginativo en otra cosa distinta de limpiar bolsillos populares. Así las cosas, los pobres –de pedir— podemos aspirar a igualar tanteo con los poderosos. Gana siempre el inteligente, y las cuentas (PNB, PNN, Presupuestos) no son inteligencia sino mecánica. Imaginar un mundo mejor, sí lo es. Aquí se presenta la segunda parte de aquel cuento sobre partir en dos el coche de un locutor, propuesto por el inefable Carlos Florit “o Florido”, creador e ideólogo del P.E., ese famoso Partido Entero. Allá va:

El locutor, en aquella ocasión, estaba entre dos fuegos: o dejaba lelo, sin palabras, a Carlos Florit (O Florido), o le aplicaban el Liberalismo y lo dejaban en la calle. «Tu desacredita. Desacredita. No olvides sus almorranas ni que pilló una media lagartijera por Nochebuena.»

—Con nosotros, gracias a la brillante iniciativa de Radio La Mar, don Carlos Florit, presidente y fundador de ese partido equívoco que a todos aturde: el P.E. Partido Entero. ¿No cree usted, don Carlos, que ha llegado todo lo lejos que podía? En estos tiempos, sólo los grandes partidos con grandes ideas tienen medios y hombres para ganar unas elecciones.

—¡Pueblo de Basutolandia! ¡Pueblo de Israel! –se arrancó Carlos Florit o Florido con su extraña dialéctica. De paso sumió en la oscuridad y en el crujir de dientes al locutor.

—Esos pueblos no son “de aquí”, don Carlos.

—¿No está ahí el pueblo de Basutolandia? Me han fallado. Claro que tampoco estuvo el pueblo americano en las entrevistas del PP y del PSOE. ¿Recuerda si prometieron hamburguesas, o sea, “burgers”?

—Don Carlos: Juegue limpio.

—Lleva razón. Y, por cierto, brilla usted como una Institución.

—No hagamos lo del otro día: no confunda a los oyentes y diga usted su mensaje electoral.

—De acuerdo. Le visualizo a usted nervioso, quizá enervado, así que arranco: demarré, embrague, primera... Cuando el año pasado, el 14 de abril, llegaron los marcianos al Prado de los Gamones, ¿Quiénes estábamos allí y les hicimos huir de dos cantazos? El Partido Entero.

—¿Qué dice? ¿Qué marcianos? ¿Qué prado? –Luego, orgulloso, el locutor sacó el triunfo:— Además, en abril no existía el Partido Entero.

—Sí en la mente de Dios. ¿No me diga que ha notado la mentira de los marcianos de prado?

—¿Y cómo no?

—Pueblo de Basutolandia. Amigos. Romanos. El P.E. os va a volver blancos y os va a quitar los taparrabos. Un traje de Armani a cada uno, doce mil euros y una cohabitación con la Pfeiffer. ¿Se encuentra mal, buen locutor? Brilla como un faro antiniebla. Cuidado, no se me muera.

—Yo no me muero y le repito que juegue limpio.

—De acuerdo: tan limpio como el PP y el PSOE, y esas cosas que andan protegiendo lombrices. ¡Ah, qué tiempos! La última vez que morí, de paperas (creo), un cadáver que andaba por allí me recetó fomentos de alcohol alcanforado con pizca de menta. Luego, al resucitar, tuve una horrorosa visión, pero era la tele en la que bailaban el vals el señor Aznar y el Señor Felípez.

—Señor Florit o Florido, ¿ha bebido usted?

—Vinos del Alba, locutor. Y del Zenit de la vida.

—Es que, siendo el presidente de un partido totalitario –siguió el locutor, que velaba por su trabajo—, comprenda que la gente le tenga miedo y sospeche que se emborracha, se droga y persigue efebos.

—¿Está “contrarializado”? Más yo. Creí que la cosa del proyecto electoral quedó clara: decir sólo la verdad y no dejar que te mientan, pero si usted me aconseja perseguir efebos, de una a dos se puede intentar.

—Mentir es un derecho humano., señor mío.

—¿Se lo ha dicho su confesor o su jefe? Seguro que usted tendrá “su verdad”.

—Claro.

—Tírela, hágame caso. Además, si mentir es un derecho humano o cuadrúmano, morir también. Pero eso no significa que haya que matar y que engañar.

—Estamos en entrevista con don Carlos Florit o Florido, presidente e ideólogo del P.E., Partido Entero. Dígame: ¿Quiere ser diputado, don Carlos?

«Ahora sí que lo he fornicado» le dijo el coleto propio al locutor.

—Grande es Dios en el Sinaí. ¿Quiso Moisés ser alcalde? ¿Y Cristo? ¿Y Cánovas? ¿Y José Antonio o Franco o Felípez? No diga memeces. El Partido Entero quiere mandar. ¿Los otros partidos no? Sí, amigo, sí: los avatares rondan.

—Pero el orden democrático...

—¿Qué orden? ¿El que se ve o el que se adivina? Mi madre cantaba una canción de los Chei, o los Cheif, que soltaban un piropo antiguo: «Entre lo que se te ve y lo que se te adivina, menudo tormento para la imaginación»

—Aquí Radio La Mar, terminando la entrevista con don Carlos Florit, o Florido, presidente del Partido Entero, de ideología Nazi.

—Pueblo de Basutolandia, corderos todos. Vine a dar mi programa económico y este peludo no me deja. El Programa Electoral es No Mentir, así se nos caigan las muelas. Pero en la sección económica proponemos bajar los precios a la mitad de los actuales. Por lo menos.

El locutor palideció. Sin duda su corazón liberal brincaba como una langosta:

—Usted quiere –jadeó—, usted quiere ¡intervenir la Libertad de Mercado!

—¿Le duele la cartera, buen hombre? Porque el PE ha nacido para curar el engaño y los precios de hoy son un engaño tamaño Extra de Luxe, talla XXX. ¿Cuánto le costó su coche?

—Dos millones de pesetas.

—Pues pudo tenerlo por uno bajo la tiranía —¿es tiranía o racismo?— del P.E. ¡Ah, pobre y querido pueblo de Basutolandia, explotado con tanta alegría! Considerad la patata. Se corta en trozos que tengan un ojo y se siembra. Se la riega o no, según. Se pasan unos meses matando orugas y escarabajos, sin olvidar las limazas. Se pasa el sacapatatas mecánico y ya la tenemos. Para el fabricante de patatas un kilo puede salir por cinco o seis céntimos de euro. Podría venderlo ganando el cien por cien o el 200% entre los aplausos de los que rondan mercados.

—Pero la patata, don Carlos, no es un programa económico.

—Claro que lo es. Pensad en lo que le hacen a la inocente patata: o la compran a un precio bajo o la dejan en manos del campesino, a pudrirse. Luego, el transporte, el mayorista, el almacenamiento, las mallas con la etiqueta de marca, la publicidad, los viajantes de patatas, el departamento de clientes, el nuevo viaje a los puntos de venta, y el beneficio de quien vende la patada al pueblo Basuto. Así sale la patata, cuyo coste son pocos céntimos, a euro el kilo, o más.

—La gente sigue sin saber qué programa económico sale de las desventuras de la patata.

—Muy sencillo: la intermediación en general. Un tal Schiacca ya decía, hace años, que es mejor controlar el mercado que tener una fábrica. O sea que todo sería más barato sin intermediarios, que no producen nada. Y, como las ventas actuales son una mentira, el P.E. acabará con ellos.

—¿Por fusilamiento?

—No. Eso se guarda para periodistas mentirosos, que son peores que el gorgojo. Simplemente el Ayuntamiento, y luego el Estado, creará –en competencia legal— líneas de distribución gratuitas, como es casi gratuita la enseñanza. Ya tiene usted los productos a mitad de precio o menos. Una vida más desahogada para todos.

—¡Pero eso es fascismo!

—¿Pagar menos por la patata es fascismo? Quizá fuera fascismo si le hiciera tragar un kilo de patatas crudas pero, eso sí, gratuitas. Y piense luego en la Banca, que es la que causa la inflación y se aprovecha de ella. O sea, argentinismo moderno. Piense en la cultura, que siempre es antifascista: ¿No le da vergüenza que un libro cueste tres mil cuando se fabrica por trescientas? ¿No da pena que las distribuidoras se queden con el 60% del precio del libro en el mercado?

—¡Dios mío! –exclamó el locutor, que se sabía despedido ya.

—A Ese también le intermedian.

Libertad bajo vigilancia

El locutor nuevo de radio La Mar, tenía el pelo largo, ensortijado y lanoso. Al comenzar el programa parecía una Menina que hubiera sido mordida por varios lobos.

Lobos, no, pero la plana mayor de la emisora seguía en proceso de advertencias: el Partido Entero debía ser denostado. ¿Cómo? Con denuestos. Su imagen, destruida y a ser posible abierta en canal: ya sabía el locutor que ese partido era de ultraderecha, y a esos se les puede hacer cualquier cosa . Lo mejor para que se les notara sería interrogar a Carlos Florit sobre la libertad, sobre Franco y la violencia.

—Date cuenta "Pelitos", de cómo es la profesión. En Colombia, a las FARC, que son más asesinos que Stalin, se les llama La Guerrilla. Son comunistas, pero eso no se dice, porque aquí hay un partido comunista legal. Tampoco se lo llaman a la Eta: por lo mismo.

—¿No era fascista la Eta?

—A este hay que echarlo. Por capullo.

—Lo que mi compañero quiere decir es que a los marxistas se les dan nombres dignos: la guerrilla. Y a los que se les enfrentan, lo contrario. ¿Recuerdas Colombia? Pues son los Paramilitares de Ultraderecha, y les fotografían las botas para que se sepa que van a pisar al pueblo.

No era una plana mayor demente. Aunque parecieran hechos por Churriguera, conocían el lenguaje de la comunicación que aspira a buenas subvenciones.

—La gente— dijo otro de los jefes— se cree lo que le eches. Pero este jodido Florit les cae simpático porque se burla del poder, de las instituciones y de la historia que tanto ha costado enseñar a esos margaritos.

—De modo que duro y a la cabeza, " Pelitos". Con esa pinta eres " lo moderno " y él lo viejo: partido único, dictadura, ultraderecha.

Empezó la entrevista, por así decir, y el nuevo locutor presentó a don Carlos:

—Radio La Mar, en su democrática decisión de dar igualdad de oportunidades, incluso a las minorías desquiciadas, les presenta a don Carlos Florit, o Florido, portavoz del Partido Entero, compuesto por los desechos de la ultraderecha y del franquismo brutal. Quieren ser partido único y arrebatarnos la libertad.

Sonrió " Pelitos ". Bordado, me sale bordado. Se va a enterar este fascista. Con la mente hiperventilada, se daba palmaditas en la espalda. Invisibles, claro. Eran palmaditas virtuales. Como de ánimo.

—Díganos don Juan Florit, o Florido, presidente del Partido Entero de ultraderecha: ¿Es cierto que en su programa no rechazan la violencia?

Florit era hombre que se divertía rejoneando a locutores. Cogió el rejón de " aquí te espero " y se lo clavó al " Pelitos " en el cerviguillo:

—Quedan abiertos estos juegos circenses, oh, romanos. Pretorianos: cuidad de que ningún cristiano se nos coma a un león.

—¿Qué dice usted?

—Lo cambio: que ningún cristiano se nos como a un león rampante. Porque estamos en un circo radiofónico de ultraderecha y yo, tan ignorante, sólo puedo deciros una lejana verdad: la culpa fue de los dinosaurios. También de la cola del cometa.

El locutor pensaba que no podía apuntarse aquel asalto. De hecho, se había perdido y no sabía cómo empalmar la ultraderecha con los dinosaurios. Y lo peor: seguramente Florit sí.

—¿Sabe usted que hemos venido a hablar de política?

—O de poliuretano. De lo que usted quiera. Pero no me negará que un dinosaurio hace bonito y llena programa, ¿Eh ? Pues la culpa fue de los dinosaurios; gente salaz y de mala leche.

—Deje los dinosaurios en Parque Jurásico, y entremos en el programa electoral de su Partido Entero (de ultraderecha)

—Lo saben todos: ni mentir ni dejar que nos mientan, cachorro de Sión. Pero, que yo sepa, los dinosaurios son verdad. Muertos, pero verdad, aunque no figuren en nuestro programa .

—¿Ofrecen dinosaurios al pueblo? Esta vez se está pasando: quizá confía en que la gente calle porque teme la famosa violencia del franquismo. No callaré yo: esto es una locura.

—Claro que lo es—dijo don Carlos sonriendo—pero lo enseñan en todas partes: cayó un cometa, o un aerolito junto al Yucatán, y allí está el golfo de Méjico. Dicen que del castañazo murieron los dinosaurios. Ya ve: ni los tiburones ni los cocodrilos ni las tortugas ni los celacantos ni los helechos. Una gran locura.

—¿Ofrecen locura entonces? ¿Quieren estar locos, queridos radioyentes? Pues voten al Partido Entero.

—El partido dice que los dinosaurios se mataron en entre ellos porque el cometa llevaba un virus que afectaba a los bichos de sangre caliente. Seguramente era el virus de " esto es mío". Y se comieron por codicia.

—¿Qué tiene que ver esto con su pretensión de eliminar la libertad?

—¿Ah, no lo ve? ¿Con gafas y no lo ve? La infección sigue, " Pelitos". Muchos han desarrollado, en millones de años de evolución, la inmunidad. Pero cuando un gen falla, aparece la infección secreta y nace un codicioso.

—¿Y si les diera penicilina?

—Hay que darles comprensión y un garrotazo de adiestramiento. Nos embarcan en guerras, en economías explotadoras, en falsas necesidades, en tiranías que ahora van a ser una sola y universal.

—Franco sí era un tirano.

—Y dale. Le han embutido un curso acelerado y brusco de delirio social. ¿Hay que pegar un palo a Franco, igual que en todas partes? Franco: te doy un palo. ¿Prefieres lo de dictador o lo de afusilador? ¿Ve? Ya está. Pero no me hago responsable de lo que Franco haga con el palo. Ya que estamos, ¿le damos otro palito a Carlos V?

—¿Y era Franco un dinosaurio?

—No creo, porque no tenía escamas: eso lo dejo para el PP y el PSOE, que enseñan ideas nuevas de hace dos o tres siglos. Pero, vamos, ¿me deja dirigirme al radioyente?

—¿Cree que alguien votará contra la libertad?

—Sí: los que lo hagan a todos esos que se reparten el parlamento y los ayuntamientos. Han hecho del mundo humano una Cárcel Universal. Por la libertad, y por la jeta y por el dólar .

—¿Comprende que pone fuera del mundo a su Partido Entero, señor Florit o Florido? Ya somos libres: por eso está usted hablando: porque se lo permitimos.

—Pues de eso se trata. De que la gente vea que no tengo derecho a hablar. Que se note que hablo con permiso. ¿De quién? De los demócratas apalancados. Y con fondos.

El caso de la mosca fascista

El locutor, en defensa de su trabajo, llevaba una lista de preguntas para desconcertar. ¿Por qué no estudió en un seminario? O sea, todo negativo. ¿Por qué no se llama José, como todos los españoles? ¿Por qué no ha llegado a medir dos metros?

Se encendió el aviso y el locutor se puso en marcha: sin chirridos. Bien engrasado:

—Aquí radio La Mar, con su iniciativa "tome la voz y la palabra", para que los electores conozcan a los candidatos. Tenemos con nosotros...

—Déjelo, hombre. Hoy tengo un capricho—dijo Carlos Florit o Florido—. Tenemos con nosotros a don Carlos Florit, o Florido. Creador y presidente del partido entero, o P.E., de ultraderecha mayestática con aspecto de escrófula y vocación de barroco conceptista y, entre nosotros quede, el Partido Entero suena a despropósito como «el muerto vivo o la razón de Zapatero.» Contradicción y contraindicación entre los términos ¡Ay del partido que aspira a unir rompiendo su larga tradición de herramienta de la división! Ya comprenderán que así sólo se es de la ultraderecha, ya nazis, ya fascistas. Apueste el bigote y demás libertades a que en las crónicas resulta que tenemos de todos los que perdieron la guerra mundial ante Pepe Stalin. Es posible que ese Carlos Florit o Florido sea maricón. O Balinés.

—¡Don Carlos!—regañó locutor—está aquí para explicar a los votantes su programa. No se le pide que me parodie.

—Mi programa, sí. ¿Hablo del antivirus Norton? Muy bueno. ¿Y de Windows? Inestable

—Su programa político, Florit, por Dios.

—O Florido, no lo olvide. Verá: ayer por la tarde volvía del salón de plenos, de echar cacahuetes a los concejales, y repetí para mí coleto, sea lo que sea "coleto". Tú —me dije—: los programas electorales se dicen para no cumplirlos y, al llegar las siguientes elecciones, jurar que sí lo han hecho todo. ¿Podemos tener nosotros un programa como los liberales o una "mala follá", como los marxistas?

—Es que nadie se ha creído ese programa que dijo. El del refrán.

—Pues es lo más programático que llevamos en el bolsillo. No mentir ni dejar que nadie mienta. El énfasis, locutor, en "ni dejar".

—No vale. Pero, suponiendo que eso se aceptara, el Partido Entero tendría que explicar cómo lo conseguirán. ¿Devaluará unilateralmente el euro? ¿Pondrá la prostitución gratis, aprovechando el género disponible? ¿Hará desfiles con sus militantes uniformados? ¿Prohibirá la libertad?

Florit no lo dudó. Echar cacahuetes al personal lo había dejado en estado "poematoso", o sea, con el alma por fuera:

—Prohibiremos la libertad.

El locutor había vencido al fin. Un candidato no puede confesar a los micrófonos que, si le votan, prohibirá la libertad. La gente se lo toma mal.

—Usted lo ha dicho, D. Carlos: el Partido Entero quiere prohibir la libertad.

—Sí. Prohibir esta libertad porque es una libertad falsa y las libertades falsas sólo son una cosa: mentiras. Para este siglo el único plan es la maldad, " chavea".

—¿Y qué libertades quiere quitar al pueblo, Don Carlos, jerarca del Partido Entero?

—Todas. Si son libertades no son libertad. En este tiempo la libertad completa y material es del dinero. Las otras no son reales. Y el dinero sólo es del banco. Si tiene mil millones de euros, usted será libre, diga lo que diga la ley.

—No sea cínico, que usted sigue el camino fascista o de Hitler, Mussolini, Franco...

—¿Y de Alí Babá?

—¿Por qué no?

—Por lo Barrionuevo, por ejemplo. ¿Cree que a usted le indultarían cada semana? ¿Cree que la ley le trataría igual?

—Una golondrina no hace verano.

— Pero un indulto sí. ¿Cree que, aunque lo exija la constitución como derecho, a usted le dan únicamente información veraz?

—A veces las constituciones tienen derechos que son más declaración de intenciones.

—Claro: todos tienen derecho a trabajar, pero hay dos millones a los que no se les reconoce. Todos tienen derecho a una vivienda digna, y por ahí andan en las chabolas y hasta en las cuevas. Mire cómo no hay un derecho a la paz

—Esto es demagogia. Señores, aquí Radio La Mar, terminando la entrevista con don Carlos Florit.

—O Florido.

—O Florido, que nos ha explicado que su programa electoral de no mentir ni permitir que se mienta se basa en prohibir las libertades

—¿Lo oyen? Ya le han dicho por el micro de oreja que me corte: esta es otra de las libertades: no hay censura del estado, pero existe: sólo la han privatizado y ahora es patrimonio de las empresas, o sea, del dinero

—Pues siga, hombre, pero es innecesario. Nadie olvidará la barbaridad que ha dicho.

—Eso espero: que no lo olviden. Que recuerden que tenemos la libertad de vivir donde queramos, o de fundar un colegio. Y, hasta la libertad religiosa que, por aquí, suele consistir en perseguir curas. No nos pueden abrir la correspondencia, pero se hace. No pueden usar nuestros datos personales, pero los usan. Esas libertades tienen, todas, una coletilla que no se escribió. ¿Cuál es? La elemental: «puedes... Si tienes el dinero para pagarlo.» Por eso son falsas libertades: sólo un mercado de favores.

—¿Qué dice usted?

—¿Lo repito?

—¡No!

—Bueno. Pero le insisto en que no hay libertad para que cualquiera establezca una radio o una mi emisora de televisión: hay que pedir muchos permisos y pagar mucho dinero. Opinar en público está reservado a los ricachones.

—Eso se regula para que las bandas de emisión no se solapen.

—Ya, ya. Pero esa libertad de “solapar” no la tenemos. ¿Podemos pagar en pesetas? No, pero sí en dólares. Oiga, locutor, ¿puedo decir lo que es la libertad en una sociedad? Lo dijeron los romanos pero ahora parece revolucionario.

—¿Es progresista?

—Dios me ampare: sólo es verdad. "Libertad es el derecho de cada ciudadano a saber cuanto le incumbe".

—Bueno, ¿y qué?

—Pues que nadie sabe todo lo que le incumbe. Ni siquiera sabe, de modo cierto, cuál es el mejor coche. Si saber una cosa es poseerla y si no nos dejan saber tanto, nos están desposeyendo.

—Qué idea más peregrina.

—Pues esta de la libertad es más bonita. De Jesucristo, que aún queda gente que sabe quién fue. “Tener pocas necesidades”. Si no deseas nada, eres libre y casi santo.

—No metamos al santoral, don Carlos.

—Pero a menos necesidades, más libertad, y ya ve: hay miles de empresas dedicadas a inventar nuevas necesidades y contagiárnoslas. Lea los catálogos de la tienda en casa. ¿No tiene necesidad de cortarse los pelitos de la nariz que, por cierto, se llaman "vibrisas"?

—Si tengo necesidades no soy libre... ¡Hombre! En una sociedad siempre se tienen.

—¿Cree que los romanos o los egipcios sentían la necesidad de un ordenador? ¿Carlomagno necesitaba la bombilla, o César la máquina de escribir? ¿Necesitamos lo que desconocemos?

—Puesto así...

—Pues si el capitalismo (de izquierda o derecha) nos ha llenado de necesidades, significa que nos ha quitado libertad. Con dinero, en cambio, tengo derecho a todo. Pero para pagar, he de trabajar más o estafar más. El mundo del "sí, quiero”.

—Su tiempo, don Carlos.

—Sí: otra necesidad muy buena: hacer más en menos tiempo, y de ahí las aspiradoras y las promesas electorales. Y el coche. Quiero un baño de burbujas, un masajeador de pies, un chisme que suelda bolsas de plástico. Todo eso es innecesario: lo ha sido durante milenios y el hombre, que no era feliz en la caverna, tampoco lo es ahora.

—Queridos radioyentes: hasta aquí nuestra charla con el jefe del Partido Entero, de ultraderecha.

—Ya me echan, pero recuerden: las libertades que tienen son falsas y nosotros no dejaremos mentir ni esclavizar por las ventas ¿Por qué me haces esto, dijo la araña a la mosca que no se dejaba picar? ¿No serás una mosca fascista?

Oh, la guerra

Estas charlas por Radio La Mar suelen divertir a algunos. No se olvide que todas son pequeños folletos con fines poco electorales, durante la campaña de Mayo.

"Pelitos", el locutor, entró en el estudio como una amenaza de Sharón, pero sin tanques.

—Aquí Radio La Mar —dijo confidencialmente al micrófono— en su programa por la libertad de expresión.

Rebotado contra los aislantes, se oyó como murmullo blando de olas: era don Carlos Florit, que reía casi en silencio.

—Vuelve a ser la hora del Partido Entero, la recreación fascista y franquista. Y está con nosotros don Carlos Florit, o Florido, para hablarnos de su postura ante la guerra.

—Postura del cuerpo a tierra, desde luego.

Pelitos miró de reojo: no le gustaban ni la fabada ni que le tomaran el tupé.

—Ya lo han oído señores radioyentes: Don Carlos se permite frivolidades ante el riesgo de guerra. Quizá por estas salidas de tono todo el mundo habla del Partido Entero pero nadie hace nada por solucionarlo. Veamos, don Carlos: toda España se ha manifestado contra la guerra y me imagino que usted, como fascista, no estará de acuerdo.

—Claro que no quiero la guerra, especialmente la guerra de clases. Tengo, eso sí, una discrepancia aunque a lo mejor es una entropía.

—Ya empezamos. —atacó pelitos— D. Carlos: ¿Ha pensado en abandonar la vieja técnica del " sí, pero no "?

—Sí, pero no. En esto soy inflexible: Hay un hado que permite que vote a cualquiera, que ya saldrán los que tengan que salir.

—Fascista y cínico, queridos radioyentes.

—Y semántico. Manifestar algo es decirlo, explicarlo. Ustedes mismos, siendo como son, aún dicen que el acusado manifestó ante el juez cualquier cosa. Pero esa cosa contra la guerra manifestaba aleluyas y palabrotas. También manifestaba botellones y porros. Me cuentan que algunos hasta manifestaban "así, así gana el Madrid."

—¿Pero está contra la guerra, don Carlos? Manifiéstese.

—Pelitos: es usted hombre anestésico. Estoy contra la guerra pero no por amor a la mente de Zapatero, porque ese señor tiene mente y todo. Estoy en contra porque padece España de "Collones Interruptus", o sea, porque nos daría un revolcón hasta el ejército andorrano.

—¿Lo ven? Si dispusiéramos de un gran ejército, don Carlos diría sí a la guerra. No podía ser de otro modo.

—Pelitos: su pensamiento es un artefacto movedizo. Con la mitad de lo que cuestan las autonomías tendríamos el mejor ejército de Europa y, si fuera así, nadie necesitaría decir no o sí a la guerra. Naciones poderosas, como Rusia y Estados Unidos, van a la guerra porque no son de verdad fuertes. ¿Cree que un hombre seguro de sí mismo desearía pegar a un niño o a un enano?

—No se salga usted por la tangente.

—No, no: por la cotangente. Usa usted la voz como un disturbio: se queja de una guerra que no ha empezado y calla ante la que funciona, con apartheid y todo. ¿Puedo decir la palabra Israel? Pues, hala: no a la guerra de Israel, guerra bien real. Y no a la matanza de ballenas.

—¿Qué dice usted? Israel sólo hace frente al terrorismo de Hamás. ¿Y qué pintan las ballenas?

—Pintan la imagen física de Sharón. ¿Puedo decir maníaco homicida?

—No. ¿Lo oyen? El Partido Entero es antisemita.

—Pelitos: sabemos que vive de esto, pero recuerde que los iraquíes también son semitas. ¿Es USA antisemita?

—Claro que no. Ni Aznar. Ni Zapatero.

—¿Ve? No todos son tontos significativos, mi locutor.

—¿Pero está contra la guerra?

—Sí, pero cuando la haya. También estoy contra la biografía de Felípez, pero esperaría a que alguien la escriba. No se encienda, Pelitos: ya termino. ¿Puedo saludar?

—¿A quién?—preguntó el locutor, en guardia.

—A mi madre.

—De acuerdo.

—Hola, mamá: has perdido la apuesta. Decías que éste padecía complejo de Edipo y bien claro queda que padece amor a la nómina, que es la que paga su fanatismo galopante, también llamado, "complejo de lombriz de tierra", o de "alma bífida".

Yo os prometo

"Pelitos", el locutor electoral de Radio La Mar, se mantenía indemne entre el fuego cruzado de los partidos autorizados. Empezaba a creer que don Carlos Fllorit, o Florido, aunque dos palmos por debajo de la superficie intelectual, se perfilaba como el más tranquilo. Pero era que hablaba en parábolas.

—Con nosotros —dijo cuando se encendió la luz roja—, don Carlos Florit, o Florido, de la ultraderecha del Partido Entero, que, en la anterior charla, se atrevió a afirmar que prohibiría la libertad.

—Falso, querido Pelitos. Prohibir "las libertades", es un modo rápido de sacar a flote la Libertad tal cual, y que sólo veremos cuando quitemos del medio las mentiras, «el tinglado de la antigua farsa.»

—Hombre, don Carlos: suena a teoría de la conspiración. ¿Cree que hay gente que nos impide acceder a la verdad?

Don Carlos Florit, o Florido, fue construido, en un descuido de los médicos, con material "ingusanable", si puede valer la expresión. Le interesaba el asunto de la mentira tolerada y el uso de “Conspiración” como si no las hubiera habido jamás. Conspiración, qué vergüenza, pero Robespierre estaba ya muerto, por ejemplo.

—Veamos, Pelitos: ¿Son todos los chorizos igual de buenos?

—No, claro. Creo que algunos van teñidos con acuarelas.

—Pero los fabricantes los anuncian como los mejores, ¿no? Mienten y es legal. Por ahí andan, carísimos, unos botes etiquetados como «mèrde d’artiste». Y pagan burradas por los que no han reventado aún.

—Se me va usted por las ramas, don Carlos.

—Como un orangután, sí, pero en ellas se está bien, acompañado de jilgueros cantores (o canoros, no crea) y de sufridos gorriones (o gurriatos), los peones, los proletarios del vuelo, los monótonos cantores, muy folladores; por así decir, salaces, pero que se conforman hasta con picotear pataratas. Los tipos que alcanzan la conciencia —usted diría auto conciencia— gracias a disponer de un buen cabezón y una alma negada y anegada— son como cocodrilos totémicos. ¿Cree usted que un cocodrilo quiere comer? El tío aspira a mandar, a causa del miedo que mete.

—¡Alto, alto, don Carlos! Aves, reptiles, centímetros cúbicos del cráneo...

—Quizá por eso cantan, los pequeños gorriones: poco cubicaje para rugir.

—¡Alto de nuevo! Hoy no ha llamado a los hotentotes ni al pueblo de Basutolandia, pero anda muy revolucionario.

—¿Se me nota? —dijo don Carlos Florit, o Florido—. No hay más revolución que decir la verdad, aunque se les caigan las muelas a los capitalistas de Nueva York y a los banqueros de Calatorao. Y las orejas en Ferraz y en Córcega, Madrid, distrito gallardonés.

—Ya hemos advertido, don Carlos Florit, o Florido, que hoy nos interesa saber qué ofrece el Partido Entero a esta ciudad, en el caso improbable de que sacara una oreja de diputado. Díganos: ¿Qué promete usted?

—¿Es ahora cuando tengo que decir lo del puente para el río que no tenemos?

—Ahora.

—¡Oh, arameos y gente capaz de entenderos con una sonrisa!

—Ya empezamos —gruñó Pelitos—. Y posmodernos, y madianitas, y ciudadanos de Llumasanas: no os prometo un puente. Pero os aseguro que todos los días saldrá el sol.

—Siga, siga, que va a bien —se burló Pelitos—. No os prometo un jardín nuevo, ni un jardín colgante, ni un colgado en un jardín ni una vida maravillosa para los ancianos. ¿Sigo?

—Naturalmente. Usted mismo, don Carlos.

—Tampoco un hospital, queridos madianitas y etcéteras. Ni turismo rural: defendamos la mula y el arado; ¿y por qué? Porque ya no existen y es muy fácil defenderlos: “Aquí yace el Mulo Magdaleno, fiel servidor y familiar querido”. Ni aparcamientos: ya estaremos bajo tierra mucho tiempo. Ni siquiera os prometo cantos y bailes regionales al son de la evocadora zambomba.

—¿Y en suma?

—Os prometo decir la verdad y tirar piedras (gordas) a los que mientan. La cosa se ha de advertir: si os mienten, os roban la voluntad, la libertad y hasta os quitan vida, porque no sabéis lo que vivís ni para quién. Quizás para Míster Rockefeller. Quizá para la Unión Deportiva o para adorar a Bahal Zebub en la noche de Walpurgis el primero de Mayo.

—Lo hace "divino", mejor que una empanada gallega, don Carlos. ¿Sabiduría del país o de importación?

—Tampoco os prometo palabras modernas, como empanada o gay, ni mujeres en pelotas: tienen padre aunque no tengan vergüenza.

—Muy moderno.

—¿Eh? Al cuerpo hay que darle gustos, pero sin subirlos a los altares, Pelitos: ¿Cree que lo de follar y mariconear son cosas progresistas? ¿Cree que es moderno freírte a impuestos, que sólo significan que te hacen pagar el alquiler de tu propia vida?

—Pues prometa algo, hombre de Dios.

—Puedo prometer y prometo, guatemaltecos todos, que pasarán por el tubo los que tengan que hacerlo. Y que nadie hará creer a los jóvenes que lo saben todo, ni que la juventud es una virtud. Los pobretes se envician y se dan al guá. Y os prometo... esto no sé si decirlo, Pelitos.

—Dele, dele, que éste es un buen momento para los dichos fascistas.

—Usted lo ha querido: os prometo diputados y senadores gratis. Y periódicos que sólo digan la verdad, gratis. Y neutralidad internacional gratis. Y un llavero de latón que pone «doscientos mil millones de moscas no pueden equivocarse», que también está disponible con la inscripción «Subió una mona a un nogal», cosa poética. Y participación en los beneficios del Ayuntamiento, como en cualquier empresa decente.

—Oiga, oiga, don Carlos Florit, o Florido: eso no es posible.

—¡Vaya que sí lo es!

—¿Cómo, a ver?

—Sacando la mano del dinero de los otros. Quien desee cargo, que se lo pague.

Despedida

Ya se entiende que a no todos gusta leer historias falsas, aunque con moraleja secreta en este curioso y divertido momento electoral. Pero el autor les ha cogido cariño a los que aparecen en los programas de Radio La Mar: los listos convertidos en inocentes y los inocentes, como Don Carlos Florit, o Florido, armados con la vieja retranca española. Porque aquí es España y está poblada por españoles, menos los militantes de todos los partidos, hasta del “Partit Polular”.

Aunque el folleto parezca terminado, algo le queda por decir: Que si usted quiere conocer la sociedad española de primera mano para poder tomar luego las decisiones que le parezcan más oportunas o más posibles, dispone de un libro que cada vez se oculta mejor. O se denigra. Se trata del Refranero: en él conviven las sabidurías populares de dos mil años y refranes quedan de la época romana. El refranero le dará un plano casi exacto de la forma española de ponerse ante los hechos, ante el mundo en general: una mezcla de realismo y fe en lo porvenir. Una continuidad del hecho español, lavado por el tiempo, donde ha quedado lo más permanente, lo que mejor refleja a España y a su peripecia, a veces bien terrible.


Publicado el 10 de julio de 2018 por Edu Robsy.
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