Toni

Arturo Robsy


Cuento


Para Ana María Arias-Salgado Robsy


Un amigo castellano me escribe a propósito de la geografía:

"El mar, con ser tanto y tenerlo tan en torno, necesariamente os ha de marcar..."

Y así es cuando lo pienso. El mar define muchas veces el carácter de quienes le tratan íntimamente. El mar poner en ellos una alegría bulliciosa, en ocasiones irresponsable, en ocasiones delicada. O una nostalgia especial, tranquila, buena para andar por los muelles o recargar pacientemente, sobre un noray, la enorme cazoleta de la pipa vieja.

El humor del mar es muy distinto al humor de la tierra seca (para bien o para mal), más variado, lleno de color, gesticulante. Con él algunos hombres se defendían de los piratas o se dedicaban ellos mismos a la piratería. Y con él, hoy en día, otros recorren las islas viviendo a salto de mata.

He conocido a varios de estos aventureros del Mediterráneo, gente amiga de la risa, de la discusión y de los gritos, pues para ser hombre de mar el Mediterráneo exige menos sobriedad e introversión que el Cantábrico, y más acción chispeante y burlesca...

Estoy convencido de que estos aventureros no buscan la felicidad como los demás mortales; ni siquiera oyen hablar de ella más que en los seriales de la radio, pero la alcanzan, en ocasiones, a fuerza de no preguntarse muy a menudo por lo que son y hacen.

Tuve un amigo así. Se llamaba Toni y era hombre taimado y mentiroso. Tan bebedor como mala cabeza, toda su vida fue ir trampeando de aquí y de allá, soportar bien merecidos arrestos, estafar a quienes se dejaban y rodar por las islas y el continente a bordo de cualquier tipo de embarcación aunque, últimamente, solía enrolarse de cocinero:

—A mi edad —decía— hay que mirar bien qué se come.

Y ahí estuvo su error: que de tanto vigilar su régimen le faltaron ojos para atender a sus raciones de gin y de coñac y, por lo tanto, hoy ya hace años que se le llevó una enorme y bien ganada cirrosis. Descanse en paz Toni.

Pero Toni —dejando aparte su mal fin— tenía especiales virtudes. Por ejemplo, mantenía su cabeza igualmente clara en el centro de una noche aguardentosa y delirante que en la mitad de la mayor tormenta. Nadie le vería —además— comer a destiempo:

—Cada cosa a su hora y una hora para cada cosa.

A veces desaparecía. ¿Y Toni? ¿Y Toni? Los que le conocíamos de antiguo no solíamos preocuparnos del asunto: siempre regresaba. Eso sí: más delgado, más famélico, más sucio y barbudo, como esos gatos caseros que en febrero huyen del cómodo piso y vuelven, tras diez noches de amor desesperado y gritador, con el rabo entre las piernas y una vaga sonrisa de satisfacción sensual bailándoles en la mirada.

Nunca llegó a saberse con exactitud lo que era de Toni durante esas correrías intempestivas. Lo cierto es que jamás renunció a ellas ni a costa de un buen empleo y que sólo prescindió de sus fugitivas costumbres un par de veces en que la sociedad (y ciertas víctimas que le reclamaban dineros extrañamente prestados) creyó conveniente custodiarle durante algunos meses.

Iba y venía por esas islas como el viejo perro por su territorio. A falta de adecuadas esquinas donde levantar la pata y delimitar su cazadero, él utilizaba los bares como punto de referencia y hasta como domicilio social. Es decir que sus amigos le escribían a tal o cual bar y él, en medio de sus correrías, jamás dejó de recibir una carta, pues de Toni sólo sus amigos sabían donde solía beber, pero donde dormía fue siempre un secreto bien guardado, incluso en los buenos tiempos, cuando se pagaba una mediana pensión a la que jamás acudió a descabezar un sueño.

Era hombre de noches en vela; de esforzados trabajos a la luz de la luna, ya fueran galanteos o silenciosos contrabandos; de largas meditaciones al claro de luna mientras explicaba a algún jovenzuelo (como lo hizo conmigo) los secretos imprescindibles para triunfar en la vida:

—Sé siempre —aconsejaba— un buen hombre. Esto quiere decir: no le hagas daño a nadie. Pero tampoco dejes que te usen a su antojo: si les ves con esa idea, agarra lo que puedas y márchate para otro lado.

Y él, Toni, no fue un triunfador, ahora que lo pienso. Algunos dicen que por su mera culpa, por su mala cabeza, por su culo de mal asiento... Yo creo que Toni no tenía dónde triunfar...¿Cuál sería el éxito de un simple marinero? ¿Levantar y dirigir una naviera? Quizá, pero esto hubiera dado que sospechar. Por otro lado tenía un pariente suyo, un tío abuelo (o algo así) rico hasta el vómito (palabras de Toni), que jamás renunció a hacerle un hombre de bien.

Según el aire que soplaba Toni iba a reponer energías a casa de su tío; a recuperar un poco del peso perdido y también (todo hay que decirlo) a esconderse de las consecuencias de alguna de sus últimas trastadas. Entonces le veíamos (esto era en Mallorca) vestir trajes nuevos y discretos, con la corbata levantada sobre la nuez como una banderola, y llevar la cara colorada a causa del afeitado diario.

Luego huía. Le venían las ganas de mar o la furia de no ser como los demás pretendían que fuera o, como a los gatos, los amoríos intempestivos y escandalosos, y desaparecía. El pariente se sofocaba y juraba que jamás volvería a ocuparse de él. Los abogados redactaban otro testamento, y Toni, a las tres o cuatro semanas volvía a la vida como cocinero en algún chiringuito de playa en Ibiza o de vago (sí, vago) por los muelles de Mahón. Iba ya tan sucio como de costumbre y el traje aquel con el que huyera, discreto y bueno, hacía tiempo que fue a parar a las perchas de algún ropavejero.

Nos saludaba y se invitaba a un gin bajo nuestra responsabilidad. Pero invitar a Toni (que sucedía siempre) tenía algo de épico y de bien empleado. No sentía la necesidad de recordarte que eras tú quien pagabas, sino que te llenaba de agradecimiento por poder compartir todo un bar y una bebida con semejante personaje.

De lo pasado contaba aquello que le convenía, aquello que, si no le dejaba en buen lugar, le daba la razón al menos. Y, así, fumando y trasegando a nuestra salid, nos hablaba de largas e interminables noches de soledad; de impenetrables discusiones con su tío; de la necesaria rebelión contra el dinero del que te manda y las amistades del que te manda y las costumbres del que te manda.

Su teoría —curiosa, por cierto— era que todo el mundo quisiera (o quiso) ser como él. Que "Ser Como Dios Manda" o "Tener La Cabeza En Su Sitio" no eran más que fórmulas para ocultar el fracaso, la falta de ímpetu o como se quiera llamar eso que nos quita fuerzas para ser como deseamos.

Y estas palabras venían de un hombre de verdad fracasado. De un hombre que, a sus sesenta años, no tenía ni hogar, ni oficio, ni familia ni amigos. A él, sin embargo, no parecía importarle. Cuando necesitaba dinero se lo sacaba a cualquier por las buenas (y se lo gastaba, por las buenas, con cualquiera). Pasado el invierno, ya estaba hecho lo más difícil y, así, en primavera le venía la vena poética junto con el trabajo y pasaba horas y horas filosofando alargado entre la yerba:

—Todo es semilla en este mundo —decía seriamente—. Los árboles lo son y también los actos. Cada cosa que hacemos provoca una nueva: es semilla. Y nosotros mismos, ¿qué somos más que un corpachón al servicio de nuestra semilla? Buena o mala, nos podremos engañar así o de otro modo, pero si trabajamos y nos hacemos ricos o nos da por la política o el arte o el amor, no es más que para procrear. Ya lo ves: por la semilla.

Y los que le conocían de muy antiguo entendían algo más que después nos explicaban a los más jóvenes: que Toni anduvo casado. Que Toni tiene una hija. Que Tono no es amigo de recordar esos episodios, ya porque su hija tiene motivos para avergonzarse de él, ya porque su mujer le salió "hueca" o "casquivana", o como se llamen las mujeres ligeras de cascos y de rápido galopar. Por eso Toni tenía una mala opinión de las mujeres y por eso jamás trató de verlas más que como "Maquinistas para la Noche", "Sacos de gemidos" o "Charlatanas indiscretas".

Y pienso que Toni no es fruto aislado. Hay más como él; camaradas suyos que, escapando de unos problemas, confundieron el camino. Y, sin embargo, había que verle a él al quinto gin, con la cara encendida y las manos como mariposas, expresando mundos propios. Llevaba la sal del mar en la piel y hasta le corría por las venas. La rebeldía, en cambio, era pacífica en Toni: jamás dijo algo en contra de los que vivían y pensaban de otra forma. Jamás se molestó en envidiar, puesto que sabía que él no podría hacer nada con lo que los demás lo hacían. Y, así, últimamente se veía viejo, temido por su carácter inconstante y jaranero, sin gente que le brindase su confianza y, a pesar de todo, seguía hablando de tal crucero hasta Grecia (mucho antes de la guerra) o de la primera vez que, huyendo de casa, se enroló de pinche. Y, luego, la nostalgia: cuando su madre agonizaba y él regresó a cuidarla y estuvo a su lado meses, vuelto al redil, para comprobar cómo otros hermanos se repartían la herencia en vida y hasta se amenazaban enseñando mucho los dientes y la edad.

No le importó más a Toni el mundo este donde los hermanos se vuelven desconocidos y los padres desaparecen sin que suceda cataclismo alguno. El tenía el mar y las cocinas de los barcos y las noches de trifulca y olvido y hasta las misteriosas escapadas de las que regresaba sucio y arañado como un gato en celo.

En Palma le vi por última vez. Andaba yo con poco dinero y un viaje a dos días vista. Él, como de costumbre, me pidió algo, y le di los veinte duros que llevaba encima a sabiendas de que, con solo unos minutos, hubiese dispuesto de mucho más.

Toni dormía en el bote de algún amigo, en el puerto; comía lo que le venía a la boca y realmente mendigaba. Estaba al final de todo, comprobando como, aún con toda la libertad, el mundo se cae sobre los viejos. Y el lo era en cualquier aspecto aunque no había perdido sus ojos

de diablillo tentador, ni los reveses de pelo blanco en las sienes, como brillantes y sorprendentes cuernos.

En un hospital le acababan de explicar que estaba muy enfermo, que no era cuestión de hacer esta vez el loco. Pero a Toni no le interesaba vivir más o menos y seguir para siempre en la calle, para siempre lleno de dolores y para siempre con unos problemas que nunca explicó, de manera que me tomó los veinte duros y quiso invitarme a una copa en el bar cercano.

Fue la última vez.

Alguien que también le conocía me dijo que murió en un hospital cuyo nombre no recuerdo. Por primavera, eso sí lo sé: cuando él solía pensar en las semillas de las cosas y quizá en la suya propia, en aquella especial que le llevó y le trajo del mar tantas veces, que le regaló el secreto de la aventura y le dejó, al final, a la puerta de una cama para morir, por fin, como nunca había vivido.

Uno se acostumbra mal a estas ausencias. Toni era un rufián, no me engaño; pero un rufián a la vieja usanza, todo simpatía y hasta respecto. Un rufián que ganaba batallas con su arte y su persuasión. Un rufián, en fin, de los que ahora —tiempo de rufianes— no se estilas ni se fabrican. Por eso suelo pensar en él cuando llega la primavera o me voy hasta el mar. Murió de cólico de libertad, supongo. O, quizá, murió de otros pícaros peores.

Habíamos empezado hablando de mi amigo el castellano, que me escribe a propósito de la geografía:

"El mar, con ser tanto y tenerlo tan en torno, necesariamente os ha de marcar..."

Ciertamente, pero hoy en día no abundan ya los espectaculares Toni, caídos en el bullicio de una vida que ni les va ni les viene. Toni, a través del mar, fue un vagabundo. Otros son conquistadores, navegantes, comerciantes o pescadores. Toni ya no es nada, pero a nosotros el mar sigue trayéndonos pequeñas historias:

El pescado caro, por ejemplo, es una de ellas; o las tormentas; el resplandor de las playas en verano y el turismo que se desparrama por ellas. ¿Qué decir de la escasez de billetes de avión en las épocas puntas, o de los retrasos del barco? Con el mar también nos vino la especulación del suelo o la destrucción del paisaje. O la Contaminación (con mayúsculas), en general, del medio ambiente.

Esto, sin embargo, da dinero a unos y a otros. Por eso voy a responder a mi amigo tal y como alguien me ha aconsejado:

"Con el mar hacemos negocio. Mucho más del que haríamos con gente tan homérica y desquiciada como Toni. El Mar está en venta: compra tu pedazo".

Ya veremos.


Publicado en el Diario Menorca el 14 de agosto de 1973.


Publicado el 24 de julio de 2021 por Edu Robsy.
Leído 12 veces.