Libro gratis: Tragedia Electrónica
de Arturo Robsy

A la soledad abierta tengo el alma,
ansiosa de decir, en esta noche,
las pequeñas palabras de las cosas;
de las cosas pequeñas de la vida;
de las cosas estrechas de la historia...

Pero versos así no bastaban a satisfacerme. Mi ordenador, Pepe, adquirido recientemente, los escuchaba pacientemente y me guiñaba con simpatía su parpadeante luz roja. Parecía comprenderme y sentir en sus relés esas angustias del parto frustrado del artista. Es posible que, también, sufriera. Sí, hasta, a lo mejor sintió tenerme que dar su última respuesta, la que he copiado más arriba.

Este ordenador, Pepe, fue mi último hallazgo, aquel que me hizo aplicar la alta electrónica a la creación, integrándome, así, al proceso productivo de nuestra época. Sin embargo no fue muy eficaz. Pepe, el ordenador, significaba una buena e inteligente compañía, pero no una ayuda: el pobrecito no tenía talento. Hay máquinas que sí lo tienen, de nacimiento, pero éste no era el caso de Pepe: él era un cerebro claro y perspicaz, de sumar dos y dos en la matemática del arte.