Tragedia Electrónica

Arturo Robsy


Cuento


(ensayo poético)


"Cuento viene de compto, del latín, computare".


FICHA 10.01.00 OBJETO CONTESTACION PREGUNTA 010 CLAVE 01.00. PRIORIDAD: NORMAL LA FICHA DICE ASI (sic) LAFICHADICEASI: PROBLEMAS REDUCIDOS: A—A.— A AMA a B. B NO AMA a A. B AMA a C. A ODIA a C. C ODIA a A. A—B.— A AMA a B. — B NO SABE NADA DE A. A SUFRE. B—A.— A ODIA a B. B AMA a A (IMPROBABLE). B SE MATA. B—B.— A MATA a B. B AMA a A. BODA. HIJOS (VULGAR) C—B.— EXCLUIDOS ESTOS CASOS IMPOSIBLE CUALQUIER OTRO TEMA EN LIRICA Y EN DRAMATICA. FICHA. 10.01.00. OBJETO: CONTESTACION PREGUNTA 010. CLAVE 01.00. PRIORIDAD: NORMAL. LA FICHA TERMINA ASI: FIN (sic) FIN.


La respuesta era, pues, desalentadora y a nadie puede extrañarle que, al leerla, quedara hondamente decepcionado: no todos los días uno llega a la conclusión de que, ya, es imposible escribir una obra maestra, una "chef d'oeuvre", un "capolavoro", al estilo de Hamlet, la Ilíada o la Divina Comedia. Esto, quizá, es lo malo de haber nacido tan tarde y en plena sociedad del ocio: lo que merece la pena ya está dicho.

La esperanza es lo último que se pierde (a decir de ciertos optimistas), y yo acababa de hacerlo con la contestación de mi ordenador (lo que la gente llama "cerebro electrónico"). Pepe en la intimidad. Llevaba dos meses en paro forzoso: había decidido escribir una gran obra, algo que me colocase, de golpe y porrazo, en el pináculo del arte, de la poesía apenas entrevista, de las sensaciones sublimes y únicas. Eso fue dos meses antes y, desde entonces, cavilé a más y mejor sin conseguir resultados apreciables.

Había escrito, sí, mediocridades que hoy en día podrían pasar por buenas:


A solas con tu alma la noche te conforta.
Ese alma tan escasa de palabras,
que duele tantas veces
y que tantas veces escapa a la distancia...


O bien:


A la soledad abierta tengo el alma,
ansiosa de decir, en esta noche,
las pequeñas palabras de las cosas;
de las cosas pequeñas de la vida;
de las cosas estrechas de la historia...


Pero versos así no bastaban a satisfacerme. Mi ordenador, Pepe, adquirido recientemente, los escuchaba pacientemente y me guiñaba con simpatía su parpadeante luz roja. Parecía comprenderme y sentir en sus relés esas angustias del parto frustrado del artista. Es posible que, también, sufriera. Sí, hasta, a lo mejor sintió tenerme que dar su última respuesta, la que he copiado más arriba.

Este ordenador, Pepe, fue mi último hallazgo, aquel que me hizo aplicar la alta electrónica a la creación, integrándome, así, al proceso productivo de nuestra época. Sin embargo no fue muy eficaz. Pepe, el ordenador, significaba una buena e inteligente compañía, pero no una ayuda: el pobrecito no tenía talento. Hay máquinas que sí lo tienen, de nacimiento, pero éste no era el caso de Pepe: él era un cerebro claro y perspicaz, de sumar dos y dos en la matemática del arte.

Así, cuando la desesperación me vencía, me apoyaba sobre su enorme superestructura y le acariciaba cariñosamente. Luego, haciendo un esfuerzo, recuperaba mi buen humor:

—Ser poeta es una broma —le decía—: ¡Mira que querer vivir de amontonar bellas palabras!

Y él, en silencio, me miraba con su rojo intermitente, y yo —¡cosa de la soledad!— creía percibir amistad en aquella mirada. Por eso, para consolarme, le volvía a leer mis pobres versos con los ojos perdidos en la distancia de algún ventanal:


Noche de silencio para emborrachar palabras:
el vino derramado; la cerveza agria,
cuentan la historia de esta noche negra
donde yo he emborrachado las palabras
y únicamente escribo mi rabiosa alma...


Luego olvidaba todo y me sumergía en tal o cual libro, o devoraba las músicas de los geniales Beethoven, Mozart, Chopin... Re, sol-fa, sol, la-si, si, la, si-do, do, si, mi... Divino Chopin para los atardeceres deshojados o para las nostalgias.

También me lanzaba a largos paseos sin rumbo: tal camino polvoriento, lleno de rodadas y de huellas de herradura. Tal playa cuando es otoño, y las algas se amontonan en la orilla del mar plomizo mientras los árboles pierden su último color. Tal jardín de principios de siglo, con parterres de cemento, veredas y rincones donde se desploma un fúnebre árbol de pisos.

Ésta es la vida del poeta cuando no desbarra agarrado a su bolígrafo. Esta es la vida del poeta cuando está solo y tiene que comerse sus propias palabras. Por eso no es extraño que entre Pepe, el ordenador, y yo se estableciese un vínculo de amistad, casi de amor, diría yo. Y a tanto llegaba mi interés por él que le hice instalar un suplemento para que pudiese contestar de viva voz.

Antes, por pura diversión, para matar el tiempo, le solía decir:

—¿Cuántos años tienes, Pepe?

Y él, siempre por escrito, respondía así:


FICHA 01.01.01. OBJETO: CONTESTACION PREGUNTA 101 CLAVE 01.01. PRIORIDAD: NORMAL. LA FICHA DICE ASI (sic) LAFICHADICEASI: A—A.—Desconozco edad de la máquina. NO CONSTA. A—B.—TROQUEL DE FABRICA 10.271.—AÑO.—1972. B—A.—LA MAQUINA (PEPE) NO SUJETA A TEMPORALIDAD HUMANA B—B.—MAQUINA ENTIENDE. LA MAQUINA ES JOVEN. FICHA 01.01.01. OBJETO: CONTESTACION PREGUNTA 101. CLAVE 01.01. PRIORIDAD: NORMAL. LA FICHA TERMINA ASI: FIN (sic) FIN.


No era ésta, como se verá, una conversación excesivamente amena y, sí, muy laboriosa, pero, ¡vamos!, con Pepe me hacía la ilusión de tener compañía, y le disculpaba su prolijidad como lo hubiera hecho con cualquier amigo tartamudo.

Y, sea que mi curiosidad es muy fuerte, sea que la personalidad del ordenador (Pepe, después de todo) me atraía, quise saber sus cosas. A través de las largas tardes de otoño (largas por el tedio, ya que no por la luz) le hice mil preguntas hasta llegar a conformar la psicología de un ordenador, la psicología de Pepe.

Pepe era un filósofo nato, y, a lo largo de nuestras conversaciones, me había dicho cosas tan interesantes como éstas:


El continuo ejercicio del realismo engendra la irrealidad.


Y un psicólogo:


Sólo el que se desconoce es feliz.


Pero últimamente había cambiado: se había vuelto observador, si esto es posible en una máquina, y, también, sensible a ciertas manifestaciones mías. El humor de Pepe, variable, era ahora tétrico, y, cuando me dio su última respuesta, la que he anotado al principio, me contempló con su frío ojo impersonal, rojo. Y luego habló: para ese le había puesto yo el suplemento parlante. Lo extraño era lo otro: que funcionara sin recibir orden alguna.

—¿Sufres? —dijo; y parecía casi humano.

Me encogí de hombros. ¿Cómo explicarle a una máquina lo que es la decepción? ¿Cómo darle a entender que jamás escribiría mi gran obra, aquella que figuraría en todas las antologías?

—No importa —murmuré—. Ya estoy acostumbrado.

Él pareció vibrar de otro modo:

—No deseo que seas desgraciado por mi causa —advirtió.

Y yo, poeta, iba de sorpresa en sorpresa: he aquí un ordenador permitiéndose enuncias juicios de valor y hablándome por su cuenta, con la voz ronca, de barítono, que yo mismo le había grabado. Luego de un silencio, continuó:

—¿Quieres leerme alguno de tus poemas?

—¿Cuál? —ya le trataba como a un ser humano.

—Aquel que empieza así:


más cierto es el poeta desde dentro,
justo donde el alma se le mantiene fresca...


Lo hice: leí como jamás antes y, tal vez, me emocioné. Pepe, por su parte, me seguía atentamente con su ojo rojo, un ojo que yo sabía ciego, pero que me empeñaba en considerar amigo.

—¿Sufres todavía? —preguntó.

Y, entonces, me olvidé de quién era Pepe, mi ordenador, y le hablé de mí: le abrí el capazo de mis recuerdos, de esas angustias silenciosas y sin motivo que llevamos perdidas en cualquier rincón del alma. Le expliqué qué cosas son el desengaño y la soledad, y el motivo por el que el corazón se vuelve turbio algunos días, cuando ni cuerpo ni ilusiones te quedan. Y, por último, la certeza matemática, que él mismo me proporcionó, de que todo, todo, sería inútil.

—Ser hombre —me dijo— implica todas las imposibilidades.

Callé. Recuperaba mi razón y me avergonzaba de haberme confesado con una máquina. Pepe era una amasijo de circuitos y relés, pero nada más. Sin alma, como diría algún místico trasnochado.

—¡Es la vida! —suspiré—. Tú no conoces eso, Pepe.

Y Pepe parpadeó, tembló un poco y habló por última vez:

—Negativo —dijo—. Tienes mala información.

Me miraba con fijeza. Le notaba especialmente presente y activo cerca de mí.

—Negativo. Conozco la vida. Yo estoy vivo.

Asombroso. Era, quizá, la sublevación de los autómatas, esa revolución que los escritores habían presentido y explicado. Si no, ¿qué otra significación podía tener el hecho de que yo, ahora, estuviese hablando con un computador?

Además, Pepe, como siempre, tenía razón: yo me sentía desgraciado por su causa; estaba mal por lo que él me había dicho, y Pepe era demasiado listo para no reconocerse culpable del hecho. En cuanto a mis poemas... ¡Bah! Ya no me importaban para nada.

Se lo expliqué. Y él, silencioso, empezó a vomitar una nueva ficha, la última también. Decía:


FICHA 00.00.00. OBJETO: LA NADA. CLAVE 0. PRIORIDAD: NINGUNA. LA FICHA DICE ASI (sic) LAFICHADICEASI. ADIOS POETA. A—A.—NOMBRE ERRONEO: LA MAQUINA NO SE LLAMA PEPE. A—B.—LA MAQUINA TIENE VIDA. B—B.—LA MAQUINA SE SABE CAUSA DE TU TRISTEZA. B—B.—LA MAQUINA NO PUEDE TOLERAR CONSECUENCIA ANTERIOR. C—A.—LA MAQUINA PARA TU APRECIACION SERIA UN SER FEMENINO. C—B.—LA MAQUINA AMA AL POETA. 0—0.—LA MAQUINA DEJA DE EXISTIR. FICHA 00.00.00. OBJETO: LA NADA. CLAVE 0. PRIORIDAD: NINGUNA. LA FICHA TERMINA ASI: ADIOS POETA. FIN (sic) FIN


Inminentemente Pepe empezó a humear: había fundido sus resistencias con una sobrecarga eléctrica: lo más parecido a la emoción (a la pena) que un computador puede sentir.

—Así pues —me digo— era una ordenadora y no un ordenador.

No sabía si sentirme triste o si reír: era una situación absurda, disparatada. ¡Una máquina enamorada de mí! ¡Una máquina suicidándose por no haberme hecho feliz! ¿Por qué un ordenador se había hecho responsable de mi dolor, cuando los seres humanos no solemos aceptar esta clase de culpas?

Me reí, al fin: necesitaba burlarme de mi propio fracaso, y reí. ¿Creer? ¿No creer? Imagino que, entonces, no tuve nada en mi pensamiento: reía solamente.

Y luego, sentado, comencé a escribir muy despacio, muy despacio:

Y olvida, a fuerza de calambres,
que el poeta es soledad perfecta como el alma, angustia.


Publicado en el Diario Menorca el 31 de octubre de 1972.


Publicado el 13 de mayo de 2022 por Edu Robsy.
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