El Comulgatorio

Meditaciones varias para antes y después de la Sagrada Comunión

Baltasar Gracián


Tratado, Religión


Al lector
Meditación I
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación II
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación III
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación IV
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación V
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación VI
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación VII
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación VIII
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación IX
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación X
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XI
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XII
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XIII
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XIV
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XV
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XVI
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XVII
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XVIII
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XIX
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XX
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XXI
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XXII
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XXIII
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XXIV
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XXV
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XXVI
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XXVII
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XXVIII
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XXIX
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XXX
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XXXI
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XXXII
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XXXIII
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XXXIV
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XXXV
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XXXVI
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XXXVII
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XXXVIII
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XXXIX
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XL
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XLI
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Meditación XLII
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XLIII
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XLIV
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XLV
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XLVI
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º
Meditación XLVII
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Meditación XLVIII
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Meditación XLIX
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Meditación L
Punto 1.º
Punto 2.º
Punto 3.º
Punto 4.º

Al lector

Entre varios libros que se me han prohijado, éste sólo reconozco por mío, digo legítimo, sirviendo esta vez al afecto más que al ingenio. Hice voto en un peligro de la vida de servir al Autor de ella con este átomo, y lo cumplo delante todo su pueblo, pues se estampa brindando a las devotas almas con el cáliz de la salud eterna. Llámole El Comulgatorio, empeñándole en que te acompañe siempre que vayas a comulgar, y tan manual, que le pueda llevar cualquiera o en el seno o en la manga. Van alternadas las consideraciones sacadas del Testamento Viejo con las del Nuevo, para la variedad y la autoridad; y en cada una el primer punto sirve a la preparación; el segundo, a la Comunión; el tercero, para sacar los frutos, y el cuarto, para dar gracias. El estilo es el que pide el tiempo. No cito los lugares de la Sagrada Escritura, porque para los doctos fuera superfluo y para los demás prolijo. Si este te acertare el gusto, te ofrezco otro de oro, pues de la preciosa muerte del justo, con afectuosos coloquios, provechosas consideraciones y devotas oraciones para aquel trance. Meditaciones varias para antes y después de la Sagrada Comunión

Meditación I

De la plenitud de gracia con que la Madre de Dios fue prevenida para hospedar al Verbo Eterno. Primer ejemplar de una perfecta Comunión

Punto 1.º

Para antes de comulgar

Considera el majestuoso aparato de santidad, el colmo de virtudes con que la Madre de Dios se preparó para haber de hospedar en sus purísimas entrañas el Verbo Eterno: disposición debida a tan alta ejecución. Fue lo primero concebida y confirmada en gracia, porque ni un solo instante embarazase la culpa el animado sagrario del Señor. Llámase su padre Joaquín, que significa preparación de Dios, y su madre Ana, que es gracia, porque todo diga prevenciones de ella. Nace y mora en la Ciudad Florida, como la flor de la pureza; nómbrase María, que quiere decir Señora, con propiedad, pues hasta el mismo Príncipe de las Eternidades le está previniendo obediencias. Críase en el templo, gran maravilla del mundo, para serlo ella del Cielo. Hace voto de virginidad, reservándose puerta sellada para sólo el Príncipe, previénese su alma de la plenitud de la gracia, y alhájase su corazón de todas las virtudes, para hospedar un Señor por antonomasia Santo.

¡Pondera ahora tú, que has de llegar a recibir el mismo Verbo Encarnado en tu pecho, que María concibió en su vientre, si ella, con tanta preparación de gracias, como tú tan vacío de ellas! Mira que el que comulga, el mismo Señor recibe que María concibe, allí encarnado, aquí sacramentado; si la Madre de Dios, con tanto aparato de santidad se turba al concebirle, ¿cómo tú tan indigno no te confundes al recibirle? ¿La Virgen, llena de virtudes, teme, y tú, lleno de culpas, no tiemblas? Procura hacer concepto de una acción tan superior, y si la Virgen para concebir una vez al Verbo Eterno se dispone tantas, tú para recibirle tantas, procura prepararte esta.

Punto 2.º

Para comulgar

A esta prevención de toda la vida correspondió bien la de la ocasión. Negada estaba esta Señora al bullicio humano, entregada toda al trato divino, que retirada de la tierra, que introducida en el cielo, menester fue que entrase el Ángel a buscarla en su escondido retrete, y que llamase al retiro de su corazón; tres veces la saludó para que le atendiese una; tan dentro de sí estaba, tan engolfada en su devoción. Era velo a su belleza su virginal modestia, y el recatado encogimiento, muro de su honestidad. Admirado la saluda el Ángel, turbada le oye María, que puede enseñar a los mismos espíritus pureza. Convídala el sagrado Paraninfo con la maternidad divina y ella atiende al resguardo de su virginidad; encógese al dar el sí de la mayor grandeza, y concede, no el ser reina, sino esclava, que en cada palabra cita un prodigio, y en cada acción un extremo.

Llega, alma, y aprende virtudes, estudia perfecciones, copia este verdadero original de recibir a tu Dios; advierte con qué humildad debes llegar, con qué reverencia asistir. ¡Qué amor tan detenido! ¡Qué temor tan confiado! Si la Virgen, tan colmada de perfecciones, duda, si llena de gracias, teme, y es menester que el que es fortaleza de Dios la conforte, tú, tan vacío de virtudes, oliendo a culpas, ¿cómo te atreves a hospedar en tu pecho al infinito e inmenso Dios? ¡Pondera qué disposición será bastante, qué pureza igual! Prepara, pues, tu corazón, si no con la perfección que debes, con la gracia que alcanzares.

Punto 3.º

Para después de haber comulgado

En este purísimo Sagrario de la Gracia, en este sublime trono de todas las virtudes, toma carne el Verbo Eterno; aquí se abrevia aquel gran Dios que no cabe en los Cielos de los Cielos, y, la que ya estaba llena de gracia, quedó llena de devoción; luego que reconocería en sus purísimas entrañas su Dios Hijo, sin duda que su alma asistida de todas sus potencias se le postraría, adorándole y dedicándose toda a su cortejo y afecto; el entendimiento embelesado, contemplando aquella grandeza inmensa, reducida a la estrechez de un cuerpecito; la voluntad, inflamándose al amor de aquella infinita bondad comunicada; la memoria, repasando siempre sus misericordias; la imaginación, representándole humano y gozándole divino; los demás sentidos exteriores, hurtándose al cariño de los foranos empleos, estarían como absortos en el ya sensible Dios; los ojos provocándose a verle, los oídos ensayándose a escucharle, coronándole los brazos y sellándose los labios en su tierna humanidad.

A esta imitación sea tu empleo, ¡oh alma mía!, después de haber comulgado, cuando tienes dentro de tu pecho, real y verdaderamente, al mismo Dios y Señor; estréchate con él, asístele en atenciones de cortejo, convóquense todas tus fuerzas a servirle y todas tus potencias a adorarle. Logra en fervorosa contemplación aquellos dulcísimos coloquios, aquellas ternísimas finezas que repetía la Virgen con su Dios Hijo encerrado.

Punto 4.º

Para dar gracias

Cantó las gracias a Dios esta Señora orillas de este abismo de misericordias, más gloriosamente que la otra María, hermana de Moisés, orillas del mar Bermejo. Comenzaría luego a manifestar sus maravillas, que lo que le abrevió su vientre le engrandeció su mente. Convida a las generaciones todas la ayuden a agradecer las universales misericordias, engrandecer el santo nombre del Señor. Pasa a eternizar de progenie en progenies los divinos favores, con agradecidos encomios, y luego, volviendo atrás, porque los pasados, los presentes y venideros magnifiquen al Señor, despierta a Abraham y a su semilla, para que reconozcan y alaben la gran palabra de Dios, desempeñada cuando ya encarnada; de este modo da gracias la Virgen Madre por haber concebido al infinito Dios.

Al resonar, pues, de tan agradecidos cánticos, no estés muda tú, alma mía; y pues recibiste al mismo Señor, aplaude con voz de exultación y de exaltación, que es el sonido de tales convidados; empléense esa boca y esa lengua saboreadas con tan divino pasto, en sus dulces alabanzas. Cántale hoy al Señor un nuevo cantar por tan nuevos favores, y todo tu interior en su real divina presencia se dedique a la perseverancia de ensalzarle, por todos los siglos de los siglos. Amén.

Meditación II

Del convite del hijo pródigo, aplicado a la Comunión

Punto 1.º

Considera al inconsiderado Pródigo, caído de la mayor felicidad en la mayor desdicha, para que sienta más sus extremos; de la casa de su padre al servicio de un tirano, metido en una vil choza, consumido de la hambre, arrinconado de la desnudez, apurado de su tristeza, envidiando un vil manjar a los brutos más inmundos, y aun ese no se le permite. Aquí acordándose de la regalada mesa de su padre, y cariñoso de aquel sabroso pan que aun a los jornaleros les sobra. Viéndose hambriento de él, hártase de lágrimas, principio de su remedio, pues hacen reverdecer sus esperanzas; confiado del amor paterno, que nunca de raíz se arranca, resuélvese en volver allá y entrarse por las puertas siempre abiertas de su cielo.

Contémplate otro Pródigo, y aun más mísero, pues dejando la casa de tu Dios, y la mesa de tu padre, te trajo tu desdicha a servir tus apetitos, duros y crueles tiranos. Pondera cuán poco satisfacen los deleites, cuán poco llenan las vanidades, aunque mucho hinchan. Lamenta tu infelicidad de haber trocado los favores de hijo de Dios en desprecios de esclavo de Satanás. Saca un verdadero desengaño despreciando todo lo que es mundo, apreciando todo lo que es Cielo, y con valiente resolución vuelve, antes hoy que mañana, a la casa de tu Dios y a la mesa de tu buen Padre.

Punto 2.º

Resuelto el desengañado hijo de volver al paterno centro, dispónese con dolor para llegar al consuelo. Vuelve lo primero en sí, que aun de sí mismo estaba tan extraño. Entra reconociendo su vileza ante la mayor grandeza, y revístese de una segura confianza, que aunque él es mal hijo, tiene buen padre, y asistido de dolorosa vergüenza, llega confesando su flaqueza y su ignorancia; comienza por aquella tierna palabra: «Padre»; prosigue: «Pequé contra el Cielo y contra ti». ¡Qué presto le oye el padre de las misericordias y salta a recibirle, antes en sus entrañas que en sus brazos! No le asquea andrajoso ni le zahiere errado; escóndele, sí, entre sus brazos, porque ni aun los criados sean registros de su desventura; y aunque la necesidad del comer era más urgente, atendiendo a la decencia manda le traigan vestido nuevo, en fe de una vida nueva; ajústale el anillo de oro en el dedo, en restitución de su nobleza profanada, y viéndole de suerte que no desdice de hijo suyo, siéntale a su mesa y, vestido de gala, le regala.

Pondera tú, con qué resolución deberías levantarte de ese abismo de miserias en que te anegaron tus culpas; cómo te debes disponer con verdadera humildad para subir a la casa de tu gran Padre, con qué adorno te has de asentar a la mesa de los ángeles, no arrastrando los yerros de tus pecados, desatado, sí, por una buena confesión; vestido de la preciosa gala de la gracia, anillo en el dedo de la noble caridad, y con las ricas joyas de las virtudes, llega a lograr tan divinos favores.

Punto 3.º

Viéndole ya el padre de las misericordias aseado, dígnase de sentarle a su mesa, y para satisfacer su gran hambre, dispone sea muerto el más lucido ternerillo de sus manadas, y que todo entero, sazonado al fuego del amor, se lo presenten delante. Comenzó a cebarse con tanto gusto como traía apetito: el plato era sabroso, su necesidad grande. ¡Con qué gusto comería! ¡Oh, cómo se iría saboreando! Mirándoselo estaría su buen padre, y diría: «Dejadle comer, que lo que bien sabe, bien alimenta; trinchadle más, hacedle plato, coma a satisfacción y hágale buen provecho». Ahora sí conocería la diferencia que va de mesa a mesa, de manjar a manjares, y el que llegó a mendigar la más vil comida de los brutos, ¡cómo estimaría ahora el noble regalo de los ángeles! Que si una gota de agua de esta mesa basta a endulzar el mismo infierno, ¿qué será todo aquel pan sobresustancial?

Pondera tú, cuánto mayor es tu dicha, pues tanto más espléndida tu mesa, cuando en vez del sabroso ternerillo te comes el mismo Hijo del Eterno Padre Sacramentado; aviva la fe y despertarás el hambre; cómelo con gusto y te entrará en provecho; desmenúzale bien y te sabrá mejor; advierte lo que comes por la contemplación y lograrás vida eterna.

Punto 4.º

Quedaría el pródigo tan agradecido a tan buen padre cuan agasajado; estimador de su gran bien, al paso que desengañado. ¡Qué propósitos sacaría, tan eficaces cuan verdaderos, de nunca más perder ni su casa ni su mesa, y en medio de esta fruición, qué horror concebiría al miserable estado en que se vio! ¡Cómo atendería a no disgustarle en cosa, ya por amor de hijo, ya por recelo de desgraciado! Iríase congratulando con todos los de casa, desde el favorecido al mercenario. ¡Cómo ponderaría el favor paterno y celebraría el regalo!

¡Cuántas mayores gracias debes tú rendir habiendo comulgado, cuando te hallas tan favorecido! Corresponda al favor tu fervor, levántense tus ojos de la mesa al Cielo, y pase la lengua del gusto de Dios a sus divinas alabanzas.

Meditación III

Para comulgar con la intención del Centurión

Punto 1.º

Meditarás hoy las excelentes virtudes con que se armó este Centurión para ir a conquistar la misericordia infinita, aquella ferviente caridad con que sale en persona a buscar la salud, no ya para un hijo único, sino para un criado sobrado, y quien así se humilla con su criatura primero, ¿qué no hará después con su Criador? Conoció cuán poco valen los humanos medios sin los divinos, y así solicita estos con estimación y desengaño; no fía la diligencia al descuido de otro siervo, ni el hablar con Dios lo remite a otro tercero.

Pondera que hoy sales tú en busca del mismo Señor, no ya para solicitar la salud de un siervo, sino de tu alma; al mismo Jesús has de hablar; procura, pues, prevenirte de virtudes para conquistar sus misericordias; y llega con humildad a postrarte ante su divina presencia; saca un gran fervor de espíritu, una encendida caridad y una diligencia solícita.

Punto 2.º

Llega caritativo el Centurión, y recibe el Señor benignísimo; confía que tiene en su mano el poder, y muy a mano el quererle remediar. «Señor -dice-, un criado tengo en mi casa paralítico, tan impedido, que no ha sido posible llegar acá con el cuerpo, sí con el afecto». Respóndele el Señor: «Si él no puede venir, Yo iré allá a curarle». Repara en la infinita bondad del Salvador. No sólo le escucha, pero se digna ir a su casa a curar al siervo; remunera una gran caridad con otra mayor, no permitiendo ser en esta vencido de alguno.

Y entiende tú que, en mostrando deseo del Señor, Él mismo se convidará a entrarse por las puertas de tu pecho; ensancha los senos de tu alma para los favores de su diestra; dilata tu boca para que la llene de tan regalado manjar. Corresponda tu estimación a la infinita bondad; aviva el deseo de que venga a ti el Señor, que entre en tu pecho y sane tu alma.

Punto 3.º

Admirado el Centurión de tan divina humanidad, careando su nada con la infinita grandeza, espantado y aun confundido, exclama: «Señor, yo no soy digno de que Vos entréis en mi pobre morada. Vos, Dios infinito; yo, un vil gusano; el Cielo os viene estrecho, ¿qué será mi pobre casa? Vos, hecho a pisar alas de querubines; yo, una hormiguilla vil; yo, un pecador menos que nada». Repara que, cuando los fariseos hinchados multiplican desprecios del Señor, un soldado hace alarde de veneraciones; aquellos no se dignan de venir a Él, y el Centurión se espanta de que el Señor se digne ir a su casa.

Pondera que si el Centurión así se confunde de que el Señor quiera pisar sus umbrales, cuánto más tú de que se digne entrar, no ya en tu techo, sino en tu pecho. «Sola una palabra vuestra -dice-, es bastante a dar salud a mi criado y llenar de felicidades mi casa». Con sola una palabra se contenta, y a ti la misma palabra infinita, hecha carne, se entraña en tus entrañas. Carea la grandeza de este Señor con tu vileza, y cuando llegues a comulgar, aniquílate, pues eres nada; pondera que si para la omnipotencia bastaba una palabra, pero no para su infinita misericordia.

Punto 4.º

En qué acción de gracias prorrumpiría el Centurión a tantas misericordias; cuán agradecido quedaría después de tan favorecido: si humilde le veneró, agradecido le bendice, publicando a voces sus grandezas. Celebra también el Señor su fe, y propónenosla la Iglesia Santa por ejemplo al recibirle.

Pondera cuánto mayores gracias debes tú rendir a este Señor, cuantos mayores han sido los favores; mira que no vuelvas luego las espaldas a esta fuente de misericordia, desagradecido, sino alábale eternamente obligado, diciendo: «Cantaré las misericordias del Señor eternamente». Corresponda a este pan cotidiano un hacinamiento de gracias de cada día, practicando con el ejercicio una tan grande enseñanza de virtudes.

Meditación IV

Para comulgar con la fe de la Cananea

Punto 1.º

Considera cómo la Cananea deja su casa y su patria, comodidades y culpas, y sale tan diligente cuan afligida a pedir misericordia a la fuente de ellas; multiplicáronse sus trabajos, y así se aumentó su diligencia. Llegaron a ella los ecos de los milagrosos hechos de Cristo, y no se hizo sorda; al punto vino clamando diligente: gran disposición para parecer delante de un Señor tan amigo de comunicar el consuelo y el remedio.

Pondera cómo la Cananea viene pidiendo misericordia, y a ti te ruegan con ella; no te cuesta tanto hallar todo el pan del cielo como a esta una migaja; no el salir de tu reino ni de tu patria; no el ir al cabo del mundo a comulgar, pues en cada iglesia tienes al Señor Sacramentado, y que te está convidando. Estima una felicidad tan grande y tan a mano, y procura salir de ti mismo, de tu amor propio, de los fines errados de una intención torcida, para que entre sin embarazo este divino bien en tu pecho; saca una gran disposición de heroica fe, firme esperanza, oración perseverante y diligencia fervorosa.

Punto 2.º

Persevera en rogar la Cananea, y hace el Señor del que no la oye, cuando más la atiende; suspende sus misericordias, porque ella más conozca y repita sus miserias, que le es música sonora lo que enfado a los apóstoles.

Pondera lo que importa no desmayar en los ejercicios de virtud, y aunque el ministro del Señor tal vez se enfade, y otros te murmuren, de que frecuentes confesiones y comuniones, tú no desmayes ni te retires; persiste como Ana, aunque censurada de Helí, que no se cansa ni se enfada aquel Señor, que tiene por sus delicias los ruegos, y por descanso el estar en el pecho del que comulga; aprende perseverancia de esta fervorosa mujer, a no acobardarte con pusilanimidades, y coronarás las obras.

Punto 3.º

Prosigue el Señor en ensayar su virtud en el crisol de la prueba, para que salga más luciente el oro de su fe, campee su paciencia y se realce más su humildad; y cuando gusta de tenerla cerca, entonces la dice: «Apártate, que no es bien arrojar a los perros el pan de los hijos». Desmayara cualquiera viendo tales amagos de disfavor, mas la Cananea está tan lejos de agraviarse, que se humilla más; no la espantan rigores de Dios a la que sabe bien lo que son vejaciones del demonio; no siente los desprecios la que conoce sus deméritos. Retuerce ella el argumento, y no sólo a hombres, sino a Dios. «Sí, Señor -dice-, que las migajuelas que caen de las mesas de los señores, gajes son de los perrillos; yo me conozco, que soy delante de Vos, como decía el Santo rey, una bestezuela más inútil que un perrillo, pero también sé que Vos sois mi buen dueño, y que pues sustentáis los pajarillos del aire, no me dejaréis a mí perecer».

Pondera la excelente humildad de esta mujer, nota la lealtad de su fe, la fidelidad de su confianza, la fineza de su caridad, y si ella con una migajuela se contenta, y juzga que le sobra la dicha, tú, que no sólo alcanzas una migaja, sino que recibes todo el pan del Cielo, ¡cuánto más debes estimar y lograr su suerte! Aprende aquí la humildad y practícala en humillaciones; saca estimación del favor y adoración de la grandeza del Señor, a quien recibas.

Punto 4.º

Exclamó el Señor, oyendo tanta fineza: « ¡Oh mujer!, grande es tu fe, sea grande tu dicha; Yo te otorgo lo que pides, pues así mereces». Hizo el Señor esta demostración de admirado para que nos admirásemos nosotros y la imitásemos también.

Pondera qué gracias rendiría después la que con tal humildad llegó antes, y la que tan fiel vino pidiendo, ¡qué agradecida volvería alcanzando, cómo levantaría la voz al agradecimiento la que así el grito al ruego! ¡Oh, tú, que has conseguido tanto mayor merced, no migajuelas del favor, sino colmos de gracia! Sea también cumplido tu agradecimiento; si a gran boca, gran grito; resuenen eternamente en tu boca las divinas alabanzas.

Meditación V

Del maná, representación de este Sacramento: pondéranse las diligencias en cogerle, sus delicias en comerle y las circunstancias del guardarle

Punto 1.º

Meditarás la maravillosa disposición que precedió en aquel pueblo para recibir el milagroso manjar. Salen de Egipto y de sus tinieblas en busca de la luz, para la visión de paz; pasan un mar, abismo de miserias, dejando anegados sus enemigos mortales; caminan por un desierto, sin comunicar con las gentes, tratando con solo Dios; beben las aguas de maná, juntando la oración con la mortificación; fáltales la comida de la tierra para que apetezcan la del Cielo, que toda esta gran preparación es menester, y vivir una vida de ángeles para comer el pan de ellos.

Pondera tú, si para la figura sola, para una sombra de esta comida, precedió tanta disposición, cuál será bastante para llegar a comer el pan sobresustancial, el Cuerpo y Sangre del Señor, en verdadera y no figurada comida; cómo has de haber salido de la esclavitud del pecado, qué lejos has de estar de la ignorancia de sus tinieblas; cómo has de hermanar la oración con la mortificación; qué trato con Dios; qué retiro de los hombres; qué abstinencia de los viles manjares para lograr el maná verdadero.

Punto 2.º

Estando tan bien dispuestos, merecieron ser consolados del Señor. Envíales aquel exquisito manjar, con que quedan admirados y satisfechos; no les envía comida de la tierra, sino del Cielo, para que vivan vida de allá; no sabe a un solo manjar, sino a todos, al que cada uno desea, para que adviertan que todo el bien lo que pueden desear, allí le hallarán cifrado, y así, atónitos, decían: «¿Qué manjar es éste tan raro, venido del Cielo, enviado de la mano de Dios?»

Con cuánta más razón puedes tú hoy decir: «¿Qué comida es ésta tan preciosa?» Respóndete la fe diciendo: «Éste es un Verbo hecho Carne, y ésta una Carne hecha por un Verbo. Éste es el pan de los ángeles que los hombres se le comen; éste es aquel pan que es regalo de los reyes; éste es el maná verdadero que da vida, y, en una palabra, esto es comerse el hombre a su Dios, que como es bien infinito encierra cuantos sabores hay; gústale, mira qué suave es, y cómo sabe a todas las virtudes y gracias».

Punto 3.º

Para un manjar tan misterioso, misteriosas circunstancias se requieren: salían al alba a recogerle en aquella virgen hora, sea éste el primer cuidado del día; menester es madrugar, cueste solicitud y desvelo, antes que salga el sol, que como es tan puro y delicado, con cualquier calor del mundo se deshace. Recoge cada uno lo que basta, que no tolera humanas codicias, no se guarda para otro día, porque quiere ser pan reciente y cotidiano, avisando de su frecuencia. Conviértese luego en gusanos, roedores de la delincuente conciencia.

Pondera cuánto más puntuales y misteriosas circunstancias requiere este Maná Sacramentado. Sea éste tu primer blanco, no te distraigas a otro empleo, no seas perezoso en buscarle, que te quedarás vacío; trátale con pureza, no sea que en vez de darte vida, engendre los gusanos de tu muerte.

Punto 4.º

Quedaron favorecidas aquellas gentes, mas no agradecidas, que de ordinario las mayores misericordias de Dios se pagan con ingratitudes del hombre. Asquearon luego el sabroso manjar, que como materiales no perciben los regalos del espíritu; despreciaron el pan del Cielo y apetecieron las cebollas gitanas.

Temo, alma, no seas tú aún más desagradecida que éstos, que cuanto mayor es el favor que has recibido, tanto más culpable será la ingratitud. Celebra este verdadero maná y repite su fruición más veces que el Real Profeta en sus cánticos de alabanzas del que sólo fue representación. Préciate de buen gusto, y conózcase en no apetecer más los viles contentos de la tierra.

Meditación VI

Para comulgar con la devoción de Zaqueo

Punto 1.º

¡Oh mi Dios y mi Señor! Cuando los hinchados fariseos no se dignan de miraros, un príncipe de los publicanos solicita el veros. No llega a pedir remedio de sus males, como otros, y no porque no sean los suyos mayores, pues del alma, sino porque no los conoce. Tráele la curiosidad de conoceros milagroso, no el deseo de seguiros santo. Vase entremetiendo y no llega, que los ricos con dificultad se pueden acercar a Vos, pobre y trabajado desde nacido; nadie hace caso de él porque había hecho caso de ellos. Viéndose tan poco dispuesto, determina subir a un árbol, a lo de hombre común, y sin reparar en el decir de los hombres, atropella por ver a Dios.

Pondera hoy, alma mía, cuando sales a comulgar, que vas en busca del mismo Señor, a conocerle sales, y a contemplarle; impedirte han el verle los accidentes de pan que le rodean, y mucho más las imperfecciones que te cercan; viéndote, pues, de tan corto espíritu, como Zaqueo de cuerpo, levántate sobre ti misma, sube en el árbol de la devota contemplación o en el de la cruz de una mortificación perfecta, arraigado con la viva fe, verde con la esperanza, lleno de frutos de caridad, y con los ojos del espíritu logra el verle, solicita el contemplarle.

Punto 2.º

Estaba Zaqueo viéndoos, Señor, muy a su gozo, desde el árbol, con tanto gusto cuanto había sido su deseo; hacíase ojos por veros, y Vos, corazones porque os viese; gozaba de vuestra divina presencia, experimentaba en su alma maravillosos efectos, y cuando llegasteis a emparejar con él, mirasteis al que os miraba, levantasteis vuestros divinos ojos, que mirados o mirando, siempre fueron bienhechores. Fuéseos la palabra tras ellos, y aun el afecto, y nombrándole por su nombre, porque entienda que le atendéis y que a él se encamina un tan grande favor: «Zaqueo, le decís, desciende diligente, que hoy me quiero hospedar en tu casa muy de espacio». ¡Oh, qué gozosa admiración correspondería a una dicha tan impensada! ¡Oh, lo que valen las diligencias del hombre para con Dios, pues el que antes tenía por gran felicidad poder llegar a veros desde lejos, ya baja del árbol, ya se os acerca, se os pone al lado y se asienta a la mesa con Vos!

Imagínome subido en el árbol de la contemplación, apoyo de mi pequeñez, deseoso de ver y conocer al Señor, y que llamándome por mi nombre, me dice: «A ti digo, desciende, acércate a mí, sacramentado, llega a comulgar, que hoy me importa hospedarme en tu pecho». Hoy dice, no lo remitas a mañana. ¿Qué sabes si tendrás más tiempo? Y si el Señor dice que le importa a su misericordia cuanto más a mi miseria. Acude, ¡oh alma mía!, con diligencia fervorosa a recibirle, de modo que no lo diga a un sordo de ignorancia, a un perezoso de ingratitud.

Punto 3.º

¡Con qué presteza obedecería Zaqueo! Lo primero sería postrarse y adorar aquellos pies que se dignaban hollar los umbrales de su casa; bien quisiera fuera en esta ocasión un gran palacio, para hospedar un huésped tan magnífico. Cómo le franquearía cuanto tenía, poniéndolo a sus pies, quien así lo repartía en manos de los pobres. «La mitad -dice-, de mis rentas, doy, Señor, de limosna», y sin duda de aquí le nació la dicha, porque del hospedar al pobre se pasa a recibir al Señor; de dar de comer al mendigo, se llega a comer a Dios. Pero cuando se viese sentado a la mesa con el Señor, tan apegado con Él, a quien aun verle desde lejos no se le permitía, ¡qué gozo experimentaría su alma! No cabría en sí de contento, viendo cabía en su casa el infinito Dios.

Pondera tú, cuando te ves sentado a la mesa del altar, mucho más allegado a Cristo, pues no sólo a su mismo lado te sientas, sino que dentro de tu mismo pecho le sientes, guardado allá en tu seno. ¡Qué contento debería ser el tuyo! No haya otro en el mundo para ti; corresponda la estimación al favor, despertándose en ti un continuo afecto de volverle a lograr, desquitando el sentimiento de haber perdido tantas Comuniones en lo pasado, con la frecuencia en lo venidero.

Punto 4.º

Quedó Zaqueo tan agradecido cuan gozoso, que los humildes son muy agradecidos; todo les parece sobrado, cuanto más un favor tan poco merecido; congratulábase con sus amigos, ganándolos todos para Dios. ¡Qué gracias haría al Señor, ofreciéndole cuanto tenía, y en primer lugar su corazón! «Desde hoy, Señor, que os he conocido, os comenzaré a servir; mudanza ha sido de vuestra diestra». Levantole el Señor para echarle la bendición, colmando su casa de bienes y su alma de perfecciones.

Pondera cuánto más agradecido debes tú mostrarte, pues si allí el Señor se dignó entrar dentro de la casa de aquel publicano, aquí, dentro de tu pecho; allí convidó Zaqueo al Señor, aquí el Señor te regala; allí le ofreció Zaqueo toda su casa, aquí has de ofrecer toda tu alma y tu entendimiento para conocerle, tu voluntad para amarle, suplicándole te eche la bendición, no ya de hijo de Abraham, sino de aquel gran Padre que vive y reina por todos los siglos. Amén.

Meditación VII

Para comulgar con la confianza de la mujer que tocó la orla de la vestidura de Cristo

Punto 1.º

Considera cómo habiendo padecido esta mujer tantos años una gran pensión del vivir, achaque de la culpa, y viendo cuán poco le habían valido los médicos de la tierra, hoy acude al del Cielo; previénese en vez de paga, de una rica confianza en el poder y querer de este Señor; sabe que con este Médico Divino, el dar ha de ser pedir, y así viene diciendo: «Yo sé que si llego a tocar, aunque no sea sino un solo hilo de su ropa, tendré seguro el de mi vida, aunque delgado». ¡Oh grande mujer! ¡Oh gran misericordia del Señor! Otros médicos tocan al enfermo para curarle, aquí el enfermo toca al Médico para sanar. «Yo conozco», decía, «su infinita virtud; grande es su poder, igual es su bondad; tan misericordioso es como poderoso; tóquele yo, que Él me curará».

Reconoce tú los graves achaques que en imperfecciones afligen tu alma, ese flujo de pasiones, reflujo de pecados; concibe un gran deseo de sanar, que es la primera disposición para la salud. Entiende que aquí tienes el mismo Médico divino que sana a tantos enfermos; acude con viva fe, con heroica confianza de que todo tu remedio consiste en tocarle y recibirle.

Punto 2.º

Ceñía por todas partes el tropel de la gente al Salvador, rodeado iba de corazones, asistido de afectos, y así no la daban lugar a esta mujer para poder llegar a pedirle la salud cara a cara, que siempre se les ponen delante grandes estorbos a los que tratan de acercarse a Dios. Viendo esto, diría: «No merezco yo tanta dicha de poder hablar a mi Dios y mi Señor, siendo polvo y ceniza; mas yo sé que es tanta su virtud, que con sólo que yo toque la fimbria de su manto, quedaré sana». Ella creyó, y el Señor obró; tocó la ropa, y al mismo punto quedó buena. Otros muchos apretaron al Señor y no sanaron; ésta sí, que llegó con viva fe, con eterna confianza; no le tocó con sola la mano, acompañola con el fervoroso espíritu y tocole al Señor en lo más vivo, que es la grandeza de su misericordia.

Pondera ahora tú que llegas a comulgar, cuánto mayor es tu dicha, pues no sólo tocas el ruedo de su vestidura, sino a todo el Señor; tú le abrazas, tú le aprietas, en tu pecho le encierras, todo entero te le comes; aviva, pues, tu fe, enciende tu caridad, reconoce tu dicha, estima la ocasión, y pues tocas la orla de las especies Sacramentales, concibe una gran confianza de que has de cobrar entera salud de todos tus vicios y pasiones.

Punto 3.º

«¿Quién me ha tocado?», dijo al punto Cristo, y San Pedro: «¡Oh, Señor!», respondió, «están os apretando tantos y por todas partes, y decís ¿quién me ha tocado?» Sí, que aunque muchos se llegan a Jesús, pero no le tocan vivamente, no le adoran con espíritu: ésta sí que le tocó en lo más sensible de su infinita bondad; ella, con fervor; ellos, con frialdad, y así, ni el Señor los siente ni ellos sienten su divina virtud.

Oye cómo te pregunta a ti el mismo Cristo hoy: «¿Hasme tocado, alma, con fe viva? ¿Has comulgado con fervor, o no más de por costumbre? ¿Quién es el que me ha tocado vivamente?» ¡Oh, cuántos llegan a comulgar que no le tocan al Señor, ni aun en el más mínimo hilo de la ropa! ¡Cuántos le reciben sin la debida preparación! Y así, sin fruto, no sanan de sus llagas, porque no le tocan con sus corazones; no curan, porque no se curan. Saca de aquí un gran espíritu para acercarte a este Señor Sacramentado, de modo que Él sienta tu fervor y tú experimentes su favor.

Punto 4.º

Admira la mujer de lo que siente y lo que oye, de ver una maravilla tras otra, llena de temor y de amor, no menos de verse descubierta que sana, confiesa a la par su indignidad y su dicha, rinde gracias a sus misericordias. Llamola hija del Señor, que fue confirmar su bendición, y volviola a encargar la confianza, pues tan bien le fue con ella.

Pondera qué gracias debes tú dar a un Señor que no ya un hilo de su ropa, sino todo su cuerpo y su sangre te ha franqueado; que no sólo te concede que le toques, sino que le comas. Sea comenzar el hilo de sus alabanzas, sin romperle eternamente. ¡Oh con cuánta más razón podrá llamarse hijo de Dios el que comulga dignamente! Pues así como el hijo vive por el padre, así el que comulga vive por Cristo, porque se alimenta de su cuerpo, vive en Cristo porque permanece en Él. Saca un amor reverencial cuando llegas a tocar con tus labios, con tu lengua y con tus entrañas este Sacramentado Señor, y sea de modo que quedes tan agradecido cuan curado.

Meditación VIII

De la entrada del arca del testamento en casa de Obededón y cómo la llenó de bendiciones

Punto 1.º

¡Contempla la castigada temeridad de Oza, qué temor causaría en los presentes! Temblaron todos los legos, viendo muerto el sacerdote, y dirían: «Si éste, porque sólo alargó la mano a detener el Arca en el temido riesgo, así lo paga, ¡qué no merecerá el que la hospedare indignamente!» Él levantó la mano y todos la metieron en su pecho; todos temieron y todos se retiraron; hasta el mismo Santo Rey receló indigno su real palacio para tan gran huésped, y le juzgó insuficiente a tan divino cortejo.

Ponderarás tú, ahora, si una arca, que no fue más de sombra de este Divino Sacramento, así la cela el Señor, tal respeto la concilia, con tanta majestad quiere sea tratada, ¿qué reverencia, qué recato, qué pureza será bastante para haber de recibir al mismo inmenso e infinito Dios, contenido en esta Hostia? Si los ángeles asisten con temor, ¿cómo tú te llegas sin recelo? Si la pureza de los solares rayos no basta para viril, ¿cómo será decente centro la vileza de tu corazón, la inmundicia de tu conciencia? Saca una reverencia temerosa y un respetuoso temor, para llegar a encerrar toda la incomprensible Majestad del cielo en la corta morada de tu pecho.

Punto 2.º

Dispone el rey sea llevada el Arca a casa, no de un príncipe, sino de un hombre virtuoso, que es la verdadera nobleza: era grande en los ojos del Señor, porque humilde en los suyos. Confirmó el Cielo la elección con multiplicados beneficios; eran muchas sus virtudes, pero mayor su humildad, grande su mérito, igual su encogimiento. Llamábase Obededón, que significa siervo del Señor, que es gran atractivo de la viva grandeza hacerse esclavo el que le ha de recibir; es la humildad la tablilla que nos muestra la posada de Dios. Teníase por más indigno que todos de hospedar el Arca en su casa, pero ejecutolo por obediencia, y así pudo cantar las conseguidas victorias, aunque no contar las recibidas mercedes. ¡Con qué diligencia la dispondría, adornándola más de virtudes que de preciosidades! No faltaría el temor de Dios afectuoso, ni el amor muy recatado.

Pondera que has de hospedar hoy, no la sombra, sino el Sol mismo, aunque dentro de la nube de los accidentes; no ya la figura, sino la realidad de un Dios real y verdaderamente encerrado en esta Hostia; no en tu casa, sino en tu pecho. ¡Cómo te debes disponer, cómo debes adornar el templo de tu alma de riqueza en virtudes, de alhajas en méritos! Mira que hoy dispone el Rey del Cielo que entre el Arca de su Cuerpo Sacramentado bajo tu techo, en tus mismas entrañas; advierte, pues, con qué confusión la debes recibir, con qué reverencia cortejar.

Punto 3.º

Entró el Arca del Señor en casa de Obededón, favorecida primero en recibirla, y dichosa después en recibir bendiciones: no fue casa vacía, sino llena de devoción; tampoco lo fue el Arca, llena sí de los tesoros del Cielo, colmándola de felicidades. ¡Qué gozoso se hallaría Obededón al ver que cuando él temía rigores, experimentaba favores! ¡Tanto se premian servicios de obediencia, obsequios de humildad! Pagole bien el hospedaje el Señor, que como tan gran rey, donde una vez entra, nunca más se conoce miseria.

Pondera tú, qué mercedes no te puedes prometer el día que esta Arca verdadera, no vacía, sino llena del divino Maná del Cuerpo y Sangre de Cristo, verdadero Dios y Señor, entra en tu pecho. Aquélla fue la caja, ésta la joya; aquélla llenó de bienes la casa de Obededón, porque fue figura de ésta. ¡Cuánto más colmará ésta de favores tu corazón! Logra la ocasión que tienes; advierte que aquí están todos los tesoros de Dios, la mira rica de la Gracia; sabe pedir, que el mismo rey en persona tienes hospedado en tus entrañas.

Punto 4.º

No fue la menor de las recibidas mercedes el agradecimiento de Obededón y de todos los de su casa, y fue tan grande que llegó a ser fama: no se hablaba de otro en toda Israel, celebrando todas las felicidades de su casa; emulábanle la dicha y pudieran la virtud. Hasta el santo rey David, ya animado, trató de llevar el Arca a su real palacio, deseando emplearse en los obsequios y participar de los beneficios.

¡Oh, tú que hoy has comulgado!, mira que no enmudezcas a las divinas alabanzas; parte es de merced el agradecimiento, y pues te reconoces tanto más favorecido que Obededón, muéstrate otro tanto más agradecido: serán estas gracias empeño de nuevos favores, y pues todos los de tu casa han participado de las divinas mercedes, todas tus fuerzas y todas tus potencias se empleen en alabar al Señor; convida a las generaciones de las generaciones; con el santo Rey Profeta te ayuden a cantar las misericordias del Señor por todas las eternidades de las eternidades. Amén.

Meditación IX

Para llegar a comulgar con el encogimiento de san Pedro

Punto 1.º

Considera que si Juan mereció recibir tantos favores de su Divino Maestro por lo virgen, Pedro los consiguió por lo humilde. Juan fue el discípulo amado, Pedro el humillado: había de ser cabeza de la Iglesia y superior a todos por su dignidad, pero él se hacía pies de todos por su humildad. Lo que le arrebataba el fervor en las ocasiones, le detenía su encogimiento; no osaba preguntar al Señor, y así el Señor le pregunta a él; cuando los otros pretendían las primeras filas, él no se tenía por digno de estar delante de su Maestro. Agradado el Señor de este encogimiento, dejando las otras barcas, entra la suya, desde ella predica y en ella descansa; llevaba Pedro las reprehensiones, pero gozaba de los especiales favores.

Pondera qué buena disposición esta de la humildad para llegar a recibir a un Señor que se agrada tanto de los humildes; y para haber de comulgar procura prevenirte de este santo encogimiento; retírate reconociendo tu bajeza, para que el Señor te adelante a gozar de su grandeza; siéntate en el último lugar en este divino convite, que el Señor te subirá más arriba; humíllate cuanto más quisieres agradar a un Señor que se le van los ojos tras los mansos y pequeños.

Punto 2.º

Desvelados los Apóstoles, trabajaron toda una noche y nada cogieron, porque no les asistía su Divino Maestro; estaban a oscuras sin su vista, y de balde sin su asistencia, que donde Él falta nada sale con felicidad. Pasó ya la noche de su ausencia, amaneció aquel Sol Divino, y todo se llenó de sus alegres influencias. Abrió San Pedro los ojos de su fe, y conociose a sí mismo y a su Divino Maestro, reconoció su propia flaqueza y el poder del Señor, su vileza y su grandeza; en sí halló nada y en Dios todo, y así, dijo: «Divino Maestro, toda la noche hemos remado y nada conseguido, que sin Vos nada somos y nada valemos; mas ahora, en vuestro nombre calaré las redes». Ejecutolo con esta confianza y logró el lance con doblada dicha, pues pudieron llenar ambas barcas de la abundante pesca.

¡Oh alma mía!, tú que andas toda la noche de esta tenebrosa vida zozobrando en el inconstante mar del mundo, donde no hay hallar seguridad ni sosiego, oye lo que el Señor desde aquel viril te está diciendo: «Echa el lance de tus deseos a la mano derecha de las verdaderas felicidades, y llenarás tu seno de los eternos bienes; cala la red hacia el seno de esta Hostia, y te apacentarás, no ya de los sabrosos pescados, sino de mi mismo cuerpo». Mírale con los ojos de la fe de Pedro, ve careando tu pobreza con su riqueza; tu cortedad con su infinidad; tu flaqueza con su omnipotencia; tu nada con el todo, y dile: «Señor, sin Vos nada soy, nada valgo y nada puedo».

Punto 3.º

Confúndese San Pedro, considerándose pecador, ante aquella inmensa bondad, aniquílase flaco ante el infinito poder, y lleno de humilde encogimiento, viéndose en presencia del Señor, exclama temeroso y dice reverente: «Señor, apartaos de mí, que soy un gran pecador; retiraos ya que no puedo huir de Vos», que fue decir: «¿Quién soy yo? ¿Quién sois Vos, Señor? Yo, una vil criatura; Vos, el Omnipotente Criador; yo, la misma ignorancia; Vos, sabiduría infinita; yo, frágil, que hoy soy y mañana desaparezco; Vos, indefectible y eterno; yo, un vil gusano de la tierra; Vos, el Soberano Monarca de los Cielos; yo, flaco; Vos, todopoderoso; yo, corto; Vos, inmenso; yo, pobre mendigo; Vos, la riqueza del Padre; yo, necesitado; Vos, independiente; yo, al fin nada, y Vos, todo. Señor mío y Dios mío, ¿cómo me sufrís en vuestra presencia?»

¡Oh alma mía, con cuánta más razón podrías tú exclamar y decir lo que San Pedro! Que si él, por sólo estar delante del Señor así se confunde y se aniquila, tú, que no sólo estás en su divina presencia, sino que le tocas con impuros labios, que le recibes en inmunda boca, que le metes en tan villano pecho, que le encierras real y verdaderamente en tus viles entrañas, ¿cómo no das voces, diciendo: «Señor, retiraos de mí, que soy el mayor de los pecadores? ¿Cómo me podéis sufrir ante Vos, Dios mío, y todas mis cosas? Yo nada, y todas las nadas». ¡Con qué reverencia, con qué pasmo, con qué confusión habías de llegarte a comulgar, a vista de tan inmensa grandeza!

Punto 4.º

No le echa de su presencia el Señor a Pedro, antes le une más estrechamente consigo; está tan lejos de apartar los ojos de su humildad, que se le van tras ella; no le niega el rostro, franquéale, sí, el corazón y agradece de su recatado encogimiento, trata de encomendarle sus tesoros, las margaritas más preciosas y que más le cuestan, sus corderillos y ovejas. Quedó Pedro tan agradecido cuanto antes retirado, dos veces confundido de la repetida benignidad de su Señor, y si antes se negaba a su presencia, ya se adelanta a su alabanza, desempeñando humildades de su desconfianza, en animosos agradecimientos de su dicha.

¡Oh Señor mío y todo mi bien! ¡Cuánto más obligado me reconozco yo hoy, cuando llego a recibiros, pues no sólo me permitís estar ante vuestra infinita grandeza, sino que os dignáis de estar Vos mismo, real y verdaderamente, dentro de mi pecho! Vos en mí y yo en Vos, que sois mi centro y todo mi bien; sea yo tan puntual en los obsequios como Vos generoso en los favores; no se muestre villano un pecho tan privilegiado y favorecido, y sea la confesión de mi vileza pregón repetido de vuestras inmensas glorias. Amén.

Meditación X

Para recibir al Señor con las diligencias de Marta y las finezas de María

Punto 1.º

Contempla cuando las dos hermanas en sangre, y mucho más en el espíritu, entendieron que el Señor iba a honrarles su casa, ¡qué estimación concebirían!, ¡qué gozo recibirían de un tan grande favor! ¡Con qué deseo esperaría Magdalena a aquel Señor que algún día con tanta ansia había ido a buscar! Y si tuvo entonces por gran dicha el ser bien recibida, hoy estimaría por singular favor el poderle recibir. ¡Qué preparación harían tan grande, las que tan bien conocían la majestad y grandeza del huésped que esperaban! Grande sería el adorno de las salas, mayor el de sus corazones, y las ricas alhajas simbolizarían sus preciosas virtudes.

Pondera tú, que el mismo Señor, real y verdaderamente viene hoy en persona a hospedarse en el castillo de tu corazón, trata de entregarle las llaves que son tus potencias y sentidos; hermánense tu voluntad y entendimiento para asistirle con estimaciones y fineza; preceda una grande preparación de alhajas en virtudes, con mucha limpieza de conciencia, oliendo todo a gracia y santidad.

Punto 2.º

Vase llegando el Divino Maestro a las puertas del castillo, ostentando en su divino rostro un celestial agrado; saldríanle a recibir las dos hermanas con afectuosa reverencia, seguidas de toda su familia, porque todos se empleasen en servir al Señor. ¡Qué gozosas le reciben! ¡Qué agradecidas le saludan! ¡Qué corteses le agasajan! ¡Paréceme que estoy viendo a Marta muy solícita y a María afectuosa! Pero ¡con qué soberana apacibilidad correspondería el Señor a sus afectos! Llevaríanle en medio, en emulación de ambos serafines, aleando entrambos, la una amando y la otra sirviendo. Conduciríanle a la más aliñada pieza, digo al centro de su corazón, y allí no perderían punto de oír su celestial conversación, de gozar de su divina presencia.

¡Oh, tú que recibes hoy al mismo Divino Huésped, mira que llega ya a las puertas de tus labios, al castillo de tu pecho, salte el alma de contento a recibirle, acompañada de todas sus potencias y sentidos, sin que ninguno se divierta! Salga la solicitud de Marta y la devoción de María; avívese tu fe, esfuércese tu esperanza, enciéndase tu caridad, y condúcele al adornado centro de tu corazón.

Punto 3.º

Divídense las dos hermanas los dos diferentes empleos, aunque ambos dirigidos al divino servicio. Acude Marta a prevenir el regalo material, quédase María gozando del espiritual; Marta prepara la comida, María goza del pasto de la celestial doctrina, y como acostumbraba a los pies de su Maestro, donde halló el perdón, ahora solicita el consuelo; prosigue amante la que ya penitente. ¡Con qué fruición asistiría a la real divina presencia! ¡Qué absorta oyendo platicar a Cristo! ¡Qué altamente guardaría aquellas palabras de vida eterna! ¡Oh, qué consuelo siente un alma puesta a los pies de este Señor, después de haberle recibido! ¡Qué oración tan provechosa! ¡Qué comunicación tan agradable! Da quejas Marta al Señor de que su hermana la haya dejado sola, confesando la desigualdad de su empleo, y ponderola el Señor con aquellas tan magistrales palabras, diciendo: «Marta, Marta, toda tu solicitud de la comida del cuerpo es turbación, y sosiego la del espíritu. De verdad que sólo un manjar es necesario, y ése da vida eterna: bien supo escoger María».

Oye, alma, cómo te dice el mismo Señor a ti otro tanto: que te distraes en los bienes perecederos, que cuidas de los manjares de la tierra. No hay regalo como el Divino Sacramento: llégate a Mí y goza de mi dulce presencia, recíbeme en tu pecho y estate aquí conmigo, que ésta es la bienaventuranza de la tierra; no pierdas este buen rato de una santa y fervorosa Comunión.

Punto 4.º

¡Qué agradecida quedaría María al duplicado favor, qué desengañada Marta de que no hay otro comer como gustar del Señor, apacentarse de su celestial doctrina y gozar de su divina presencia! No respondió palabra María, que estaba toda puesta en amar y agradecer, y quien así recibe favores de su Dios, no repara en agravios de su prójimo; habla con el corazón quien bien ama, remitiendo las palabras a los hechos.

Aprende tú, ¡oh alma mía!, a estimar y a agradecer: sean alabanzas los suspiros, y una Comunión agradecida obsequio de la otra; habla con el corazón si amas, y sea tu único cuidado asistir y cortejar al Señor que has recibido. Saca un hastío grande a todos los contentos humanos, y apetece sólo el manjar divino; más cercano tienes al Señor que María, pues no sólo te concede estar a sus pies, sino estar Él dentro de tu pecho; reconoce doblado el favor y rinde doblado el agradecimiento.

Meditación XI

Del banquete de Josef a sus hermanos

Punto 1.º

Carea la benignidad de Josef con la crueldad de sus hermanos; todos conspiran en vender. ¿Quién? A un hermano, por su ternura amable y por su inocencia apacible. ¿Por qué? Sin culpas propias, antes por las ajenas. ¿A quiénes? A unos tan enemigos como infieles, tan bárbaros como gitanos. ¿Por cuánto? Por el precio y la inocencia de un cordero. ¿Con qué palabras? Cargándole de injurias, llamándole príncipe fingido y hartándole de oprobios como a sol soñado. ¿De qué modo? Despojándole de la túnica, si no inconsútil, talar. ¿Adónde le echan? Al desierto de un Egipto, al olvido de una cárcel.

Alma, ¿quién es este verdadero José, vendido, injuriado y maltratado? El benignísimo Jesús, amable por lo hermano y venerable por lo Señor. ¿Quién le vendió? Tú, vil e ingrata criatura. ¿Por cuánto? Por un vil interés, por un sucio deleite. ¿De qué modo? Pecando tan sin temor, ofendiéndole tan sin vergüenza. ¿Cuántas veces? Cada día, cada hora y cada instante. Confúndete, pues, hoy que llegas a su divina presencia, con más causa que los hermanos de Josef, que aquí le tienes, no virrey de Egipto, sino Rey del Cielo; si aquél disimulado, éste encubierto; si aquél les daba trigo, este Señor se te da en pan. Entra reconociendo tus traiciones, antes de recibir sus favores; pídele que te perdone, antes que te convide; échate a sus pies, antes que te sientes a su lado; mezcla tus lágrimas con la bebida y come la ceniza de tu penitencia con el pan de tu regalo.

Punto 2.º

Considera el mansísimo Josef, con qué amor corresponde al odio de sus hermanos; no se contenta con hospedarlos en su casa, sino que los mete dentro de sus entrañas; trueca las venganzas de ofendido en finezas de amoroso, reconociendo a los que le desconocieron y honrando a los que le injuriaron; enlaza con cariñosos abrazos a los que le ataron con inhumanos cordeles, y en vez de lazo al cuello retorna afectuosos abrazos; trata de enriquecer a los que le desnudaron, y llena de dones a los que de baldones; despierta con esto los que le tuvieron por dormido, y adoran verdadero al que despreciaron soñado; no sólo les da el trigo que vienen a buscar, sino que los sienta a su mesa y los festeja con espléndido banquete.

¡Oh bondad divina! ¡Oh benignidad incomprensible del dulcísimo cordero Jesús! En la misma noche en que era entregado a sus enemigos en venganza, se entrega Él a sus amigos en comida, recambia las amarguras en dulzuras, brinda con su sangre a los hombres, que andan trazando bebérsela; y cuando ellos aspiran a comérsele a bocados por rencor, Él se les da en banquete por amor; brinda con la dulzura de su Cáliz a los que le preparan la hiel y vinagre; trata de metérseles en el pecho a los que le han de abrir el costado; toma el pan en las manos liberales que han de ser barrenadas con los clavos; alárgalas con liberalidad, cuando han de ser estiradas con crueldad; endulza con leche y miel aquellas bocas que han de escupir su rostro. Dime, ahora, pecador, ¿puédese imaginar mayor ingratitud que la tuya, ni mayor bondad que la del Señor? Coteja estos dos extremos y échate, a los pies de un tan buen hermano, reconociendo tu culpa, solicitando el perdón que no es posible te le niegue el que se te da todo en comida.

Punto 3.º

Olvidando antiguos agravios Josef, inventa nuevos favores, y cuando todo el mundo está pereciendo de hambre, dispone hacerles un banquete: «Comed -les dice-, que yo soy Josef, no enemigo, sino muy hermano vuestro; no enojado, sino misericordioso». Comían como hambrientos y Él les hacía plato, y cuando con sólo pan se contentaran para satisfacer su hambre, logran sazonados manjares para su regalo; no envidian el manojo superior, sino que gozan de sus frutos, y el Benjamín, sin culpa, como era lobo rapaz, tragaba al doble que todos.

¡Oh, tú que estás sentado a la mesa del Altar, reconoce tu buen hermano Jesús, que no sólo se convida, sino que se te da en comida; fíase de ti, pues se entra dentro de tu pecho y se mete en tus entrañas! Mira que no vuelvas a hacer traición, cometiendo nuevas culpas; come como hambriento y lograrás el regalo; que cuando los demás perecen de hambre, a ti te sobran las delicias; come con desahogo y confianza, que esa casa y esa mesa, siendo de Jesús tu hermano, tuya es, y te está diciendo: «Yo soy Jesús, a quien tú vendiste y perseguiste, no enojado, sino perdonador; acércate a Mí sin recelo y colócame en tus entrañas con amor».

Punto 4.º

Volverían los hermanos tan agradecidos cuan satisfechos, ya de los beneficios recibidos, ya de las injurias olvidadas. ¡Cómo irían por el camino celebrando su dicha, pues cuando temieron castigos experimentaron honras y favores! ¡Con qué diligencia caminarían a llevar las buenas nuevas a su padre, del hijo de Josef vivo, los que se las llevaron tan tristes algún día, de despedazado! ¡Cómo se congratularían con su buen padre de la recíproca dicha del hermano! ¡Y cómo alternarían con él las gracias y alabanzas al Cielo! Haríanse lenguas en repetir una y muchas veces el suceso, y no se contentarían con que lo relatase uno, sino que todos lo volverían a repetir.

Alma, más debe a quien más se le perdona. ¡Qué gracias debes tú rendir a un Señor que tantas veces te ha perdonado y sentado a su mesa! Lleva las buenas nuevas al Padre Celestial; lleguen hasta el Cielo los nuevos cánticos de tu agradecimiento, volviendo una y muchas veces a repetir tu dicha y a frecuentar la Mesa del Altar.

Meditación XII

Para recibir al Señor con la humildad del Publicano

Punto 1.º

Considera cómo se dispone este gran pecador para poder parecer ante el Divino acatamiento; previénese de humildad, todo lo que le falta de virtud; ahonda en el propio conocimiento, para poder llegar a la infinita Alteza; no halla en sí sino culpas y en Dios misericordias. «¿Quién soy yo», diría, «que me atrevo a entrar en la casa del Señor? ¡Yo tan malo, y Él tan bueno! ¡Yo abominable pecador, y Él tan amable Señor! Yo soy un vil gusano, y así iré rastrando por el suelo a su templo. ¿Todo lo habrá de poner el Señor de su casa, cuando yo nada tengo y nada puedo? Un monstruo he sido en el pecar, mas el Señor es un prodigio en el perdonar; confiado, pues, en su bondad, lo que confundido de mi malicia, aunque sea un polvo enfadoso, un lodo inmundo, tengo de entrarme hoy por las puertas de su casa». Encuentra al subir con un fariseo y confúndese más viéndose pecador, a vista de aquel que tiene por espejo de su virtud que de todo saca materia de humillación.

Pondera, ¡oh, tú que has de subir hoy al templo, no sólo a hablar con el Señor, sino a recibirle; no sólo a ponerte en su presencia, sino a ponerle dentro de tu pecho, siendo un tan gran pecador, con qué confusión debes llegar! No subas como fariseo, sino como humilde Publicano; no te muevas con el pie de la soberbia, sino ahondando en tu propia bajeza, confesando tu indignidad e invocando la infinita misericordia.

Punto 2.º

Entra en el templo temeroso el Publicano, que ya poco fuera reverente. Pero ¿qué mucho si ve temblar las mismas columnas del Cielo? Quédase lejos por humildad el que se alejó por el pecado, escoge para sí el ínfimo lugar, teniéndose por el mayor pecador; aun al Fariseo no se osa acercar, cuanto menos a Dios; busca un rincón del templo el que no osa parecer en el mundo, y aun ése le parece favorable favor; no se atreve a mirar al Cielo porque sabe pecó contra él; hiere el pecho con repetidos golpes, ya para castigarle culpado, ya para despertarle adormecido; llamando está a su corazón, y al Cielo, para ablandarles a entrambos. «Señor -dice-, sed propicio para mí, pecador, así como lo sois para todos», que fue decir: «Señor, yo soy el pecador, Vos el perdonador; grande es mi miseria, mayor es vuestra misericordia. Señor, gran perdón, según vuestra bondad, y según la multitud de vuestras conmiseraciones; borrad la multitud de mis pecados».

Contempla, alma mía, este ejemplar de penitencia: si este Publicano, aun de hablar con Dios desde lejos se juzga indigno, ¿cómo te has de llegar tú a recibirle? Él se queda en un rincón, ¿cómo te atreves tú a acercar al Altar? Él no osa abrir los ojos para ver a Dios, ¿y tú abres la boca para comulgar? Él hiere su pecho ante el Señor, ¿y tú le metes dentro de tu pecho? Él se aniquila pecador, ¿y tú, tanto mayor, no te confundes? ¿Qué haces que no das voces diciendo al Señor: «Sed propicio para mí también, aunque soy el mayor de los pecadores. Señor, grande es mi confusión, sea grande vuestro perdón. Señor, en mí está la miseria; pero en Vos la misericordia»?

Punto 3.º

¡Oh, poderosa humildad! Contempla cuán agradable es a Dios: no parecía tener cosa buena el Publicano sino la humildad, ni otra mala el Fariseo sino la soberbia, y aquélla agradó tanto al Señor que le atrajo a donde estaba, y ésta le ofendió de suerte que de todo punto le ausentó. Echó la altivez al Fariseo del más alto lugar, y la humillación realzó al Publicano del más bajo; que no es nuevo en la soberbia hacer de ángeles demonios, así como en la humildad hacer de pecadores ángeles. Ya mira el Señor al que no le osaba mirar, y aparta sus ojos del que se complace en sí mismo; ocupa la divina gracia aquel pecho que ocupó la confusión, y es admitido de los ángeles el que es desechado del Fariseo. Hállase el Publicano con su Dios y Señor dentro de sí por la gracia, ya le hospeda en su corazón. ¡Qué contento le adora, qué afectuoso le abraza, qué dichoso le goza!

Alma, llega con tu humildad al Altar, que así quiere el Señor ser recibido; no hay mayor agasajo para tanta alteza que el conocimiento de tu bajeza; asístele con encogimiento y gozarás con más dicha; aniquílate tú para engrandecerle a Él; desprecia tu nada y lograrás el todo.

Punto 4.º

¡Qué contento bajaría el Publicano como tan bien despachado! Subió lleno de dolor, y baja lleno de consuelo. Poco habló al pedir; mucho, sí, al agradecer. Si antes confesara sus culpas, pregona ya las misericordias del Señor. Dábale saltos de contento el corazón que recibió tantos golpes de penitencia, no cabiéndole en el pecho ahora de gozo, ni antes de sentimiento, y es sin duda que no volvería por el mismo camino, sino por el de la virtud, a la inmortal corona.

¡Oh, tú que has comulgado!, da gracias al Señor, como el Publicano, y no con el Fariseo, de las culpas perdonadas, no de las virtudes presumidas; no blasones merecimientos; agradece, sí, misericordias; vuelve de la Sagrada Comunión muy otro, y por diferente camino; no sea por el mismo, porque no te vuelvan a emprender tus pasiones que te aguardan, ni los vicios pasados, que están a la espera; y si el venir fue llorando, el volver sea cantando, con el manojo del Pan del Cielo; da gracias, pues recibiste perdones, y ensalza a un Señor que pone sus ojos en los humildes.

Meditación XIII

De la magnificencia con que edificó Salomón el templo, y el aparato con que le dedicó, aplicado a la Comunión

Punto 1.º

Considera la majestuosa grandeza del templo de Salomón. No quiso el Señor se lo erigiese el belicoso padre, sino el hijo pacífico y sabio, que es de sabios amar la paz. Siete años tardó en construirle, empleando su sabiduría, que fue la mayor, y su poder, que fue igual; y toda esta magnificencia, riqueza, artificio, ornato y majestad, fue para colocar una Arca que no era más que sombra, una figura, una representación de este Divinísimo Sacramento.

Pondera tú hoy, que has de colocar en tu pecho, no la sombra, sino la misma luz; no la figura, sino la misma realidad; no el Arca del Testamento, sino al mismo Dios y Señor Sacramentado: ¿Qué templo de devoción deberías tú construir? ¿Qué Sancta Sanctorum de perfección y santidad en medio de tu corazón? Si Salomón gastó siete años en edificar el Templo material, emplea tú siete horas siquiera en preparar tu alma, cuando fuera poco toda una eternidad. Compitan con las piedras finas las virtudes; suceda al oro brillante la encendida caridad; truéquense las maderas olorosas en fragantes oraciones, los aromas en suspiros, y campee, no ya la sutileza del arte, sino la hermosura de la gracia.

Punto 2.º

Llegó el festivo día, tan venerado como deseado, de la dedicación del Templo; concurrió toda Israel a hospedar y a cortejar su gran Dios: venían todos vestidos de gala y revestidos de devoción; ardían las víctimas a par de los inflamados corazones; como era fiesta común de todos, participaron todos, grandes y pequeños, pobres y ricos, del universal consuelo. Pero entre todos se señaló el religioso príncipe, dando a todos ánimo y ejemplo. Hincó en tierra ambas rodillas, y fijó ambos ojos en el cielo, lastrando con humildad el vuelo de su oración, y fue tan eficaz que atrajo al Señor con sus plegarias. Llenose el Templo en una oscura niebla, decente velo a la inaccesible majestad increada. Sintiéronse todos bañados de consuelo y reconocieron presente la gloria de su Dios y Señor.

Alma, ¿qué festivo aparato previenes tú el día que comulgas? Advierte que se consagra en templo tu pecho, y en morada del mismo Dios. Acudan todas tus potencias a la gran solemnidad; sea tu corazón el Sancta Sanctorum animado donde estén aleando el Entendimiento, querubín admirado, y la Voluntad, serafín encendido. Jubile tu interior a su santo nombre y cante la lengua sus alabanzas; alerta, que desciende el Señor cubierto de la niebla de los accidentes, a lo íntimo de tus entrañas.

Punto 3.º

Entre gozoso y atónito el sabio rey, exclamó con aquellas memorables palabras, dignas de ser repetidas de todos los que comulgan: «¿Qué, es posible -dice- que esté en la tierra el Señor? Aun el imaginario espanta. ¿Dios en el suelo cuando no cabe en el Cielo? El Cielo es corto, ¿qué será esta casa?»

¡Oh, con cuánta mayor razón podrías tú dar voces el día de hoy, que has hospedado al gran Dios de Israel en tu mismo pecho, y decir: «¿Qué, es posible que mi gran Dios se digne venir a mí, y que el Inmenso quepa en mi pecho? Vere, de verdad, que le encierre yo en mis entrañas. ¡Super terram! ¿Dios, y en la tierra? ¿Dios, y en un corazón tan terreno como el mío, amasado de lodo?» Saca una humilde confusión, un religioso pasmo y un reconocido agradecimiento.

Punto 4.º

Cuando parecía haberse desempeñado el sabio rey con tan relevantes obsequios, se reconoció más obligado con tan especiales favores del Señor, que, en competencias de dar, siempre salió vencedor. Vio logrado Salomón su trabajo, pues tan honrado con la especial asistencia de Dios era sabio, y así sería reconocido; tantas voces como tantas veces resonaron en aquel Templo, fueron otros tantos agradecimientos. No se hablaba de otro en toda la Idumea, ni aun en toda la redondez del universo, siendo tan ensalzado cuan conocido el nombre del gran Dios de Israel.

Pondera tú, que hoy has recibido tantos favores del Señor, y al mismo Señor de los favores, cuán empeñado quedas en celebrarle y servirle: sé agradecido, si eres sabio; resuenen los ecos de tu corazón en las alabanzas de tu lengua; no se te oiga hablar sino de Dios el día que le consagraste el templo de tu pecho, y sobre todo guarda de profanarle, ni con pensamientos, ni con palabras, ni con obras: sea un Sancta Sanctorum de perfecciones donde arda siempre el fuego del amor.

Meditación XIV

De la fuente de aguas vivas que abrió el Señor en el corazón de la Samaritana, aplicada a la Sagrada Comunión

Punto 1.º

¡Oh mi buen Jesús, Dios mío y Señor mío, qué sediento que camináis en busca de una mujer tan satisfecha de sus delitos! Vil, sí; desdichada, no, pues topa con el manantial de las dichas. ¡Oh, cómo se os conoce, Señor, lo que estimáis las almas, y que por una sola lo hubiérades hecho lo que por todas! ¿Qué mucho vengáis a buscarla desde lejos, si descendisteis ya del sumo Cielo? No me admiro de veros sudar hilo a hilo, pues algún día sudaréis sangre, y correrán arroyos de ella de vuestras llagas, pero ¡qué olvidada la Samaritana de Vos, y cuán en la memoria la tenéis, y aun en el corazón! Ignorante ella de los eternos bienes, hidrópica de sus gustos perecederos, solicita los aljibes rotos, y deja la fuente de aguas vivas. ¡Qué poco se pensaba hallar la verdadera dicha, que no piensa sino en hallarla a ella! Venía en busca del agua, símbolo de los fugitivos contentos, y halló la vena perdurable de la gracia.

¡Oh alma mía, y cómo que te sucede hoy lo mismo! Tú andas perdida en busca de los deleznables contentos, y el Señor te está esperando, si no en la fuente de Jacob, en la del Altar, verdadero y perenne manantial de su sangre y de su gracia. Ea, llégate sedienta a aquellas cinco fuentes de salud; déjate hallar de quien te busca, logra la ocasión, y apagarás la sed de tus deseos. Saca un verdadero conocimiento de su misericordia y tu miseria, de tu olvido y su cuidado.

Punto 2.º

Comienza a disponerla Cristo para hacerla capaz de sus infinitas misericordias; entra pidiendo para dar, y pídela una gota de agua, Él, que ha de verter toda su sangre por ella, empéñase en pedir poco para dar mucho. ¡Oh, qué sed tiene de dar! ¡Qué deseo de comunicar sus celestiales dones! Con deseo he deseado, dice el mismo Señor, hambriento de nuestra hartura; agua pide, mas es de lágrimas que limpien el alma, que blanqueen la conciencia, donde se ha de hospedar; sed tiene de que apaguemos la nuestra.

Advierte, alma, que el mismo Señor, real y verdaderamente en este Divinísimo Sacramento, te está diciendo a ti: «Alma, dame de beber, lágrimas te pido; compadécete de mi sed que me duró toda la vida; no me des la hiel de tu ingratitud ni el vinagre de tu tibieza; venga una lágrima siquiera derramada por tantas culpas; ábranse esas fuentes de tus ojos, cuando en diluvios se te comunican las de mi sangre». Bríndale a tu Redentor con lágrimas de amargura, para que Él te anegue a ti en abismos de dulzura; saca un gran desprecio de los mundanos deleites y una gran sed de los divinos contentos, para gozar eternamente de esta perenne fuente de la gracia.

Punto 3.º

Niega la vil criatura, no menos que a su Criador, una gota de agua que la pide. ¡Hay tal ingratitud! Pero está tan lejos el Señor de desampararla, que antes toma de aquí ocasión para favorecerla; juzga la Samaritana que tiene bastante fundamento para negarle un poco de agua, así como todos los que se excusan de servirle. Replica Jesús, olvidado de sus deservicios, instando en nuestros bienes. «¡Oh, mujer, si conocieses el don de Dios, y para ti, y en esta sazón! ¡Si supieses con quién hablas! Conmigo, fuente perenne de todos los bienes, mina de los tesoros, manantial de los verdaderos consuelos; como tú me pedirías a Mí, y Yo a ti te franquearía, no una gota de agua, sino una fuente entera de dichas y misericordias, que da saltos hacia el Cielo y llega hasta la vida eterna».

Oye, hija; inclina, alma, tu oreja, que el mismo Señor desde el Altar te dice a ti lo mismo. ¡Oh si supieses, oh si conocieses este don de dones, esta merced de mercedes que hoy recibes cuando comulgas! ¡Si supieses quién es este gran Señor que encierras en tu pecho! Tu único bien, todo tu remedio, tu consuelo, tu felicidad, tu vida y tu centro; el que sólo puede llenar tu corazón y satisfacer tus deseos, ¡cómo que le pedirías este pan de vida, cómo frecuentarías con más fervor la fuente de las gracias, la mesa del Altar! Aviva tu fe, alienta tu amor y échate de pechos sedienta en esta copiosa fuente de su sangre, bebe hidrópica de sus llagas y llénate, alma, de Dios.

Punto 4.º

En habiendo conocido la Samaritana a su Criador y Redentor, ¡qué gozosa parte, hecha de pecadora predicadora! No vuelve las espaldas a la fuente ingrata, sino que parte para volver otra y muchas veces agradecida; va a comunicar su bien comunicado, a pagar en alabanzas sus misericordias, a congratularse de su dicha. Entra por su pueblo pregonando a voces el hallado Mesías; no la cabe el contento en el pecho, y así rebosa en los prójimos primicias de su caridad; convoca, no ya siete solos para la ofensa, sino todos para el obsequio.

Pondera, alma, cuánto más agradecida te debes tú mostrar a este Señor, que no ya una fuente de agua, sino todas las cinco de su preciosa sangre te ha franqueado hoy, quedando tú bañada en el abismo de sus misericordias; sele reconocida, y serás agradecida; hazte pregonera de sus dones, comunicando a todos y con todos esta dicha, que por esto se llama Comunión.

Meditación XV

Para comulgar con la reverencia de los serafines del trono de Dios

Punto 1.º

Contempla aquella inmensa majestad del infinito y eterno Dios, que si no cabe en los cielos de los cielos, cuánto menos en la tierra de la tierra; atiéndele rodeado de las aladas jerarquías, asistido de los cortesanos espíritus, amándole unos, contemplándole otros, y todos alabándole y engrandeciéndole. Aquí sí pudiera desfallecer tu alma con más razón que la otra reina del Austro en el palacio del Salomón terreno; vuelve luego los ojos de la fe a este Divinísimo Sacramento, y repara que el mismo Señor, real y verdaderamente que allí ocupa aquel majestuoso trono de su infinita grandeza, aquí se cifra en esta Hostia con amorosa llaneza; allí inmenso, aquí abreviado; allí conciliándole reverencia su majestad, aquí solicitándole finezas su amor.

Considera si hubieras de llegar por medio de los coros angélicos, rompiendo por aladas jerarquías, haciéndote calle a un lado y otro los querubines y serafines, ¡con qué temor procedieras, con qué encogimiento llegaras! Pues advierte que al mismo Dios y Señor vas a recibir hoy, por medio de las invisibles jerarquías. Repara con qué preparación vienes, con qué alas de virtudes te acercas, y sea émula tu preparación, de los querubines en el conocer, y de los serafines en el amar.

Punto 2.º

Estaban los abrasados espíritus tan cercanos a la infinita grandeza, que la asistían en el mismo trono, aunque aleando siempre, por acercarse más, que quien más conoce a Dios, más le desea; abrasándose están en el divino amor, y por eso los más allegados, que el amor no sólo permite, pero une; mucho aman y mucho más desean.

Pondera aquí, ¡oh, alma mía!, tu tibieza; carea con aquel fuego tu frialdad, y di, ¿cómo te atreves a llegar a un Dios, que es fuego consumidor, tan poco fervorosa? Aleen tus potencias el entendimiento por conocerle, tu voluntad por amarle, y después de mucho, más y más, que lo que no consiguen los espíritus alados con su grandeza, consigues tú con tu vileza, pues no sólo se te permite asistir al Señor, batiendo las alas, sino tocándole con los labios, paladeándole en tu boca, hasta meterle dentro de tu pecho. Si a los serafines se les concede el asistir en el trono de Dios, a ti que el mismo Dios asista dentro de tus entrañas; poco te queda que envidiarles: el conocimiento, no la dicha; la estimación, que no el favor.

Punto 3.º

Velaban sus rostros los amantes espíritus, corridos de no amar a su Dios y Señor tanto como debían, tanto como quisieran, de que no llegase su posibilidad donde su afecto; hacían rebozo con las alas a su empacho, si ya era velo a su reverencia; asistían avergonzados de su cortedad, cuando confundidos de tan inmediata asistencia; cubren también los pies, acusándolos de tardos, en cotejo de sus alas, y en ellos sus detenidos afectos.

¡Oh, alma perezosa! Pondera que si los serafines se recatan indignos de parecer ante la inmensa grandeza de Dios, y la recelan cara a cara, tú, tan llena de imperfecciones, ya que no de culpas, tan helada en su divino amor, tan tibia en su divino servicio, ¿cómo no te confundes hoy de llegar a recibirle, sirviéndole de trono tu corazón? Los serafines acusan sus pies hechos a pisar estrellas, y tú, con pies llenos del cieno del mundo, cubiertos del polvo de tu nada, ¿cómo osas acercarte? Avergüénzate de tu vileza, y sola la benignidad de este Señor Sacramentado baste a alentar tu indignidad; suple con humillaciones lo que te falta de posibilidades, para poder lograr tan grandes favores.

Punto 4.º

Reconociendo los serafines su dicha, no cesaban de alabar la divina grandeza: noche y día repetían el Santo, Santo, que es el blasón divino; a coros le entonaban, provocándose unos a otros a los aplausos eternos; libraban en proseguidos cánticos, debidos agradecimientos, y eternizaban en continuas voces los favores del Señor.

Aprende, ¡oh, alma mía!, de tan grandes maestros del amar, el saber agradecer; sean émulos de sus incendios tus fervores; corresponda a su asistencia tu atención, y si tu incapacidad te detuviere, tu dicha te adelante; compitan a finezas de amor, extremos de humildad; a la alteza de tu vuelo, el retiro de tu bajeza, recambiando en gracias los favores, y las misericordias infinitas en alabanzas eternas por todos los siglos de los siglos. Amén.

Meditación XVI

Para comulgar en un convite descubierto

Punto 1.º

Considera el que está convidado a la mesa de un gran príncipe, cómo se previene, de modo que pueda lograr la ocasión; no se sacia primero de viles y groseros manjares el que los espera exquisitos y preciosos; consérvase ayuno dando filos al apetito, y hace algún ejercicio para hacer ganas; llega con saliva virgen guardando el hambre, y aun llamándola para su sazón, come a deseo, y éntrale en provecho.

¡Oh, tú que estás hoy convidado al mayor banquete del mayor Monarca, pondera cómo aquí todo deja de ser grande y pasa a infinito: el Señor que convida y el convite; sólo el convidado es un gusano, y para ti se prepara toda la infinidad de Dios en comida, toda la grandeza del Cielo en regalo, que si el Pan es de los ángeles, la vianda es el mismo Señor! Llega con el interior vacío de todo a recibir un Dios que todo lo llena, no te sientas ahíto de las cebollas del mundo, a comer el Pan del Cielo, que en vez de darte vida te causará la muerte; ven ajeno de toda culpa al convite que tiene por renombre buena gracia. No comas del manjar con frialdad, que es sobresustancial, y no te entraría en provecho; sazonado, sí, al fuego de una fervorosa oración, y advierte que la devoción es el azúcar de este sabroso manjar blanco.

Punto 2.º

Acostúmbrase en los convites ir descubriendo los platos para que los convidados vayan eligiendo conforme a su gusto y comiendo al sabor de su paladar; pero cuando es un suntuoso banquete en que se sirven muchas y exquisitas viandas, dásela a cada uno de los convidados una memoria de todos, para que sepan lo que han de comer y guarden el apetito para el plato que llaman suyo, del que gustan más, para que vayan repartiendo las ganas y se logre todo con sazón.

¡Oh, tú que te sientas hoy al infinito regalado banquete que celebra el poder del Padre, que traza la sabiduría del Hijo, que sazona el fuego del Espíritu Santo! Advierte que están cubiertos los preciosos manjares entre accidentes de pan; llegue tu fe y váyalos descubriendo y tú registrando, para que sabiendo lo que has de comer lo sepas mejor lograr. Un memorial se te dará de las milagrosas viandas: Memoriam fecit mirabilium suorum. Léelo con atención, y hallarás que dice: Aquí se sirve un cordero de leche virginal sazonado al fuego de su amor. ¡Oh, qué regalado plato! Aquí un corazón enamorado de las almas. ¡Oh, qué comida tan gustosa! Una lengua, que aunque de sí mana leche y miel, pero fue aheleada con hiel y con vinagre. Mira que la comas de buen gusto, pues unas manos y unos pies traspasados con los clavos, no son de dejar; ve de esta suerte ponderando lo que comas y repartiendo la devoción.

Punto 3.º

De gustos, ni hay admiración ni disputa; unos apetecen un plato y otros otro; cuál apetece lo dulce de la niñez de Jesús, y cuál lo amargo de su pasión; éste busca lo picante de sus desprecios, aquél lo salado de sus finezas; cada uno según su espíritu y aquello le parece lo mejor; y de la manera que los que comen el manjar material se van deteniendo en aquello que van gustando, «no vamos aprisa -dicen-; rumiemos a espacio, masquemos bien y nos entrará en provecho»; así acontece en este banquete Sacramental: unos se van con el amado discípulo al pecho de su Maestro, y como águilas se ceban en el amoroso corazón; otros con la Magdalena buscan los pies, donde hallan el pasto de su humildad; cuál, con el dulcísimo Bernardo, al costado abierto, y cuál, con Santa Catalina, a la cabeza espinada; ni falta quien le hurta a Judas el carrillo indignamente empleado, y que no le entró en provecho, porque llegó ahíto de maldad.

Llega tú al banquete, ¡oh, alma mía! y cébate en lo que más gustares, aunque todo es bueno y todo bien sazonado, así tú lo comieses con bien dispuesto paladar; come como ángel el pan de los ángeles; come como persona, considerando, y no como bruto, no agradeciendo; mira que donde está el Cuerpo del Señor, allí se congregan las águilas reales.

Punto 4.º

Quedan sobre mesa los gustosos convidados, conversando con el Señor del convite, y celebrándole los manjares, que no es la mejor paga el agradecimiento; éste alaba un plato y aquél otro, cada uno según el gusto que percibió; ponderan la abundancia, alaban la sazón, admiran el regalo, agradeciendo éste, y obligando al Señor del convite para otro.

Alma, mucho tienes tú aquí que celebrar: alaba a Dios, pues comiste a Dios, ríndele eternas gracias por un manjar infinito; quédate en oración, que esto es quedar conversando con el Señor del convite sobre mesa; muestra el buen gusto que tuviste en comerle, en el saber celebrarle. Has de llegar cada vez a esta mesa con una de estas consideraciones: hoy me como el sabroso corazón del Corderito de Dios, otro día sus pies y manos llagadas, que aunque lo comes todo, pero hoy con especial apetito aquella cabeza espinada, y mañana aquel costado abierto, aquella lengua aheleada, que cada plato de estos merece todo un día y aun toda una eternidad.

Meditación XVII

Para recibir al Señor con el deseo y gozo del santo viejo Simeón

Punto 1.º

Represéntate como si vieras aquel agradable espectáculo del Templo: mira con qué gracia entra en él la Fénix de la pureza y trae dos palomillas sin hiel; sale a recibirle un cisne que, a par de las corrientes de sus dos ojos, canta dulcemente su muerte; ni falta una viuda tortolilla, que ya no gime su soledad, sino que profetiza su consuelo; todas estas aves unas cantan, otras arrullan al salir el alado Sol Divino que trae la salud en sus plumas, llenando de luz y de alegría todo el universo. Considera cómo se preparó el santo Simeón para recibir al Señor en sus brazos este día; no se dice que era anciano, sino justo, y temeroso del Señor, que en su Santo servicio no se cuenta por años, sino por méritos; con razón temeroso que quien ha de recibirle, ha de temerle; no tiemblan sus brazos tanto de vejez cuanto de recato, regidos de su delicada conciencia. ¡Oh gran disposición! Hospedar antes en su alma al Divino Espíritu, para recibir después en sus brazos el Encarnado Verbo; oyó las respuestas de la una persona divina, para lograr los favores de la otra.

Pondera tú, alma, que has de recibir hoy al mismo Niño Dios, no fajado entre pañales, cubierto sí de accidentes, cómo te has de preparar toda la vida, si el santo Simeón, para llegársele cuando mucho a su regazo, así se ejercita en virtudes tantos años; cómo tú, ni aun oras para meterle dentro de tu pecho. Él para sólo un día se prepara tantos, ¿y tú para recibirle tantos, no te preparas un día?

Punto 2.º

Iba marchitándose su vida y reverdeciendo su esperanza; cumpliole el Cielo su palabra mejor que el mundo las suyas; llegó al templo al punto que rayaba la aurora, y abriendo los ojos cansados de llorar, reconoció el Sol Divino entre los arreboles de su humanidad; no se contentaría con mirarle una vez, quien le había deseado tantas; miraba aquella tierna humanidad y admiraba la divinidad; veía un niño chiquito y adoraba un Dios infinito; veneraba un infante de pocos días, el Príncipe de las eternidades.

Conoce, alma, que al mismo Niño Dios vas tú a buscar hoy al templo; mira si te guía el Divino Espíritu o si te lleva la costumbre; abre bien los ojos a la fe y verás un encuentro de maravillas en una pequeña Hostia, un Dios inmenso, cubierta de accidentes una sustancia infinita; recibirás en un bocado todo el Cielo, y hecho pan cotidiano el Dios Eterno.

Punto 3.º

No se contenta ya con verle el santo viejo; va adelantando con el favor la licencia, trueca el temor en finezas, alea el blanco cisne con santa candidez, por acercársele más; contentábase antes con verle, ya pasa de abrazarle. Pide a la Virgen se le permita un rato, quien desea toda una eternidad; concédesele liberal la que ruega con Dios a todos. Tomole entre los brazos, que fue abarcar todo el Cielo; con que no se celebre ya el enigma de ver dos varas de Cielo, sí el ver hoy todo el Cielo en dos varas; accepit eum in ulnas suas. Transformose al punto de cisne en serafín, alternando lágrimas con incendios. ¡Qué abrazos le daría! ¡Qué ternuras le diría! Y pareciéndole no tenía más que ver, trata de cerrar los ojos; no teniendo más que desear, pide licencia de morir, pues el dejarlo de sus brazos ha de ser dejar la vida.

Alma, reconoce aquí tu dicha, y sábela lograr; el mismo Cristo del Señor tienes contigo, no sólo entre tus brazos, sino dentro de tus entrañas; no apretado al seno, sino dentro de tu pecho; no sólo se te permite adorarle y besarle como a Simeón, sino comerle, y tragarle, y sustentarte con Él; ésta es tu dicha, cuál debe ser tu consuelo; éste es el favor de tu Dios, veamos cuál es tu amor. ¿Qué puedes ya desear en esta vida, habiendo llegado a comulgar? Pide el morir al mundo y vivir a Dios; no a la carne, sino al espíritu, y sea de hoy más tu conversación en el Cielo.

Punto 4.º

Viose el santo Simeón muy obligado con el favor divino, pero con poca vida para el agradecimiento, y faltándole las fuerzas para rendir las debidas gracias, escoge rendir la vida. No pudo contenerse que no pregonase las divinas misericordias, y cantolas dulcemente como divino cisne, despidiéndose de todo lo que no es Cielo, de todo lo que no es Dios, y no quedándose con él contento a solas, propónele a todos los pueblos, comunícale a todas las gentes, por lumbre de los ojos todos y gloria del pueblo de Israel.

Imítale tú, que hoy has comulgado, en lo agradecido, ya que le excedes en lo dichoso, que él sólo llegó a tener una vez al Niño Dios en sus brazos, y tú tantas veces en tu pecho; no estimas, si no agradeces; no sientes, si no exclamas prorrumpiendo en nuevos cánticos, émulos de este dulcísimo cantor, que al cerrar sus ojos a todos los bienes terrenos, abre sus labios a las divinas glorias; cierra el corazón al mundo, y ábrele de par en par a sólo Dios, confesándole con todo él, en el concilio de los justos, en la congregación de los buenos.

Meditación XVIII

Para recibir al Señor en las tres salas del alma

Punto 1.º

Reconoce la majestuosa grandeza del Inmenso Huésped que hoy esperas, y sabrás cómo le has de recibir y de qué suerte le debes cortejar; sea en emulación de aquellas tres ricas salas del otro celebrado Monarca, que dicen se van excediendo al paso que en el número en la preciosidad, siendo la primera de acendrada plata, la segunda de refulgente oro y la tercera de brillantes piedras preciosas; mas con ser tan relevantes los quilates de su materia, los deja muy atrás los primores de su artificio, y porque se compitan el saber con el poder, según la calidad de los huéspedes, así son recibidos en diferentes salas: los nobles en la de plata, los grandes en la de oro, y los príncipes, en la de piedras preciosas.

Pondera tú, ahora, alma mía, en cuál de estas salas has de recibir un Señor para quien son poco las alas de los querubines, corto el trono de los serafines y estrecho el Cielo de los Cielos. ¿Por ventura, en un entendimiento ilustrado, en una voluntad inflamada, en una memoria agradecida? Poco es esto. ¿En un pecho fervoroso, en unas entrañas enternecidas, en un corazón enamorado? Todo es nada. ¿En un grado de perfección mucho mayor que el otro, subiendo de virtud en virtud? Todo no basta. Pues ¿qué harás? Revístete, como dice el Apóstol, del mismo Señor, transfórmate en Él, y sea la una la Comunión aparejo para la otra.

Punto 2.º

Comulgan algunos fieles recibiendo al Señor en la primera sala, en la de plata, pero no pasan de allí; conténtanse con estar en gracia, no aspiran a mayor perfección: mucho es de estimar esta limpieza de conciencia, esta pureza de alma, que un corazón contrito y martillado a golpes de penitencia nunca fue despreciable al Señor.

Procura tú, ¡oh alma mía!, en primer lugar esta blancura de la gracia, esta pureza de la justificación; lava las manchas de las culpas con el agua fuerte de las lágrimas; no quede borrón alguno que pueda ofender los ojos purísimos de un huésped que tiene por renombre el Santo. Pero tú, alma, no te contentes con esta anchura, más de conciencia que de espíritu; más cortejo es menester, así de devoción como de perfección.

Punto 3.º

Más atentas y más puras otras almas, se disponen para recibir este gran Rey Sacramentado en la sala de oro de una encendida caridad: sea fragua el corazón para un Dios que viene a pegar fuego, y pues lo es consumidor, consuma imperfecciones y abrase corazones. Esté el alma que comulga hecha un cielo y en competencia del mismo infierno, diga: Más y más arder, más y más amar. Sea fuerte como la muerte la dilección, y la emulación del amor, dura como el infierno; más y más gozar, más y más arder.

Pondera si has recibido hasta hoy este Inmenso Huésped en esta sala de oro del amor perfecto; derrítase ya helado de tu corazón; a vista de este amoroso fuego conviértanse en ascuas de oro tus tibiezas, inflámese la voluntad, arda el afecto y resplandezca una intensa afición a Jesús Sacramentado.

Punto 4.º

Aún no basta esto, más adelante ha de llegar un alma a hospedar el Señor en la sala de las piedras preciosas, y si es posible, de estrellas, esmaltando el oro de la caridad con todas las demás virtudes. Reciben al Señor algunas almas entre resplandecientes diamantes de fortaleza, con propósito eficaz de antes morir que cometer la menor imperfección advertidamente; entre esmeraldas de esperanza y paciencia, no sólo sufriendo las adversidades con resignación, pero con gozo y consuelo; entre topacios de mortificación en todas las cosas y en todo tiempo; entre perlas netas de angélica pureza; entre resplandecientes carbunclos de la mayor gloria de Dios; entre encendidos rubíes de hacer siempre lo más perfecto; entre lucientes piropos hechos llama a fuer de serafines, nunca cesando de aspirar a más amor, a más conocimiento.

¡Oh, si tú le recibieses, alma mía, en esta sala y con esta perfección, colmada de virtudes, rebutida de finezas, toda endiosada y transformada en el Señor! Amén.

Meditación XIX

Del convite de los cinco panes, aplicado a la Sagrada Comunión

Punto 1.º

Meditarás cómo siguen al Señor, no sólo los hombres robustos, sino las mujeres delicadas y los niños tiernos, que de todos es el servir a Dios y el reinar con Él; gustan tanto de oír su celestial doctrina, que no se acuerdan de la material comida; preceden tres días de ayuno, para que logren con más gusto el milagroso manjar; sea el hambre su sazón, entre en estómagos puros desembarazados de las terrenas viandas; en un desierto les para la mesa el Señor, que no en el bullicio de las plazas.

Advierte, alma, que si toda esta preparación fue menester para aquel milagroso pan, ¿cuál será bastante para haber de llegar a comer el pan que bajó del Cielo, el pan sobresustancial? Preceda la abstinencia de los viles mundanos manjares para llegar con el paladar virgen, con el estómago desembarazado; abra el apetito el ejercicio de las virtudes, la fatiga de la mortificación; haya mucho retiro de los hombres para gustar el pan de los ángeles; trate con Dios quien ha de comer a Dios. Toda esta preparación debes traer para lograr el divino pan, con gran gozo de tu espíritu, con provecho de tu alma.

Punto 2.º

Cuida el Señor de los que de sí descuidan, prueba su fe y corona su confianza; después de haberles dado en primer lugar el sustento del alma en doctrina, acude al del cuerpo en comida, y el que así provee los más viles gusanillos de la tierra, no olvidará los hijos de sus entrañas; consulta con los Apóstoles, ministros de la mesa, dispensadores de su gracia. Hallose un niño que traía cinco panes y dos pescados; niño había de ser, porque es tan novicia la tentación de la gula, cuan veterana la de la vanidad; sería prevención de algún discípulo para el celestial Maestro, que no admite otro regalo sino un pan de cebada, el que con tanta largueza provee a todas sus criaturas.

Pondera, ¡oh alma!, que no te cueste a ti tanto como a éstos el maná celestial; no el salir a los desiertos, no el cansarse y sudar, que en todas partes le tienes; mas si este pan se hubiera de comprar, díganos San Felipe lo que costaría; pero no se compra a precio de ducados, sino de afectos y deseos; de balde se da; conoce y estima tu dicha, pues te regala el Señor, no con sólo pan, sino con su mismo Cuerpo y Sangre, que son las delicias de los reyes.

Punto 3.º

Estaba el Señor en medio de aquellas campañas, coronado de la infinita multitud de gentes, hecho centro de su confianza y blanco de su mira. Manda a sus Apóstoles les hagan sentar para que coman con concierto y con sosiego, y que sea sobre el heno, no tanto para la comodidad, cuanto por el desengaño de la fragilidad humana; toma un pan en sus manos y fija los ojos en el cielo, enseñándonos a reconocer todo nuestro bien de allá; échale su bendición, pártele, y vase multiplicando en millares; parecían sus dos manos dos perennes manantiales de pan, que no se daban manos los Apóstoles a repartir tantos como de ellas salían. El pan era milagroso, sería sazonado. Aquellos convidados hambrientos, ¡con qué gusto lo comerían, tan admirados del prodigio cuan gustosos del regalo!

Imagínate hoy convidado del mismo Señor, en medio de las campañas de la Iglesia, y que entre la infinita muchedumbre de los fieles llegas a participar del milagroso pan. Pondera cuánto más delicioso y más sabroso es el que tú comes, que si aquello fue por salir de las manos de Cristo, en éste están contenidas sus milagrosas manos; comían ellos el pan del Señor, tú te comes al Señor del pan; comían el pan de aquellas manos, y tú te comes las manos de aquel pan; cómele con gana, pues se te da con fineza; recíbele con frecuencia, pues se comunica con abundancia, y si un bocado de aquel pan milagroso lo comieras con indecible gusto, logra éste, tanto más sabroso, cuanto sabe todo a Dios.

Punto 4.º

Quedaron tan agradecidos los bien satisfechos convidados que trataron de levantar a Cristo por su rey, que a obras tan de príncipe corresponden agradecimientos muy vasallos; experimentáronles ya médico, ahora le reconocen padre, con la casa llena de pan; parecioles que era nacido para su príncipe, y no se engañan, que no se hallará otro, ni de más largas manos ni de corazón más grande.

Alma, ¿qué agradecimiento muestras tú a un Señor que así te ha proveído de comida, no para un día solo, sino para toda la vida? ¿Qué veces le has experimentado médico? ¿Qué de veces le has hallado padre? Júrale hoy por tu Rey y tu Señor, ofrécele eterno vasallaje, renuncia las tiranías de Satanás, muera el pecado y viva la gracia, rindiéndolas a la infinita Majestad, por todos los siglos de los siglos. Amén.

Meditación XX

Del panal de Sansón aplicado al Sacramento

Punto 1.º

Atiende cómo precedió el desquijarar primero un león, para hallarle en su boca, después, el sabroso panal; que es menester vencer las dificultades antes, para lograr después el fruto de las victorias; convirtiose lo áspero de la mortificación en lo suave del premio, que así acontece cada día en el ejercicio de las virtudes; truécase la paciencia en sosiego, el llanto en risa, la aflicción en consuelo, el ayuno en salud del cuerpo y el alma, y todas las demás virtudes que parecían leones, llegadas a gustarse, fueron sabrosos panales. Pero ¡qué bien se dispuso Sansón para conseguir el premio! ¡Qué animoso en la pelea! ¡Qué callado en la hazaña! ¡Qué liberal del bien hallado! Merece con razón lograr dulzuras.

Entiende, alma, que si has de gozar hoy de aquel divino panal, tanto más sabroso cuanto más prodigioso, pan de los Ángeles y panal que las abejas del Cielo han sazonado, guardado en la cera virgen, escogido entre millares, entresacado de las flores de las virtudes, que debes primero disponerte para pelear no menos que con leones; que has de desquijarar el vicio rey, el que en ti prevalece, el que tantas veces te ha ultrajado.

Punto 2.º

Saltéale la coronada fiera en el camino donde suelen temer los cobardes y volver atrás en lo comenzado, pero animoso el Nazareno, como tan mortificado, acostumbrado ya a vencer dificultades, apechuga con él, que importa mucho la valiente resolución de coger por las gargantas el león, y por las gañas el pez; desquijárale en castigo de su intento, que tiraba a tragarle.

Advierte, ¡oh tú que tratas de seguir el camino de la virtud, de frecuentar la Sagrada Comunión!, que se te han de ofrecer espantosas dificultades: intentará tragarte el león infernal por la culpa, antes que llegues tú a comer aquel panal, lleno de la dulce miel de la divinidad, y ya que no te pueda impedir tu buen intento, te procurará distraer para quitarte la dulzura de la devoción, para resfriar el fervoroso apetito. Serás más tentado el día de la Comunión; procura no ser vencido, y con valiente resolución trata de atropellar todas las dificultades.

Punto 3.º

Repite Sansón aquel camino y va en busca del león para revocar el gozo de su victoria; solicitaba lo fuerte y halló lo dulce; creyó topar con un león y se encontró con un panal de miel; aquí gozoso, depuesto lo admirado, no le extraña con horror, ni hace desprecio con reparo, antes bien, sacándolo de las mismas gargantas de la fiera, lo traslada a su paladar; percibió luego la dulzura y comenzó a saborearse con él gozando del fruto de su trabajo; convidó a su madre y a los que le acompañaban, no tanto por hacer alarde de su valor, cuanto por comunicar el bien hallado.

Llega hoy, alma mía, al bravo león de la dificultad vencida en la virtud, de la tentación desquijarada, y si más misteriosamente lo consideras, acércate al muerto león de Judá, y sácale el panal dulcísimo Sacramentado de su boca aheleada, de su pecho rasgado; gusta cuán suave es el Señor, cómele con devoción y percibirás su dulzura; saboréate con él, gozarás de la leche y de la miel que manan bajo la lengua del Divino Esposo.

Punto 4.º

Quedó tan ufano el valiente Nazareno de su dicha, tan gustoso del prodigioso panal, que hizo blasón de su dulzura y para más celebrarle le propuso en misterioso enigma. Ofreció premios a los entendidos, como a comida de entendimiento.

Sea ya tu timbre y tu blasón, ¡oh, alma dichosa!, este panal sacramentado; celébrale por tu mayor gloria; da gracias al Señor en alabanzas; sea tu agradecimiento señal de que te quedas saboreando en él, y conózcase cuán meliflua queda tu lengua en lo suave de sus cánticos; cante las glorias del Señor, boca que fue tan endulzada con su cuerpo y con su sangre; suban al cielo los aplausos de un pan que bajó de allá.

Meditación XXI

Del convite de Simón leproso y penitencia de la Magdalena, aplicado a la Sagrada Comunión

Punto 1.º

Contempla cuán a lo galante hoy el Señor acepta el convite de un leproso, para sanar una bizarra pecadora; no va atraído de los sabrosos manjares, sediento sí de sus amargas lágrimas; Él es el convidado y Magdalena su convidada; luego que conoció al Señor, se conoció a sí misma, su grandeza y su bajeza, su amor y su frialdad; careó la bondad divina con su ingratitud humana, y ella, que gustaba de ser querida, en conociendo el infinito amor, se le rinde. Informose dónde estaba aquel divino imán de sus yerros; no repara en el qué dirán los hombres, sólo no diga Dios; despójase de sus profanas galas, para vestirse de la librea del Cielo, que es la estola inmortal; de esta suerte, herida del amor y llagada de dolor, vuela en busca de su amante amado y abate sus altaneras plumas a las divinas plantas.

Pondera cuán bien se supo disponer esta discípula novicia, qué preparación tan propia para convidarse, no a las delicias del banquete, sino a los suspiros de su corazón. Considérate, alma, cubierta de culpas, despojada de la gracia; aprende cómo te has de disponer para entrarte por el convite, no ya del leproso Simón, sino del agradable Jesús Sacramentado. Saca una resolución gallarda, renunciando al mundo y a sus pompas, y en traje de penitencia, llega a echarte a los pies de aquel Señor que tan misericordioso te espera en el convite.

Punto 2.º

Comiendo estaba Cristo cuando llegó hambriento de él la pecadora: llegó la sedienta cierva, fatigada del veneno de sus culpas, a brindar al Señor con sus lágrimas; éntrase sin llamar, pero llamada a impulsos de la gracia; y aunque cualquier ocasión es buena para acercarse a Dios, pareciola más cómoda la de un convite para conseguir, entre sazones, mercedes. No se atreve a llegar cara a cara, que siente muy ofendida la divina, y la suya tan corrida cuan culpada; llega, pues, por las espaldas, que habían atado sus culpas, y cae herida del amor la bella altanera garza a los pies del cazador divino.

Alma, pues a ti te sobran culpas, no te falten arrepentimientos; sigue a la Magdalena en el llanto, pues la excediste en la ofensa; entremétete en el convite del Altar, harto más abundante y regalado que el del Fariseo, donde no serás zaherida, sino bien admitida; no barrerás el suelo, sino que pisarás el Cielo; pide a la Magdalena te deje uno de los pies de Cristo para regarle, mientras ella baña el otro con su llanto; aprende de la discípula del Señor lecciones de penitencia; acompáñala ahora en el dolor, para que después en el consuelo te ayude.

Punto 3.º

Llora un mar de lágrimas la Magdalena para poder salir del abismo de las culpas, regando los pies de Cristo; con sus amargas lágrimas lava su alma de la inmundicia de sus deleites, enjúgalas con sus cabellos, trocando en lazos de Dios los que habían enredado las almas; no cesa de besarlos, haciendo paces otras tantas veces como los había ofendido; toda se emplea ya en su amado, la que toda se le había negado; toda está puesta en él con sus potencias y sentidos, cuanto más con el corazón; báñale los pies con las dos fuentes de sus ojos, y chúpalos con sus dos labios; con sus blancas manos los aprieta y con sus rubios cabellos los enjuga, porque toda se consagre a Dios la que toda se había profanado.

Pondera, ¡oh, tú que has comulgado!, tu mayor dicha, con menos merecimiento; que si la Magdalena llega a lograr los pies de Cristo, tú a gozarle todo entero; si ella a besarle, tú a comerle; no sólo le aprietas los pies con tus manos, sino entrañas con entrañas; ella le ofrece sus lágrimas, el Señor te brinda con su sangre; ella le enjuga con sus cabellos, tú con las telas de tu corazón; si ella le tiene asido, tú encerrado: emplea, pues, toda tu alma y tus potencias en servirle y adorarle el día que le recibes.

Punto 4.º

Censura el Fariseo lo que la Magdalena hacía, y no lo que había hecho, que es el mundo fiscal de la virtud y abogado del vicio. Con otros ojos la mira el Señor, bien diferentes de los hombres: comienza a relatar los servicios de la Magdalena, haciendo los cargos de las omisiones de Simón. «Tú -dice-, no te dignaste de besar mi rostro, y ésta no ha cesado en todo este rato de adorar mis plantas; no me diste aguamanos, y ésta de ojos me la ha servido; no gastaste una gota de aceite en mi cabeza, y ésta ha derramado en mis pies el más precioso bálsamo; no desplegaste una toalla con que me enjugase las manos, y ésta me ha enjugado los pies con la preciosa madeja de sus rubios cabellos».

Oye, alma, que te dice a ti otro tanto el mismo Señor, hoy que le has hospedado, no sólo en tu casa, sino en tu pecho. «Alma, no me diste un beso de paz, cuando tantos de guerra con tus pecados; no derramaste una lágrima de ternura, cuando te estoy bañando en mi sangre. ¡Qué poca fragancia despides de virtudes, y qué fría, qué corta y qué grosera has andado!» Recambia tus cortedades en agradecimientos, y pues ganas a Magdalena en el favor, procura igualarla en el amor. Oye lo que te dice Cristo: «Ve en paz, pues, en mi desgracia, estimándola como antes perdida»; y respóndele tú: «Mi Dios y mi Señor, antes perder mil vidas que volver a ofenderos».

Meditación XXII

De la oveja perdida y hallada, regalada con el pan del cielo

Punto 1.º

Contempla cómo la simple ovejuela, engañada de su antojo y llevada de su gusto, se aparta del rebaño, se aleja de su pastor, perdida cuando más entretenida, apacentando sus apetitos en los verdes prados de sus deleites. «No haya prado -dice-, «que no lo pase y lo repase mi gusto». ¡Oh, cómo trueca las seguridades de la gracia en los evidentes riesgos de la culpa, y olvidando los cariños de un buen pastor que la defiende, se expone a las gargantas de un lobo que la trague!

Pondera, ¡oh alma mía!, cuántas veces has hecho tú otro tanto: en ti se verifica la parábola, y el lobo infernal está en ella; tú eres la ovejuela tan simple como errada; dejaste los amenos prados de la gracia, y habitas sombras de la muerte; dejaste tu buen Pastor que te compró con su vida, que te señaló con su sangre, y sigues un león cruel que te rodea para tragarte; acaba ya de conocer tu yerro y reconocer tu peligro, baja para que te oiga tu Pastor, llámale con balidos de suspiros, a golpes de tu pecho y al murmullo de tu llanto.

Punto 2.º

Luego que echa menos el cuidadoso mayoral su descuidada ovejuela, trueca el descanso de su cabaña en afanes de buscarla: he aquí que viene saltando por los montes y pasando los collados, y ella se está en los valles de su culpa. ¡Qué de penas le cuestan los gustos de ella, qué de amarguras sus dulzuras, qué de hieles sus panales! Él anda entre espinas, ella entre flores; él sin comer, ella repastándose; rásganle las zarzas el pellico, y llegan a ensangrentarle; va pereciendo de sed cuanto más sudando; no para hasta subir a un monte para mejor atalayarla; despójase del pellico, y desnudo trepa un árbol arriba, donde, puesto en lo más alto, alarga sus dos brazos a dos ramas, de ellas pende, y con gran pena se sustenta; comienza a llamarla con valientes clamores, y aun con lágrimas; el Cielo le oye por su reverencia, y la ovejuela se hace sorda en su obstinación, mas, ¡ay!, que ya inclina su cabeza, viendo que no puede hablar, para hacerle señas, que primero dejará de vivir que de llamarla, y no contento con esto, déjase abrir el pecho, y muéstrala sus amorosas entrañas.

Alma, oveja perdida, ¿hasta cuándo ha de durar la dureza de tu corazón? Reconoce tu Divino Pastor, y estima lo que le cuesta; por ti dejó su cielo y bajó al mundo, sudó sangre, rasgáronle los azotes las espaldas y las espinas las sienes; cargó y cayó con la cruz, subió al Calvario, sorteáronle los vestidos, desnudo trepó al árbol de tu remedio, allí extendió sus brazos. ¿No le oyes cómo te silba con suspiros y con lágrimas? Mira que inclina su cabeza perseverando en llamarte; abre su costado y te franquea sus entrañas: acaba y deja los viles deleites de la villana tierra y gozarás de los regalados pastos del Altar, que es el paraíso de la Iglesia.

Punto 3.º

Hallada la ovejuela, vuelve su buen Pastor de muerte a vida. ¡Con qué agrado la recibe entre sus brazos, siempre abiertos para ella! No la riñe enojado, antes la acaricia compasivo, y sacando el sabroso pan de su seno, con su mano la convida y con su diestra la regala; trasládala de sus brazos a sus hombros, si antes agobiados con el peso de las culpas, ahora aliviados con la dulce carga, condúcela a sus seguros rediles, júntala con las otras noventa y nueve. ¡Qué gozoso va Él con ella, y qué dichosa ella con Él, balando y diciendo: «Mi amado para mí, y yo para Él toda entera, y con corazón entero!»

Considera hoy, alma mía, favorecida del Divino Pastor, vestido del pellico y regalada de su mano con el Pan del Cielo, que Él es tu Pastor, y tu pasto; toma el pan de su mano, y cómete la mano también; con su sangre te redimió, con sangre te alimenta; Él te lleva en sus hombros, llévale en tu pecho; Él rasga su costado, métele tú aun en tus entrañas; come con gusto este pan que bajó del seno del Padre, repástate en él, conocerás la diferencia que hay de este manjar de los ángeles a una comida de bestias.

Punto 4.º

Balando va la hallada ovejuela, y dando gracias a su buen Pastor pregona con balidos sus favores: «¡Oh amado Pastor mío», va diciendo, «y lo que os debo, y quién pudiera pagarlo! Otros pastores se comen sus ovejas, y yo me como a mi Pastor; ellos las trasquilan para vestirse, y Vos os desnudáis para vestirme; ellos las desuellan, y Vos quedáis todo lastimado por curarme; ellos las tiran el cayado, y Vos me ponéis sobre los hombros; ellos las encojan y Vos me sanáis; ellos las despeñan, y Vos me lleváis a cuestas».

¿Qué gracias os daré yo, Señor, por tantas misericordias? Correspondan mis favores a vuestros favores, cantaré eternamente un cantar nuevo, juntando mis balidos con los de aquellos rebaños celestiales que os están alabando y ensalzando por todos los siglos de los siglos. Amén.

Meditación XXIII

De la mala preparación del que fue echado del convite

Punto 1.º

Considera el cuidado de aquellos convidados en prevenirse de gala para poder parecer ante la real presencia; saben que es un rey que los convida, y así no se contentan con cualquier atavío; procuran el mayor de la vida, cual suele ser el del día de la boda. Muestra estimación de la persona que se visita, el ornato que se trae y la composición exterior es indicio y aun empeño de la interior; no cualquier adorno es bastante para un día tan solemne como ser convidado de un rey; requiere ser precioso, porque los ojos reales están hechos a gran riqueza. Llegan, pues, estos convidados con galán aliño, para ser admitidos con agasajo honroso.

Alma, hoy estás obligada del mayor Rey al mayor convite; según esto, pondera la obligación de adornarte; poco es ya el no venir con desaliño, pase a ser rica gala; no basta el no venir oliendo a culpas, sí arrojando fragancia de virtudes; no basta cualquier atavío, que están hechos los divinos ojos al aliño de los ángeles. Sal, pues, con arreo de santidad, para sentarte a la mesa real con majestuosa decencia.

Punto 2.º

Estando todos dispuestos por su orden y compuestos por su aliño, se atrevió otro, y muy otro, a meterse entre ellos sin el vestido de la boda, tan sin empacho cuan sin adorno, que es el atrevimiento arrojo de la vileza, con la cara deslavada y las manos sin lavar, oliendo a la inmundicia villana; entra en el salón que remeda un Cielo, con tanta insensibilidad suya, como sentimiento de los demás; introdúcese el cuervo entre los nevados cisnes; nada le dicen ellos como cándidos; demás de que en la ajena casa, dejan el reñir a su dueño. Pensó a lo necio que no le vería el rey por estar bajo cortina, o ya que misericordioso disimularía como otras veces, pero engañose, que agravios tan cara a cara, ofensas tan cuerpo a cuerpo no se pasan sin castigo, siquiera por el escarmiento.

Pondera tú, con temor, tan feo desacato, y no ya en otro, sino en ti mismo; imagina en tu garganta el afilado cuchillo; cuando te sentares a la mesa de este príncipe, no llegues revestido de tus pasiones, no te acerques oliendo a culpas; mírate primero al espejo de los otros, al cristal de un fiel examen; pruébate a ti mismo que eres hombre; no te confíes en que está el rey bajo la cortina de los accidentes, que está celando como esposo entre los canceles de su disimulo, tras las celosías de su reparo.

Punto 3.º

Estaban ya todos muy de asiento, con deseo de cebarse en las regaladas viandas de la mesa real, cuando entró el mismo rey en persona, que no fía a otros que a sus ojos el registro de esta mesa. Reconocidos todos los convidados, uno por uno, reparó luego en aquél, que por lo desigual sobresalía; ofendiole lo asqueroso, y mucho más lo atrevido, pero templando su indignación con su bondad: «Amigo -le dice-; ¿cómo entraste acá? ¿Tú? ¿Y acá? ¿Y sin aliño nupcial?» Tratole de amigo, careándole con el primer traidor que profanó esta mesa. No tuvo que responder el desdichado, tan a la clara convencido, que se come el juicio el que sin él come en esta mesa, que está aquí el juez y el juicio; no son menester más pruebas; fulmínase al punto la sentencia de que sea echado fuera, que es la privación de su divino rostro el más sensible castigo; échanle por lo mal mirado en las tinieblas exteriores.

¡Oh, tú que estás sentado a la mesa del Altar, mira, guarda, no te suceda tal desdicha! Oye lo que dice el Rey divino, que contigo habla: «Amigo, ¿cómo te atreviste a entrar acá? ¿Tú, pecador indigno? ¿Tú, y acá, en la sala de la misma pureza? ¿En el centro de la santidad? ¿Qué es el ornato de las virtudes? ¿Dónde dejaste la vestidura de la gracia? ¿Qué dices? ¿Qué respondes? ¿Tú también enmudeces?» ¡Oh, qué confuso se hallaría con dos azares, deshonra y hambre! Saca, pues, un bien prevenido escarmiento y un temor reverencial; procura gran disposición de gracia, para no caer en su mayor desgracia.

Punto 4.º

¡Qué gozosos quedarían los otros de su bien, a vista del mal ajeno! ¡Cómo levantarían las manos al Cielo viendo atadas las de aquel desdichado! Rendirían dobladas gracias al rey, del convite satisfechos y dichosos. ¡Cómo le alabarían ellos viendo al otro enmudecer! Desplegaron sus labios al aplauso, los que antes al regalo.

Atiende tú a dar gracias al Señor que así te tiene de su mano; mira que en las de Dios están tus suertes; no enmudezcas culpado, alaba a Dios perdonado; si estimas tus dichas agradece sus misericordias; corona su mesa, como renuevo de paz; no haya en cenizas del fulminado castigo; canta como bien comido; alaba como satisfecho a un Señor que te concedió acabar la fiesta en paz y te sació la flor de la harina.

Meditación XXIV

De la dicha de Misiboset, sentado a la mesa real, aplicado a la Comunión

Punto 1.º

Considera qué novedad le causaría a Misiboset verse llamado del rey David para sentarse a su lado y comer a su mesa; ocuparía su ánimo el gozo y su humildad el espanto. Veíase favorecido de la gracia real el que tan desfavorecido de la Naturaleza; desposeído de la fortuna, hijo de príncipe que pasó, desamparado como pobre y olvidado como desposeído, cojo en el cuerpo y caído de ánimo, con tantas imperfecciones como humillaciones. Consideraba, pues, la grandeza del rey a vista de su bajeza, y diría: «¿Yo sentarme a la mesa real cuando no tengo qué llegarme a la boca? ¿Que un rey me haga el plato cuando nadie se digna de servirme?» Encogíase viendo lo poco que valía, y animábase viendo lo que el rey le honraba. «Qué he de parecer», decía, «sentado entre tanta grandeza, con tanta imperfección; pero al fin, su gran bondad suplirá mi indignidad».

Imagínate otro Misiboset, con más imperfecciones en el alma que él en el cuerpo, cojeando siempre en el divino servicio, contrahecho por la culpa y agobiado hacia la tierra, hijo y nieto de padres enemigos del Señor, y tú más pecador que todos; y que con todo eso otro mayor rey que David, pues Monarca de Cielo y tierra te convida a su mesa, y te hace plato; carea tu vileza con su grandeza; su infinidad y tu cortedad; saca una gran confusión, humillándote caído y animándote favorecido.

Punto 2.º

Trata de adornarse Misiboset para poder parecer ante la presencia real; suple con los arreos sus defectos; no llega asqueroso, por no doblar la ofensión, vestido sí de gala, para disimular sus imperfecciones. ¡Con qué encogimiento entraría en el palacio! Qué humilde se postraría a las reales plantas, diciendo: «Señor, ¿cuándo os he merecido yo tan gran favor? Sobrábame el comer con vuestros criados, ¿pero a vuestra mesa, a vuestro lado y en un mismo plato, y de un mismo manjar, y yo? Mirad que no son mis méritos para tan prodigiosas mercedes». Mas el santo rey, tan generoso cuan compasivo, le levantaría a sus brazos, diciendo: «Sí, sí, a mi mesa te has de sentar y conmigo has de comer».

Pondera tú, cuando hoy estás convidado, no de un rey de la tierra, sino del Monarca del Cielo, a su mesa y a su plato, con qué ornato debes llegar, qué gala vestir, procurando encubrir las fealdades de tus culpas con los arreos de la gracia.

Punto 3.º

Sentado estaba Misiboset a la mesa real, tan encogido cuan honrado, favorecido del rey, admirado de los cortesanos; los grandes le asistían y él comía; el mismo rey le hacía plato, que sería de lo mejor. ¡Con qué gusto lo comería, como venido de la real mano! ¡Qué consolado estaría de su nueva dicha! ¡Qué satisfecho del regalo! Aquí se vieron juntos esta vez la honra y el provecho, compitieron la benignidad de David con la humildad de Misiboset.

Pondera tú, el que comulgas, que por grandes finezas que use el rey de Israel con Misiboset, nunca llegarán a las que contigo hoy hace el Rey del Cielo: allí le daba el rey preciosos y regalados manjares, pero no se le daba a sí mismo; hacíale plato de la vianda real, pero no de su corazón; de suerte que comía con el rey, pero no se comía al Rey. Aquí sí, en esta mesa del Altar comes con Dios y te comes a Dios; su mismo cuerpo te presenta, y con él su divinidad; cuanto tiene te da, y a sí mismo con todo. Logra con buen gusto tan exquisita comida, vete poco a poco cuando comes mucho a mucho; da lugar a la consideración, saboréate con él; mira que es gran bocado, pues es un Dios verdadero; advierte que los mismos ángeles te asisten, envidiándote la dicha, si celando la decencia.

Punto 4.º

Mostraríase agradecido Misiboset a tanto agrado, trocaríase el encogimiento al comer en el desahogo del agradecer; conociose la estimación del favor recibido en volver a lograrlo: no se le conocerían las tardanzas de cojo, puntualidades sí, de convidado; no se portó como hijo del mayor perseguidor que tuvo David, sino como el más fiel y reconocido vasallo.

Saca qué alabanzas debes tú dar a tan gran Rey, que así te ha favorecido; qué gracias rendir a un Señor que así te ha regalado. No le ofendas más como enemigo, sírvele como hijo tan obligado. Concluye diciendo: «¡Oh mi Dios y mi Señor! Más humano os habéis mostrado que David en favorecerme, y todo divino en perdonarme, y con estar yo más lleno de imperfecciones en el alma que Misiboset en el cuerpo, os habéis dignado de admitirme a vuestra mesa y ponerme a vuestro lado, habeisme hecho plato de vuestro corazón y de vuestras entrañas, dandoosme todo en comida. ¿Qué gracia os daré yo, Señor, por tan grandes favores? Lo que decía el santo rey David: Cáliz por cáliz. Sea una Comunión recompensa de otra; pagaré el dar con tomar, que con Vos, Señor, no hay otra retribución; volveré otra vez a comer y comeros; bastaba para mí y sobraba sentarme a la mesa de vuestros jornaleros, pero para vuestra infinita bondad no bastaba; los ángeles os alaben por mí, pues yo he comido por ellos, y me he comido su pan; dadme una gracia tras otra, y sea, que coma yo con Vos toda esta vida temporal y os goce toda la eterna».

Meditación XXV

De cómo dio gracias el amado discípulo, recostado en el pecho de su maestro

Punto 1.º

Contempla cómo el discípulo de puro corazón se alza con el corazón de su Maestro; más goza quien más ama, y es propio de corazones vírgenes el amar más, porque negándose a las criaturas se entregan enteros a Dios. Es Juan el amado discípulo del amador de la pureza: dispónese con virgen pecho para recibir el cándido Cordero; compite extremos de finezas con purísimos afectos, y después de haberle seguido por dondequiera que va, se echa a descansar en su pecho; allí reposa como en su centro, y quedaríase diciendo: «Mi amado para mí, y yo para él, que se apacienta entre azucenas»; no pretende otro del valimiento de su príncipe, sino gozarle todo interior y exteriormente; él es su principio y su fin, su Dios y todas sus cosas, y pone a la Virgen entre ellas.

Pondera, alma, con qué pureza debes tú prepararte, cuando llegas a comulgar, para que recíprocamente descanse el Señor en tu pecho, y tú en su seno; despiértese tu fe, para que duerma en el Señor tu caridad; trata de disponerte con un corazón virgen, negado a toda afición terrena, con una conciencia pura, limpia de toda culpa, y así amarás más y gozarás más de las divinas finezas.

Punto 2.º

¡Oh águila caudal, y con cuán penetrante vista te examinaste a los rayos del Sol Encarnado, e hiciste presa en su abrasado corazón! Después de haber cebado en el pecho de Cristo anidas en él, de modo que hallas pasto y tienes nido en su seno; vuelas a descansar en él; después de haber mirado de hito a hito al Sol enamorado, y bebídole sus luces entre arreboles de su preciosa sangre, cerraste los ojos en la quieta contemplación. ¡Oh, cómo despediste toda la frialdad de espíritu al calor de aquel encendido corazón! ¡Oh, cómo escudriñabas las trazas de sus finezas, las invenciones de su amor; cómo tomaste despacio el gozar de un amor que se eterniza! Que cuando pareció que se acababa, entonces comenzaba, y habiendo amado, amó hasta el fin.

Alma, con el mismo pecho te convida hoy el mismo Señor, cuando se te da en manjar; llega hoy a comulgar y a recostarte en su seno. Logra con iguales afectos iguales favores, y si Juan fue el amado, procura tú ser la amante; muéstrate águila en la contemplación, así como en la voracidad; atiéndele con los ojos de la fe, y haz presa con la encendida caridad.

Punto 3.º

En habiéndose comido Juan a Cristo, se toma licencia de recostarse en él; por dentro y fuera quiere estar rodeado de su Maestro. ¡Oh gran discípulo del amor, y qué bien practica sus lecciones! Descansa el hijo de Dios en el seno de su Eterno Padre, y Juan en el del mismo Hijo de Dios, que tal puesto escoge para reposar tal comida; sin duda que de este modo le entrará en provecho, así como le entró en gusto.

Alma, aprende a dormir en Dios después de haberte alimentado de Dios; sosiégate en la contemplación, no te inquieten impertinentes desvelos; no luego te abatas al mundo, persevera en este Cielo. Pídele mercedes a un Señor que ha usado contigo tales finezas; asístele como águila en el contemplarle, ya que lo pareciste en el comerle; atiéndele durmiendo, como Juan, con los ojos cerrados a las criaturas y abiertos a sólo Dios.

Punto 4.º

Quedó tan reconocido Juan al divino favor, que le tomó por blasón, hizo de él glorioso renombre, llamándose el amado discípulo, que se recostó en el pecho del Señor después de la cena. Juan quiere decir gracia, que los agradecidos son los favorecidos; no sólo no pone en olvido esta gracia, sino que la perpetúa en lo agradecido de su nombre, y quiere ser llamado por las gracias que retorna, significando que primero dejará de ser nombrado, que grato; conságrala a la eternidad en alabanzas y en afectos, y procura desempeñarse acaudalando amor sobre amor.

¡Oh, tú que has comulgado!, pues seguiste al amado discípulo en los favores, no le dejes en los agradecimientos, y si este Divinísimo Sacramento fue buena gracia para ti, porque así se nombra como obra, correspondan en ti las buenas gracias: Eucaristía se llama, pidiendo lo agradecido en blasón; saca rendir gracias a gracia, fervores a favor, afectos a fineza y servicios a tal merced.

Meditación XXVI

Del convite del rey Asuero

Punto 1.º

Considera cómo aquel gran monarca, para hacer ostentación de su grandeza, tomó por arbitrio celebrar un suntuoso banquete; gánanse las aficiones con las dádivas, y las amistades en los convites. Convidó todos los grandes y señores de su reino, que a un banquete grande, grandes han de ser convidados, y si real, príncipes. Vienen todos con ricos y galanes atavíos, compitiendo a bizarrías el favor, correspondiendo a tal honra tal ornato.

Pondera tú a cuánto mayor banquete estás hoy convidado, cuánto mayor es el Monarca que lo celebra, no para hacer ostentación de su grandeza, sino de su fineza: aquél era un rey de la tierra, éste de tierra y Cielo, y así, convida a los del Cielo para que asistan, y a los de la tierra para que coman; allí eran llamados los grandes, aquí son escogidos los pequeños; allí los ricos, aquí los pobres de espíritu; aquéllos, vestidos de gala; éstos, de gracia. Conocido, pues, el banquete a que hoy eres llamado, el palacio en que entras, la mesa en que te sientas, la majestad del Señor que te convida, conocerás el ornato con que has de venir, la reverencia con que has de llegar, el gusto con que has de comer.

Punto 2.º

Iban entrando aquellos príncipes y señores, sentándose a la mesa por orden de dignidad, no de anticipación; no por años, sino por méritos; los más principales, los primeros, y los más cercanos en sangre al rey estaban los más allegados en puesto. Servíanle a cada cual el plato que apetecía, siendo su boca medida; por exquisito que fuese el manjar, se le ponían delante; de modo que aquí lograban juntos la honra y el provecho, y no menor el gusto.

Pondera todas estas excelencias en este sacramental banquete: aquí todos son de la sangre, cuando todos la participan; todos están tan allegados al Rey que le tienen dentro de sí mismos, y tienen cada uno un Rey en el cuerpo, y aun un Dios. Comen todos a pedir de boca, y más, pues más de lo que supieran pedir, de lo que pudieran apetecer; en cada bocado un Dios, y en cada migaja un Cielo. Llega, alma, y toma lugar muy de asiento, come con reposo, tu boca sea medida, y advierte que cuando más tú la dilatares, más la llenará el Señor; repara en lo que comes, y comerás con espíritu.

Punto 3.º

Comían las regaladas viandas con buen gusto, como quienes tan bueno le tenían; eran todos príncipes, hechos a grandes bocados, y así sabían hacer estimación de lo que era bueno; comían mucho, acostumbrados a comer bien, y como cortesanos hacían lisonja al señor del banquete, con el logro del regalo, y más para un príncipe que picaba en liberal y manirroto. Los platos eran tan exquisitos cuan bien sazonados, y así nada perdonaban a su gusto, no perdían ocasión, nada se desperdiciaba.

Pero advierte que por mucho que aquel poderoso rey les quiso dar, no llegó a dárseles a sí mismo; quédese eso para este gran Dios que hoy, alma, para sí mismo te convida; compiten su poder y su querer. No los ama tanto Asuero que les dé un brazo suyo en un plato, que les brinde con la sangre de sus venas, que les haga pasto de sus entrañas. Pero este gran Rey de reyes y Señor de señores, ama tanto a sus convidados que les abre su costado, antes con el amor que con el hierro; háceles plato de sus entrañas, y bríndales con su preciosa sangre. Alma, esto sí que es convidar, y esto, comer; llega con hambre insaciable a un manjar infinito, repara lo que comes, que por eso se llama pan de entendimiento y comida de entendidos; procura estar de día y boca hecha a reales bocados, no degenere después en los groseros manjares del mundano Egipto.

Punto 4.º

Mas, ¡ay dolor!, que siempre el pesar alinda con el contento. Todos los banquetes fueron azares, y este del jardín de Asuero el que más. Pereció la reina porque no pareció. Mandó el rey que con su belleza coronase la celebridad; desestimó ella el favor desconocida, y sintió la indignación del rey, desgraciada; perdió con el convite la corona, y porque no quiso asistir al lado del rey, fue condenada a perpetua ausencia del mayor lucimiento, a las tinieblas exteriores; en la misma mesa fue condenada, que está en ella el juez, y quien come mal se come y bebe el juicio.

Escarmienta tú, ¡oh alma mía!, en la boca ajena, acude al banquete del Altar con tanta preparación como estimación; mira que por ti se hace la fiesta; no faltes tú por grosera como otras por atrevidas. Conoce tu dignidad y tu honra, que no sólo estarás al lado del Rey, sino que Él estará en tu pecho. Ven con gracia y vuelve con gracia, rindiéndolas infinitas, que temo no seas desgraciada por lo desagradecida.

Meditación XXVII

Para llegar a recibir al Señor adorándole con los tres reyes y ofreciéndole sus dones

Punto 1.º

Sigue hoy con la contemplación y acompaña con la fe tres reyes de la tierra, en busca del Rey del Cielo; son sabios, que es gran disposición para hallar la sabiduría infinita. Salen del Oriente, principio del mundo, del comenzar a vivir; buscan el Sol, guiados de una estrella. Llegan a la gran corte de Jerusalén, donde todo es turbación, y hallan al Señor en el sosiego de Belén; desmontan de su grandeza, y acomódanse a la llaneza; los primeros pasos que dan son con sus bocas por aquel suelo, para haber de llegar al cielo de su pie; entran donde todo es abierto, descubren un Niño recién nacido, y un gran Dios, que no se divisa, ni aquí por lo pequeño, ni allá por lo inmenso. Lógranle en brazos de la aurora, entre lágrimas y perlas, júranle por su Monarca y adóranle por su Dios, ofreciéndole entre sus dones sus corazones.

¡Oh, tú que hoy has de comulgar, pondera que sales en busca del mismo Rey! ¡Oh, si fueses guiado de la estrella de tu dicha, de la luz de su divina gracia! Hallarle has si eres sabio, no de este siglo, sino desengañado; ven del oriente de tu vida, y caminando aprisa por las sendas de la perfección.

Punto 2.º

Guía la estrella a los tres reyes, al paso que los desengaña; introdújolos, no en un soberbio palacio, sino en un humilde portal; entran, no sólo pecho por tierra, sino lamiéndola como trono de sus pies; no admiran tapicerías de seda y oro, sino telas de viles arañas; en vez de los estrados de brocado, hallan un establo alfombrado de pajas; en medio de los brutos la Sabiduría Infinita, trocado en un pesebre de bestias, el excelso trono de los serafines. Arrojáronse luego a sus divinos pies, haciendo sitial de sus coronadas grandezas, compitiendo las elevaciones de su espíritu con las humillaciones de su afecto; lloraban y reían juntamente, efectos de un Niño Sol, y en la mayor pobreza del mundo, reconocen toda la riqueza del cielo.

Alma, hoy la estrella de tu suerte te guía, si no a un portal, a un Altar, donde está esperando tus tres potencias el mismo Niño Dios que dio audiencia a los reyes; no te cuesta tantos pasos como a ellos el hallarle, que bien cerca le tienes; no sólo te permite que le adores, sino que le comas. Si los reyes tienen por gran favor lamer la tierra del portal, terram lingent, a ti se te concede lamer su humanidad y sustentarte de su divinidad; ellos llegan a besarle el pie, tú a meterle dentro de tu boca; ellos a tomarle en sus brazos, tú dentro de tus entrañas; estima tu dicha y lógrala ventajosa.

Punto 3.º

Franquearon los reyes sus tesoros al Niño Dios, después de haberle presentado sus almas; ofrécenle, entre los resplandores del oro, las amarguras de la mirra, pronosticándole como astrólogos fieles las penas de su pasión. Después de haberle adorado como a Dios, desean acariciarle como a Niño; permitióseles la Virgen Madre, y ya a los rústicos pastores; pedíale uno, tomábale otro, y ninguno le dejaba; abrigábanle con sus púrpuras en obsequio al que había de vestir otra con ignominia; no se hartaban de sonrosear aquellos carrillos a besos, que después sus enemigos habían de ensangrentar a bofetadas, y los que vinieron tan deprisa, lograban su dicha muy despacio, no hallaban el camino de volverse, y fue menester que se les mostrase el divino oráculo en su desvelado sueño.

Alma, póstrate tú a los pies de este Dios Niño. Después de haber comulgado, preséntale tus tres potencias: el incienso en contemplaciones, el oro en afectos y la mirra en las memorias de sus dolores; ofrécele una fe viva, una esperanza animosa y una caridad abrasada; franquéale el incienso de la obediencia, el oro de la pobreza y la mirra de la castidad; sírvele la oración para con Dios, la limosna para con el prójimo y la mortificación para contigo.

Punto 4.º

Mostráronse los Magos liberales en las obras, no menos en los agradecimientos y alabanzas del Señor. Procedieron en todo como reyes, en cuyos corazones no caben cosas pocas; los que enmudecieron en informar a Herodes, se mostrarían elocuentes en bendecir al Señor; pregonarían en sus regiones las maravillas del hallado Rey, y es sin duda que los labios que sellaron en sus tiernas plantas no se cerrarían a las agradecidas glorias.

¡Oh, tú que has comulgado!, procede como rey, no como villano tosco; muéstrate sabio en el agradecimiento, nada necio en el olvido; retorna en alabanzas las dichas; repasa y reposa la comida del Cielo en el sueño de la contemplación; vuelve por otro camino a nueva vida, cargado de virtudes, en recambio de tus dones; vuelve al Oriente del fervor y no al Ocaso de la tibieza.

Meditación XXVIII

Careando la grandeza del Señor con tu vileza

Punto 1.º

¡Oh mi gran Dios y Señor! Mi espíritu desfallece cuando veo que Vos, un Dios infinito, coronado de infinitas perfecciones, os dignáis entrar en el pecho de una tan vil hormiguilla como yo; Vos, inmenso, que no cabéis en los cielos ni en la tierra, os estrecháis en el seno de un despreciable gusano; Vos, todo poderoso, que podéis crear otros infinitos mundos llenos de otras criaturas muy perfectas, queréis meteros dentro la poquedad de esta vil criatura que nada puedo y nada valgo; Vos, sabiduría infinita, que todo lo sabéis y todo lo comprendéis, lo pasado, lo presente y lo venidero, y cuanto es posible, os allanáis así con quien es la misma ignorancia; Vos, eterno, indefectible, que fuisteis antes de los siglos, y sois y seréis siempre, venís a mí que en un punto desaparezco; Vos, Señor, infinitamente santo y bueno, queréis morar dentro del pecho de un tan indigno pecador; Vos, la suma grandeza; yo, la misma vileza; Vos, todo; yo, nada. Si las columnas del cielo tiemblan ante vuestra divina presencia, ¿cómo no se estremecerán las paredes de mi corazón? Ayudad, Señor, mi vileza, confortad mi pequeñez, para que no desfallezca al recibiros.

Punto 2.º

¡Dios mío y Señor mío! Si el Bautista no se tenía por digno de desatar la correa de vuestro zapato, ¿cómo llegaré yo, no sólo a la cinta, sino a tocaros todo, a comeros y a meteros dentro de mi pecho? ¿Qué dijera el Bautista si hubiera de comulgar, si hubiera de recibiros, Señor, y meteros dentro de su pecho? Si Juan, santificado en el vientre de su madre, confirmado en gracia, criado en la aspereza de un desierto, lucero del sol, precursor vuestro, no se halla digno de tocar la correa de vuestro zapato, yo, nacido y criado todo en pecados; yo, lleno de culpas y miserias; yo, un tan gran pecador, ¿cómo he de llegar a recibiros, cómo os he de poner en mi boca y meteros dentro de mis entrañas? Si Juan con tanta penitencia, sin culpas, se encoge, ¿qué haré yo con tantas culpas, sin penitencia? Mas oigo que me está diciendo el mismo Bautista: «He aquí el Corderito del Señor; llégate a él, que si es infinita su grandeza, también lo es su misericordia; si es un Dios inmenso, también es un Corderito manso; si tú estás lleno de pecados, Él es el que los quita». Limpiadme, pues, Señor mío, más y más; criad en mí un corazón limpio; renovad un espíritu recto en mis entrañas para poder hospedaros en ellas.

Punto 3.º

«¿Quién sois Vos, Señor, y quién soy yo?», decía el humilde San Francisco. Lo mismo repetiré yo muchas veces. Si el santo patriarca Abraham se encogía para haberos de hablar, y decía que era polvo y ceniza, ¿cómo he de llegar yo, no sólo a ponerme delante de Vos, sino a poneros dentro de mi pecho? Si los serafines de vuestro trono abrasados de amor se cubren los rostros con las alas, como corridos ante vuestro soberano acatamiento, ¿cómo me atreveré yo, tan frío y perezoso en vuestro servicio, a llegar a poner mi boca en vuestro costado, a sellar mis labios en vuestras llagas, a recibiros dentro de mi pecho? ¿Que es posible, exclamaré con Salomón, que es imaginable que el mismo Dios, real y verdaderamente more dentro de mí? Porque si los cielos de los cielos no os pueden, Señor, abarcar, cuánto menos esta pobre morada donde os dignáis hoy hospedar. Pero atended, Señor, a mis plegarias, no a mis deméritos; supla mi humillación mi vileza, y el mismo conocerla sea disculparla.

Punto 4.º

¡Oh, mi Dios y mi Señor!, ¿y dónde estaba yo cuando os alababan las estrellas de la mañana? Si vuestro lucero Juan os veneró en presencia y os celebró en ausencia por tantos favores recibidos, ¿qué diré yo por mercedes tan continuadas? Querría cantar hoy un cantar nuevo, porque hicisteis conmigo una maravilla de maravillas; y si Vos hicisteis memorial de ellas en este Divinísimo Sacramento, yo haré un memorial de eternas alabanzas. ¡Oh, si volase un serafín vuestro a purificar mis labios, primero para recibiros y después para ensalzaros, cantaré eternamente vuestras infinitas misericordias! Y aunque me reconozco vil y bajo, no querría ser grosero; antes, lo que os he estrechado, Señor, al recibiros, querría engrandeceros al celebraros; daré gracias sin cesar al que me corona de misericordias.

Meditación XXIX

De la gran cena, aplicada a la Sagrada Comunión

Punto 1.º

Considerarás cómo en este gran Señor realza la bondad su grandeza, compítense lo infinito bueno con lo comunicativo mucho, y lo padre con lo rey poderoso; no se reserva para gozarse a solas sus infinitos bienes, sino que a todos los franquea, hasta convidar con los tesoros y rogar con las felicidades. Envía sus criados, tan diligentes como alados, a buscar los convidados perezosos; pero villanos éstos, porque terrestres, desprecian la honra y malogran el provecho; excúsanse de venir necios sobre desgraciados, y hechos a los viles manjares de su Egipto, asquean las delicias del Cielo; detienen a unos los grillos de oro de su codicia; a otros la liga de la sensualidad; desvanece a muchos ambiciosos la honra, que son las concupiscencias mundanas, de suerte que todo está preparado y faltan los convidados. ¡Quién tal creyera! Pero es el convite del Cielo y ellos muy del mundo, y lo que el Señor se ostenta cortés, ellos se muestran villanos.

Acuérdate tú, alma, cuántas veces has cometido mayores groserías, pues convidándote el Rey del Cielo a su mesa, villana tú, desconociste el favor, malograste la dicha, y en vez de prepararte para ir a comulgar, te rendiste a una inútil tibieza, a un vano entretenimiento. Saca una bien reconocida enmienda y un deseo eficaz de frecuentar este suntuoso banquete.

Punto 2.º

Viendo el Señor que no gustan de venir los convidados, gente de harto mal gusto, y que instados de su bien le desprecian, no por eso se disgusta con los demás ni trata de retirar sus beneficios, antes, con más deseo de comunicarlos, da nuevas órdenes, y manda a sus ministros salgan a las calles y a las plazas, y convoquen todos los pobres, pues los ricos se retiran; vengan los hambrientos, que de ellos es la gran cena; sea el mayor castigo de los mundanos el no probarla ni verla. Acuden éstos tan prontos como necesitados; vienen los cojos diligentes, los ciegos a dar en el blanco, entran con humildad y son recibidos con agasajo, llénanse las mesas de pobres de espíritu, despreciados en el mundo, estimados en el Cielo, que de ellos es el reinar con Dios.

Considera tú, el más pobre de cuantos hay, cojeando siempre en la virtud, manco en el bien obrar, y hazte encontradizo con los ángeles; entremetiéndote en el Cielo: no aguardes a ser buscado; llega humilde, y serás bien recibido; mira que es gran disposición el hambre para tanto manjar.

Punto 3.º

¡Con qué apetito se sentarían a la abundante mesa los mendigos! Cómense los pobres las viandas de los príncipes. ¡Cómo se saborearían en ellas, sin el hastío de ahítos, sin el peligro de empachados! No pierden punto ni tiempo, no se divierten a otra cosa, porque saben que es cena, y que no les queda a qué apelar; nada desechan, que ni lo permite la gana ni la sazón de los manjares; éntrales muy en provecho lo que tan bien les sabe, y quedan muy satisfechos los que hasta hoy no han comido cosa de sustancia.

Imagínate tú el más mísero de todos, llega con hambre a esta Mesa Sacramental y comerás con gusto, que por grande que fuese aquella cena, no fue más que una sombra de la tuya; saboréate como mendigo y vete entreteniendo muy despacio en este delicioso manjar; cómelo con fe, rúmialo con meditación, advierte bien lo que comes y hallarás que en toda tu vida no has probado hasta hoy cosa ni de gusto ni de sustancia.

Punto 4.º

¡Qué contentos, qué satisfechos quedarían éstos, no ya pobres, sino ricos convidados, que aquél te enriquece, que te hace plato! ¡Cómo igualaría ahora lo agradecido a lo hambriento! ¡Qué de gracias repetirían al Señor del convite los que no se habían visto satisfechos hasta este día! ¡Qué parabienes se darían unos a otros de su dicha, a vista de la desdicha ajena! ¡Y cómo que la reconocerían y la celebrarían!

Alma, reconoce tu dicha, levanta tu voz con la agradecida Reina de los Cielos, magnificando al Señor y diciendo: a los hambrientos llenó de bienes y a los fastidiosos ricos los dejó vacíos. Muéstrate tan agradecida cuanto fuiste honrada; pide a los ángeles te presten sus lenguas, si ya para el gusto, ahora para el agradecimiento. Saca llegar a comulgar, como pobre hambriento, a la gran Cena.

Meditación XXX

Para recibir al Señor, como tesoro escondido en el Sacramento

Punto 1.º

Considera cuando un hombre de riquezas llega a tener noticia de algún gran tesoro escondido, ¡con qué facilidad lo cree, con qué diligencia lo procura! No se echa a dormir el que no sueña en otro que en enriquecer; no come ni bebe, hidrópico del oro; su primera diligencia es comprar el campo donde sabe que está, para tenerle más seguro; él mismo se pone al trabajo de cavarlo, porque de nadie se fía; la esperanza de hallarle desmiente su fatiga, y no siente que revienta de cansancio el que revienta de codicia; crece el ahínco, al paso que se va acercando a él, y alienta los cansados brazos el codicioso corazón.

Alma, hoy te ha dado noticia la fe de aquel tesoro tan grande como infinito, escondido en un campo de pan, tan precioso que encierra en sí toda la riqueza del cielo; pobre eres y volverás rica; si le hallas, logra esta misericordia y saldrás hoy de miseria; aquí tienes, en esta Hostia, todos los tesoros eternos. ¿Cómo no los buscas diligente? ¿Cómo no los logras dichosa? Muy a mano tienes el tesoro; gózale a manos llenas, llega a la Sagrada Comunión con el anhelo que un avaro a un tesoro.

Punto 2.º

Llamó Pablo estiércol las riquezas de este mundo, y con razón, pues vienen a parar en basura, son corruptibles y dejan burlados sus necios amadores; son inmundas y ensucian de vicios el corazón; locura sería, y grande, llenar los senos de basura, pudiendo de ricas joyas; cargar en el montón de lodo, pudiendo en el de oro. Esto hacen los hijos de este siglo, bastardos del eterno; desprecian el tesoro del Altar, y estiman el muladar del mundo.

No seas tú tan sin juicio cuando de tan mal gusto, que pierdas un tesoro en cada Comunión por un vil interés, por un sucio deleite, por una necia pereza; llega con codicia y volverás con dicha.

Punto 3.º

¡Qué contento se halla el que halló el tesoro escondido, y más si precedieron en él lo codicioso y lo pobre! ¡Con qué afán le va descubriendo, y con qué gusto gozando!; viéndolo está y no lo cree, y no fiándose de los ojos, llega a satisfacerse con las manos; pero, ¿qué mucho si todos los sentidos y potencias tiene allí empleados, sin divertirse a otra cosa porque nada se pierda? ¿Qué hace de llenar los senos, y aun los ensancha porque quepan más? La carga le es alivio, y el pesar es de que no pesa más; ya vuelve de su casa al campo sin parar un punto, mientras haya que llevar; vacía los senos y llena las arcas, y vuelve con diligencia a cargar; vuelve y revuelve, mira y remira, busca donde ya buscó, que esto es atesorar y para toda la vida.

Alma, tú que hallaste el riquísimo tesoro, tan escondido como sacramentado, en el campo del Altar, ¡con qué afecto debías llegar a lograrle, con qué atención a descubrirle, con qué ansia a recoger, con qué gusto a gozar! Mas, ¡ay!, que no conoces el bien que tienes, no sabes lo que vale y lo que te importa. Reitera los caminos en frecuentes y devotas comuniones, y enriquecerás; acaba de deponer tu tibieza, enemiga de la riqueza; mira que atesoras para ti, y para pasar toda tu vida, y ésa eterna, con dicha y con descanso.

Punto 4.º

¡Con qué gozo reconoce su felicidad el que halló el tesoro! Cada día renueva la memoria de su dicha, teniendo muy presente aquella primera alegría; estima toda la vida aquel punto en que salió de miseria, y consagra el feliz día a la eternidad, señalándolo con piedra blanca, y aun preciosa. ¡Qué agradecido le queda al que le dio la noticia! Y ya que no admita parte en las riquezas, ríndele gracias, cuenta una y muchas veces su suerte a sus confidentes, congratulándose con ellos de su ventura.

¡Oh, alma, si conocieras tu dicha cómo la estimarías! Si llegases a entender la infinita preciosidad de este maná escondido, que es maná para el gusto y piedra cándida en la dicha suerte, ¡qué gracias que darías al Señor! Repite su memoria a cada instante y frecuéntalo cada día; advierte que es tesoro infinito, que nunca se agotará, antes cada día lo hallarás entero, siempre el mismo. Muéstrate agradecida al Señor, que lo reservó para ti; mira no lo pierdas por ingrata, ni lo malogres desconocida; vive de él toda tu vida, que será vivir a Dios por todos los siglos. Amén.

Meditación XXXI

Para llegar a la Comunión con el fervor de los dos ciegos que alumbró el Señor

Punto 1.º

Considera cómo se previene de la vista de la fe el fervoroso ciego de Jericó, para conseguir la corporal. Sale en busca del Salvador, sin acobardarle el recelo de los tropiezos, ni embargarle la pereza con excusas de imposibilidades: ve que no ve, y ve lo que le importa el ver, y así sale de su casa, dejándose a sí mismo; lo primero no le falta la lengua para gritar, aunque falten los ojos para ver, y quien lengua tiene para confesar sus males, al remedio llegará; parea la omnipotencia con la misericordia de Jesús, y así le nombra empeñándole en tan saludable nombre: «Jesús -dice-, hijo de David el manso, no degeneréis Vos de misericordioso; Jesús, hijo de David, a quien le fue prometido el Salvador, dadme a mí salud; tened, Señor, misericordia de mí. ¡Vos, y de mí! Vos, un Infinito, de mí, un vil mosquitillo; Vos sois mi Criador, Vos habéis de ser mi remediador. Vos me distes lo más, que es el ser, dadme lo menos, que es el ver; no seáis Dios escondido para mí, siendo tan conocido en Judea». De esta suerte diligencia su remedio, a voces de oración.

Imagínate a ti ciego de tus pasiones, sin ver lo que más te importa, sin conocer tu Dios y tu Señor; grande es la ceguera de tu ignorancia, mayor la de tus culpas; pues mira, ciego, que hoy tienes aquí el mismo Jesús y Salvador, si no en Jericó, en el Altar; da voces si quieres ver ahora, si deseas salud para conseguir tan gran bocado; quien lengua tiene para pedir perdón, al Cielo llegará; acude guiado de la fe; llámale, no ya hijo de David, sino «Jesús, hijo de María», que es mejor, «haya misericordia para mí».

Punto 2.º

Veníase acercando el Salvador hacia el ciego: ¡gran dicha no estar lejos del Señor! Perdíale de vista con los ojos del cuerpo, cobrábale con los del alma; válese de la voz, cuando no puede de la vista, y esforzándola con alientos de fervor, prorrumpe en voces de esperanza: «Jesús -dice, que es decir fuente de salud y de vida-, haya para mí una gota; si Vos, Señor, no me remediáis, ¿quién será bastante? No seré yo tan maldito que confíe en algún hombre; no dan vista las criaturas, antes la quitan». Reñíanle unos y otros, enfadados de sus voces, no experimentados de su miseria; decíanle ellos que callase, y escuchábale Jesús y daba mayores gritos: «¡Señor, misericordia de mi miseria! Si yo no os veo a Vos, Vos bien me veis a mí». «¿Qué quieres?», le pregunta Cristo, para que conozca más su necesidad y su remedio. Y responde él: «¿Qué puedo yo querer sino el veros, que en Vos lo veré todo, Dios mío, y todas mis cosas?»

Oye, alma, que contigo habla el mismo Señor, y te dice: «¿Qué quieres? ¿Qué buscas? Pide mercedes a quien te convida con su Cuerpo y Sangre, porque, ¿qué no te dará quien se te da todo? Yo soy tu blanco, fija en mí la vista; yo soy tu centro, descansa en mí. ¿Qué quieres?», pregunta el Señor. Respóndele tú: «¿Qué puedo yo querer sino a Vos, el veros y gozaros, recibir y recibiros: cerrar mis ojos a la vanidad, abridlos a su blanco?» ¿Qué quieres? Y es decir: ¿Sabes qué cosa es comulgar? Scitis, quid fecerim vobis?

Punto 3.º

No se mostró menos misericordioso el Señor con el otro ceguezuelo de su nacimiento, antes más misterioso, pues pudiendo con sola su palabra curarle, tomó lodo y púsosele en los ojos, haciendo colirio del que parecía estorbo; cogió tierra y amasola con su saliva, con que la convirtió en un terrón de Cielo, y fue remedio la que ya daño; de los polvos de su humildad quiso saliese el lodo para su salud; abrió los ojos cuando parecía se los tapiaba: con esto y con lavarse alcanzó tan buena vista, que pudo ver cuanto pudiera desear.

Pondera ahora la ventaja de tu favor, pues no te aplica el lodo amasado con su saliva, sino su mismo cuerpo amasado con sangre y lleno de su divinidad; ponle, no sólo en tus ojos, sino dentro de tu pecho; ponle en los ojos de tu alma, con conocimiento y afecto; reconoce que para darte a ti la vista, te da sus mismos ojos; mira ya con los de Cristo, habla su lengua, camina con sus pies, vive con su vida, diciendo con San Pablo: «Vivo yo, mas ya no yo, porque Cristo vive en mí; Él es el que mira y Él es el que habla en mí». Saca, que si la saliva del Señor obra tan eficazmente que da la vista a un ciego, ¿qué no obrará el que comulga la carne y sangre del Señor, unidas con su divinidad?

Punto 4.º

Recibió tal alegría el ciego con la vista, que iba dando saltos de placer, corriendo a la eterna corona. Volvió luego al Señor, agradecido a lograr la vista, viéndole, que no hay otro que ver, a emplear la lengua ensalzándole. Confesábale por su Dios y Señor, a pesar de aquellos ciegos de envidia; postra su pecho por el suelo para ensalzar a su Redentor; pone sus rodillas en la tierra, que le fue puesta en los ojos; adora a su Cristo y alaba a su Remediador; siempre que abriría los ojos para ver, abriría la boca para agradecer el favor.

¡Oh, con cuánta mayor razón debes tú, alma mía, rendir gracias al Señor de una merced tan divina!; ten fija siempre la mira en el Señor, para que libres tus pies de los lazos de Satanás, y pues tienes ojos de fe para ver y conocer tu Dios y Señor en esa Hostia, trata de hacer lenguas en celebrarle y ensalzarle por todos los siglos. Amén.

Meditación XXXII

Para recibir al Señor del modo que fue hospedado en casa de Zacarías

Punto 1.º

Meditarás hoy la humildad de María, la devoción de Isabel, el pasmo de Zacarías, la alegría de Juan y las misericordias del Niño Dios. Considera qué desprevenida juzgaría su casa Santa Isabel para recibir los Reyes del Cielo que se le entraban por ella. Incrédulo Zacarías a las dichas y mudo a los aplausos; el niño Juan poco fuera encerrado en la materna clausura, si no lo estuviera más en la cárcel de la culpa; Isabel, por lo anciana, inútil, y por lo preñada, impedida al debido cortejo; viendo esto acógese a la humildad y echando por el arbitrio del encogimiento que es él la mayor preparación para tan grandes huéspedes, suple con humillaciones la falta de prevenciones.

Pondera, tú que has de comulgar, que viene hoy el mismo Rey y Señor a visitar tu casa; si allí metido en la carroza virginal, aquí en una Hostia; si allí bajo las cortinas de pureza, aquí entre accidentes de pan; mira cuán desprevenido te hallas, qué falto de las virtudes con que quiere ser agasajado este Señor, y si da en el arbitrio de la humildad; espántate de ver que aquel Señor que ocupa los Cielos quiera hospedarse en tu pecho; encógete con más causa que santa Isabel, y suplirás con humildad lo que te falta de devoción.

Punto 2.º

«¿De dónde a mí -dice Santa Isabel, con ser prima y con ser santa-, que la Madre de mi Señor venga a mi casa? ¿Cuándo merecí yo tanta dicha? Yo menos que esclava, ella Reina de los Cielos». No dijo que el mismo Dios y Señor, que eso no tenía ya ponderación; pero si con la madre se confunde, ¿qué sería con el infinito, eterno, inmenso y omnipotente Hijo? Basta este argumento de menor a mayor, a concluir a un serafín cuanto más a una hormiga. ¡Gran palabra ésta de Santa Isabel! Verdadero ejemplar de todos los que comulgan. «¿De dónde a mí?»

Por estas palabras debes tú comenzar, alma mía, cuando has de hospedar a tal alto Señor; repítelas muchas veces. ¿De dónde a mí, un vil gusano, un miserable pecador, un merecedor de nuevos infiernos; a mí, lleno de culpas, ingrato y villano, desconocido; a mí, una hormiguilla de la tierra; a mí, polvo y ceniza; a mí, nada, y aún menos? ¿Y que venga el mismo Dios? ¿Aquel infinito, inmenso y eterno Señor? ¿Y no sólo a mi casa, sino a mi pecho? ¿Que se entre, no sólo por mis puertas, sino por mis labios? ¿Que penetre, no ya al más escondido retrete, sino a mi corazón? ¿Cómo no me confundo, cómo no desmayo? Sin duda que soy insensible.

Punto 3.º

Atiende cómo agasaja Santa Isabel a su huéspeda María, y cómo corteja el niño Juan al Niño Dios, que en esta casa todo va proporcionado, nadie está ocioso en ella. En viéndose libre de la culpa, Juan da saltos por acercarse al Señor, como quien dice: ¡Oh, venid Vos a mí, Dios mío y Señor mío! ¡Oh, haced de modo que yo pueda acercarme a Vos! ¡Oh, cómo le abrazara y le apretara y le uniera consigo, si pudiera! La voluntad bien se vio en oyendo Santa Isabel la voz de la purísima Cordera; reconoce Juan el Corderito de Dios, que quita los pecados del mundo; dio saltos de placer, que no hay contento como salir del pecado.

Pondera tú, que has recibido al Señor: si Juan no cabe de contento dentro las maternas entrañas por ver que cabe en su casa el Infinito Dios, tú, que le has hospedado hoy dentro de tu mismo pecho, ¡qué saltos deberías dar de placer en el camino de la virtud, que llegasen a la vida eterna! Si Juan, porque le siente tan cerca de sí tanto se alboroza, tú, que le tienes dentro de ti mismo, ¡cuánto te deberías consolar! ¡Mas, ay, que no sientes ni conoces! Allí se quedó el Señor dentro las entrañas de su Santísima Madre, y aquí se pasa a las suyas; no se pudo acercar Juan inmediatamente al Señor, con que hizo tan grandes esfuerzos, y tú te acercas tanto, que te unes sacramentalmente con él. Deseó San Juan llegar a sellar sus labios en los pies de aquel Señor, cuyo zapato no se atrevió después, cuando más santo, a desatar, y tú le recibes en tus labios, le metes dentro de tu boca, le tragas y le comes; procura vivir de Él, con Él y para Él.

Punto 4.º

Todos quedaron gozosos y todos agradecidos. Reconoció Isabel, a par de su humildad, el favor; fue llena del Espíritu Santo en las mercedes y en los clamores, recibiendo y agradeciendo; no disimuló su gozo el niño Juan cuando así se hace de sentir, y ya que no puede a gritos, a saltos lo publica; era voz del Señor, y empleose después en sus divinas alabanzas. Cantó la Virgen Madre, magnificando al Señor, obrador de mercedes y maravillas.

Alma, no enmudezcas tú entre tantas voces de alabanza; sé voz de exaltación con Juan, no mudo silencio con Zacarías; abre tu boca al agradecimiento, pues la abriste a la comida; no sea montañés tu pecho en lo retirado, sí cortesano del Cielo en lo agradecido; levanta la voz con Isabel, salta con Juan y engrandécele con María Santísima.

Meditación XXXIII

De cómo no halló en Belén dónde ser hospedado el Niño Dios, aplicado a la Comunión

Punto 1.º

Considera cuán mal dispuesto estaban aquellos ciudadanos de Belén, pues no hospedaron en sus casas a quienes debieran en sus entrañas; habíanse apoderado de ellos la soberbia y la codicia, y así no les quedó lugar para tan pobres y humildes huéspedes; no ofrecen siquiera un rincón a quien debieran sus corazones. Ciegos del interés, los parientes no ven el bien que se les entra por sus puertas, y los que no reconocen en el pobre a Dios, tampoco conocen a Dios hecho pobre.

Atiende, alma, que hoy ha de llegar a llamar a las puertas de tu casa el mismo Señor; si allí encerrado en la virginal carroza, aquí encubierto en una Hostia; desocupa el corazón de todo lo que es mundo para dar lugar a todo el Cielo: que un Empíreo había de ser el seno donde se había de hospedar este inmenso Niño. Procura adornarlo de humildad y de pobreza, que éstas son las alhajas de que mucho gusta este gran Huésped que esperas.

Punto 2.º

Van buscando los peregrinos del cielo un rincón del mundo donde alojarse y no le hallan; todos los desconocen, por ser desconocidos; ni aun de mirarles ni escucharles no se dignan. He aquí que no halla cabida en el mundo el que no cabe en los Cielos, y el vil gusano que no tiene cabida en el Cielo no cabe en todo el mundo; iría la Virgen de puerta en puerta, y todas las hallaba cerradas, cuando tan de par en par las del Cielo; de la casa de un pariente pasaba a la de un conocido; hacíanse todos de nuevas, preguntándola quién era. Respondería la Virgen que una pobre peregrina, esposa de un pobre carpintero, y en oyendo tanta pobreza dábanles con las puertas en los ojos. No digáis así, Señora, que no entiende el mundo este lenguaje: decid que sois la Princesa de la Tierra, la Reina del Cielo, la Emperatriz de todo lo creado.

¡Mas, ay, que esos gloriosos títulos se quedan para tu puerta, oh alma mía! Advierte que llega hoy a ella esta Señora y te pide que la acojas, que la des lugar donde nazca el Niño Dios; mira lo que la respondes. ¡Qué de veces le has negado la entrada con más grosería que éstos! Pues con más fe avívala y considera que el mismo Niño Dios que iba buscando allí dónde nacer, aquí busca quien le reciba; allí entre velos virginales, aquí entre blancos accidentes; a las puertas del corazón llama y no hay quien le responda; no halla quien le quiera, el querido del Padre Eterno, el deseado de los ángeles. ¡Ea, alma mía, levántale del lecho de tu tibieza, de tus mundanas aficiones; acaba, no empereces, que pasará adelante a otro más dichoso albergue!

Punto 3.º

Estaba el Verbo Encarnado sin tener dónde nacer; no siente tanto que en la que ha de ser su patria le extrañen, cuanto que en la que es Casa de Pan no le reciban. ¡Oh, cómo le acogieran los ángeles en medio de sus aladas jerarquías! ¡Cómo le albergara el sol y le ofreciera por tálamo su centro! ¡Cómo el Empíreo se trasladara a la tierra para servirle de palacio! Pero esa dicha a ninguno se le concede, sólo se guarda para ti. ¡Oh, tú, el que llegas a comulgar, ofrécele a este Niño Sacramentado por albergue tu pecho, rásguense tus entrañas y sírvanle de pañales las telas de tu corazón! Retiráronse a lo último, cansados e injuriados, a un establo, que hizo su centro el Señor, por lo pobre y por lo humilde; allí reciben los brutos con humildad al que los hombres despidieron con fiereza; reclinole su Madre en un pesebre, alternándole en su regazo; descansa entre las pajas el mejor grano, convidando a todos en la Casa del Pan, para que todos le coman.

Alma, no seas más insensible que los brutos; el buey reconoce a su Rey; no extrañes tú a tu Dueño; mírale con fe viva y hallarás que el mismo, real y verdaderamente que estaba allí en el pesebre, está aquí en el Altar; cuando mucho, allí llegarás a acariciarle y besarle, aquí a comerle; allí le apretarás con tu seno, aquí le metes dentro de él; nazca, pues, en tu corazón, y asístanle todas tus potencias, amándole unas y contemplándole otras, sirviéndole y adorándole todas.

Punto 4.º

No hubo en la tierra quien hospedase al Niño Dios, ni quien nacido le cortejase; menester fue bajasen los cortesanos del cielo; y así, ellos cantaron la gloria a Dios y dieron el parabién a los hombres, avisándoles del agradecimiento.

Alma, pues hoy se ha trasladado el Cielo a tu pecho, y el Verbo Eterno del seno del Padre a tus entrañas, del regazo de su Madre a tu corazón, ¿cómo no te haces lenguas en su alabanza y te deshaces en lágrimas de ternura? Boca que tal manjar ha comido, no está bien tan cerrada; labios bañados con las lágrimas de un Dios Niño, ¿cómo están tan secos? Pide a los ángeles prestadas sus lenguas, para imitar sus alabanzas. Ora, canta, vocea, diciendo: «Sea la gloria para Dios y para mí el fruto de la paz», con buena y devota voluntad. Amén.

Meditación XXXIV

Recibiendo el Santísimo Sacramento como grano de trigo sembrado en tu pecho «nisi granum frumenti», etc.

Punto 1.º

Considera cómo el Celestial Agricultor, no sólo se contenta con sembrar su divina palabra en los corazones de sus fieles, sino también el grano sacramentado en sus entrañas. Suele, pues, el cuidadoso labrador, antes de encomendar el fértil grano al piadoso seno de la tierra, mullirla y cultivarla muy bien; arranca las malas hierbas porque no le embaracen; quema las espinas porque no le ahoguen, y aparta las piedras porque no le sepulten; que tantos contrarios tiene antes de nacer, y muchos más después de nacido.

Advierte que hoy, por gran dicha tuya, ha de caer el grano más fecundo, y lo más granado del cielo en la humilde tierra de tu pecho, en el campo de tu corazón. Procura, pues, prepararle primero para poder lograrlo; riégalo con lágrimas que le ablanden; arranca los vicios, y de raíz, porque no le estorben; abrasa las espinas de las codicias, porque no le ahoguen; quita los molestos cuidados, porque no le impidan; aparta las piedras de tu frialdad y dureza, porque no le sepulten, para que de esta suerte, bien dispuestos los senos de tus entrañas, y desembarazados, reciban este generoso grano que ha de fructificar la gracia y te ha de alimentar con vida eterna.

Punto 2.º

Teniendo ya la tierra preparada, madruga el diligente sembrador; sale al campo, y con liberal mano va esparciendo el mejor grano de sus trojes; recógelo la tierra en su blanco seno, allí lo abriga y lo fomenta; el agua le ministra jugo, el sol calor, el aire aliento; comienza el fértil grano a dar señales de vida, va saliendo a luz, la virtud que encierra ensancha sus senillos, y extiéndese a la par hacia el profundo con humildes raíces que le apoyen, y hacia lo alto con lozanas verduras que le ensalcen.

Pondera cómo hoy el diligente Agricultor de tu alma traslada del divino seno al terreno tuyo el más sustancial grano, delicias del mismo cielo; en tu pecho ha caído: abrígale con fervor, riégale con ternura, foméntale con devoción, aliéntale con viva fe, envuélvele en tu esperanza, consérvale en tu fervorosa caridad, para que arraigue en tus entrañas con humildad, crezca en tu alma, coronándola de frutos de gloria.

Punto 3.º

Es mucho de admirar con cuán suave fortaleza va el grano de trigo apoderándose de la tierra, penetra su profundidad y rompe la superficie; desprecia el lodo porque no le ensucie y puebla el aire adonde campee; vence los muchos contrarios que le combaten: las escarchas que querrían marchitarle, las nieves que cubrirle, los yelos que amortiguarle, los vientos que romperle, y triunfando de todos ellos, sube, crece y se descuella. Trueca ya lo verde de sus vistosas esmeraldas por el rubio color de la espiga que le corona de oro, sirviéndole de puntas sus aristas. ¡Qué lindas campean las mieses, si ya verdes, ahora doradas, alegrando los ojos de los que las miran, y mucho más de sus dueños, que las logran!

Pondera que si todo esto obra un granito material de trigo en poca tierra, ¿qué no hará el grano Sacramentado en el pecho del que dignamente le recibe? Dale lugar para que arraigue en tus entrañas, crezca por tus potencias, dilátese en tu corazón, sazónese en tu voluntad, campee en tu entendimiento y corone de frutos de sus gracias tu espíritu. ¡Oh, qué bien parece el campo de tu pecho con las ricas mieses de tantas y tan fervorosas comuniones! ¡Qué vista tan hermosa para los ángeles, y qué agradable para tu gran Dueño, que es Dios! Sal tú con la consideración a verlo y con alegría a gozarlo; enriquece tu alma de manojos de virtudes, de coronas de gloria.

Punto 4.º

¡Qué gozosos empuñan las hoces los segadores, con qué solaz las mueven! Y los que antes salieron con sentimiento a arrojar el grano, ya lo recogen con alegría; sembraron con el frío y siegan con el calor, pregonan a gritos su contento, pero, como villanos, son más codiciosos que agradecidos al dador, parando en relinchos profanos las que habían de ser alabanzas divinas.

Alma, tú que reconoces hoy los frutos de aquel celestial grano, multiplicado a ciento por uno, no imites a éstos en la ingratitud, pero sí en el contento; levanta la voz a los divinos loores; dedíquense los cantares de la exultación de tu gracia a la exaltación de su gloria; resuenen el tímpano y el salterio, ya en afectos, ya en voces; corresponda a la infinita liberalidad eterno el agradecimiento, rindiendo a deudas de especial gracia tributos de eterna gloria. Amén.

Meditación XXXV

Para recibir al Niño Jesús, desterrado al Egipto de tu corazón

Punto 1.º

Contempla qué mal le prueba la tierra al Rey del Cielo: las vulpejas tienen madriguera y las aves del cielo nidos, y el Señor no halla dónde descansar; persíguele el hijo de la muerte y del pecado al Autor de la gracia y de la vida. ¡Qué presto le hacen dejar la Ciudad de las flores al que nació para las espinas! En brazos de su Madre va peregrinando a Egipto, región de plagas y de tinieblas, pero qué bárbaros le extrañan los gitanos, y qué poco le agasajan, groseros; cierran las puertas al bien que se les entra por ellas.

Alma, hoy el mismo Niño Dios se encamina al Egipto de tu corazón, si allí fajado entre mantillas, aquí envuelto entre accidentes; no le trae el temor, sino el amor; no huye de los hijos de los hombres, sino que los busca, poniendo sus delicias en estar con ellos; no le hospedes a lo bárbaro gitano, sino muy a lo cortesano del Cielo; pero si está tu corazón hecho un Egipto, cubierto de tinieblas de ignorancia, lleno de ídolos de aficiones, ¡caigan luego por tierra, triunfen las palmas, florezcan las virtudes, broten las fuentes de la gracia y sea ensalzado y adorado el verdadero Dios!

Punto 2.º

Fue largo y muy penoso el viaje de los tres peregrinos de Jerusalén a Egipto, y peor la acogida; padecieron todas las incomodidades del camino, y no gozaron de los consuelos del descanso. Nadie los quería hospedar, porque los veían pobres y extranjeros, y si entre los parientes y conocidos no hallaron ya posada, ¿qué sería entre extraños y desconocidos? Guardarseían todos de ellos, como de advenedizos y aun por algo dirían: «Vienen huyendo de su tierra», y acertaran en decir de su Cielo; temen no les roben sus bienes, y pudieran sus corazones; mirábanlos como desterrados, no sabían la causa y sospechaban lo peor; no conocen el tesoro escondido, ni el bien disimulado; antes, se recelan no les hurte la tierra el que viene a darles el Cielo. ¿Dónde se acogerá el Niño Dios peregrino? ¿Dónde irá a parar?

Alma, a tu corazón se apela; tu pecho escoge por morada; tú que le conoces le recibe; llorando viene, enternézcanse tus entrañas; los gitanos le dan con las puertas en los ojos; ábranse de par en par las de tu corazón; oye que llama a tus puertas con llantos y suspiros, acállale con finezas; desterrado viene del seno del Padre al tuyo; mira cuál debería ser la acogida; de las alas de los querubines se traslada a las de tu corazón; no basta cualquier cortejo; esclavina blanca trae, que es su color la pureza; hospédale en medio de tus entrañas, emulación de los mismos Cielos.

Punto 3.º

Siete años estuvieron desterrados en Egipto los paisanos del Cielo. ¡Qué desconocidos de los hombres! ¡Qué asistidos de los ángeles! Pero qué poco se aprovecharon los gitanos de su compañía en tanto tiempo. Así salió el Señor de entre ellos como se vino, y así acontece a muchos cuando comulgan. No bastó el agrado del Niño Dios, la apacibilidad de la Virgen, ni el buen trato de San José para ganarlos; fueron tan desdichados como desconocidos y siquiera, pues se comían los dioses que adoraban, o adoraban por deidades las cosas que se comían, bien pudieran adorar por Dios a un Señor que se había de dar en comida.

Pondera cuántos hay que reciben al Señor a lo gitano, y más fríamente, que ni le asisten ni le cortejan, no más de entrar y salir, sin lograr tanto bien como pudieran; están muy metidos en su Egipto y casados con el mundo, no perciben los bienes eternos. No recibas tú al Señor a lo de Egipto, pues le conoces a lo del Cielo, aunque ya podrías recibirle a lo gitano; comiéndote tu Dios y teniendo por Dios a un Señor que es tu regalo y comida; aviva la fe, conócele que, aunque viene tan disimulado, es Rey de la celestial Jerusalén; procura no perder el fruto, no sólo de siete horas, sino de siete años de su morada en tu pecho, y aun de toda la vida empleándola en tan devotas cuan frecuentes Comuniones.

Punto 4.º

No hacen sentimiento los gitanos al ver que se les va y los deja el Niño Dios; no le ruegan se quede los que no desearon que viniese; no sienten su partida los que no desearon su llegada ni estimaron su asistencia. No querría, ¡oh tú que has hospedado hoy a este mismo Señor!, que fueses tan desgraciado como desagradecido. ¡Oh, qué poco rastro queda en algunos de haber morado este Señor en su pecho! ¡Qué poco quedan oliendo a Dios y cuán presto al mundo! ¡Qué poco provecho sacan de tus comuniones cuando pudieran tanto Cielo!

Procura quede en ti muy fresca la memoria, muy afectuosa la voluntad, muy reconocido el entendimiento de haber entrado y haber morado este Señor en tu pecho. ¡Oh, qué lindo Niño recibiste! Mira no se te vaya; queda muy cariñoso de su dulce presencia; suspira por volverle a recibir, y si no le conociste la primera vez, procura lograrle en las Comuniones siguientes.

Meditación XXXVI

Del convite de las bodas de Caná, aplicado a la Comunión

Punto 1.º

Considera que si en otras bodas todo huele a profanidades de mundo, en éstas todo a puntualidades de Cielo: atenta devoción de desposados, convidar al Salvador para que principios de virtud afiancen progresos de felicidad; ni se olvidaron de su Santísima Madre, que fue asegurar Estrella. Asistieron también los Apóstoles en gran argumento de la generosa caridad de estos desposados, pues faltándoles su caudal para lo posible, les sobra el ánimo para lo generoso. Gran disposición ésta para haber de hospedar a Jesús y sentarle a su mesa, para merecer sus misericordias; reálzase más el mérito cuando tenían menos experiencia de las maravillas de Cristo: no le habían visto aún obrar milagro alguno, pero merecieron que comenzase.

Advierte que si has de hospedar hoy en tu casa y en tu pecho al mismo Jesús, tu Señor y todo tu remedio, Esposo y convidado a las bodas de tu alma, que es preciso disponerte con otras tantas virtudes como éstas, y sea la primera una viva fe, sígala una ardiente caridad, con una segura confianza que le convide a obrar iguales maravillas.

Punto 2.º

Pero es mucho considerar cómo falta el vino a lo mejor del convite, y en él la significada alegría, ordinario azar de los mundanos placeres; desaparecer en un momento dejando con la miel en los labios y con la hiel en el corazón, y no hacen más que brindar con el vino para llenar de veneno; acuden desengañados éstos de Caná a procurar los gustos del Cielo, que son verdaderos y duraderos; ponen por medianera a la Madre, gran arbitrio para asegurar las misericordias de su Hijo; no se dice gastasen tiempo ni palabras en representar su necesidad a esta Señora, que como tan piadosa bástala el conocerla; acudieron ellos a María, y María a Jesús, que es el orden del divino despacho.

Hoy, alma, con el mismo desengaño y no menor experiencia, acude en busca del celestial consuelo, que la fuente de él aquí mana, en el Altar, y sobre ser el mejor vino, tiene la excelencia de perenne, y aunque parece nuevo, es eterno. Deja los falsos contentos de la tierra, antes que ellos te hayan de dejar; mira que a lo mejor desaparecen y sólo Dios permanece; ellos no hartan; este divino manjar es el que satisface.

Punto 3.º

Compasivo el Señor siempre, y ahora obligado de la súplica de su Madre, da tan presto principio a sus divinas maravillas, como a los humanos remedios; convierte el agua en vino, esto es, los sinsabores de la tierra en consuelos del Cielo; fue generoso el licor, como símbolo de este Divino Sacramento y don de tan generosa mano, que dádivas de Dios siempre fueron cumplidas; comienzan unos y otros a lograrle y juntamente a celebrarle, sin que se desperdicie una gota; todos le gustan y todos se maravillan, quedando muy satisfechos del convite con tan buen dejo.

Pondera cuánto más milagroso favor obra hoy el Señor con los convidados a su mesa, y cuánto es más precioso su sabor; gusta y verás cuánto más regalado es este vino con que hoy te brinda; aquél fue obra de su omnipotencia, éste de su infinito amor; allí, para sacar aquel vino, abrió el Señor su mano poderosa, pero aquí rasgó su pecho; allí llenaron primero las hidrias de agua, aquí has de llenar de lágrimas tu lecho. Si tanto estimó la esposa el haberla introducido el Rey en la oficina de sus vinos, que son los divinos consuelos, ¿cuánto más debes tú hoy reconocer el favor de haberte franqueado los perennes manantiales de su sangre? Llegad, almas carísimas, con sed, y bebed hasta embriagaros del divino amor, y di tú con el architriclino: «¡Oh, quién hubiera logrado mucho antes esta mesa! ¡Oh, quién hubiera frecuentado desde el principio de su vida y muchas veces este Divinísimo Sacramento!»

Punto 4.º

Fueron efectos de tan excelente vino, agradecidos afectos a su Autor. Luego que supieron el prodigio, lo publicaron; mas los desposados, viéndose tan imposibilitados al desempeño como obligados del favor, correspondieron con repetidos agradecimientos a Cristo, y a los demás con aplausos y con razón, que un tan generoso vino, que produce lirios castos, debía ser pregonado en la tierra y en el Cielo. Entre todos, la inventora de la pureza dio las gracias por todos, recambiando los rayos de leche purísima, que ministró a su hijo, en la preciosidad de tan puros raudales que hoy recibió.

Almas, suplicad a esta Señora os ayude al desempeño de tan aventajados favores en adelantados agradecimientos; que al mayor de los prodigios en gracia y en fineza no se cumple sino con singulares alabanzas. ¡Oh, si correspondiesen las gracias a la gracia! Que si aquél fue el primero de las señales de Cristo, éste fue el sello de sus finezas y el triunfo de su amor.

Meditación XXXVII

Para recibir al Niño Jesús perdido y hallado en el templo

Punto 1.º

Meditarás qué afligida se hallaría hoy tal Madre sin tal Hijo, tan desconsolada cuan sola; la misma soledad duplica el sentimiento, pues falta quien ha de ser el consuelo de todas las demás pérdidas; no puede reposar, que sin Jesús no hay centro; no admite consuelo, que no hay con qué suplir faltas de Dios; dicen que ojos que no ven no quebrantan el corazón; aquí sí, porque no ven; fuentes son de agua sus ojos, porque les falta su lumbre; arroja tiernos suspiros, reclamos del ausente Dios; conoce bien lo mucho que ha perdido y así pone tanta diligencia en buscarlo.

Pondera tú, alma mía, que si el perder a Jesús sólo de vista causa tal sentimiento en su Madre, ¿qué dolor será bastante al perderle de gracia? Y cuando no sea tanta tu desdicha, llora el habérsete ausentado por tibieza; parte luego a buscarle con alas de deseos, llámale con suspiros, cuéstete siquiera una lágrima el hallarle, y si no comió la Virgen ni durmió hasta hallarle, cómetele tú en hallándole, y duerme en santa contemplación.

Punto 2.º

Sale la Virgen en busca de su Hijo Dios, tan deseado cuan amado; no le busca como la esposa en el lecho de su descanso, sino entre la mirra primera; gimiendo va la solitaria tortolilla en busca de su bien ausente; su voz se ha oído en nuestra tierra, que llegó el tiempo de la mortificación; balando va la cándida cordera, preguntando por el Corderito de Dios, que ya otra vez quiso tragarle Herodes, lobo carnicero; pregunta a los parientes y conocidos, que ellos deberían saber de él; acude al templo y lo acierta, que es seguro haber de hallar un buen Hijo en casa de su buen Padre.

Aprende, alma, esta disciplina, y el modo de hallar a Dios; no le toparás en el ruido de las calles, menos en el bullicio de las plazas; no entre mundanos amigos ni parientes, sino en el templo, que es casa de oración; sea la iglesia tu centro, búscale en los sagrarios, que allí le tiene encarcelado el amor; cuéstente lágrimas los gozos y penas los consuelos; llámale con suspiros y lograrás sus favores.

Punto 3.º

Entra la Virgen en el templo y descubre en medio de los doctores la sabiduría del Padre; fue su contento desquite de su dolor. ¡Bienaventurados los que lloran, pues son tan consolados después! Enjugó lágrimas de la aurora el amanecido Sol; serenose aquel diluvio de llanto al aparecer aquel arco de paz, que es grande el gozo de hallar a Dios en quien le desea, al paso que le conoce. ¡Qué abrazos le daría, cómo le apretaría en su seno, diciendo con la esposa: «Hacecito de mirra fue mi amado, cuando perdido: ya es manojito de flores hallado; entre mis pechos permanecerá!» Tres días le costó de hallar y en ellos tres mil suspiros, lágrimas y diligencias, oraciones y dolores, para que estimase más el hallado tesoro.

Advierte, alma, que no te cuesta a ti tanto el hallar este Señor, pues siempre que quieres le tienes en el Altar; mira qué a mano y qué a boca, pero no querría que esa misma facilidad en hallarle fuese ocasión de no estimarle, no digo ya perderle; recíbele hoy con los afectos y ternuras que su Santísima Madre; sella en él tus labios, que no sólo se te permite que le adores, sino que le comas; no sólo que le abraces, sino que le tragues; guárdale en tu pecho y enciérrale dentro de él; repite con la esposa: «Manojito de mirra es mi amado para mí, entre mis pechos morará, ya del entendimiento, ya de la voluntad, aquél contemplándole e inflamándose ésta».

Punto 4.º

Fue siempre la Virgen Madre tan agradecida cuan graciosa; volvería a entonar a Dios otro cántico nuevo, por haberle vuelto de nuevo su amado Jesús; vino en alas de un corazón afectuoso, volvería en pasos de una garganta agradecida, celebrando las misericordias del Señor; congratularseía ya con los ángeles de dichosa, por haber hallado la gracia de las gracias, y la fuente de todas ellas. ¡Cómo guardaría su Niño Dios en adelante, nunca perdiéndole de vista, previniendo con agradecimientos los riesgos de volverle a perder!

¡Oh, alma mía!, tú que has hallado hoy en el Altar este mismo Señor, asistido de almas puras, alternadas con los ángeles, rodeada de sabios querubines, en vez de los doctores; tú que te hallas con el Niño Dios dentro de tu pecho, ¿qué cántico deberías entonar? ¿Qué gracias rendir? Conózcase en tu agradecimiento la estimación del hallazgo; no seas desagradecida si no quieres ser desgraciada; mira no le pierdas otra vez, con riesgo de perderle para siempre; guárdale dentro de tu corazón, pues es todo tu tesoro; mira no abras puerta a las culpas, que te le robarán.

Meditación XXXVIII

Del convite en que sirvieron los ángeles al Señor en el desierto, aplicado al Sacramento

Punto 1.º

Considera cómo se retira Cristo nuestro bien del bullicio del mundo, para vacar a su Eterno Padre; ayuna cuarenta días, enseñándonos a hermanar la mortificación con la oración, las dos alas para volar al reino de Dios; lo que carece el cuerpo de comida, se sacia el espíritu de los divinos consuelos. Pero ¡qué buena preparación toda ésta, de oración y de ayuno, desierto y cielo, aspereza y contemplación, para merecer el regalo que le envía su Eterno Padre! Los ángeles le traen a los que como ángeles viven.

Aprende, alma, lo que tu Divino Maestro, obrando, te enseña; menester es disponerte, con esta prevención de virtudes, para sentarte a la mesa de tus delicias; huye de los hombres, para que te favorezcan los ángeles; sea tu conversación en el Cielo, pues te alimentas del pan de allá; prívate de los manjares terrenos, y así gustarás más del celestial. Saca un gran cariño al retiro, a la oración, a la mortificación, a la aspereza de vida, y lograrás con gusto este divino banquete.

Punto 2.º

Pero no sólo precedió el ayuno de tantos días al regalo del Cielo, sino el haber conseguido tres ilustres victorias de los tres mayores enemigos, enseñándonos a vencer antes de comulgar; preceda la victoria al triunfo, quede vencida la carne en sus comidas, el mundo en sus riquezas y el demonio en sus soberbias; triunfe toda nuestra vida del deleite, del interés y de la soberbia. No admitió el Señor el falso convite del demonio, y por eso logró el que le sirvieron los ángeles; aquél le ofrecía piedras por pan, y éstos le prestan pan por piedras. Siéntese a la mesa del Rey, el que venció reyes.

Considérate hoy convidado en el desierto de este mundo al pan del Cielo; a la mesa del Rey te has de sentar, mira si has vencido reyes, los vicios que en ti reinaban; no llegues con los hierros de cautivo a la mesa de la libertad del Hijo de Dios. Quien ha de comer con Dios, y al mismo Dios, no ha de llegar ahíto de las comidas del mundo, que no gustarás del pan de los ángeles si llegas empachado de las piedras de Satanás.

Punto 3.º

Sintió hambre como hombre el Hijo de Dios, pero el Eterno Padre, que envió a su profeta un pan con un cuervo, hoy envía a su Hijo muy amado la comida con sus alados ministros; qué manjar fuese éste, no se dice, quédese a tu contemplación; lo cierto es que no faltaría pan donde intervenían ángeles, y que con un Hijo hambriento y tan amado, mucho se aventajaría este Divino Padre al del Pródigo. Pero por regalada que fuese aquella comida de los ángeles, no llegaría a la que hoy te ofrece a ti el mismo Señor de ellos; convidado te tiene, y Él mismo se te da en manjar.

Pondera con qué gozo te sentarás al lado del Señor en el desierto, con qué gusto comieras de aquel pan venido del Cielo; pues aviva la fe, y entiende que aquí tienes el mismo Señor, con Él comes, y le comes; Él es el que te convida, y el convite. ¡Oh, si le comieses tan hambriento como lo está el Señor de tu corazón! Mira que es regalo del Cielo; cómele con apetito de allá; come como ángel, pues los ángeles te sirven y te envidian.

Punto 4.º

Dio el Señor gracias de hijo al que se le había mostrado tan buen Padre, eternas como a eterno, y cumplidas como a tan liberal; levantaría los ojos, como otras veces, al Cielo, y realzando los del alma, los fijaría en aquellas liberales manos de su Padre; celebrando el querer con el poder, reconocería el entendimiento estimaciones, y lograría la voluntad continuos afectos. Entonaría himnos, que proseguirían los coros angélicos, empleando todas sus fuerzas y potencias en agradecer el bien que todos habían participado.

Imita, ¡oh, alma mía!, a este Señor, en dar gracias, pues en recibir favores agradece al Eterno Padre el haberte tratado como a hijo. ¿Qué mucho resuenen cánticos de alabanza en una boca de quien el Verbo Eterno fue manjar? Regüelde tu corazón una buena palabra, y hablen tus labios de la abundancia de tu corazón; conózcase en todas tus potencias el vigor que han cobrado con este divino manjar.

Meditación XXXIX

Para recibir al Señor con el triunfo de las palmas

Punto 1.º

Atiende cómo salen los humildes a recibir el humilde Jesús; los pobres al pobre, los niños al pequeño y los mansos al cordero. Salen con ramos de olivo pronosticando la paz, y con palmas la victoria. No salen los ricos detenidos con grillos de oro; no los soberbios, que adoran al ídolo de su vanidad; ni los regalados, cuyo dios es su vientre; así que los humildes son los que se llevan la palma, y aun el Cielo: tienden las capas por el suelo para que pase el Señor, que de ordinario más dan a Dios en el pobre los que menos tienen, y al mundo los que más. Colma el Señor su alabanza de las voces de los niños, que con la leche en los labios dicen la verdad, muy lejos de la lisonja; de suerte que todo este triunfo de Cristo se compone de humildad, pobreza, inocencia, candidez y verdad.

¡Oh, tú, alma, que has de recibir al mismo Señor en tu pecho, mira que sea con triunfo de virtudes! Que no hay disposición más conveniente que la humildad de los Apóstoles, la llaneza de una plebe, la mansedumbre de un bruto, la inocencia de unos niños, la pobreza de unos pescadores, para la llaneza de un humanado Dios.

Punto 2.º

«¿Quién es éste que entra con tan ruidoso séquito?», preguntan los soberbios, y responden los humildes, que le conocen mejor: «Éste es Jesús de Nazaret». Harto responden con decir salvador y florido. Pero responda el Real Profeta, y diga: «Éste que viene sentado en un jumentillo es el entronizado sobre las plumas de los querubines». Responda la Esposa: «Éste, blanco con su inocencia y colorado con su caridad, es el escogido entre millares». Diga Pablo: «Éste que cortejan los pueblos es el adorado de los coros angélicos». Hable Isaías: «Éste que va rodeado de infantes es el Dios de los Ejércitos».

Mas, ¡oh, tú, alma!, pregunta: «¿Quién es este Señor que hoy se entra por los senos de mi pecho, triunfando de mi corazón?» Oye cómo te responde la fe: «Éste que viene encerrado en una Hostia es aquel inmenso Dios que no cabe en el universo; éste que viene bajo los velos de los accidentes es el espejo en quien se mira el Padre; éste que adoran tus potencias es el que cortejan las aladas jerarquías». Si los pueblos sin conocerle así le cortejan, si los niños le aclaman, tú que le conoces, ¿con qué aparato le debes recibir? ¿Con qué pompa colocar en el trono de tu corazón?

Punto 3.º

Conmuévese toda la ciudad, admirando unos el triunfo y festejándole otros; conmuévase todo tu interior, el entendimiento admire y la voluntad arda; llénese tu corazón de gozo y tus entrañas de ternura; dé voces la lengua y aplaudan las manos; si allí arrojan las capas por el suelo, tiéndanse aquí las telas del corazón; aquellos tremolan palmas coronadas, levanta tú palmas victoriosas de tus rendidas pasiones, ramos de la paz interior; dejan los infantes tiernos los pechos de sus madres, y con lenguas balbucientes festejan a su Criador; renuncia tú los pechos de tu madrastra la tierra y emplea tus labios en cantar, diciendo: «Bendito seáis, Rey mío y Señor mío, que venís triunfando en nombre del Señor; seáis tan bien llegado a mis entrañas, cuan deseado de mi corazón; triunfad de mi alma y todas sus potencias, consagrándolas de hoy más a vuestro aplauso y obsequio».

Punto 4.º

Mas, ¡ay!, que después de tan aclamado Cristo de todos, de ninguno fue recibido. No se halló quien le ofreciese ni un rincón de su casa, ni un bocado de su mesa; todo el aplauso paró en voces, no llegó a las obras. Desamparándole en la necesidad los que le asistieron en el triunfo; en un instante no pareció ni un solo niño, que así desaparecen, en un punto, los humanos favores. Solo está el Señor en la casa de su Padre, que siempre está patente a sus hijos.

¡Oh, qué buena ocasión ésta, alma mía, para llegar tú y ofrecerle tu pobre morada! Recibístele con aplauso; cortéjale con perseverancia, ofrécele tu casa, que como tan gran Rey él pondrá la comida y te sentará a su lado, y en vez de la leche de niño que dejaste, te brindará con el vino de los varones fuertes; la boca que se cerró a los deleites profanos, ábrase a las alabanzas divinas; prosiga la lengua que le come en ensalzarle, y corresponda al gusto el justo agradecimiento; no seas tú de aquellos que hoy le reciben con triunfo y mañana le sacan a crucificar.

Meditación XL

Caréase la buena disposición de Juan y la mala de Judas en la cena del Señor

Punto 1.º

Meditarás cuán mal dispuesto llega Judas a la Sagrada Comunión y cuán bien preparado Juan; infiel aquél y traidor, revolviole las entrañas la comida; amado Juan y fiel discípulo, sosiégala en el pecho de su maestro. Ciego aquél de su codicia, trata vender el pan de los ángeles a los demonios; atento Juan, y con ojos de águila, le guarda contemplándole en el mejor seno; trueca Judas la comida, recambiando el más divino favor en el más inhumano desagradecimiento; reposa Juan recostado en el pecho de su Maestro.

Pondera cuantas veces has llegado tú la Sagrada Comunión como Judas, cuán pocas como Juan. ¡Qué aficionado a los bienes terrenos, qué perdido por los viles deleites! Con la traición en el cuerpo, de trocar por un vil interés, por una infame venganza, por un sucio deleite, la riqueza de los Cielos, el Cordero de Dios, la alegría de los ángeles. Escarmienta en adelante y procura llegar no como Judas alevoso, sino como Juan, estimador de los divinos favores, logrando dichas y gozando premios.

Punto 2.º

Salió Judas la puerta afuera, en habiendo encerrado el Cordero de Dios en sus desapiadadas entrañas; trueca un cielo por un infierno; no reposa como Juan, que no hay descanso en las culpas. Hecho, pues, de discípulo regalado del Señor, adalid de sus contrarios, sale de entre los mayores amigos y vase a los enemigos; tan a los extremos llega el que cae de un gran alto puesto. «¿Qué me queréis dar por aquel hombre -les dice-, que por bien poco os lo venderé? Dadme lo que quisiérades y será vuestro». Y responderíanle los enemigos: «Para lo que él vale, por cualquier precio es caro».

Pondera ahora el increíble desprecio que hacen los pecadores de Dios; qué poco estiman lo que más vale; prefieren un vil deleite, que ya es mucho un Barrabás, y esto sucede cada día. Imagina tú, alma, que acercándote a Judas, le dices: «Véndemele a mí, traidor, que yo te le pagaré con el alma y con la vida, yo te daré cuanto hay y cuanto soy, porque es mi Dios y todas mis cosas, y yo conozco lo que vale y cuánto me importa». Cómprale, alma, por cualquier precio, y cómele como pan comprado, que es más sabroso, o como hurtado, que es más dulce; mas, ¡ay!, que no tienes que comprarle, que de balde se te da. Venid y comprad sin plata el manjar que no tiene precio; pero mira que no le vendas tú a precio de tus gustos; no vuelvas al vómito de tus pecados.

Punto 3.º

Carea ahora la infinita bondad del Salvador con la mayor iniquidad de Judas, su benignidad con la ingratitud, su mansedumbre con la fiereza. Llega Judas al huerto, si antes de flores ya de espinas, hecho adalid de los verdugos, y entre los malos el peor; vase acercando a Cristo con el cuerpo cuando apartándose más con el espíritu, y muy descarado, sella en el divino rostro sus inmundos labios. ¡Oh, mal empleada mejilla que desean mirar los ángeles! No le huye el rostro quien se le entregó ya en comida; no le asquea la boca quien depositó en sus entrañas; antes, con el agrado de un cordero, le llama amigo; bastara a enternecer un diamante y había para humanar un tigre, mas ¡oh dureza de un pecador obstinado! «Amigo -dice-, ¿a qué viniste?» No supo ni tuvo qué responderle Judas.

Respóndele tú cuando llegas a comulgar, advierte cómo te pregunta: «Amigo, ¿a qué vienes, a recibirme o a venderme? ¿Vienes como el querido Juan o como el traidor Judas?» ¿Qué le respondes tú? ¿Qué te dice la conciencia? Considera que el mismo Señor tienes aquí en la Hostia que allí en el huerto, y no sólo llegas a besarle, sino a recibirle y a comértele. Mira no llegues enemigo, sino afectuoso; no a prenderle, sino a aprisionarle en tu corazón; no a echarle la soga al cuello y a las manos, sino las vendas del amor. Saca llegar con una reverencia amorosa y con un gozo fiel a recibir y llevarte este mansísimo Cordero.

Punto 4.º

No dio gracias después de la Santa Cena el que comió sacrílegamente. ¿Cómo había de ser agradecido un fingido? Vendió el pan de los amigos a los mayores enemigos, que fue echarlo a los perros rabiosos; la margarita más preciosa a los más inmundos brutos. Pero es de ponderar en qué paró. Él mismo se dio el castigo, siendo verdugo de su cuerpo el que lo fue de su alma. Sacó la muerte del pan de vida. Echó aquellas impuras entrañas en castigo de su sacrílega Comunión.

Considera el primero que comulgó indignamente cómo fue castigado. Pagolo con ambas vidas. Sea, pues, su castigo tu escarmiento. Procura ser agradecido para ser perdonado; desanúdese tu garganta a las alabanzas debidas, no sea lazo de suspensión; labios que se sellaron en el carrillo de Cristo, con verdaderas señas de paz, despliéguense en cánticos de agradecida devoción en el día que comulgas; no des luego la puerta afuera con el Señor en el pecho, como Judas; sosiégate en la contemplación, como el discípulo amado.

Meditación XLI

Para comulgar en algún paso de la Sagrada Pasión

Punto 1.º

Considera cómo Cristo Nuestro Señor, en aquella memorable noche de su partida, cariñoso de quedarse con los hombres y deseoso de perpetuar la memoria de su Pasión, halló modo para cumplir con su memoria y con su afecto; eternizó, pues, su amor y su dolor en este maravilloso Sacramento, para que fuese centro de su Pasión. Encarga, pues, a todos los que le reciben que renueven la memoria de lo que nos amó y juntamente de lo que padeció.

Llega, pues, ¡oh tú, que has de comulgar!, y recibe a tu Dios y Señor Sacramentado entre finezas y dolores; gústale sazonado entre sus sinsabores para tu mayor sabor, dulcísimo entre amarguras, entre penas más gustoso, y cuanto por ti más envilecido, tanto de ti más amado. Contémplale en algún paso de su Sagrada Pasión, y recíbele, ya regando el huerto con su sangre y tu alma con su gracia; ya preso, maniatado con las sogas crueles del odio, sobre los estrechos lazos del amor; ya como flor del campo ajada, sonroseado a bofetadas su divino rostro, porque campeen más las rosas de sus mejillas a par de las espinas de su cabeza. Contémplale tal vez amarrado a una columna, hecho un non plus ultra del amar y padecer, ya abierto a azotes su cuerpo y que mana un tal diluvio de sangre de la cruda tempestad de tus culpas; ya escarnecido de los hombres, el deseado de los ángeles, empañado con sucias salivas el espejo sin mancilla, en quien se mira y se complace su Eterno Padre; ya llevando sobre sus hombros el leño, cual otro Isaac la leña al sacrificio; finalmente, levantado en una cruz, con los brazos siempre abiertos para el perdón y clavados para el castigo; fijos los pies para esperarte a pie quedo e inclinando la cabeza para llamarte continuamente. De este modo, cuando comulgares harás conmemoración tierna de su Pasión acerba con tu compasión afectuosa.

Punto 2.º

Aviva, pues, tu fe, y levanta tu contemplación, que el mismo Dios y Señor, real y verdaderamente que estaba allí padeciendo en aquel paso que meditas, Él mismo en persona está aquí en el Sacramento que recibes; el mismo Jesús, tu bien, que estaba en el Calvario, le encierras en tu pecho. Considera, pues, si te hallaras allí presente con la fe que ahora tienes, con el conocimiento que alcanzas, en la ocasión que meditas, en el paso que contemplas, ¡con qué afecto te llegaras a tu Señor, aunque fuera rompiendo por medio de aquellos inhumanos verdugos! ¡Con qué ternura le hablaras! ¡Qué razones le dijeras! ¡Cómo le abrazaras! ¡Cómo te compadecieras de lo que padecía Él, y por ti! Acogiérasle en tu regazo y te le llevaras hurtándole a la fiereza de los tormentos, y restituyéndole al descanso de tus entrañas.

¡Oh alma!, pues sabes, como lo crees, que este Señor es el mismo que aquél, haz aquí lo mismo que allí hicieras: mira que aun llegas a tiempo. Imagina cuando comulgas que llegas al Huerto y que le enjugas el copioso sudor sangriento con las telas de tu corazón, que te acercas a la columna y le desatas para enlazarle en tus brazos y curarle las heridas, poniendo en cada una un pedazo de tu corazón; haz cuenta que le aprietas en tu seno coronado, aunque te espines, y que le sientas en el trono de tu pecho, que le trasladas de los brazos de la Cruz, donde con tanto afán pende, a tus entrañas, donde descanse. Comulga una vez en el Huerto y otra en la Columna; hoy en la calle de la Amargura y mañana en el Calvario, avivando con la fe tu devoción.

Punto 3.º

¡Oh, cuánto hubieras apreciado el haber asistido a todos aquellos lastimeros trances de tu redención! ¡Oh, cómo hubieras logrado tu dicha, aunque penosa, de haberte hallado presente en todas aquellas ocasiones en que padecía el Señor! ¡Oh, quién se hubiera hallado, repites muchas veces, con el afecto que ahora tengo en aquellos doloridos pasos de la Pasión! Pues advierte que no llegas tarde, aun vienes a sazón; aquí tienes al mismo Señor que allí sufría, y si no padeciendo los dolores, representándose para que tú te compadezcas. Y si allí cuando le vieras con la vestidura blanca, llamándole todos el amente, tú dijeras: «No es sino mi amante». Y cuando al pie de la columna caído, revolcándose en la balsa de su sangre, alargaras tus dos manos para ayudarle a levantar, cuando los demás a caer; si oyeras decir al presidente en un balcón: «He aquí el Hombre», gritaras tú, diciendo: «Mi bien es, mi Esposo, mi Amado, mi Criador y Señor». Y cuando nadie le quería y todos le trocaban por Barrabás, tú exclamaras y dijeras: «Yo le quiero, yo le deseo, dádmele a mí, que mío es, mi Dios y todas mis cosas».

Pondera que si esto hicieras entonces, y así estimaras tu suerte, logra y agradece hoy haber llegado a la Sagrada Comunión; que si entonces dieras gracias por haberle recibido lastimado entre tus brazos, ríndelas mayores de haberle metido dentro de tu pecho, sacramentado; si tuvieras a gran favor llegar fervoroso a adorar aquellas llagas, reconócelo aventajado en haber llegado a comértelas; estima, ya que no haber acogido en tus brazos aquel hacecito de mirra, sí de medio a medio en tus entrañas, no sólo apegado al pecho, sino dentro de él y muy unido con tu corazón. De este modo puedes llegar a comulgar, recibiendo al Señor, un día en un paso de la Pasión, y otro día en el otro; ya preso, ya azotado, escupido, coronado, escarnecido, clavado, aheleado, muerto y sepultado en el sepulcro nuevo de tu pecho.

Meditación XLII

Para comulgar con la licencia de santo Tomás, de tocar el costado de Cristo

Punto 1.º

Advierte cómo este Apóstol, por su singularidad, perdió el favor divino hecho a toda la comunidad, que quien se aparta de la compañía de los buenos, suele quedarse muy a solas. Entibiose en la fe y resfriose en la caridad; pasó luego de tibio a incrédulo, que quien no sube en virtud va luego rodando de culpa en culpa. Cegó Tomás en el alma, porque no vio el Sol resucitado entre los arreboles de sus vistosas llagas. Negolas en su Maestro y abriolas en sí mismo; buscaba consuelo a su corta dicha, en su corta fe de no haber gozado de la visita del Señor, en la obstinación de negarle resucitado. ¡Qué mala disposición ésta para obligar a Cristo repita sus favores! Poco lisonjea las llagas quien así renueva los dolores, no advirtiendo que más las abre cuanto más las niega.

¡Oh, alma mía, cómo compite con la de Tomás tu tibieza, y ojalá no la excediese! ¡Qué mala preparación la tuya para merecer hoy la visita del Señor, si allí resucitado, aquí Sacramentado! Cuando los demás gozan de los frutos de la paz, tú te quedas en la guerra del espíritu. Aviva tu fe, alienta tu esperanza, enciende la caridad en la fervorosa oración.

Punto 2.º

Compasivo el Señor, si incrédulo Tomás, al cabo de ocho días de prueba, para purificar sus deseos, dígnase favorecerle en compañía ya de sus hermanos, que poco importa estén cerradas las puertas del cenáculo cuando las de sus llagas están tan abiertas y su costado de par en par. Métese en medio de los Apóstoles, como centro donde han de ir a parar sus corazones; fijó los ojos en Tomás, que fue abrirle los del alma; mándale que se acerque, pues por estar tan lejos de su divino calor tenía tan helado su espíritu; dícele alargue su mano, señal que no le había dejado del todo de la suya. «Mete el dedo -le insta- en este costado y haz la prueba, hasta llegar al corazón, que él con su fuego deshará el yelo de tu tibieza». Pondera la gran misericordia del Redentor, que por salvar un alma recibiera de nuevo las heridas, y hoy, por curar un Apóstol, las renueva; a Tomás, helado, las franquea, cuando a la Magdalena, fervorosa, las retira; que son para los flacos las blanduras cuando para los fuertes las pruebas.

Advierte, alma, que al mismo Cristo gloriosamente llagado tienes dentro de esta Hostia; oye lo que te dice: «Acércate a mí, recíbeme y tócame, no ya con los dedos, sino con tus labios; no con la mano grosera, sino con tu lengua cortés, con tu corazón amartelado; pruebe tu paladar a qué saben estas llagas; pega esos labios sedientos a la fuente de este costado abierto; apáguese la sed de tus deseos en este manantial de consuelos». Aviva tu fe y estima tu dicha, que si Tomás llegó a meter el dedo en el costado del Señor, aquí todo Cristo se mete dentro de tu pecho; no pierdas ocasión, tócale todas sus llagas, estimando tan aventajados favores.

Punto 3.º

En tocando Tomás la piedra, Cristo, con el hierro de su incredulidad, saltó fuego al corazón y luz a los ojos: abrió los del cuerpo para ver las llagas y los del alma para confesar la divinidad. Viendo a Cristo hecho llagas por su remedio, él se hace bocas en su confesión, y exclamando, dice: «Señor mío y Dios mío, yo me rindo; conquistado me habéis el corazón con vuestras heridas, y digo que Vos sois mi Señor, mi Dios, mi Rey, mi bien y todo mi contento: Dios mío y todas mis cosas, que en Vos se encierra todo».

Pondera ahora que si Tomás con sólo tocar la llaga del costado del Señor quedó contento, mudado y fervoroso, tú, que le has tocado todo cuanto le has recibido, ¿qué fervoroso y cuán trocado habrías de quedar, todo metido en Dios, pues todo Dios metido en ti?; confiésale por tu Señor, tu Dios, tu Criador, tu Redentor, tu principio, medio y fin; todo tu bien y único centro de tus deseos.

Punto 4.º

¡Qué de buen gusto y qué de veces volviera Tomás a gozar de aquellas vistosas llagas, si le fuera concedido! ¡Qué sediento repitiera aquellas perennes fuentes del consuelo y del amor!

Alma, este singular favor para ti se guarda; frecuenta esta Sagrada Comunión hoy y mañana, y cada día te está esperando el Señor: así quieras ser dichosa como puedes. Quedó Tomás singularmente agradecido a tan singular misericordia; ya el que contradecía a todos, incrédulo, confiesa con todos, fiel; pídeles le ayuden a agradecer, como antes a creer; propone de confesar hasta morir, aunque sea con tantas heridas como ha adorado llagas. Procura tú ser agradecido con Tomás, y tú más, cuanto más obligado; hazte bocas en alabarle, así como en recibirle, y a un Señor que te ha abierto su costado y sus entrañas de par en par, despliega tú esos labios, salga tu corazón deshecho, ya por la boca en aplausos, ya por los ojos en ternuras.

Meditación XLIII

Del convite de los dos discípulos de Emaús, para recibir al Señor como peregrino

Punto 1.º

Contemplarás cómo estos dos discípulos, aunque dudosamente congregados en el nombre del Señor, luego se tienen en medio, que la conversación de Dios es el reclamo que les atrae. Iban hablando de su Pasión, y así luego le tiraron a su conversación, la música más suave que le pueden dar las cítaras del Cielo. ¡Qué mal dispuestos los halla para comunicarles sus favores, muy alejados de Sí! Pero el Señor, compadecido, se les acerca; ellos huyen y Él los busca; míralos resfriados en la fe, descaecidos en la esperanza, tibios en la caridad, pero con sus palabras de vida les va calentando los corazones, alentándoles su desconfianza o infundiéndoles nueva vida.

Advierte, alma, que el mismo Señor encuentras hoy en el camino de tu muerta vida; si allí peregrino, aquí milagroso; si allí con el disfraz de una esclavina, aquí de los accidentes de pan; sí allí de paso, aquí de asiento. ¡Qué desalentada procedes en el camino de la virtud, qué tibia en el servicio de Dios! Llégate, pues, a este Señor en la oración, para que a los golpes de sus inspiraciones se encienda en tu pecho el fuego de la devoción; habla de Dios el día que con Dios; boca que ha de hospedar a Jesús no ha de tomar en sí otra cosa; no hable palabra que no sea de Dios la que ha de recibir la palabra divina, y con saliva virgen llegue a gustar el pan y vino que engendran vírgenes.

Punto 2.º

Vanse acercando al castillo de Emaús, término de su fuga: hace el Señor amago de pasar adelante, cuando más gusta quedar; quiere que a deseos le detengan y con ruegos le obliguen; el que se introdujo a los principios voluntario, quiere ser rogado en los progresos de la virtud, como la madre que empeña el niño en el andar, dejándole solo, para que pierda el miedo; viéndole ellos tan humano, cuando más divino, pídenle se detenga; no le convidan, al uso del mundo, por cumplir, sino con instancias para alcanzar; respóndeles que ha de ir lejos, que en apartándose de un alma mucho se aleja: la distancia que hay de la culpa a Dios.

Alerta, alma, que pasa el Divino Esposo a otras más dichosas, porque más fervorosas: menester es rogarle, lo que importa el detenerle. Si estos discípulos, sin conocerle, así le estiman, tú, que sabes quién es por la fe, procura agasajarle; ellos le imaginan extraño, tú le conoces propio; ruégale que entre no sólo contigo bajo un techo, sino dentro de tu mismo pecho; convídale, que al cabo será todo a costa suya, pues él pondrá la comida, y tú las ganas, logrando la vida eterna.

Punto 3.º

Fácilmente condescendió el Señor, que tiene sus delicias en estar con los hijos de los hombres; siéntanse a la mesa y Cristo en medio, igualándolos en el gozo y en el favor; pónenle el pan en las manos, con grande acierto, pues siempre se logró en ellas; levantarían los ojos al cielo, para que fuese pan con ojos y divinos, y al partir de Él, ellos abrieron los suyos y le conocieron Maestro, mas al mismo punto desapareció, que es en esta vida relámpago el que en la eterna Sol de luz y de consuelo; dejolos con la dulzura en los labios, quedando el milagroso pan por substituto en su ausencia; dejolos envidiosos de la dicha de haberle conocido antes y deseoso de haberle gozado y adorádole sus gloriosas llagas, apretádole aquellos pies. ¡Oh, qué abrazos se prometían haberle dado si le hubieran conocido!

Advierte que el mismo Señor, real y verdaderamente, tienes tú aquí en la mesa del Altar; partiendo está y repartiendo el pan del cielo; no tardes en reconocer tu dicha, que cuando recuerdes será tarde y quedarás apesarado de no haberla logrado antes: llégate al Señor, que no se te irá como a los discípulos, porque le tiene el amor aprisionado. Goza de su divina y corporal presencia, adora aquellos traspasados pies, besa aquellas gloriosamente hermosas llagas; a ti te espera, por ti se detiene, tiempo y lugar te da, para que le contemples, le ames y le comas.

Punto 4.º

Quedaron ambos discípulos entre penados y gozosos, alternando su dicha de haber visto a su Maestro con el sentimiento de haberle tan presto perdido; antes ido, decían, que conocido; ponderaban con estimación el favor que les había hecho y repetían las lecciones que les había enseñado; ardieron sus corazones en amor al ir y las lenguas en el agradecimiento al volver; volverían a referir con formales palabras lo que les había dicho, y ponderaban su eficacia y sus acciones; sobre todo el celestial agrado de su semblante; dábanse el uno al otro las norabuenas de su dicha, y al Señor las gracias de su misericordia; no acertarían a hablar de otro por muchos días, y aun por el mismo camino irían reconociendo las huellas de su Maestro, siguiendo las de su Santa Ley. Volvieron a donde estaban los Apóstoles, diciéndoles parte de su dicha, y renovaron su fruición.

Aprende, alma, a dar gracias a tu Divino Maestro el día que te sientas a su mesa; abre tus labios a las alabanzas, así como los ojos al conocimiento; mira que no le debas a tu tibieza la dicha de haberle conocido antes; no habrías de hablar de otro en muchos días, yendo y viniendo tu lengua al sabor de tu muela, el gusto de tu paladar.

Meditación XLIV

Para recibir al Señor con la Magdalena, como al hortelano de tu alma

Punto 1.º

Meditarás qué ansiosa madruga la Magdalena en busca de un Sol eclipsado. Apoderose de ella el amor, y así no la deja reposar; fuera está de sí, toda en su Jesús amado, que no está donde anima, sino donde ama. Deja presto el lecho la más diligente esposa; pero, ¿qué mucho se le impida el dormir a quien no se le permite el vivir? No se quieta en ninguna criatura fuera del centro de su Criador, mas, ¡ay!, que no vive quien tiene muerta su vida, que no se dijo por ella: «A muertos y a idos no hay amor»; y finezas de quien bien ama, más allá pasan de la muerte; herida del divino amor y muerta del dolor, se va ella misma a enterrar en el sepulcro de su Amado.

Pondera qué buena preparación ésta de oraciones y vigilias, de lágrimas y suspiros, para hallar un Señor que murió de amores y vive de finezas. Madruga hoy, alma diligente, en busca del mismo Señor, que allí ensayó sus finezas para amarte y favorecerte a ti; no le busques cubierto de una losa, sino de una Hostia; no entre sudarios de muerte, sino entre accidentes de vida. Llora tus errores y suspira por sus favores, y conseguirás el premio de tus deseos.

Punto 2.º

Atraído el Señor, no ya de los yerros de una pecadora, sino del oro de un amante, se le franquea, pagando en favores tan extremadas finezas; muéstrasele en traje de hortelano, por lo que tiene de Jesús florido; pretende coger los frutos en virtudes de aquellas flores en deseos: pregúntala por qué llora y a quién busca, quien tan bien sabe que Él es la causa, pero tiene gloria en oírla relatar su pena. Responde ella, como de cosa sabida, que todos cree piensan en lo que ella, y no se engaña, porque ¿en qué otra cosa se puede pensar que en Dios, ni hablar de otro que de Dios? No dice que busca un muerto, que aun pensarlo es morir: «Restitúyemele -dice- y no te espantes de que no tema, que si me faltan las fuerzas el ánimo me sobra; no hay horror donde hay amor»; dilata el Señor el descubrirse por oírla multiplicar deseos.

Alma, advierte que aquí tienes el mismo Señor, Hortelano de las almas, que las riega con su sangre; aquí asiste disfrazado entre accidentes de pan, escuchando tus amorosas finezas; pero si el amor le disimula, descúbrale tu fe, y si la Magdalena intentó llevársele amortajado, llévatele tú sacramentado.

Punto 3.º

Gozoso el divino hortelano Nazareno de haberla visto regar con las fuentes de sus ojos segunda vez sus plantas, viendo aljofaradas las rosas de sus llagas con las perlas de tan copioso llanto, manifiéstasele nombrándola por su nombre: «María», dice, y ella al punto, como oveja no ya perdida, reconoce la voz de su bien hallado Pastor; nombrola con tal agrado que pudo conocer su gran misericordia; arrojosele afectuosa a sus pies, sabido centro de su propensión, y si ya otra vez cayó en el peso de sus culpas, ésta con el de su amor; calose como solícita abejuela a la fragancia que despedían sus floridas llagas, pero detúvola el Señor, diciendo: «No te acerques, no me toques, que aún no he subido a mi Padre; quédense para ti las penas, resérvense para mi Padre las glorias; para ti las espinas, para Él las fragrantes rosas».

¡Oh, alma mía!, reconoce aquí tu dicha, y procúrala estimar, pues no sólo no te manda este Señor que te retires recatada, sino que te acerques afectuosa; cuando a la Magdalena recata sus llagas, a ti te convida con ellas, no sólo para que las toques, sino para que te las comas; oye que te llama por tu nombre, con tales demostraciones de agrado que le atraiga su bondad; si te retira su grandeza no pierdas la sazón de comulgar, que envidiarás toda la eternidad; arrójate a aquellos pies, aprieta aquellas floridas llagas y brotarán, en vez de sangre, miel dulcísima que comas, néctar celestial que chupes y con que te apacientes.

Punto 4.º

Pasó de favorecida a agradecida la Magdalena, y no cabiéndole el contento en el pecho, parte a comunicárseles a los Apóstoles, deseando la ayuden a dar gracias y a gozar de los favores; congratúlase con ellos no de una sola dracma hallada, sino de cinco, y tan preciosas que vale cada una un Cielo; ni se contentaría con esto, sino que convidaría los coros celestiales para que con sus aventajadas lenguas le ayudasen a adelantar las divinas alabanzas mereciendo oír toda la vida sus agradecidos cantares.

Pondera que si la Magdalena por una vez que llegó a ver, que aun a no tocar, aquellas gloriosas llagas; a mirarlas, que no a besarlas, todos los años de su vida, día por día entre los alados coros, celebra esta dicha, tú, alma mía, que no una sola vez, sino tantas y en tantos años, día por día, prosigues en recibir todo el Señor, no sólo en besar sus llagas, sino comértelas, cómo debes repetir a cada hora y a cada instante las debidas gracias. Empléense a coros todas tus potencias en engrandecer y agradecer tan singulares favores; rebosen tus labios en alabanza de estas llagas la dulzura que chupó tu corazón.

Meditación XLV

Para recibir al Señor como Rey, Esposo, Médico, Capitán, Juez, Pastor y Maestro

Estas siete meditaciones, que aquí van juntas, solía repetir el V. P. Francisco de Borja, cuando sacerdote, por los siete días de la semana, cada día una, y así las podrás tú platicar también; y cuando no era aún sacerdote, comulgaba los domingos, tomando los tres días antes para prepararse, y los tres días después para dar gracias y sacar frutos.

Punto 1.º

Meditarás cuando recibieres al Señor como a Rey, cuán gran aparato previnieras si hubieras de hospedar en tu casa al Rey del suelo; pues ¿cuánta mayor preparación debes hacer para recibir el del cielo, no ya en tu casa, sino dentro de tu pecho? Y si como a Esposo divino, trata de engalanar tu alma con la bizarría de la gracia y con las preciosas joyas de las virtudes. Si como a Médico, deseándole con tanta ansia como tienes necesidad, despierten tus dolores el deseo que ya Él padeció por ti y bebió la purga amarga de la hiel y vinagre, para sanarte de los graves males que te causaron tus deleites. Si Capitán, cuando toda tu vida es milicia, alístate bajo sus banderas, llámale en tu socorro, viéndote sitiado de tan crueles enemigos. Si como Juez, aparta de tu corazón toda culpa, que pueda causar ofensión a la rectitud de sus divinos ojos. Si Pastor, llámale con balidos de suspiros, ya para que te saque de las gargantas del lobo infernal, ya para que te apaciente en los amenos pastos que regó con su misma sangre. Si Maestro, reconociendo primero tus ignorancias y suplicándole que, pues es sabiduría infinita, te enseñe aquella gran lección de conocerle, amarle y servirle. Ésta sea la preparación en cada una de estas siete meditaciones.

Punto 2.º

Advierte que se va acercando este soberano Rey a las puertas de tu pecho, que son tus labios; viene con benignidad: sálgale a recibir tu alma con grandeza; pídele mercedes, que quien se da a sí mismo nada querrá negarte; ya llega el único amante de tu alma: salga, pues, a recibirle en sus entrañas entre afectos y finezas. Ya sube el Médico divino, que es la salud y la medicina, la alegría de los enfermos, y Él padeció primero los dolores: represéntaselos uno por uno, y pídele el remedio de todos. Arrímase ya el valiente Capitán a tu pecho: entrégale el castillo de tu alma, no te hagas fuerte en tus flaquezas. Ya te toma residencia el riguroso Juez: échate a sus pies, confesando con humildad tus graves culpas y conseguirás el perdón de ellas. Ya te viene buscando el Buen Pastor: oye sus misericordiosos silbos, síguele con cariño y toma de su mano el pan del cielo. Ya se sienta en la cátedra de tu corazón el Divino Maestro: escúchale con atención y apasiónate por su verdadera doctrina.

Punto 3.º

Logra el favor que te hace este gran Monarca; mira que es tan dadivoso como poderoso; sábele pedir a quien te desea dar, que Él puede darte y quiere. Estréchate, alma, con tu enamorado Esposo, y pues él te abrió sus entrañas, recíbele en las tuyas; muchas heridas le cuestas, sacarás por sus llagas sus finezas; llámale tu vida, pues la perdió por quererte. Aplica los remedios que te trae este gran Médico, cuando hace de su propia carne y sangre medicina; Él se sangró por tu salud y murió por darte a ti la vida. Sigue tu Capitán, que Él va delante en todas las peleas; ni te faltará el pan, pues Él se te da en comida; pelea con valor, que Él recibirá por ti las heridas; no desampares su estandarte hasta conseguir la victoria. Escucha, alma, e inclina tu oreja a tan sabio Maestro, que es la sabiduría del Padre; en comida se te da para que aprendas mejor, como al niño que le dan las letras de azúcar para que con gusto las aprenda; entrarán con sangre, pero no tuya, sino del mismo Maestro, que Él llevó los azotes por la lección que tú no supiste. ¿Qué descargos le das a un tan misericordioso Juez que quiso ser sentenciado por tus culpas? Y el que no hizo pecado ni se halló engañado en su boca, satisfizo por tu malicia; pídele misericordia y propón una gran enmienda; no te confiscará los bienes, antes, para que tengas que comer. Él se te da en comida. Júntate al rebaño de tu buen Pastor, que es juntamente tu pasto regalado: Él se expuso por ti a los lobos carniceros, que se cebaron en su sangre hasta no dejarle una gota, señal que no es mercenario; en sus mismas entrañas te apacienta y en sus hombros te conduce al aprisco de su Cielo.

Punto 4.º

Corresponde agradecido a un Rey tan generoso, y queden vinculadas las mercedes en eternas obligaciones de servirle. Logra en agrados los favores de tu Esposo, y procura guardarle lealtad, que te va no menos que la vida, y ésta eterna. Paga en agradecimientos tan costosos remedios, y guarda la boca de tus gustos para emplearla en sus loores. Oiga el Mayoral del Cielo los balidos de tu contento en alabanzas, y tu Capitán los aplausos de su triunfo. Resuenen los vítores a tu sabio Maestro, y sea la mayor recomendación de su doctrina el platicarla en tu provecho. Preséntale al benigno Juez tu alado corazón, tan agradecido a su misericordia cuan contrito de tu miseria; reconoce que vives por Él, y que de favor suyo no estás ardiendo hecho tizón eterno del infierno.

Meditación XLVI

Para recibir al Señor como a tu criador, redentor y glorificador y único bienhechor tuyo

Punto 1.º

Considera el que recibió todo su bien de otros, con qué agasajo le recibe cuando se le entra por su casa; pone a sus pies cuanto tiene, porque sabe le vino de su mano; todo le parece poco, respecto de lo mucho que le debe; no le pesa de que no sea más lo recibido, sino porque no le puede servir con más; confiésale por su bienhechor, porque lo hizo persona, y pone sobre su cabeza al que le levantó del polvo de la tierra.

¡Oh, tú, que comulgas! ¿Quién es este Señor que hoy hospedas en tu pecho? Mira si le debes cuanto eres. Él te sacó de la nada para ser mucho, pues te hizo; no le recibes en casa ajena, que Él la edificó con sus manos; Él te da la vida, empléala en servirle; Él te da el alma, empléala en amarle; recíbele como a tu único bienhechor, abre los ojos de la fe, y verás en esta Hostia el Señor que te ha criado; métele en tu pecho por mil títulos debido; ponle en tus entrañas, pues son suyas; conozca tu entendimiento cuyo es, y ame la voluntad un fin que es su principio. Sobre todo, confúndase tu corazón de haber convertido en instrumentos de su ofensa los que ya fueron dones de su liberalidad, favores de su infinita beneficencia.

Punto 2.º

Poco es ya dar la vida a uno; mucho, sí, darla por él, morir para que él viva, y aun esto es poco; el extremo de un bienhechor llega a morir por el mismo que le mata, redimir a quien le vende y rescatar a quien le compra. ¿Viose tal extremo de amor? Sólo pudo caber en un Dios enamorado.

Hombre, por ti murió, que tanto le has ofendido; el Señor, por un vil esclavo de Satanás. Mira qué extremos estos: Dios y morir, vida y muerte, ¡y por ti, un despreciable gusano! Permitió ser injuriado por honrarte, fue escupido para tú lavado, fue reputado por ladrón el que da el Paraíso a los ladrones, y se te da a sí mismo en el Sacramento; todo lo quiso perder por ganarte a ti: hacienda, vida, honra, hasta morir desnudo en un palo. Bien pudiera este divino Amante de tu alma haber buscado otro remedio para tu remedio, pero escogió el más costoso para mostrar su mayor amor: no quiso se dijese de su firmeza que podía haber sido mayor, que pudo haber hecho más. Viose desamparado de su Padre, por no desamparar una agradecida villana, de quien se había enamorado. Recíbele, pues, en esta Comunión de hoy, como a Redentor de tu alma, como a Salvador de tu vida; ofrécele cuanto tienes, hacienda, honra y vida, a quien la dio primero por ti; hospeda en tu pecho al que abrió su costado para meterte en él; llene tu boca de su preciosa sangre, el que no alcanzó una gota de agua en su gran sed; endulce tus labios con su cuerpo el que sintió aheleada su boca con hiel, y pues no omitió el Señor cosa alguna que pudiera haber hecho por ti, no dejes tú cosa que puedas hacer en su santo servicio.

Punto 3.º

Recíbele ya como a tu eterno glorificador, que será echar el sello a todas sus misericordias y coronarte de miseraciones. Gran favor fue el criarte de la nada, mayor el redimirte con cuanto tenía; haberte hecho católico cristiano, cuando puso a otros entre infieles que le hubieran servido harto mejor si le hubieran conocido; el haberte sufrido tan pecador cuando otros con menos culpa están hechos tizones de las eternas llamas; haberte justificado y alimentado con su cuerpo y sangre: grandes son todos estos favores, dignos de todo agradecimiento y conocimiento, pero el que los corona todos es el haberte predestinado para su gloria, como la crees, y que te ha de glorificar, como lo esperas; recíbele, pues, como a tu último fin, que Él es tu alfa y omega; Él es paradero de tus peregrinaciones, descanso de tus trabajos, puerto de tu salvación y centro de tu felicidad. Aviva tu fe, que el mismo que has de ver y gozar en el cielo, este mismo Señor, real y verdaderamente tienes encerrado en tu pecho como prenda de la gloria.

Punto 4.º

Llámese este Divinísimo Sacramento Eucaristía, que quiere decir buena gracia, porque siendo gracia infinita que el Señor nos hace, solicita el perpetuo agradecimiento en el que comulga; no hay otro retorno al recibirle una vez, sino volverle a recibir otra: ésta es la mayor acción de gracias; ni hay otro desempeño de tantas mercedes, como dignamente recibirle y comulgar, Cáliz por Cáliz, y pagar los votos al Señor, en públicos aplausos, delante todo su pueblo, y no queda ya sino una preciosa muerte en el Señor después de haberle recibido, que es gran modo de agradecer un gran don de Dios recibiendo otro. Anegado te hallas en beneficios; anégate, pues, en su sangre; agradecerás como debes si amas como conoces. De esta suerte podrás comulgar varias veces, recibiendo un día al Señor como a tu Criador, y otro como a tu Redentor; si hoy como justificador, mañana como tu glorificador.

Meditación XLVII

Para comulgar en todas las festividades del Señor

Punto 1.º

Pondera cuán gran dicha hubiera sido la tuya si te hubieras hallado presente con la fe que alcanzas al misterio que meditas. ¡Con qué devoción te preparas y con qué gozo asistirás! Porque si te despertara el ángel aquella noche alegre del nacimiento, ¡con qué diligencia te levantarías, con qué afecto acudieras a gozar del Niño Dios nacido! ¡Cómo lograrás la ocasión de verle y contemplarle fajado entre pañales al que no cabe en los cielos; recostado entre pajas, al que entre plumas de querubines, llorando la alegría de los ángeles! Y en el día de la Circuncisión, ¡cómo acompañarás con tus lágrimas las gotas de su sangre; con qué consuelo gozarás de aquel rato de Cielo en el Tabor, cómo madrugaras la mañana de la Resurrección en compañía de la virginal aljofarada aurora, a ver salir aquel glorioso sol entre los alegres arreboles de sus llagas! ¡Con cuán devota pureza te previnieras para subir al monte el día de la triunfante Ascensión del Señor, y cómo se te llevaría el corazón tras sí al centro celestial; con qué fruición lograras todas estas ocasiones; con qué fervor asistieras a todos estos misterios! Pues aviva tu fe y entiende que el mismo Señor, real y verdaderamente que allí vieras y gozaras, Él mismo en persona le tienes aquí, en este Divinísimo Sacramento, y si allí en un pesebre, aquí en el Altar; si allí fajado entre pañales, aquí entre accidentes; allí grano entre pajas, aquí Sacramentado te le comes; si en el Tabor le vieras vestido de nieve, aquí revestido de blancura; si en la Ascensión te le encubriera una nube, aquí te le esconde una Hostia. Procura disponerte con la misma devoción, pues la realidad es la misma; avívese tu fe y se despertará tu afecto; crezca, pues, en ti el fervor, al paso que tu dicha.

Punto 2.º

Pondera con qué gozosa ternura fueras entrando por aquel Portal de Belén, tan vacío de alhajas cuan lleno de consuelos. ¡Con cuán cariñosa reverencia te fueras acercando al pesebre y enterneciéndote con el humanado Dios; con qué atenciones le asistieras; con qué afectos le lograras! Y no contentándote de mirarle, llegaras a tocarle y abrazarle, niño tierno y tú enternecido. Aviva, pues, tu fe, alienta tu tibia confianza y llega hoy, si no al pesebre, al Altar. No te contentes con besarle y abrazarle, sino con comértele. Abrígale con las telas de tu corazón y apriétale dentro de tu mismo pecho; si en la Circuncisión le vieras derramar perlas en lágrimas y rubíes en sangre, precioso rescate de tu alma, ¡cómo te compadecieras! Sin duda que ese corazón, exceso de los diamantes en la dureza, con la sangre de aquel herido Corderito se ablandara, hasta destilarse a pedazos por los ojos. Recoge hoy, no algunas gotas de su sangre, como entonces, sino toda ella dentro de tu corazón, y si allí procuras acallarle, allegándole a tu pecho, métele hoy dentro de él. Si en el Tabor desmayaras al verle Sol de la belleza, y cuando mucho le miraras de lejos, contémplale hoy desde cerca; sea tu pecho un Tabor, y tu corazón el Tabernáculo, exclamando con San Pedro: «Señor, bien estamos aquí, Vos en mí y yo en Vos». Aquí le tienes resucitado; llega, en compañía de la Virgen Madre, a gozar de aquellas fragrantes rosas de sus llagas, a reconocer entre aquellas cuchilladas de la carne las entretelas brillantes de la divinidad, y no sólo te permite que le toques y le adores, sino que le metas dentro de tu pecho. Detenle aquí tan glorioso como subía al Cielo, y condúcele a tu corazón, que no se te sentará como allí, sino que entrará triunfante en tus entrañas; sea un cielo tu pecho; despierta la fe y renovarás la fruición de todos estos misterios, que el mismo Señor, real y verdaderamente, tienes aquí, cuando comulgas, que vieras y gozaras en todas aquellas ocasiones.

Punto 3.º

Procura sacar en esta Comunión todos los provechos que sacaras si te hallaras presente al misterio que se celebra, y pues tienes al mismo Señor, real y verdaderamente, que allí tuvieras, pídele las mismas mercedes; sabe pedir a quien tan bien sabe dar. ¡Con qué memoria quedaras de haber visto y gozado de tu Dios y Señor en cualquier misterio de éstos! Sea, pues, hoy igual tu gozo, pues lo es tu dicha. ¿Qué hicieras de contarla entonces? Agradécela ahora, que no intiman silencio como a los Apóstoles en el Tabor, antes solicitan tu devoción a las divinas alabanzas. «¿Qué daré yo al Señor -decía el Profeta rey- en retorno de tantas mercedes?» Cáliz por Cáliz, sea esta Comunión gracias de la pasada, así como aquélla fue disposición para ésta. ¿Quién bastara a sacarte del portal, una vez dentro con los pastores? ¿Quién bajarte del monte con los discípulos? ¿Quién moverte del sepulcro con las Marías? Aquí tienes todo eso en el Altar, y aun más cerca, pues en tu pecho; sosiega en la meditación y permanece en alabar y glorificar al Señor. Amén.

Meditación XLVIII

Para comulgar en la Festividad de los Santos

Fácil fuera, pero prolijo, disponer su especial meditación, por comulgar en la festividad de cada Santo; podrá, pues, cada uno escoger algunas de las propuestas, la que viniera más ajustada al día y a la vida del Santo; pero si a alguno le pareciere que comulgaría con más devoción con alguna consideración más propia de la fiesta, elegirá algún paso o circunstancia de la vida que diga con la Comunión disponiéndola en forma de meditación, de esta suerte:

Punto 1.º

Considera algún favor especial que hizo el Señor a este Santo; como si has de comulgar el día de Santiago el Mayor, pondera el llevarle Cristo consigo al Tabor y comunicarle su gloria; vuelve luego y considera cuánto mayor favor obra el Señor contigo, pues no sólo te permite a su lado, sino que se entra en tu pecho; procura, pues, disponerte, a imitación del Santo, con singulares virtudes para conseguir tan especiales favores. A San Mateo le llamó, fuese con él a su casa, y se dejó convidar de él; a ti te llama hoy el mismo Señor, éntrase por tu pecho y te convida con su precioso cuerpo. A San Felipe le preguntó de dónde sacarían el pan para los cinco mil convidados; a ti no te dificulta, sino que te franquea el pan del Cielo. ¡Qué gozoso se halló San Andrés cuando vio al Señor y oyó decir al Bautista: «He allí el Corderito de Dios!» Fuese luego tras él y le preguntó dónde moraba; oye cómo te dice a ti lo mismo el sacerdote cuando llegas y te comes el mismo Cordero de Dios. Alégrate con tu buena suerte el día de San Matías, y prepárate como vaso de elección el día del Apóstol San Pablo, pues has de llevar en tu pecho, no sólo el nombre, sino el cuerpo del Señor; procura, pues, disponerte como estos justos, que si ellos para recibir los favores del Señor, tú al mismo Señor, fuente de todas las misericordias.

Punto 2.º

Pondera cómo estos Santos estimaron las mercedes del Señor y las supieron lograr; conoce tú el favor que te hace hoy tan singular, sábelo gozar y agradecer; abrásate, pues, en el fuego del amor, como Lorenzo, que si él sazonó su cuerpo para la mesa de Dios, hoy el Señor sazona al fuego del amor su cuerpo para tu comida. Si Ignacio se consideraba trigo molido entre los dientes de las fieras, para ser pan blanco y puro, el mismo Señor se te da en pan molido en su Pasión y sazonado en amor. Si San Bartolomé sirvió su cuerpo desollado en el convite eterno, el Señor te presenta en comida su cuerpo, todo acardenalado y herido; si Santiago era consanguíneo de Cristo, y muy parecido a él, también eres tú consanguíneo del Señor, pues te alimentas de su carne y sangre; procura parecerle en todo y aun ser una misma cosa con Él. Si San José fue el aumentado en los favores, el crecido en las dichas, porque llevó al Niño Dios en sus brazos tantas veces, tú, que le tomas en tu boca, le guardas en tu pecho, cree en la perfección así como en el favor. A San Lucas se le permitió sacar una copia, a ti el mismo original; imprímele en las telas de tu corazón.

Punto 3.º

Rindieron singulares gracias todos estos Santos al Señor por tan singulares mercedes; exclamó Esteban cuando vio a Cristo asomado a los balcones del Cielo en pie; prorrumpe tú en alabanzas al verle dentro de tu pecho; alábale con Santa Teresa, porque se desposó con tu alma y la ha engalanado con preciosas joyas de virtudes. Si a Santa Catalina la dio el anillo de oro, a ti la prenda de la gloria. Admírate con San Agustín, de que aquel inmenso mar de Dios quepa dentro del pequeño hoyo de tu pecho. Ensálzale con San Ignacio, de que no sólo en Roma, sino en todas partes, te sea favorable y propicio; el que a San Francisco le imprimió sus llagas y a San Bernardo franqueó su costado, hoy se te entrega todo y se imprime en tu corazón: sabe reconocer tu favor, y sabrás estimarle, procurando lograrle y agradecerle por todos los siglos. Amén.

Meditación XLIX

Recopilación de otras muchas Meditaciones

Conforme a las Meditaciones que aquí se han propuesto, puedes tú sacar otras que, por ser hijas de la propia consideración y haberte costado trabajo, suelen despertar mayor devoción. De esta suerte:

Punto 1.º

Considera el afecto con que un niño desea el pecho materno, con qué conato se abalanza a él, apriétale el hambre, oblígale el cariño, y así llora y se deshace hasta que le consigue. Con este mismo afecto has de desear tú llegar a comulgar: llora, suspira, gime, ora y pide el pecho de Cristo, gran consideración del Boca de Oro. Pía, como el polluelo del pelícano, por el pecho abierto del Autor de tu vida. Clama, como el hijuelo del cuervo, viéndose desamparado por el rocío celestial. Apetece, carleando como el sediento caminante, la fuente de aguas vivas; busca el sazonado grano, como la solícita hormiguilla, y como el perrillo las migajas de pan de la mesa de su señor: de esta suerte te debes preparar, con lágrimas y suspiros, con afectos y diligencias, con oraciones y mortificaciones, para la Sagrada Comunión; que cuantos más intensos fueren los deseos con que llegares, más colmados serán los frutos que sacarás.

Punto 2.º

Pondera el conato con que el tierno corderillo corre a tomar el pecho de su madre, con qué cariño le tira, con igual ahínco a tu necesidad, con tanto gusto cuanto con igual ahínco a tu necesidad, con tanto gusto cuanto el conocimiento; acude con la presteza que el polluelo a coger el grano del pico de la amorosa madre que le llama, recogiéndote después bajo las alas de los brazos de Cristo, extendidos en la Cruz. Abalánzate con el gusto que el sediento enfermo al vaso de la fresca bebida. Acércate con el consuelo que el helado caminante al fuego que le fomenta. Goza, gusta, come y saboréate con este pan del cielo, juntando el gozo con el logro, experimentando los celestiales gustos y sacando los multiplicados provechos.

Punto 3.º

Dale gracias a este Señor que te ha alimentado con su cuerpo y con su sangre, como el niño que, después de haberse repastado en el sabroso pecho de su madre, se la ríe, la abraza y la hace fiestas. Saluda muchas veces, como el derrotado navegante, la tierra donde llegó a tomar puerto; recibe con hacimiento de gracias y como el pobre mendigo el pedazo de pan que se le da cada día a la puerta del rico, echándole bendiciones. Póstrate como rescatado cautivo a los pies de tu único Redentor. Recibe este Señor como padre, hermano, amigo, abogado, fiador, padrino, protector, amparo, sol que te alumbra, puerto que te recibe, asilo que te acoge, centro donde descansas, principio de todos tus bienes, medio de tus felicidades y fin de tus deseos por toda la eternidad. Amén.

Meditación L

Para recibir el Santísimo Sacramento por viático

Punto 1.º

Considérate ya, hermano mío, de partida de esta vida mortal para la eterna, y advierte que, para un tan largo viaje, gran prevención es menester de todas las cosas, especialmente de este pan de vida para el paso de tu cercana muerte. Vas de este mundo al otro, desde esa cama al tribunal de Dios: mira, pues, cómo te debes prevenir con una buena y entera Confesión y con una fervorosa y santa Comunión. «Levántate y come -le dijo el ángel al profeta Elías-, porque te queda gran jornada que hacer». Oye cómo te dice a ti lo mismo el ángel de un buen confesor, que te desengaña de tu peligro: «Hermano mío, levanta tu corazón a Dios, de las criaturas al Criador, del suelo al Cielo, de las cosas terrenas a las eternas, que no sabes si te levantarás más de esa cama, come bien que se te espera largo y peligroso camino; mira que has de andar sendas nunca andadas, por regiones de ti nunca vistas, procura hacer esta Comunión con circunstancias de última, con las perfecciones de postrera, echando el resto de la devoción. Mira que te despides del comulgar; conózcase tu cariño a este Divinísimo Sacramento en la ternura con que le recibes esta última vez; fija en este blanco esos ojos que tan presto se han de cerrar para nunca más ver en esta mortal vida; sean perennes fuentes de llanto hoy las que mañana se han de secar; esa boca, que tan presto se ha de cerrar para nunca más abrirse, ábrela hoy y dilátala bien, para que te la llene de dulzura este sabroso manjar; advierte que es maná escondido, y te endulzará el amargo trago de la muerte que por puntos te amenaza. Dé voces esa lengua, pidiendo perdón, antes que de todo punto se pegue al paladar; ese pecho que se va enronqueciendo, arroje suspiros de dolor ese corazón que tan presto ha de parar en manjar de gusanos, apaciéntese del verdadero Cuerpo de Cristo, que se llamó gusano de la tierra; esas entrañas, que por instantes van perdiendo el aliento de la vida, confórtense con esta confección de la inmortalidad, y todo tú, hermano mío, que tan en breve has de resolverte en polvo y en ceniza, procura transformarte en este Señor Sacramentado, para que de esa suerte Él permanezca en ti y tú en Él por toda una eternidad de gloria».

Punto 2.º

Aviva tu fe, hermano mío, y considera que recibes en esta Hostia a aquel Señor, que dentro de pocas horas Él mismo te ha de juzgar; Él viene ahora a ti, y tú irás luego a Él; este es el Señor que te ha de tomar estrecha cuenta de toda tu vida; desde esa cama has de ser llevado ante su rigoroso tribunal; mira, pues, que ahora te convida con el perdón; si entonces te aterrará con el temido castigo, aquí se deja sobornar con dádivas; preséntale tu corazón contrito y lleno de pesar de haberle ofendido; aquí se vence con lágrimas, allí no valdrán ruegos; arrójate ante este tribunal de su misericordia, no aguardes al de su justicia. Eucaristía se llama, que quiere decir gracia y perdón; no dilates al del rigor; aquí está hecho un Cordero tan manso, que te le comes, allá un león tan bravo, que te despedazará si te hallare culpado, aquí calla y disimula culpas, allí vocea y fulmina rigores. «Échate a sus pies con tiempo, que mientras tenemos éste -dice el Apóstol-, habemos de obrar bien y negociar nuestra salud eterna». Clama con el penitente rey: «Señor, perdón grande, según vuestra gran misericordia y según la gran multitud de mis pecados» (Miserere mei Deus, secundum magnam misericordiam tuam). Hiere tu pecho con el publicano, diciendo: «Señor mío y Dios mío, sed propicio y favorable con este miserable pecador» (Domine propitius esto mihi peccatori). Grita con el ciego de Jericó: «Señor mío, vea yo ese vuestro agradable rostro que desean ver los ángeles» (Domine ut videam). Confiesa tus errores con el pródigo: «Padre mío, que no me podéis negar de hijo, pequé, yo lo confieso, contra el cielo y contra Vos (Pater peccavi incoelum et coram te); recibidme en vuestra casa, haya para mí un rincón en vuestro cielo». Da voces con la Cananea: «Jesús, Hijo de David», aunque mejor dirás: «Jesús, Hijo de María la misericordiosa, apiadaos de esta mi alma, que me la quiere maltratar el demonio» (Jesu Fili Mariae, miserere mei, quia anima mea male a daemonio vexatur). «¡Ay, Señor, favor, que me la quiere tragar!» Pide y ruega con el Ladrón: «Señor, acordaos de mí, ladrón también de vuestras misericordias, ahora que estáis en vuestros reinos» (Domine memento mei cum veneris in Regnum tuum). Alégrame, Señor, con aquella dulcísima respuesta: Hodie (hoy mismo) mecum (conmigo) eris (tú mismo estarás) in Paradiso (en mi gloria). Amén.

Punto 3.º

Ya que has recibido este divino Señor Sacramentado, y metídole dentro de tu pecho, exclama, hermano mío, con el santo viejo Simeón: Nunc dimittis servum tuum Domine, secundum Verbum tuum in pace («Ahora sí, Señor mío, que moriré con consuelo, pues en paz con Vos»). Di con el Profeta rey: In pace in idipsum dormiam, et requiescam («Ahora, sí, Señor, que dormiré y descansaré en paz, y en Vos mismo»). De Vos, Sacramento, iré a Vos glorioso; de un Dios que recibido en mi pecho, a un Dios que me reciba en su Cielo, y pues aquí he llegado a unirme con Vos por la Comunión, allá espero unirme con Vos por la bienaventuranza. Repite con San Pablo: Mihi vivere Christus est, et mori lucrum («Mi muerte es mi ganancia, porque muriendo en Cristo, viviré a Cristo»). Ofrécele tu alma con San Esteban: Domine Jesu accipe spiritum meum («Dulcísimo Jesús, y más en esta hora, Jesús y Salvador mío, recibid mi espíritu»). Di también con el mismo Jesús: Pater, in manus tuas commendo sepiritum meum («Padre mío amantísimo, en vuestras manos encomiendo mi espíritu»); de ellas salió, a ellas ha de volver. Oye que te responde: Noli timere, ego protector tuus sum, et merces tua magnanimis («No temas, que aquí estoy Yo, tu protector y tu amparo, y la merced que recibirás de mi mano será grande de todas maneras»); no desconfíes por tus culpas, pues son tantas mis misericordias; pide y te darán, esto es, perdón, gracia y eterna gloria.

Punto 4.º

Después de tantos favores recibidos, bien puedes rendir las debidas gracias; canta como el cisne cuando muere con mayor ternura, y sea un cantar nuevo, comenzándole aquí y continuándole eternamente allá, en el Cielo: Misecordias Domini in aeternum cantabo. Eternamente alabaré y bendeciré a un tan buen Señor, y si no puedes ya con la lengua, habla con el corazón; si no pueden moverse tus labios, muévanse sus alas, y conmuévanse tus entrañas; estima la merced que te ha hecho el Rey del Cielo, que Él te ha venido a ver a ti, para que tú le vayas a ver allá; prenda es ésta de la gloria, empeñado se ha el Señor; vínose a despedir de ti sacramentado en señal de lo que te ama y que te recibirá glorioso; vino a tu casa para que tú vayas a su Cielo. Exclama con el Santo Rey: Laetatus sum in his quae dicta sunt mihi, in domun domini ibimus («¡Oh, qué buenas nuevas me han dado, que he de ir hoy a la casa de mi Señor!»). Acaba con aquellas gozosas palabras con que expiró el humilde San Francisco: Me expectant justi donec retribuas mihi («¡Ay, que me están esperando los cortesanos del cielo para admitirme en su dulce compañía!»); no iré solo, sino que iremos; irá acompañada mi alma de la Virgen Santísima, mi Madre y mi Señora, del santo de mi nombre, del Ángel de mi Guarda, de los santos mis patrones y abogados. Y si aun estás agonizando, caréate con Cristo Crucificado y consuélate con Él. Considera que a tu Señor le dieron hiel y vinagre en su mayor agonía, y a ti te ha dado el mismo Señor su carne y sangre en la tuya; Él murió en brazos de una cruda Cruz, y tú mueres en los brazos del mismo Señor, siempre abiertos para ti; a Cristo le abrieron el costado con la dura lanza, y Él ha sellado tu corazón con esta sacratísima Hostia; inclina su cabeza y te muestra la llaga de su costado, diciéndote entres por esa puerta, siempre patente, al Paraíso, donde alabes, contemples, veas, ames y goces tu Dios y Señor, por todos los siglos de los siglos, Amén. Jesús, Jesús, Jesús, y María sean en mi compañía. Amén».


Publicado el 18 de diciembre de 2018 por Edu Robsy.
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