Confidencias

Carmen de Burgos


Novela corta



8 Julio.

Mi marido es tan bueno, que no hallaría placer en engañarlo, y, sin embargo, merecería que lo engañase por esta indiferencia que su ilimitada confianza en mí le hace tener. Está tan persuadido de que le amo que aunque yo le dijese lo contrario, no lo creería. Lo que me hace respetarle más es el verlo tan feliz. Respeto su felicidad... Además, ¿valdrá alguno de los otros más que él? No lo sé; pero la prueba es muy arriesgada. No creo capaz a ninguno de mantener muchos años la ilusión; es más difícil conservar que conquistar. Indudablemente, al marido le conservamos mejor. ¡Hay tantas celadas en el hogar! Cuando se observan los pequeños gustos, y se cultiva el egoísmo, se tiene mucho conseguido. A veces un marido piensa con cariño en su esposa, sueña con el descanso y la felicidad que experimenta a su lado, y no se da cuenta de que ella lo ha acostumbrado a ponerse las zapatillas. ¡Está tan a gusto en zapatillas! Además, el marido que se cansa respeta...; los otros... Tengo demasiado orgullo para hacer la prueba..., y, sin embargo, hay tentaciones. Elena me decía que el encanto de los amores está en la caída... Ella está radiante, feliz, satisfecha, y debe haber tenido muchas caídas... Decididamente, esta soledad entre el campo y el mar no es buena consejera para mí. Felipe ha hecho mal en dejarme venir sola. Pero no había otro remedio para satisfacer mi capricho. Él tiene que trabajar. Es preciso dejarle que trabaje... ¡Pobrecillo, ahora estará haciendo números en aquellos libros tan grandes! ¡Qué cosa más terrible son los números! Tan pocos, y capaces de tantas combinaciones. Él también está solo... No sé por qué, me acuerdo con inquietud de la señorita mecanógrafa. Son molestas esas señoritas mecanógrafas. Hay en cada una de ellas la amante posible del dueño de la casa o la novia que se casa con el primer dependiente.

Pero en todo caso son unas amantes poco temibles. No ocupan tiempo ni cuestan dinero. Además están siempre tan serias. No tienen risas.

Si fueran francas, muchas mujeres confesarían que lo que más sienten de los devaneos de sus maridos es el dinero que les cuestan... Además, los amores con las empleadas quedan envueltos en el misterio; no le ponen a uno en ridículo... ¡Pero no sé por qué, a pesar de todo, me inquieta la mecanógrafa!

12 Julio.

Tengo el alma llena de mar y cielo; paso el día al aire libre, respirándolo con avidez; este aire de los pinares y de la playa es comestible; tiene un sabor frutal; yo lo saboreo con la delicia con que saborearía un bombón. Me he vuelto, golosa de aire.

De noche dejo mi balcón abierto; ¡tanto como le he hecho sufrir al pobre Felipe obligándole a tener los balcones cerrados!... Me entrego por completo a la delicia del aire. Es como una mano que acaricia y despeina la cabellera. ¡Qué goce tan intenso es ese de la cabellera revuelta y acariciada por el aire! Es como si los cabellos tuviesen algo de vegetal. Yo misma creo que siento mi raíz en la tierra. Todos los poros beben el aire ansiosos......; son como infinitas bocas que besan...

A pesar de los guardas y de los perros del jardín, tengo siempre miedo de que entre por ese balcón un hombre... Pero a veces quisiera dar orden de que atasen los perros y se fueran los guardas a descansar... ¡Debe ser tan intensa la emoción de las caricias brutales, que paraliza el miedo. No he leído una novela en la que de cada sorpresa no haya nacido un hijo... Le gustaría tanto a Felipe que tuviéramos un hijo. Ya se va haciendo viejo; tiene cerca de diez y ocho

años más que yo; eso le rejuvenecería... ¿No tendrá Felipe algún hijo?

15 Julio.

Una mala noche, por la influencia de la niebla, sin duda. Soñé apasionadamente con Felipe. Esta mañana, a impulso de ese recuerdo, le he escrito una carta enamorada. ¿Era para él? ¿Era para mi amante ideal? No sé; pero puse en ella su nombre, y él será feliz. Yo quiero que Felipe sea feliz.

Aquí está interrumpido el diario. Hay un retrato, un retrato dedicado, con la letra picuda de las ursulinas: "A mi querido esposo, su Pili." Es una mujer de estatura regular, de formas redondeadas, muelles y rítmicas. Sentada, con las piernas cruzadas una sobre otra y los brazos descansando sobre la rodilla, aparece en una actitud íntima y abandonada. Tiene los pies pequeños, la pierna delgada en el tobillo y los brazos muy bien formados y muy blancos. Su manecita es carnosa. No es una mano noble y distinguida, pero es una mano mórbida y blanda que da deseo de caricias.

No se puede juzgar bien del rostro. Parece más graciosa que bella. Los ojos son grandes, un poco dormidos, ojos de tristeza y de ensueño, llenos de sensualidad, como la boca, carnosa, fresca, entreabierta, que debe tener siempre los labios húmedos. La cabellera es opulenta y rizosa; ¿de qué color? Debe ser castaño claro, color tabaco como los ojos, que han salido demasiado claros por exceso de luz.

16 Julio.

Hoy me ha escrito Felipe: me habla de no sé qué negocio, que no entiendo, pero que de salir bien nos llevará a la opulencia. Ahora él no puede pensar en otra cosa. Se ríe de mí porque le hablaba en mi carta de estas admirables puestas de sol, que son aquí siempre distintas. Esos soles que se pierden en la bruma del horizonte o se apagan como una brasa en el mar. Esos soles, que unos días son rojos, otros de un amarillo pálido y que unas veces incendian el

cielo y otras lo tiñen de violeta o de rosa. Me dice que lo que debo ver es el amanecer y cuidarme mucho... ¡Quién le habla del oro del sol a un negociante! Han empezado las visitas. ¡Qué aburrimiento! Vienen todas estas señoras fisgonas que no se cansan de preguntar. Cada una trae dos o tres niños; todas tienen un ciento de hijos... ¿Cómo habrán podido tener tantos hijos? Las jovencitas vienen ataviadas con esos inefables vestidos que siempre llevan un gran lazo en la cintura, y en poniéndose el sombrero no saben mover la cabeza.

Algunas son bonitas. Ayer me visitaron la señora de Aznar y su hija: es una rubia tan bella, que sentí celos pensando en que algún día la viese el hombre que yo ame...

Fué muy desagradable esta visita. No le aconsejo a nadie que vuelva a los lugares donde estuvo de adolescente, después de quince años de ausencia. El paisaje es el mismo; pero las gentes... ¡Cómo ha envejecido la gente que estaba en la plenitud de su vida! ¡Cuántos faltan! ¡Sobre todo, cómo han crecido estos niños que dejamos pequeños. ¡Esto nos envejece. Además, las mamas o las solteronas y que tenían treinta años cuando yo tenía trece, sé creen de mi edad, me dicen descaradamente que jugamos juntas... Me dan ganas de decirles un disparate. La señora de Aznar es de éstas. Me ha dicho que tiene un hijo abogado que vendrá a verme mañana. Tengo miedo, porque si es tan guapo como la hermana, debe ser peligroso. Verdad es que me mirará como a una vieja. Una amiga de su madre. Aquí me miran con cierto asombro de ver que no soy tan vieja como pensaban. No ha faltado alguna que me pregunte qué me echo en la cara, y noto que les sorprende que me vista de claro. ¡Una mujer casada que se viste como una muchacha! Creo que me voy a cansar de mi idilio con el mar y que voy a volver al lado de Felipe.

18 Julio.

¡Qué decepción! El hijo de mi amiga no se parece en nada a su hermana, que es tan bonita, que dan ganas de besarla. Él es feo, pero tiene los ojos grandes, el cabello rizado y los rasgos muy varoniles. Se expresa bien, con un poco de timidez. Su visita ha sido larga; no hablaba de nada y no se iba. Yo empezaba ya a sentir sueño. Le he preguntado qué años tenía, y me ha contestado que veinticinco. Es el mayor de los hijos de mi amiga.

—Tiene usted tres años menos que yo —le he dicho, confesando mi edad, para deshacer la leyenda del compañerismo con su madre.

Entonces me ha mirado más atentamente y se ha quedado con los ojos clavados en mis pies de tal modo, que me azoré un poco... se rompen con tanta facilidad estas medias de seda. Al despedirnos me miró a los labios con la misma insistencia que a los pies; con tanta insistencia, que me hizo sentir la picadura de un beso, y me llevé la mano a la boca. Me envolvía una mirada de amor y de deseo.

He sentido una gran complacencia de este enamoramiento; es un muchacho tímido, nada peligroso, que me divertirá un poco. Lo he invitado a venir a comer conmigo algunos días para acompañarme a paseo.

22 Julio.

¡Qué cosa tan rara! Aquel muchacho me pareció tan enamorado, y no ha vuelto. No aprovechó mi invitación. O me tiene miedo, o su timidez es superior a todo. Estoy segura de que me ama. Me disgustaría que me hubiese olvidado: Me he acordado de él todos los días más de lo que podía suponer. Me hizo sentir su beso y su deseo sólo con una mirada. Voy

a escribirle una tarjeta invitándole a venir... con su hermana. En estos pueblos hay que tener cautela. Al mismo tiempo voy a escribirle a Felipe. Así llegará mi carta el día de su santo. Ya que sus negocios no le han dejado —afortunadamente— venir a pasarlo conmigo.

31 Julio.

Nos hemos atrevido a salir de paseo juntos. Cuando el coche cruzaba las calles del pueblecito era de ver las caras de los señores, los de los grandes bigotes, que se quedaban con los ojos y la boca muy abierta, y que apenas tenían aliento para quitarse el sombrero.

Muchas señoras han hecho como si no me viesen para evitar el saludar. Adivinaba ventanas entreabiertas con ojos espiones e indignados y tactos de codos para designarme. Me sentía a la vez molesta y feliz. El escándalo tiene un aroma que embriaga, se siente uno superior a los escandalizados, libertada de algo que sujeta a los demás.

Por fortuna, hemos salido pronto al campo. El paisaje espléndido me ha hecho olvidar a los hombres. Al fondo, las altas montañas pizarrosas, con los caprichosos recortes de sus cimas igualadas por la niebla que las cubre y desciende de ellas hasta el mar, este campo cubierto de viñedos, de hortalizas y de flores a un lado y otro del camino, eucaliptos, cañaverales y pitacos, y de trecho en trecho las casitas, ya diseminadas, ya agrupadas en los lugarcillos que parecen refugiarse en la falda de la sierra. Los pinares se extienden hasta el mar. Ese mar, siempre el mismo y siempre distinto, que hoy está azul, bajo el cielo entoldado y gris, dando la impresión de que se han invertido los términos y que ese mar azul de hoy es el cielo y que este cielo tan plomizo es un mar revuelto y turbulento.

Hemos bajado a pasear por el pinar; he corrido de un lado a otro para formar un ramo de florecillas azules y moradas. Esas florecillas campestres tan lindas que se abren y mueren sin que nadie las vea, como vírgenes que no cumplen su destino. Luego él me ha buscado un asiento en el tronco de un árbol cortado, al que llamaba pomposamente mi trono, y se ha sentado a mis pies.

Reinaba en torno nuestro ese silencio sonoro de los campos donde palpita un alma invisible; en medio de la soledad, de da paz, perdidos bajo esos árboles, emblema de salud, con su tónico olor a resina, que lucen entre los ramilletes picudos y espartosos de sus ramas la forma decorativa de las grandes piñas de caoba.

Él se ha sentado a mis pies muy cerca de mí, arrimado a mi falda, y ha levantado su cabeza con los ojos húmedos y suplicantes, como si demandase una limosna. Me he inclinado y le he dado un beso fresco y amplio en los labios. Él no esperaba eso, y sorprendido ha improvisado un beso quemante y hambriento. Me he levantado con rapidez para cruzar el bosque y buscar el coche. Él me ha seguido muy lentamente, en silencio, sin intentar detenerme. Luego me ha confesado que mi beso se repetía sobre sus labios como los círculos del agua en cuyo centro cae una piedra. ¡El primer beso!... ¡No diré el único beso!...

La playa, con su arena blanca requemada por el sol, y los toldos de los bañistas diseminados en ella, tenía también un aspecto salvaje de aduar árabe o de caravana acampada. He mirado con lástima a todas aquellas mujeres vestidas de moda, encorsetadas, sujetas al tormento del sombrero... que pasan allí el día inactivas o haciendo unos puntos de jersey. Las miraba con lástima, porque ellas no eran amadas tan intensamente como me sentía amada yo. Ellas no podían ver el mar como yo le veía. Mis ojos tenían un nuevo lente para verlo todo era distinto de como me había parecido hasta ahora. Lo veía así, porque lo veía a través de mi amor.

Las algas y las rocas de la costa daban a las olas reflejos verdes y violeta encantadores. Las olas se henchían, se elevaban sobre la superficie rizada y se partían antes de llegar a la playa, en la que se desparramaban como una gran red de espuma, que lamía la arena mansamente y parecía deshacerse, y sumirse en ella cuando llegaba otra susurrante y alegre, con un cascabeleo de espuma, ocupar su lugar. En la punta del cabo se las veía saltar con una fuerza extraordinaria, con una blancura consistente y compacta y una dureza de chispas de pedernal.

Y allá a lo lejos el sol había tendido, al ocultarse, una cinta rosa y transparente en el horizonte, bañado en la luz dorada de sus reflejos...

Más adelante nos hemos cruzado con un alegre grupo de burgueses que celebran el domingo. Van grotescamente subidos en borriquillos mal enjaezados, y gritan y ríen con o la expansión de los habitantes de la ciudad que goza pocos días de campo. Un placer que no conocemos los poseedores de automóviles.

Todos los merenderos de la playa, con sus porches rústicos cubiertos de hierbas v cañizos, están llenos de gentes que entran a comer. Algunas familias llevan grandes cestas y se ve sobre las mesas botellas y montones de fruta. El domingo, tan enojoso en las capitales, se me ha hecho amable. Me he explicado su necesidad, la felicidad que trae consigo para estas gentes que trabajan toda la semana... También me he acordado de que olvidé ir hoy a misa... Mi falta habrá sido notada por todas esas ilustres comadres que llevan cuenta de la vida ajena... Sin duda eso ha causado más escándalo que mi amistad con Manuel... Pero es tan encantador un domingo en el que no se piensa en la misa.

1.° Agosto.

Decididamente tengo el propósito de resistir a esta pasión. Pasión, sí, porque debo estar enamorada de Manuel según él llena mi vida toda y no sé pensar más que en él. Hay en el amor de este hombre un matiz tan especial, tan suyo, tan único, sabe poner tanta ternura y hasta tanta pureza, que no me consolaría si lo perdiese. Hay algo que me grita que entre tantas pasiones como he despertado a mi paso ésta sola es el amor.

No quiero dejarlo ir... y tengo el temor de que lo perdería si le correspondiese... es lo general... Pero, en cambio, tengo la certeza de que si no le correspondo me abandonará... La Providencia me ha protegido muchas veces... He creído algunas que podía contar con el amor verdadero, resignado... y he visto alejarse al enamorado al perder toda esperanza de lograr sus deseos... No quiero, no, que Manuel se vaya.

¡Sería tan noble entregarse a la pasión tal y como se siente!... Es más culpable despertar estos deseos, jugar con ellos... ¡Pero es tan bonito el juego!...

Hoy le he dicho que yo soy virtuosa, que no quiero engañar a mi marido gravemente... y le he confesado que lo amo, que me gusta, que me enamora...

—Seremos novios —le he dicho—. ¡Novios nada más! Haremos cuenta que Felipe es un padre y se opone a nuestros amores. Nos veremos todos los días... nos escribiremos.

Se ha sometido... esa es la palabra; se ha sometido... Hemos pasado la noche con las manos juntas, sentados uno al lado de otro, frente al mar, escuchando el ruido del agua, que brillaba en un hervor de oro bajo la luz de la luna. Hemos estado como verdaderos novios... aunque nos hemos besado con exceso.

5 Agosto.

He estado dos días enferma y he tenido que guardar cama, casi a obscuras. Yo creo que este mal ha sido un envenenamiento de flores. Hemos salido al campo; todo el arenal estaba lleno de unos lirios blancos, que parecían salir de la tierra, como si no tuviesen más que raíz y flor. Él me ha cogido un gran ramo de esos lirios; tenían olor a azucenas, pero un olor penetrante, doloroso, que me gustaba aspirar. He venido escondiendo el rostro entre las flores, aspirándolas, bebiéndolas. Yo creo que eso me produjo la gran jaqueca que no me permitía abrir los ojos.

¡Cómo se ha asustado él, qué enfermero más cariñoso! Lo veía a mi lado, bueno, complaciente, dominando toda sensualidad para cuidarme con una ternura, mezcla de paternal y de filial. Yo sentía la voluptuosidad de que me cuidase. Cuando me arreglaba las almohadas descansaba mejor, y con su mano en la mía era mi sueño una especie de tránsito al país de los ensueños.

Casi siento estar ya buena para que no me siga cuidando de aquella o manera inocente. Para que no siga poniendo aquella dulzura suave al besarme las manos que ahora me besa con sus besos punzantes, largos y hambrientos.

Hay quizás una crueldad en no entregarme por completo a este amor e imponerle el martirio que yo misma padezco; pero es tan hermosa esta ilusión, que es preciso conservarla así siempre. ¿Siempre?...

9 Agosto.

Hoy el mar tenía un olor a sandía. Un olor que invitaba a comer este fruto. Severina me ha traído una sandía hermosísima, la ha partido delante de nosotros en la gran fuente de cristal. Crujía al partirse como si se rasgase, y nosotros guardábamos silencio. Luego la ha dejadlo en la mesilla, a nuestro lado, perfumada, jugosa, con su pulpa roja destacándose de la cascara verde. Los dos hemos alargado la mano para coger la misma tajada. Ninguno ha querido cederla, y disputándonosla ambos la hemos mordido a un tiempo... Se han rozado nuestros cabellos, nuestros rostros, nuestras bocas... Había un deleite en el jugo fresco y dulce, que venía a calmar el ardor de nuestra sangre. Así la hemos comido toda, sintiendo caer las pepitas, hasta no dejar nada. Luego nos miramos riendo... teníamos los rostros llenos del agua de la sandía. Él me ha limpiado con su pañuelo y yo me he dejado limpiar con un horrible pañuelo que huele a colonia barata...

10 Agosto.

Mi marido me escribe que va a venir. Está bien esto, porque el pasear a su lado me dará mayor respetabilidad entre estas gentes, que ya empiezan a murmurar con exceso.

Ahora escasean las visitas de las señoras... las que vienen no suelen traer a las niñas... En cambio, los hombres me visitan más. Tengo ya una verdadera corte de adoradores y los unos me defienden de los otros. ¡Había que ver las caras que han puesto cuando esta tarde, en la terraza, estando todos reunidos, les he anunciado la venida de Felipe. Se han quedado defraudados en sus pretensiones, se han visto en ridículo. El único que creo que lo ha sentido con el corazón ha sido Manuel. Ese me ama sinceramente.

11 Agosto.

Nunca me pareció mi marido tan elegante como hoy al llegar. Hay una gran diferencia entre su sencillez y su aplomo de hombre mundano y la petulancia de estas gentes. En todo el día hemos cambiado más que unas pocas palabras. Le rodeaban todos los importantes del pueblo, que quieren meterlo en no sé qué empresas de aguas y tranvías. Hoy han venido todas las señoras.

Manuel se marchó pronto, a pesar de que yo no hablaba más que con él... estuve hasta imprudente... La verdad es que en estos casos la figura más triste no es la del marido, sino la del amante... Aunque Manuel no es mi amante.

He tenido que mentir, que calumniar al pobre Felipe, que jurar en falso para tranquilizarlo. ¡Iba tan desolado!...

14 Agosto.

¡Qué extraño! Mi marido ha llamado a mi puerta como si fuese otro... su barba triangular y falsa me ha sido simpática cuando ha aparecido por la rendija. "¿Deberé querer más a este hombre?" —me he preguntado—. Pero cuando le he vuelto a oír repetir sus tonterías y a tratarme como dueño he vuelto a ver que no lo merece... Sin embargo, tenía un deseo de alegría que yo debía satisfacer... No pude mantener las promesas hechas a Manuel. ¡Pobrecillo!

16 Agosto.

Hoy está el mar verde. El sol viste de plata las aristas que forman las ondas al hendirse, y parece que hace hervir las aguas, que se levantan en sus espejeos como las burbujas de la ebullición.

Manuel no debe ya tardar.

17 Agosto.

No ha venido. Estoy sola en esta terraza... la noche está nublada, oscura. Oigo el mar y no veo más que negrura a mi alrededor. Es más negra la negrura del mar y del campo que las otras negruras. La sombra viene de ellos a llenar la casa, se entra por las ventanas. Me da miedo entre esa oscuridad el proyector turnante del faro, que de segundo en segundo aparece sobre el cerro vecino y se extiende hacía mí como un brazo de luz que va a prenderme y sumirme en la sombra.

18 Agosto.

Tampoco vino esta noche. ¡Una noche tan hermosa para haber estado juntos! Un viento fuerte disipó las nubes y encrespó el mar. La Luna y Venus brillaron sin rivales en un cielo azul profundo. Hasta que Venus, el lucero de la tarde, se clavó como un diamante en el confín del horizonte y la luna dejó caer un río de oro sobre las olas.

Quise sustraerme a esta belleza y a este olor a marisco tan excitante y me acosté... No pude leer ni dormir. Apagué la luz y me entretuve en ver las estrellas por la ventana. Estaban muy bellas entré la oscuridad... conforme se las mira parece que se acercan más. Sin duda por eso cuentan que la Luna, se tragó a un leñador que la miraba mucho y que desde entonces mora en ella con su carga a cuestas, sin envejecer ni morir nunca, y enseña su rostro retratado en las montañas y lagos de la Luna... ¡Si fuera cierto que el contar las estrellas hace salir verrugas! Dicen también que la luz de la luna quema más que la del sol.

Me parecía sentir pasos bajo la terraza. .. ¡Me he levantado al amanecer para asomarme. Nada... Sólo un barco de vapor tendía su columna de humo, manchando la limpidez del aire... Más cerca había dos barquitos de vela, con esas velas latinas en pico, que son tan elegantes, tan bellas... Parecían barquitos de papel colocados allí como en una decoración de teatro.

He seguido con la vista al vapor mientras he podido verlo... Siempre embarco un ensueño en esos barcos que pasan.

19 Agosto.

Tomé la decisión suprema de irme a visitar a la señora de Aznar a la hora de comer. Me salió bien el cálculo... allí estaba Manuel, muy pálido, muy ojeroso, que se inmutó al verme. Yo he estado tranquila, serena, dueña de mí. Mi antigua amiga, fría y correcta, apenas hablaba; las niñas parecían asustadas... Tuve que hablar por todos... al despedirme Manuel tomó el sombrero para acompañarme, a pesar de la terrible mirada de la madre.

No cambiamos ni una palabra por el camino. Al llegar a casa se echó de rodillas a mis pies, besándome las manos y pidiéndome perdón... Le he acariciado los cabellos y ha llorado... Es un niño. Sólo el verme disipó sus celos. Yo le había perdonado de antemano. Necesito su tacto... Quizás una de las cosas que más despiertan la ternura es el tacto... hay tactos indiferentes y los hay simpáticos o repulsivos... Manuel tiene en el tacto suavidades y calor de niño pequeño; una finura, algo que sólo con el roce me hace sentirme feliz. Son su carne, sus cabellos, sus labios... Además tiene una voz tan bonita... es una voz que acaricia como sus manos y como sus ojos... Cuando entra de la calle parece que trae luz, según la expresión noble y franca de su fisonomía... Una fisonomía hecha para estar alegre. Tiene tal placidez, que reposan en ella los ojos... Es un feo muy hermoso.

25 Agosto.

Heme aquí ya obligada a ser virtuosa; ¡ ya tengo un amante! Se acabaron las coqueterías y las inquietudes. Hay en mí un equilibrio físico y espiritual que no tenía cuando experimentaba la falta de algo que diese calor a mi corazón. No es culpa mía que la naturaleza sea así y que mi marido tenga cuarenta y seis años cuando yo cuento sólo veintiocho.

Además, la mayor parte de la culpa la tiene su visita... ¿Para qué vino? ¿Por qué se ha marchado tan pronto?

(Hay una receta entre las hojas del diario.)

Receta para quitar el paño del aire del mar:


Vaselina pura............. 25 gramos.

Lanolina.................. 25 —

Tintura de benjuí......... 2 —

Vinagre................... 2 —

Alcohol de 90º............ 15 —

Esencia de violeta........ 10 gotas.


Se da por la noche al acostarse y a la mañana siguiente se lava con agua templada.

26 Agosto.

Me siento un poco humillada, un poco empequeñecida después de la embriaguez de haber sido suya.

Había puesto tanto interés en resistirlo, que resulto como vencida en una lucha... Disminuiría mi cariño si no viese tan humilde, tan agradecido, tan entregado a mí al vencedor, y en realidad no ha habido vencimiento. Lo veía dudar de mí, molesto por la visita de Felipe, dispuesto a alejarse. Había momentos en los que casi me odiaba... Y yo lo amaba más... ¿Qué hacer para convencerlo? He sido yo misma la que le he suplicado que me tomase. No he sido suya por flaqueza o por olvido. Me he entregado con toda decisión... Porque mi amor estaba maduro... Porque quiero mi parte dé alegría en la vida.

27 Agosto.

Ha habido momentos en que me he arrepentido de ser su amante, creyendo perdida para siempre aquella embriaguez de los preliminares... Esos apretones de manos, esos besos, ese arder sin consumirse del deseo es lo más bello del amor. Afortunadamente nosotros hemos encontrado el secreto de reproducir siempre esa impresión. Cada día nuestro amor se renueva con la nueva conquista y la nueva condescendencia. ¡Soy feliz! ¡Muy feliz!

29 Agosto.

Me gusta pasear por los alrededores en estas tardes tan apacibles. Seguimos, por la carretera, a orillas del mar, siempre nuevo, y llegamos a descubrir pequeñas playitas desiertas; rocas aisladas donde dormita un pescador, y lindos lugarcitos escondidos en los repliegues y quebraduras del acantilado, sobre las rocas, con unas perspectivas sorprendentes. Manuel parece un poeta, según sabe saborear y subrayar todo esto. Hoy, el mar, muy verde tenía un cabrilleo en toda su superficie. Rompían pequeñas olas blancas acá y allá. Eran como una bandada de gaviotas que se posara sobre las olas. De pronto del fondo de esas olas misteriosas ha saltado un pez, grande como un guarinillo; detrás otro..., y así ha pasado toda una banda de peces, por parejas, caminando todos en la misma dirección. Algo parecido a la vanguardia de una procesión. Esperaba ver pasar detrás de ellos a las sirenas, conduciendo en una silla de nácar algas y corales a la Delfina del mar, toda cubierta de perlas. Es que no se puede separar la idea del mar y la idea del misterio. Cuando baja la marea, y deja al descubierto esas rocas verdes, llenas de musgo, parece que son el anticipo de los jardines mágicos que existen debajo del agua.

Verdaderamente, si alguien leyera esto, diría que tengo un sentimentalismo pasado de moda, y que esto no digo más que vulgaridades. Pero yo escribo para mí, por el gusto de fijar mis impresiones para leerlas después... Es el vicio de todas las que nos educamos en las Ursulinas, que nos obligan a mirar hacía adentro y hacer estos exámenes de conciencia. Por suerte, mi boudoir tiene secretos donde nadie puede leer estas páginas; que tendré buen cuidado de romper..., No es como en el convento, donde se enteraban de todos los secretillos. ¡Como que las llaves de las monjas abren todas las cerraduras!

30 Agosto.

¡Qué tipos más extraños encontramos en nuestros paseos! Pescadores, mujeres que llevan a cuestas cargas de forraje verde, chicuelos descalzos, lecheras, gente montada en burros. Todos nos saludan al pasar con un amistoso "Buenas tardes." Es agradable este saludo, esta palabra de buen deseo que se cambia entre los desconocidos. Sólo cuando nos encontramos con bañistas pasamos en silencio. Las personas bien educadas no saludan.

1.° Septiembre.

Es una tristeza que la civilización lo invada todo. Hoy ha habido fiesta en uno de estos inefables pueblecillos.

Creí que en el baile de la plaza pública habría aún tocadores de guitarra y cornamusa; pero habían hecho venir a la banda de música de la capital, y las muchachas estaban vestidas por los figurines de moda... No me gusta estar con Manuel donde hay muchachas bonitas. Después de entregarse al amante estamos como desarmadas delante del adversario. Con la promesa de lo no logrado, con el temor de la negativa, el deseo los encadena a nuestro capricho. Ahora, ¿qué podría ofrecerle ya...?

2 Septiembre.

Pasamos delante de casitas pequeñas, aisladas, muy graciosas con sus porches y sus terrazas. Siento como un deseo de vivir con él en todas esas casitas. De anidar... Mi quinta es demasiado grande. Recuerdo que en mi viaje de boda por Europa lo que más me gustó del palacio de Versailles fueron las habitaciones dé María Antonieta, y no fué por el prestigio femenino que tiene esa reina del collar de coral —para mí, la guillotina le ciñó un collar de coral—, si no porque eran tan pequeñitas, tan íntimas. Parece que las habitaciones grandes hielan el amor. En las pequeñas hay calor de corazón... Y, sin embargo, yo no gusto de aislarme así...; al contrario, como antítesis de estos sentimientos, experimento el deseo de vivir en todas las casas y de viajar en todos los barcos...

3 Septiembre.

Tanto como me gusta llevar los brazos desnudos, y no me atrevo. Hay muchas moscas. Le tengo horror a las moscas. Cuando se para una sobre la carne se la ve afianzarse con las dos patitas delanteras y mover el guizque, como si lo afilara para dar mejor su lancetazo. Me hacen el efecto de que preparan una inyección..., de que ese animal pequeño, repugnante y sepulturero... me va a inyectar todas las enfermedades que ha recogido en los hospitales, pues parece que

cada mosca se ha posado ya sobre todas las llagas en todos los hospitales. Mi madre dice que cuando yo era pequeña preguntaba si las moscas eran los pájaros de la casa, como los otros eran los pájaros de los jardines. Es que yo no me explicaba la presencia de estos bichos en las habitaciones... No se las persigue todo lo que se deben perseguir. Hasta esa pequeña mosca de oro y bronce, la cantárida que lleva el dolor, la idiotez y la lujuria en su cuerpecito dorado, me es repugnante...

Por culpa de ellas sólo me descoto de noche... ¡Y hace tan bonito el traje negro, el intenso negro mate del tafetán, sin ningún adorno, cerca de la carne blanca y satinada...! De vez en cuando las mujeres debíamos de llevar luto por coquetería... Decir que se nos había muerto un tío en la India.

5 Septiembre.

He reñido con Manuel como nunca había reñido con Felipe. No sé el motivo de la disputa...; nerviosismo, celos, irritación producida por el placer..., una futesa... Me exasperaba la calma con que toma un disgusto y el aplomo con que me ha dicho cosas desagradables..., muy desagradables... "Que no soy una diosa", "Que soy una cualquier cosa." Muchas, muchas groserías inesperadas. Le he dicho que yo no le amaba, que me había equivocado...; le he mandado irse; pero permanecía tan indiferente, que al fin me exasperé y le arrojé a la cabeza (cuidando de no darle) las lindas figurillas de Sevres antiguo que tenía sobre mi mesa... Unos miles de francos que se hicieron añicos a sus pies. Me miró suspenso y aturdido de mi acción, y fué a tomar el sombrero para marcharse. Me asaltó la idea de que se iba para no verlo más...; algo se rompía dentro de mi corazón en pedazos. Podía detenerlo con una palabra de amor, y, sin embargo, me lancé hacia él, golpeándole, mordiéndole, loca de celos, de amor y de ira. Fué mi ira la que prendió, al fin, en él, para volverse contra mí y clavarme brutalmente las uñas en el brazo... Me ha saltado sangre... Me dejé caer, llorando, al suelo, y yo misma creí que me había muerto.

Entonces Manuel me abrazó: llorábamos los dos... Sus caricias eran más apasionadas que nunca... No supe rechazarlo... Me he quedado durmiendo, rendida; pero al despertar, lejos de su lado, veo que aún le guardo rencor.

10 Septiembre.

Esta mañana he recibido una carta suya. Me escribe que nada me quiere decir (y me lo está diciendo), que no tiene derecho a nada..., pero que hay cosas que no puede soportar, y que en lo sucesivo no ha de molestarme.

Ahora lo comprendo todo... ¡Está celoso! Son insoportables los hombres celosos, y, sin embargo, es un placer sentirse amada hasta los celos. ¿Serán los celos vanidad? Tengo que hacerme fuerte para que sus celos no me dominen... Él me amó libre, y así me tiene que seguir viendo. Son detestables esos hombres que aman a una bailarina, a una actriz..., y después de hacerse amar la obligan a dejar su arte, el arte que los enamoró..., y a veces su amor se pierde al despojarlas de su arte... Yo tengo mi libertad, que Felipe no coarta, y no he de abdicar de ella. Es verdad que en la libertad hay abandono...; es que nadie nos amarra a un cariño grande. ¡Triste libertad!

Es una tontería ponerme a pensar todo esto.

12 Septiembre.

Van ya tantos días de amor después de nuestra riña, que he acabado por olvidar mi rencor y mi deseo de venganza. Ya no nos peleáremos más. Nos lo hemos jurado.

Estoy satisfecha de haber experimentado esta borrasca, este sacudimiento. La placidez que rodeaba mi vida era falta de calor y de pasión. Es preciso sufrir, vibrar, sentir intensamente para saber que se ama.

Esta inquietud que hay en mí, este temor de parecerle fea, este miedo de que no me ame, estos celos de todo lo vago que me atormentan y que me hacen volverme airada contra él, con una sensación de odio, son amor, son pasión, vida... Lo que no había sentido nunca... ¡Oh! Prefiero sentir dolor a no sentir nada. El limbo es el verdadero infierno de las almas.

14 Septiembre.

Conforme avanza la estación esto se pone insoportable. Las nieblas lo envuelven todo. Es como si el cielo bajase hasta nosotros. A mí no me gusta verme envuelta en cielo... El universo se achica con la niebla, se reduce como nuestro horizonte visible... Se la ve avanzar sobre el mar y correr por las rocas como un humo tenue, como polvo de cielo, y bien pronto lo invade todo... Parece que es el humo frío de un gran incendio que se aproxima... Cierro las ventanas, pero hasta el fondo de mi cuarto llega el clamor de la sirena del cabo próximo avisando a los barcos, que caminan a ciegas, la proximidad de la costa. Me impresiona la voz de la sirena; tiene algo de aullido de perro que anuncia la muerte, y parece que al disiparse la niebla la playa ha de estar llena de cadáveres y de barcos hechos astillas... Hacen más viva esta sensación esas bocinas de los barcos que responden a veces a lo lejos al eco lúgubre del faro...; parecen voces que piden auxilio en la noche. Me encojo en la cama, me tapo la cabeza; ni quiero oírlo ni ver esas olas que salen de entre la neblina, y que parecen acometer a las rocas cuando dan sobre ellas un salto de espuma, ¡Ah! Son los azules canes de que hablaban los antiguos; parece que se enfurecen con el obstáculo de las piedras y las quieren deshacer para lanzarse sobre la tierra.

Me da la sensación de que mis cristales están empañados, y todo se me vuelve humedecerlos con el vaho de mi aliento y pasar sobre ellos el pañuelo.

16 Septiembre.

Ahora, para ir a Madrid, me disgustan mis manos negras y mi rostro quemado. ¡Tengo tantas pecas! Manuel las ha besado una a una; pero no se han borrado por eso, como él decía... Tengo miedo a todos los productos de tocador... Me lavo de noche, al acostarme, con una prosaica agua y vinagre, y mi cutis mejora visiblemente. Es una receta que me dio una tía de mi madre, una vieja solterona, desformada y fea, que tenía el encanto de una cabellera negra y rizada —no muy limpia— y un cutis de nácar. ¡Pobre tía Asunción! Ella me contaba cuánto había sufrido por las travesuras de las hermanas menores, que, celosas de su cutis, descubrían el secreto a los que la elogiaban, diciendo: "Porque se lava de noche", cosa que a ella la ofendía sobremanera y le hacía llorar.

18 Septiembre.

Tengo ya deseos de irme de aquí. Me molestan todas estas gentes que están enteradas de todo sin comprenderlo. La que más enemistad me manifiesta es la madre de Manuel, mi amiga de la infancia. Esta mujer, que vería sin pena a su hijo en amores fáciles y peligrosos de mujeres perdidas, sufre un gran disgusto al sospechar que me ama.

Es preciso que yo me vaya; Manuel me seguirá... Mi pasión por Manuel no perjudica a Felipe; le tengo siempre el mismo afecto, que en nada daña a Manuel. Renunciar a cualquiera de los dos me costaría mucha pena. Es una estupidez hacer incompatibles amores que el corazón abriga de un modo tan natural.

¿Amaré a Manuel en Madrid? Esta gracia rústica que me encanta aquí, ¿no resultará ridícula en los salones? ¿No me parecerá torpe, mal vestido, con su sencillez pueblerina, sin refinamientos? Indudablemente, estos cambios de ambiente tienen un peligro. La suerte es que ya, prevenida contra él, sabré evitarlo; ser humana, para no exigir demasiadas perfecciones. Poco a poco yo le educaré... Pero ¿y si después de educarlo, cuando pierda su espontaneidad, esa cosa de infantil que existe en él, deja de gustarme? Sería una desgracia volverme a quedar sola. No quiero perder, la ilusión que trae este amor a mi vida.

La felicidad, no consiste en ser amada, sino en amar.

Resulta tan fastidioso que nos amen cuando no amamos. Es inútil apelar a la compasión; en cuestiones de amor no se compadecen más sentimientos que aquellos de los cuales se participa; los demás nos son indiferentes. Y hasta causa molestia que los hombres que no amamos, los que no amaremos jamás, dejen de sufrir por nuestro cariño. Los tormentos y los deseos de los otros son como un homenaje que le ofrecemos al predilecto.


Hay una cuenta intercalada,


Camisas............. 5

Medias de seda azul. 4 pares.

Enaguas de encaje... 2

Pañuelos............ 6

Blusas lavables..... 3

Pantalones.......... 8

Cubrecorsés......... 5

28 Octubre.

Estoy enferma de esperar. No hay suplicio mayor. A veces el corazón me late sobresaltado, como si me anunciara algún peligro. Manuel retarda demasiado su venida, y, sin embargo, él vendrá. Me lo dice la pasión, cada vez más vehemente, de sus cartas y mi propia pasión.

No conozco mayor tormento que éste. Viene a mi memoria la imagen de la pobre emperatriz Carlota, martirizada por la eterna espera...; compadezco a tantas pobres mujeres cuyos amantes las hacen esperar... Me propongo no volver a esperar más. Cuando venga, seré yo la que vaya a verle a él, para que él sea quien me espere.

¿En qué momento llegará? Él quisiera una primera entrevista a solas... No sé si podré lograrlo; no puedo desentenderme de lo que le debo a mi marido.

Su primera mirada me inquieta. Me miro al espejo desasosegada. ¿Me encontrará como estaba? ¿Le gustaré menos? Yo misma temo por la impresión que él me produzca. ¿Cómo me parecerá aquí? Me da miedo pensar que se acabe este amor que me llena el corazón. Quizás más miedo de dejarlo de querer yo, que de verme olvidada por él.

Desde luego que, como provinciano, a la luz de nuestros salones ha de tener algún defectillo. Debo estar preparada para ello. Él es un hombre educado, y se corrige fácilmente; por más que los hombres no se asimilan las buenas formas con la rapidez que las mujeres. En las mujeres es sorprendente: de una criada se puede hacer una señora; pero un criado, es siempre... un criado.

¡Y hay mujeres que aman a sus criados! Yo, que me precio de mirar por su bienestar y tratarlos con consideración, no he podido ver nunca en un lacayo, en un cochero, en un ayuda de cámara, más que una cosa que sirve. No me parecen hombres... ¡Y me sucede lo mismo con tanta gente!...

En fin, me entretengo hoy demasiado escribiendo. Me espera la masajista para darme sesión de paletazos y pellizcos, suavizados por los polvos de talco... Me inquieta el que desde este verano estoy un poco más gruesa. Es preciso luchar contra esa tendencia de las españolas, a las que nos legan esa herencia nuestras ilustres abuelas. Ellas podían engordar sin temor; los hombres de su tiempo decían: "Dame gordura, y te daré hermosura." Pero los refinados del nuestro prefieren los huesos..., como toda mujer elegante no come del pollo más que el aloncito.

Es preciso estar a régimen. Se hace buena la frase de que ya en vez de cocinera se necesita una vaca... Es un martirio estar privada de todo lo que más gusta, padecer sed y hambre; sobre todo en los banquetes, cuando hay que rechazar tanto plato... Las mujeres queremos dar la sensación de que no contemos más que cosas escogidas..., y poquito... Beben un sorbo de Champagne... Es irresistible para el buen tono una mujer que se atraca un plato de sopa y una rebanada de pan. Para estar interesante es preciso estar un poco anémica..., pálida, con la tez oscura y los ojos enrojecidos... Es la belleza de moda.

1.° Noviembre.

Me estoy cayendo de sueño. ¿Habrá cosa más desagradable que madrugar? Gusto más de ver morir el día que de verlo nacer. El crepúsculo de la tarde es un bello otoño; el de la mañana una primavera verde y desaborida.

Soy enemiga personal del sol... Se ven demasiado todos los defectos con su luz... No deja soñar... Pero esta mañana había que ir a confesar; es costumbre en este día ofrecer por el padre de Felipe la misa y la comunión... Me he decidido a ir... Casi todas mis amigas están en mi caso, y todas confiesan... Pero aunque el buen padre me ha absuelto mediante un centenar de salves y un centenar de misas, pues tuvo en cuenta para mi pecado la posición de mi marido. No vuelvo más.

La penitencia no es mucha verdaderamente si el acre sabor del pecado se paga con tan poco esfuerzo; lo que me molesta es la manera de preguntar del bueno del padre... ¡Tanto pedir detalles! ¡Tanto indagar! ¡Tanto preguntar a todo "¿y cuántas veces?"!

Va a ser menester tener una de esas hojitas de papel picado que nos daban las Ursulinas para hacer examen de conciencia e ir doblando un piquito cada vez que decíamos alguna mentirilla.

3 Noviembre.

Me disgusta el apasionamiento creciente de Felipe. ¡Si lo hubiera tenido al principio de nuestro casamiento, cuando yo lo necesitaba...! Después de todo, tal vez la culpa es sólo mía. Yo no tenía la experiencia de ahora... Él no tiene de qué quejarse, puesto que recoge el fruto de mi experiencia. Es una paradoja que los hombres gusten más de las mujeres muy experimentadas, las mujeres de hombres, y, sin embargo, busquen siempre para esposa una niña boba, a la que despiertan, no sé si en provecho propio.

Es un error los matrimonios en los que el marido es mayor que la mujer. Sólo pueden hacerse sin peligro con hombres muy viejos y niñas- muy jóvenes, porque ellos se mueren antes de que ellas adquieran la plenitud, y así dejan más deliciosas viuditas.

Casarse una mujer joven con un hombre mayor es peligroso; a medida que él envejece, ella vive. En justa compensación de la debilidad del viejo, que necesita para no ser notada, la casta inocencia de una niña, la mujer en su plenitud debe unirse a un hombre más joven..., para el que una niña es poco todavía; y ella, por su parte, no puede tolerar al hombre maduro.

No sé por qué me entretengo en hacer estas comparaciones mientras espero la llegada de Manuel.

15 Noviembre.

Ha sido una lástima perder así la impresión de su regreso. Me había telegrafiado su llegada —el titulo de hijo de mi amiga íntima ¡le autoriza para tantas cosas!—; pero yo no podía esperarlo a solas...; era mi día de recibir, y hay que sacrificarse a este deber de sociedad... No ha hecho verdaderamente mal papel en el salón. Le está bien la ropa... Un hombre que sabe llevar la ropa tiene ganado mucho... Se ha conquistado las simpatías de todos con su rostro noble y lleno de esa alegre franqueza que inspira la confianza. Casi todos me han dicho que era simpático... Felipe le ha invitado a comer... Pero donde ha producido mejor impresión ha sido entre las señoras... Muchas han venido a preguntarme quién era... Me han dicho que era muy interesante.... Eso me gusta y me contraría a un tiempo... Matilde me pidió que se lo presentase; no me pude excusar; y mientras Adolfo no me dejaba atender a nadie, contándome no sé qué memada, ella desplegaba delante de Manuel todo su arsenal de coqueterías. Lo que más me disgustaba era que le miraba con una mirada de conocedora, como si aquilatase su valor. Tiene en los ojos una cosa especial... Es como esos catadores de las grandes bodegas, que ya conocen los años y la calidad de los vinos por el olor. Suerte que Manuel no le ha prestado atención... Viene muy enamorado y con mucho deseo de estar a mi lado para fijarse en otras...; pero luego..., pasado algún tiempo... Sí; lo mejor es que Manuel no venga en mis días de recepción...

20 Noviembre.

Al fin nos vimos a solas. ¡Qué locura! Manuel no es rico para tener un gabinetito, y, en cambio, es lo bastante orgulloso para no permitir, que lo pague yo. Tendremos que vernos a salto de mata, como una chicuela cualquiera que se escapa de su casa con un estudiante. Eso es un encanto más. Pone más de aventura y de juventud en nuestros amores.

La primera visita ha sido en un gabinetito de no sé qué casa a donde me ha hecho entrar él. Me esperaba en la esquina y casi me arrastró agarrado a mi brazo, como el que huye, como el que tiene miedo de que le roben lo que más ansia...

Me ha dado las quejas por mi manera de recibirlo... me ha confesado que tuvo celos de Adolfo... ¡Celos de Adolfo! ¡Qué absurdo! Me hace una ofensa. ¡Pensar que yo podía mirar aquel viejo barrigón y desdentado! Le he sacado mi espejito de bolsillo y se lo he puesto delante de los ojos para que comprenda la diferencia que hay entre los dos. ¡Manuel es feíllo... pero tan juvenil y tan simpático!

Yo me encontraba allí despojada de mi personalidad, de esa cosa respetable que él debe hallar en mí cuando lo recibo en mi casa. Me ha tratado de otro modo... He llegado a casa pasada la hora de comer... otro menos preocupado que Felipe hubiera notado mi turbación. Ya no volveré a verlo allí más... he tenido mucho miedo al salir... Un amigo de Felipe... la Policía. ¡Qué horror! No volveré más.

25 Noviembre.

Manuel no tiene ya celos de Felipe. Un marido no inspira celos... sus celos son de los otros... Es una cosa terrible ser celoso... Por fortuna, yo no lo soy... Ayer vino Matilde a invitarme para un té en su casa, y me encargó mucho que llevase a mi amiguito... No haré tal cosa. Sería capaz de querer comprometerlo, y estoy segura de que no me podría contener y nos iríamos a las manos como... como dos mujeres... Esto no es por celos, no... es por dignidad... Yo no puedo tolerar ver a Manuel con ninguna mujer... Porque él no necesita eso... Yo estoy obligada a tratar a los amigos de mi marido, y esto no debe importarle. Estoy tan habituada a tratarlos, que no me producen impresión. Me pasa como a los sacristanes con los santos. ¿Qué respeto pueden tenerle a un San Pedro o a un San Juan, al que le sacuden el polvo con los zorros, o a un Evangelista al que tienen que componerle el brazo que sostiene el libro o a un Nazareno al que le dan Sidol en la corona dorada?

Les pierden el respeto. Es lo que me sucede a mí. Felipe me ha hecho tratar tantos amigos suyos, que a fuerza de estar entre ellos no me dan esa impresión que veo que experimentan otras... que piensan en que o son hombres... Si no hubiese sido por la quiebra sentimental del amor de Manuel, lo que es contra todos los hombres de sociedad estaba yo bien asegurada de incendios.

1 Diciembre.

Nos hemos atrevido a dejar el coche e internarnos a pie por el paseo de la Moncloa.

No se puede pasear aquí en estos jardinitos; parecen hechos para que no entre nadie... Nos hemos internado por los descampados, cerca del Arroyo de Cantarranas.

Tanto me acariciaba Manuel, que tenía miedo de que algún guarda nos dijese algo. Le conté la aventura de un amigo nuestro, el doctor Guevara, que estuvo allí con un amigo suyo y la novia de éste. El paseo y el aire libre despertaron el apetito de los tres, y el doctor se ofreció a ir a buscar unos fiambres y una botella de vino para improvisar una merienda. Los dos novios se quedaron solos, el doctor tardaba, la tarde era una de esas hermosas tardes maduras, como ésta... Se acariciaban a su sabor cuando apareció el guarda y les invitó a seguirlos. El novio apeló a todos los recursos, promesas, dádivas; el guarda se mantenía inflexible... En este momento apareció el doctor triunfante, con las botellas en la mano y el paquetito colgando, sujeto a un bramante. Entonces el novio tuvo una inspiración;

—¿Ve usted? —dijo al guarda— Ese es el marido... Ahora haga usted lo que quiera.

El hombre dudó un momento; pero el aspecto de felicidad y de alegría del supuesto esposo lo conmovió...

Guardó silencio y aceptó unas rodajitas de salchichón, brindando maliciosamente por la salud del buen doctor. Este no se enteró del caso hasta dos días después, y vino a consultar a Felipe qué debía hacer. Su caso era extraordinario. Él había sido el marido de aquella mujer, el marido engañado, delante del guarda. Debía pedir una satisfacción al amigo desleal...; se sentía marido. Le molestaban ya aquellos amores... Se había creado una situación anormal desde el momento en que alguien lo consideraba como el esposo de aquella mujer. Le costó trabajo a Felipe calmarlo.

* * *

2 Diciembre.

Cada día se vuelve más intransigente Manuel. Dice que es que me quiere más. Hoy me ha dado un disgusto porque ayer, al despedir a las visitas, González, el viejo senador, retuvo mi mano demasiado tiempo...; yo no lo noté, ni mi marido tampoco. Ya hace tiempo que, por no enfadarle, esquivo el que me besen la mano... Él tiene razón... Un beso es siempre un beso... Debía desaparecer la costumbre de dar la mano... Hay manos viscosas que se escapan, que no hacen presión... Manos de persona falsa..., no falla... En cambio, otras parece que se han adiestrado en esas manos de los campos de recreo que dan un premio a quien apriete más... Y los! que se quedan con la mano entre las suyas y mirando a los ojos... ¡Cuánto tolera la sociedad! A mí me agrada el salvajismo de mi Manuel.

Desde que sé que se puede sugestionar dando la mano me da miedo. Es que yo le he concedido siempre a la mano mucha importancia. Cuando niña gustaba mucho de jugar sola, y dejando a un lado mis juguetes, cortaba con las tijeras muñecas de papel blanco. Cuando no lo tenía blanco, las cortaba de papel de periódico, cuidando de dejar los blancos en la cabeza. Yo concebía el tipo de belleza con la cabecita redondeada, los hombros caídos, los brazos largos, cuerpo de ánfora y pies pequeños; pies calzados, porque siempre les ponía tacones. Lo que no me atrevía a hacer eran las manos... Para las manos me faltaba la fantasía; prefería hacer un muñón informe y no profanar la mano.

Con aquellos muñecos yo hacía comedias y novelas; otras veces eran actores de las que yo había leído. Tenían rasgos que les diferenciaban y les hacían más o menos bellos; pero eran juguetes sin alma, porque no tenían manos.

9 Diciembre.

¡Qué deliciosas escapatorias hago con Manuel! Nos vamos juntos al café, y pasamos reunidos la tarde. Si alguien nos viera no tendría importancia. ¿No es el hijo de mi amiga de la infancia? Yo tomaría aires de madrecita joven. Además a Felipe le parecerá lo más natural del mundo que encuentre a Manuel en la calle y tenga el capricho de entrar en el café. Siempre me está diciendo:

—¿Pero por qué no viene Aznar? Invítale a comer. Haz que te acompañe al teatro...

No desconfía nada absolutamente. Es que ningún marido desconfía del que se aleja. Y esos suelen ser los más peligrosos. Ayer, por poco, cometo yo una indiscreción terrible. Mi amigo Mateos ha venido hace poco de América, acompañado de un joven diplomático, del que quería ser padrino... Le presentó a todos sus conocimientos... Me lo recomendó mucho, y después de unas semanas de asiduidad, desapareció, sin que le volviera a ver.

Hace pocos días, Laura, que lleva la vida de todo el mundo; me dijo:

—Sabes aquel diplomático americano que te presentó Mateos, ha alquilado una garçonière enfrente de mi casa. He averiguado que recibe a una señora; debe ser una gran dama, según las precauciones que toma...; es alta, elegante. El otro día mandó al portero que le llevase pasteles, una botella de Jerez y plátanos; en esos casos se llevan siempre plátanos... Me ha dicho el portero que oyó que la llamaba Anita... Además hemos averiguado que es rubia como el oro... por un cabello que se ha quedado entre las púas del peine... Yo sabré quién es...

Me reí de este empeño de la pobre Laura, que desde que se ha hecho vieja se ocupa de aventuras ajenas; y no me había vuelto a acordar, hasta que ayer me visitó Mateos.

—¿Ve usted a mi amigo el diplomático? —me preguntó—. Hace un siglo que no sé nada de él... No sé dónde se mete.

Iba a contarle lo que me había revelado Laura, cuando él añadió:

—Anita está un poco delicada, me ha dado recuerdos para usted.

El nombre de Anita fué para mí una revelación. ¿Anita?... ¿Rubia?... ¿El marido no sabe del amigo?... No hay que dudar... Me asusta la indiscreción que iba a cometer... ¡Esa inocencia es de todos los maridos! Por eso se mantiene el orden social...

Me contó Felipe que el marqués de Villaoscura dice siempre en el círculo:

—¡Diablo, yo sé quiénes son las amantes de todos mis amigos; de la única que no he podido enterarme es de la de Mendoza!...

Y todo el mundo sabe que es la marquesa de Villaoscura.

Felipe se ríe mucho de todo eso, pero no le sirve de experiencia.

—Este Manolito Aznar —me dice— no se deja ver, debe tener algún amorío por ahí. Hay que buscarle una novia y casarlo.

¡Delicioso!

Entretanto nosotros lo pasamos muy bien. Hoy hemos estado en el café, un café perdido en un barrio extremo, solitario, uno de esos cafés que tienen un recogimiento, un aire de inocencia que no parece que puedan albergar cierta clase de relaciones.

Nos hemos sentido como dos buenos burgueses, marido y mujer que pasan su tarde de reposo. Él escribía, en la mesa del café lo que temía que se oyese hablando como hablábamos en silencio.

Quisiera recordar lo escrito en la mesa de mármol para que no se me escape esa hora íntima... Era algo demasiado rebuscado..., quizás más hijo de su talento que de su cariño... Es ese, quizá, también el defecto que tienen sus cartas...: están demasiado bien escritas... Me gusta mucho que me escriba; y como no tiene otra cosa que hacer, recibo cartas interminables todos los días... Y se empeñaba en que le contestase... Ya se ha convencido de que yo no puedo hacerlo, y escribe él solo.

20 Diciembre.

He consentido en dedicarle un día entero a Manuel. ¡Qué día! ¡Estoy rendida!

Hemos ido en el fondo de un cochecito simón a pasear por la Moncloa, con el paso muy lento, muy lento, como si el caballo y el cochero durmiesen; hemos visto pasar los árboles, sintiendo una sensación de libertad como cuando paseábamos por los alrededores de la quinta. Encontramos pocas personas. En Madrid hay poca afición a pasear por el campo... Después hemos ido a comer a un gabinetito reservado en los Burgaleses.

Manuel ha hecho un menú delicioso, con un aplomo de hombre acostumbrado a estas cosas que me asombra. El camarero ha cubierto la mesa de viandas, ha destapado las botellas y después se ha marchado diciendo:

—Los señores llamarán cuando necesiten algo, pero con un aire que parecía decir:

—Estén descuidados, que no los hemos de interrumpir.

Me quedé un poco confusa; pero Manuel se echó a reír y me arrastró con él a la mesa. Una aceitunilla aliñada..., un rabanillo..., una anchoa..., y detrás de cada cosa de éstas una copa de vino... Vino tinto de un rojo-negro admirable..., vino rosado, víno color de té... Vino amarillo... ¡Cuántos vinos había pedido Manuel! En mi vida he bebido tanto... Apenas comí más que un pedacito de pechuga en gelatina, que parecía un niño dentro de un canastillo; la habitación daba vueltas en torno mío. Me he abrazado al cuello de Manuel como el que siente que se va a caer. Mi sangre ardía, se centuplicaba mi amor. ¡Es inconcebible cómo nos hemos amado!

No sé a qué hora he llegado a casa; he tenido que decir que estaba enferma y meterme en la cama. Tenia un miedo feroz a que el olor a vino me delatase... no hacía más que ponerme paños de agua de Colonia y esparcir perfume... Al fin me quedé dormida, y hoy me levanté con un dolor de cabeza atroz. Yo lo atribuí a los perfumes para evitar el empeño de Felipe en que me viera un médico. Ya va pasando. Me queda esta deliciosa laxitud de recién casada, que es el encanto de la luna de miel.

1 Enero.

Hoy es mi cumpleaños.

Manuel me ha enviado flores y bombones. Sabe lo que me gustan los bombones... Me embriago a veces comiendo bombones llenos de licor... ¡Tantos tomo! Es la única manera digna de embriagarse.

Vino mucha gente a felicitarme; pero Manuel no ha venido... Esto me molestó bastante..., y estuve de mal humor una buena parte del día.

Felipe ha estado asiduo, obsequioso, galante... ¡Qué bueno es! La Verdad es que él no se ocupa de ninguna mujer; le absorbe su trabajo, sus cálculos... A mí me remuerde un poco la conciencia cuando le veo tan fiel y tan confiado...; pero, después de todo, no le hago ningún mal...; él es feliz, se siente amado..., y le amo, en medio de todo, sinceramente... Esta noche estoy segura que no ha podido notar que le he robado ninguna caricia.

—Ahora —me ha dicho, mirándome con pasión— estás más bella, más mujer...; has progresado, más...

Me he puesto encarnada de esta alusión a mis quejas y mi pasividad de otras veces.

Heme aquí en pleno idilio con mi marido...

2 Enero.

Los regalos de 1.° de año son encantadores. ¡Hay tanta espiritualidad, tanta fantasía!

He comprado un dije para Manuel y otro para Felipe. El primero es un trébol de cuatro hojas de oro, con esmalte verde, sembrado de puntitas de brillantes, como sí fuesen rocío; el de Felipe, una sanjuanita de brillantes y rubíes sobre un redondel de oro. Son los fetiches de la buena suerte... Así verán que me he acordado de los dos...

3 Enero.

El regalo que me ha enviado Felipe es verdaderamente regio. ¡Qué sacrificio representa para un negociante privarse de una cantidad así para emplearla en una cosa muerta, en vez de hacerla producir! Esto le debe haber costado un tesoro... Es uno de los brillantes más grandes que he visto..., un brillante azul, divino, con una talla maravillosa, colgando de una cadenita de oro, fina como una hebra de seda; que casi no se ve, y el brillante cae sobre el descote o sobre el vestido como una gota de luz.

No habrá en Madrid ninguno como el mío. ¡Cuánto quiero hoy a mi marido!

5 Enero.

Mi marido quiere encargarme a París un vestido y un abrigo, que no sé a qué modisto encargar. Cada uno tiene su cachet especial. Hay el modisto de las cocotes, de las reinas, de las excéntricas... Casi todas preferimos a los primeros... Tienen más gracia, más seducción. Wort es demasiado suntuoso; parecen sus trajes armaduras de guerrero, por lo brillantes, o evocaciones de Brunegüilda, Fredegunda y demás princesas carlovingias, con la solemnidad de sus mantos. Rerferden es el maestro de la línea: sus trajes princesa requieren cuerpos... princesa... Princesa de leyenda: alta, severa, majestuosa... Al fin, el que más me gusta es Paquen... Está más en el término medio. La elegancia sin la exageración. Hay poca diferencia entre los trajes de casa y los de baile. Los de calle son sencillos, severos, hasta austeros. Está bien eso. Debe haber una distinción, una dignidad en la mujer para no mostrar sus encantos a todos; para evitar la promiscuidad de la calle... Los descotes, las desnudeces deben lucir en el salón o en la intimidad. Quizás es éste un resabio árabe, que velan las mujeres por la calle y las cubren de joyas en el harén.

6 Enero.

Ya me he comprado un vestido negro, con un bordado egipcio en sedas y oro, y otro de charmeusse rosa con encajes Chantilly. Dos maravillas. Lo que me han hecho sufrir para la prueba. Primero un modelo de mi cuerpo en una tela tosca... Después, las innumerables sesiones de dos horas de pie cada una. Seguir la línea del cuerpo, llevar el hilo de la tela de acuerdo con él. Todo esto requiere conocimientos especiales que no tienen las modistas vulgares.

Por cierto que en los trajes sastre las levitas las prueba un hombre y la falda una mujer.

Después de hecho todo es cuando viene el gran modisto y da los últimos toques insignificantes, al parecer, pero que dan una gracia nueva a todo el conjunto, lo hacen vivir. Son como los grandes pintores dando las últimas pinceladas que deciden de la luz en los cuadros de sus discípulos. A mí me parece que es como poner su rúbrica en el vestido.

8 Enero.

Tengo una nueva amiga: la esposa de un socio de mi marido, ya de bastante edad, que está casado con una señora que no es joven tampoco. He intimado mucho con la señora, y los acompaño a comer con frecuencia. Allí, al menos, no me sirven ya el souffle de queso que está de moda... La comida es sencilla. Nadie sirve ahora más que tres platos; pero son escogidos, y se bebe un Champagne muy fresco, que tiene el buen gusto de tener fuera de la botella, en un jarro de cristal de Bohemia. No es como en otras casas, en las que es preciso hacernos oír el taponazo y mancharnos de espuma para lucir su Champagne. Además, estos cristales finos hacen fino lo que se bebe en ellos. Tiene algo de piedra preciosa. Está la mesa llena de tantas graciosas inutilidades, que hacen más grata la comida. La plata está un poco oxidada para que no tenga la vulgar brillantez de la plata nueva...

...Mi amiga invita siempre a la mesa a su doctor... Un joven que puede ser su hijo, y que es su amigo del alma. Me ha hecho la confesión de que, para no perderlo, piensa casarlo con una Señorita asturiana, millonaria y medio tonta, cuya casa gobernará ella, la madrina. Al primer niño se lo traerá con ella para enseñarlo a llamarla mamá.

—Así —me ha dicho—, él tendrá obligaciones que le comprometan y le distraigan de la tentación... Como estará casado con una mujer a la que no ama, se evita que pueda hacer un casamiento por amor...; y como no se entenderá con ella, yo soy insustituible... Además aseguro su situación: su mujer le lleva diez millones de dote.

¡Y luego decimos que son frívolas las mujeres!

9 enero.

Hoy he ido a la Opera con otra de mis amigas. Una francesa de unos cuarenta y cinco años, encantadora.

En Francia parece que no hay jóvenes; todas las que son interesantes pasan de los treinta y cinco, por lo menos.

Así es que no es sólo París el paraíso de los hombres, sino el de las mujeres.

Nos ha acompañado el amigo de la señora, porque el marido estaba ocupado. Es un caso notable el que ofrece este matrimonio. Parece que el marido no podía aguantar a su mujer, a la que ama entrañablemente, porque ella estaba siempre irritada, nerviosa..., insufrible, hasta que conoció a este amigo, que ha tornado su carácter en bondadoso, risueño, complaciente y encantador. El buen señor, a trueque de no tener tempestades domésticas y ver contenta a su

esposa, tolera al amigo, lo mima y hasta va a buscarlo cuando se retrasa. Así la vida de los tres es un paraíso. Me han dicho que este caso suele repetirse en su país; hay muchas mujeres y hombres que toleran una amiga o un amigo, por tal de ver a su cónyuge dichoso. Yo lo comprendo... Si perdiese a Manuel me volvería insufrible.... No volvería a mirar a Felipe... ¡Pero qué poco me acuerdo estos días dé Manuel!

9 Febrero.

Mi traje negro me proporciona numerosas conquistas. Cada vez que salgo a la calle traigo detrás una cola de pretendientes. Estos pretendientes españoles que se pasan unos cuantos días paseando la calle, hasta que se desengañan y se marchan tranquila y melancólicamente.

Hay uno que no se cansa, que me sigue todos los días. Un hombre muy elegante, con un aire de gran señor, con esas ojeras y esa cara de cansancio de los hombres que han vivido mucho. Quisiera saber quién es. Me interesa.

1. Junio.

Tengo sobre la mesa el ramo de lirios que me ha enviado Manuel... Ahora cada vez que nos vemos a solas me envía un ramo de lirios... Ese rasgo delicado me molesta... Me marea el perfume de esas flores, se me hacen odiosas.

Por si él viene, mando que las pongan en el salón, y no entró hasta que se marchitan... Pero es tan exigente, que antes de que se marchite un ramo, ya tengo otro.

1.° Julio.

Ya me he decidido a que mi veraneo sea este año en San Sebastián. Felipe me acompaña. Me he disculpado con Manuel diciéndole que es mi marido quien lo ha dispuesto así. Él sé ve obligado a ir al pueblo; tanto por el cariño que le tiene a su madre como por su situación económica, que no le consiente estos gastos. En San Sebastián haría mal papel..., ya anda medianillo de ropa... Y creo que se casa la hermana, aquella niña rubia tan ideal, con el médico del pueblo... Él es el jefe de la familia, y tiene que estar allí...

El pobre se ha tenido que marchar hoy. Lloraba como un niño, lloraba mucho... ¡Me quiere de corazón! Confieso que en la despedida he sentido despertarse toda mí ilusión.., lo mismo que en la terraza de la quinta. Hemos sido muy felices... Hemos quedado en que me escribirá a la lista de Correos; que yo también le escribiré, y que el invierno... ¿Quién sabe? De aquí allá hay tiempo de pensarlo.

5 Julio.

Me he levantado temprano para escribirle a Manuel, ya que no pude hacerlo anoche. Apenas había preparado el papel, oí los pasos de Felipe, que venía a llamar a mi puerta. Pero Manuel no conocerá nada de esto en mi carta. Será como si se la hubiese escrito anoche. Después de todo, yo me estaba muriendo de sueño.

18 Julio.

Qué cansada estoy de los preparativos de viaje... Tantas compras, tanto que empaquetar... Por suerte, estos vestidos de ahora y esta lencería tan escasa y tan fina permiten llevar todas las toiletes y la ropa blanca en un solo baúl mundo... No quiero llevar demasiado porque pienso comprarme allí... Además haremos una excursión a París. Felipe me quiere cada vez más y me llevará a la rué de fa Paix. Pienso divertirme este verano mucho... Es una justa recompensa, después de estos aburridos inviernos de Madrid.

Después de todo, no hay amor como el de mi maridito..., ni tan cómodo. Mis relaciones con Manuel son una locura, hija de un romanticismo inaudito... Más bien una curiosidad... ¡Pobre muchacho!..., lo va a sentir... Lo había tomado en serio... No me pesa que lo sienta...

El 18 de este mes hace un año que nos conocimos. ¡Un año ya, Dios mío! Esto ha durado demasiado tiempo. Va siendo un segundo matrimonio. Verdad es que ha sido mi primer amante. Ahora ya tengo otra experiencia. .. Decididamente no le escribo más a Manuel. No quiero un segundo marido.


Publicado el 15 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.
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