La Toma del Huáscar en Panamá

Daniel Riquelme


Cuento


«En tanto que Mardonius sucumbía en Platea, los restos de la flota de los persas eran incendiados el mismo día en Mycale, después de una batalla ganada en la costa por los griegos desembarcados.

Durante este combate, el rumor de la victoria de la Platea habíase esparcido en las filas de los griegos como por una revelación de los dioses y había contribuido al suceso de la jornada».

Prevost Paradol.

El día 8 de octubre de 1880, a eso de las diez de la mañana, el comandante don Manuel Thomson, del crucero Amazonas, fondeado entonces en la rada de Panamá, se dirigía a tierra en la falúa capitana de su barco.

Ocho robustos marineros, especialmente escogidos para tales viajes, no exentos a la sazón de cuidados, hacíanla volar sobre las aguas a impulso de sus puños de acero.

Minutos después, Thomson subía la escalerilla del muelle con la agilidad de un guardiamarina, sin cuidarse ni poco ni mucho de la gente que a su paso lo miraba de reojo, no atreviéndose a más ante esta talla corpulenta y varonil, que a la legua revelaba un hombre.

Durante la guerra, Panamá estuvo, como se recordará, a una y a uña con los peruanos.

Y siga el cuento.

Quedó la falúa al resguardo de uno de los bogadores y los otros, teniendo por delante un horizonte de tres o cuatro horas de huelga, se largaron a toda vela por las callejas de la vecindad, vía de refrescar.

El marinero N., un bravo y sólido chilote, apartándose de los suyos, puso la proa al tabuco de un italiano, su casero; allí largó el ancla, cerca de una mesa, enfrente de una botella y a orillas de las faldas de una moza que al parecer lo aguardaba; porque era de esas navegantes, cual las gaviotas del mar, que pululan en las tabernas playeras.

Aquí es caso de decir, siquiera sea en dos palabras, quién era el marinero que designo con sólo una N., porque ahora duerme bajo las aguas del Pacífico.

Pero un hecho hablará por los dos.

En tiempos de don Mariano Ignacio Prado, la corbeta Chacabuco hizo a los puertos del Perú una visita de amistad.

Iba de comandante don Óscar Viel, y era capitán de puerto del Callao don Miguel Grau, Que no ahorró atenciones y amistades con sus hermanos de profesión.

Por lo demás, la espléndida y afectuosa acogida que los peruanos hicieron a los oficiales de nuestra corbeta, fue de tal modo galante, que por muchos caminos, alcanzó a la misma marinería, la cual gozó allí de la libertad que los niños traviesos sólo logran en casa ajena.

Ignoro si por presentarlos mejor o maniatarlos un poco, se dio a bordo la orden de que los marineros no bajaran a tierra sino de guante blanco.

Tal vez pensaba el jefe que gato calzado no caza ratones, lo que es cierto, tratándose de ratones; pero con los nuestros la medida resultó no valer gran cosa; pues si eran de verdad muy discretos mientras tenías sed, en cuanto tragaban algunas pintas ahí pelaban los guantes y un solo roto salía escapado con el ventero y algún concurrente.

En tales casos, los policiales chalacos no asomaban las narices; porque a más de la tolerancia recomendada, juzgaban prudente, cada uno por su parte, no acercarse ni al aire de esos remolinos...

Pero una noche, tanto subió la marea, que fue preciso alojar en el cuartel de policía a un grupo de marineros. Por cierto que no entraron a calabozo, aunque merecido se lo tenían, sino que se les dio el cuarto de la guardia, trasladando previamente el armamento.

Un centinela quedó a la puerta. Los otros comenzaron a roncar bajo el peso del primer sueño y casualmente se apagó la luz, lo que no permitió al guardián ver que, tras un ligero secreteo, los alojados se sacaban los zapatos, ni atinar con uno que apareciéndosele de modo de fantasma, le apretó el cuello y arrebató el rifle al compás de un inicuo zapatazo.

Punto más o punto menos, los restantes repitieron la maniobra con quien se puso al frente y, dueños de la situación, tornaron a la zambra y a las calles.

El del zapatazo y el jefe de esa conspiración fue el chilote N., quien también andaba en la visita de Chacabuco.

N. bebía mansamente en unión de su dama, cuando el italiano le preguntó, mostrándole una estampa del Huáscar:

—¿Conoce usted a éste?

—¡Por la popa! —contestó el roto.

—Pues ahí lo han de tener ustedes por el espolón —continuó el pulpero—; él les arreglará las cuentas a los buques chilenos.

—¿Esta mugre? —exclamó N.

Y siguieron de palabras, hasta que el marinero, ciego ya de ira, de un brinco saltó sobre el mostrador; con una mano cogió el cuadro que representaba al monitor y con la otra, del pelo al italiano, dándole tanta puñada revuelta con vidrios, estampa y molduras, que el infeliz quedó muerto; pues hasta la moza, que también era chilena, agregó su contingente a la obra de su paisano y amante.

En volandas acudió la policía. El marinero corriose al muelle, cubriendo su retaguardia a navaja y botellazos, en tanto que la amiga daba aviso a los pocos del partido.

Allí la riña fue campal batalla y mal día para los nuestros, seguramente, si no llegan a tiempo el comandante Thomson y las autoridades del puerto.

La falúa, con toda su gente, logró hacerse a la mar.

En la misma tarde, el jefe chileno reclamaba enérgicamente del asalto dado a los suyos, y se presume que alzó tanto más el tono, cuanto era necesario encubrir un poco las demasías de sus niños.

Uno de los policías, sin contar al italiano, quedaba también a las puertas de la muerte.

A bordo se castigó severamente al marinero N. La imprudencia de su conducta no podía ser mayor, dado que en Panamá todos eran hostiles a nuestra causa.

—Tiene razón, mi comandante —repetía el marinero—, curando sus cardenales; pero yo no puedo explicar lo que sentía cuando el italiano me mostró el cuadro del Huáscar: me pareció que en ese mismo momento lo veía tan hecho pedazos como yo lo tenía entre mis manos y no supe más de mí.

Era más o menos mediodía.

¿Es esto un chascarrillo rebuscado o cosido con aguja colchonera?

Yo cuento lisa y llanamente lo que he oído repetir más de una vez en tierra y a bordo.

Y como vivos están los que relatan esta aventura, la cosa se puede preguntar.


Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.
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