Descargar ePub «Los Hércules», de Duque de Rivas

Crónica, Artículo


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  Crónica, Artículo.
11 págs. / 19 minutos / 110 KB.
14 de mayo de 2019.


Fragmento de Los Hércules

Quedáronle, sin embargo, como a las señoras mujeres que fueron lindas y amables, algunos amigos y fieles apasionados, pero... antiguos y fieles: todo está dicho. El que esto escribe, que, aunque ya talludito, no es ningún Matusalén, aún conoció a la Alameda Vieja con una corte y concurrencia propia suya, de una fisonomía, la verdad, algo rancia y vetusta; pero de que era tan señora como el rey de sus alcabalas. Nunca le faltaba, pues, cierta concurrencia, no muy bulliciosa, pero cual convenía a su edad y a sus quebrantos. Los domingos y festividades rodaban aún por sus calles laterales seis o diez birlochos, con dos o cuatro bestias (se entiende tirando de ellos) engalanadas con quitapones y cascabeles, que aún no se usaban en Sevilla carretelas ni tílburis. Y no faltaban cuatro o seis caballistas que, gallardeándose en los jerezanos, o, por mejor decir, moriscos albardones, y haciendo bailar en aquel terreno a primorosas jacas cartujanas y cordobesas, derribadas sobre las piernas, robaban la atención del sexo devoto y entusiasmaban a los aficionados, que no podían menos de exclamar: «¡Ah hombre bueno!». Entonces aún no había caballos dupones, ni galápagos o sillas hechas en Piccadilly, ni la escuela de los jockeys había sustituido a la de la jineta y a la del conde de Grajal; pero había, sin duda, más gallardos y firmes jinetes y más diestros y hermosos caballos. Pero al grano, y no nos encumbremos, que toda afectación es mala, como dijo oportunamente Don Quijote; sigamos lisa y llanamente nuestro cuento, sin andarnos en comparaciones, que toda comparación es odiosa. Veíanse, iba diciendo, en la Alameda, en aquel entonces, varias familias de los barrios circunvecinos, y majos con su capote jerezano o su capa de seda encarnada, según lo requería la estación, fumando, hablando de toros y requebrando con gracia a las buenas mozas que pasaban a su vera. Y concurrían frailes (etiam periere ruinae) y señores canónigos, que aún los había de veras, y el señor asistente, acompañado de algunos machuchos personajes, y varios oficiales de la guarnición, porque entonces no se conocía la milicia nacional; estudiantes con sus hopalandas, por supuesto, y mozalbetes vivarachos, que sacaban raja de visitar y obsequiar a la vieja, pues, como se dice vulgarmente, «por la peana se besa el santo»; y gallardas muchachas que, aunque rodeadas de sus respetables y vigilantes familias, llevaban los ojos, algunos harto hermosos y expresivos, para hacer de ellos el uso más conveniente. Por tanto, la primera inclinación arriba dicha de la señora Alameda no dejó de encontrar oportuno ejercicio en el ya poco numeroso y, generalmente hablando, formal concurso que la frecuentaba.


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